Visitas recibidas en la Peña

viernes, 29 de marzo de 2019

LA HABANA SE MERECE UN CASIN



                            LA HABANA SE MERECE UN CASIN





Cuando el amor bate alas, el alma despega y vuela, lo hace desesperado hacia un punto indefinido. Es caprichosa, pero el alma puede ir y venir sin que nadie la detenga, es uno de los pocos privilegios que conserva el cuerpo. El se mantiene cautivo, ella anda libremente sin que nadie pueda reprimirla. Regresas frecuentemente y sientes temor a manifestarlo, son sentimientos de debilidad que no deben manifestarse en público. ¡Ojo! El dolor atenta contra la virilidad en esa angustiosa competencia del ser humano para probarse y encontrarse a sí mismo. Las lágrimas están prohibidas, son síntomas de debilidad, y cuando lloras, es una demostración de ancianidad. Entonces, las canas tienden un manto neblinoso sobre la hombría, como si la vejez te privara de ella luego de ser cultivada durante toda una vida.

Escapas en esos instantes de flojedad y te das un salto por La Habana, pero esos viajes fortuitos de la memoria, te la muestran irreal, como la viste, como no existe, pero el viaje te reconforta, tuviste un encuentro fantástico con los tuyos. Hablas con ellos, bebes, bailas, cantas, sueltas un piropo grosero cuando te pasa un culo escandaloso a pocos metros de la cara. Todos ríen y luego regresa el silencio, solo unos minutos, el tiempo necesario para pasarnos la botella y empinarla a pico sin complejos. Sientes deseos de orinar y caminas cuadras y cuadras con la tortura de una vejiga que revienta. Solo encuentras un baño, te levantas y orinas, te detienes un segundo frente al espejo y compruebas que solo tú has envejecido, regresas y continúas el viaje, ellos tampoco han notado tu vejez.

Después de aquella borrachera deciden recorrer ciudad, nadie sabe qué parte de ella. Te revuelcas dentro de sus pestes que hoy encuentras de un aroma agradable, todo es familiar, el bache mayor de edad, los tanques de basura desbordados de lo que realmente no se puede reciclar, huyes del perro amargado y hambriento, no sientes pena por el animal. Caminas por el centro de la calle tratando de esquivar el pedazo de balcón inconforme con el papel que le fuera destinado, realizas esa marcha confiado de que nadie te pueda atropellar, evades un pelotazo, quizás el jonrón de un futuro campeón. En el quicio de varias puertas los vecinos se mantienen atentos a cada jugada, con ellas se les escapa la vida. Isabelita es apenas una niña, su pecho carece de senos, olvidas de quién es hija, ha permanecido sentada en el mismo sitio dieciséis primaveras. Haces un alto y recuerdas que te escribe desde Europa, sus naves viajaron bien lejos, te dijo que hablaba en griego o italiano, olvidas que fue en francés su última despedida.

Huyes del malecón tan ardiente cada mañana y te refugias en las sombras refrescantes de El Patio, Floridita, Sevilla, Las Cañitas, El Conejito, pides un Mojito tras otro. Hablas sin parar con otros parroquianos, nadie se conoce, se presentaron después del tercer trago. ¡Mucho gusto! Todos nos gustamos ebrios, somos simpáticos, ocurrentes, inoportunos, dicharacheros, solidarios, valientes, comunicativos, analíticos, críticos, expertos, miles de batallas contra molinos de viento pesan sobre nuestras espaldas. Somos amables si la borrachera es buena, somos cualquier cosa, somos nosotros, celosos y agresivos, somos la manifestación de lo falso. Luego, cuando el hígado logra destilar la última gota de alcohol, cuando nuestros dedos tocaron fondo en los bolsillos, cuando somos presa del ratón, deprime una realidad que se aleja demasiado de aquel mundo maravilloso creado por mentes etílicas. En medio de nuestra sobriedad retrocedemos todos los pasos andados por la felicidad y aún otros pocos metros de más. Nada nos detiene y reincidimos, porque cada borrachera en esa Habana nauseabunda y paralítica, cada columna es una historia que se derrumba, cada acera el trayecto perdido de sus vidas, cada techo el abrigo de las penas que la abruman. En medio de nuestros egoísmos y vanidades, vanos orgullos que avergüenzan sepulturas, el habanero arrebata del fango y la peste todo el inmaculado encanto que se resiste morir, es necesario ser habanero para comprenderlo.

Otro día, o noche quizás, cambias el rumbo de aquellos paseos que muchas veces realizas confundido con los gorriones. Los miras y te apiadas de ellos, sus saltitos tan simpáticos no han cambiado, nunca escaparon, tratas de comprenderlos y contagiarte con su alegría, saltas también. Entras a una de aquellas deplorables posadas, el tiburón se moja pero salpica, te invade la mente y metes las manos en tus bolsillos, tocas, entras. El colchón manchado de esperma que dio vida a muchos compatriotas, patriotas tal vez, héroes, poetas, espías, artistas, deportistas, cobardes, gente que luego se convirtió en famosa. Allí reposan las huellas del himen de sus hijas o nietas atravesadas por la punta afilada de un muelle. Todo se encuentra cuidadosamente oculto por un trozo de tela que una vez fuera blanca, color de la pureza, candidez, infancia, inocencia. Pero era de otro color, una tonalidad creada por el roce de los años y su moralidad impropia, acre, amarga, vulgar, promiscua, sucia. Y en medio de ese viaje asqueroso logras filtrar encantos escondidos o prófugos de un mundo del que escapaste o te arrebataron. El gemido exagerado en el cuarto vecino, la botellita de agua encima de una ridícula mesita de noche, las rendijas en ventanas y puertas que buscas con la lupa de Holmes, el bombillo forrado con alambres, el calor, la sed, el sudor, el desespero, el clímax animal, ausencia del verso, el inodoro lleno de mierda y luego, la mirada fija en el techo. Aquí estuvo Pepito de Luyanó, lees entre letras escritas con fósforos y compruebas los kilómetros de distancia hasta Villa América. Ríes sin ganas mientras continúas cada mensaje, tratas de ganar tiempo y esperas a que el sudor se seque, hablas, hablan de temas incoherentes, el posadero que toca tu puerta, evades los problemas que puedan provocar impotencia. El acto se repite y marchas, descubres un mundo que esperaba por ti haciendo cola, un universo que justifica la eyaculación precoz, la insatisfacción con las piernas abiertas, no hace falta repetir la aventura.

Casín desea unirse a uno de mis viajes, él parte para el Diezmero, yo lo hago para Alamar, lo veo salir apurado, le urge regresar rápido al Vedado, debe trabajar en una novela, una película, una aventura, una obra de teatro, eso creo. Estoy unas horas en la casa, invento una maniobra en el puerto para justificar mi salida, acordamos encontrarnos en El Pico Blanco, nos gusta el feeling. Disfrutamos de las interpretaciones de José Antonio Méndez, Ela Calvo, Frank Emilio estaba ese día. Comimos en el Polinesio y después partimos para el Capri, esa noche tocaban Los Dadas, nos divertimos mientras nuestras miradas se perdían viendo bailar a La Niña, La Pinta y La Santa María, que de santa no tenía nada, dicen que hoy viven en Barcelona. Anduvimos por un zoológico donde los leones son vegetarianos y los animales disidentes se declararon en huelga de hambre. Montamos los aparaticos de Jalisco Park, merendamos en El Carmelo y luego fuimos a los funerales de Juancho en la funeraria de Santa Catalina, las flores se las compramos en la florería Tosca y los carros los cuadramos con unos socios de la ANCHAR. Del entierro nos fuimos para un concierto de Silvio, allí le dije, debes abstraerte, verás como encuentras miseria dentro de la poesía. Regresamos agotados, lo viajes en aquellas guaguas atestadas nos sacaron de un terrible espanto, paraíso del jamonero o carterista, la tristeza del aire contaminado por las ansias de ese algo desconocido nos abruma, pienso cansado.

