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jueves, 24 de agosto de 2023

OLIMPIADAS

 

OLIMPIADAS




(Cuento infantil para tiempos de Guerra)

 

El cabrón no se conformó con el silbatazo que había sonado a boca de jarro frente a la puerta, tocó con mucha fuerza, como si estuviera enojado o fuera el dueño de la casa. Todos saltaron asustados en la sala y las niñas rompieron a llorar dentro del corral. Otra vez el pito con ese sonido agudo y penetrante que no es interrumpido por el movimiento de una bolita. Tiene que ser como el de Manuel, el viejo guardia jurado que pasaba cada noche y se detenía a conversar junto a la puerta, pensó la vieja.

 

La china dejó de sacarle el pan de la boca a su prima con la segunda pitada, lo hacían diariamente y cuando no tenían pan a su alcance, ambas hurgaban dentro de los pañales en busca de un poco de mierda para jugar y mascar. Dio un grito y dejó escapar una bola de harina baboseada y espesa que como lava corrió por su barbilla hasta el pecho. Su prima se paró aferrándose al pasamano del corral y orinó, la china se calmó y comenzó a patalear con el charco tibio.

 

-¡Ernestooooooooooo! Gritó, sonó el silbato con más fuerza y tocó nuevamente con más violencia. No es Manuel, no es la hora de su recorrido, él nunca tocaría de esa manera, es un gallego muy decente. Pensó la vieja sin decidirse a abrir. Mi nombre, ha mencionado mi cabrón nombre, nada bueno debe ser, yo no le escribo a nadie, nadie lo hace conmigo, pensó.

 

-¡Compadre! ¿Tú no puedes tocar más suave? ¿Quién coño te crees que eres? No respondió, estaba vacunado contra todo tipo de ofensas. Extrajo del fajo de telegramas que tenía atados por una liguita el que le pertenecía y se lo extendió en silencio. De una bolsa de yute que colgaba de su hombro sacó una libreta y un lápiz.

 

-¡Firma aquí! No te equivoques, donde dice recibido, pon tu nombre en letra de molde. Le dio un leve toque a los pedales de su bicicleta y descendió a toda velocidad por La Sola. Sin detenerse a mirar si venía algún auto, dobló a toda velocidad por Luís Estévez, esquivó un profundo bache y se perdió. Lo imaginó atravesando Mayía en un acto suicida mientras extraía del sobre abierto el papelito del telegrama.

 

…Se le informa que debe presentarse con carácter obligatorio el día 25-07-1976 a las 1000 horas en el punto establecido en la calle Zapote entre Rabí y San Indalecio…

Firmado: J’ de Batallón de las M.N.R.

 

La firma tenía los rasgos o el trazo que deja normalmente un niño de tercer grado, volvió a leerlo antes de entrar a la casa. Las niñas no se encontraban en el corral, ambas madres las habían llevado a sus cuartos para cambiarlas y luego ponerse de acuerdo en quién limpiaría el nido de sus trágicas infancias, era una especie de lotería diaria donde nadie deseaba ser ganador. Las moscas se posaban gozosas sobre los restos del pan mezclado con orine, danzaban y sonreían, eran felices ante la indiferencia de los demás, afortunadamente no habían hecho caca ese día. Tampoco era crítica la situación, nada molestaba a los que se encontraban viendo la televisión, era normal y todos se mantenían concentrados en las olimpiadas.

