Visitas recibidas en la Peña

miércoles, 30 de enero de 2019

APRIETA EL CULO Y DALE A LOS PEDALES


                  APRIETA EL CULO Y DALE A LOS PEDALES





-¿Te enteraste que hay un marino preso en la cárcel de máxima seguridad situada en la calle Saint Jacques? Me disparó sin dar tiempo a quitarme el abrigo, el frío reinante era polar, se mantenía durante días por debajo de los treinta grados centígrados sin darnos esperanzas de alivio. Cuando el viento soplaba no sabías donde meterte en lo que esperabas el autobús, rachas de cincuenta bajo cero obligaban a esconder toda la cara y dejar solamente los ojos a merced de aquellas temperaturas. Su apartamento se encontraba a varias cuadras de la parada del metro y yo lo frecuentaba dos o tres veces a la semana. Siempre iba cargado con algo de comida y dinero para pagar entre otras cosas las llamadas que hacían los recién llegados para decirle a su familia que se encontraban bien. Les advertíamos que solo podían hablar tres minutos, pero siempre fue imposible cumplir esa norma. Orlando “El Viejo”, como era conocido por todos, era uno de aquellos buenos samaritanos que ofrecía su apartamento para recibir a marinos desertores. Fue enfermero de la Flota Cubana de Pesca, un tipo muy original, algo alocado, simpático y muy buen bailador. Estoy convencido de que son muy pocos, escasos, los que hoy levantan el teléfono para preguntarle cómo se encuentra.


-¿Un marino preso? ¡Hummm! Está muy raro eso, es el primer caso del que tengo noticias hayan detenido y mira que somos bastante. Le respondí mientras entraba al baño para orinar, tenía el rostro bien rojo, la gente en Cuba pensaban que era por la buena alimentación cuando observaban fotos de estos blancos rojizos. No podían imaginar que era debido al frío, la comida era una obsesión que limitaba cualquier otra interpretación.


-¿Qué te parece si vamos a verlo? Me preguntó en el comedor mientras preparaba un poco de café.


-¡Hoy, no! Ya me he soplado un frío del coño de su madre para llegar hasta aquí. ¿Te hace falta algo? ¿Ya la gente fue a consultar con algún agente que atienda sus casos? Los recién llegados permanecían en silencio y solo se limitaban al intercambio de palabras producido entre nosotros, estaban francamente asustados y yo los comprendía.


-Estamos algo flojos de jama y el Puri cayó con gripe, no tengo nada para darle, solo limonadas calientes.


-No te preocupes, dentro de un rato vamos hasta el mercado por alguna facturita y de paso compramos algo para la gripe. No lo hacía con mi dinero, hacía algo de tiempo que había perdido el trabajo. Muchos lugares cerraban las puertas en invierno y te mandaban al paro, por fortuna no quedabas desamparado. Disponía sin embargo de una pequeña cantidad, era el aporte de los miembros de la organización “Hermanos del Mar”. Nos agrupamos con la finalidad de ayudar a esos antiguos compañeros nuestros y aportábamos cinco dólares mensuales. No era tanto, diría que insuficiente, pero un granito de arena muy importante en aquellos tiempos y aliviaba un poco la situación. Durante el trayecto hacia el mercado acordamos ir a visitar a ese marino que se encontraba preso, no teníamos su nombre u otra información que nos ayudara. La prisión se encontraba algo apartada, aún así, decidimos asistirlo.


-No es fácil llegar a un país donde no conoces a nadie y que te metan en el tanque. ¡El pobre, vamos a tirarle un cabo! 


Esa mañana nos encontramos en la estación de Metro “Frontenac”, era la más próxima a su casa. Orlando era un tipo estrafalario a la hora de vestirse y en invierno se extremaba, sacaba de sus baúles todos esos trapos ya pasados de moda y que usaran quién sabe cuántos muertos de esta ciudad. Parecía un verdadero payaso, chorizo, pingüino, cualquier cosa menos un ser humano. Todo se le perdonaba por aquel carácter tan agradable que poseía y esa alma de ángel guardián con la que enfrentaba la vida, era muy querido por todos. La temperatura neta para esa mañana era de treinta y seis grados Celsius bajo cero, con el factor viento andaba muy cerca de los cincuenta.


Después del Metro tomamos un autobús y le pedimos al chofer que nos avisara en la parada de la prisión, antes de descender nos enroscamos la bufanda alrededor del rostro. A solo pocos metros de estar caminando, el vapor de nuestras respiraciones formó una capa de hielo sobre ella. Un cartel anunciaba la existencia de ese centro penitenciario y nos dirigimos hacia su puerta, tocamos el timbre y luego de varios segundos escuchamos una voz en francés por un pequeño intercomunicador.


-Sí, buenos días. Le respondí en su lengua. -¡Mire! El asunto es que deseamos visitar a un marino cubano que se encuentra detenido aquí.


-Lo lamento, hoy no es día de visitas.


-¿Y cuando hay visitas?


-Deben regresar mañana después de las dos de la tarde. No recuerdo exactamente el horario, sí que nuestro regreso se produjo en horas de la tarde porque al salir ya era de noche y en invierno oscurece a las cuatro de la tarde.


Toqué el timbre nuevamente, esta vez más confiado, solo que ese día se demoraron algo en responder y el frío pelaba. Orlando se mantenía callado, no hablaba nada de francés y menos aún inglés.


-Sí, buenas tardes, el asunto es que deseamos visitar a un cubano que se encuentra detenido en este centro. Le dije a esa voz que salía por una bocinita.


-¿Cómo se llama?


-Realmente no tengo idea.


-El problema es que hay dos cubanos detenidos en estos momentos.


-Entonces deseamos verlos a los dos.


-No se permite visitar a dos reclusos al mismo tiempo.


-Bueno, yo visitaré a uno y mi amigo lo hará con el otro. Se escuchó el sonido de una chicharra y la puerta se abrió. Nos esperaba una mujer vestida de policía que nos condujo por un pasillo hasta lo que sería la oficina de recepción, allí nos pidieron que sacáramos todo el contenido de los bolsillos y lo depositáramos en una pequeña bandeja plástica. Luego, nos pasó un detector de metales por todo el cuerpo y cuando la pesquisa hubo concluido, nos llenaron un formulario con todos los santos y señas, donde por supuesto, se incluía el número de seguro social, dirección, teléfono y razones de la visita. Afortunadamente yo había registrado la organización “Hermanos del Mar” en el Palacio de Justicia y nuestra historia fue aceptada, solo nos motivaba los deseos de ayudar a esos cubanos en desgracia.