Orlando Casín se escapó del libreto, aquí puede hacerlo, está permitido un margen a la improvisación. Lloró con esas lágrimas que conmueven y contagian, lo hizo ante cámaras que vendieron esas gotas saladas y amargas al mundo. Siempre pensé era mayor que yo, en realidad lo es, pero solo dos años. La pantalla tiene ese don de proyectarte más alto, gordo, viejo, serio, cómico, más sincero cuando tal vez solo sea un disfraz. Tiene la misma gracia del espejito de la bruja de Blanca Nieves, pero en este caso siempre miente. Orlando rompió esa magia y logró presentarse tal cual, como es, arrastrando su erre y creyendo haber superado el defecto con la operación de un simple frenillo que nunca sirvió para contener sus sentimientos. Lloró con la valentía que pocos hombres muestran cuando se desprenden de su máscara, la careta del hombre infecundo y testarudo que se hunde en el orgullo e insensible macho. Se cansó de mis viajes astrales por una tierra detenida en el tiempo con sus tumbas profanadas y niñas putas, poesía falsa y patriotismo rancio perdido entre consignas insípidas por cada pared derrumbada.

Casín desea regresar un día y actuar para su pueblo en la televisión cubana aunque fuera gratis, lo hará, estoy convencido. Ese día, comprobará el alto valor de su arte, porque la vida es un duro mikimbin, donde solo un verdadero artista como él es capaz de arrancar una sonrisa. No te avergüences por esas lágrimas querido Orlando, menos por los que consideren encontrarse en la cúspide de una montaña y no se puedan apartar del guión, y solo puedan trasmitirse de manera diferida, editada, sin errores ni faltas, los que no se pueden apartar un instante del papel protagónico y mostrarse tan humanos como tú has sabido hacer. Tú eres mucho y ese pueblo no se encuentra solamente en aquella orilla protegida por el malecón, ese pueblo te pertenece porque le diste mucho de ti, ese pueblo está disperso por el mundo y su malecón se extiende hasta Europa o África, poco importa. Irás querido Orlando, actuarás y recibirás los aplausos de quienes sobrevivan la mala memoria. Luego, regresarás nuevamente por inadaptado, el paisaje que encontrarás es diferente, distinto el lenguaje y su gente. Será una desgracia inocultable, pero una semana bastará para matar el gorrión que llevas dentro. Debes regresar, La Habana merece un Casín. Un Casín se merece esa Habana con sus fantasmas y pestes, para comprenderlo solo es necesario una cosa, ser habanero y amarla por sobre todas las cosas, porque La Habana querido Orlando, la que conocimos y adoramos, esa, desgraciadamente es nuestra Atlántida, solo existe en nuestros corazones y memoria.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2007-12-09 


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miércoles, 27 de marzo de 2019

UN DÍA REGRESARÁN LAS GOLONDRINAS


                  UN DÍA REGRESARÁN LAS GOLONDRINAS





Cuento infantil para tiempos de guerra.


Varios remolinos adornan la calle principal, enormes chorros de polvo los alimentaban desde las bocacalles. Olas de hojas resecas y basura danzan dulcemente al compás de una armónica ventisca que obliga cerrar los ojos, no sé si algún instante los tuve abiertos. Sentía que avanzaba desesperadamente, como esperando el asalto de cualquier bache, esquivaba con maestría raíces fugitivas de la prisión a la cuales el tiempo sometiera. Las aceras eran discontinuas, aún así, presentí que aquel paisaje fue conocido por mí y nada me detuvo. Buscaba entre muros y columnas destruidas el origen de muchos sueños, el aleteo y sonrisa fresca de muchas golondrinas. Puede que el ensordecedor ruido producido por el viento opacara aquellas risas que una vez existieron.

Nada detuvo mis pasos y me defendía de una densa bruma cargada de angustias, imágenes vagas que se van borrando entre gigantes helechos. El flamboyán se encuentra allí, pero no está vivo, continúa siendo el faro de entrada al pueblo. Muestra con vergüenza todo su esqueleto, conserva en su tronco el eco de tantas espaldas que una vez se acomodaron a su sombra. Me acerco y veo varios corazones grabados a punta de cuchillas, reconozco algunas firmas, varias sangran todavía. Cae una flor a mis pies, busco en todo su universo y no encuentro otra, se desvanece entre amorosos susurros. ¿Habrán pasado por aquí? Una lágrima corre por mi mejilla, supongo provocada por algún cuerpo extraño, no puedo hacer nada, tengo las manos y el alma sucia.

Va pasando la tormenta, poco a poco se disipa aquella sinfonía infernal y mi vista se levanta en busca del parque, el único parque de mi pueblo, y dentro de ese parque busco un viejo banco. Veo que existe también, algo inclinado, le faltan tablas, anciana figura testigo de pocas palabras y una promesa incumplida. Ella está allí sentada, la pureza de su palidez contrasta con el bosque lúgubre de su entorno. Aquellos ojos azules como el cielo en su ocaso me miró inquisidoramente, un fuerte temblor recorrió cada rincón de mi cuerpo. No pude apartarme de ella, vestía de escolar, como la última vez que la vi, con la misma edad, yo no había envejecido. Ella se esfumó con una ráfaga de viento. Me acerqué al banco y junto a él encontré una boleta de pasaje, supe entonces cuan tarde había llegado.

Desconcertado, mi vista trató de encontrar la vieja estación de trenes, descubrí el esqueleto de acero oxidado perteneciente a una vieja fortaleza. Un vagón detenido junto al andén no pudo partir en su último viaje. El fantasma de un perro descendió por la escalerilla delantera, inclinó su cabeza hacia el cielo, no me llegaron huellas de su aullido. Los álamos del parque reposaban su eterna siesta junto a la fuente, giré mis pasos nuevamente hacia la calle principal hoy convertida en guardarraya.

Se calmaba el viento y aparecían ante mi vista portales apuntalados por los años. Rostros mutilados de rasgos humanos ocuparon en monótonos movimientos sus asientos, se disponían a esperar como siempre hicieron a la sombra de sus promiscuos espacios.

