Visitas recibidas en la Peña

domingo, 30 de diciembre de 2018

MALECÓN



                                         MALECÓN



Un día, bajarán nuestros espectros por esa amplia alameda que recorrieron nuestros abuelos. Lo haremos con esa mezcla de tristeza y alegría, avergonzados quizás y evadiendo fijar la vista, rechazando la idea de que no existen sombras a nuestro paso. Niños jugarán de nuevo y los leones tendrán fuerza para rugir, y el mármol del piso no quemará nuestras plantas mientras vagamos como tristes recuerdos. La sed podrá saciarse porque regresará el agua, y bajo frondosos laureles se cobijarán como antaño los gorriones y totíes. Andaremos sin darnos cuenta de las grietas ya existentes y adivinaremos hermosos edificios detrás de cada ruina, las columnas carcomidas por los años serán flamboyanes ante nuestra mirada cautiva, y el ruido que una vez nos molestó, será opacado por alegres risas de niños ajenos al imborrable pasado que una vez edificamos. Andaremos como náufragos buscando un banco donde sentarnos, todos estarán ocupados y no nos detenemos hasta despedirnos del último león esperando escuchar algún sonido.


Alzaremos la mirada furtivamente, con miedo o recelo, trataremos de saltar un bache, o elevarnos a la altura de un contén que no resulta incómodo al peso de nuestros pensamientos. Adivinamos no muy lejos un muro centenario que resulta conocido, restos de paredes que muy bien pudieron pertenecer a una vieja y enana fortaleza, la identificamos y no podemos ocultar nuestra alegría, andamos sin parar en busca de ella. Subimos un poco más la vista, nos burlamos de la vergüenza por segundos, y no nos cabe la menor duda, aquel faro hoy apagado, había sido el motivo de tantos desvelos. Su asta se encontraba vacía, ni cuerdas ni trapos la adornan hoy, puede que no sea día de fiesta, pensamos.


Nos sentaremos, esa fue no solamente una idea, ha sido la promesa incumplida por muchos siglos quizás, y los restos mortales de aquel muro se fueron llenando con miles de fantasmas como yo. Juanita con su lata de maní caliente comenzó sus pregones, Pedro cargando gigantes termos de un café que embriagaba al destapar. Mario, con su carrito de helados sonando campanitas que convertían al más caluroso día de verano en una visita de papá Noel. Sonia coincidió conmigo este día, como uno de aquellos pasados hace miles de años. No había envejecido como yo, aunque su cabellera era una mina de plata, no recuerdo haberle dado un beso. Pastor y Pancho preparaban sus avíos de pesca, sacaron de la jabita una botella de ron que siempre usamos para quitarnos un frío injustificado, esa baja temperatura que logra congelar el alma. No pescamos, hablamos de nosotros, de nuestros problemas, puras mierdas. Terminamos mareados y no capturamos nada, poco importaba.


Maribel llegó desde lejos influenciada por la lengua castellana borrada como nuestra historia, vestía elegantes trapos que compró en otro continente cuando se hizo jinetera. Me sonrió con esa familiaridad elegante de todo cubano, estaba bien arrugada. Ernesto con su acostumbrado overall lleno de grasa y peste a grajo, Margot con su bata de enfermera impecable, me dijo en susurro que había escapado. Durán llegó irreconocible, se volvió hombre de nuevo, la última vez lo había visto vestido como los pájaros y con el pelo teñido. Así logró su libertad, renunció a esa hombría del que maneja con habilidad los cuchillos de carnicero. Fueron llegando y el tiempo no me alcanzaba para saludarlos a todos, amigos de la infancia y juventud, seres que al acomodarse en aquel amplio muro no dejaban huellas de sombras.


Caprichosamente nos sentamos de espalda al mar, nadie sabe por qué, siempre hicimos lo contrario y nuestras miradas se perdían en el infinito de aquella línea pecaminosa. Vimos tras ella millones de sueños que nos llegaban con el regalo de su brisa, hundimos a nuestra izquierda una enorme bola anaranjada durante millones de segundos, millones de minutos, millones de horas, miles de días. Luego, cuando la oscuridad vencía al día, allí, cautivados por las estrellas, nos prometimos millones de veces alcanzar aquel horizonte prohibido.


Puede que no haya sido un capricho sentarnos de espalda al mar, puede que nos hayamos sentado de frente a la tierra para ver de cerca el resultado de nuestra obra, de nuestros sueños, de tanta vida gastada inútilmente, de todo el rencor acumulado vanamente. Puede que nos hayamos sentado así en busca de ese sueño que ayer tuvimos, y luego tratar de no despertar, es probable que en busca de una sola justificación ante tanta destrucción en aquella tierra. El mar nos acariciaba con su brisa, sus olas trataban de limpiar nuestra tristeza, y las estrellas se empeñaban en alumbrar el camino tan oscuro por el que anduvimos errantes por siglos. Esa generosidad solo la tienen el mar, el aire, y las estrellas a quienes nadie puede dominar a su antojo. Insistimos permanecer ajenos a tantas bondades, y desde las profundidades de esas aguas nos llegaron voces, tratamos de mostrarnos sordos.




Un eco muy lejano nos pidió que despertáramos, se había cumplido parte de nuestros sueños, estábamos de regreso y sentados en el malecón habanero. Abrimos los ojos en ese instante y dejamos de ser simples fantasmas sentados inútilmente en un muro. Aquellas palabras tan simples tuvieron muchos significados, eran importantísimas para nosotros, simples espectros que regresábamos de un imborrable pasado. Volvimos a tener vida por segundos y nos sentimos orgullosos. Comprendimos lo que significaba el malecón para nosotros los habaneros, porque el habanero que nunca haya paseado por el malecón, no es habanero. Digo, aunque sea una sola vez en su vida, sería lo mismo que el santiaguero que no haya caminado un día de su vida por la calle Enramada. No será santiaguero nunca, aquel que no se haya sentado a la sombra de un árbol en el parque Céspedes, mientras la banda de música municipal da un concierto. No será santiaguero quien no se haya dado un trago de Paticruzao, o en el mejor de los casos, quien no haya ido hasta el Morro para disfrutar de ese maravilloso espectáculo que nos ofrece la entrada al puerto, parte del nacimiento de la Sierra Maestra que brota majestuosa desde lo más profundo de la insondable Fosa de Battle. Cada pueblo tiene sus atracciones, las que amarran a las nuevas generaciones, lo mismo sucede con el cienfueguero que no se haya sentado en ese hermoso Prado para ver desfilar a las preciosas cienfuegueras, mujeres orgullosas con toda su razón, tampoco lo sería aquel que nunca se haya dado un brinquito hasta el Castillo de Jagua. Cuánto misterio en esas ruinas, cuántos besos se darían en esa historia hecha de piedras muchos cienfuegueros. Sería lo mismo que el matancero que nunca se haya bañado en esas calientes aguas de Varadero. El pinareño que nunca se le haya ocurrido gastar un poco de su vista en el valle de Viñales o perdido entre el arco iris de Soroa. El camagüeyano que no tenga un tinajón en su casa o bailado una pieza en La Popular. La mujer de Trinidad a la que no se le haya trabado el tacón de los zapatos entre los adoquines de sus calles, son muchas las pequeñas cosas que identifican a un pueblo.