 

Un extraño y desagradable revoltijo de olores recorría el pasillo de la cocina, inconforme con aquel reducido espacio, invadió la sala y se detuvo ante la puerta de la calle. Ana hervía los culeros de su hija luego de haber rayado varias astillas de jabón Nácar y Batey, el olor a mierda infantil lograba vencer al de los frijoles colorados que se ablandaban en otra hornilla. Clara freía una lata de carne rusa que le tocó por la libreta, tuvo suerte que Alipio había traído ajo y cebolla del campo, los vendía a buen precio, como eran clientes de confianza, les fiaba. La vieja preparaba una especie de sancocho para las niñas, un resumen de todos los pedacitos que encontraba a mano, los hervía y luego pasaba por la batidora. Las niñas se lo comían con mucho gusto y había que velar a los mayores. Muy nutritivo, alimenticio, digestivo, decía siempre con algo de orgullo, todas mis generaciones pasadas se alimentaron con ese sancocho. Y era verdad, hasta a él le gustaba, pero cuando las niñas cagaban eran mayores de edad.

 

Mañana son las eliminatorias de los 800 metros planos, no creo que me vayan a joder ese evento, pensó y volvió a leer el telegrama. ¿No habían dicho que las milicias eran de carácter voluntario? ¿Por qué me citan a mí? Esto debe ser obra de Yolanda, siempre tratando de integrarnos a todos, soñando en convertirnos en héroes, delirando por transformarnos en revolucionarios, pensó otra vez. Yo no he llenado ninguna planilla para incorporarme, no tengo tiempo, siempre estoy navegando. Bueno, esa era una elegante justificación, la realidad era otra, no le interesaba y ahora menos que nunca, están pasando las Olimpiadas por televisión y mañana corre Juantorena.

 

-¡Dereeeeeecha! Gritó un viejo uniformado y todo aquel pelotón de momias giró en esa dirección. ¡Coño, me estoy quedando fuera! Antes gritaban diferente, ¡derecha, dréeeeee! Pal caso, es la misma cosa, pensó.

 

-¡Mire, compañero! Se le acercó al viejo de uniforme, hasta charreteras tenía, trató de mostrarle el telegrama.

 

-¡Incorpórese a la formación! No permitió decirle una sola palabra, explicarle algo, manifestarle que todo había sido un error. ¡Incorpórese, compañero! Se lo dijo muy serio y señaló el lugar específico que le correspondía de acuerdo con la estatura. Los que estaban en la formación se corrieron y dejaron un espacio disponible. Sin pensarlo dos veces se dirigió a las filas, algunos sonrieron, eran muy viejos todos, él era casi un niño entre ellos, veintisiete añitos, un bebé.

 

-¡Tomen distancia! Volvió a gritar aquel viejo de uniformes y charreteras, lo hacía algo enojado, como si estuviera en presencia de ese puto enemigo que vivía amenazándolos. Estiró el brazo hasta tocar el hombro flácido y huesudo del viejo que tenía a su lado. Sintió el peso de otros dedos tocando el suyo y giró la cabeza. Tenía las uñas largas y negras como las de los mecánicos, tal vez lo era, pero su aspecto de jubilado lo traicionaba. Más allá de aquellas asquerosas uñas aparecía la arboleda del parque. ¡En su lugar, descansen! Dedicó unos minutos a leer el papelito que le entregó otro tipo que llegó uniformado con pantalón verde olivo y una camisa azul cielo, pero como el del cielo cuando está próximo al crepúsculo y no tiene ese sol jodedor que los abrazaba en esos instantes. El viejo de las charreteras levantó su dedo índice y señaló un punto de la formación. ¡Ese dedo! Nunca había sentido tanto odio por un dedo y comenzó a buscarle defectos. No sirve para nada, no te puedes sacar los mocos con ellos, ni para aquello que se hace con las muchachitas cuando se es novio y ella señorita. ¡Para acusar, ordenar, señalar! Para eso sirve el dedo índice solamente, bueno, para agarrar el lápiz y esculpir estatuas de héroes señalando hacia un punto perdido que nosotros interpretamos a nuestra manera, pensó.

 

El tipo uniformado se paró en atención y lo saludó militarmente, igualito que lo hizo Ernesto cuando estaba en el Servicio Militar Obligatorio. ¿Aquí? No tiene sentido, debe ser uno de esos viejos chivatones y chicharrones que abunda en este país, le cayó mal de gratis, no sabe por qué.