Luisito se encontraba balanceándose al lado de su madre, hoy resultaba más bajo de estatura, tuvo que ser la obesidad inmoral. Parecía una vieja morsa encanecida, su cara conservaba ese brillo sucio del trópico, el del cuerpo que ha vencido días sin contacto con el agua. Llegué a saludarlo con la esperanza de que me reconociera y se levantó ayudado de un bastón al verme. Me ofreció aquella mano tan sucia como la mía y de su boca me llegó un hálito mortecino, hubiera sido preferible que hablara por señas. Salió a la luz todo el alcohol ingerido por siglos y el olor de su cuerpo era rancio, como el de cualquier producto vencido. No podía distinguirse si se encontraba vivo, era asquerosa y repulsiva su presencia, pero tan amistoso y jodedor como siempre. Su madre continuó sentada en otro sillón, conservaba los mismos espejuelos con cristales fondo de botella de los ochenta, pero estaba totalmente cubierta de polvo. La mujer de Luisito la sacudía con un plumero de la misma manera que hiciera con cualquier mueble, parece que nunca la movían de allí cuando llegaban esas tormentas. Su aspecto era repugnante, costras agrietadas de tierra cubrían toda su cara, era mucho más baja que Luisito y sus pies no llegaban al suelo. Conservaba el mismo vientre inflamado y aquella mirada escurridiza cargada de rencor. La mujer de Luisito le limpiaba con un trapo los anteojos. Su primer movimiento fue similar al de un cuervo, se detuvo por segundos vigilando los portales vecinos, luego repetía aquellos breves recorridos infinitamente.

-¿Esa es la pura? Fue una pregunta ingenua, Luisito me dio la espalda y la observó de pies a cabeza.

-La misma que viste y calza, manón, ¿Todavía te acuerdas de ella?

-¡Claro! ¿Quién pudiera olvidarla con tus cuentos? Sonrió con malicia, sabía que la gente disfrutaba mucho con sus pícaras narraciones y cualquiera podía ser blanco de ellas. 

-¿Cuáles?, ¿de cuando era chivata? Aún lo es. Aquí permanece las veinticuatro horas del día, en ese sillón come y caga. Siempre habló así de la vieja.

-¡Ya! Recuerdo perfectamente todos los líos de cuando era presidenta del comité.

-¿Era? Te equivocas manón, la vieja lo sigue siendo. A ella la van a arrastrar cuando caiga esto.

-Pero si esto ya cayó Luisón, mira a tu alrededor.

-¡Ni se te ocurra decirle eso! ¡Mira! Mejor habla bajito, habla de pelota.

-¿Qué es de la vida de tus hijas?

-¡Escaparon, asere! ¡Libraron!

-No lo sabía! ¿Para dónde?

-Una vive en México y la otra en España.

-¡Qué lejos, ¿y la vieja que dice de todo esto?

-Lo de siempre, que son gusanas. Pero luego se calla cuando le digo que las chamas son las que mandan el dinero y por eso ella está viva.

-¿Y qué puede chivatear ahora? No veo razones por ninguna parte. Todo es destrucción.

-Quién sabe, puede que por oír, porque de hablar, eso no lo hace nadie. ¡Mira el silencio que hay! Justo en ese instante comenzó a oírse fuertes martillazos en una de las casas de la acera contraria. Involuntariamente desvié la mirada hacia aquel punto y me encontré con una anciana sentada en su portal.

-Parece que están reparando algo los vecinos, esa es buena señal. Dije por llenar el vacío, simple cumplido.

-Allí no reparan nada, esos martillazos se repiten desde hace veinte años. Me explicó con mucha tranquilidad.

-¿Y aquella vieja quién es? Razones me sobraban para expresarme así de aquella triste figura. Eran los residuos de lo que un día fuera una mujer, aún persistían rasgos en su cuerpo que delataran fuera bien formado mucho antes.

-¿Vieja? Esa mujer es muchísimo menor que tú. Aún no me explico cómo te conservas tan joven.

-¿Quién es? 

-Es la hija de Ramoncito, ¿te acuerdas de ella? Luisito me obligó a un esfuerzo sobrehumano, el nombre del padre resultaba familiar a mis oídos.

-¿Ramoncito, el del bote?

-¡Exacto! El mismo que viste y calza, veo que tienes buena memoria.

-Pero la hija es un desastre, ¿ésta es aquella rubia riquísima?

-Teñida manón, teñida, que de rubios no tienen ni una comilla.

-¿Y Ramoncito está vivo?

-¿Pero no te enteraste?

-No sé nada de él desde hace mucho tiempo.

-Pues esa es la causa de esos martillazos, el chamaco de él se volvió loco y con mucha razón, ¿te acuerdas de la lancha que él tenía?

-¡Claro que me acuerdo perfectamente!

-Yo lo sabía, muchas veces que se fueron a pescar juntos. Pues un día lo chivatearon y le decomisaron la embarcación.

-¿Y qué relación guarda con el chama?

-Pues Ramoncito hizo una balsa con un socio y un día volaron por el espigoncito, ¿te acuerdas de él?, ya no existe, ya nada existe, solo lo que puedes ver.

-Entonces, ¿el chama se volvió loco porque el padre lo dejó?

-Nada de eso que imaginas, embarcaron los tres. Cuando ya se encontraban fuera del alcance de la costa fueron sorprendidos por un temporal. En ese mal tiempo cayó Ramoncito al mar y fue devorado por los tiburones ante la mirada impotente de su hijo. Más tarde cayó su amigo y corrió la misma suerte. Después, el mal tiempo regresó la balsa a la costa con el chama de Ramoncito a bordo, ya debes imaginar el trauma. Desde entonces se encuentra construyendo otra balsa, pero si te llegas al patio comprobarás que solo posee cuatro tablas. Mucha gente se largó después, pero nadie quiso cargar con el fiñe. Ya sabes, mala suerte.

Un largo silencio acompañó la terminación de aquel breve relato, viajé con los años y me senté con Ramoncito en la sala de mi casa para ver la novela brasileña antes de salir a pescar. Una botella de ron sobre la mesa, no se podía sugerir partir antes. La novela era sagrada para los hombres vencidos por aquella batalla contra el machismo. Al principio me encabroné, pero luego, aquella acción repetida tantos días y años, me convirtió en un novelero más. Después de terminado aquel sagrado horario, solo violado por un discurso del dueño de la isla, era que salíamos caminando cargados de avíos a lo largo de la acera del vivero. Cruzábamos el río y burlábamos mangles hasta llegar a la embarcación de Ramoncito. La arrancada era todo un homenaje a la desconfianza, vencer la telaraña de cadenas y candados tomaba su tiempo, y luego, ¡quién pudiera explicarlo!, no podíamos alejarnos del alcance del reflector del cuartel. En el área de oscuridad podían dispararnos. Casi siempre llevábamos a nuestros hijos, al mío y al que hoy martillaba esquizofrenicamente. Aquella noticia me partía el alma. A Ramoncito se le escapaban los ojos frente a mi televisor a color, casi nadie los tenía en la isla. La puerta del balcón abierta y la botella de ron sobre la mesa.

-¡Claro! Mala suerte. Se me escaparon esas palabras con algo de vagancia..

-Ya sabes, la gente es muy creyente.

-¿Creyente? Pero si nunca creyeron ni en las madres que los parió.

-Pero los tiempos cambian, manón, y el chama podía traer mala suerte.

-¿Y la tuya es buena?

-No tan buena, pero escapo.

-¿Se ha mudado la gente?

-No se han mudado asere, han volado, que no se escribe igual y suena diferente.

-Juanito, ¿sigue viviendo en la misma casa?

-¿Juanito? Voló detrás de ti, allí vive su chamaca, ¿te acuerdas de ella?, está cargada de hijos. Señaló hacia uno de los portales vecinos.

