Visitas recibidas en la Peña

lunes, 17 de mayo de 2021

MEMORIAS DE “BOLLO MANSO” (8) Los calzoncillos “Matapasiones”


MEMORIAS DE “BOLLO MANSO” (8)

Los calzoncillos “Matapasiones” 





-¡Apaga la luz! ¿Cuántas veces no habremos escuchado esa solicitud, reclamo u orden en aquellos tiempos? Poco importa el escenario, pudo ser en una de aquellas mugrientas posadas o dentro de una casa. Nadie quería ver, nadie quería que te vieran. ¿Cuál era el misterio que deseaban mantener oculto tantos jóvenes de aquellos tiempos? Veo la foto que elegí para ilustrar este tema, la de esos viejos cagalitrozos muy felices y orgullosos por las toneladas de medallas que cargan. ¿Cuál es el mérito de esos viejos, los de esa generación traicionada, frustrada, fracasada y hoy cómplice de aquella pesadilla, esta pesadilla? No sé, solo se me ocurre pensar que se han pasado la vida comiendo medallas y cagando medallas. Me apuro en rescatar estas memorias antes de que el tiempo se nos acabe. 

Fue muy frecuente escuchar a mujeres bellas casi suplicarte que apagaras la luz, divas capaces de satisfacer cualquier deseo sexual, hermosas muchachas que hoy son abuelitas, las que han logrado sobrevivir a estos recuerdos.

La robolución de esos viejos no necesitó mucho tiempo para llevarnos hasta una situación de mendicidad lastimera, muy pronto nos convirtieron en mendigos de cuerpo y alma. ¿El secreto de las luces apagadas y el sexo en penumbras? Una vez lo descubrí cuando apagué la luz y ella, muy confiada en esa privacidad impuesta comenzó a desvestirse, entonces la traicioné y la encendí nuevamente. Los colores de la vergüenza le dibujaron el alma y trató de explicarme lo que yo imaginaba. Le devolví la tranquilidad cuando comencé a bajarme el pantalón y ante sus ojos apareció un calzoncillo “matapasiones”. Su delito era muy grave, aquella diosa de veintiún años tenía puesto un calzoncillo verde olivo igual a los que yo usara en el Servicio Militar Obligatorio. ¿Por qué?

Bueno, les estoy hablando de la década de los sesenta, digamos que posterior al sesenta y cinco. Se desaparecieron del mercado los blúmeres de mujer por esa magia siempre demostrada en la isla, y ellas, muy astutas o inteligentes, invadieron las ofertas de los calzoncillos “atléticos” hasta agotarlos. ¡Eso, si! Todas te decían lo mismo, tengo un blúmer bueno que solo uso para asistir a las consultas médicas. Tampoco llegué a comprender la relación que pudo existir entre una simple gripe y esa prenda interior. ¡Había que confiar en su palabra si te gustaba o la querías! Les comento que una de aquellas protagonistas es actualmente una abuelita muy feliz y se encuentra en mi lista de amistades.

¡Claro que hubo sobrevivientes a esa pandemia robolucionaria! No imagino a ninguna de las mujeres de esa pandilla en el poder pasando por esta situación, sus hijos no dejaron de tomar leche a los siete años. Bueno, escaparon también las abuelitas de las actuales jineteras, ellas se dedicaron a la misma profesión y se vendieron por un blumercito, un jaboncito o cualquier otra chuchería.

Ante la falta de calzoncillos por las razones expuestas, nuestras costureras, siempre tan creativas, comenzaron a producir los “matapasiones” en gran escala. Los hacían con la tela destinada a la confección de sábanas, pero no todo fue color de gloria en esa producción que, luego fuera condenada en el año 1968 con la “Ofensiva Revolucionaria”. ¡Imaginen, imaginen mucho! Porque para referirse a esas situaciones unas veces dramáticas, ridículas, patéticas y cómicas a pesar de sus miserias, debes pensar que ese nombre no le caía de gratis. Muy bien, el calzoncillo era elaborado con tela de sabanas, se me olvidaba, había que plancharlos y algunas madres cubanas, muy cuidadosas en las apariencias de sus hijos, los almidonaban. Solo que esa no era la razón que les diera su aire de comicidad o ridículo. ¿No pensaron en el hilo para coserlo y los botones? ¡Aquí era donde se complicaba el negocio! Imaginen un calzoncillo blanco cocido con hilos azules, negros o rojos, y para rematar, pónganle dos botones de cualquier color y tamaño. ¡Coño! Era para rematarle el gusto o deseos a cualquier muchacha, era el preciso instante donde se morían muchas pasiones y se sufría esa vergüenza que no muestran esos viejos de mierda cargando esas medallitas.

El problema de la escasés de hilo tampoco era accidental, no había medias de hombre en el mercado y muchas mujeres las tejían con ese hilo que se necesitaba para coser los calzoncillos. Tejían, tejían, tejían en las guaguas, las colas, esperando el turno médico, dentro de las posadas, escuchando una novela, tejían como nadie había hecho en esa isla. Los diseños eran bonitos y variados, luego y para rematar, debías mantenerlas arriba con el uso de una liga. 

