Visitas recibidas en la Peña

miércoles, 30 de enero de 2019

APRIETA EL CULO Y DALE A LOS PEDALES


                  APRIETA EL CULO Y DALE A LOS PEDALES





-¿Te enteraste que hay un marino preso en la cárcel de máxima seguridad situada en la calle Saint Jacques? Me disparó sin dar tiempo a quitarme el abrigo, el frío reinante era polar, se mantenía durante días por debajo de los treinta grados centígrados sin darnos esperanzas de alivio. Cuando el viento soplaba no sabías donde meterte en lo que esperabas el autobús, rachas de cincuenta bajo cero obligaban a esconder toda la cara y dejar solamente los ojos a merced de aquellas temperaturas. Su apartamento se encontraba a varias cuadras de la parada del metro y yo lo frecuentaba dos o tres veces a la semana. Siempre iba cargado con algo de comida y dinero para pagar entre otras cosas las llamadas que hacían los recién llegados para decirle a su familia que se encontraban bien. Les advertíamos que solo podían hablar tres minutos, pero siempre fue imposible cumplir esa norma. Orlando “El Viejo”, como era conocido por todos, era uno de aquellos buenos samaritanos que ofrecía su apartamento para recibir a marinos desertores. Fue enfermero de la Flota Cubana de Pesca, un tipo muy original, algo alocado, simpático y muy buen bailador. Estoy convencido de que son muy pocos, escasos, los que hoy levantan el teléfono para preguntarle cómo se encuentra.


-¿Un marino preso? ¡Hummm! Está muy raro eso, es el primer caso del que tengo noticias hayan detenido y mira que somos bastante. Le respondí mientras entraba al baño para orinar, tenía el rostro bien rojo, la gente en Cuba pensaban que era por la buena alimentación cuando observaban fotos de estos blancos rojizos. No podían imaginar que era debido al frío, la comida era una obsesión que limitaba cualquier otra interpretación.


-¿Qué te parece si vamos a verlo? Me preguntó en el comedor mientras preparaba un poco de café.


-¡Hoy, no! Ya me he soplado un frío del coño de su madre para llegar hasta aquí. ¿Te hace falta algo? ¿Ya la gente fue a consultar con algún agente que atienda sus casos? Los recién llegados permanecían en silencio y solo se limitaban al intercambio de palabras producido entre nosotros, estaban francamente asustados y yo los comprendía.


-Estamos algo flojos de jama y el Puri cayó con gripe, no tengo nada para darle, solo limonadas calientes.


-No te preocupes, dentro de un rato vamos hasta el mercado por alguna facturita y de paso compramos algo para la gripe. No lo hacía con mi dinero, hacía algo de tiempo que había perdido el trabajo. Muchos lugares cerraban las puertas en invierno y te mandaban al paro, por fortuna no quedabas desamparado. Disponía sin embargo de una pequeña cantidad, era el aporte de los miembros de la organización “Hermanos del Mar”. Nos agrupamos con la finalidad de ayudar a esos antiguos compañeros nuestros y aportábamos cinco dólares mensuales. No era tanto, diría que insuficiente, pero un granito de arena muy importante en aquellos tiempos y aliviaba un poco la situación. Durante el trayecto hacia el mercado acordamos ir a visitar a ese marino que se encontraba preso, no teníamos su nombre u otra información que nos ayudara. La prisión se encontraba algo apartada, aún así, decidimos asistirlo.


-No es fácil llegar a un país donde no conoces a nadie y que te metan en el tanque. ¡El pobre, vamos a tirarle un cabo! 