-Esa fiñe era divina, ¿y la mujer de Juanito?

-Voló también, pero no con él. El socio se olvidó de toda la familia, la mujer se volvió a casar sin divorciar con un ex preso político, y ya ves, es una mujer de éxito, la chamaca sobrevive gracias a eso.

-¿Y Armando, no ha volado?

-No, si supieras, ¿te acuerdas que la mujer estaba loca por irse al carajo?, pues el tipo nunca tuvo huevos de hacerlo, sabes a qué me refiero, a eso de comenzar desde cero.

-¿Y su hija?

-¿Magdalena? Ahí está, hecha una vieja. Me partió el alma oír a Luisito, me picó muy cerca. Me trajo a la memoria la primera discusión con mi hija y mi esposa, ellas estaban acabadas de salir de la isla. Era como si todo se hubiera embrujado por allá, hasta la mente de los seres humanos, ¿pero de millones? Nunca podré olvidar aquella discusión, ocurrió hace muchos años también.

-¿Y qué es de la vida de Magdalena? Pregunté a mi esposa con la misma curiosidad mostrada por todos, nada especial, bueno, sí tenía de especial que era la hija de mi mejor amiga.

-Magdalena está de lo mejor, es novia de un español que la atiende muy bien. Me respondió mi hija sin maldad alguna.

-¿Un español? Cuanto me alegro, ¿y los padres están de acuerdo con esa relación?

-¡Claro que sí, pipo! Están escapando. El tipo es chévere y hasta duerme en la casa.

-¿Y que edad tiene el gallego? Insistí nuevamente, no sé, siempre me ha picado la curiosidad.

-¿El gallego? Hubo un espacio de tiempo antes de recibir la respuesta. -Yo creo que el gallego anda muy cerca de los setenta años, pero si supieras, se conserva muy bien y dice que va a sacar a Magdalena de Cuba. Resultó infantil la respuesta de mi hija. No puedo calcular hasta qué punto me invadió la ira, ellas tampoco se daban cuenta de lo que decían. Les observé tanta ingenuidad al decirme aquellas palabras y no pude contenerme, exploté.

-¡Cojones! Eso es prostitución, Magdalena es jinetera, ¿cómo carajo me van a decir que a una chamaca de diecinueve años le va bien con un viejo de setenta? Ambas enmudecieron y guardaron silencio ante tan repentina y violenta reacción de mi parte.

-Andrés es buena gente pipo… No la dejé terminar, nadie puede imaginar la indignación que se siente al oír aquello. La mentalidad de mi familia se encontraba afectada también por los cambios del tiempo.

-¡Buena gente ni cojones! Ese viejo es un hijo de puta que se está aprovechando de la miseria en que están viviendo, y el padre de Magdalena es un maricón, ¡coño! ¡Métanselo en la cabeza! ¿Cómo carajo voy a permitir que un tipo de esos viva en mi casa con mi hija? Hubo un silencio profundo y ellas nunca se atrevieron a tocar nuevamente el tema en mi presencia. Pasarían dos años cuando el padre de Magdalena se reunió con nosotros en Montreal, nunca le propuse que desertara porque el que tiene ideas de hacerlo ya lo ha pensado miles de veces antes de abandonar la isla. Sabía perfectamente que yo le daría albergue y que no pasaría ninguna de las calamidades que me tocó vivir. Pero le faltaron huevos, claro que hay que tener huevos para abandonarlo todo y comenzar desde cero. Me contó con más ingenuidad que la mostrada por mi mujer e hija que, andaba con la foto de Magdalena enseñándosela a los estibadores de los puertos donde atracaron. El padre de Magdalena aspiraba escapar de la isla al precio de la venta de su hija. Sentí verdadero asco con su presencia, y les digo algo, he omitido los nombres de los personajes, pero estoy convencido que en un futuro, su esposa e hija se verán identificadas en este trabajo y me darán toda la razón.

-Magdalena es hoy una vieja. Nunca pudo volar, no tuvo suerte con ninguno de los extranjeros que vivió en su casa. ¡Ya sabes! Esos gallegos se estaban jamando un caramelo, ¿no vas a pasar por su casa? Me expresó Luisito y salí del mutismo que me invadiera con aquellos pensamientos.

-Por supuesto que no, no tengo cara para llegarme hasta ellos, no a ellos, a su mujer que era como una hermana para mí.

-Sólo puedo decirte que es una ancianita.

-No te imaginas cuánto dolor siento. Hubo otra pausa de silencio y sentí más que nunca el olor acre que escapaba de su cuerpo.

-Pero eso no es nada, ¿quieres que te hable de la suerte de José y su familia? ¿te acuerdas de él, el que se quedó en Holanda? ¿O te hablo de Eddy, el que se quedó en Francia? ¿O de Amarilis, la que se casó y vive en Japón? ¿O de Mercedes, la que voló hasta Namibia? ¿Y ya sabes que Laura vive en Bolivia? Volaron, manón, se fueron todas las golondrinas, nadie sabe cuándo regresarán. ¿Te hablo de Gise? En ese momento lo miré fijo a los ojos y se detuvo en su resumen.

-De Gise puedo hablarte yo y no guarda relación con nadie de los que has mencionado, son otros tiempos. Diferentes vientos soplaron entonces y en esta calle no se formaban estos remolinos, ni los padres aceptaban que las hijas vendieran sus cuerpos bajo el mismo techo. ¡Alto ahí, manón! Hay abismos que esas nubes de polvo te impiden ver y distinguir. Ni se te ocurra abrir la boca para hablar de ella, ¿qué puedes saber de sus angustias, de tantas trampas y dinero perdido, qué pudieras saber de los sacrificios de su esposo, de las millas y fronteras vencidas hasta lograr ese encuentro? ¡Por favor! Creo que es mejor guardes silencio. No todos los hombres y mujeres son iguales. Hay muchos que son dignos de admirar y pagaron un precio muy alto por su libertad. Tanto que esa libertad tuvo el valor de sus vidas.

Luisito guardó silencio y ayudado del bastón se dirigió hasta el sillón, se sentó junto a su madre que ahora realizaba giros con el cuello superiores a los ciento ochenta grados, parecía una lechuza gigante. No sentimos ninguna alegría por nuestro encuentro.

Una manga de viento se apoderó de nuevo de los restos mortales de aquella calle. Se levantó de inmediato otra nube de polvo, la misma que se sucedía cada día de todos los años. Luisito permaneció inmóvil en el sillón junto a su madre. Apenas se distinguían los ojos de la vieja, continuaba girando su cabeza a todos lados, una mueca macabra se observó en sus labios desfigurados. 


Quién pudiera adivinar si repetían alguna consigna revolucionaria, aquellas futuristas y prometedoras que terminaron por sumir a la gente en este profundo e infinito letargo, ¿quién pudiera adivinarlo? Tal vez sus labios pudieron estar cargados de maleficios, sólo la vieja lo sabía. Allí estaba ella, condenada en su sillón con aquellos horribles espejuelos con cristales de culo de botella y su lengua cuarteada y reseca que nunca se detenía.