Fueron tiempos muy duros que los jóvenes no conocieron y los viejos han olvidado en durante esa dura lucha por sobrevivir. Tiempos donde se confeccionaron trajes con tela de mezclilla, camisas o “guapitas” con telas de sábanas combinadas con otra de guinga y me faltan los zapatos. Si hay seres que se merecen un lugar de respeto en nuestra historia de miserias, ese sitio les pertenece a los zapateros. Estos artistas anónimos transformaron botas de trabajo en botines con tacón “hollywod”, solo hubo unas a las que nunca pudieron transformar por ser indomables, las botas rusas. ¿Los demás? El que no tuviera $30 o $40 pesos para pagarle a esos zapateros, esos infelices tuvieron que calzar aquellos “Kiko plásticos”, unas verdaderas ollas de presión cuando el sol se colocaba encima de nuestras cabezas.

¿Una solución temporaria de aquellos tiempos? Los jóvenes se casaban para comprar las pocas porquerías que les vendían con una tarjeta del Palacio de los Matrimonios, entre el ajuar proletario, la bebida, cake y croquetas, estaban comprendidos dos blúmeres de mujer y dos calzoncillos atléticos. Pocos meses mas tarde se divorciaban y un tiempo más tarde se volvían a casar.

Veo la foto que elegí para ilustrar este tema y no acabo de comprender a esos viejos de mierda, no solo a ellos. ¿Hay quien pueda sentirse orgulloso de toda esta porquería? ¡Si, si los hay!

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2021-05-17

 

xxxxxxxxxxxx


sábado, 8 de mayo de 2021

CHICHI

 CHICHI



Vista del deteriorado edificio donde viví en Alamar, el apartamento de Chichi es el de la puerta negra en el segundo piso.

CHICHI


Cuando me bajé del taxi y vi el balcón que quedaba justamente encima del mío lleno de negritos, no puedo negar que se me pusieron los pelos de punta. Nunca imaginé que cupieran tantos negros en aquel reducido espacio, yo fui jefe de obras en la construcción de aquellos edificios y recuerdo que medían entre 62 ó 67 cm por 2.88 m. Con el encabronamiento no me detuve a contar, era una turba de ellos. Todos sonrientes y con buena dentadura, porque eso sí, para buscar dentaduras bonitas hay que fijarse en la de los negros.

Todo era cuestión de predisposición, antes de salir de viaje, sabía que la hermana del secretario del partido de la microbrigada se mudaría para ese apartamento. Me cayó mal de gratis, solo por ser la hermana de aquel tipo tan descarado y vago, el gallo por el cual estuve a punto de perderlo todo, apartamento y pincha, que es mucho decir en Cuba. Todo esto, después de haber construido tres edificios para quedarme con un apartamento que nunca sería mío. Grande era mi desesperación en aquellos momentos, juré por todos los santos existentes y por inventar, que si yo no lograba una vivienda para mis hijos lo mataba, así como lo oyen.

Entré a mi casa sin saludar a nadie, ellos no se dieron cuenta de mi descortesía tampoco, no me conocían. En aquel negativo estado anímico por la presencia de tanta gente en ese balcón, seres de color negativo cuando deseas asociar todo lo malo con lo negro. Me vino a la mente la existencia de tambores, y cuando hay tambores, existen santos, y cuando hay santos negros, existen bembés y no sé cuántas mierdas para condenarlos, todas esas ideas me llegaron a la mente en fracciones de segundos.

Mi mujer me dijo que en realidad solo vivían nueve de ellos en el apartamento, todos los demás se encontraban de visitas. ¡Claro! Visitas que se repetían semanalmente y llegaban a sumar cerca de los veinte. Hoy y a casi doce años de separación, no me explico cómo se las arreglaban para dormir.

Continué viajando y en la medida que lo hacía me iba acostumbrando a la presencia de aquellos negros. En el balcón siempre me encontraba a la más vieja, la mamá de Chichi acompañada del viejo. Casi siempre en horas de la mañana, porque en la tarde el sol daba de frente al edificio. La vieja siempre me dedicaba un piropo en un lenguaje entrecortado por una anciana parálisis, me causaba gracia y hasta el viejo se reía. Poco a poco aprendí a llamarla abuela y ella se divertía. Comenzó entre nosotros una extraña complicidad de cariño y era raro el día en el cual yo pasara por debajo de ellos sin que nos dijéramos algo. Nunca existió ese día, hubo mucha magia entre nosotros, pudo ser santería, pienso.

