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sábado, 17 de junio de 2023

SUEÑO SIN MÉTRICA

 

SUEÑO SIN MÉTRICA



 

¡Cubran el polvo levantado por cada columna caída!
 
él duerme tranquilo su siesta agotada,
 
pasta en su lecho indiferente de media centuria,
 
de medias memorias, medio rostro, medio oído,
 
medio odio, medio amor, medias verdades empercudidas.
 
 
¡Cierren ventanas y puertas!
 
no lo debe despertar el canto de las aves que emigran,
 
ni el pregón del merolico que vende su alma,
 
molesta el gemido de la niña disfrazada de puta,
 
el mendigo pionero vestido de niño,
 
el preso oculto en la ropa del hombre,
 
el discurso torpe en la palabra cautiva y culta.
 
 
¡Apaguen la radio! Las noticias alteran sus nervios,
 
la matemática no cuadra la caja,
 
el mercado no llega a la vianda,
 
las vacas tienen tetas de siliconas.
 
soldado que va y viene, documentada la inmoral,
 
timorato que se viene ante la prosa divina,
 
plumas que se manchan por el verbo infecundo,
 
oídos que pierden el rumbo, esperanza traidora,
 
metáfora el hermano, el amigo, el, el, el hombre.
 
 
¡Cierren puertas y ventanas! El descaro duerme su yo,
 
le molestará el tableteo de botas que desfilan,
 
le perturba la presencia del gorrión,
 
el escándalo de osamentas inquietas y verdugos que juegan,
 
el césped no existe, no hay raíces, ¿podrá crecer mañana?
 
 
¡Apaguen el televisor!
 
molesta la luz de su desgracia,
 
la golondrina que va y no regresa,
 
el pitirre con carta blanca,
 
la métrica de nuestras conciencias,
 
el himen inmoral de la vergüenza,
 
el culpable totí de nuestras penas,
 
el ruiseñor mudo de nuestras glorias,
 
el aura de nuestro destino, oculta,
 
la tumba profanada de los recuerdos,
 
el huracán culpable de su hambruna, canto de tripas.
 
 
¡Apaguen la radio del vecino!
 
la noticia casual del enemigo,
 
la voz reprimida entre corales,
 
la balsa sumergida entre ráfagas de timbales,
 
ayes mudos en abordajes,
 
el miedo en vuelo rasante,
 
brazos que se alzan al azar, el sí traidor.
 
 
¡Apaguen todo, desconecten su mundo, no hagan ruido!
 
El pueblo duerme,
 
Espera por el príncipe encantado que lo despierte con un beso.
 
 
 
Esteban Casañas Lostal.
 
Montreal Canadá.
 
2007-11-15
 
 
 
 
 
Y si tenéis por rey a un déspota, deberéis destronarlo, pero comprobad que el trono que erigiera en vuestro interior ha sido antes destruido.
Jalil Gibrán.
 
 

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domingo, 11 de junio de 2023

LA TRAMPA

 

LA TRAMPA



 

Los otros días nevó y mi nieto formó tremendo escándalo, llevaba tiempo esperándola, contaba los días que faltaban para su llegada y cumplimiento de nuestros pronósticos, estaba eufórico. Esperó a que yo me levantara para anunciármelo, ¡Yeyo, ya está nevando! Casi gritó cuando salí del cuarto y me tomó de la mano para llevarme hasta la ventana de mi oficina. El paisaje de nuestro patio y vecinos era blanco, no puedo negar que el primer día se disfruta, esa blancura cubre el panorama desolador que nos deja el otoño. Ambos observábamos la caída de motas medianas, su descenso era totalmente vertical por la ausencia de vientos, tenía su encanto. -Cuando venga de la escuela voy a limpiar la entrada de la casa con Yeya. Me dijo y no le presté mucha atención, mi vista se detuvo frente a la entrada de la caseta del patio, un pequeño puntico negro daba salticos y se aproximaba a ella. ¡Un guayabito, un guayabito! Pensé en voz alta y él me escuchó, tuve que cargarlo, pero no alcanzó a verlo. Los minutos restantes y antes de que partiera a tomar su autobús, tuve que explicarle varias veces lo que era un guayabito. Ese día cayeron diez centímetros de nieve, ya se derritió con toda esta jodienda del recalentamiento de la tierra, su palita reposa junto a la entrada de la casa.