El salón de las visitas se encontraba en otro piso y fuimos conducidos por otro agente. El saloncito estaba bastante limpio y el ambiente resultaba familiar. Detrás de unos cristales, se podía observar a uno de los guardias controlando diferentes áreas de la prisión por medio de pantallas. Un poco más allá, los reos jugaban ping pong o simplemente veían la televisión. Escuchamos cuando mencionaron dos nombres con apellidos en español muy mal pronunciados, minutos después aparecían por la puerta del saloncito. Uno de los cubanos era blanco y el otro negro, el blanco era bien flaco y tenía algunas caries, se estaba riendo y las mostraba sin complejos, se estuvo riendo durante esa y las posteriores visitas. El negro era bastante oscuro y bien fornido, su dentadura era excelentemente pareja y blanca. Su rostro me resultaba demasiado familiar, había sido alumno mío en la Academia Naval del Mariel. Uno y otro se sentaron en diferentes mesas, el blanquito en la de Orlando “El Viejo” y el negro conmigo. Aunque nos mantuvieran separados nada podía impedir una conversación entre los cuatro, por lo que las reglas establecidas eran para cumplir un puro formulismo.


-¡Vaya sorpresa! No podía imaginar que fueras tú el detenido llegamos hasta aquí sin saber de quién se trataba. Nos dimos las manos y observé que tenía un pulso y collar de Orula. ¡Qué casualidad!, pensé. Tampoco me apretó la mano en su saludo, ni el flaquito tampoco. No era la primera vez que eso me ocurría, así saludan las mujeres, los maricones, la mayoría de la gente del “ambiente” o guapos y casi todos los segurosos. No le puse mucha atención a ese detalle, pero de algo estaba convencido, solo trasmiten energía negativa. Lo normal entre los hombres es que se saluden efusivamente, más aún cuando se conocen y llevan tiempo sin verse, es solo un detalle de apreciación muy particular.


-¡Sí, compadre! Estos hijoputas me han metido en el tanque. Fue su primera manifestación.


-¡Ten cuidado como hablas! Hay cámaras y micrófonos que nos están grabando. Se supone que llegas a este país en busca de refugio y no debes expresarte de esa manera, ellos no son hijos de puta, sencillamente no te conocen ni saben quién eres tú. ¿Dónde fue que caíste preso?


-Desde que deserté en Saint John.


-Alguna caca debes tener encima para que procedan así, yo te recomiendo una cosa, si fuiste “clavista” o miembro de la seguridad, es mejor que lo declares en tus alegatos. Posiblemente te ayude a conseguir “refugio político”. Si lo ocultas, no dudes tú que ellos están enterados de quién eres. No olvides que la seguridad de Canadá está estrechamente conectada a la CIA y el FBI, así que te recomiendo seas diáfano en tus declaraciones. Lo tomas o lo dejas, ese es tu problema. Orlando era enfermero de la Flota Cubana, él y yo tenemos una organización integrada por marineros y dedicada a ayudar a los recién llegados, si necesitas algo nos lo dejas saber. Le extendió la mano para cumplir con la presentación. ¿Y tú, de dónde vienes? Le dije al flaquito que no dejaba de sonreír, aunque no hablaba. Tenía una gorra con el logo de la organización anticastrista “Alpha 66”.


-¿Yo? Quiero aplicar para el “refugio político”, estuve preso en La Habana por pertenecer a esa organización. Me respondió sin dejar de sonreír, lo hizo rápido, casi cumpliendo rigurosamente un libreto muy bien aprendido. Su rostro era el de un fiñe y me llamó la atención sus palabras, le calculé menos de veinte años y pronto dudé que una organización como “Alpha”, que contaba con escasos miembros dentro de la isla, depositara su confianza en un niño.


-¿Sabes una cosa? Te haces muy poco favor con estar usando esa gorra aquí, desafortunadamente acabas de arribar a un país con una sociedad habitada por personas con ideas izquierdistas. ¿Trabajabas o estudiabas en Cuba? Creo que lo sorprendí con aquella inesperada pregunta y detuvo su sonrisa.


-¡Trabajaba!


-¿Y que edad tienes? Se la hice a propósito, de su respuesta dependía que le creyera, pero su rostro era infantil y de acuerdo a las leyes cubanas no podía obtener un empleo si era menor de 18 años.


-En realidad yo llegué a Miami en una balsa donde murió mi abuelo. Me contestó y evadió la pregunta realizada.


-¿Cuándo fue eso?


-¡Coño, compadre! Te hablo del Mariel. Con aquella respuesta se tiró un poco más de mierda encima, corría el año 93 y el Mariel sucedió en el 80, hablamos de trece años atrás que si se le restaba a la apariencia de ese muchacho, arribaríamos a la imagen de un niño.


-Así que se murió tu abuelo en la balsa y estuviste preso por problemas políticos en Cuba. ¿Cómo llegaste hasta aquí? No te asustes por las pregunta que te haga, esas mismas deben realizarte las autoridades de Canadá, tómalas como un ensayo.


-¡Vine en bicicleta!


-En bicicleta, ¿desde dónde?


-¡En bicicleta desde Miami!


-¿Y para dónde ibas? Sonrió esta vez, pero no pudo ocultar su nerviosismo, él solo había caído en su propia trampa.


-¡Para Alaska! ¿Es territorio americano, no?


-Yo no tengo la menor duda de eso, Alaska es territorio norteamericano. Sí te digo una cosa, estás muy jodido en geografía. No tienes la más remota puta idea de los kilómetros que nos separan de Miami, tampoco sabes los que existen desde Montreal hasta Alaska, y lo peor, allá afuera está soplando casi cincuenta grados bajo cero y no creo que puedas convencer a las autoridades de este país sobre tus intenciones. ¡Ven acá, men! ¿Cómo te llamas? El negro permanecía en silencio, quizás más sorprendido que nosotros con aquel intercambio de palabras.


-Yo me llamo Roberto.


-Vamos a hacer una cosa, se nos está venciendo el tiempo de la visita, aquí les dejo mi número telefónico y cualquier cosa que necesiten nos pueden llamar. ¿Necesitan algo?


-¡Mira! No he podido contactar con mi esposa, hace falta que le des un timbrazo y le digas que estoy bien, que no se preocupe. Me dijo el negro.


-¿Dónde vive ella?


-En Alamar.


-¡Coño, mi mujer trabaja en el policlínico de la zona 5!


-La mía también, es probable que la conozca.


-No te preocupes, luego le sueno un timbrazo.