Se me había olvidado presentarles a Chichi, es que siempre me distraigo cuando se me afloja la lengua o el teclado, un error imperdonable que los impacienta. Bueno, Chichi es una negrita que ocupa algo de mis sentimientos, negrita digo y no lo interpreten en tono despectivo. ¡Negrita, bien!, porque no es una negra, solo levanta unas cinco cuartas del piso. Chichi no es una negra linda, nunca lo fue, me atrevo a decir que se burló de la barrera de los quince, es como si siempre hubiera sido vieja, pero de una vejez eterna. Es de esas personas que no debe agradecer nada a la naturaleza, no posee culo para presumir como algunas negras, ni tanto para facilitar el trabajo de algún enfermero a la hora de inyectarla, ni el necesario para permanecer tanto tiempo sentada, tal vez por esta razón siempre la vi de pie. Chichi es canillúa como casi todas las negras originales, claro, careciendo de ese culo de puya que las hace famosa. Bueno, ya les expliqué que era lisa como una tablita de planchar. Tenía poquito pelo, esto lo menciono en el lugar de decir “pasa” para no ofender a ningún negro, era entonces peloncita. Bien flaca, no creo que se aproximara nunca a las cien libras, hablemos entonces de huesos, de una osamenta bien negra, como el azabache, como el ébano, solo es una suposición, creo que nunca lo vi en Cuba, solo en una canción. No pudiera decirles tampoco que mi negrita fuera tan prieta como el Coral Negro, éste existe a más de cincuenta brazas de profundidad y solo es accesible a los turistas. Mi negra es única y al alcance de todos nosotros, digo, de la gente del edificio y también el barrio. Una especie de escultura deforme y adaptada a nuestras exigencias que también eran pobres. Chichi era nuestra Venus de Alamar, esculpida en asfalto caliente y que conserva su forma cuando se vuelve a enfriar.

Nunca la vi elegante, tampoco creo hayan existido razones para ello, ¡pero, coño!, ¿ni una sola vez en el año, o en los años que fui su vecino? Ausente estuvieron los motivos, siempre la observé igualita, como el día anterior, como la semana pasada, el mes, el año, el quinquenio. Con un trapito sobre la cabeza que cubrieran sus escasas pasitas, haciendo el ridículo papel protagónico de un pañuelo. Como si uno fuera comemierda y no lo supiera. Con la misma sayita o su relevo, gran especialista en hacer la “palomita”. Como hicimos todos nosotros, pienso, lo olvidamos cuando tenemos cuatro trapos.

Chichi no era una gente culta, nunca la vi con un periódico en las manos, tal vez sí, era para que el viejo lo leyera en horas de la mañana, cuando gastaba ese maravilloso tiempo en el balcón, antes de que el sol cruzara el zenit del edificio. No era un tiempo gastado, ni una inversión malograda, luego se cortarían las hojas y se usarían como papel sanitario.

Siempre me atacó la duda y en medio de mis tiempos de sobriedad me preguntaba, debo aclarar que solo ocurría esto a la hora de dormir. Me ponía a dividir dos cuartos y medio entre tanta gente, yo mismo los ubicaba mentalmente. En uno de los relativamente grandes cuartos, era de suponer que pernoctaran Chichi y su marido Carlos, no hay discusión. Nos queda entonces un cuarto similar al de Chichi y otro muy pequeñito, donde solo cabe una cama camera, sin closet para guardar la ropa ni nada por el estilo. No podemos meter en ese cajoncito a las tres hembras de mi negrita. ¡Ah! Creo que se me ha olvidado algo, decirles que con todo lo feíta y descojonadita que era Chichi, ella había encontrado marido y que el tipo era blanco. ¡Caballeros! Hay que respetar a la brujería. Pues de ese matrimonio salieron tres hembras, dos de ellas mellizas y un varón al que todos conocemos por “Nano”, mudito y jodedor, muy cariñoso y servicial. Yo sé que la cuenta no les debe cuadrar a ustedes, solo he mencionado a ocho. Por si no le bastara con su prole, mi negrita trajo a vivir con ella a un sobrino. Un negrito que es diferente a los mencionados, la candela, como decimos nosotros los cubanos, le llaman Roly.

En el cuarto chiquitico ubicamos a los viejos, total, a esa edad uno se acomoda donde quiera, ya no tenemos musiquita en la cintura y no hacen ruido los bastidores. En el cuarto similar al de Chichi metemos a las tres hermanitas y cerramos la puerta para que no las jodan los varones. ¿Nano y el primo? A ellos les armamos unas columbinas en medio de la sala, ese era el ruido que sentía todas las noches. ¿Y las visitas los fines de semana? Esa gente a jugar piso porque no hay cama pa tanta gente y a roncar felices para irse al día siguiente a la playa.

Dicen los ingenuos que Carlos Lage es el genio de la economía cubana, que el tipo es un cerebro, que si patatín y patatán. ¡Qué comemierdas son todos los que expresan eso! Cerebro de verdad en economía es mi negrita Chichi, saquemos un poco de cuentas para que me entiendan. Ella era conserje de la escuela primaria que queda a una cuadra del edificio. Antes de irme se llamaba N. Kruvskaya, creo que se escribe así, bueno, la jeva de Lenin. Su salario por limpiar era de $85 pesos al mes, el retiro de su padre como panadero andaba por los $65 mensuales. El mejor de todos los salarios era el de su marido Carlos como plomero, andaba por los $200. Si sumamos todas las entradas obtendremos la astronómica cifra de $350 pesos mensuales. Cantidad que, dividida entre 9 bocas con su correspondiente conducto al estómago, obligada a llenar como mínimo tres veces al día, nos dará la astronómica cifra per cápita mensual de $38.08 aproximadamente. ¡Señores! Para vivir con esa plata en Cuba hay que ser un verdadero mago, ¿qué carajo sabe Lage de esto? Descuenten alquiler, electricidad, agua, viajes del marido al trabajo, pagos de Sindicato, del CDR y la Federación de Mujeres, verán que no es mucho lo que queda para comer.