Esa mañana nos encontramos en la estación de Metro “Frontenac”, era la más próxima a su casa. Orlando era un tipo estrafalario a la hora de vestirse y en invierno se extremaba, sacaba de sus baúles todos esos trapos ya pasados de moda y que usaran quién sabe cuántos muertos de esta ciudad. Parecía un verdadero payaso, chorizo, pingüino, cualquier cosa menos un ser humano. Todo se le perdonaba por aquel carácter tan agradable que poseía y esa alma de ángel guardián con la que enfrentaba la vida, era muy querido por todos. La temperatura neta para esa mañana era de treinta y seis grados Celsius bajo cero, con el factor viento andaba muy cerca de los cincuenta.


Después del Metro tomamos un autobús y le pedimos al chofer que nos avisara en la parada de la prisión, antes de descender nos enroscamos la bufanda alrededor del rostro. A solo pocos metros de estar caminando, el vapor de nuestras respiraciones formó una capa de hielo sobre ella. Un cartel anunciaba la existencia de ese centro penitenciario y nos dirigimos hacia su puerta, tocamos el timbre y luego de varios segundos escuchamos una voz en francés por un pequeño intercomunicador.


-Sí, buenos días. Le respondí en su lengua. -¡Mire! El asunto es que deseamos visitar a un marino cubano que se encuentra detenido aquí.


-Lo lamento, hoy no es día de visitas.


-¿Y cuando hay visitas?


-Deben regresar mañana después de las dos de la tarde. No recuerdo exactamente el horario, sí que nuestro regreso se produjo en horas de la tarde porque al salir ya era de noche y en invierno oscurece a las cuatro de la tarde.


Toqué el timbre nuevamente, esta vez más confiado, solo que ese día se demoraron algo en responder y el frío pelaba. Orlando se mantenía callado, no hablaba nada de francés y menos aún inglés.


-Sí, buenas tardes, el asunto es que deseamos visitar a un cubano que se encuentra detenido en este centro. Le dije a esa voz que salía por una bocinita.


-¿Cómo se llama?


-Realmente no tengo idea.


-El problema es que hay dos cubanos detenidos en estos momentos.


-Entonces deseamos verlos a los dos.


-No se permite visitar a dos reclusos al mismo tiempo.


-Bueno, yo visitaré a uno y mi amigo lo hará con el otro. Se escuchó el sonido de una chicharra y la puerta se abrió. Nos esperaba una mujer vestida de policía que nos condujo por un pasillo hasta lo que sería la oficina de recepción, allí nos pidieron que sacáramos todo el contenido de los bolsillos y lo depositáramos en una pequeña bandeja plástica. Luego, nos pasó un detector de metales por todo el cuerpo y cuando la pesquisa hubo concluido, nos llenaron un formulario con todos los santos y señas, donde por supuesto, se incluía el número de seguro social, dirección, teléfono y razones de la visita. Afortunadamente yo había registrado la organización “Hermanos del Mar” en el Palacio de Justicia y nuestra historia fue aceptada, solo nos motivaba los deseos de ayudar a esos cubanos en desgracia.


El salón de las visitas se encontraba en otro piso y fuimos conducidos por otro agente. El saloncito estaba bastante limpio y el ambiente resultaba familiar. Detrás de unos cristales, se podía observar a uno de los guardias controlando diferentes áreas de la prisión por medio de pantallas. Un poco más allá, los reos jugaban ping pong o simplemente veían la televisión. Escuchamos cuando mencionaron dos nombres con apellidos en español muy mal pronunciados, minutos después aparecían por la puerta del saloncito. Uno de los cubanos era blanco y el otro negro, el blanco era bien flaco y tenía algunas caries, se estaba riendo y las mostraba sin complejos, se estuvo riendo durante esa y las posteriores visitas. El negro era bastante oscuro y bien fornido, su dentadura era excelentemente pareja y blanca. Su rostro me resultaba demasiado familiar, había sido alumno mío en la Academia Naval del Mariel. Uno y otro se sentaron en diferentes mesas, el blanquito en la de Orlando “El Viejo” y el negro conmigo. Aunque nos mantuvieran separados nada podía impedir una conversación entre los cuatro, por lo que las reglas establecidas eran para cumplir un puro formulismo.