 

En mi mente quedaba una meta desde aquella pequeña nevada, atrapar al puntico negro. Detestaba a los ratones, puedo afirmar que los odio y ese sentimiento tiene sus bien fundadas razones. Regresé al pasado por esa magia que tiene los caprichos de la memoria, embarqué nuevamente en el Papito Tey y nos disponíamos a salir de Matanzas con destino a Europa. 



Mientras realizaban el sondeo de salida, el gordito Cruz, Cuarto Maquinista del buque, se las arregló para llevar a un fitosanitario hasta su camarote. Vivíamos en la misma cubierta y luego de aquella misteriosa reunión con el personaje, me llamó.

 

-¡Mira esto! Sobre su cama descansaban tranquilamente varios mojoncitos de ratas y un jabón Nácar lleno de mordidas.

 

--¡Ño! Está duro el asunto con estos ratones, fue todo lo que pude decirle. Se produjo un poco de alboroto a bordo y el camarote fue inspeccionado por varias personas, aduaneros, funcionarios de Inmigración, guardafronteras, Capitán, secretario del partido y curiosos. Pensamos que detendrían a la nave para fumigarla antes de partir, pero la sangre no llegó al río. 

 

-Parece mentira que un militante de la juventud se dedique a frenar las misiones que nos ha encomendado la revolución y el partido. He venido a participar en esta reunión y realizarle una fuerte crítica al compañero Cruz. Fueron las palabras del siempre temido secretario del partido, el domador de voluntades.

 

-¿No viste la cantidad de mojoncitos que habían encima de mi cama? Este barco está infestado y las ratas son trasmisores de varias enfermedades. Nunca se pudo sentir tan niño, indefenso, abandonado, huérfano, la voz de Cruz lo traicionaba, surgía con esa vibración que solo acompaña el miedo. 

 

-¡Compañero! Cuando nosotros estábamos luchando en la Sierra Maestra para alcanzar la libertad que hoy gozas y darte la oportunidad de haber estudiado en la Academia Naval, cuando nos jugábamos la vida en las montañas, no estábamos pensando en raticas, alacranes, ni nada por el estilo. 



-Sí, pero aquí no estamos en la Sierra, esto es un barco y yo no tengo necesidad de ser mordido por una rata. En medio de aquel torbellino de temores, Cruz respondió con una valentía traicionada. Reinaba el silencio y nadie se dispuso a intervenir en una batalla cuya derrota siempre era adelantada. Con su rostro pálido recorrió cada uno de los presentes en el salón y todos evitamos su mirada, nuestro cielo tenía apenas dos metros de altura y la cobardía quedaba como siempre atrapada. 


-Después vamos a analizar en el seno del partido su caso, yo creo que existen problemas ideológicos graves que merecen ser analizadas por el núcleo. La condena había sido dictada y todos partimos abrumados por el mismo silencio indecente que ganaba terreno. 


Odié a las ratas y me hundía en sus oscuros laberintos evitando convertirme en una de ellas. Desde ese instante me molestaban como nunca había sucedido, no las observaba como un simple animal que compartía las mismas o peores calamidades, encontraba en ellas a un radical militante del partido. Se imponía su supervivencia y voluntad en un campo político donde ellas vencían y debían ser aceptadas. La vida para nosotros se iba aproximando a las puertas de un infierno flotante, acorralados junto a ellas y sin posibilidad de escape, estábamos obligados a compartir el mismo territorio. Nuestros camarotes eran los suyos por obra y gracia de las misiones revolucionarias encomendadas. Ellas, con las desventajas de ser unos repugnantes roedores que actuaban desde espacios inaccesibles y cuando se imponía el silencio de la noche. Yo las comprendía y llegué incluso a simpatizar con ellas, luchaban por sobrevivir. Cuando vi aquel jabón Nácar reducido por sus mordidas, no pude dejar de reconocer la penosa situación que vivían. Eran tan duros como cualquier ladrillo utilizado en la construcción, difíciles de arrancarles una burbuja, inodoros e irritantes a la piel, ¿cómo actuarían dentro de un estómago?, era difícil imaginar. Luego, aquellos escandalosos paseos de los roedores por el cielo raso de nuestros camarotes, pudieron ser los causantes de infinitos desvelos por temor a ser mordidos en pleno sueños. Corrían en todas direcciones, de babor a estribor, de proa a popa. Pasaban de camarotes a camarotes, gritaban algunas y las imaginaba en la realización de actos sexuales involuntarios. Sus gritos llegaron a levantarnos de las camas, suponíamos a ratas vírgenes que habían sido violadas en cualquiera de los barrios existentes en aquellos cielos rasos tan bajos.

