De buena fe, una amiga trajo al Foro Naval Cubano
“Faro de Recalada” el tema escrito por Yoani Sánchez, donde aparece un corto
video filmado por ella sobre la calle San Lázaro. El título del tema en este
foro es “Lloremos por La Habana”, debo confesar que no lloré cuando vi aquellas
imágenes que no dejan de ser la repetición del estado en que se encuentran
todas las calles de la capital cubana.
Tenía razones para hacerlo, una parte de mi infancia
transcurrió cruzándola para ir a jugar al parque Maceo. La caminé de punta a
cabo desde el Prado hasta las escalinatas de la Universidad millones de veces.
Alguna novia, la visita al amigo que vivía en esa calle, la perga de cerveza en
cualquier piloto para aliviar la sed, la vagancia o apatía por esperar la guagua.
Siempre hubo una razón para andarla a pie, siempre existirá una diferente para
el que ama y desea disfrutar un poco de su ciudad, el andar provocativo y
sensual de sus mujeres o, ese refranero picaresco y popular de nuestra gente.
¿Una lágrima por verla destruida? ¡No, hombre! Ira,
enojo, desprecio, amargura, encabronamiento, sufrimiento, martirio, tortura,
rabia, cólera, todo menos una lágrima. Vergüenza pudiera sentir por encontrarme
ante tamaña destrucción, pero no lloro, ni lloraré por ella, no me conmuevo, me
resulta indiferente. ¿Una lágrima por ella?
¡Qué se vaya La Habana al carajo! He sentido deseos
de gritar a toda voz cuando veo a los que viven en esas calles desfilando por
la plaza. ¿Una lágrima por ella? Un frente frío, un ciclón, un huracán y hasta
un disparo de nieve sacado de la canción de Silvio para que acaben de derrumbar
sus paredes, pero una lágrima no arrancará de mis ojos. ¡Basta ya de lloriqueos
y lamentaciones! Apestan los pueblos que solo aspiran a la misericordia,
lástima, penas, compasión, piedad de los demás, aburren los pueblos llorones
que marchan como carneros, ¿una lágrima por ella?
Veo las imágenes del pueblo de Irán y siento
vergüenza. Vi la de los estudiantes venezolanos y siento pena. Veo a otros
pueblos que se alzan, poco importa la tendencia política de las que son
manipulados, se alzan, gritan, protestan, reclaman, exigen, luchan y hasta mueren
en el anonimato. Esos pueblos no lloran ni esperan por la lástima de los demás,
nos dan una lección que nunca acabamos de aprender, ¿una lágrima por ella? ¡Al
carajo La Habana y todos sus llorones!
San Lázaro se derrumba, ¿y Belascoaín, Montes, 10 de
Octubre, Infanta, Reina? ¿Cuál calle de la ciudad no está a punto de colapsar?
Pero la gente desfila y grita consignas, y los que están del lado de acá se
mantienen en silencio, no desean ser molestados y les prohíban entrar al país
para asistir a los quince de su sobrina o, especular con dinero plástico o,
jamarse una niñita de catorce años.
¡Y no los toques! Porque si lo haces eres extremista
y tus posiciones no han dado resultado durante cincuenta años. ¡Hay que
dialogar! Grita un pendejo desde lo último del público, se agacha, se esconde.
¿Dialogar con quién? Si hasta ahora solo han existido monólogos al que
asistieron payasos para recibir órdenes.
Veo a los iraníes inmolarse por millones, ¿y
nosotros?, los cuatro gatos que estamos no nos ponemos de acuerdo, es más fácil
producir una bomba atómica que unir a dos cubanos por el tiempo que dure esa
explosión. ¡Pero no los toques! Porque si lo haces solo logras dividirlos, ¿cómo
rayos pudieran dividirse un número que nunca ha sido sumado o multiplicado?
Nuestro problema es grave, embarazoso, complicado, quizás sea una enfermedad
incurable, pero no merece una lágrima de nadie, eso creo.
Cuando piensas que se agotaron las roscas, ves con
asombro que la tuerca tiene capacidad para girar y aprieta un poco más. ¡Ahora
sí! Gritan los especuladores y todos aquellos que lucran con nuestros dolores,
digo, los de ellos. Se equivocan y deben meterse el rabo entre las piernas,
como los perros, porque el otro hace años fue cercenado. Entonces, viene
alguien a pedirme una lágrima o a implorarme que me calle. Ni lo uno, ni lo
otro.
Enciendo el televisor y veo al pueblo iraní, pasan
vistas de la Plaza Tiananmen, los muchachos de Caracas andan ocupados en sus
protestas, los palestinos se inmolan ante los israelíes, los israelíes se
enfrentan a los extremistas musulmanes, los birmanos luchan contra una
dictadura militar, ¿y los cubanos? Bien, llorando un poco y escribiendo cartas
de protesta desde las sombras de sus casas. Hace falta que se derrumben esos
techos para que esas cartas se escriban desde la calle y sean capaces de
arrastrar al pueblo. Mientras tanto, yo no lloro por nadie que no sean nuestros
presos y todos los muertos que descansan insepultos en el Estrecho. ¡Al carajo
La Habana, yo vivo en Montreal!
Y si tenéis por rey a un déspota, deberéis
destronarlo, pero comprobad que el trono que erigiera en vuestro interior ha
sido antes destruido.
Jalil Gibrán.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal, Canadá.
2009-06-21
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