Visitas recibidas en la Peña

jueves, 29 de noviembre de 2018

PAQUITO Y PAQUITA



                                                   PAQUITO Y PAQUITA



           

Nunca me gustó vivir dentro de la ciudad, menos todavía en una como La Habana, diseñada con estrabismos al futuro, contaminada como ciudad México, pero con una sola diferencia, respiraba por encontrarse al lado del mar, al que no se cansaba de envenenar.

Mientras sus edificaciones majestuosas y agotadas por el abandono oficial tenían que acudir al auxilio de muletas para sostenerla en pie de guerra, antiguas fortalezas se reían descaradamente de ella. Algunos restos de murallas construidas por nuestros esclavos, se mantienen bufonamente erguidos ante las nuevas construcciones. 


La paseaba casi a diario cuando me encontraba en el puerto habanero, la evitaba de noche. La Habana Vieja era el nido de lo peor que arribaba a nuestra capital, incubadora de delincuentes, hospital materno de la bolsa negra, cuerpo de guardia de la prostitución barata por su proximidad a la bahía, fábrica de dobles rostros sin par.


Por una de esas cosas raras de nuestras vidas y con el propósito de descansar del agua salada, caí en una microbrigada ubicada en la misma esquina de San Ignacio y Jesús María. En esas condiciones que más adelante les narro, ganaba el doble que un ingeniero cubano, yo era feliz, los vecinos eran felices, siempre andaban riendo, me sentí muy contento de estar nadando en un mar de mierda.


Nuestro propósito era (hablo en tercera persona acorde a las normas vigentes) mi propósito era vacilar un poco antes de hacerme a la mar de nuevo. Pues bien, la intención colectiva era construir una edificación de cuatro pisos donde se incluyera el consultorio del médico de la  familia. No creo tampoco que haya sido el pensamiento de los que estábamos allí, no pensábamos, fuimos diseñados para obedecer y aquellos eran planes del Partido de la región.


Nuestro campamento o albergue se encontraba a una cuadra de nosotros, allí tocaban algo metálico que imitara el toque desafinado de la peor de las campanas existentes en el mundo, no recuerdo que pedazo de metal utilizaban, pero se encontraba en total armonía con el barrio. Ese día no tuve deseos de acudir al llamado de la merienda, era demasiado caro caminar una cuadra por la oferta y decidí subir al segundo nivel. Hacía solo unos días que habíamos terminado de fundir la placa y recién comenzaba a tirarse las maestras para levantar las paredes que continuarían aquel monumento  a la chabacanería y mal gusto.


-¿Compadre no fuiste a merendar? Le pregunté a Gilberto, Gilbert para los socios, los ambias culiñanes de estudios, sus aseres que no tenían nada que ver con raza o religión, pero a él le salía de los huevos fuera así, nunca concibió panales sin fronteras, los hay de avispas y de abejas, siempre me dijo y no lo entendí muy bien. Levantaba unas cuartas del piso, flaco, enjuto y arrugado como una pasita de las que se habían perdido del mercado desde los tiempos de Cristo. Eso si, Gilbert tenía un volumen de voz muy desproporcionada con su cuerpo, cuando la alzaba metía miedo, lo hacía con suma frecuencia sin calcular que nunca resistiría un soplido. La gente lo quería y se lo tiraba a broma, muchas  veces lo provocábamos solo para reírnos un poco, era muy buen improvisador.


-¡Cállate, coño! Paquito está templando. Me respondió, mientras con el índice me indicaba a una especie de tronera practicada en una de las paredes del edificio vecino. Era espectacular aquella cirugía ilegal practicada en una pared donde nunca se hicieran cálculos de resistencia y menos de longevidad. Era un simulacro de ventana o respiradero, tal vez una especie de cañonazo del tiempo para darle acceso a un poco de aire menos contaminado por la ansiedad oculta por diplomas y medallitas, tal vez para dejar escapar gemidos y sueños marchitados. Allí estaba ese hueco como herida sangrante de malas palabras, rústico, desnivelado, descubriendo viejas piedras centenarias o milenarias quizás. Nadie se preocupó de repellar sus costados, un arqueado alquitrabe que evitara la caída de otras piedras y el edificio. Para rematar aquella obra abstracta, habían colocado una especie de prótesis rudimentaria que simulaba ser una ventana. Una ventana de dos pisos como era normal verlas en toda la La Habana, detrás de ella era fácil descubrir la existencia de una barbacoa, solo los comemierdas turistas pasaban inadvertidos.


-¿Estás de mirahueco? Mira que siempre he pensado eres un tipo serio. Le dije para buscarle la boca como siempre.


-¡Qué coño mirahueco ni un carajo! Te estoy diciendo que te calles para que no le jodas el palo a Paquito. Me respondió sin quitar la mirada del marco de la tronera y volvió a señalar con el dedo índice, fue cuando me di cuenta que se refería a dos gorriones.


-¡Tas enfermo, compadre!, mira que dedicarte a esto ahora, tas grave. Le dije sin quitar la mirada de aquella pareja de pajaritos. En esos momentos Paquito le decía algo a su pareja, ella se erizaba y hacía unos rápidos movimientos casi telúricos, él la miró por unos instantes y se lanzó a un nuevo ataque. Se le encaramó aleteando y tratando de mantener su equilibrio la picaba en las plumitas de la nuca. La pajarita muy complaciente echó su colita a un lado, tal vez la ayudó el viento y pudimos ver por solo fracciones de segundos un puntico que tenía que ser su culito. Con más precisión que Guillermo Tell, Paquito inclinó su colita en busca de aquel dulce huequito, su colita estorbaba un poco, pero al parecer dio en la diana y se bajó de su parejita para hablar un poco con ella.


-Es del carajo ser pájaro, mira que pasan trabajo para templar, esa cola molesta mucho, deberían tenerla postiza.


-Pues mira, con la cola jodedora que dices ya le ha echado cinco palos a Paquita.


-No jodas, ¿tanto tiempla ese pájaro?


-Eso no es nada, ayer le echó quince palitos. Tomé un bloque y lo acomodé al lado de Gilbert para continuar el conteo.


-Cuando terminen deben tener el culo en candela, ¿qué comerá ese pájaro?


-¡Cállate y observa! Parece que la va a montar de nuevo. Sentimos a alguien subiendo por la escalera de madera.


-¡Asere!, aquí les traigo unos metros comiquísimos, cinco varos cada uno, mírenlos bien. Era Juanito, un mulato que pertenecía a una microbrigada distante a una cuadra de la nuestra.


-Oye Juan, vas a dejar a tu brigada sin herramientas, asere. Le dije bien bajito mientras observaba la calidad de aquellos metros, eran made in China, plegables y de aluminio.