 

Yo hacía la guardia de doce a cuatro de la madrugada en aquellos tiempos, cuando terminaba ese turno, coincidíamos en la cocina el timonel, el Tercer Maquinista y su engrasador. Antes de abrir la puerta, tratábamos de producir algo de bulla para espantarlas, aun así, cuando pasábamos a su interior, nos encontrábamos entre quince y veinte ratas en plena orgía sobre mesetas y hasta el mismo fogón. Puede que resulte increíble, pero esa situación la experimenté en otros barcos infestados. 


Los otros días, me propuse comprar algunas trampas o ratoneras para eliminar al indeseable visitante de la casita del patio. Busqué en un mercado importante y perteneciente a una gran cadena en Montreal. Como el ratón es un animal, se me ocurrió recorrer los estantes de comidas para ellos. Comidas para perros, perros, perros, perros, era extensa esa parte del estante. Continué, comida para gatos, gatos, gatos, gatos, era larga y de gran variedad. Comidas para pájaros, pájaros, pájaros, comidas para hamsters, peces, culebras, lagartos y para de contar. No existía la más remota posibilidad de encontrar un arma para quitarle la vida a ese animal. Partí para otra tienda importante y repetí la operación infructuosamente, pero me prometí no darme por vencido, desechaba la idea de que en Canadá no existiera algo para combatir a los indeseables y asquerosos roedores. 


Fue en otra importante tienda donde pude dar con un estante de productos variados y en la parte inferior, la más próxima al suelo, comencé a leer; trampas para mosquitos, trampas para hormigas, trampas para cucarachas, trampas para ratoncitos. Me detuve por ser la última clase de trampas existentes, sin embargo, mi mente continuó produciendo trampas. Trampas para ladrones, trampas para chivatos, trampas para tarrúos, trampas para hijos de … Me detuve y recordé haberle hecho una promesa a mi amiga Aurorita en un foro de camagüeyanos, no escribiría con malas palabras a partir del año que viene y solo restan unos días para arribar. Borré entonces aquellas trampas mentales y le presté atención a las de los ratoncitos. 


Yo esperaba encontrarme con aquellas antiguas ratoneras que utilizábamos en Cuba antes de que llegara el bloqueo, o sea, las confeccionadas con un pedacito de madera y con unos alambres que, actuaban como un resorte cuando el bicho trataba de agarrar la comida que se le ponía. Olvídense del queso que siempre aparece en los muñequitos infantiles, ese se había perdido hacía muchos años en la isla. ¡Pues, no! Tomo una de aquellas trampas en venta y las noto muy livianas, leo y dicen que tienen el cebo incluido. No sé por qué rayos, cuando leo la palabra “cebo” me viene a la mente aquel programa que tanto disfrutaba en mi infancia y que era animado por Germán Pinelli, me refiero al “Palo ensebado”, ¿se acuerdan? En medio del estudio había un asta que había sido previamente embarrada de sebo. A ese programa asistían parejas que estaban en proceso de casarse y el que llegara al tope del palo se ganaba un ajuar de boda completo. No era fácil subirlo, pero hubo mucha gente que lo logró, y Pinelli le preguntaba a la novia, ¿cómo tú le dices?, y la novia que respondía, yo le digo Panchito, y el tipo que comenzaba a subir y Pinelli junto al público que gritaba; ¡Sube, Panchito, sube! ¡Sube, Panchito, sube! Y algunos llegaron y se ganaron todos aquellos regalos. Pero después de la revolución tumbaron ese programa tan divertido para muchos, eran rezagos del pasado capitalista, humillantes, etc. Pero el lío es que, aunque los continuaran, ¿qué le iban a regalar al que llegara al tope del palo?, ¿una medallita, un diploma, un mérito revolucionarios? 