Bueno, si se pudiera comer solamente y andar en cuero por la calle, todo sería un poco más soportable. Pensemos y luego calculemos, las niñas necesitan un blumersito para protegerles el bollito de los parásitos que nos llegan con el agua de la cisterna. Tal vez tengan anticuerpos por su constante contacto con la naturaleza. ¡Ohhhh! También hay que protegerlas de las malignas miradas de los jamoneros, como son mulaticas, se distinguen los colores entre la piel y los vellos. Ese lujo de andar sin blúmer se lo podía dar Chichi que era bien negra y todo salía del color de un apagón. Que dilema a la hora de comprar blúmeres a las niñas y aquella libreta de los cupones con una sola opción. O sea, si comprabas blúmer no podías comprar ajustador, y si comprabas ajustador a lo mejor no podías comprar medias. Así, hasta que la vida se enmarañaba por esas cosas tan extravagantes del “socialismo”. Podía resultar que al comprar el blúmer perdías el derecho a un bombillo, solo es una suposición.

Era allí donde mi negrita lucía la franela, superinteligente la Chichi a la hora de tomar decisiones tan importantes de su vida. En fracciones de segundo y ante la cara molesta de la empleada en la tienda y la impaciencia de la gente en la cola, porque eso sí, no hay un puto empleado de tiendas en la isla que sea verdaderamente amable. Es como si ellos te estuvieran haciendo un favor y no fuera ese su trabajo. Bueno, la Chichi observaba los pro y contras antes de que le arrancaran ese importante cupón de la libreta, cualquier error no se podía sanar hasta el año siguiente, y tal vez, cuando te dieran la nueva libreta, no había blúmer para las niñas. En fin, más fácil le sale un nuevo rabo a una lagartija.




Si no le compro el blúmer, los jamoneros se darán gusto, ya le están saliendo pendejitos a la mayorcita, pensaba. Puede sentarse también en el asiento de un cine donde hayan soltado un lechazo y caer preñada, volvía a pensar. ¿Cine? ¿Con qué plata? ¿Y si anda sin blúmer y cae con el periodo, cómo se coloca el kotecito? ¿Y si se echa noviecito? Porque antes nos demorábamos un poco, pero ahora, ahora se les calienta rápido el bollito y viene el cabroncito a querer tocárselo así de jamón. ¡Nada, tengo que comprarlo! ¿Cuántos le toca a la niña? Dos por un año, ¿dos?, bueno, uno para andar diariamente y el otro para cuando tenga que llevarla al médico. Que lo usen para ir a la escuela y antes de acostarse que lo laven, total, como duermen solitas en su cuarto muy bien pueden dormir sin blúmer, les pongo un pantaloncito de pijama y no se nota nada. ¿Cuánto cuesta cada blúmer? ¡Dooooos pesos! Vamos a ver, dos blúmer para la vieja, que en definitiva ya puede andar sin ellos, muy bien puedo venderlos o cambiarlos por arroz. ¡Mira que comen, cojones! Dos para mí, uso el que tengo de reserva para el médico y guardo uno de los nuevos. ¡Y seis para las niñas! Seis, ocho y dos de la vieja diez, por dos. ¡Veinte pesos! Coño, solo me quedan 65 del salario. ¡Los compro! La dependienta se los envuelve de mala gana en papel de cartucho y parte con su comitiva para la casa.

Toc, toc, toc, tocan a la puerta de mi casa. Mira a ver si Elena no va a usar la luz brillante de la libreta.

Toc, toc, toc, tocan a la puerta de mi casa. Elena, mi mamá que si tienes un poquito de azúcar.

Toc, toc, toc, tocan a la puerta de mi casa. Mi papá que si tienes un cigarro que le prestes.

Toc, toc, toc, tocan a la puerta de mi casa. Elena, tienes una latica de arroz.

Toc, toc, toc, tocan a la puerta de mi casa y yo estoy abriendo una botella de Coronilla. Llévale este vaso a tu mamá, si, llévale esta colada de café.

Toc, toc, toc, toc, toc, toc.