-¡Vaya sorpresa! No podía imaginar que fueras tú el detenido llegamos hasta aquí sin saber de quién se trataba. Nos dimos las manos y observé que tenía un pulso y collar de Orula. ¡Qué casualidad!, pensé. Tampoco me apretó la mano en su saludo, ni el flaquito tampoco. No era la primera vez que eso me ocurría, así saludan las mujeres, los maricones, la mayoría de la gente del “ambiente” o guapos y casi todos los segurosos. No le puse mucha atención a ese detalle, pero de algo estaba convencido, solo trasmiten energía negativa. Lo normal entre los hombres es que se saluden efusivamente, más aún cuando se conocen y llevan tiempo sin verse, es solo un detalle de apreciación muy particular.


-¡Sí, compadre! Estos hijoputas me han metido en el tanque. Fue su primera manifestación.


-¡Ten cuidado como hablas! Hay cámaras y micrófonos que nos están grabando. Se supone que llegas a este país en busca de refugio y no debes expresarte de esa manera, ellos no son hijos de puta, sencillamente no te conocen ni saben quién eres tú. ¿Dónde fue que caíste preso?


-Desde que deserté en Saint John.


-Alguna caca debes tener encima para que procedan así, yo te recomiendo una cosa, si fuiste “clavista” o miembro de la seguridad, es mejor que lo declares en tus alegatos. Posiblemente te ayude a conseguir “refugio político”. Si lo ocultas, no dudes tú que ellos están enterados de quién eres. No olvides que la seguridad de Canadá está estrechamente conectada a la CIA y el FBI, así que te recomiendo seas diáfano en tus declaraciones. Lo tomas o lo dejas, ese es tu problema. Orlando era enfermero de la Flota Cubana, él y yo tenemos una organización integrada por marineros y dedicada a ayudar a los recién llegados, si necesitas algo nos lo dejas saber. Le extendió la mano para cumplir con la presentación. ¿Y tú, de dónde vienes? Le dije al flaquito que no dejaba de sonreír, aunque no hablaba. Tenía una gorra con el logo de la organización anticastrista “Alpha 66”.


-¿Yo? Quiero aplicar para el “refugio político”, estuve preso en La Habana por pertenecer a esa organización. Me respondió sin dejar de sonreír, lo hizo rápido, casi cumpliendo rigurosamente un libreto muy bien aprendido. Su rostro era el de un fiñe y me llamó la atención sus palabras, le calculé menos de veinte años y pronto dudé que una organización como “Alpha”, que contaba con escasos miembros dentro de la isla, depositara su confianza en un niño.


-¿Sabes una cosa? Te haces muy poco favor con estar usando esa gorra aquí, desafortunadamente acabas de arribar a un país con una sociedad habitada por personas con ideas izquierdistas. ¿Trabajabas o estudiabas en Cuba? Creo que lo sorprendí con aquella inesperada pregunta y detuvo su sonrisa.


-¡Trabajaba!


-¿Y que edad tienes? Se la hice a propósito, de su respuesta dependía que le creyera, pero su rostro era infantil y de acuerdo a las leyes cubanas no podía obtener un empleo si era menor de 18 años.


-En realidad yo llegué a Miami en una balsa donde murió mi abuelo. Me contestó y evadió la pregunta realizada.


-¿Cuándo fue eso?


-¡Coño, compadre! Te hablo del Mariel. Con aquella respuesta se tiró un poco más de mierda encima, corría el año 93 y el Mariel sucedió en el 80, hablamos de trece años atrás que si se le restaba a la apariencia de ese muchacho, arribaríamos a la imagen de un niño.


-Así que se murió tu abuelo en la balsa y estuviste preso por problemas políticos en Cuba. ¿Cómo llegaste hasta aquí? No te asustes por las pregunta que te haga, esas mismas deben realizarte las autoridades de Canadá, tómalas como un ensayo.