Leo el estuche de la supuesta trampa y dice que está confeccionada con una cola adhesiva, o sea, para que el animal se pegue. Comprendo entonces que me encuentro en un país desarrollado que intenta a toda costa el derramamiento de sangre, hasta en animales tan odiados y repulsivos como los ratones. Porque de verdad, aquellas ratoneras de Cuba te podían fracturar con comodidad cualquier dedo de la mano. Pero siempre surgen las dudas cuando chocas de frente con estos productos, ¿tendrán aplicación con los ratones cubanos? Porque aquellos son la llama y tienen que luchar la jama a un precio más caro que los de este país, aquellos ratones son unos cabrones y se las saben todas, pienso y dudo sobre su efectividad en la isla. Pero bueno, que todo sea para evitar derramamiento de sangre, debo acostumbrarme a vivir en este país y todos los días se aprende algo nuevo, pensé. 


Dice el envase en su parte frontal que leyera las instrucciones del fabricante y le doy la vuelta, encuentro que vienen escritas en tres idiomas, inglés, francés y español. Comienzo por el primero, casi siempre leo las instrucciones en las tres lenguas para llenar los baches que se quedaron en las escuelas. Desde la primera explicación me sentí invadido por la curiosidad, pero quise reservarme para el español y no pude evitar un brinco mental, salté y reprimí los deseos de gritar, decían aquellas instrucciones; 


… Revise diariamente la trampa o cuando sienta algún ruido, si encontró algún roedor pegado a ella, trate de alejarse de su casa a una distancia de 1.6 km. Lleve consigo un poco de aceite comestible y frote con él la parte pegada del animalito. Trate de despegarlo con suavidad y suéltelo, es casi seguro que a esa distancia le resulte imposible regresar a su casa… 


¡No puede ser! Esto debe ser obra de algún gallego que trabaje para Geen Peace, me están tomando el pelo o el mundo se está volviendo loco con ese asunto de las organizaciones protectoras de animales. Seguí leyendo y dice la mencionada trampa que no se utilizaron productos químicos venenosos, etc. ¡Okey! Está bueno eso de que no usen venenos, puede resultar peligroso para los niños que habiten en cualquier casa. 


¡Ese gallego tiene que estar loco! Después que tuve que pasearme por tres tiendas y recorrer infinidad de estantes, gastar tiempo, gasolina y dinero, ese tipo tiene que estar bonchando, ¡no puede ser! ¡Mira! Cuando yo agarre a ese guayabito, ni te imaginas lo que voy a hacerle. ¿1.6 kilómetros? ¡Ná, ese tipo tuvo que estar borracho cuando escribió aquello, la gasolina nuevamente, el tráfico, y vaya usted a saber, y me encuentre un canadiense de esa organización protectora de animales, y me llame a la policía. ¡Ná, yo no entro en esa gracia! Conmigo los asuntos se resuelven de otra manera. ¡Oye! Aguantarle la descarga a mi mujer cuando me vea metido en la cocina y trasteando una botella de aceite. ¿Y si el ratón es un cabrón de esta época moderna y andan con GPS, y lo tengo en la casa al día siguiente? Me pasé media hora discutiendo conmigo mismo en esa rumba e indeciso de comprar aquel tareco. 


Pensé, pensé y volví a pensar, la conciencia me venció, me dijo; Debes adaptarte a tus nuevas condiciones de vida y dejarte absorber por la sociedad. ¡Sale del subdesarrollo, compadre, ya vives en Canadá! Me sentí conmovido y le di la razón, ¡coño!, ¿cómo voy a regresar al pasado?, no puedo continuar atrapado en la época medieval. 