La Habana es identificada por su malecón, no solamente por los cubanos, hoy es conocido por millares de extranjeros, es indiscutible que está vinculado estrechamente a nuestras vidas. El malecón es testigo de muchos eventos históricos, yo diría que infinitos en la vida de los habaneros, unas veces bonitas y otras veces feas, pero allí está el tipo como nuestro más firme testigo, mirándonos en silencio y grabando para el futuro. Aunque todos piensen que es de hormigón, que es solo una avenida, un paseo por el cual han desfilado muchas personas, un vulgar muro que muchos han burlado con una rústica balsa. Todos pueden pensar lo que quieran de nuestro malecón, pero el habanero que no haya pasado unos minutos de su vida en él, sencillamente no es habanero, debe ser otra cosa inalterable, algo sin sentidos, un objeto que no siente nada, no puede ser de carne y hueso. Porque si de verdad eres un ser humano, no puedes evitar ser atraído por el encanto de esa mole de hormigón que no habla, que no siente en apariencias, unas veces sucio por el abandono, otras veces limpio por las olas, porque el malecón somos nosotros desde que era solo arrecifes.

En un gesto involuntario nos viramos y damos frente al mar, han regresado las gaviotas y saltan los sábalos, el agua es más cristalina. Onix se sienta a mi lado, me cuenta como la retuvieron en la isla, no le creyeron su argumento de ser tortillera para escapar, yo tampoco se lo hubiera creído. Nos dimos un beso infinito, el que nunca nos diéramos en vida y visitamos por primera vez ese muro de las nostalgias y recuerdos, el muro cubano de los lamentos, fuimos felices.





Respiramos profundo para aliviar el peso de nuestras conciencias, niños jugaban a nuestras espaldas. Los más atrevidos hicieron sus preguntas, ¿qué pasó?, sobresalió entre ellas. Nunca tuvimos respuestas, no la teníamos nosotros los que escapamos a toda esa pesadilla. Cansados quizás, nos levantamos y emprendimos el viaje de regreso, la misma deteriorada avenida, la misma alameda adornada de sus ruinas y columnas que insistíamos fueran flamboyanes. Niños mostrando con descaro la desnudez de su infancia, jineteras de poquísimas primaveras. Allí se encontraba Teté con las manos repletas de cucuruchos tratando de sobrevivir y Manolo con su bicitaxi, era ingeniero.

El aire estaba enrarecido, no tanto por el carbono, el sol era implacable para nosotros y la sed agobiaba. Las paredes y columnas eran adornadas de carteles y consignas, la gente era indiferente a nuestro paso, no podíamos distinguir nuestras sombras.

Desperté a miles de millas de aquel muro poético y embriagador con el eco de miles de palabras de amor rebotando en mis sentidos. Regresé de una pesadilla cuando noté que se había esfumado todo lo bohemio de aquel lugar, nido de amor de tantos habaneros. Sentí repugnancia al ver convertido en burdel al malecón y que nos identificaran por eso. Sufrí una estúpida pesadilla con ese paseo ficticio a un espacio de mi vida, sentí pena por mí y mis amigos, por mis amores y besos furtivos escapados en ese muro. No quiero regresar nuevamente mientras se encuentre así, mientras identifiquen a ese muro homenaje de tantas generaciones de cubanos como un bayú. Poco me importa si debo regresar muerto, dejo escrito en mi testamento que mis cenizas sean dispersas a la entrada de la bahía cuando Cuba sea libre. Solo así regresaré.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2004-07-31



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viernes, 28 de diciembre de 2018

MAÑANA ME ALZO



                                    MAÑANA ME ALZO

                                                     



 He conseguido un tira piedras que tiene las ligas rojas como no lo veía desde hace años, se lo compré a un chamaco que lo usaba para matar pajaritos. Funciona como una escopeta y las piedras llegan bien lejos, yo diría que hasta casa del carajo. Tuve intenciones de quemarlo, pero al rato me di cuenta que con él yo podía combatir y hasta hacer un atentado. Reflexionando, llegué a la conclusión de que es un arma muy peligrosa, es parecido a un fusil que lleva silenciador y si de una buena pedrada se mata a un pájaro, afinando la puntería puedo tumbar a una persona. Solo hay que lograr que la piedra le entre por el ojo y haciendo el disparo desde muy cerca, con la potencia que tiene por ser de ligas rojas, la piedra puede llegar al cráneo. Desde mañana comienzo las prácticas de tiro, lo haré cerca del río donde las piedras son redondas, entonces, cuando me sienta listo combativamente, yo me alzo.


Tendré que elegir muy bien el lugar, buscar un monte bien cerrado donde no existan granjas agropecuarias. Lejos de las carreteras por donde transiten los turistas en busca de jineteras, donde no hayan unidades militares, muy lejos de las escuelas. Allí, montaré mi campamento para iniciar la guerra. Necesito una mochila y algo de alimentos, también un poco de medicinas, ropa de campaña y unas resistentes botas. Alguna linterna y fósforos, un aparatico para el asma, esa enfermedad no será un impedimento, debo llevarme por el ejemplo de Guevara, pero de que me alzo, ténganlo por descontado. Me tomará un tiempo reunirlo todo ahora que las cosas escasean por culpa del bloqueo que tienen los americanos, pero nada se opondrá para que me convierta en guerrillero. Luego, con unos tirapiedras más, formaré una gran tropa que será la envidia de Colombia.

 
Tengo que pensarlo muy bien y medir cada uno de mis pasos para que no se entere Robertico mi hijo. El papá de su amiguito es de la Seguridad del Estado y cualquier imprudencia que cometa el niño me llevará hasta Villa Marista. Entonces, todo se irá a la mierda. No debe enterarse mi mujer, no vaya a ser que se le escape algo en las reuniones del Comité o en las actividades de la Federación. Las mujeres son lengua sueltas y tratando de alardear que su marido es un caballo me puede embarcar, debo ser muy cuidadoso y reservado, tengo que entrenarme para esto.


-¡Coño! ¿Cómo evito que se entere? Ella se dará cuenta cuando le falten cosas en la casa, son tan poquitas las basuritas que tenemos, con solo moverlas de lugar ella lo notará enseguida. Si me llevo el calzoncillo que tengo para las consultas médicas, pensará que le estoy pegando los tarros. El tubo de pasta dental lo entregan para tres personas, si me lo llevo, el niño se acostumbrará a no lavarse la boca y se llenará de caries. No hay alimentos en conserva, ¿cómo mantendré el poco de picadillo de soya?, 
¡uff! con la peste que tiene y nada para sazonarlo. Bueno, más tarde me ocuparé del avituallamiento, tengo que pensar en otras cosas.