-¡Shiiiiiiiiiiiiii! ¡Sió, cojones! Si van a estar dando muela bajen, le van a cortar el palo a Paquito. Juan se sorprendió por aquella inesperada reacción de Gilbert, se asustó más bien y casi al oído me habló.


-Asere, ¿Qué le pasa al consorte?


-Nada Juan, el lío es que Paquito está templando, fíjate que ya va a echar el palo número seis. Le indiqué con el índice al marco de la ventana.


-¿Seis palos? ¿Qué coño jama ese pájaro? Exclamó sorprendido.


-Y eso no es nada, ayer echó quince. Le respondí sin quitar la vista de aquellos dos animalitos, Juan tomó otro bloque y se sentó a mi lado. Todos guardamos silencio mientras Paquito repetía el ritual del talle, Paquita que se erizaba, Paquito que se le encaramaba y la picaba en la nuca, solo que esta vez Paquita movió la colita en dirección contraria a la del palo anterior y no le vimos el culito.


-¡Asere!, ¿tú no te has fachado unos binoculares del barco? Me preguntó Gilbert en la breve pausa que se tomaban los pajaritos.


-Coño Gilbert, ¿cómo me voy a poner en esa?, acuérdate que yo soy oficial.


-¿Y qué? Yo también lo soy y facho como un caballo, todo el mundo facha y no lo hagas para que veas, pereces.


-Si lo quieren yo se los puedo conseguir. Intervino Juan.


-¿Conseguir qué? Le pregunté intrigado.


-Los binoculares para que le vean el bollito a Paquita, y bueno, tal vez se le peguen algo más dentro de la ventana.


-¡No jodas, consorte! ¿Cómo vas a conseguir eso? Le respondió Gilbert.


-Aterriza mi herma, estás en La Habana Vieja, hasta un cohete MX si quieres, pide por esa boca. Paquita comenzaba de nuevo con sus movimientos espasmódicos, abría sus alitas y levantaba su colita dejando al descubierto su maravilloso huequito. Paquito decía sus cosas, tal vez protestaba ante aquella exigente hembra. Sentimos que alguien subía por la escalera.


Edificio construido por marinos en la esquina de San Ignacio y Jesús Maria. Habana Vieja


-Gilbert, hace falta que te llegues por el Círculo, se han descolado varias cunitas y cinco corrales, además, el baño está tupido de nuevo. Era Margot, la subdirectora de un Círculo Infantil que patillas había inaugurado hacía solo unos meses. Fue en esa etapa de su vida durante la cual, su descomposición mental le diera por inaugurar un Círculo diariamente. Entonces, todos sus tracatranes se imponían metas, o mejor dicho, se las imponían a los trabajadores y las cosas se construían en tiempos records, (en apariencias solamente) pero a los pocos meses, digamos que quizás semanas, comenzaban a flotar todas las porquerías realizadas. En el caso de ese círculo situado en Jesús María y media cuadra de San Ignacio yendo para la avenida del Puerto, todos los días iban a jodernos por algún problema. Lo más risible de todo ha sido que cuando el caballo fue a inaugurarlo, pintaron esas dos cuadras para engañar a la prensa e incautos extranjeros.

-¡Shhhhhhhhhhhhh! ¡Cojones! ¿Será posible que en este país no dejen templar tranquilo ni a los pájaros? Paquito y Paquita miraron hacia Gilbert y movieron sus alitas, se hizo un rotundo silencio.

-¿Y a éste qué coño le dio hoy? Replicó Margot algo molesta.

-Nada Margocita, no te pongas brava, el lío es que aquellos gorriones están templando, ahora van por el palo número siete, y dice Gilbert que ayer echaron quince. Le expliqué.

-¡Ñoooó! Pero ese no es un gorrión, es un caballo. Voy a tener que enviarle a mi marido para que le muestren esto. ¿Qué carajo comerá ese animalito?

-¡Shhhhhhh, coño! Ahí va de nuevo. Intervino Gilbert y todos guardamos silencio mientras Paquito repetía su maniobra. Le brindé mi bloque a Margot y me mantuve agachado hasta que terminara el palo, después me moví por otro. Sonó la campana y continuamos en esa interesante observación. La escalera de madera se movió de nuevo.

-¡Arriba! ¡Cafecito caliente!- Era Anita, una flaca muy próxima a los seis pies de estatura. Para ser blanca tenía el pelo tan ensortijado que se acercaba a negra en ese aspecto, sin embargo, siempre le observaba el color de las encías cuando reía o el color de las uñas y nada la delataba con antecedentes africanos. Anita estaba embarazada, mostraba con penas una barriga que sobrepasaba los cuatro meses, aún así, pertenecía a otra microbrigada que estaba ubicada a media cuadra de la nuestra. No recuerdo a cual organismo pertenecía, solo que ella misma tenía la seguridad de que sus posibilidades de obtener vivienda eran remotas. Cuando le pregunté por el marido me respondió con pocas palabras, Anita pertenecía a ese numeroso ejército de madres solteras y vivía hacinada en un solar. No sé cuales eran sus atractivos, pero Anita me gustaba mucho, aún con su barriga, debe haber sido por esto último, nunca había tenido una aventura con una barrigona, temí estar enfermo.

-¡Vaya, carajo! Éramos poco y parió catana, será posible que sigan jodiendo. Dijo Gilbert algo encabronado.

-Si quieren me voy pal carajo y se hacen el café en su casa. Dijo Anita acompañando esas palabras con la exagerada gracia que yo encontraba en ella.

-No te vayas flaca, reparte ya que se enfría. Le dijo Margot.

-De repartir nada mija, este café tiene nombre y apellidos. Respondió muy parca Anita.

-¿Cómo se digiere eso? Preguntó Juan.

-Muy fácil, ¿quién carajo les dijo que las micro dan café?, eso lo compran los muchachos haciendo una vaquita. Le dijo Anita mientras señalaba para Gilbert y para mí.

-Vamos a mojarnos los labios para encender un Popular, pero no se acostumbren, en la bodega venden los sobrecitos de café a tres pesos. Anita fue sirviendo en las únicas dos tacitas que cargaba y donde todos pegamos la bemba.

-Tomen esa agua de culo, pero no se muevan tanto ni hablen tan alto, no van a dejar templar tranquilo a esos infelices. Dijo Gilbert mientras sorbía con gusto aquellas goticas de café.

-¡Caballeros! Me pueden explicar que le pasa al flaco hoy. Expresó Anita preocupada.

-!Nada, vieja! El problema es que aquellos dos pajaritos están templando, ya han echado siete palos y dice Gilbert que ayer fueron quince. Explicó Margot en lo que yo busqué un bloque para mí y otro para Anita, ya sabía que se quedaría.

