¿DÓNDE
HAREMOS EL AMOR?
Somos
una isla del Caribe bloqueada por una superpotencia, eso nos dicen desde que
abrimos los ojos y es el motivo de nuestro primer llanto, es innecesaria aquella
nalgadita usada para despertarnos, ya nacemos asustados. Saber que nos han
parido en un país bloqueado nos hace gritar con mucha fuerza, la que ustedes no
imaginan. Aquella despiadada situación impactó en la vida cotidiana de sus pobladores
y fue así como un día, todas las posadas de esa minúscula isla amanecieron
rodeadas de barcos, portaviones, tanques de guerras, cañones y una larga
barricada integrada por batallones de hombres armados hasta los dientes. Su principal
misión era impedir a toda costa que aquellos subdesarrollados y enfermizos nativos,
hicieran “eso” que consume tantas neuronas y energías.
Bueno,
debo detenerme para explicarles qué rayos era “eso” que aquellos invasores no querían
que nosotros hiciéramos. Disculpen que regrese a un pasado algo lejano, resulta
que una vez, siendo un niño sin maldad alguna, estaba en casa de mi abuelita
viendo una película junto a mi primo Enrique por televisión
y en una de esas oportunidades que la viejita llegó a la sala con algo de
merienda, le llamó la atención que estuviéramos tan tranquilos. ¡Uffff! Entonces
ella miró hacia la pantalla y vio a dos protagonistas de la película dándose un
ardiente y amoroso beso. Mi abuela con mucha calma apagó el televisor y nos
dijo; ¡Ustedes están muy pequeños para ver esas “cochinadas”! No sé si hasta aquí
me comprendan, lo que quiero decir es que la gente iba a las posadas para hacer
sus “cochinadas”. ¡Claro! De acuerdo con el criterio de mi santa e inmaculada abuela.
¡Que Dios la tenga en el cielo por lo buena y pura que era!
Las
Posadas, se le llama así en Cuba a lo que en otros países se conoce como
Moteles, en Chile se le llama Residencial, no sé si será lo mismo que el Hostal
de España, etc. Lo cierto es que en Canadá y muchos otros países, estos Moteles
se utilizan por el viajero para descansar cuando realizan largas travesías por
carretera, incluso, muchos pasan el día con su familia en estos sitios con mucha
naturalidad. ¡Debe ser así! No sé por cuál razón en Cuba, cuando se iba a una
posada, tenía que ser exclusivamente para hacer esas cochinadas. Yo recuerdo
que cuando no tenían tanta demanda y era más o menos fácil
llegar a ellas, se hacía con la mayor discreción del mundo. Existieron mujeres
que cuando salían en auto de esos sitios se cubrían el rostro con un periódico
o un pañuelo, no deseaban que las identificaran. ¡Claro, tampoco somos tontos! Es
muy seguro que estuvieran haciendo cochinadas ilegales. Bueno para el que no
entienda, seguro le estaban pegando los tarros a su pareja.
¡Que mala se puso la cosa con esto del bloqueo! Parece que los empleados fueron captados por la CIA y te ponían todo tipo de obstáculos para que no pudieras acceder a ellas. Convertidos en enemigos del pueblo al servicio del imperialismo, se robaron las sábanas, toallas, fundas, almohadas, colchones, jaboncitos, ventiladores, teléfonos, vasos, ceniceros, bombillos y en algunas posadas hasta las propias camas. Estos enemigos del proletariado no permitieron tampoco la entrada de albañiles, electricistas, plomeros, ni carpinteros para realizar reparaciones. Fue así como al cabo de poco tiempo, las posadas se iban destruyendo y también desapareciendo de nuestra escenografía como lo hicieran aquellos Mar-Init y los Fruticuba orgullos de la revolución. Fueron muchas las víctimas caídas en aquellos despiadados combates y se producen los primeros mártires en esta cruenta batalla. Cayeron heroicamente las posadas de Santa Catalina y Vento, El Two Brothers del puerto, La Campiña, Terminal de Trenes, Los Chinos de Santiago de Cuba, El Mirador del Puerto y muchas otras infelices que, serán recordadas por la labor humanitaria desarrollada en nuestra isla. Estos señores imperialistas no saben cuántos óvulos fueron fecundados bajo sus techos. Bueno, lograr entrar a ellas no era fácil, fuera de ellas podía observarse largas colas de individuos desesperados por hacer cochinadas. Aquellas largas y angustiosas colas podían tomar horas y horas bajo un sol implacable o expuestos al frio, la lluvia, el hambre, la burla de transeúntes. Solo en ellas se transformaba el placer en martirio y sufrimientos, se te quitaban los deseos de hacer aquello. Te marchabas con una pesada carga de frustraciones, resentimientos y los testículos repletos de amarguras. Situación que, sufrida continuamente, podía romper aquella teoría expresada por el digno espía Felaifel. Dijo una vez el chivatiente; “Un comunista no se corrompía en ningún medio ambiente”. Se quedó algo corto en su definición, le faltó incluir a las posadas. Aquellos reducidos espacios podían transformar a un pacífico hombre en violento, al ateo en cristiano o al más comunista de ellos en gusano.