El primer ataque de mi guerrilla será a la base aérea de San Antonio de los Baños, llevaremos los mejores piedras pa’tumbar todos los Migs 29 que tiene el Comandante. No dejaremos helicópteros con hélices y cuando todo finalice con nuestra victoria, destruiremos también la base aérea de Santa Clara. Después, continuaremos hasta la División 50 y no dejaremos títeres con cabezas. En Oriente acabaremos con todo para que no manden más policías pa’La Habana y al que se quiera unir a nuestra guerrilla, le entregaremos un tira piedras nuevo con las ligas rojas. De allí partiremos hasta Isla de Pinos, abriremos de nuevo el presidio Modelo pa’meter de cabeza en su jaula a Fidel y sus testaferros, al que se murió también, porque les haremos un cementerio. En definitiva, nunca debió salir de allí, la culpa de todo esto la tuvo el comemierda de Batista, ¿quién lo mandó a dar una amnistía? ¡Qué burrada!


En nuestras avanzadas destruiremos todas las bases de cohetes de la DAAFAR, hundiremos a todas las lanchas torpederas de la marina de Guerra. Eso lo haremos sin ningún tipo de remordimientos, ellos hicieron lo mismo con indefensos balseros. La misma suerte correrá las embarcaciones de los guardafronteras, trataremos de destruir todas las brigadas de tanques y los carros anfibios, nuestras piedras acabarán con todo lo que huela a militar. A todos los Ministros les romperemos la cabeza, le daremos buenas pedradas por ser guardias y brutos, por joder la economía y dejar al país que no sirve para nada. Atacaremos los cientos de estaciones de policías que existen en toda la isla y a cada uno de ellos les daremos sus buenas pedradas por el culo. Esas mismas piedras, derrotarán al segundo ejército más poderoso de este continente. Entonces, se sentirán contentos muchos cabrones, aquellos que dicen que los cubanos son cobardes y llorones, que somos pendejos.


Me alzaré para complacer a todos los imbéciles que enlutaron sus tierras, como si todos los muertos hubieran sido producidos por las fuerzas armadas. ¡Qué rarita es esta gente! Después de tantos tiros y cadáveres eligieron a gorilas de Presidentes. Lo haré, porque para esos animales las cosas hay que resolverlas con sangre, no les bastó las que vertieron sus países, es necesario que sea en el continente. Me alzaré para demostrar a esos idiotas que los rusos eran unos cobardes, que los coreanos son unos pendejos, igualito que los alemanes, los búlgaros, polacos, checos y que los judíos se dejaron matar por motivos semejantes. Tal vez sean felices ahora con esta decisión, es urgente complacerlos, armaremos la guerra que siempre se ha anunciado, la de todo el pueblo, la de los que siempre ponen los muertos para que gocen otros huevones.


-¡Coño! Tengo que preparar un programa para mi gobierno, pa’embullar a la gente, pa’que se sumen a mi tropa en esta campaña. ¡Ya sé! Haré una Reforma Agraria, eso no falla, es como una trampa pa’cazar moscas. ¡Coño! Creo que eso no funciona, ese disco está rayado y la gente no creerá en mis buenos sentimientos. ¿Cómo van a creer? Si con la que se hizo desapareció la comida, se acabaron las viandas. 


-¡Diré que convertiré los cuarteles en escuelas! Creo que tampoco funciona, la gente no es boba, eso mismo dijeron los rebeldes y ahora resulta que hay miles de campamentos. Mejor prometeré convertir los cuarteles en posadas, eso los pondrá muy contentos, las estaciones de Policías las convertiremos en discotecas. Les quitaremos toditas las casas que tiene el gobierno para protocolos y en ellas montaremos grandes prostíbulos para que las jineteras no anden por la calle. Por las tuberías de las casas mandaremos cerveza en verano y ron en invierno pa’que la gente viva borracha, eso lo haremos para borrarles todos sus sufrimientos. De verdad que se lo merecen, no es fácil meterse cuarenta años de desfiles y marchas con los cuentos del bloqueo y preparándose para una guerra fantasma, esta será en serio, pa’complacer a los idiotas.


Todavía sigo preocupado con el avituallamiento, ¿qué me llevaré de comida? ¿Cómo me muevo pal monte? ¿Quedarán piedras en los ríos? ¡Diablos! Se me olvidó preguntarle al chamaco dónde consiguió las ligas rojas, hacía años que no las veía y las cámaras de las bicicletas chinas son negras, esas no son muy buenas para fabricar un tirapiedra. Luego, si se la pidiera a mi tía que vive en Estados Unidos, van a decir que me las mandó la CIA, tengo que pensar mejor las cosas.


 En cuanto todo se encuentre listo para el alzamiento, emitiré un comunicado pa’todos esos comemierdas que quieren que se derrame sangre... Bueno, tal vez los haga felices de otra forma, apelaré a la voluntariedad de la gente y les pediré una donación, entonces, cuando el banco esté lleno...¡Ño! Esto tampoco funciona, se me había olvidado que yo llevaba contenedores de sangre en el barco para Europa. No importa, recogeré las del ganado en el matadero, de todas maneras es roja y con esa tienen que conformarse, para eso son unos idiotas.





Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2000-07-03





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jueves, 27 de diciembre de 2018

MONUMENTO A LA JINETERA DESCONOCIDA



             MONUMENTO A LA JINETERA DESCONOCIDA



       
Murió Celia la hija de Victoria, si la memoria no me traiciona, ella debió ser la séptima en el orden de los hijos paridos por su madre. Todos eran de diferentes colores, unos con pelos lacios envidiables, otros rizados y los más atrasaditos lo tenían encaracolados, ese que en el patio señalan como “pasa”, pero muy noble ante el peine, nada rebelde. 

Victoria fue muy agradecida con la revolución y bautizó a sus últimos hijos con nombres de mártires cuando la rescataron de lo que ella consideraba una tragedia. Tampoco fueron bautizados por la iglesia como puedan interpretar, ya para esas fechas gobierno y clero eran ácidos enemigos. María, Carlos, Arturo, Luís, Mirtha, René, Celia, Camilo, Fidel, Haydee, ninguno guarda parecido entre ellos y todos comentan, con mucha razón, eran de padres diferentes. 


Un día desapareció de su pueblo muy jovencita, ya para entonces, ella poseía un cuerpo monumental que los machos debían conformarse en mirar solamente. Muy formalita y dedicada a ayudar a su madre, inocente, sin malicia. Dicen quienes la conocieron en Antillas, aquella enorme prole vivió en una pobreza extrema y cuando su madre no pudo dedicarse al mercado del cuerpo, estuvo lavando ropa a manos para alimentarlos. Ejemplo de madre, comentaban todos y agregaban, era una puta con honor y vergüenza. Cargando uno de aquellos atados de ropa lavada para entregarla a un cliente y teniendo apenas catorce años de edad, aunque su figura la traicionara, fue abordada por Aurelio. Se trataba de un tipo joven y bien parecido, impecablemente vestido con un traje de drill 100 y zapatos de dos tonos dibujados con punticos en las puntas. Cuando hablaba, cualquier mujer temblaba ante aquella escultura de hombre. La infeliz de Victoria no sería la excepción, cayó fulminada ante las primeras estrofas escuchadas. Solo dos encuentros fueron necesarios para aceptar un perfecto plan de fuga, atrás quedaría toda la miseria de su corta vida transcurrida y por delante, veía con claridad la posibilidad de ayudar a su sacrificada madre.