Mi negra es una artista en economía y tal vez no tenga sexto grado, suerte que estaba la leche por la libre, bueno, no tanto tiempo, pero existió. No se puede dividir un litro entre nueve bocas, hay que comprar dos y aun así servirla en vasos chiquitos. Vamos a ver, un vasito para la vieja porque se puede desmayar antes de la hora del almuerzo, ¿almuerzo?, ¿qué carajo cocino? Un vasito para Carlos, no es fácil trabajar con el estómago vacío, un vasito para el viejo, el pobre, se lo merece tanto por todas las madrugadas que trabajó como panadero, un vasito para mí porque me tengo que echar ahora la limpieza de toda esa puta escuela, y un vasito para cada muchacho ahora que están en el desarrollo. ¿Un peso cada litro? ¿Sesenta al mes? ¿Limpiar piso solo para el desayuno? Porque no se olvidarán del pan, que gracias a Dios está por la libre y es nuestra salvación. Toc, toc, toc.

¿Y el baño? ¡Qué puto país más caluroso! Aunque uno no quiera hay que bañarse, y hacerlo también antes de acostarse si quieres dormir tranquilo, y el relojito del agua camina desesperado. Tengo que hablar con Carlos para que lo invierta a mitad del mes, antes de que pase el inspector, los niños gastan mucho jabon y no puede ser, y hay que comprar el periódico para limpiarnos, pero uno solo no alcanza. ¡Vamos a ver! Diez por treinta, es igual a tres pesos. Y como se demoran dentro del baño, voy a tener que ponerles horarios y límites. ¡Vamos a ver! Quince minutos para bañarse si lo multiplicamos por nueve que somos, deben ser dos horas con veinte minutos, no está mala la idea. Pero no creo que se cumpla, tampoco puedo ponerles tiempo cronometrado para hacer caca, ¿en qué tiempo cagarían? El viejo con sus estreñimientos se pasa de los diez minutos, y las niñas son terribles, eso sí, les enseñé que tienen que lavarse, pa eso les puse un jarrito de aluminio encima de la taza. ¿Y Nano? Miren que se demora este cabrón, debe estarse haciendo pajas. No puedo resolver nada, mejor desvío mi atención para cosas importantes.

- ¡CHICHI, LLEGÓ EL POLLO AL MERCADO! A correr coño que hoy es día de fiesta. Le llegó su turno en la cola, bien grandes que eran los pollos de Brasil. El tipo coloca dos en la pesa y los observa, con el dedo mueve ese hierro de la balanza que a todos nos roba. Un poco pa la derecha, se pasó, otro poco pa la izquierda, ya. Saca a uno de los pollos y lo coloca en una mesa, levanta el hacha y le corta un ala, lo coloca nuevamente en la pesa. Vuelve a colocarlo sobre la mesa y levanta la afilada hacha para mutilarle el otra ala y Chichi lo mira con tristeza, uno de los pollos es manco. Lo tira nuevamente con desprecio sobre la pesa y mueve el cabrón contrapeso ante el sufrimiento de mi negra. Agarra el otro pollo con saña y lo tira sobre la mesa mutiladora, de un tajazo le arranca un ala y lo lanza como una pelota de básquet sobre la pesa. Ahora el carnicero no puede ocultar su empingue, tanto trabajo de tirar sobre la mesa y la pesa, de levantar el hacha y cortar, no estaba contemplado en sus planes. Le cercena la otra ala y Chichi vio cómo se llevaba un pedacito de pechuga, solo un pedacito, eso era muy importante en su vida. Volvió a pesarlo y no conforme con eso, el carnicero lo coloca nuevamente en la mesa de operaciones buscando de donde arrancar tal vez un cuarto de onza, ya el pollo estaba redondo como una pelota. Lo giró como un trompo varias veces hasta que levantó nuevamente el hacha y le cortó el culo. Satisfecho con su obra lo envuelve en papel de cartucho y Chichi lo coloca en su jaba de yute, la que siempre colgaba de su hombro izquierdo, puede que mi negrita sea zurda.

-¡Qué hijo de la gran puta es ese carnicero! Cuatro alas y un culito, lo necesario para una sopa y este maricón se las arrancó. Si yo tuviera buen cuerpo se hubiera hecho el bobo, quizás no se los corta al pollo de Amelia. ¡Claro!, ella es mulatica, joven, y tiene un culo para respetar. 

-Bueno, ahora a sacar cuenta para ver hasta cuando podemos comer de esos dos pollos. ¡Vamos a ver! Dos pollos divididos entre nueve bocas, creo que no me resulta muy bien esta división, vuelvo de nuevo, dos pollos entre nueve bocas. ¡Cojones! Pero los pollos siempre se cortaron en cuartos o a la mitad, no hay pollos con tres patas, no cuadra la matemática y para más desgracia el hijoputa carnicero, porque con las alitas podía hacer una sopa o engañar al viejo. Total, se pasa el día en el balcón, o al mismo Nano, él no va a la escuela y anda de vagabundo en todas las guaguas del paradero. No me rompo la cabeza, corto el pollo como salga, no importa al que le toque el culo restante con un pedazo de pescuezo. ¡Coño! Este cuchillo de mierda no tiene filo y ya no hay amoladores.

Toc, toc, toc. Tocan a la puerta de la casa. -Mi mamá que si tienes un cuchillo que le prestes.