Al principio, aquellas infinitas y desesperantes colas se hacían con una discreción digna de admiración y respeto. Les contaba que a las muchachas les daba pena que otras personas la vieran saliendo de esos templos, poco a poco esta vergüenza iba desapareciendo fruto de la coincidencia. Fueron tantas las veces que la gente se encontraba en esos lugares con las mismas personas, que al final se entablaba una amistad inspirada en los mismos sufrimientos y esos sentimientos de solidaridad humana que nunca nos abandona. Las costumbres fueron cambiando y al cabo del tiempo la gente conversaba animadamente. Uno que otro llevaba una botellita de ron o aguardiente, un juego de cubiletes, unas barajas viejas y gastadas, finalmente se pasaba el tiempo en franca armonía. Las damas se ponían a chismear y alguna que no era muy social se entretenía en leer o tejiendo un par de medias con hilo de coser. Así se pasaban las tres, cuatro y más horas de espera. Eras un afortunado cuando te tocaba el turno para entrar al matadero y partías sonriente en medio de las despedidas a la gente que dejabas atrás.
Si era la primera vez que entrabas con esa chica, tenías que darte cierto aire de cabrón, debías demostrarle que eras graduado en la universidad de la calle y te la sabías todas. Antes de comenzar a sufrir cualquier tipo de calenturas, se imponía la obligación de revisar todo el territorio enemigo. No podía escapar un solo centímetro a la rigurosa inspección ocular de toda la habitación, primero con las luces encendidas y luego con ellas apagadas. Era necesario descubrir dónde el enemigo había practicado un hueco, se necesita un poco de aire detectivesco y aun así, después de chequear puertas y ventanas, nunca confiarse si de casualidad se disponía de un espejo en el cuarto o el baño. Absolutamente todos los espacios debían observarse desde distintos ángulos, luego y con aire victorioso, le mostrabas a tu hembra el orificio descubierto y la autorizabas a desnudarse.
Para
disfrutar de esos menesteres tan cochinos según la escala de calificaciones de
mi abuela, se requiere tener cierto sentido de lo que es la supervivencia y en
este punto los marinos superamos al hombre común. Hay que planificar la escasa
cuota de agua asignada para esa batalla, tener muy claro que una botellita de agua
no alcanza para todas las cochinadas. Razón por la que se debe reservar para la
batalla final, los expertos han arribado a la conclusión de que, el pueblo
cubano de esos tiempos aprendió muy rápido a sobrevivir. En realidad, la gente aprendió
tanto, que cuando se presentaban todos los factores imprescindibles para acudir
a uno de aquellos mataderos, hablemos de dinero, la jeva, calzoncillos sanos y
que ella no se encontrara transitando por sus mensualidades, se preparaban como
si fueran a partir para la guerra. Muchos fueron los que llevaron agua, ron,
cigarros, algo de comer y muchas veces la sábana.
Esas cochinadas podían muy bien representar la pérdida de peso debido al calor reinante en aquella isla y después de la primera vez, tumbados y casi asfixiados sobre aquello que llamaban cama, se disfrutaba de un bello espectáculo o exposición de pintura abstracta. El techo -ante la carencia de cualquier medio de entretenimiento- se mostraba como un mural de bellas artes que podía extenderse por las paredes. Sobraban aquellos carteles que competían con las pinturas prehistóricas descubiertas en cuevas o las mismas que se observaban en Nazca, solo que estas obras de arte criollo eran abundantes en faltas de ortografía y palabras obscenas. Nacía de esa manera una nueva manifestación del arte cochino correspondiente a los jóvenes que, un tiempo más tarde, se desplazaría por todo el país con aquellas pesadas bicicletas chinas con tremenda hambre. Aquel arte fue condenado a desaparecer un poco más tarde por la escasez de fósforos, debe reconocerse el ingenio y la creatividad de aquellos artistas anónimos, quienes sean probablemente los padres o abuelos de esos excelentes compositores y cantantes de reguetón actuales. Aquellas exposiciones mostradas en las posadas cubanas solo exigían un poco de imaginación, eran más fáciles de comprender que a cualquiera de los artistas mostrados en el Palacio de Bellas Artes. Ellos eran artistas nuestros que se inspiraron mientras enfrentaban esa cruel guerra anunciada y dedicaban unos minutos de su tiempo libre entre cochinadas. Realizaron sus promociones tal y como lo hiciera el CHORI por toda la ciudad, en cualquier posada podías encontrar carteles muy interesantes, aún recuerdo algunos de ellos que decían más o menos así: “Aquí estubo María Vollo de Palo”, “Tere la deboradora de Jesús María”, “Aquí durmió Pepe Manguera”, etc.