Sentí espanto y escapé sobre mis pasos, llegué hasta el flamboyán que sirvió alguna vez de faro. Ha sido la única vez que he sentido terror, ese miedo indiscutible que se siente cuando se regresa al pasado y no encuentras huellas de él. Es como si nunca hubieras existido en el espacio y todo se convierte en una inmensa nube de mierda. Porque esa ha sido nuestras vidas, lo compruebas en esos regresos fortuitos que solo brinda la memoria. 


Pasé junto al parque y no me detuve, allí se encontraba el banco y ella sentada, esperando. Entré a la vieja estación y encontré entre sus restos que solo permanecía intacto su baño, ironías del destino, pensé cuando pasé a su interior. En una de sus paredes colgaba un viejo espejo y cuando la invasión del miedo se detuvo me acerqué a él. Yo era un viejo, el tiempo había pasado y solo me conservaba joven en la memoria de Luisito, nunca había recibido una fotografía mía.

 Permanecí con la mirada fija al techo en busca de un nido quizás, no lo encontré, pero me dormí pensando que un día las golondrinas regresarán.


                         Esteban Casañas Lostal.
                         Montreal.. Canadá
                         2004-08-21


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jueves, 21 de marzo de 2019

EL TRAFICANTE


                                                EL TRAFICANTE





Compartir con todos cuando voy a Miami es casi imposible, entre semana la gente se encuentra ganándose la vida y cuando llegan los días de descanso, todos desean acapararme. No es que sea importante, es que son demasiados los familiares y amigos, siempre se queda alguien con esos deseos y al partir siento pena.

Ese sábado ya había cumplido un compromiso y quise pasar unas horas en casa de mi prima Cuca. La llamé por teléfono y me dijo que enviaría a su marido por mí. A ella no le decían así en Cuba, mi abuelo le ponía apodo a todos sus nietos y en su caso le tocó el de "Negra", debió haberlo hecho por el color de su piel canela. Yo le puse Cuca desde la primera vez que nos encontramos en Miami en el 95, fue por aquella obra de teatro llamada "Cuca la balsera", porque mi prima era eso, una balsera, lo es, digo yo.

Fue en casa de otra prima por parte de padre, cuando la vi por primera vez desde hacía un millón de años, era así en la isla, nos pasábamos muchos años sin vernos y coincidíamos solamente en los velorios, la última ocasión fue en la funeraria de Guanabacoa en el velorio del tío Fausto.

Cuca conservaba mucho de la belleza que siempre la había acompañado, pero sobresalía ese carácter jodedor que poseyó desde pequeña. Debo decirles que por donde ella pasaba paralizaba el tráfico, no era una mujer alta, más bien pequeña pero todo cronometradamente distribuido. Su carita era la de una muñeca, una perfecta dentadura que invitaba a ser admirada en cada sonrisa. Su pelo negro como el azabache y largo hasta la cintura, era la locura de todos los hombres que la miraban, le llegaba hasta las mismas nalgas, lacio y suelto a voluntad del viento. Su cuerpo podía despertar el apetito de cualquiera, era bella mi prima.

Ese día llegaron en un cacharrito que le habían regalado, hacía solo unos meses que se encontraban en Miami. Yo estaba en el patio compartiendo con varios de mis primos por parte de padre, era la primera vez que los veía y yo era el único primo que conocían, los demás están en la isla, yo era el homenajeado.

-¡Coño qué viejo te has puesto! Fue su saludo en pequeña ráfaga disparada a boca de jarro mientras me abrazaba, saludé a su marido y al niño que no conocía.

-Los años no pasan por gusto, pero no olvides que yo soy más viejo que tú. Le contesté y me dispuse a presentarles a toda la familia. Al rato le dediqué toda mi atención y me interesé por su salida de la isla. Mis otros primos le prestaron la misma atención y es ahí donde nace Cuca la balsera.

-Ay mi primo, no es fácil, tú debes saber que tuve varios intentos de salida ilegal del país, siempre nos agarraron y nos metían presos, me salvó la campana el último intento. Fue una introducción mientras rebuscaba recientes recuerdos en su memoria.

-No creo que haya sido fácil lanzarse al mar en una balsa con un niño de nueve años. Le manifesté para darle aliento a continuar.

-Mira muchacho, yo no sé ni cómo carajo construimos aquella balsa y menos aún cómo flotaba. Nos pusimos de acuerdo un grupo y tú sabes cómo es eso en la isla, no hay materiales para nada. Unos traían clavos, otros una tabla, una cámara de camión que se robaban, en fin, cuanta mierda aparecía tenía un valor increíble, hasta que estuvo armada nuestra nave. No quiero narrarte el trabajo que pasamos para transportarla desde el Cotorro hasta la playa del Chivo, pero eso no fue lo peor, lo más difícil fue lanzarla al agua y para eso nos ayudaron mucha gente. Por suerte estaba autorizado largarse al carajo y los policías no se metían en nada, eso si, los hombres tuvieron que ponerse duros porque mucha gente intentaba embarcar y no había espacio para tantos, suerte que mi marido llevaba un machete por si las moscas. Así logramos hacernos a la mar después de arrojar al agua varios trabajitos de santería para que nos diera suerte. Hizo una pausa y bebió algo de la cerveza de su marido que permanecía en silencio a su lado.

-Y tú, ¿no tuviste miedo? Le pregunté al chamaco que estaba a mi lado, me respondió con un movimiento negativo de cabeza, se mantenía tranquilo siguiendo el ritmo de la historia.

-¿Miedo? Hay mijo, ni te imaginas las cosas de este cabrón.- Respondió mi prima.

-Lo que no puedo explicarme es, ¿cómo rayos lo dejaron embarcar en una balsa?, es un niño, ¿no?

-Mi primo, él es un hombre, yo los vi embarcar de brazos y la policía no decía nada, eso era lo que tenían orientado, me imagino, sabe Dios cuántos quedaron en el camino.

-¿Y no tuvo miedo?

-¿Miedo? Mira, muchacho, cuando ya la costa estaba perdiéndose de nuestras vistas, se desató una marejada que ni te cuento, la que sintió terror fui yo. En eso, un médico que iba con nosotros se pone a vomitar el pobre, no paraba de hacerlo y temí lo peor. Bueno, en una de esas dice el médico  ¡Caballeros vamos patrás,no aguanto más! ¿Qué tú piensas se le ocurrió decir a este cabrón?

-Ni me imagino, tal vez tenía deseos de regresar también.

-Que poco lo conoces, se paró en medio de aquel bamboleo intenso y gritó con todas sus fuerzas, ¡Patrás ni cojones, pa la yuma coño!, de verdad que me asusté. Todos los que seguían la narración se echaron a reír y el niño se sintió héroe, lo era, no lo dudo y hoy el médico debe estar acordándose de él.

-Compadre eres un caballo. Fue todo lo que se me ocurrió decirle mientras le pasaba el brazo sobre el hombro.

-Pues eso no fue todo mi primo, la situación del mar empeoró. En eso y atacada por los nervios quién te dice que me baja la regla, creo que se me adelantó la fecha.

-Ya sé lo que viene detrás, pero cuéntalo para que la gente lo sepa.

-La balsa se rodeó de tiburones, eran unos diez, imagínate el agua que embarcaba y la sangre que salía con esa agua los tenía alborotados. Cundió el pánico y alguien hizo referencia a lanzar a uno al agua para salvar a los demás, fue ahí cuando mi marido sacó el machete y echó cuatro cojones para calmar a la gente. Aquellas horas con la balsa rodeada de escualos fueron infinitas y el silencio nos invadió, no creo haber rezado tanto en mi vida.