-¿Quince palos? Ese gorrión es un salvaje. Fue todo lo que soltó Anita.

-Na, va y es igualito al tipo que te llenó el tanque. Bromeó Juan.

-Ya quisiera parecerse a ese pajarito, siempre anda alegando estar cansado, que si las guardias, que si las reuniones, que si las marchas, que si la jama no está pa eso. No mijo, me lo llenaron con un solo palo, dichosa esa gorriona. ¿Qué comerá ese pajarito?

-¿Se acabarán de callar? Gilbert mostraba un bien marcado mal humor y todos nos reunimos nuevamente en nuestro silencio. La escalera de madera sonó nuevamente mientras Paquito y Paquita disfrutaban ahora su pausa un poco más larga.

-¡Arriba, caballeros! Papas rellenas de sorpresa, calenticas. Era Mongo con su acostumbrada lata de galletas debajo del sobaco. En el bolsillo trasero de su pantalón cargaba una libretita donde anotaba lo que fiaba, yo le pedí dos de pescado, al menos no me podía engañar porque el pescado debe saber a pescado. No sabían mal y costaban a veinte centavos cada una. Comenzaba el ritual que antecede un palo y Gilbert se observaba cada vez más molesto.

-Mongo, vende tus papas pero trata de guardar silencio. Le dije antes de oír explotar a Gilbert.

-¿Qué volá, están de luto? Preguntó sorprendido.

-No es luto Mongo, es que esos gorriones están templando y van por el palo número ocho, dice Gilbert que ayer echaron quince. Le explicó Anita.

-¡Quince palos! De tranca, ese gorrión se manda mal, me quedo, me quedo, y si llega a diez le regalo una papa rellena. Respondió Mongo.

-Pues búscate un bloque y cierra el pico. Le ordenó Gilbert.

-¡Caballeros! ¿Por qué no organizamos una apuesta? Nos jugamos una caja de laguer, es sencillo, los que apuestan a que llega a los quince palos y los que dicen que no llegará.

-Juan, mejor sigue con los fachos compadre. Le dijo Margot.

-De verdad que no hay ambiente en esta brigada de marineros. Terminó de decir cuando desde la calle se escuchaba un escándalo anormal y todos nos olvidamos de los pajaritos. La gente gritaba y solo veíamos a un negrito corriendo a toda la velocidad de sus piernas por San Ignacio, la información fue corriendo de boca en boca con más eficiencia que los órganos de prensa del país. El negrito venía en una bicicleta y se le tiró a la cartera que una turista llevaba colgada en el hombro. Parece ser que los tirantes de aquella cartera eran de muy buena calidad y el negrito no logró romperlas del tirón que le dio. En esa desesperada maniobra perdió el equilibrio y cayó al suelo, la gente le partió para arriba y el muchacho en su nerviosismo arrancó en una veloz carrera dejando tras sí su bicicleta. Mal día para el chama, todos nos sentimos conmovidos por el hecho, regresamos nuevamente a nuestros puestos y la escalera se movió de nuevo.

-¡Caballeros! Cigarros Populares de los buenos a varo la cajetilla. Era Janet, una mulata cincuentona y presidenta del cedeerre que estaba al lado del puesto de vianda. En seguida saqué cinco pesos.

-¿Podrán hacer silencio en un solo puto día de sus vidas? Protestó Gilbert.

-¿Y a éste que bicho lo picó? Expresó Janet mientras me despachaba las cinco cajas de Populares.

-Nada mija, estamos vacilando a esa pareja de gorriones templando, ahora van a echar el palo número nueve, y eso no es nada, ayer echaron quince. Le explicó Mongo, quien estaba sentado encima de la lata de galletas. -¿Quieres papas rellenas Janet?

-No mijo, en la casa estoy tirando algo mejor que eso. Todos giramos nuestra vista hacia ella y olvidamos a los pajaritos, solo Gilbert continuaba concentrado.

-¿Qué estás tirando? Le pregunté en nombre de la colectividad.

-Pan con lechón a dos varos y laguer a tres. Dijo Janet.

-Mulata, voy en esa, ya falta poco para que toquen la campana del almuerzo, así que me tienes en el número uan- 

-No hay líos, alcanza para todos. ¿Dicen que ese pajarito ha echado hasta quince palos? ¿Qué coño jama ese bicho? Mañana les mando a mi marido pa que le den una lección. Todos nos reímos mientras Paquita movía el culito con cierta elegancia, se hizo silencio y Paquito la volvió a montar, ahora la pajarita inclinaba su colita hacia la banda donde no podíamos verle el culito, la escalera se movió nuevamente.

-¡Caballeros! ¿No piensan pinchar hoy? Era Salvador el jefe de la brigada.

-¡Cállate la boca y no jodas! Tú haces menos que nosotros.- Le respondió Gilbert y aquella expresión lo paró en seco.

-No te mandes Gilbert, ¿en que onda andan ustedes aquí arriba? Preguntó y entonces Janet le explicó la importancia de aquella espontánea reunión, Salvador fue hasta la pila de bloques y se acomodó en el grupo. No era mala gente el jabao, lo suyo era vivir, pero dejaba que la gente se defendiera. Abajo, los fiñes chiflaban y rechiflaban, algunos nos asomamos al borde del techo, una linda mulatita andaba con un bajaychupa mostrando sus dos tetas paradas como cañones antiaéreos. La lycra que llevaba puesta solo alcanzaba la mitad de sus muslos, muy ajustada, tanto, que se le marcaban hasta los poros de la piel, delante, donde se unen las dos piernas, un provocador bulto. Dicen los chamas del barrio que era una hernia.

-No puede ser que ese pájarito de mierda haya echado tantos palos, ¿de qué coño se alimenta? Preguntó Salvador mientras se oía el toque de la campana para el almuerzo, el sol daba directamente sobre nuestras cabezas y Paquito se observaba fatigado. La hembra no, ella seguía con sus provocadores movimientos, se erizaba, abría sus alitas, levantaba la colita en una danza erótica mientras le enseñaba el culito al pobre pajarito. Gilberto nos culpó a todos de aquella repentina indiferencia, dice que era por la cabrona conversadera, ambos pájaros salieron volando y el grupo se fue disolviendo. Yo fui con Gilbert para casa de Janet por un pan con lechón y tres o cuatro cervezas. Juan no pudo vender sus metros de mierda, Margot muy preocupada con su círculo infantil y los servicios que se desbordaban. Anita con su linda pasita y aquella barrigona, bajaba en cámara lenta la escalera de madera.

-Y fíjate Margot, dile a todas esas putas que trabajan contigo, que cuando tengan la regla no metan el kotex dentro del baño, porque la próxima vez lo va a destupir la madre que las parió. Fue la despedida de Gilbert.