 

-¡Dereeeeeecha! Quedaron en dirección al parque, tal vez el viejo uniformado con cara de hijoputa nos lleve marchando hasta la sombra de los árboles, pensó.

 

-¡Dereeeeeecha! ¡Dereeeeeecha! Gritó dos veces seguidas y quedaron en dirección a la calle 10 de Octubre. ¡Coño, que diga media vuelta! No me imagino marchando por esa avenida entre todos estos viejos cagalitrozos y los pollos jalándome levas, pensó.

 

-¡Porteeeeeennnnn, armaaaaaaaas! Ya no aguanto más, ahora sí que voy hasta donde se encuentra ese viejo comemierda y tiene que escucharme. Todos los viejos de la formación levantaron las escopetas de palo que tenían a su lado y la colocaron sobre sus hombros. -¡De freeeeeeente, maaaaaaarch! Ni huevos, yo no voy a marchar por 10 de Octubre, al primer paso salió de la fila y se dirigió hacia donde se encontraba aquel general de tibores. ¡Soldado, incorpórese nuevamente a la formación!

 

-¡Oye! Manda a parar si tú quieres, yo no voy a incorporarme en ningún lado. Llevo una hora tratando de explicarte que todo esto es un error y continúas empecinado en hacerme marchar.

 

-¡Pelooooootón, aaaaaaaltó! ¡En su lugar, descansen!

 

-¡Mire, jefe! Esto es un error, yo soy oficial de la reserva de la marina de guerra revolucionaria. El hombre tomó el papelito entre sus manos y lo leyó, volvió a leerlo nuevamente. Se paró en atención y lo saludó militarmente.

 

-¡Compañero capitán de fragata, puede retirarse! No puede negarse que estamos en presencia de un error, sus obligaciones con la defensa de la revolución se encuentran en otro campo, ya le informaré al estado mayor. ¡Ño! Hay que aprovechar los vientos de bonanza que soplaron por su cabeza en aquellos instantes. Me voy a la mierda antes que se arrepintiera y me obligue a mandarlo a la casa de su reverendísima abuela, pensó otra vez.

 

-¡Atenjóooooo! ¡Porteeeeeennnnn, armas! ¡De Freeeeeeente, maaaaaaarch! A sus espaldas, un pelotón de esqueléticos fantasmas marchaba en dirección a 10 de Octubre llevando sobre sus hombros unas carabinas de palos. Iban a librar esa espantosa guerra anunciada desde hacía muchos años. ¡1,2,3,4! ¡1,2,3,4! ¡Tercer elemento de la primera escuadra, agarre el paso! ¡1,2,3,4! ¡1,2,3,4! ¡Comiendo mierda y rompiendo zapatos! Pensó y se dirigió a la parada de la guagua.

 

Nadie abrió, tocó con la misma rabia del cartero, pocos segundos después apareció la vieja. Los contados asientos de la sala estaban ocupados, nadie hablaba, solo se escuchaba la voz de Héctor Rodríguez mezcladas con el pitillo de la olla de presión donde la vieja trataba de ablandar unos rebeldes frijoles negros. Ella continuó por el pasillo hacia la cocina, arrastraba las chancletas al caminar y no se podía escuchar el entrañable ruido de sus pasos cuando el televisor tenía el volumen a toda voz, daba la sensación de verla flotar. El olor a mierda hervida con jabones de producción nacional era el ambientador preferido de la casa, hoy le tocaba el turno a la primita de la china, olía igual, comían lo mismo. Las niñas jugaban tranquilas en el corral mientras sus padres permanecían atentos a la pantalla, estaban limpias, ya había pasado la hora de sus evacuaciones. Ana escogía arroz en la mesa del comedor y su vista viajaba entre gorgojos y una bella pista de tartán.