-Y no calculaste más o menos la fecha antes de dar ese paso. Preguntó una argentina que se encontraba entre nosotros. Tuve deseos de mandarla más allá del carajo y decirle de paso comemierda. Pero bueno, es la ingenuidad del que no conoce aquello y el desespero por abandonarlo. Tal vez pensó que era un evento parecido a la Luna de Miel o un viaje en un crucero, creo que para ambas situaciones las mujeres se tomen el trabajo se hacer sus cálculos. Pero coño, para lanzarse a una aventura como aquella no se piensa dos veces, solo hay dos alternativas, se llega o no se llega. Todos la miraron y Cuca la ignoró.

-Cuando apareció el barco americano nos vino el alma al cuerpo, solo entonces dejé de rezar. Nos llevaron para Guantánamo. -Bueno, a partir de ese momento supe de tu existencia en la base por Tere.

-Mi primo, en la base había cantidad de marinos mercantes que te conocían.

-No tenía ideas de que marinos se habían lanzado al mar en balsas, tienen que haber sido aquellos que dejaron fuera de la flota.

-Al menos conocí a unos diez aproximadamente.

Sentado en el portal de casa de Sonia y pensando en estas cosas mientras esperaba al marido de Cuca, veo que se parquea un minivan a la entrada de la casa y reconozco al marido de mi prima. Cruzamos los saludos de rigor y estuvimos un ratico más conversando con mi familia. La última vez que lo había visto fue el primero de Enero del 2000, ahora corría el verano del 2002. Con él venían el chamaquito que tenía nueve años cuando la escapada, ya era todo un hombre por la estatura y aunque el padre era alto el fiñe prometía superarlo. Era como si le hubieran echado abono de crecimiento en las comidas. Me presentaron a otro muchacho que vino con ellos, siempre supuse que era el traficante y no me equivoqué.

Era un muchachón bastante fuerte y solo llevaba pocas semanas en Miami, muy silencioso y serio para su edad, esperaría a tener un poco más de confianza para hacerle unas preguntas. Nos despedimos de aquella casa y al sentarme en el carro fue el traficante el que se sentó al volante y me preocupé un poco. El marido de mi prima le iba dando instrucciones y llegamos bien al edificio donde vivían, comprendí que lo estaba preparando para la lucha y en Miami es tan importante tener un auto como un teléfono aquí. El saludo de Cuca fue el mismo de años anteriores, creo que se empeñaba en hacerme más viejo o deseaba ahora ocultar un poco la obesidad que comenzaba a invadir aquel bonito cuerpo, sin embargo, su rostro conservaba mucho de la frescura de su juventud. La casa se encontraba inundada de un agradable olor a comida, esa debe haber sido una de las herencias de su madre, mi tía era una excelente cocinera.

-¡Coño qué viejo estás! Fue todo lo que me dijo mientras nos dábamos un beso.

-Chica, mira que jodes con lo mismo cada vez que me encuentras. Me tomó de la mano y me llevó hasta el refrigerador.

-Aquí están, es asunto tuyo servirte, yo sigo en lo mío de la cocina. Agarré una cerveza y abrí otra para el marido.

-Ven, te voy a enseñar el apartamento. Me fue pasando por cada uno de los cuartos y cuando llegamos al baño me mostró la lavadora recién comprada y la secadora.

-Mijo, ya no tenemos que ir al "londri", sabes el alivio que se siente. Yo la premié con una sonrisa por la palabrita en inglés que me había soltado. Tal vez no sabe hablar ni cojones, pensé, pero que sea feliz y mezcle la lengua como le dé la gana, para eso lucha, para ser como ella siempre quiso serlo. Nos fuimos para la sala y en una mesita me puso varias cosas de saladito, entre ellos unos deliciosos camarones que yo bañaba en una salsa picante. Su marido y yo hablábamos de música mientras me ponía uno que otro disco, y aunque el aire acondicionado se encontraba puesto yo no lo sentía, aún estando en camiseta. Empeoraba la situación unos muebles de estilo tapizados con un terciopelo muy fuerte que me obligaba a estar separado del espaldar, era como si estuviera sentado como un fakir en un asiento de clavos o agujas. En un momento llegó ella nuevamente.

-Mi primo, nos mudamos para un "guarejaus" más grande. Me dijo ella y fingí no saber nada.

-¡No jodas! ¡Qué bien carajo! Entonces las cosas van marchando. Dije haciéndome el bobo.

-Si, el lío es que en el otro teníamos una campana para pintar y estaba prohibido en la zona. Intervino su marido y yo me dije; Así que campana, pintura y zona, ¿no habrá sido que a media cuadra había un Gogó donde las mujeres bailan encueras? Me reí interiormente y sabía de los celos que se manda Cuca.

-Si, las cosas van marchando gracias a Dios. Intervino mi prima, pero se me había olvidado contarles que ellos estuvieron trabajando muy duro en una fábrica, se dedicaron a un oficio que nunca en sus vidas habían trabajado y lo aprendieron muy bien con la vista puesta en un futuro que ya comenzaba a brindar sus frutos. En la isla vivían del invento como todos los cubanos y siempre con el miedo latente a caer presos. Un día se llenaron de valor y se independizaron, arrancaron como todos, con la incertidumbre de perder o triunfar. Hace solo unos minutos y mientras escribo estas líneas he hablado con ellos, puedo asegurarles que triunfaron aquellos balseros.

-Cuanto me alegro mi prima, ustedes se lo merecen. Me viene a la mente cuántos sacrificios fueron necesarios para llegar hasta esto, cuánto les costaría sacar a los dos muchachos restantes de aquel infierno, esto lo conozco en carne propia y por eso lo valoro. En lo que busqué dos cervezas más entró el mayor con su noviecita, una chica cubanita también y muy agradable. Tengo que aclararles que ninguno de los tres hijos son del mismo padre, pero eso no los impide llevarse como buenos hermanos y que sean una hermosa familia. En este aspecto mi prima me recuerda a las molinesias y me río cuando pienso en ello. Los que tienen pecera saben de lo que hablo, una molinesia tiene relación con un molinés y si en lo que está en período de gestación mantiene relación con otro u otros le pare a cada uno de ellos en el mismo parto. ¡Vaya! Que no es el caso de mi prima ni ocho cuartos, ella parió uno de cada esposo que tuvo, pero por esos caprichos de la mente jodedora de los cubanos, le encuentro ese parecido y lo escribo, pero solo por joderla. 

En uno de esos instantes que quedamos solos en la sala el traficante y yo, me lancé al ataque. Debo confesar que aún conservaba rasgos de esa "rutina" que se vive en los barrios populares de La Habana, bueno, tal vez mucha gente no me entienda. La "rutina" es el "ambiente", el "aguaje", el "avance", pero con esas palabras tampoco entenderán nada, digamos mejor "guapería". No era algo muy desarrollado en él para haber vivido en el Cotorro, pero se le salía a flor de piel involuntariamente, esto no lo podrán detectar aquellos que no nacieron y vivieron en la isla. Se descubre por la manera de sentarse, mirar, gesticular, hablar, peinarse, etc. Y como ya les dije, esos síntomas eran leves y los perdería rápidamente en Miami, pero en aquellos momentos no se podían ocultar.