Pocos días después, el pobre Paquito trabajaba como un animal para construir un nido, lo hacía en un hueco existente entre el alquitrabe de la ventana y la pared de aquella tronera. Ya no templaba ni Paquita le hacía gracia alguna, cargaban con todo lo que encontraban en las calles del barrio, pedacitos de papel, trapitos, hilachas de algodón, pedacitos de tela y una que otra yerbita encontrada casualmente.

Paquita era feliz porque al final de tanto sacrificio tendría su hogar y el de sus pichones. En La Habana Vieja las cosas empeorarían, Anita continuaría hacinándose en el solar junto a sus padres y hermanos. A solo unas cuadras de allí, el historiador le daría unas vueltas a una ceiba que existe en el Templete en extravagante ritual que accionaría las camaritas de los curiosos turistas, resultaba simpática aquella novedad ante sus ojos y ridículo el papel del que solo mencionaba la historia de aquel pedacito de la ciudad.




Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada.
2003-03-30


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miércoles, 28 de noviembre de 2018

SI UN DIA EL NORTE FUERA EL SUR



                            SI UN DIA EL NORTE FUERA EL SUR




Si un día el norte pudiera convertirse en el sur, tendría que cambiarse muchas cosas. El paisaje sería otro para los pintores, escritores, poetas y enamorados. La palma dejaría de serlo y para inspiración, tomaríamos un pino o un maple. Los pájaros cantarían diferente, lo serían también sus colores, el verde no dominaría eternamente, se convertiría rojo en el otoño, para luego dejar de existir por varios meses.

La brújula apuntará hacia el otro polo, deberá cambiar el curso de las corrientes. Entonces, el "Niño" se convertirá en adulto y enojado arrojará tormentas de nieves. Se obtendrá una sola cosecha, como ha sucedido siempre, la coca y la marihuana se sembrará en invernaderos, para el consumo propio y el de otra gente.

Llegarán chichiricuses con sus dioses y brujos, pero no se le podrán ofrecer gallinas prietas ni palomas, los brujos adaptarán las ceremonias a sus nuevas condiciones. Hoy sacrificarán una ardilla, mañana un mapache y para las grandes festividades se matará un caribú. Con la piel del oso, se fabricarán tambores pa que suenen en la fiesta, en el guateque de las iniciaciones. Se ordeñará cada maple y con su miel haremos ron o aguardiente, no importa que no se tenga caña, si no resulta, lo inventamos de remolacha, pero el alcohol no faltará en los ritos importados desde el Sur.

Todos celebraremos que estamos en el norte y que mandamos a los otros pal… pal polo contrario. ¡Hay que festejarlo! En verano estaremos de vacaciones y organizaremos grandes carnavales, como aquellos de Río.
Gritaremos a todo pulmón; ¡Somos felices aquí! Qué nos importa como vivan ahora los esquimales, ni donde desovará el salmón cuando los ríos se contaminen, ni si el castor podrá construir sus diques, nada nos importará porque estaremos muy contentos, y esa alegría durará muchos años, en definitiva, ahora vivimos en el norte y los otros en el sur.

Embriagados por el cambio, disfrutaremos sin parar las vacaciones cada solsticio de verano y el de invierno también. Sin darnos cuenta, escaseará el maíz y tendremos que importar el trigo. Cortaremos los pinos en invierno para calentarnos y los pájaros no regresarán nunca mas, no tendrán donde plantar un nido. Toda la nieve que caiga se acumulará, no olviden que estamos de descanso, hasta que nos cansemos de descansar.

Cuando nos falte algo le robaremos al vecino y si este no tiene, cruzaremos fronteras. Armaremos guerrillas, pero como hay nieve, solo se peleará a partir de la primavera, se hará por tres meses, a lo sumo cuatro. Luego, llegará el frío y la oscuridad. ¡Conspiraremos, señores!, como hicimos en el Sur. Aparecerán de nuevo los caudillos, preferimos a los tiranos, esos que duran muchos años, así nos gusta, que hablen y hablen sin reparo, que prometan sin parar, que sean bien machos, de manos duras y leyes inventadas a diario.

Con varios de ellos formaremos un grupo, para realizar conferencias, reuniones Cumbres, la primera será el grupo del 69, bonito número para comenzar. Entonces, se discutirá en el ámbito internacional los problemas que tenemos en el Norte, todos los años habrá reuniones donde hablen y hablen esos Presidentes, bueno, hablar solamente, no tanto. Calmarán la sed con champán y sus tripas reventarán de caviar, que para eso pagamos.

Allí, acusaremos de despiadados a los del Sur porque cobran muy caro el mango, bloquean el aguacate, fundamental para nuestro guacamole y están pagando muy poco por el fango que exportamos. Con todos los dedos los señalaremos como crueles, con los de los pies también, si no alcanzan los de las manos. Diremos que son ladrones y que el petróleo lo venden caro, que el café está por las nubes, igualito que el tabaco, que son privilegiados con sus cuatro cosechas y pueden sembrar todo el año. ¿Con qué compraremos? Pediremos prestado en Mongolandia, nos endeudamos con pirindingo y con ello compramos, compraremos de todo, hasta aires acondicionados, para cuando descansemos como hacemos los veranos. Gastaremos lo pedido, para que no nos griten tacaños, hasta que se nos acabe el dinero, que con mucho trabajo nos prestaron.

¿Cómo lo pagaremos? No es para preocuparnos, venderemos el hielo del polo y algún animal si queda, tal vez dé resultado. ¿Y si no lo da? Poco importa, no pagaremos, apelamos al 69 como hemos hecho muchos años. Celebraremos muchas más Cumbres, para que se reúnan Presidentes con Tiranos, Reyes con Caudillos y Príncipes con enanos. ¡Eso que importa! Si siempre se divierten con las cosas que hacemos, los que gozamos en verano.
Un día, las cosas no alcanzarán para todos, como nos sucedió en el Sur, entonces, de nada servirán esas Cumbres (que nunca sirvieron) y resolveremos las cosas como estamos acostumbrados. Dejaremos por un tiempo los carnavales y sonaremos bombazos, nada se arreglará con hablar, en realidad no se sabe si hablamos.

Tumbaremos al de arriba pa que no joda al de abajo, pero tarde o temprano veremos que tampoco funciona, porque quitamos a un ladrón y el que pusimos tiene cuatro manos, así sucedió y sucederá.

La gente cansada de tantas palabras y los estómagos vacíos, desviarán aviones hacia el Sur, se cerrarán las fronteras. En las noches, partirán las balsas y los que tienen plata lo harán en barcos, serán llevados por la corriente que ahora tira en rumbo contrario. Lo mismo ocurrirá a orillas del Río Grande y nadie querrá vivir en el Norte porque el invierno es muy largo.