Las luces y el intenso tráfico de La Habana encandilaron su alma y debía cruzar las calles tomada de la mano por su prometido, su aparente esposo. Tres días en el hotel Ambos Mundos serían suficientes para prepararla, ropas, calzados, peluquerías, manicures y algunos retoques de belleza, habían sido pagadas con su himen e inocencia. Enamorada y dispuesta a sacrificar la última gota de sangre para ayudar a su marido, comenzó sin demora a trabajar en la más antigua profesión de la humanidad. Se paseó por los mejores cabarets de la capital hasta que su cuerpo, agotado por los interminables orgasmos, fue cediendo en calidad y bajó de categoría. 


De una clientela compuesta por gente de la clase media alta, bastaron cuatro años para revolcarse con proletarios, así la conocí en el bar situado en la esquina de Subirana y Clavel. Amable, buena, bondadosa y muy cariñosa, siempre nos dejaba caer propina a los fiñes del barrio cuando le hacíamos algún mandado. Hubo un brusco cambio de aires, al bar le retiraron aquella victrola que solo cantaba a la tragedia, boleros de machos despechados y muchas veces escritos con la sangre necesaria para lavar infidelidades. Poco tiempo después el bar fue cerrado definitivamente y no volvimos a ver la atractiva figura de Victoria, la perdimos y no supimos de su suerte.

La encontré varios años más tarde en el paradero de La Víbora, estaba vestida de miliciana y trabajaba manejando una “Polaquita”, fueron aquellas furgonetas compradas a Polonia que se usaron para aliviar los problemas del transporte. Se comportaba como una mujer muy entusiasta y revolucionaria, no usaba maquillaje y el pantalón abombachado de su uniforme ocultaba parte de la belleza que comenzaba a marchitarse. Cruzamos dos o tres palabras, me reconoció por fortuna y no se abochornó con mi presencia, yo formaba parte de su reciente pasado. 


– Estuve en una escuela de rehabilitación gracias a la revolución. Me dijo y más o menos la comprendí.             -¡Subiendo, Subiendo! ¡Patria o Muerte! Casi les cantaba a sus clientes. Dos años más tarde la encontré de “conductora” en la Cutoa, era otro de los servicios de transporte emergentes para una época que ya apestaba de tanta gloria. Estaba formado por camiones rusos GAZ 63 y cubría viajes desde el Lawton a Mantilla. Se desplazaba por toda la calle Lucero y rendía viaje en la Carretera Central o Calzada de San Miguel del Padrón. Esa vez pudimos hablar con soltura y tuvo tiempo para contarme parte de esta historia que hoy les he narrado. Dicen que cuando ella murió a los pocos años de aquel encuentro en la Cutoa, la velaron en la funeraria Maulini y le rindieron los honores correspondientes a cualquier heroína. Hasta un discurso algo extenso se leyó antes de depositarla en su tumba, pero en ninguno de ellos apareció su antecedente de puta, la revolución la había perdonado.

Siempre que nuestros barcos se encontraban fondeados en la Bahía de La Habana, llegábamos hasta ellos a bordo de diferentes lanchas de Servicios Marítimos y nunca fueron puntuales. Normalmente pasábamos por la piloto “Two Brothers” a tomarnos una perga de cerveza y estar en verdadero contacto con la situación del país. Era muy frecuente encontrarse a cualquier hora del día con muchachitas dedicadas al negocio de la prostitución, solo que para esas fechas, habían retrocedido como los indios que habitaron nuestra isla. 


La posesión del dólar significaba una condena a prisión y variaba de acuerdo a la cantidad hallada en tu cuerpo. Razón por la cual esos servicios eran ofrecidos por especias en un mercado dominado por el “trueque”. Casi todas pertenecían a un submundo rechazado por los marinos que alguna vez acudieron a sus servicios, no eran muchos tampoco y en ese grupo se aglutinaban formando un desagradable caldo los timoratos, faltas de labia, feos, acomplejados, frustrados, viejos, etc. Las había que estaban muy buenas, buenísimas físicamente, pero provocaban un rechazo inmediato cuando hablabas con ellas y respirabas su aliento etílico añejado. Algunas mostraban sin recato sus pies sucios y un abandono nada femenino. La chusmeria era otro defecto que siempre rechacé, muy vulgar para mis gustos. Solo faltaba sumar a esos aspectos negativos los riesgos que se podían correr, no habían inventado el SIDA, reinaban entre ellas y sus clientes buenos antecedentes de enfermedades venéreas. 

Miraba, hablaba, me divertía y mataba el tiempo de demoras esperando las lanchas. Uno de esos días, entró una muchacha de color canela y pelo rizado muy negro, bella de rostro y hermosísima de cuerpo. Vestía medianamente aceptable cuando la comparabas con el resto de la mercancía expuesta en aquel sucio lugar, recuerdo que andaba en minifalda y dejaba para disfrute de los presentes unas lindas y bien torneadas piernas, como sacadas de un taller de arte. Su blusa era casi transparente y dejaban al alcance de los menos curiosos, unos senos aun resistentes de aureolas casi perfectas. Olía a colonia barata de la que vendían los marinos, podía identificarla a un kilómetro de distancia. Parte de su cabellera estaba protegida por un pañuelito con líneas de brillo, muy conocidos entre nosotros los marinos, la cajita con una docena de ellos costaban en Canarias alrededor de 150 pesetas, algo más que un dólar. Sin nadie pedírselo y sin ella solicitar autorización alguna, se paró en nuestra mesita a compartir como viejos amigos, así eran ellas de familiares o sociables. No recuerdo quién de nosotros fue hasta el tanque a comprarle una perga y en cuestión de minutos, las rizas cruzaron el diámetro de aquella asquerosa mesa.

- ¿Cómo te llamas? Le preguntó alguien en una de las pausas entre tantos chistes o disparates, que también uno u otro piropo.


- ¿Yo? Respondió riéndose y mostrando de paso una perfecta dentadura.


- ¡Claro que tú! Los demás nos conocemos.


- ¡Adivina, adivina, adivina! Dijo ella y aumentó el volumen de su risa.


- ¡Chica, no jodas! Para adivinanzas estamos nosotros, va a venir la lancha y nos quedaremos con las dudas.


- ¿Rosa, María, Esther, Violeta, Aurora? Hay tantos nombres. Dijo otros de los presentes.


- ¡Frio, frio, frio! Soltó entonces otra carcajada. - ¡Les voy a dar una luz! Piensen en nombres revolucionarios. Hubo unos segundos de silencio.