-¡Vine en bicicleta!


-En bicicleta, ¿desde dónde?


-¡En bicicleta desde Miami!


-¿Y para dónde ibas? Sonrió esta vez, pero no pudo ocultar su nerviosismo, él solo había caído en su propia trampa.


-¡Para Alaska! ¿Es territorio americano, no?


-Yo no tengo la menor duda de eso, Alaska es territorio norteamericano. Sí te digo una cosa, estás muy jodido en geografía. No tienes la más remota puta idea de los kilómetros que nos separan de Miami, tampoco sabes los que existen desde Montreal hasta Alaska, y lo peor, allá afuera está soplando casi cincuenta grados bajo cero y no creo que puedas convencer a las autoridades de este país sobre tus intenciones. ¡Ven acá, men! ¿Cómo te llamas? El negro permanecía en silencio, quizás más sorprendido que nosotros con aquel intercambio de palabras.


-Yo me llamo Roberto.


-Vamos a hacer una cosa, se nos está venciendo el tiempo de la visita, aquí les dejo mi número telefónico y cualquier cosa que necesiten nos pueden llamar. ¿Necesitan algo?


-¡Mira! No he podido contactar con mi esposa, hace falta que le des un timbrazo y le digas que estoy bien, que no se preocupe. Me dijo el negro.


-¿Dónde vive ella?


-En Alamar.


-¡Coño, mi mujer trabaja en el policlínico de la zona 5!


-La mía también, es probable que la conozca.


-No te preocupes, luego le sueno un timbrazo.


-¿Tú necesitas algo? Le pregunté al blanquito de la eterna sonrisa.


-¡Asere, necesito unas pilas para esta walkman!


-No te preocupes, te las traigo en la próxima visita. Nos despedimos cuando casi entra el guardia a anunciarnos el final de la visita. Bajamos acompañados hasta la oficinita donde nos devolvieron todas las pertenencias y al salir del centro penitenciario era de noche. El viento soplaba con fuerza y la cumulación de nieve en la acera dificultaba nuestra marcha, estuvimos largos minutos esperando a que pasara el próximo autobús. 


Regresamos varios días después y le llevamos una cajita con una docena de pilas doble “A” al muchachito sonriente para su walkman. Ese día, el negro me pidió que le enviara una carta a su esposa y me dijo que en el sobre abierto que me entregaba, había cien dólares para que se los hiciera llegar. Ya yo había hablado con su esposa y por medio del servicio three-way call, le había facilitado una llamada con su marido. Efectivamente, ella trabajaba en el policlínico con mi esposa y vivía cerca de la casa en Alamar. Al entrar a la oficinita de la prisión no nos permitieron entregarles algunos productos alimenticios y los retuvieron hasta nuestra salida.


-¿Cómo te llamas? Le pregunté a secas al muchachito que vino en bicicleta desde Miami y arribó a la frontera canadiense en short con treinta grados bajo cero.


-¡Me llamo Roberto! Respondió muy contento cuando le entregaba las baterías, no agregó apellidos. El negro habló muy poco, no le hacía muy feliz nuestra visita y tampoco me propuse obligarlo a que fuera sincero, no me importaba. Sí recuerdo que la tarde donde lo conecté con La Habana por teléfono, repitió el mismo “hijoputa” para referirse a las autoridades de Canadá.


-¡Compadre! Estás hablando a mi número telefónico y es de suponer que todos los teléfonos de esa prisión estén pinchados. Yo no tengo necesidad de buscarme problemas con las autoridades de este país, soy un refugiado político y no los considero “hijoputas”, te sugiero que moderes el vocabulario cuando vayas a referirte a ellos y hables conmigo utilizando mi número telefónico. Esa tarde, cuando nos disponíamos a retirarnos después de consumir el tiempo asignado, el negro recibió la visita de un latinoamericano que no le agradó encontrarnos allí.