-¿Y ahora? ¿Cómo logro que este pollo me dure nueve días hasta que llegue el nuevo envío? No es fácil, coño. Como único, haciendo sopa todos los días para engañarles el estómago. ¿Sopa?, ¿y qué carajo le echo?, es complicarme la vida también. Con los deseos tan grandes que tengo de comerme frito la mitad de uno de ellos, un buen arroz con pollo, fricasé con algunas papas, ¿Papas?

Toc, toc, toc. Tocan a la puerta de mi casa. ¿Tienes alguna papita que te sobre?

Toc, toc, toc. Tocan a la puerta de mi casa. ¿Por casualidad tienes un poquito de orégano?

Toc, toc, toc. Tocan a la puerta de mi casa. -Aquí tienes el cuchillo, muchas gracias. ¿No tendrás un poquito de vinagre o un limón para adobar el pollo?

-¡CHICHI, LLEGÓ PICADILLO DE PESCAO! 

-¡Coño! Pero tengo que limpiar en la escuela, déjame ver cómo escapo. Limpio el baño de las hembras y marco en la cola. ¡Cojones! Estas madres no enseñan a sus hijitas a botar el kotecito en la lata que les puse. Corro pa la cola y marco, regreso a limpiar el baño de los varones. ¡Cojones! A buena hora se rompe el motor de la cisterna, de nuevo a cargar agua, y como cagan estos degenerados, es cuando más cagan y se mean fuera del inodoro. ¡Mierda! Me apuro y voy para la cola, ya debo estar cerca. ¡Qué bueno! Tres cajitas de picadillo, por lo menos voy tirando. Pongo unos frijoles a cocinar y le digo al viejo que los vigile, voy a limpiar los pasillos.

Reunión relámpago con todos los trabajadores del centro, menos mal que no me agarraron fuera de base. 

-¡Compañeros! Pasado mañana viene una delegación de Nicaragua a visitar la escuela, hace falta la colaboración de todos para mostrarla limpias. 

–Todo muy bien, pero no hay una escoba con vergüenza, no tenemos detergente, no hay frazada para trapear, y el motor del agua se encuentra roto. Manifestó la pobre negra. 

-¡Hace falta que colaboren!

-Mierda de visitas, ahora tengo que traer las cosas de mi casa, hasta un poco de luz brillante para echarle al agua, pa que agarre un poco de brillo el piso, y estos niños como cagan.

Mi negra nunca fue importante, bueno, sí. Solo los días de visitas a la escuela, ella era algo así como un ministro de guerra, aplicaba todas las tácticas posibles para atacar a la suciedad. ¡Corre, coño! Ya los frijoles deben estar blandos y a veces el viejo se duerme en el balcón.

¡Asamblea para repartir cupones de televisor! -Yo propongo a Chichi, es una compañera ejemplar en su trabajo, muy sacrificada y que trata de mantener limpia esta escuela a pesar de la escasez motivada por el bloqueo americano. Aplausos.

-Sí, pero la compañera Chichi no participa en los trabajos voluntarios, no hace guardia en el centro, ni participa de los círculos de estudio. 

-Se jodió el televisor, las niñas que lo vean por las ventanas de los vecinos, ellas tienen muy buena vista.

Solo una vez la vi con cuatro tragos arriba sentada en la escalera de mi casa, estaba radiante de felicidad mientras bebía con Muma de un vasito. A saber que rayos estarían bebiendo, porque Muma tenía uno de los mejores carburadores del barrio, asimilaba cualquier combustible. Las vi muy felices, ¿felicidad?, las maravillas que logra el alcohol. ¿Qué estarían celebrando? Yo me alegré por ellas y siempre les dije algo.

Mi negrita era de las pocas personas que me daba un beso al llegar de viaje, era de esa gente que se alegraba con sinceridad de mi llegada y yo siempre le decía algún disparate. Al rato le mandaba un vasito con un poco de ron.
Ella descubrió una de mis debilidades y en ese tiempo que fuimos vecinos me atacaba por ese flanco. Cada vez que iba a casa de su hermana en San Miguel del Padrón, Chichi me traía uno o dos aguacates y bajaba personalmente a dármelos, con esa sonrisa tan franca que siempre me regaló, yo la premiaba con algún disparate y ella gozaba de mis locuras.

Hubo algo que me llamó mucho la atención cuando comencé a conocerlos, vivían en una pobreza extrema. Ustedes saben que en Cuba solo hay dos clases sociales, los de arriba y los de abajo, pero esta última se subdivide en los menos jodidos, los jodidos y los descojonados. Mi negra era la última de esa cola, era muy limpia y en su trato encontré toda la dignidad y vergüenza del mundo. Al principio de mudarse para el edificio algunos marinos y miembros del partido, no dejaban que sus hijos se relacionaran con los de la negrita. Yo me di cuenta de ello enseguida y aquello me jodió mucho, aquellas niñas podían ser ejemplos para otros que tuvieran cuatro trapos, siempre los recuerdo con mucho cariño.