-¿Tú necesitas algo? Le pregunté al blanquito de la eterna sonrisa.


-¡Asere, necesito unas pilas para esta walkman!


-No te preocupes, te las traigo en la próxima visita. Nos despedimos cuando casi entra el guardia a anunciarnos el final de la visita. Bajamos acompañados hasta la oficinita donde nos devolvieron todas las pertenencias y al salir del centro penitenciario era de noche. El viento soplaba con fuerza y la cumulación de nieve en la acera dificultaba nuestra marcha, estuvimos largos minutos esperando a que pasara el próximo autobús. 


Regresamos varios días después y le llevamos una cajita con una docena de pilas doble “A” al muchachito sonriente para su walkman. Ese día, el negro me pidió que le enviara una carta a su esposa y me dijo que en el sobre abierto que me entregaba, había cien dólares para que se los hiciera llegar. Ya yo había hablado con su esposa y por medio del servicio three-way call, le había facilitado una llamada con su marido. Efectivamente, ella trabajaba en el policlínico con mi esposa y vivía cerca de la casa en Alamar. Al entrar a la oficinita de la prisión no nos permitieron entregarles algunos productos alimenticios y los retuvieron hasta nuestra salida.


-¿Cómo te llamas? Le pregunté a secas al muchachito que vino en bicicleta desde Miami y arribó a la frontera canadiense en short con treinta grados bajo cero.


-¡Me llamo Roberto! Respondió muy contento cuando le entregaba las baterías, no agregó apellidos. El negro habló muy poco, no le hacía muy feliz nuestra visita y tampoco me propuse obligarlo a que fuera sincero, no me importaba. Sí recuerdo que la tarde donde lo conecté con La Habana por teléfono, repitió el mismo “hijoputa” para referirse a las autoridades de Canadá.


-¡Compadre! Estás hablando a mi número telefónico y es de suponer que todos los teléfonos de esa prisión estén pinchados. Yo no tengo necesidad de buscarme problemas con las autoridades de este país, soy un refugiado político y no los considero “hijoputas”, te sugiero que moderes el vocabulario cuando vayas a referirte a ellos y hables conmigo utilizando mi número telefónico. Esa tarde, cuando nos disponíamos a retirarnos después de consumir el tiempo asignado, el negro recibió la visita de un latinoamericano que no le agradó encontrarnos allí.


Un día después, recibí la llamada de una abogada. Esa llamada fue recibida precisamente por Rafael Goicoechea, ayer escribí sobre él y manifesté que no se encontraba presente cuando la creación de la organización “Hermanos del Mar”. Todo parece indicar que voy recobrando la memoria, si yo visitaba la prisión con Orlando Martínez, alias “El Viejo”, y además de eso, vivía con Rafael Goicoechea, la organización “Hermanos del Mar” existía y no lo puse en conocimiento suyo porque ya lo tenía descubierto como posible agente de la inteligencia cubana y por su participación directa en la destrucción de la anterior organización creada por mí.


Se interesó en ese caso al escuchar mi conversación con la abogada y le dí como detalle “accidental” que, el negro usaba una pulsera y collar de “Orula”. La gente que ha escuchado o leído este detalle en varios de mis escritos, opinan, algunos de ellos, que es simple paranoia mía. Sin embargo, me aferro a la idea de que si los masones tenían una contraseña para comunicarse en caso de apuros, ¿por qué no podían tenerla los agentones de la seguridad cubana en el exterior? No ha sido un caso accidental que varios de esos chivatos conocidos en Montreal, coincidieran con las mismas prendas y santos. Inmediatamente se ofreció para visitar la prisión conmigo, ¡qué raro!, Rafael Goicoechea no mantenía relaciones con personas de la comunidad cubana en esta ciudad, todos eran de origen latinoamericano.


Una tarde fue conmigo a la prisión y su presencia fue dedicada por entero al negro “Cristóbal”, porque finalmente me enteré de su nombre. De reojo y como el que no quiere las cosas, seguí de muy cerca aquel contacto. Puedo asegurar que mucho más familiar que el establecido conmigo, persona que lo conocía desde su etapa estudiantil. Hablaron en un lenguaje casi Morse, donde las precauciones fueron extremas y opté por hacerme el desentendido, hubo mucha química entre ellos. Aquel encuentro sirvió para profundizar la desconfianza que sentí por el negro desde los instantes que me diera la mano.


Esa noche, la abogada repitió la llamada y me solicitó una entrevista. Ella tenía sus oficinas muy cerca del Palacio de Justicia, era de origen chileno y como es de suponer, fue suficiente razón para desconfiar de ella. El encuentro fue muy profesional y nos condujo inmediatamente al grano o núcleo de la situación.


-Si de verdad deseas ayudar a esos cubanos, solo se necesita tu firma para sacarlos de prisión. Dijo ella sin preámbulos.


-¿Cómo es eso?


-Muy sencillo, tú firmas y te haces responsable de las dos personas. Inmediatamente le dan la liberación y salen a vivir a tu casa o apartamento.


-¿Así de fácil?


-Así funcionan las leyes en este país.


-No, no me importa la parte jurídica. El asunto es que yo no sé quién es uno y no me explico por cuál motivo se encuentra detenido el otro.


-Es lógico que desconfíes, Robertico no desea colaborar con las autoridades. Sin embargo, he presentado un recurso para sacarlo de las rejas donde por supuesto, apareces tú. Yo creo que sería muy beneficioso si tratas de sacarle alguna información, nadie sabe quién es y mientras no desee decirlo, no se tendrá acceso a su pasado en los archivos existentes para cada ciudadano que ingresa a este país o a los Estados Unidos.


-¡Muy curioso! Si la libertad de ellos depende exclusivamente de mi firma, puede estar convencida de que la daría por verlos en la calle. ¡Ojo! Necesito conversar con él para leerle las reglas del juego.


-Mañana tiene visita y considero que sería una magnífica oportunidad para que trates de aclarar algunas cosas.


-Mañana paso por la prisión.