-Haydee, Nadiezka, Mariana, Vilma, Lidia, Tania. Agregó otro de los presentes y ella continuó riéndose.


- ¡Mija, está al venir la lancha! No te des escofina en el ombligo, ¿cómo rayos te llamas?


-De verdad que ustedes están para el laguer, las puterías y la pacotilla solamente. Tienen cero en historia de la revolución, es que se las puse de jamón y no han caído, mi nombre es Celia.


- ¡Coño, tienes razón! La bruja del comandante. 


- ¿Celia, Celia, Celia? ¡Mírame a los ojos! La noté algo sorprendida al escuchar mi solicitud y me miró con aquellos ojos cautivadores que escondían muchas cosas, tenían un tono de dulzura inusual en aquel mundo suyo.


- ¿Y ahora? Ya te miré, ¿puedes explicarme? Su mirada y voz tuvo los mismos efectos de un flechazo en mi memoria y me trajo la imagen de aquella mujer que trabajo en la Cutoa vestida de miliciana. No era la primera vez que me sucedía, yo era buen fisonomista y poseía una excelente memoria. Una vez en Varadero, localicé a un antiguo amigo por el rostro de su hermana y en esta oportunidad estaba convencido de no haberme equivocado.

-Eres el retrato de tu madre. Le dije y todos guardaron silencio, ella permaneció petrificada y se tomó largos segundos en pronunciar una palabra.


- ¿La conociste o me estas vacilando? Rompió de esa manera el silencio impuesto por los recuerdos.


- ¡Lanchaaaaaaaaa! Gritó un marino desde la puerta de aquel infierno y un gran grupo salió corriendo como si se tratara de un zafarrancho practicado tantas veces en los barcos. Ninguno olvidó su perga, terminarían de beberla en la lancha y una vez vacía la arrojarían en medio de la bahía, nuestro basurero.


- ¡Si, la conocí cuando era apenas un niño! Me detuve intencionalmente, no deseaba escarbar en un pasado molesto.


- ¿Hablas de cuando se dedicaba al oficio o de su paso por las guaguas?


-Cuando las guaguas yo era un jovencito. Trataba de evadir el punto hacia donde ella intentaba acorralarme.





-Vas a perder la lancha.

-No importa, me voy en la próxima. ¿Qué ha sido de la vida de tu mama? 


-Murió con honores revolucionarios. Continuó hablando de lo sucedido durante el sepelio, lo hacía con admiración y desprecio. En el fondo comprendí que culpaba a su madre por los infortunios que le legó en vida.

-Eres tan hermosa como ella y el pañuelito que llevas te queda divino. Pude ser irónico al pronunciar las últimas palabras y no era mi propósito.


-Me lo regaló un cliente. Algo de enojo ocultaba en su corta respuesta.


-No era mi intención interrogarte para saber a qué te dedicas, es obvio que me doy cuenta. ¿sabes el precio de ese pañuelito?

-No tengo ideas, solo sé que media Habana anda con ellos en la cabeza.


-Los marinos los compramos para nuestras mujeres, no te preocupes, será difícil distinguir a esposas de meretrices. Entonces le expliqué algo sobre los precios que ya les he mencionado con anterioridad. - ¡Qué ironías tiene el destino! En la época de tu mamá un palo costaba $1.00 Peso.

- ¿Te lo contaron o lo leíste en alguna novela?


-Lo vi con mis ojos en Santiago de Cuba. ¿Mira ahora? Sus hijas venden sus cuerpos por unos doce centavos más o menos, porque ese es el precio de un pañuelito, un jabón y otras chucherías.


-Ese es el precio de las que trabajan en las calles, yo lo hago con más profesionalismo.


- ¿Profesionalismo?


- ¡Hago el pan en casas particulares o en algunas posadas!


-No lo sabía.


-Es una red oculta donde participan taxistas, dueños de casas y posaderos. La paga es más humana que digamos.


-Debes cuidarte, he visto a piquetes de muchachos jóvenes comunistas golpeando a Cufleteras en puertos del interior.


- ¡Vaya nombrecito que nos regalaron!


-Está justificado, la mayoría de ustedes solo entran en negocios con los marinos extranjeros fletados por la empresa CUFLET.


-Yo lo sé, ¿quién se atrevería a venderse en el mercado nacional? Cuando estás con algún cubano solo escuchas hablar de sus miserias, como si nosotras viviéramos en un mundo diferente al de ellos.


- ¿Tienes hijos?


-Tengo tres, dos hembras y un varón.


-Tremendo error para estos tiempos.


-No tuve opción, fue imposible hacerme un legrado por problemas de salud.


- ¿Ellos saben a qué te dedicas?


-Por nada de la vida.


- ¿Cómo se llaman?


-Yusnaivy es la mayor y va a cumplir cinco añitos, le sigue Yuslaidy con cuatro y Yurieski con dos.

-Vaya nombrecitos que les pusiste, te van a matar cuando sean grandes. Logré arrancarle una sonrisa en medio de un tema tan desagradable para ella.


-No imaginas cuánto detesto las razones por las cuales mi madre me puso el que tengo, al menos les doy la posibilidad de que puedan sentirse como unos marcianos. Esta vez quien se rio por aquella ocurrencia fui yo. Una hora después nos despedimos y mientras me dirigía hacia la entrada donde tomábamos la lancha, ella andaba con un paso muy elegante y exótico hacia la parada del Muelle de Luz.

-Yusnaivy me escribió hace unos años desde Italia, su madre le había hablado mucho de mí. No imaginaba remotamente que pudiera recordarme aun, solo nos encontramos tres veces en aquella piloto de mala muerte. Sus palabras encerraban cierta dosis de cariño y siempre se lo agradecí. Nunca le pregunté cómo había llegado a Italia, lo imaginaba y no deseaba abrir cicatrices. Hace cuatro años me encontré con su hermana en un Gogó de Montreal, pude llegar a ella gracias a Yusnaivy. Al principio se comportó con mucha desconfianza y no lo tomé a mal, es muy normal que ocurra entre cubanos o simplemente fuera una reacción de vergüenza al descubrir el mundo al que pertenecía. Vencida la tensión, ella se fue abriendo y observé cierto grado de felicidad que deseaba compartir conmigo. 


-Trabajo pocas horas bailando desnuda diariamente, pero no imaginas el salario que devengo. Puedo ayudar cómodamente a mi familia, pagarme la universidad y ahorrar para sacar a Yurieski de Cuba.


-Ya lo imagino. No tenía mucho para agregar, yo no pertenecía a su mundo.


-No creo que puedas imaginar de lo que te hablo, allá tuve que venderme por un bocadito y un refresco para alimentar a mi hijo. No sabes lo que es compartir la cama con un viejo que huele y suda amargo, asco es lo único que puedes sentir y muchas ganas de vomitar. Al menos aquí tengo un salario honorable y mi marido viene a buscarme cuando termino de trabajar.


-Me alegra mucho que tu suerte haya cambiado. En la segunda pausa conversamos mucho sobre su madre y se interesó por la vida de su abuela.