Como creyentes invernales apelaremos a Dios y éste no dará señales, no vendrá el Papa en su Papa jet, no llegará nadie del Vaticano. Entonces, uno de esos días, llegará el Chichiricú con sus brujos muy enojados y gritará porque las ofrendas disminuyeron cuando los animales mermaron. ¡Eso, sí! Trajo un mensaje del Señor, no se sabe cuál de ellos, pero en medio de esa gran concentración dijo:

" Estaréis condenados a llorar otros 500 años, a pelear como lo han hecho, a ser sordos cuando les hablen y para colmo, culpa
ran a otros de sus errores. Así vivirán otros cinco siglos y si no bastan, los multiplicaremos." ¡Oremos!



Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá
2000-04-26


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lunes, 26 de noviembre de 2018

JUAN PIRINDINGO



                                         "JUAN PIRINDINGO"




            
 Después del almuerzo consumíamos los pocos minutos libres para hablar sobre temas de nuestras tierras, siempre era así. Me sorprendía mucho las coincidencias en algunas costumbres, no con todos ellos, la influencia española era menor en otros sitios que en nuestra isla. Éramos pocos los latinos en aquella fábrica, solo cinco, pero la pasábamos de maravilla en ese corto tiempo, ese día había entrado otro paisano nuevo. 

-¿Compa, tú eres cubano? Me disparó rapidísimo, la curiosidad del latino es sorprendente, tenemos muchos puntos de coincidencia.

-Sí, yo soy cubano. Le respondí con destacada cortesía.

-Mucho gusto, yo me llamo Manuel Pérez. Me extendió su mano y la acepté porque no me gusta rechazar a quien me brinda amistad, nosotros somos así.

-Mucho gusto compa, yo me llamo Juan Pirindingo. Le respondí y noté un gesto raro en su rostro.

-No se lo digas a nadie, pero acabaron contigo con ese nombrecito. Me dijo cuando pudo escapar de su sorpresa.

-Dímelo a mí que lo cargo desde hace cuarenta años.

-Me imagino que Juan sea por tu padre. 

-No compa, Juan es por mi país.

-¿Pero no dices que eres de Cuba? Preguntó intrigado mientras se llevaba una cucharada de sopa a la boca.

-¡Hombre! Pero no me iban a poner Cubo entonces, sucede que antes de llamarse así nuestra isla, los españoles le pusieron Juana.

-¡Ahhhhhhhh! ¿Y lo de Perendengo? Aquel ah sonó kilométrico y llamó la atención de las mesas vecinas aunque no comprendieran nuestro idioma.

-¡Pirindingo, compadre! No me estés cambiando el nombre.

-Bueno, vale, ¿de dónde rayos sale ese nombre?

-¡Ufffff! Eso sí que tiene su historia, pa’no cansarte, el viejo mío fue a estudiar a Rusia no se qué mierda y allá se casó con la que fuera mi madre.

-¡Ahhhhh! ¿Y qué mierda fue la que estudió tu padre?

-Algo sobre cosmonáutica. Observé que le colgaba un fideo del bigote.

-¿Tan adelantada estaba Cuba que iban a mandar cohetes al cosmos?

-¡No seas comemierda, chico! Allá mandaban a estudiar cualquier cosa que luego no tenía aplicación en la isla, lo mismo ocurrió cuando compraron barredoras de nieve.

-¡Púchica! No sabía que en Cuba nevaba.

-Ni yo tampoco, pero es para que tengas solo una idea. Pues, como no encontraron dónde rayos poner a trabajar al viejo, apareció una plaza de traductor para los pocos turistas rusos que viajaban a la isla. Ya sabes, rusas con las patas peludas como los cangrejos y con par de arañas debajo de cada sobaco. Los hombres vistiendo las mismas sandalias, pantalón oscuro y camisa blanca, parecía un ejército uniformado.

-Muy bien todo lo que me cuentas, pero no veo el origen de tu nombre por ningún lado.

-Y si continúas jodiendo y cortándome la conversación te quedarás en esa.

-No se enoje, compa, fíjese que me callo.

-Continúo, pero a la primera interrupción o que te pongas a tirar moco, recojo el violín y no toco. El paisa me miraba sorprendido, sin comprender y miraba pa’toos laos buscando el instrumento musical.

-De acuerdo amigo, ándele.

-El viejo se casó mientras estudiaba en Rusia, dice mi tío Piri que ella era muy bonita y  vivía en Moscú a tres cuadras de la Plaza Roja. Imagínate por un instante vivir en esas condiciones e ir a parar en un solar de mala muerte en Santiago de Cuba.

-No te creo, pobrecita la rusa. No se pudo contener el hombre y el fideo cayó dentro del mismo plato.

-Eso mismo digo yo ahora que soy grande, el lío es que la pobre vio muchas fotos de Varadero y pensó que eso era Cuba. Y tuvo suerte que mi tío les dio un cuarto en el solar donde vivía, otras infelices se la vieron peor.

-No te creo, pobrecita rusa. Repitió el paisa y se llevó la cuchara a la boca sin apartar su mirada de mi rostro.

-Los primeros días todo marchó bien, en realidad las cosas marchan así cuando se es joven y muy pronto la vieja salió embarazada de mí.

-No te creo, pobrecita la rusa. Repitió con la boca llena y tuve deseos de suspender la explicación sobre el origen de mi nombre.

-¡Pobrecita, nada! Se dio su gustazo con mi padre, eso fue todo. Lo jodido vino después de pasar unos meses cuando comprobó que la situación no mejoraba. Imagínate tener que hacer sus necesidades en baños públicos, cargar cubos de agua cuando entraba y dice mi tío que a veces eran solo dos veces por semana. Súmale el calor horrible de Santiago, los mosquitos, la libreta de abastecimiento, las reuniones de los cedeerres para hablar mierdas, el lío del transporte, todo era un puto infierno para mi vieja. Hice una pausa para encender un cigarro.

-No te creo, pobrecita la rusa. Insistió el paisa y ya me tenía un poco jodido, pero me prometí hacer gala de paciencia. Aspiré la primera bocanada y lo miré algo encabronado.

-¿Tú crees que todo esto es mentira? Le pregunté muy serio y el tipo palideció.

-No, compa, por supuesto que no. Respondió asustado.

-Entonces no me cortes más, ¿capich?

-Es que me rompo los sesos y no encuentro relación con el origen de tu nombre.

-Pero no me das chance a nada, déjame seguirte la historia.

-Tranquilo, Juan, no te interrumpo para nada.