Puede
que estuvieras disfrutando de un pequeño descanso o cargando las baterías para
otro capítulo, cuando tu repentino sueño es interrumpido por los desesperados gritos
de una dama que supones estén asesinando. Aquellos angustiosos gritos pueden
ser sustituidos por los de una mujer muy exigente o ambiciosa, ella pide a viva
voz que se la den toda. Hay otras que se acuerdan mucho de su mamá en ese
preciso momento y sus gritos van cargados de amor por su progenitora; “Ay mamacita,
ay mamacita”. Despiertas y deseas acudir en su ayuda, pero pronto recuerdas que
es parte de lo que decía mi abuela.
Yo
tenía un socio que vivía al lado de la posada Hotel Venus y el hombre estaba
trabajando conmigo en las microbrigadas de Alamar, todos los días llegaba
destruido a la brigada. Como él estaba recién
casado, le aconsejé que tomara las cosas con calma. Me respondió que no podía
evitarlo porque cuando se acostaba a dormir, sentía los gemidos de las mujeres
en la posada vecina y esto lo excitaba mucho.
Me
contó que un día, serían las doce de la noche, una mujer gritaba desesperadamente;
¡Ay papito, dámela!, ¡dámela, papito!, ¡coño, dámela! y así, continuó mientras subía
el volumen de su voz. Él, enloquecido también por aquellos gritos, se asomó por
la ventana y gritó:
-¡Acaba
de dársela, hijo de puta! ¡A ver si esa cabrona nos deja dormir! Los demás
vecinos que estaban pendientes de aquel palo se rieron con ganas y comenzaron a
vociferar insultos, pero de la posada no respondieron.
El
bloqueo era más intenso, cada vez quedaban menos posadas sobrevivientes de aquella
guerra y la población había crecido, como crecían también sus deseos por hacer el
amor o tener sexo, que se escucha más correcto. Las colas eran numerosas y
largas, como infructuosas las esperas y un día de esos en que no adiviné nada, decidí
abandonar la pelea. Recuerdo que cuando iba en la guagua tenía un libro en las
manos y al leer su título nació una alocada idea, se titulaba "El llamado
de la selva". ¿Selva, selva? ¡Coño, que en Cuba no hay selvas! Inmediatamente
me acordé de que había un bosque, el bosque de La Habana. Muy excitado me bajé
de aquella guagua para hacer combinación con otra. Que desilusión cuando
llegamos, había un carro policía y una ambulancia, estaban cargando a una
pareja. Ya me hacia la idea de que era Tarzán y llevaba a mi Juana de rama en
rama, pero la cosa estaba mala allí también, regresé sobre mis pasos.
Ya
me había encaprichado con aquella chamaca y me dirigí al malecón. Decían que
era zona de tolerancia, no sabía que hacer el amor se llamaba también así. Caminé
muchas cuadras, ¿quién hace esto cuando los autos pasan? Encontré un lugar
donde la luz no me molestaba, quedaba detrás del Castillo de La Punta, solo que
aquel lugar estaba lleno de gente desesperada como yo. No me quedó más remedio
que renunciar, eran las seis de la mañana y ambos teníamos que estudiar. Años más
tarde y como venganza por todas aquellas frustraciones, cada vez que entraba o
salía del puerto de La Habana, alumbraba con una potente lámpara Aldis a las
infelices parejas que acudían a ese mismo sitio para aliviar sus penas. No se
imaginan ustedes las veces que me mentaron la madre aquellos cabrones por
pasmarles el palo.
Después
de esas situaciones que hoy recuerdo, la gente perdió mucho más la vergüenza y
en esta nueva corriente yo me dejé arrastrar. Comenzó a ser normal hacer el
amor donde quiera, no importaba si era en una guagua de viaje interprovincial.
Si vas en tren es un poco más difícil porque te pueden robar el equipaje, pero
si tienes a alguien que te lo cuide, sale con la chica a fumarte un cigarro
entre los dos coches y déjate llevar por los baches de la línea, verás como te
hacen gozar. No les hablo de los aviones por falta de experiencia, ni del cosmos
donde debe ser muy especial hacerlo en estado de ingravidez. En barco tiene sus
encantos cuando este comienza a cabecear, debe ser buen tratamiento para los
que padezcan de eyaculación precoz, los sustos que se sufren te provocan cierta
demora.