-Mamá falleció ayer de un paro respiratorio. Sonaron muy secas y tristes sus palabras, pude comprenderla, ella era una más que no asistió al funeral de su ser querido.


 El recuerdo me sumergió nuevamente dentro del ambiente nauseabundo de aquella inmunda piloto y el rostro hermoso de su madre con aquella preciosa sonrisa, era capaz de borrar por instantes la amargura de una juventud perdida entre himnos y consignas. Celia murió sin los honores con el que fuera premiada Victoria, no fue una heroína para muchos. Si lo era para mí, he admirado a esas chicas que se vieron obligadas a vender sus cuerpos, no solo para alimentar a sus crías, muchos padres comieron también con el sudor de sus vaginas. Ellas también se merecen un monumento que tenga una llama eterna.


Esteban Casañas Lostal.
Montreal. Canadá.
2016-05-20


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martes, 25 de diciembre de 2018

EL BAUTIZO



                                                            EL BAUTIZO





No recuerdo exactamente si el nombre del repartico era El Roble, cuando uno viaja hacia el Mariel, queda a mano izquierda después de pasar el aeropuerto de la playa de Santa Fé. Allí vive una familia a la que quiero mucho y nunca se lo he demostrado. Tuve en ese barrio uno de mis amores de la juventud en aquellos tiempos dificilísimos que no se pueden olvidar. Ese día el sol rajaba las piedras y yo me encontraba de pase del Servicio Militar, vestía como se podía en esos tiempos que les narro; una “guapita” hecha con tela de sábanas combinada con algunos trazos de guinga, un pantalón de mezclilla invertida y un par de botas de trabajo por las que pagué treinta pesos para transformarlas. Había que inventar como se dice en buen cubano, yo solo ganaba siete pesos al mes que no alcanzaban para pagar los viajes de las guaguas. Lo vendía todo en el mercado negro, todo lo que se compraba, jabones, botas rusas, medias, pescado de la costa de mi Unidad y hasta el café que nos robábamos.

Andaba con mucha prisa y por esos caprichos de la mente humana, sentía el calor más que nunca, eso me sucedía cada vez que andaba cerca de la playa. Las calles sin asfalto de ese barrio se encontraban desiertas a esa hora y mi paso era contra el reloj porque el bautizo tenía su hora fijada. Todos estaban desconcertados por mi tardanza y mi presencia les produjo alivio, no éramos muchos los que componíamos aquel grupo, el padre de la niña que seria mi ahijada, la madre, la madrina y yo. Después de un buen vaso de agua fría montamos en un viejo taxi de la ANCHAR, el chofer era un conocido del padre, tal vez de aquellos que nosotros identificamos como “socios”, o sea, de los que no llegan a clasificar como amigos y que hoy son muy difíciles de encontrar.


Abordamos aquel viejo auto en silencio, la niña se encontraba dormida y no protestaba por el olor a gasolina que nos acompañara hasta las puertas de la iglesia. Por el camino nada cambiaba a nuestro paso, uniformes de militares, milicianos, muchos becados a la altura de la playa de Marianao que me devolvieron a mis viejos tiempos recién pasados. Un Coney Island cada día más destartalado realizaba un viaje sin regreso hacia el herrumbre, compitiendo con toda la ciudad para ver quién llegaba primero. Viejas guaguas checas que envenenaban la atmósfera se cruzaron a nuestro paso y con nosotros el silencio que solo se rompe cuando los ojos hablan.


El chofer no tuvo la más mínima intención de entrar al parqueo vacío de aquel templo, yo pasaba por esta Quinta Avenida con mucha frecuencia y siempre, la vista me llevaba hasta la cueva que tiene en su interior una virgen, nunca he podido recordar el nombre de aquella enorme iglesia. El padre de la niña le pagó al chofer y éste se retiró de inmediato, daba la impresión de tener miedo por lo que hacía, nosotros también.


Cuando llegamos hasta el portal del templo, observamos las puertas del mismo protegidas por rejas. Todo se encontraba sucio, las paredes y puertas mostraban con descaro consignas revolucionarias, otras que expresaban; ¡Abajo Cristo! Pocos meses antes pudo observarse por la televisión como se llevaban presos a un Cura y al individuo que quiso desviar un avión de Cubana, su nombre era Ángel María Betancourt Cueto. En su intento de secuestro dijeron que había matado a dos tripulantes y la cacería desarrollada en toda la isla no tuvo límites. Todo el tiempo que se mantuvo prófugo yo hacía guardias en la costa desde la playita de Banes hasta el Mosquito, el sentimiento antirreligioso se acrecentaba en la medida que pasaban las horas. Por una extraña razón desconocida sentí miedo por lo que estaba a punto de realizar, a partir de esos minutos tuve la sensación de estar conspirando en contra de la revolución.






Nos dirigimos al área del parqueo y vimos que existía otra puerta, tocamos con insistencia hasta que nos abrieron y le informamos al sacristán la razón de nuestra presencia en aquel templo, nos invitó a pasar. Reinaba esa paz que ocupan los santos recintos, la oscuridad y el silencio eran dueños de aquel enorme espacio vacío. Desde lo alto, Jesús nos observaba y se daba cuenta de nuestros miedos ante la mirada inquisidora de todos los santos.

Con mi ahijada Osmarita el año 1967 en el Reparto ·El Roble" de Santa Fe.


La ceremonia fue rápida y corta, nada de protocolos, faltaron las presentaciones, no me cabía la menor duda de que me encontraba envuelto en una conspiración. La niña se despertó cuando el agua bendita corrió por su cabeza, recuerdo que lloró. Después, como prófugos, huíamos en silencio, con el mismo miedo que siempre nos acompañara, nadie se enteró de aquel crimen que cometimos, solo los tíos y abuelos, la niña estaba bautizada.


El tiempo envejecía en sus andadas y no me daba cuenta, pero el miedo que sentía se conservaba joven. Nadie me perseguía, era yo el perseguido y perseguidor, el sentimiento de culpabilidad por el crimen cometido y aquellas planillas que eran mi sombra, todas preguntaban lo mismo, ¿Tienes creencias religiosas? ¿Has bautizado a alguien? Mentía porque soñaba y para soñar no se puede ser sincero con uno mismo.


El calor era infernal, la humedad nos calaba el alma y nunca perdemos la costumbre de decir que el de hoy es el peor. Siempre es peor el que sufrimos en esos momentos y los anteriores pierden importancia, es como si nunca existieran. Andábamos por el medio de la calle, siempre lo hacía así cuando caminaba por La Habana Vieja, siempre sentí temor a que me cayera en la cabeza algún pedazo de balcón, no solo eso, el contenido de cualquier tibol o un cartucho con mierda. Las calles se encontraban muy concurridas a esa hora, casi siempre están así en ese popular barrio de la capital. Fiñes que juegan a la pelota mientras torean a transeúntes y pocos carros, agua apestosa que corre por los contenes de la calle, una que otra rata muerta, papeles que nadie ha barrido en muchas jornadas y buenas chamacas con las tetas que apuntan al cielo debajo de un cuarto de tela. Éramos un grupo mayor que intercambiábamos alguna jarana de vez en cuando. Mi esposa y mi hija, mi sobrina con su marido y el que sería mi ahijado. Su tío dándome muelas de la UJC, hoy me río porque se encuentra en Miami, parece que de nada sirvió que le lavaran la cabeza.