 

-Suena el disparo y salen los corredores! Todos en la sala se ponen de pie y las niñas se asustan en el corral, la china comienza a llorar. -Alberto Juantorena viene corriendo por la carrilera número cinco y toma la delantera después de la segunda curva de la pista. Comenzaron a aplaudir y la china a gritar, nadie le hizo caso, pensaron que ella también apoyaba al corredor nacional. -¡Juantorena es superado a la altura de la meta cuando comenzaba la segunda vuelta y ocupa ahora el segundo lugar! Un sentimiento de desconsuelo y frustración invade la sala.

 

-¡Qué no se le salgan los chícharos! ¡Qué no se le salgan los chícharos! Rogó uno de los presentes y nadie lo escuchó.

 

-¡Juantorena aprieta el paso y vuelve a tomar la cabecera de los corredores!

 

-¡Alicia, tu hija se cagó!

 

-¡Qué aguante un poco! Ya se va a acabar la carrera. Suena la puerta de la calle y nadie se mueve.

 

-¡Vieja, no tendrá mucha presión la olla!

 

-Ahora la bajo.

 

-¿Y si explota? Los toques fueron mucho más fuertes que los del cartero.

 

-¡Se le aproxima un corredor en la curva final, amenaza con pasar a Juantorena! La gente comienza a aplaudirlo y darle ánimo como si se encontraran en el estadio de Montreal, la olla suena con más fuerza, celebrando también la carrera, los toques de la puerta son más insistentes.

 

-¡Qué peste a mierda! Protestó uno de los presentes.

 

-¿Y tú cagas con perfume? Le respondió Alicia sin despegar la mirada del televisor.

 

-¡Juantorena mantiene su paso, corre con el corazón y no permite ser alcanzado! ¡Juantorena se aproxima a la meta! ¡Juantorena gana e implanta un nuevo récord mundial! Todos saltaron en la sala, gritaron de alegría, la hija de Alicia lo hacía sin parar, la china le metió las manos entre el culero y agarró un poco de mierda, se la llevó a la boca. Los golpes de la puerta fueron más fuertes y la vieja se desvió a la cocina, apagó la hornilla de los frijoles. Ana abrió.

 

-Tengo dos pollos para vender. Le dijo Mirna.

 

-Mirna vende dos pollos. Le dijo Ana a Alicia.

 

-Mirna vende dos pollos. Le dijo Alicia a Esther.

 

-Mirna vende dos pollos. Le dijo Esther a Felicia.

 

-Mirna vende dos pollos. Le dijo Felicia a la vieja.

 

-¿Por qué no los compras?

 

-Porque estamos a veinte.

 

-Porque mi marido no quiere que compre nada por la bolsa negra.

 

-Porque si los compro ¿qué comerán los hijos de Mirna?

 

-Porque estamos a veinte.

 

-¡Si no los compras tú, los va a comprar otro! No se puede andar con esos sentimientos, la carrera dura de verdad, la que hay que vencer, es ésta que tenemos aquí. Vamos a dejarnos de comer tanta mierda, las niñas no comen medallas, nosotros tampoco. Hubo silencio, Yolanda aprovechó que la puerta estaba abierta y entró sin pedir permiso, no hacía falta, era la presidenta del Comité y tenía el defecto de considerarse parte de la familia.

 

-Y tú, ¿qué haces aquí?, yo te imaginaba marchando y preparándote para defender la revolución.

 

-¿Yo? ¡Alicia, por Dios, tu hija se cagó!

 

-¿Quién ganó la carrera? Preguntó Alfredo cuando salió del baño.

 

-Deberías demorarte menos cuando uses el baño con tu mujer, hace más de una hora que me estoy orinando. Protestó Esther.

 

-¿Y no marchaste? Le preguntó Yolanda a Ernesto.

 

-No, hoy corría Juantorena. Mirna está vendiendo dos pollos, ¿te interesan?

 

-¿A cuánto? Yolanda revisó el monedero para comprobar el dinero que cargaba consigo.

 

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2009-08-28





 

 

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