En días pasados hablé con un amigo mío en Cuba y me dijo esto; ¡La Chichi se nos va, está muy jodida! Aquella noticia recorrió cada rincón de mi alma porque a pesar del tiempo transcurrido desde mi ausencia, yo la sigo queriendo como a una hermana. Siempre que compro un aguacate la tengo más presente que nunca y la menciono, me llamó mucho la atención la forma de darme mi amigo la noticia. Chichi era de él también, es patrimonio de los vecinos, es propiedad de nuestro barrio, mi negra le pertenece a cada centímetro de acera desde la escuela al edificio, del edificio al mercado, del edificio al Golfito, de la escuela al mercadito de la zona 1, del edificio al policlínico. A su paso reían todos los vecinos, los muchachos de la escuela, la gente de la cola y hasta las Adelfas de los jardines. Ella nos alegraba con su voz media ronca, porque ni eso le dio la naturaleza, eso sí, tiene algo que deba ser la envidia de muchos, un corazón que no le cabe en el pecho, porque eso es ella, un corazón que anda por donde quiera.


Me propuse hacer estas líneas para que la conocieran, Chichi dejará de ser desconocida para siempre, se las presento y viajará en mi segundo libro. Lo haré porque es el mejor tributo que puedo rendirle a una hermana, a la más negra y fea de mis hermanas, pero a la mejor amiga y tierna madre que he conocido en mi vida. Mi negra formará parte de ese ejército reclutado en cada página de mis libros, la de la gente olvidada por escritores importantes, yo no lo soy, pero un día viajará con el tiempo en estas hojas, que no son otra cosa que escamas de mi cuerpo. Ya sé que se reirá al leer esta historia, se acordará de aquel blanquito prejuiciado que hizo más bulla en el edificio que todos los tambores reunidos por los negros. Solo deseo que le hagan llegar este mensaje.


Querida Chichi.-

Si ves que se va apagando la luz no temas, dicen los que se han muerto, que se viaja por un largo y oscuro túnel donde al final hay una luz. Me imagino que ese túnel de los cubanos sea tan sucio como el de La Habana en sus buenos tiempos.

No temas, me cuentan que allí donde se encuentra la luz está San Pedro, es muy probable que por lo buena que has sido te envíen para el cielo. Atención y esto es muy importante, tienes la opción de quedarte como ánima vagabunda, eso se lo debes solicitar. Te recomiendo que selecciones esta opción, no creo en el cielo dispuesto para los cubanos, puede ser una extensión de nuestro espacio en la bóveda celeste, por eso te digo que no es confiable. Allí podremos encontrar las mismas mierdas de la tierra, ponte a darle güiro entonces, ¿quieres volver a estar limpiando en la escuela?, ¿la misma jodedera de las colas?, ¿los baños llenos de mierda?

No seas boba. ¡Vámonos de ánimas vagabundas! ¡De vagos, cojones, que ya trabajamos mucho en esta tierra! ¡Pásale la luz a Muma, ¡Pello, Luisito el borracho, Floro, Baby, Cuqui, Alberto y a toda la gente del barrio! Si partes antes que yo, espérame con una botella de aguardiente en el malecón. El muro será nuevo, ya habrá sido encofrado con los huesos de miles de jineteras y pingueros, muchachos que se vieron obligados a vender sus cuerpos para sobrevivir. No te preocupes, será el mismo lugar romántico y bohemio de otros años. El agua será más cristalina que nunca, fue purificada con las lágrimas de nuestra gente, regresarán las aves y los peces. Sobrarán en nuestros parques las flores y el odio desaparecerá de todas las mentes. Nadie nos molestará mientras nos bajamos unos rifles de aguardiente.


Tu hermano que no te olvida.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal.. Canadá 
2003-06-22 


xxxxxxxxxxx




jueves, 6 de mayo de 2021


El RECLUTA 51


 

“El Recluta 51” es un libro testimonio concebido por el pintor cubano Luis Vega, quien, empujado por una necesidad imperiosa, trata de deslastrar un viejo e insoportable peso cargado sobre su conciencia durante medio siglo. Deja a un lado sus pinceles y paleta en esa pausa necesaria y, sin percatarse apenas, comienza a pintar también en la pantalla de su ordenador todo aquel horrible paisaje vivido y conservado en su memoria. Porque eso es verdaderamente lo que hace Luis en este libro, pintarnos una vida saturada de angustias, privaciones y penas, con sus mejores colores. Alejado de toda influencia maligna en su pasado y corrientes actuales, no existe una sola línea de esta obra, donde el odio logre vencer la nobleza de aquel espigado joven arrebatado de su seno familiar el 17 de Abril de 1964.

Con un estilo muy particular, trata de darle vida, quizás a fantasmas, porque varios de sus compañeros de infortunio se han marchado para siempre, y lo logra. A través de pequeñas viñetas, enviadas como tarjetas postales, atrapa a cada uno de aquellos muchachos con los que compartiera durante esos infinitos tres años de cautiverio. Lo hace mostrando los mejores colores que nos brinda el amor, y al implacable verdugo de nuestros desvelos, le brinda el espacio que merecieron dentro de su memoria, sin odios, deseos de venganzas o cualquiera de aquellos castigos que le aplicaron siendo un muchacho.