Andaba vestido como pocos de los que se cruzaban a nuestro paso, mi esposa e hija también, todo era del extranjero y yo era un privilegiado. La camisa la había comprado en Tailandia, muy fresca y oportuna para nuestro clima, sin cuello y de algodón. El pantalón se encontraba a la moda de aquellos tiempos, ancho y con cuatro pliegues, los mocasines eran bellísimos de color carmelita, tienen que haber sido alguna imitación por ser fabricados en China, yo olía muy bien, lo mismo que mi esposa e hija, andaba sereno.


Al llegar a las cercanías de aquel templo observé a varios policías apostados y me nació nuevamente ese miedo oculto que llevamos los cubanos, no era para menos, ahora me podían identificar por la ropa. Cuando le pregunté al tío de mi ahijado el nombre de la iglesia el temor aumentó, ese era el cuartel de todos los opositores al r
égimen, mi esposa no sabía nada porque ella no oía como yo a Radio Martí. Mi temor aumentó acompañado de ese sentimiento de culpabilidad por estar haciendo algo grave, volví a pensar que me encontraba conspirando en contra del gobierno.


Dentro de la iglesia de la Merced observé que se encontraba muy concurrida, gente de todos los colores y edades. Me asombró ver una gran cantidad de jóvenes, seres que habían sido educados en la más rígida doctrina materialista, sin embargo, se encontraban allí desafiantes. Para las personas que no hayan vivido bajo un sistema totalitario, les será casi imposible comprender estas líneas, pero es así como las narro, esa simple acción de encontrarse en un templo era un desafío al régimen, no todos tenían la valentía de enfrentarlos como aquellos seres, eso me devolvió la tranquilidad a medias.






Ese día serían bautizados quince niños para mi asombro, el Cura era un hombre muy joven y creo no haber oído en tanto tiempo algo tan ajeno a la retórica del gobierno. Expresada quizás con palabras muy valientes, no pude salir de mi asombro durante toda la duración de la ceremonia y comprendí definitivamente que, aquello llamado revolución, había perdido rotundamente la batalla. Esta misma impresión la sentí en mis viajes anteriores a la caída de Polonia y Alemania, el régimen conservaría como hasta ahora el poder sobre los cuerpos de todos los seres, pero ellos eran libres y lo son, no han podido esclavizar sus almas, he pensado.


Por el camino comentamos mucho sobre aquella nueva experiencia, el tío de mi ahijado se aferraba a dogmas e ideas propias para su juventud, mucha gente en la isla no podía comprender mi forma de expresarme siendo Oficial de la marina mercante. De regreso al solar donde vivía esa familia compramos algunas cervezas, tamales y una botella de ron en una piloto clandestina, así celebramos el bautizo de Ivancito, quien hoy es un hombre y vive en Miami.


Desde la tarde anterior llovía a cántaros, de nada nos serviría haber preparado el patio para después de la ceremonia. Un auto partiría desde la casa de mi hijo y el otro desde la mía, nos encontraríamos media hora antes en la iglesia, todos vestíamos de trajes y las mujeres sacaron sus mejores trapos a la calle. La lluvia rompía incesantemente en el parabrisas del auto y dificultaba la visibilidad, sentía un poco de nerviosismo por la velocidad, todos viajábamos en silencio y el olor a perfumes tan variados encerrados en aquel pequeño espacio me molestaba.


Bajamos por la avenida de Papineau hasta Ontario, le indiqué al chofer que doblara a la izquierda porque encontraríamos el templo en la segunda esquina. Así lo hizo y nuestra llegada coincidió con la de mi hijo, entraron él y su tío a un pequeño negocio para comprar cigarros mientras yo lo esperaba afuera con el paraguas en la mano.
Me sentía algo nervioso desde mi arribo, temía por alguna incriminación de la madre María Teresa. Aquella iglesia había sido mi cuartel unos años atrás, luego, con la llegada de mi familia, el tiempo se consumía increíblemente y no me daba cuenta que me apartaba del camino que un día me trazara Dios. Nos dirigimos hacia una entrada lateral que conduce al sótano de la iglesia, como me encontraba fumando mis pasos se hicieron más lentos hasta quedar rezagado, todos se encontraban dentro cuando arrojé la colilla y observaba que era arrastrada por las aguas.


El sótano se encontraba muy concurrido con otras familias que asistían por las mismas razones, niños nacidos acá con padres de diferentes nacionalidades. Entre ellos pude distinguir a la monjita cubana y contrario a mis pensamientos, la sonrisa adornó toda su cara. Es uno de los seres más dulces que he conocido en la vida, aunque lleva más de treinta años fuera de Cuba le sucede lo mismo que a la mayoría de nosotros, ella con un toque muy especial por su Matanzas inolvidable. Nos fundimos en un abrazo y con ese amor que brota de su alma me regañó por la ausencia, como lo hace una madre con el hijo descarriado, me sentí niño y como tal trataba de justificar lo injustificable.
Un poco más tranquilo intercambiamos palabras y recuerdos, solo unos minutos porque sin darnos cuenta nos quedábamos solos, todos habían subido al templo para dar inicio a la ceremonia.


-Te voy a mostrar algo que debías saber desde hace mucho tiempo. Me dijo regañona y tomándome del brazo, me condujo hasta la presencia de nuestra Virgen de la Caridad del Cobre. -Esta es la sorpresa que hace mucho tiempo te tenía guardada, ya nuestra virgencita tiene su altar que es visitado no solo por cubanos, viene mucha gente a ponerle velas y flores.


Sentí una emoción muy profunda y mi mente viajaba sin que ella pudiera notarlo, la miré y luego contemplé la majestuosidad del templo, lo vi repleto de fieles. Eran más de mil, como pocas veces se observó aquel inolvidable 8 de Septiembre. La tribuna desde donde yo dirigiera aquel aplaudido discurso se encontraba en el mismo lugar. Recuerdo que ella revisó mi manuscrito el día anterior a la misa en busca de algún error. Yo la engañé y al llegar a la casa escribí otro que, aunque religioso, no excluía el dolor de aquellas madres que perdieron sus hijos en el mar, las que tienen a los suyos muertos en vida en nuestras cárceles, los que murieron en otras tierras causando dolor a otras madres como ellas. Cuando finalicé, el aplauso fue ininterrumpido durante varios minutos y vi llorar a la Madre María Teresa, luego, se habló por mucho tiempo de aquella misa.