-Bueno, la vieja estaba barrigona en medio de toda esa tragedia que te contaba y viviendo agregada en casa de mi tío en el solar, debo aclararte que mi tío es un alma de Dios. ¡Fíjate! Solo tenía dos cuartos con barbacoas y le cedió uno al cabrón de su hermano teniendo él cuatro hijos.

-No te creo, qué bueno era tu tío. Menos mal que cambió, porque ya me tenía desesperado.

-Mi vieja adoraba a mi tío Piri y se divertía mucho cuando llamaba a sus hijos, ¿sabe como les decía?

-Ni puta idea tengo.

-Pues mi tío les decía “Chivos”.

-No te creo, qué bueno era tu tío.

-¡Cojones! No me interrumpas más. Le grité al borde de la desesperación.

-Disculpa compa, es que como paraste.

-Es que tengo que parar para tomar aliento, fumar y revisar la memoria, no para que hables.

-No te interrumpo más mi compa.

-Como la barriga iba creciendo había que buscar un nombre para bautizarme, claro, por detrás de la iglesia, porque mi padre era comecandela de verdad. No sé a quien carajo se le ocurrió decir que me pusieran “Pirivochi”, era algo así. Entonces mi madre, que era noble como loco le preguntó a mi viejo y como éste andaba en sus jodederas con las turistas rusas y cuantas negritas se le atravesaban en el camino, ¿sabes qué le dijo? Pues le contestó que sí el muy joputa, pero la vieja no tragó así de fácil.

-¿Y qué quiere decir ese Pirivochi?

-Eso quiere decir traductor en ruso, pero el lío es que a mi vieja no le desagradó la idea porque como comienza por “Piri” deseaba hacerle el honor a mi tío.

-No te creo, qué bueno era tu tío. Este viaje no me di cuenta en medio de la emoción que siento al contar esta historia sobre la intervención del compa y se la dejé pasar.

-Así mismo es, era buenísimo y mi vieja lo quería mucho. En fin, que un día mi tío se encontraba peleando con uno de sus hijos y le gritó para que bajara de la barbacoa, ¡Abaja ahora mismo, Pirindingo de mierda!, porque si tengo que subir va a ser peor. Y la vieja al oír aquel nombre quedó maravillada, conservaba el Piri de la raíz y pensó que con ese nombre más tropical podía rendirle ese homenaje de cariño al viejo.

-No te creo, que bueno era tu tío.

-Así mismo es, varios días después en una de esas esporádicas visitas de mi padre al solar, la vieja se lo planteó y el aceptó inmediatamente porque no le importaba un carajo como me llamaran.

-No te creo, que joputa era tu padre.

-Pero todo tiene un final en la vida, después que me parió y ya tuve unos meses, la vieja dijo que iba a visitar a sus padres en Moscú y no regresó más.

-No te creo, que japuta era la rusa.

-Así mismo es, me dejó al cuidado de mi tío y regresó para vivir a tres cuadras de la momia.

-No te creo, ¿se fue para Egipto?

-No compadre, de verdad que tienes cero en matemáticas.

-Entonces, ¿dejó embarcado a tu padre?

-¡Claro! Ella no regresó más.

-No te creo, pobrecito de tu padre.

-¡Mira! Ni un pobrecito más porque el viejo se piró por la base de Guantánamo y me dejó embarcado en la isla.

-¿Pero no me dijiste que era comecandela?

-¡Bahhhh! Como todos los de allí, de dientes pa’fuera.

-No te creo, mira que eran joputas tu madre y tu padre, te cagaron con el nombre que te pusieron. Sonó el timbre y regresamos al puesto de trabajo.







Esteban Casañas Lostal.
Montreal.. Canadá.
2003-05-01




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domingo, 25 de noviembre de 2018

ENTRE GORRIONES



                                                 ENTRE GORRIONES






Nieva intermitentemente desde hace unos días, el invierno se adelantó y mis pronósticos fallaron. Me equivoqué como los inteligentes meteorólogos que hoy permanecen callados, sus predicciones fueron erróneas también, no arribaron los huracanes calculados y El Niño duerme tranquilo. Cada tarde se hace más corta, cada día se convierte en enano hasta el veintiuno de Diciembre, ¿será ese día?, comienzo a olvidar mis clases de astronomía. No recuerdo la última vez que vi el cielo despejado, supe diferenciar estrellas de planetas por su magnitud, pero los confundo entre ellos, he perdido ese olfato de marino, el mar me queda muy lejos y la Polar muy alta. Me falta algo, siempre existe un vacío, nada nos llena tanto como la insatisfacción.

Me molesta que oscurezca a las cuatro de la tarde, me deprime no tener un horizonte y que el sol sea tragado entre edificios. Me disgusta una luna vaga que solo trabaja pocas jornadas, la he visto hermosa y embarazada mientras viajo en el auto, miradas que se apartan de las luces del semáforo, sube y cae, pero nunca sobre mi cabeza, pasa lejana. Si pudiera apagar todas las luces que molestan a las estrellas, si el río fuera salado y las siguas se pegaran a sus piedras. Si las ramas que arrastran a su paso fueran sargazos, si el salmón fuera un pargo, si la niebla solo fuera neblina que se disipa cada mañana. Si la nieve fuera rocío y la marisma invadiera el río, sembraría un malecón con todos sus recuerdos a su orilla y allí mataría al gorrión de mis espantos.

Viajo, regreso por los caminos que una vez gastaron las suelas de mis zapatos y me conformo con poco, lo hago a menudo, me alimento, me nutro con mi pasado, me detengo. Voy al encuentro de mis amigos, no fueron muchos tampoco, trato de levantar palacios con el polvo dejado por sus ladrillos, monumentos de mi infancia, templos de mi juventud, cuarteles de mi vida, prostíbulos de mis aventuras, cementerios de mis sueños desvelados. No reconozco a nadie, la esperanza ha envejecido, la lengua ha muerto, el oído es sordo, ¿y los ojos?, son armas indiferentes. No comprendo el lenguaje ni el movimiento de los cuerpos, donde había un edificio solo hay un parque, una fuente sin agua, un banco cansado, un tanque de basura agotado. Al lado del tanque hay una vieja que vende algo, frustraciones en cucuruchos que mantiene ocultos entre sus dedos arrugados, manos arrugadas, brazos arrugados, arrugada el alma. Junto a la vieja y cerca de la caja donde se encuentra sentada hay un perro casi inmóvil, ajeno a su existencia, cansado, hambriento, amargado, triste como la vieja.