Por una u otra razón de la que no se le puede pedir explicación, porque es un derecho de cada autor a expresarse libremente, Luis elige utilizar seudónimos o nombres falsos en sus personajes, lo comprendo, corren tiempos de sorpresas. Sin embargo, hubiera sido un bello homenaje a todos aquellos jóvenes que, sufrieron esos tres años de abusos, vejaciones y humillaciones en su compañía y hoy no están con nosotros. Son pocos los testimonios publicados por las víctimas de aquel temprano y horrible abuso cometido en 1964 contra la juventud cubana, el Primer llamado al SMO (Servicio Militar Obligatorio) El suyo, además de ser un valioso testimonio, no deja de ser un hermoso homenaje a todos aquellos muchachos, solo que sin un destinatario definido.

En algunos pasajes de su obra, Luis es capaz de arrancarte una sonrisa donde solo existió dolor y puede interpretarse como una parodia cuando no lo es. Todos conocemos la capacidad suigéneris del cubano a la hora de burlarse de sus propios sufrimientos. Pueden aparecer escenas surrealistas, absurdas, imposibles de considerarlas ciertas, pero así mismo, con esa aberrante fantasía, ha transcurrido la vida en Cuba durante estos sesenta y dos años.

Muchas cosas se le escaparon con la premura por darle nacimiento a esta criatura y daría motivos para publicar un segundo tomo, incluso mas amplio que el presente. Temas que traten con profundidad el castigo inmerecido que recibimos por el único delito de ser jóvenes y haber nacido antes del 1959. Cuando se llega al final de su lectura, simplemente nos quedamos con esa hambre insatisfecha por saber más. Bueno, para el que no estuvo a su lado o desconoce cuál fue la suerte corrida por esos muchachos condenados a ganar $7.00 pesos mensuales. Si crueles fueron el único teniente llamado Daniel y el único sargento de apellido Soto en aquella Unidad de solo sesenta reclutas, mucho mas malvados y despreciables fueron algunos de los reclutas que realizaron funciones de jefes de pelotón, oficiales de guardia, político, etc. Se requiere haberlo vivido para hacer mención de las miserias humanas que brotan cuando se otorga una onza de poder al hombre. Ya lo dije con anterioridad, el libro de Luis va de amor y las veces que se independiza de su yo en todas las narraciones, lo hace generalmente para dedicarle algunas líneas a quienes sufrieron junto a el y no a quienes le provocaron dolor.

Convencido estoy de que, si aquella ley se impuso para educarnos “revolucionariamente” y convertirnos en la primera generación del “hombre nuevo”, la cosecha obtenida tuvo resultados negativos. Nosotros fuimos los primeros en saborear la crueldad de aquellos verdugos y fieles testigos del crimen silencioso que se estaba cometiendo con la complacencia, complicidad y silencio de todo un pueblo.

Luis pudo escapar a las tareas de esclavos que realizamos en esos tres años y lo logró gracias al gran talento que mostró desde esa temprana edad por la pintura, yo soy uno de los testigos que puede reafirmar lo que escribió en esos pasajes. En nuestra Unidad pintó una hermosa valla, lo hizo también en el Circulo Social de la Granja Menelao Mora y otro mural a la entrada de la base aérea de Baracoa. Sus cuadros también fueron hermosos y aquellos pinceles lo convirtió en una moneda de cambio por otros servicios.

Por azares de la vida o caprichos de la mente humana, hace solo unos días escribí su nombre en el buscador de Google. Aparecieron varios Luis Vega, pero no todos eran pintores como él. encontré que había escrito este libro y lo encargué inmediatamente por Amazon, yo sabia que me iba a identificar con él, pero nunca imaginé que me dedicara dos de sus viñetas con el seudónimo de “Cabañita”, ya pueden imaginar la alegría experimentada. Continué mi búsqueda y encuentro su galería con un número de celular disponible. Llamé y no obtuve respuesta, le dejé un mensaje y unas horas más tarde estábamos enredados en una larga conversación, la normal para tratar de recuperar cincuenta y cuatro años de ausencia.

 

…Cabañita, en las noches de guardia se perdía montado a caballo, con solo un saco de yute por montura y una soga por freno. Yo lo cuidaba como un padre, y disfrutaba verlo galopar con aquel aire de libertad que se reflejaba en su rostro…

(Viñeta titulada “La Guardia a Caballo)

 

¡Muchas gracias, Luis! Es grato leer que te dediquen palabras de afecto o cariño como estas, aunque haya transcurrido medio siglo de aquellas cabalgatas nocturnas.

Amigos, solo me queda invitarlos a disfrutar de esta acuarela llevada a un libro con el testimonio de lo que un día fuimos y nunca dejamos de ser, aquellos jóvenes. Pueden adquirirlo por Amazon.




 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2021-05-06

 

xxxxxxxxxx


Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...