-¡Escucha bien, chamaco! Le tienes rota la computadora a la policía, inmigración, la CIA, el FBI, hasta tu abogada se encuentra media loca con tus mentiras. ¿Sabes una cosa? Con mi firma puedes salir de esta prisión inmediatamente, irías para mi casa hasta que se resuelva tu situación. Ya le manifesté a tu abogada mi disposición a colaborar, solo exigen a cambio saber quién carajo eres. Si así lo deseas, me haces una nota con la dirección de tu casa para mandar a pedir tu inscripción de nacimiento y otros documentos exigidos en este país. Hazle una nota a tu familia autorizando a mi hijo solicitar o portar esos documentos. ¿Qué te parece? El tipo no dejaba de sonreír y ya comenzaba a caerme mal, lo interpretaba como un gesto o acto de cinismo, pero no podía dar muestras de desesperación, tenía que mantenerme más sereno que él. Eso sí, no daría mi firma hasta saber en presencia de quién carajo estaba. Tomó un papel y bolígrafo que le ofrecí y escribió algo, luego me lo regresó y partí.
Aquel mediodía asistí a la oficina de Inmigración que funcionaba como Corte, no recuerdo exactamente si se encontraba al final de la avenida Papineau y muy cerca de Saint Catherine, por allí andaba.


-¿Qué haces aquí? Le pregunté a Pedro Martori, un viejo conocido que habían logrado convertir en enemigo mío. Martori, como todos lo conocen, pertenece a ese grupo de buenos samaritanos que ayudó a mucha gente en Montreal, entre ellos me encuentro yo. No eran muchos los que ayudaban en esa época, fueron contados con los dedos dentro de una comunidad que no lograba sobrepasar las dos centenas. Hablemos de Máximo Morales, El Viejo Orlando, Pedro Martori y el homosexual Manuel. Cada uno de ellos merece el privilegio de un monumento moral, estoy convencido de que serán muy pocos los que recordarán la ayuda recibida de esas personas.


-¡Vine a firmar para sacar en libertad a unos cubanos que están presos! No me sorprendió su respuesta, lo conocía perfectamente y teníamos las mismas debilidades, ayudar al prójimo.


-Martori, ¡no firmes ni pinga! He llegado hasta aquí por la misma razón, también iba a firmar, pero me cansé de ser comemierda.


-¡Coño! ¿Qué me quieres decir con eso?


-¡Qué no firmes, mi hermano! He mandado a investigar a ese chamaco en La Habana y resulta que es un delincuente. Anoche mismo me llamó mi hijo para advertirme que no lo hiciera a solicitud de su hermana y cuñada. Resulta que el chamaco es delincuente y estuvo preso en el Combinado del Este por delitos comunes, nunca ha estado vinculado a problemas políticos, todo eso que cuenta es mentira.


-¿Y el negro, qué me cuentas del negro?


-¡Martori! Ese negro no es sincero, apesta, me huele mal, creo que es chiva.


-¿Tú crees?


-¡Compadre! En esta ciudad al último que le mentiría es a ti. ¡Mira! Por ahí viene su abogada.


-Entonces, ¿van a firmar por la liberación de esos muchachos? Preguntó ella cuando se acercó a nosotros.


-¿Sabe una cosa, abogada? Que aprieten el culo y le den a los pedales.


-¿Qué dijo?


-No me haga caso, es un refrán cubano.


-¿No va a firmar?


-Por supuesto que no, pregúntele a Martori. ¡Voy quemando!


Varios años después, encontré a Cristóbal en la cola de los vuelos a Cuba del aeropuerto Mirabel. No me saludó, al salir de la prisión se borró, tampoco me asombró, no era el primero que asumía esa posición, así somos los cubanos. Estoy convencido de que muy pocos levantan el teléfono para llamar a Orlando “El Viejo”, cuando menos para preguntar por su salud.









                            Esteban Casañas Lostal.
                            Montreal..Canadá.
                            2011-01-19








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lunes, 28 de enero de 2019

PACO NO PUEDE REGRESAR


                                 PACO NO PUEDE REGRESAR





       
El invierno que corría era duro, nada que ver con los actuales. Millones de toneladas métricas de nieve eran regaladas por el cielo cada año. Mierda blanca que entorpecía el tráfico y obligaba a redoblar la prudencia cuando se conduce un auto. Las temperaturas bajas que rondaban los veinte grados bajo cero, insistían en permanecer a veces por más de una semana. No les menciono aquellas que congelaban las palabras en el aire y luego permitían recoger todas las letras separadas sobre el suelo. Ya los tiempos han cambiado, tal vez no. Puede que me haya aclimatado un poco, sin embargo, no puedo olvidar las veces que observé los termómetros públicos marcando -36. Es dura y peor cuando ese frío es empujado sobre tu cara por una corriente de viento que lo convierte fácilmente en -50. ¿Qué saben los de ahora lo que es frío y nevadas?

El tráfico era lento a esa hora de la tarde y me esforzaba en mantener una distancia superior a la normal. Evitaba los frenazos violentos o los bruscos acelerones que solo logran atravesar el auto, todo es cuestión de maña, diría cualquier viejo. Hacía solo unos meses que había sacado la licencia de conducir y la tensión de los primeros días comenzaba a ceder ante la confianza que iba ganando conmigo mismo. Conducía escuchando música, es algo que no puedo evitar, no he dejado de hacerlo. 

Esa tarde viajaba con Paco para disgusto mío, me encontraba ocupadísimo en la renovación de lo que sería nuestro restaurante. Si algo sobraba en esos días, lo era precisamente el trabajo. Muchas veces discutí con mi hijo y le exponía las razones para no llevarlo conmigo. Una muy importante era su exagerado grado de vagancia, Paco nunca había trabajado duro, según me contó, toda su vida se dedicó a reparar televisores. Tampoco hubo necesidad me dijera que su trabajo resultaba algo sedentario, lo delataba la flacidez de sus músculos o ausencia de ellos. Es de ese grupo de hombres que con apenas sesenta años se muestran sumamente arrugados y no dejan señal alguna de que una vez tuvieran bíceps, espalda, tríceps. Verlo en camisetas podía provocar risa, era una masa amorfa, aunque él era tan descarado o carente de complejos que muy bien podía reírse contigo. Me encabronaba llevarlo en el auto, no soportaba verlo parado con las manos metidas en los bolsillo y preguntar a una hora exacta, ¿cuándo llega el almuerzo? ¡Coño! Está bien que no sepas nada de construcción, pero muy bien pudo ayudar en la limpieza. El día entero servía para cargar mis baterías contra su figura, no lo soportaba

¿Ayudar? Su hija vivía en el apartamento que se encontraba justamente encima del mío y de vez en cuando pude escuchar sus protestas. Paco era incapaz de sacar la bolsa de  basura el día de su recogida, era un inútil fosforescente. No podía calentarse la comida en el microwave, ni caminar media cuadra para llegarse al mercado a buscar leche. Cuando ella llegaba del trabajo, se encontraba el fregadero lleno de vasos sucios. Cada vez que iba a tomar agua, refresco o jugo, Paco usaba uno diferente y no lo fregaba, me contaba. Un día sintió que yo había colado café y me tocó la puerta, no tuve otra opción que brindarle.