-¡Ven acá mi socio! ¿Cómo fue aquello cuando te agarraron preso por traficante? Levantó su mirada y me regaló una maliciosa sonrisa, yo sabía la historia, pero deseaba oírla de su boca.

-Ná, ya sabes cómo es aquello, te agarran por cualquier cosa. Fue su respuesta.

-Si, pero coño, tu madre te mandaba dinero todos los meses, creo que el suficiente y un poco más.

-Yo lo sé, pero entonces te pones pa las cosas y quieres vivir del invento, llega el momento en el cual sacas cuentas y dices; bueno, si invierto un dólar y le puedo sacar tres gano algo. Se toma una pausa y le doy la razón, yo pensaba igual que él cuando era marinero, pero el asunto es que lo suyo venía de muy lejos, era una herencia familiar porque el padre de Cuca era igual. Trabajaba de carrero en las galletas Gilda y tenía un puesto de fritas en el emboque de Regla, siempre inventaba algo que le diera unos pesos de más, hoy está muerto el viejo y lo veo sentado frente a mí en la figura del nieto.

-Como te digo, cuando separaba la plata para tirar el mes comiendo decentemente, el resto lo dedicaba a los negocios.

-Pero bueno, ¿en qué te agarraron?

-Mira, andaba yo por la calzada de San Miguel del Padrón en mi bicicleta, nervioso como es de suponer, pues en la parrilla llevaba una enorme jaba repleta. Yo no sé de dónde carajo salió aquel policía que con un silbatazo me hizo señas para que me detuviera. De verdad que lo hice por comemierda traicionado por el nerviosismo y ahí mismo caí. Era un hijputa nagüito y sabes que no hay arreglos con ellos, me pidió el carné de identidad y me dijo que abriera la jaba que llevaba. Al ver el contenido solicitó un carro patrullero y me dijo que estaba detenido por traficante.

-¿Te cagarías entonces?

-Imagínate tú, la cosa estaba en candela, llegó el carro y cargaron conmigo, la bicicleta la metieron en el maletero y no me la devolvieron nunca más. Me llevaron en cana y la vieja tuvo que mandar la plata para pagar la fianza.

-¿Por qué la vieja tuvo que mandar la plata?

-Porque la fianza la pusieron en dólares.

-Bueno, ¿y qué rayos cargabas en la jaba?

-Papel sanitario.

-No jodas chico, ¿tú me quieres agarrar pal trajín?

-Que no compadre, me llevaron preso por traficante de papel sanitario.- Por poco me orino de la risa

-Yo te hubiera llevado por contrarrevolucionario.

-¿Cómo es eso?

-Por sabotear las ventas del periódico Granma.- Ambos nos reímos y fui por otra cerveza.

Como les dije hace un ratico, hoy hablé con Cuca, pero no fue nada fácil empatarme con ella, cada vez que llamas no hay nadie en la casa, ha cambiado el número telefónico varias veces, en fin, cuando llamé me salió el mismísimo traficante.

-Oye muchachón, pásame a la vieja. Sentí cuando le dijo que era el primo.

-Mi primo, te he dejado un millón de mensajes en la máquina.

-No seas hija de puta, para empatarse contigo es del carajo y no eres capaz de agarrar el cabrón teléfono, hasta Tere está con tremendo encabronamiento.

-Primo, es que no paramos de trabajar.

-Yo lo sé, oye, te llamaba para decirte que puedes comprar mi libro en Miami, ya estoy preparando el segundo.

-No jodas, mi primo, ¿y no hablas de nosotros?

-No, vieja, ahora me voy a sentar a escribir una historia sobre ustedes que saldrán en el segundo, ¿cómo va el negocio?

-Primo marcha muy bien y te tengo una noticia para cuando vengas.

-¿Cuál?

-Nos compramos una casa en un buen barrio con "suiminpul" y todo.

-¡Coño! Hay plata entonces.

-Ya este año tuve unas ganancias por encima de los 250 de los grandes y vamos a abrir otro negocio.

-Me alegro mucho porque de verdad que han trabajado muy duro. Continuamos hablando de cosas familiares. Cuca ya formaba parte de la mafia de Miami.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada
2003-04-26


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martes, 19 de marzo de 2019

AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS



                   AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS





-¡Qué bolá Pirindingo! ¿Qué onda? Andas perdido del barrio. Se sintió acorralado de pronto, Ñico apareció como un fantasma, no pudo detectar su presencia por culpa de aquella gruesa columna. Su mirada se desvió hacia el perro interpuesto entre ellos, había sido un poodle en sus buenos tiempos, pero su tamaño exagerado para esa raza, decían que era un cruce con otro aunque dominara la lana de aquel primero. No le prestó mucha importancia tampoco a ese detalle insignificante. El animal olfateó una parte de la columna y se separó un poco de ella, pensaba. Se acercó nuevamente y levantó su pata izquierda trasera, dejó escapar dos chorritos solamente. Bajó la pata y se acercó nuevamente a la columna, olfateó otra vez y se retiró. Aquella acción había interrumpido a los dos viejos conocidos, ambos observaban como andaba con dificultad por los portales de la calle Montes, dobló a la derecha en Ángeles y ellos regresaron nuevamente al punto de partida.

-Nada hermano, recorriendo viejos parajes que hoy me resultan casi bíblicos. Por aquí anduvo el Señor antes de ser crucificado. Le respondió con voz pausada, serena, tranquila, dulce, celestial.

-¡Pérate, consorte! Dale suave, me vas a provocar un infarto. ¿De qué me estás hablando, aserecó? Terminando aquellas palabras, su vista recorrió de pies a cabeza la imagen de su amigo. Lo sorprendió aquella camisa abotonada hasta el mismo cuello, como queriendo estrangular su vena aorta, un poco inflamada. -¡Asere! Estás cambiao, se ve que ya no vives en el barrio, ¿qué te ha afectado tanto?

-¡Nada, Ñico! Solo mi encuentro con Dios, esa paz espiritual que disfrutan quienes viven en su reino.

-¡Qué bolón! ¿Permutaste pa Miramar? Tuviste que soltar un mazo, porque mi socio, no es fácil salir de este barrio.

-No, hermano, estoy viviendo en el Lawton.

-¡Oye! Están haciendo maravillas en ese barrio, porque con lo tralla que tú eras ni se te conoce. Te has superado bastante, hasta en el hablao, que es mucho decir. Mi ambia, ¿no tienes calor con esa camisa trancá hasta el gaznate? ¡La dura! ¿Dime en qué rumba andas?

-Soy embajador del Señor. Ñico se sobresaltó al escuchar la respuesta de su amigo y trató de mantener una distancia prudencial sobre su persona, como queriendo evitar cualquier tipo de contagio.

-¡Monina! Esa pincha no la agarra todo el mundo, debes estar muy bien identificado.

-Creo que no has comprendido muy bien, soy embajador de la palabra de Dios.