Un día después, recibí la llamada de una abogada. Esa llamada fue recibida precisamente por Rafael Goicoechea, ayer escribí sobre él y manifesté que no se encontraba presente cuando la creación de la organización “Hermanos del Mar”. Todo parece indicar que voy recobrando la memoria, si yo visitaba la prisión con Orlando Martínez, alias “El Viejo”, y además de eso, vivía con Rafael Goicoechea, la organización “Hermanos del Mar” existía y no lo puse en conocimiento suyo porque ya lo tenía descubierto como posible agente de la inteligencia cubana y por su participación directa en la destrucción de la anterior organización creada por mí.


Se interesó en ese caso al escuchar mi conversación con la abogada y le dí como detalle “accidental” que, el negro usaba una pulsera y collar de “Orula”. La gente que ha escuchado o leído este detalle en varios de mis escritos, opinan, algunos de ellos, que es simple paranoia mía. Sin embargo, me aferro a la idea de que si los masones tenían una contraseña para comunicarse en caso de apuros, ¿por qué no podían tenerla los agentones de la seguridad cubana en el exterior? No ha sido un caso accidental que varios de esos chivatos conocidos en Montreal, coincidieran con las mismas prendas y santos. Inmediatamente se ofreció para visitar la prisión conmigo, ¡qué raro!, Rafael Goicoechea no mantenía relaciones con personas de la comunidad cubana en esta ciudad, todos eran de origen latinoamericano.


Una tarde fue conmigo a la prisión y su presencia fue dedicada por entero al negro “Cristóbal”, porque finalmente me enteré de su nombre. De reojo y como el que no quiere las cosas, seguí de muy cerca aquel contacto. Puedo asegurar que mucho más familiar que el establecido conmigo, persona que lo conocía desde su etapa estudiantil. Hablaron en un lenguaje casi Morse, donde las precauciones fueron extremas y opté por hacerme el desentendido, hubo mucha química entre ellos. Aquel encuentro sirvió para profundizar la desconfianza que sentí por el negro desde los instantes que me diera la mano.


Esa noche, la abogada repitió la llamada y me solicitó una entrevista. Ella tenía sus oficinas muy cerca del Palacio de Justicia, era de origen chileno y como es de suponer, fue suficiente razón para desconfiar de ella. El encuentro fue muy profesional y nos condujo inmediatamente al grano o núcleo de la situación.


-Si de verdad deseas ayudar a esos cubanos, solo se necesita tu firma para sacarlos de prisión. Dijo ella sin preámbulos.


-¿Cómo es eso?


-Muy sencillo, tú firmas y te haces responsable de las dos personas. Inmediatamente le dan la liberación y salen a vivir a tu casa o apartamento.


-¿Así de fácil?


-Así funcionan las leyes en este país.


-No, no me importa la parte jurídica. El asunto es que yo no sé quién es uno y no me explico por cuál motivo se encuentra detenido el otro.


-Es lógico que desconfíes, Robertico no desea colaborar con las autoridades. Sin embargo, he presentado un recurso para sacarlo de las rejas donde por supuesto, apareces tú. Yo creo que sería muy beneficioso si tratas de sacarle alguna información, nadie sabe quién es y mientras no desee decirlo, no se tendrá acceso a su pasado en los archivos existentes para cada ciudadano que ingresa a este país o a los Estados Unidos.


-¡Muy curioso! Si la libertad de ellos depende exclusivamente de mi firma, puede estar convencida de que la daría por verlos en la calle. ¡Ojo! Necesito conversar con él para leerle las reglas del juego.


-Mañana tiene visita y considero que sería una magnífica oportunidad para que trates de aclarar algunas cosas.


-Mañana paso por la prisión.