-¡Oye! Regresa y friega la taza. ¡No te vayas a equivocar conmigo! No soy tu mujer, ni tu hija y mucho menos tu sirviente. Se aconsejó y la fregó, después de ese incidente no volvió a bajar y me alegré muchísimo, no lo tragaba.

Aquella desgraciada tarde y después de un día sumamente agotador, recorría el mismo sendero para llegar a mi apartamento con la misma prudencia que las nevadas imponen. No sé de dónde carajo le llegó la inspiración, pudo haber sido el encontrar a otro viejo como él y a dos pasos de la tumba, no era tampoco tan viejo, casualmente tenía mi edad. Solo que se encontraba muy maltratado, descojonado, diría yo para que entiendan mejor. Ese día Paco hizo el pan y se puso muy contento, se despachó junto a aquel viejo hablando de las bondades del comunismo y en su defecto, hicieron hincapié en la mal llamada revolución. Los jóvenes que allí se encontraban trabajando, unos cinco en total, carecían de argumentos para neutralizar a ese par de ancianos, que no lo eran tanto. Yo escuchaba, escuchaba, volvía a escuchar y contaba hasta cien, luego regresaba sobre la cuenta y en uno de aquellos instantes donde mencioné mentalmente el 99, exploté como una cafetera.

–¡Partía de cabrones y maricones! Ustedes podrán engañar y confundir a estos muchachos que no vivieron nada del pasado, pero yo soy de la edad de ustedes y pude vivir parte del batistato en la isla. Batista era un cabrón, no puede negarse, pero Castro ha arruinado nuestro país con todas las sandeces que ustedes mencionan. Nuestra isla no ha vivido momentos peores, ¡yo no sé qué cojones hacen ustedes en este país!

Al viejo que sirvió de pala a Paco y estaba muy enfermo le dio un ataque, ese día su familia tuvo que llevarlo al hospital donde permaneció ingresado por más de una semana, tengo pendiente escribir algo sobre él. Sin embargo, aquella plena identificación de dos seres afines y conformes con el daño producido en nuestra tierra, produjo cierto estado emocional muy feliz en Paco, eso pienso ahora que han pasado tantos años.

Yo continuaba la lenta marcha que impuso una gran nevada, no me desesperaba, la música era mi mejor relajante. La velocidad máxima tuvo que andar por los veinte kilómetros por hora en los momentos que nos desplazábamos, era el horario pico. Los intercambios convergentes de opinión de Paco con el viejo moribundo, tuvieron unos efectos similares al del consumo de mariguana, no la he probado, pero lo imagino. Tuvo que ser así porque sin yo mencionar palabra alguna, muy concentrado en el tráfico y escuchando música, Paco se despachó repentinamente en una arenga revolucionaria como las que escuche de boca de los comisarios políticos a bordo de los buques que navegué. No conté hasta cien en esa oportunidad, creo que no llegué a cinco. Estacioné donde primero tuve oportunidad, no podía continuar, si lo hacía podía ser víctima de un infarto. 

-¡Fíjate, pedazo de maricón! Si vuelves a abrir la boca en lo que resta de viaje, puedes estar convencido de que me detendré y te bajaré del auto a patadas por el culo. Vas a tener que ir caminando hasta tu casa y poco me importa si te congelas en el camino. ¿De acuerdo? No respondió, creo que se cagó cuando vio una reacción tan violenta. Yo estaba convencido que sería así, los conocía perfectamente, los comunistas cubanos son como las ratas, son valientes cuando andan en pandilla. Ese fue el último día que trabajó en lo que sería nuestro restaurante, que por supuesto, no trabajó. 

Creo que a la semana siguiente regresó a Cuba y ese día compré una botella de ron para celebrarlo. Paco no cabía en este inmenso país, añoraba y extrañaba su isla, la libreta, los apagones, la lucha, reuniones del CDR y partido. Sufría por su FIAT polaco, nunca le pregunté si lo obtuvo reparando televisores o chivateando, pudo ser por ambas cosas, nos despedimos de él.

El viejo que le sirvió de pala murió apenas dos semanas después de abrir el restaurante, ya les dije que escribiré sobre esa historia. Fui hasta su funeral para asegurarme que estaba bien muerto, lo estuvo, hoy debe encontrarse de fogonero alimentando las calderas del infierno. No soy yo quien lo condena, es la voz de varios jóvenes que lo conocieron cuando él se destacaba como dirigente del turismo en Varadero y otros puntos de la isla. Todo lo resumían en pocas palabras, “es un hijo de puta”, yo tampoco me había equivocado.

Unos seis meses después, Paco se encontraba de regreso en Montreal, ¡qué vida más dulce!, pensé. Yo me encontraba trabajando unas dieciséis horas diarias con el propósito de echar a andar nuestro negocio, su llegada me resultó indiferente, me caía mal y no lo toleraba.

Un día cualquiera, su familia pasó por el negocio y me dejaron el paquete. Paco se sentó en la barra y no se me ocurrió brindarle ni un vaso de agua. La vista se le perdía por cada rincón y creo, según la expresión de su rostro nada confiable, no aceptaba que aquella obra maestra fuera realizada por manos cubanas, porque eso fue nuestro restaurante, una obra de arte. Luego de permanecer sentado en la barra por unas dos horas ante mi indiferencia, trató de establecer cierta comunicación y romper el hielo como decimos los cubanos.

-¿Te enteraste que pedí refugio político? Me preguntó en uno de esos pases por la barra del bar.

-No, no me he enterado. Le respondí a secas, muy parco y sin interés en continuar conversando con él.

-Pues, ayer fui hasta las oficinas de inmigración y llené todos los formularios. Insistió en atraer mi atención y volví hasta la cuenta de cien, pero no logré superar los siete.

-¡Qué pena! Siento una gran pena por ti, si lo hubieras consultado conmigo, puedes estar convencido de que te diría no lo hicieras. Le contesté sin argumentos extras.

-Lo dices porque te caigo mal.

-Eso es insignificante para mí, he ayudado a muchos antipáticos como tú en este país. Me había mentido y luego me enteré. Paco llevaba un tiempo recibiendo el cheque de la ayuda social y en espera de su comparecencia ante el tribunal de apelación para el estatus de refugiado político. –El asunto es que este país te queda grande y nunca te vas a adaptar a él, tú necesitas vivir del cuento y ese privilegio no te será concedido aquí. No le cayó muy bien mi respuesta y tampoco insistió. No me dio la gana de brindarle absolutamente nada y lo dejé solo donde se encontraba escuchando música, al menos disfrutaba de algo gratis en el restaurante. Tarde en la noche pasaron por él y me alegré cuando lo vi salir, me caía súper mal, no puedo ocultarlo. Dos o tres meses después, sus parientes me dijeron que Paco había renunciado y regresaría a Cuba. 