-¡Ñooo! Ahora sí creo en los milagros. Tú, Juan Pirindingo, viejo pinguero, chulo, traficante, jinetero, tumbador, gato, vago declarado y reincidente, ex convicto y desafecto. Tú, ¿embajador de la palabra de Dios? ¡Alabao sea el Señor, Orula, Yemayá, Changó y todos los babalawos! Ya lo veo, ya lo veo, ya lo veo… Se detuvo y buscó hacia todos lados en busca de apoyo, la gente pasaba indiferente al dialogo mantenido entre viejos conocidos, cada uno con sus jabitas colgando del hombro como un apéndice del cuerpo humano. Nadie prestó atención a sus exageradas gesticulaciones, se llevó ambas manos a la cabeza.

-Los tiempos cambian Ñico, veo que siempre estás necesitado de asistencia espiritual. ¡Mira! Te voy a leer un pasaje bíblico que puede aliviarte el alma, vas a ver que ese mismo encuentro se puede producir contigo. Con movimientos parsimoniosos tomó un pequeño y grueso libro que cargaba bajo el sobaco y lo abrió en una página que tenía marcada con un pedazo de cartón color naranja. Ojeó buscando la parte que le interesaba y luego se escuchó aquella voz angelical que tanto había sorprendido a su amigo de infancia. Mateo 25:35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; 36 estuve desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí." 40 Y respondiendo el Rey les dirá: "De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis." Hizo una pausa y observó el rostro de su amigo, éste se mantenía perplejo por lo que acababa de escuchar. -¿Y? No te resultan milagrosas esas palabras?

-¡No es fácil, no es fácil! Mateo nunca ha vivido aquí y si lo hizo era maceta, porque la dura, la verdadera, aquí nadie da ná y lo que te toca por la libreta no alcanza pa terminar el mes. Pinta a ver si encuentras un bebedero en toda la ciudad, ¡te mueres de sed, consorte! Eso es muela, truco. Si no tienes la visa no regresas, si no tienes parientes en la yuma, cero ropa para vestirte decentemente. Si te enfermas te jodiste, no hay medicina y han mandado a los médicos pa Venezuela. Y no te hablo del tanque, asere, ¡coño!, tú estuviste guardado igual que yo. Si te mandan pa otra provincia hay días visitas que no llega nadie por falta de transporte, ni Dios, consorte. Pirindingo lo comprendía y no quiso presionarlo, le cedía tiempo. Le pasó la mano por encima del hombro y ese contacto corporal de viejos conocidos hacía más humano el encuentro. Regresó a su libro mágico y lo abrió en una página marcada por otro pedacito de cartón azulado, Ñico observaba con desconfianza aquellos calmados movimientos. Buscó nuevamente y leyó.

- Santiago 2:15 Si un hermano o una hermana están desnudos y les falta la comida diaria, 16 y alguno de vosotros les dice: "Id en paz, calentaos y saciaos", pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? 17 Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma… Iba a continuar leyendo y fue interrumpido violentamente por Ñico.

-¿Hablas de Santiago? ¿Santiago el carnicero? ¿El marido de Pupa? ¡Consorte! Ese tipo es un descarao, parece mentira que te me bajes con esta trova fuera de pico. Es más, ahora mismo voy a cagarme en su madre. Ese tipo ha robao todo lo que le ha dao la gana, y no solo eso, tiene su harén de chamaquitas que pone a putear en la calle Cienfuegos. Tampoco así, coño, un poco de respeto pa los socios que luchamos en la calle. El tono de la voz fue un poco más elevado y los transeúntes no pudieron permanecer ajenos. Pirindingo le dio tres palmaditas en el hombro para calmarlo.

-No debes ir por Santiago, él es otra víctima de ese demonio que llevamos dentro.

-Que no hable mierda entonces y siga en su negocio tranquilo

.-Mira lo que dice el Romanos 13:13 Andemos decentemente, como de día; no con glotonerías y borracheras, ni en pecados sexuales y desenfrenos, ni en peleas y envidia. 14 Más bien, vestíos del Señor Jesucristo, y no hagáis provisión para satisfacer los malos deseos de la carne. Deja tranquilo a Santiago y trata de iluminar tu alma.

-Pero eso es en Roma, Pirindingo, aquí la rumba es diferente y el tiburón siempre se jama a la sardina.

-La palabra de Dios, solo ella nos salvará, no podemos continuar viviendo bajo el imperio del odio. Mira lo que dice el Romanos 12:10, Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.

-¡Ya ves que toda esa trova solo se puede aplicar en Italia! ¡Men, Roma es Roma y La Habana es otra cosa! No entro en esa.

-¿En esa cuál, Ñiquito?

-En ese relajo, Consorte. ¿O no te llevaste el pase de los romanos?

-¿Cuál pase? Por Dios, libérate de tantos prejuicios y pensamientos enfermizos.

-Así que enfermo, ahora yo soy el podrido, ¿y los romanos? Asere, cómo se va a masticar eso de “Amarse los unos a los otros”, es más, no entro. ¡Coño! Nosotros nos conocemos desde chamaco pa’que vengas a plantearme esas cosas.

-¿De qué hablas, Ñico?

-¿De qué? De la talla esa de amarse los unos a los otros, conmigo no va esa. ¡Miraaa! Con la lengua que se mandan en este barrio. ¡Los unos con las otras, asere! No hay arreglo.

-Yo creo que tú no has comprendido muy bien. Pirindingo comenzó a sudar copiosamente y sus manos le temblaban. Su poder de convencimiento cedía terreno a la duda y temía una nueva recaída de su espíritu. Pero mira, Ñiquito…

-¡Qué coño voy a mirar! Aterriza, asere, estamos en La Habana. Las universidades pa los revolucionarios, las calles de los revolucionarios. ¿Ya le diste güiro al asunto? Imagínate tú y como están las cosas, se bajen con la consigna de que los culos son también pa los revolucionarios. ¡No voy, Pirindingo! No entro en esa, sigue pinchando de embajador. ¡Déjame a mí! Yo me defiendo como pueda.

El mismo perro dobló nuevamente en Ángeles, lo hacía olfateando cada columna de aquellos asquerosos portales, se detuvo junto a ellos y alzó su pata trasera derecha, dos chorritos escaparon desde las entrañas de su cuerpo. Unas muchachas pasaban a su lado en esos instantes, ambas llevaban colgadas unas jabitas en sus hombros y las mantenían aferradas a sus cuerpos como implantes efectuados en sus costillas, estaban vacías. Hablaban de la película anunciada para el sábado, una dijo tener sed, la otra manifestó hambre. Pirindingo tenía su camisa totalmente sudada, continuaba con el botón atrofiándole el cuello. Ñico se debatía en escandalosas discusiones con Mateo, Santiago y un ejército de romanos.

-Va y me busco algo, voy a darle taller a este asunto, Santiago es un cabrón de la calle y sabe mover sus puntos. Los romanos no son muy amplios a la hora de soltar el varo, pero nunca se sabe.

-¿Decías? Le Preguntó Pirindingo.

-Nada, solo pensaba. Ven acá, y en esa pincha de embajador que tienes, ¿no hay búsqueda, no hay tumbe?

-Tengo la garganta seca, ¿sabes si Margot continúa con su tirito clandestino?

-¡Sí, consorte! Como en los viejos tiempos, pero záfate el botón del cuello, van a pensar que eres policía. ¡Vamos a refrescar!



Esteban Casañas Lostal. 
Montreal..Canadá.
2008-01-24


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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...