La virgencita fue comprada con el exiguo fondo de una pequeña organización que yo dirigía, nos dedicábamos a ayudar a los recién llegados a estas frías tierras. Aquello molestó al régimen, poco después fue penetrada y destruida. “Los Hermanos del Mar” que ese era el nombre de la organización, pasó a formar parte de la historia encontrándose en fase embrionaria, gracias al miedo que a veces es imposible sacar de adentro, hoy solo queda ese hermoso recuerdo, la hermosa Virgen que forma parte de ese templo.


Ella se retiró para cumplir otras obligaciones y yo me senté junto a mi esposa, la ceremonia daba inicio, unos bancos más adelante que el mío se encontraba ocupado por los familiares, padrinos y niños que serían bautizados, yo seguía con la vista a mi nieto y mis hijos. Hoy no sería el padrino, hoy bautizarían la continuación de mi historia, hoy se bautizaba a Esteban Casañas, el cuarto de ellos, el primero en nacer libre, allí estábamos tres de ellos.

La ceremonia fue acompañada de algunas frases alegres por parte del Cura, no necesitaba ser valiente ni desafiante, nadie sintió miedo por lo que hacía en esos instantes y una hora después de tomarse la última fotografía partíamos de regreso. Continuaba la lluvia y cada auto tomaría el mismo camino, nosotros regresaríamos a cambiarnos de ropa y para trasladar toda la comida que ofreceríamos a los invitados.



Ese día fue maravilloso para todos nosotros a pesar de la lluvia.






Esteban Casañas Lostal. 
Montreal.. Canadá 
2001-12-06


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domingo, 23 de diciembre de 2018

EL PLAN TARECO



                                                        EL PLAN TARECO.





               
Estaba agotadísimo, ese día había trabajado hasta el límite de mis fuerzas y llegué rendido a la casa. Pudiera afirmar que derrotado y no tenía deseos de nada, ni de bañarme, ni de comer, ni de hacer esa cosa rica que vuelve loco a los humanos.
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El caso es que se había desatado una “gran lucha”, ya no era contra el imperialismo con el cual nos dábamos la lengua, bueno, nosotros no, me refiero al gobierno. Ahora todos los carteles en las cuadras eran contra un enemigo común y más peligrosos que los talibanes. Yo no sé si ustedes estarán enterados porque viven allá afuera, ahora las mesas redondas, las marchas, las concentraciones, los discursos, los círculos de estudio y todas esas boberías que nos han servido de aliento a la vida, están dirigidas en contra de los mosquitos. Contra ellos es nuestra lucha y así lo tienen orientado todos los CDR (los chivas de la cuadra).

En esa nueva tragedia contra el enemigo de nuestro pueblo, surge una nueva contingencia y me refiero al “Plan Tareco”. Hay que botar todo lo que no sirva, como si algo sirviera en estas cuatro paredes, de todas maneras, no estoy para ella. Mi mujer insiste, no solo ella, se ha sumado mi hija que inspecciona la casa militarmente con su pañoleta de pionera.

-Pipo, hay que botar este diploma. Me dice la chamaca mostrándome el diploma de “Internacionalista” firmado por Jorge Risquet.

-¡Coño! ¿Tú estás loca o qué? ¿No te das cuenta que ese es el único recuerdo que tengo de mi misión en Angola?- Le respondí algo encabronado.

-No te pongas bravo mi viejo, pero observa que está comido por los ratones y además orinado por ellos. Me respondió con esa dulzura infantil de los hijos antes de crecer algo. En medio de mi cansancio lo tomé y le di varias vueltas en mis manos, pude comprobar que era cierto lo que me decía.

-¡Bótalo a la mierda! En definitiva, me ha resuelto muy poco y no creo que resuelva nada en estos tiempos. Contesté con desgano.

-¡Oye viejo! Hay que botar este farol de porquería. Gritó mi esposa y al mostrarme la pieza me sentí profundamente ofendido, se trataba de una reliquia y me vino a la mente la película "El Brigadista".

-¡Chica! ¿Cómo carajo voy a botar el único recuerdo que tengo de la alfabetización?

-Porque esto es un tareco que no funciona, no hay camisetas, no hay luz brillante y lo único que hace es ocupar espacio en el closet. Me respondió con la autoridad que ellas tienen en las casas, porque de verdad, aunque uno se crea macho, las que mandan son las hembras.

-¿Sabes? Tienes mucha razón, bota esa mierda al carajo, seguro que aquellos guajiros se han muerto o viven en Miami. Sin pensarlo dos veces la flaca lo tiró al montoncito que se iba formando en el medio de la sala.

-¡Pipo! ¿Botamos el afiche del Ché? Me preguntó la chamaca.

-¡Carajo! ¿Qué tiene que ver el Ché con los mosquitos? Le pregunté, tan fotogénico que era el asmático. Al menos servia para cubrir un hueco que había en la pared.

-Nada, pero como el marco está cundido de comején, es mejor botarlo antes de que ataque las ventanas. Tenía lógica su respuesta, ya los rusos no nos mandaban madera.

-¡Oye! ¡Bótalo a la mierda con su barba y su boina, tampoco ha resuelto nada! Mi hija lo tiró al montón de basura inmediatamente.

-¡Viejo! ¿Qué hago con todos estos libros? Preguntó mi mujer.

-¿Cuáles libros? Pregunté con un poco de enojo, siempre he sido un furibundo lector.

- Los Fundamentos del Socialismo en Cuba de Blas Roca, Fundamentos del Materialismo Dialéctico de Konstanstinov, El Capital, La Historia me Absolverá, etc., están meados por los ratones.

-Aunque no lo estuvieran bótalos pal carajo, no sirven para una mierda., son puro veneno impreso.

-¡Pipo! ¿Qué hago con este disco de Silvio Rodríguez?

-¿Cuál de ellos?

-El que tiene la canción del Playa Girón.

-Mételo para el basurero porque él se olvidó de aquella época. Sin darme cuenta en la sala se había formado una montañita de desperdicios.

-Ahora tienes que sacarla para el medio de la calle, para cuando pasen las brigadas que limpien por el plan tareco. Como era un hombre que había borrado toda huella de machismo y asumí el papel que me correspondía en el hogar, comencé a sacar poco a poco toda aquella porquería cumulada durante años. Al tercer viaje cargado de basuras y próximo a la loma de desechos que adornaban nuestra cuadra, me detiene un policía del cual no había notado su presencia.

-¿Usted es el que está botando toda esa mierda? Preguntó el uniformado.

-Si. No tuve otra alternativa que aceptar, me había agarrado con la mano en la masa.

-Pues se encuentra detenido por contrarrevolucionario. Me dijo y me cagué al instante. ¡Riiiiiiinnnnnng! Sonó el despertador y me desperté todo apendejado, le voy a decir a mi amiga gallega que no me cuente más nada de sus viajes a Cuba.


Esteban Casañas Lostal. 
Montreal..Canadá 
2002-01-25 


"Y si tenéis por rey a un déspota, deberéis destronarlo, pero comprobad que el trono que erigiera en vuestro interior ha sido antes destruido".


Jalil Gibrán.



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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...