–¡Es lógico! Les dije sin ningún síntoma de asombro. -Su pariente es comunista y eso significa que lleva consigo todos sus ingredientes.

-¿Cuáles? Preguntó alguno de ellos que no recuerdo.

-Uno muy importante, es un reverendo vago, como todos ellos. Le debe resultar más fácil y con menos sacrificios que ustedes le manden su “mesada” a Cuba sin falta y, que frecuentemente incurran en los gastos de la carta de invitación, pasaje y todos los gastos adicionales para mantenerlo durante su estancia en este país. Estamos hablando de un güevón transformado en turista al costo de todos los sacrificios que ustedes realicen del lado de acá. ¿No es razón para devolverlo a la isla? Es probable que mis argumentos no resultaran de la simpatía de ellos, pero en el fondo estoy convencido de que era aprobado.

-Mañana salgo para Cuba. Me dijo una mañana antes de que yo partiera para el restaurante.

-Debes saber de que no podrás regresar nunca más a Canadá, le mentiste a este gobierno, tú no eras un refugiado político. No me respondió y me alegro en el alma, deseaba humillarlo como hicieron con tantos de los nuestros allá, ese miserable no valía la pena. Allá se encuentra muy feliz con su FIAT polaco, una vez lo invitaron a Miami y el muy descarado fue. Su familia en esa ciudad no lo soporta, tienen el mismo criterio que yo, ¿por qué debo soportarlo?, ¿por ser cubano? ¡Qué se vayan a la mierda!


                                        Esteban Casañas Lostal.
                                        Montreal..Canadá.
                                        2012-05-03


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viernes, 25 de enero de 2019

LA CASA DE BENEFICENCIA Y MATERNIDAD DE LA HABANA.


 LA CASA DE BENEFICENCIA Y MATERNIDAD DE LA HABANA.





Cualquier material, evento sin relevancia, persona, sitio, parque y hasta una simple edificación, puede convertirse en material útil a los intereses manipuladores del régimen castrista. Poco importa si los protagonistas de esa historia tergiversada se encuentran presentes, para los muertos la suerte es más penosa, ellos no pueden hablar.

Recorriendo una de esas páginas de Internet donde por accidente o maliciosa ingenuidad, se hacen eco de muchos artículos aparecidos en la prensa cubana con ciertos matices culturales inofensivos, y que de paso, todo sea bienvenido en nombre de la cultura y la tolerancia. Me encuentro con un trabajo que habla de la escuela donde pasé mi infancia y cuyo nombre sirve de título a este artículo. Extraña amalgama de medias verdades, mentiras, citas históricas inviolables, y por qué no, algunas verdades que con el paso del tiempo han sido convertidas en falsedades. Vamos a ver como puedo contestar a ese señorito de pluma roja, cuya labor es harto conocida por todos los que nos desarrollamos en ese sistema.

…Estoy seguro de que muy pocos de los que pasan hoy frente al hospital Hermanos Almejeiras o usan sus servicios saben que en ese sitio estuvo la Casa de Beneficencia y Maternidad, que daba asilo a niños sin amparo filial. La mujer que, por razones económicas o por la «deshonra» de haber cometido un «desliz», se veía imposibilitada de ocuparse de la atención de su hijo, podía entregarlo a aquel establecimiento sin tener que dar la cara o revelar su identidad…

Es innegable que esas eran parte de las razones que justificaron la existencia de aquella anciana institución y nunca fueron un misterio. Los tabúes morales de aquellos tiempos condenaban a esas mujeres víctimas de esos mencionados deslices. Poco importaban sus condiciones económicas y las condenas serían más severas en la medida que el nivel social fuera superior. La privacidad era respetada según nos cuenta el señorito Ciro Bianchi Ross, entonces, podemos afirmar que existía una solución a esos problemas existentes dentro de la sociedad y que la mujer no era condenada por ese acto de desprendimiento de su criatura.

… Para eso, en la fachada lateral del edificio que daba a la calzada de Belascoaín, estaba el torno. Se colocaba en él al infante y el depósito giraba al toque de una campanilla. Del otro lado recibía al niño abandonado una monja de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul, congregación que atendía aquella institución semiparticular que trataba de suplir la incuria oficial en su intento de redimir males que el Estado no suprimía ni remediaba…

Bueno, las cosas comienzan a cambiar en este párrafo con la palabra “semiparticular” y me surge una sola pregunta, ¿quién o quiénes eran sus verdaderos propietarios? Debo suponer que si solo una parte de esa propiedad era particular, la otra correspondería al Estado. Puede afirmarse entonces que existe contradicción en pocas líneas con el insano propósito de atacar a ese Estado de turno. El mal existe en la sociedad desde los tiempos de la fundación de esa institución, cuya antigüedad, como puede observarse en el mismo artículo, data del 1687. Pero no nos remontemos tan atrás en la historia, podemos adelantarla al 1794 o definitivamente al 1852 para situarla en el lugar donde se encuentra hoy el hospital Hermanos Almeijeiras. Algo queda claro en el mensaje del señorito Ciro Bianchi Ross, esos males existentes en el seno de la sociedad, no fueron suprimidos o remediados por el Estado de su tiempo. Podemos afirmar entonces que sí lo han sido con la llegada de la “revolución”, La Casa de Beneficencia fue eliminada del contexto histórico de nuestro país en el año 1962, porque esa “revolución” eliminó el mal con su varita mágica a solo tres años de existencia.