Trata de recordar como yo, no puede identificar el paisaje, perdió el olfato. Decenas de moscas cubren los espacios desnudos de su piel, arrugada como el de la vieja, sucio como ella. Muestra sin pudor el costillaje que ella no exhibe por una dignidad pasada de moda y encubre con trapos tan viejos como ella. Unos niños juegan en el espacio, en el vacío de lo que fuera un edificio, sitio que las losas se resistieron abandonar, están alegres, los niños siempre lo están. Corren, sudan, discuten la autoría de un gol, casi todos están sin camisa, el sol abraza. Cinco metros separada de la vieja y el perro hay una muchacha, viste una minifalda provocativa. Sus senos son cubiertos por una leve tira de tela elástica, un simple tubo de tela que le corre de los pechos a la espalda. La tela es casi transparente y se dibujan fácilmente unos graciosos pezones, erectos, apetecibles, oscuros, exquisitos, un manjar de pervertidos. Permanece muda y seca el sudor que corre por su frente con elegancia, trata de no dañar el maquillaje que la disfraza en adulta, todos deben serlo. Sonríe al paso de cada auto, algunos le tiran besos, hasta los oídos de la vieja llegan escandalosos piropos, nadie se detiene, solo el tiempo lo ha logrado. De vez en cuando mira su reloj impacientemente, mira hacia todos lados buscando algo, un uniforme tal vez. Los minutos pasan, las horas pasan, el día pasa, la desesperación se detiene, el hambre avanza, la miseria crece. 

A diez metros de la muchacha que se encuentra separada a cinco del perro durmiendo su lenta muerte al lado de la vieja, varios vecinos juegan dominó en una mesa improvisada, sentados en cajas de cerveza que fueron convertidos en asientos. Desde el lugar de la vieja se escuchan las jaranas cruzadas, estaban alegres, eran felices, todo el mundo lo era. En el piso descansaban varias botellas, algunas de ellas vacías, la mesa estaba rodeada de curiosos. Metros después del grupo, un hombre pelaba a otro, no podía distinguirse si el cliente se encontraba totalmente vestido, anudado al cuello tenía una bolsa de polietileno negra. Junto a la silla del barbero y en el piso, había un radio de baterías donde se escuchaba un partido de pelota, se hizo silencio unos minutos, luego, una gran algarabía recorrió toda la cuadra. Desde balcones apuntalados aparecieron rostros y cuerpos maltratados, secos como los harapos colgados que batían una leve brisa. Palabras viajaron de una acera a la otra, todos celebraban el evento más importante de sus vidas. Dos ancianos permanecieron mudos, inmóviles, concentrados en sus acciones, participaban en un importante combate. Estaban sentados también sobre esos populares asientos y otra caja les servía como campo de batalla. Varios gorriones se movían como grillos a su alrededor, eran pocos, testarudos, juguetones, alegres también, no se habían ido. Busqué y no encontré un solo árbol, una flor que rompiera aquella monotonía asquerosa, solo palos que servían de puntales. Solo una flor se marchitaba junto a un tanque, se abre a las diez de la mañana, se cierra y vuelve abrir sin un horario establecido. Se abre y cierra entre gemidos, llora por dentro y nadie puede contar sus pétalos, finge reír y solo dibuja una mueca. Se muestra complaciente, su alegría es de una enorme tristeza, es mala vendedora de cariños, sus movimientos son telúricos, espasmódicos, sus gritos exagerados se confunden con la pitada de un barco cuando se va o se viene por el canal del puerto, su mirada mustia se pierde en el vacío. 

Me acerco a la pareja encorvada, no se puede adivinar si las jorobas de sus espaldas se corresponden con la posición adoptada durante aquellos minutos que parecieron siglos. Uno de ellos, arrojaba migajas de su mendrugo a los gorriones, lo hacía con indiferencia, tal vez con sacrificio, ellos continuaban su extraña danza de grillos. Descubro una cabeza que me traslada a tiempos remotos, como el recuerdo de un parque donde jugué mi infancia perdida entre apuestas. Aquella cabeza era única, su semejanza con un balón de fútbol americano era exclusiva, no había encontrado otra similar, no era exactamente un balón, el mamey es más nacional. Su maxilar pronunciado al estilo de Amaury lo alejaba entonces de ser un simple balón o mamey, su perfil, muy peculiar, se inclinaba por una de aquellas hachas de piedras que usaron los indios en las películas cuando eran malos de verdad y buenos de mentira. Picado por la curiosidad aceleré el ritmo de mis pasos, pasé entre un grupo de niños que jugaba en el centro de la calzada por donde ya no pasaban vehículos. Junto al contén de la acera corría un arroyito de aguas negras, no puede asegurarse si ellos olían y eran capaces de distinguir su peste nauseabunda, el olfato pudo ser sustituido por agallas para mostrar tanta indiferencia.

A solo un metro de ellos, me llegó el recuerdo de aquellas clases de segundo grado y la antipatía que sentimos por la maestra de inglés. ¡Tom is a boy! ¡Mary is a girl!, lo repetimos hasta la saciedad, lo repetimos hasta el olvido. Hasta que las oraciones cansonas se escapaban por el window que daba a Belascoaín, era él, no me cabía la menor duda. Luciano nunca había sido un boy, su cabeza no era como la de Tom, ni su pelo enroscado y rebelde, ni sus labios escandalosos que todos llamamos bemba, ni aquel tic nervioso que nos molestaba a todos e interpretábamos como una burla. Era él, no cabía la menor duda, las dimensiones y forma de aquella cabeza era sui géneris, espectacular, razón de tantos problemas, motivo para deformar la gorra de marinero del uniforme de la escuela. Aquel gorrito de naranjita adquiría la figura de un velero que navegaba sin parar encima de Luciano.

Era inteligente, inteligentísimo, me sorprendió verlo sumergido en la afición que siempre amó, fue nuestro Capanegra en la escuela y la rapidez de sus movimientos promovieron muchas envidias. Recuerdo que perteneció al grupo de arte dramático, se desplazaba con agilidad sobre las tablas del escenario, pero ninguna obra de las montadas se ajustaba a su físico o personalidad. En el flautista de Hamelin solo alcanzó el papel de aquellos ratones que salían de la ciudad, no pudo ser el príncipe que despertara a la bella durmiente, ni enanito en el cuento de Blanca Nieves, los enanos negros no eran graciosos, ni fuente de inspiración para los autores de la época, ni en las posteriores tampoco. Su papel más destacado fue cuando interpretó al lobo de la Caperucita, pero nadie supo que era él, el premio de los aplausos los recibió el lobo. Nunca llegamos a montar El Patito Feo, la obra quedó pendiente antes de que partiéramos por la carretera de Volokolams. ¡Good bye!