-¡Escucha bien, chamaco! Le tienes rota la computadora a la policía, inmigración, la CIA, el FBI, hasta tu abogada se encuentra media loca con tus mentiras. ¿Sabes una cosa? Con mi firma puedes salir de esta prisión inmediatamente, irías para mi casa hasta que se resuelva tu situación. Ya le manifesté a tu abogada mi disposición a colaborar, solo exigen a cambio saber quién carajo eres. Si así lo deseas, me haces una nota con la dirección de tu casa para mandar a pedir tu inscripción de nacimiento y otros documentos exigidos en este país. Hazle una nota a tu familia autorizando a mi hijo solicitar o portar esos documentos. ¿Qué te parece? El tipo no dejaba de sonreír y ya comenzaba a caerme mal, lo interpretaba como un gesto o acto de cinismo, pero no podía dar muestras de desesperación, tenía que mantenerme más sereno que él. Eso sí, no daría mi firma hasta saber en presencia de quién carajo estaba. Tomó un papel y bolígrafo que le ofrecí y escribió algo, luego me lo regresó y partí.
Aquel mediodía asistí a la oficina de Inmigración que funcionaba como Corte, no recuerdo exactamente si se encontraba al final de la avenida Papineau y muy cerca de Saint Catherine, por allí andaba.


-¿Qué haces aquí? Le pregunté a Pedro Martori, un viejo conocido que habían logrado convertir en enemigo mío. Martori, como todos lo conocen, pertenece a ese grupo de buenos samaritanos que ayudó a mucha gente en Montreal, entre ellos me encuentro yo. No eran muchos los que ayudaban en esa época, fueron contados con los dedos dentro de una comunidad que no lograba sobrepasar las dos centenas. Hablemos de Máximo Morales, El Viejo Orlando, Pedro Martori y el homosexual Manuel. Cada uno de ellos merece el privilegio de un monumento moral, estoy convencido de que serán muy pocos los que recordarán la ayuda recibida de esas personas.


-¡Vine a firmar para sacar en libertad a unos cubanos que están presos! No me sorprendió su respuesta, lo conocía perfectamente y teníamos las mismas debilidades, ayudar al prójimo.


-Martori, ¡no firmes ni pinga! He llegado hasta aquí por la misma razón, también iba a firmar, pero me cansé de ser comemierda.


-¡Coño! ¿Qué me quieres decir con eso?


-¡Qué no firmes, mi hermano! He mandado a investigar a ese chamaco en La Habana y resulta que es un delincuente. Anoche mismo me llamó mi hijo para advertirme que no lo hiciera a solicitud de su hermana y cuñada. Resulta que el chamaco es delincuente y estuvo preso en el Combinado del Este por delitos comunes, nunca ha estado vinculado a problemas políticos, todo eso que cuenta es mentira.


-¿Y el negro, qué me cuentas del negro?


-¡Martori! Ese negro no es sincero, apesta, me huele mal, creo que es chiva.


-¿Tú crees?


-¡Compadre! En esta ciudad al último que le mentiría es a ti. ¡Mira! Por ahí viene su abogada.


-Entonces, ¿van a firmar por la liberación de esos muchachos? Preguntó ella cuando se acercó a nosotros.


-¿Sabe una cosa, abogada? Que aprieten el culo y le den a los pedales.


-¿Qué dijo?


-No me haga caso, es un refrán cubano.


-¿No va a firmar?


-Por supuesto que no, pregúntele a Martori. ¡Voy quemando!


Varios años después, encontré a Cristóbal en la cola de los vuelos a Cuba del aeropuerto Mirabel. No me saludó, al salir de la prisión se borró, tampoco me asombró, no era el primero que asumía esa posición, así somos los cubanos. Estoy convencido de que muy pocos levantan el teléfono para llamar a Orlando “El Viejo”, cuando menos para preguntar por su salud.









                            Esteban Casañas Lostal.
                            Montreal..Canadá.
                            2011-01-19








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1 comentario:

  1. En mi época de GM alrededor del año 68, las clases políticas eran con el TF Maidagán,el que decía "aprieta el culo y grita fuego".

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