… Mi amigo el poeta Norberto Codina, que nació en Caracas y es habanero por amor y vocación, incluyó en su reciente libro Caligrafía rápida un texto en el que apresa a La Habana «entre la memoria y los sentidos», y cuenta en esas páginas que, en su infancia «la curiosidad me hacía detenerme a veces junto a las rejas de la Beneficencia, para contemplar en diálogo mudo a mis iguales que desde el otro lado miraban al remolino de la calle con tristeza. No sé si estaba sugestionado por su condición de huérfanos y abandonados, pero esa es la memoria que tengo siempre que paso a la altura de San Lázaro y Belascoaín»…

Todo parece indicar que tanto el señorito Ciro como su amigo Norberto Codina padecen de mala memoria o no se documentaron correctamente. ¿En cuál reja se detenía el poeta y soñador Norberto Codina? Que yo sepa, la Beneficencia solo poseía dos verjas, la frontal que daba a la calle San Lázaro con un amplio jardín. La parte derecha de esa edificación (mirando al norte), correspondía a la capilla que siempre se mantuvo abierta al público. A la izquierda de la entrada principal se encontraban las oficinas de la escuela seguidas de la barbería y otros talleres. El alumnado nunca se encontraba en esos jardines desde donde solo existía la posibilidad de un contacto visual con ellos. La otra verja y que servía de acceso a los vehículos solamente, se encontraba en la parte posterior de la escuela, o sea, en la calle Virtudes entre Balsacoaín y Lucena. A la derecha (Siempre mirando al norte), se encontraba parte de la edificación dedicada a las aulas y a su izquierda el hospital. Los alumnos no teníamos acceso a esa área tampoco, debo suponer que se equivocó de escuela para describir ese diálogo mudo y triste de los huérfanos descritos.

… Yo, que de niño, al igual que Codina, fui varias veces al parque Maceo y que tal vez merendé alguna que otra vez en el café Vista Alegre, no me detuve nunca a mirar detrás de los muros de la Beneficencia. Era un coto, me parece, bastante cerrado, y, pese a su césped amable, me horrorizaba ese edificio, que aplastaba con su severidad. Recuerdo, sí, que antes de 1959, en las paradas estudiantiles de los 28 de enero en el Parque Central, y aun en los grandes actos cívicos de a comienzos de la Revolución, eran siempre parte del desfile niñas y niños de la Beneficencia con su bandera cubana enorme. Eran también dos de esos niños —solo varones— los que cada sábado «cantaban» el sorteo de la Lotería Nacional, que se transmitía por radio. Daban vueltas al bombo de donde salían las bolas; una, con el número del billete agraciado, y la otra, con la cantidad de dinero que lo premiaba. Uno de aquellos niños, con una entonación que se hacía pegajosa, decía, por ejemplo: 62 662 y el otro: cien pesos, hasta que caía el «gordo» y entonces la mesa invitaba al público a examinar la bola…



Si el señorito Ciro Codina se hubiera detenido a mirar detrás de los muros de la escuela, estoy convencido de que sería toda una celebridad dentro de nuestro país y el mundo. Solo una persona superdotada con una potente visión de RX podía ver a través de los ladrillos de sus paredes. La Beneficencia era un coto como él mismo dice, era un oasis, agregaría yo, un paraíso concebido para infantes pobres y huérfanos del que solo él se horrorizaba porque no sabe nada de lo que ocurría en su interior. ¿Por qué no escribe sobre las bondades de las escuelas en el campo? Estoy convencido de que sus conocimientos en este terreno serían superiores. Señorito Ciro, yo era uno de aquellos muchachitos que cantaba la lotería cada sábado.


… Abril era aquí el mes de la Beneficencia. Cada año, en esa fecha, salían a la calle numerosas muchachas a fin de recoger en una alcancía de lata la contribución ciudadana. Esa colecta tenía su slogan: «Con lo que a usted le sobra, puede hacer feliz a un niño», divisa que en mi memoria se enlaza con la de la fundación de ciegos Varona Suárez: «Para esos ojos cerrados, tenga usted su corazón abierto».

Las niñas de la Beneficencia vestían de uniforme blanco con pañoleta negra. Llevaban además, al menos en la calle, un gorrito blanco. Y zapatos de los que entonces se llamaban de colegiales. No recuerdo el uniforme de los varones. Todos, niños y niñas, tenían un solo apellido: Valdés…

Vuelve a la carga el señorito Ciro, esta vez pretende inculcar la idea de que la escuela se mantenía gracias a la caridad humana, algo absurdo y difícil de aceptar si observamos que esas actividades se realizaban solamente un mes al año. Yo fui de aquellos niños que salió acompañado de un mayor con una alcancía en la mano, vendí calcomanías en la barrera donde se pagaba el peaje a la salida del túnel, en el Cinódromo de Marianao, etc. ¿No se realizan esas actividades actualmente, no mendigan cualquier tipo de material para las escuelas en la isla? Ni los uniformes de las muchachitas eran los que él describe y el de los varones era de marineros. Teníamos zapatos para el diario y otro par para salir o festividades, de charol, por cierto. Una mentira garrafal al final de ese párrafo, no todos los muchachos de esa escuela eran de apellido Valdés, no todos éramos huérfanos y aquellos no constituían la mayoría del alumnado.

…Al ingresar en la Beneficencia se daba a los niños el apellido Valdés. Recibían allí educación y se les adiestraba para un oficio. A los más dotados intelectualmente, se les ayudaba si lo decidían a hacer estudios superiores. Un niño de esa Casa, Juan Bautista Valdés, se hizo médico y llegó a ser director de la institución. El poeta Gabriel de la Concepción Valdés, que haría célebre el seudónimo de Plácido, era también un expósito…

¿Por qué no menciona a Jorge Esquivel? Fue una celebridad dentro del Ballet Nacional de Cuba y pasó su infancia en esa escuela hasta que fue captado por Alicia Alonso. Lo mismo digo de Pablo Moré, Edmundo Ronquillo, Nicolás, Barroso, ellos pertenecieron a la primera generación de bailarines formados a principios de la “revolución” y ninguno era Valdés. Los alumnos, fueran huérfanos o no, nunca serían abandonado a su suerte, arribados a la mayoría de edad, partirían de la escuela con una formación que los ayudaría a enfrentar su nueva vida sin presiones ideológicas ni solicitudes de subordinación a partido político alguno.