La madre de Luciano era una ancianita, tuvo que haberlo traído al mundo muy tarde y con dolorosos pujos para expulsarlo de su vientre. Lo visitaba en la escuela todas las semanas y ya, su pobre y escasa cabellera era nevada, todos saben el precio de una cana en la cabeza de un negro. Siempre le llevaba una lata de leche condensada cocinada en baño de María que compartía conmigo, no recuerdo la capacidad que tenía aquella lata que nunca cambió de tamaño, pero me sorprendía la interpretación infantil de una austeridad que luego nos persiguiera con saña. Trato de descubrir aquella magia negra utilizada para que la lata nos alcanzara toda la semana, mientras endulzábamos nuestros miedos en espera de aquella dama blanca que cabalgaba cada noche en un corcel de su color por todo el polígono del antiguo Cívico Militar. Nuestros ojos permanecían horas frente a las persianas del pabellón esperando escuchar un relincho, nos cansamos de tanta espera y un día fuimos hasta la Ceiba donde habitaba aquella dama que no deseaba mostrarnos su rostro y belleza. Le dimos varias vueltas en extraño ritual para despertar su enojo, nunca lo logramos. Yo salía todas las semanas de pase, Luciano nunca abandonó su cautiverio, la madre lo visitaba religiosamente, como las madres que visitan a sus presos. Yo regresaba con las manos vacías, sin nada que ofrecer a mi amigo. 


A Tom lo convirtieron en Tomás, Mary se transformó en María y se puso un uniforme de miliciana, el window se abrió y huimos de nuestros encierros injustos. La primera escapada fue una sublime aventura, Baracoa nos alimentó con sus Tocororos antes que supiéramos era el ave nacional. La vida salvaje llenó todo el vacío que produce una prisión inmerecida, la libertad de las montañas y los manantiales que rompen obstáculos en sus viajes descendentes, fue el elixir de nuestras vidas futuras. ¡Da, jarosheva!


La aventura se repitió el siguiente año, subimos y bajamos de Mayarí a Margot, de Margot a Mayarí, Calabaza, Soledad, Tánamo. Montañas que vivimos con la inocencia de aquella infancia que se perdía prematuramente, el lenguaje cambió y se tornó rudo al oído. El koniec nos dejaba un sabor amargo frente a la pantalla, los nombres demasiado extravagantes en las novelas, la música se convirtió en himno, y sin apenas percibirlo, el amor se pintó de odio. Mientras los ruiseñores cantaban, sus nidos fueron transformados en polvorines y nunca supimos que cercano estuvimos del fin. ¿Ponimai?

Luciano continuó por Volokolams, nos separamos, yo me incliné por el mar. La montaña dejó de ser libre y se secaron los manantiales, escogí la libertad del delfín o la gaviota. La penúltima vez que lo vi, descubrí que vivía en el barrio de mi infancia, no recuerdo el nombre de la calle, no recuerdo haya sido bautizada alguna vez, no era calle entonces. Bajabas por Giral y en la tercera o cuarta cuadra doblabas a la derecha, a mitad de esa calle de tierra cruzaba un arroyito y después del arroyo había una enorme Ceiba. Luciano vivía con su madre antes de cruzar aquella zanja, nunca le pregunté por su padre, total, ¿qué diferencia había entre ella y la virgen María?, solo el color. Mi último encuentro con él fue accidental, como el de hoy. No recuerdo las razones de mi presencia en aquella zona, mis aventuras se acercaban a la costa. Entré a comprar unos sellos, tal vez a pasar un telegrama. Luciano entró al correo de La Palma con su bicicleta y una alforja vacía que le daban la misma imagen de aquellos mulos donde se transportaba el café en Mayarí. Vestía el mismo uniforme que usaba todo el mundo menos la policía, gruesas gotas de sudor corrían por su frente, amplias semicircunferencias color ámbar descendían desde sus axilas, olía mal, no me reconoció. Lo toqué al hombro mientras despachaba con una de las empleadas y se disponía a tomar una nueva carga de letras timbradas. Se sorprendió cuando lo llamé por su nombre, me recorrió con la vista de pies a cabeza, después, no pudo ocultar ese gesto involuntario de envidia, frustración, desencanto, derrota. Sentí compasión por él, lástima y pena que se conjugan en los deseos profundos de escapar a la influencia de la mala suerte. Nuestras diferencias marcaron la ruptura definitiva de una amistad sana, la única que se disfruta cuando la maldad no enajena el alma, la única posible cuando el pecado no justifica comulgarse y el padre nuestro puede ahorrarse, sobran cuando no se ha tenido padre. ¡Muito obrigado, da svidanya!

Permanecía inmóvil en aquella postura incómoda y su vista no se apartaba del tablero. Una pronunciada calvicie aproximaba su cabeza a la imagen del balón de fútbol, muy brillante, manoseado de tanto uso. Muy cerca de las orejas, amplios trillos nevados delataban una vejez anticipada. Sus labios exagerados conservaban aquel mismo tic aburrido, pero los movimientos eran más lentos, agotados. Tenía reservado un pedacito de su mendrugo entre los dedos para aquellos gorriones que lo solicitaban con descaro, él no se apuraba, los ofrecía con la misma velocidad que se consumía aquella latica de leche que nunca creció y vivió clandestinamente. Minutos después, movió agresivamente un caballo y dio un salto, ¡jaque mate!, se escuchó en toda la cuadra y los gorriones volaron asustados. El perro levantó la cabeza y miró a la vieja, ella giró el rostro con desgano y el dominó se detuvo mientras todos acostaban sus fichas para observarlo. La chica de la minifalda montó un carro con chapa de turista, los chicos continuaron sus juegos entre bromas y malapalabras, una que otra comadre se asomó al balcón apuntalado, los trapos de las tendederas eran las banderas de aquella olimpiada, faltaba el himno. ¡Eres un caballo! Gritó uno de los jugadores y Luciano se sintió muy orgulloso por la victoria, el perdedor se levantó y en un gesto caballeroso le tendió la mano derecha. En una cajita de tabacos guardó cuidadosamente todas las fichas plásticas, luego la metió en una jabita de saco, dobló el tablero y se lo colocó debajo del sobaco. Cojeaba al andar, sufría al levantar la pierna izquierda. Lento, silencioso, se perdía por los portales de Monte y dobló en la esquina del mercado esquivando charcos de aguas podridas y latones de basura desbordados. No quise seguirlo, me arrepiento de este viaje, hubiera preferido recordarlo como era antes de que el tiempo se detuviera y nadie se enojara por la ausencia de una flor. Capanegra trata de esfumarse en la bruma de mis memorias, yo lo atrapo y le doy mi abrazo de amigo, no dejamos de ser niños. Siento unos deseos salvajes de regresar a mi paisaje nevado, trataré de congelar mis recuerdos. ¡Au revoir!








Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2007-12-01



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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...