Esta
horrible situación ha repercutido en el comportamiento del cubano ante la
sociedad y su propia familia. Para comprender a cada generación se debe
estudiar todos los sacrificios y sufrimientos a las que han sido expuestas. ¡No
es para menos! Aquella generación que disfrutó de las posadas sin necesidad de
hacer colas y cuando ellas disponían de teléfonos, radios, aire acondicionado o
ventiladores, servicio de bebidas a las habitaciones, agua en las duchas,
sabanas y toallas limpias, etc. Fue la puta y mal concebida generación, cuyos
óvulos fueran fecundados en la paz reinante en esos lugares y luego, luego, los
muy hijoputas se pusieron a caminar como comemierdas 62 kilómetros, colocaron
chapitas en las puertas de sus casas que decían: “Esta es tu casa, Fidel” y
gritaron ¡Paredón, Paredón, Paredón! ¿Armas para qué? ¡Dona dinero para comprar
armas y aviones! No conformes aquellos grandísimos degenerados, les impusieron
a sus hijos, muchos de ellos concebidos en aquellas posadas donde comenzaron a
realizarse colas, todas aquellas malolientes ideas revolucionarias.
Es
como si en aquellos locales, cada día más depauperados, carentes de productos
para ofrecer al público, brillantes por su mal servicio, antihigiénicos y
guaridas de ladrones, existiera un terrible virus que contagiaba a cada óvulo
fecundado en sus colchones o volviera hijo de puta a millones de
espermatozoides a la vez. De allí partieron miles de comemierdas a subir 5
veces el Pico Turquino sin preguntar para que servía aquella berracada,
alfabetizaron, cortaron caña, recogieron café, fueron a combatir en Girón y
estuvieron a punto de morir por la Crisis de los Misiles. Les prohibieron la
pajarería y los más rebeldes fueron a parar en las célebres UMAP, muchos de
ellos se vieron obligados a aparentar que eran hombres y se casaron, no solo
eso, llegaron a tener hijos, muchos de ellos concebidos en esas sucias posadas.
La historia de esa desgraciada generación se extiende hasta hoy, aquellos que
sobrevivieron a todas las aventuras guerreristas de su jefe, hoy se están
comiendo un cable. ¡Oh! Continúan colgándose en el pecho aquellas medallitas de
aluminio y siguen siendo chivatos. Con ellos desaparecieron las posadas y no
contaron con un lugar decente donde hacer el amor, vivieron y viven
desorientados preguntándose constantemente; ¿Dónde haremos el amor? Las
respuestas no dejan de ser las mismas desde hace décadas: ¡Harás el amor en la
casa que fue de tus abuelos! ¡Harás el amor en los mismos colchones donde
concibieron a tus padres y ellos a ti! ¡Harás el amor donde sea posible! Tus
hijos nacerán maldecidos y resultará muy molesto soportar sus llantos cuando
nacen. Ellos llegan a este mundo sabiendo las dificultades que enfrentarán, los
espermatozoides de sus padres vivieron sobresaltados dentro de unos testículos
que viajaron cientos de kilómetros subiendo y bajando en una bicicleta china.
Hoy,
nadie nos comprende, no nos comprendemos nosotros mismos, no sabemos qué rayos
somos ni a cuál especie pertenecemos. Le hemos roto todas las computadoras a
Darwin y a la NASA, no puede aceptarse como humano a quien escapa de su jaula y
desde su libertad defiende al verdugo que marcó su espalda con un látigo. No
califica como pueblo el hambriento que le hace un nudo a su estómago y sale a
desfilar en una plaza a favor de quien planifica su inanición. No es racional
el individuo que anda casi descalzo y te pide tenis NIKE. No es normal que con
tanta hambre padecida se le pare el pito a cierta especie y en lugar de
averiguar dónde comer, te pregunte dónde coño hacer el amor. ¡Que se jodan! Es
la primera y única maldición que acude a tu mente. ¡Que no coman y marchen! Si
no tienes valor para desafiar estas horribles situaciones, entonces, mi
hermano, no te queda más remedio que cantar “La Internacional” por pendejo. ¡Dichoso
al que no se le pare! Gritarán los mas cobardes… ¡Que viva mi bandera, viva
nuestra nación, viva la revolución!
Esteban
Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
21
de febrero de 1999
Post Data.-
2023-09-10
-¿Los
ves marchando?
-¡Siiiii!
-Les
dan cinco huevos para pasar un mes y todavía se les para!
-¡No
jodas!
-¡No
te jodo, soy un mensajero!
-¿De
otro planeta?
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