FINAL


… La Beneficencia llegó a disponer de cuantiosos bienes propios. No era raro escuchar la afirmación de que eran ricos los niños de la Beneficencia. Lo eran, ciertamente, pero no les tocaba. Durante mucho tiempo fue administrada por la Sociedad Económica de Amigos del País y una Junta de Patronos regía sus destinos…


¿Qué ha pretendido expresar el señorito Ciro en este párrafo? ¿Esperaba le dieran a los alumnos parte de las ganancias de aquellos bienes propios? ¡Éramos ricos! No le quepa la menor duda de ello, aún siendo pobres, tuvimos una infancia de lujo comparada con la ofrecida por la “revolución”. Excelente alimentación, una educación envidiable de la que no ha disfrutado ningún niño después del arribo de esa fatal “revolución”, una escuela donde se predicaba el amor al prójimo y no la delación. Le diría un poco más, los fines de semana se les daba cierta cantidad de dinero a los muchachos mayores para que pasaran el día en la calle, el suficiente para asistir a cines, parques de diversiones y comer, ¿no es un lujo, no éramos ricos? ¿No era rico un muchacho cuya educación fuera orientada desde pequeño hacia todas las ramas del arte, la cultura, el deporte? ¿Cómo se explicaría que además de los estudios de primaria, un niño de solo once años perteneciera al coro de la escuela, grupo de arte dramático, estudiara música para ingresar en la magnífica banda de música de esa escuela, practicara fútbol, pelota, asistiera a la enorme biblioteca y le sobrara tiempo para cantar la lotería? ¡Éramos ricos, señorito Ciro! Solo que esa riqueza se evaporó a partir de aquel día fatal para todos nosotros, fue un seis de Enero del 59, ese día, los tres reyes magos llegaron disfrazados de verde olivo y sus palabras se transformaron en consignas. Agregue este detalle para su nuevo artículo.


…La ciudad fue creciendo y se metió encima de la Beneficencia. A fines de la década del 50, el gobierno de Batista compró el edificio. Sería demolido y en sus terrenos se construiría la sede del Banco Nacional. Se imponía buscar un nuevo sitio para el alojamiento de los expósitos. Triunfó la Revolución y se decidió instalarlos en lo que había sido el Instituto Cívico Militar, en Ceiba del Agua; un lugar amplio, salubre y apropiado para el desarrollo de la niñez y su esparcimiento. Se le dio el nombre de Hogar Granma a la nueva instalación.

La vida se transformaba en Cuba. La maternidad sin legalizaciones ni papeles dejaba de ser deshonrosa y las mujeres, sin excepción dueñas de sus vidas y destinos, entraban en capacidad para atender a sus hijos, incluso aquellas que los asumían como madres solteras. Bastaron entonces unas pocas casas para acoger a niños sin amparo filial. Ignora quien esto escribe qué pasó con aquel Hogar Granma ni cómo ni cuándo desapareció. El edificio de la Beneficencia fue demolido y se empezó la construcción del Banco. Un día esa obra se paralizó cuando ya se habían construido inmensas bóvedas para guardar los caudales de la nación. Y sobre lo hecho para la instalación bancaria se edificó el Hospital Ameijeiras...



http://www.cubanuestra.nu/web/article.asp?artID=7902 


¡Vamos por pasos, señor Ciro! Antes de llegar a esa fase que usted menciona, parte del alumnado estuvo en las edificaciones de Triscornia y luego, nos pasaron al edificio Dupont que se encontraba en la esquina de Lucerna y San Lázaro, única edificación en esa manzana que no pertenecía a la escuela. No fue hasta el año 60 ó 61 que nos pasaron a las instalaciones del antiguo Instituto Cívico Militar de Ceiba del Agua. Aquel centro fue bautizado como “Ciudad Hogar Granma” y su primera y única directora se llamaba Martha Cuervo (Viuda de Marcelo Salado) ¡Anota esos detalles para cuando vuelvas a continuar la historia! Resulta asombroso que usted ignore la forma en que desapareció esa escuela, ¿no se lo permitieron escribir o, lo escribió y lo censuraron? ¡Vamos, hombre! Usted lo sabe tan bien como yo, dígale a la gente que esa magnífica escuela fue convertida en un cuartel. ¿No sabe que nos sacaron de allí para convertirla en la escuela militar Antonio Maceo? Si tanto hurgó en la historia tuvo que tropezar con este escalón.

Desapareció por encanto, con un leve toquecito de la varita mágica de su “revolución”, como dice usted, la maternidad deshonrosa desapareció y nadie podía ser discriminado. Todo se iba esfumando de aquella sociedad sobrecargada de tabúes y prejuicios hasta lo que se ha logrado en nuestros días, el hombre nuevo y perfecto que combatió con saña todos esos vicios y es capaz de acoger hospitalariamente a los clientes de hijas prostituidas en sus propios hogares, ¿no resulta asombroso?

Pero bueno, no le he explicado cómo rayos desapareció. ¡Anote! Una parte de los alumnos fuimos asignados al naciente “Plan de Becas” del gobierno “revolucionario”, ¿cuántas veces he escrito esa palabra?, no se preocupe, todo está justificado, se supone que absolutamente todo ha sido construido o elaborado por esa “revolución” emancipadora. Antes de que se me olvide, el choque fue traumatizante, me refiero al cambio de escuela, ¡qué clase de mierda era ese “Plan de Becas”, y lo peor, veinte y tantos años después, mi hijo estuvo en la secundaria “República de Bulgaria”, te cuento que era “vanguardia nacional”. ¡Qué clase de porquería si la comparaba con La Beneficencia!

Sigo, el resto de los alumnos, la minoría que poseía el apellido Valdés, fueron ubicados en unas casas del barrio de la playa El Náutico bajo la tutela de la camarada Celia Sánchez, la orquídea de Cuba, ya sabes. Bueno, los niños huérfanos comenzaron desde entonces a ser llamados “Hijos de la Patria”, aprendimos desde esa fecha que la patria también paría. Con el tiempo fueron adquiriendo la mayoría de edad y desaparecieron de nuestra historia hasta ahora que usted vuelve a desempolvarlos, pero de qué manera y con cuantos errores.

Como usted mismo ha dicho, …“La vida se transformaba en Cuba. La maternidad sin legalizaciones ni papeles dejaba de ser deshonrosa y las mujeres, sin excepción dueñas de sus vidas y destinos, entraban en capacidad para atender a sus hijos, incluso aquellas que los asumían como madres solteras”… Tiene toda la razón, esas mismas mujeres son dueñas de sus destinos y vidas, lo peor, han tenido la grandeza y capacidad de atender a sus hijos. Porque hablando en plata y usted bien lo sabe, en la isla se impuso la costumbre del “borrón y cuenta nueva”. Las mujeres han tenido que asumir el papel de madre y padre para mantener a sus hijos después de un divorcio, tenga en cuenta que hablo en términos generales, ¿o no se ha dado por enterado?

¡Ahhhhhh! La revolución eliminó a la Beneficencia porque con la conciencia adquirida por el proletariado no existirían niños abandonados. ¿Será capaz de consumir esa mentira? Bueno, le sugiero que recorra cada municipio de La Habana y luego todas las provincias de la isla. Averigüe cuántos círculos infantiles existen para el cuidado de los "hijos de la patria". Eso se lo dejo de tarea, no son muchos, pero no olvide que la patria pare, no un corazón como dijo Silvio un día.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2007-05-14


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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

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