Fui para la caja y compré quince trampitas de aquellas. Esa misma tarde, le puse una barricada al ratoncito a la entrada de la puerta de la caseta que, solo podía ser vencida por un ratón cubano, yo estaba convencido de eso, pero deseaba experimentar con los de aquí. 


¡Pues cayó! Yo sabía que él debía salir, en la caseta no hay nada de comida. Si hubiera sido un ratón de la isla, estoy convencido que inventaría un par de zancos o cualquier otro artefacto para burlar aquella estúpida barrera. Pero qué le vamos a pedir a un ratón que se mete seis meses escondidos por la nieve, y bueno, ahora están escapando por el recalentamiento de la tierra. 


Ni se imaginan la alegría que sentí cuando agarré a ese cabroncito, ¡ah!, pero debía proceder civilizadamente. No le dije nada a mi nieto para evitar esa cultura de violencia en él. Tampoco fui a la cocina por aceite, resulta mejor matar al animal que soportar la descarga de mi mujer. De aceite nada, solo debía someterse a un pequeño sacrificio como aquel de los cubanos cuando se tenían que afeitar con las cuchillas Patria o Muerte. 


En una bolsita plástica metí la trampita con el animalito tratando de despegarse de ella y me fui caminando hasta la orilla del río, yo vivo a unos treinta metros del río San Lorenzo. Me ahorraba la gasolina, el tráfico y la mirada inoportuna de cualquier activista de esas organizaciones protectoras de animales. Lo agarré por la cola y comencé a despegarlo lentamente, creo que escuché algo, pudo ser imaginación mía, pero no cabían dudas que le dolía. Cuando al fin lo despegué totalmente, vi que quedaban restos de su pelambre pegados a la trampa. Increíblemente el tipo se mantuvo tranquilo, quizás por el agotamiento. Entonces me paré y giré mi posición en dirección al río mientras lo mantenía sujeto por la cola. Lo coloqué como si fuera a patear un balón de fútbol, me acordé también de que yo había participado en los primeros juegos deportivos escolares con el equipo de Becas. Y ahora me perdonas querida Aurorita, si no lo digo me reviento y aún no estamos en año nuevo. Solté al animalito y le di una monumental patada por el culo, lo vi viajar por el aire durante unos segundos para luego caer a unos ocho metros de distancia. Lo seguí con la vista y comprobé que estaba vivo, nadaba el muy cabrón, pero se alejaba por la fuerte corriente que tiene ese río. 


Poco le duró la felicidad y aspiraciones de llegar a la orilla, pasó en vuelo rasante una de esas gaviotas que detesta comer Mc Donalds y que todavía se acuerda que es una gaviota. Repitió el vuelo, pero la segunda vez se lanzó en picada sobre el cabrón ratoncito y se lo jamó. Quedé limpio con mi conciencia, colaboré con la supervivencia de las especies, no existió derramamiento de sangre y lo principal, no tuve que escuchar a mi mujer. Creo que me voy adaptando a una nueva sociedad perfectamente y no me olvido de Cruz.

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canada

2006-12-18

 

 

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viernes, 9 de junio de 2023

LA CERCA

 

LA CERCA

Mis nietos Ingrid y Esteban IV tres años después de haber escrito este trabajo. Al fondo la cerca, la caseta y los condominios mencionados. Ella estudiando en una universidad, él está terminando su carrera de Ingeniero Informático y va por un Master. Ambos con excelentes calificaciones.


La semana debería comenzar los martes u otro día, los lunes son aburridísimos y es mi día de descanso. El barrio está tranquilo, todos se han marchado y aunque estuvieran, son escasos los seres con los que se puede hablar. Todos guardan silencio, todos aprecian su encierro y lejanía con el mundo exterior, nada es promiscuo, ni el viento que sopla cuando lo hace, unas veces enojado, otras veces sereno. La temperatura baja y los árboles muestran su desnudez. Hoy, al acompañar a mi nieto para tomar su bus escolar, grandes bandadas de patos sobrevolaban el río siguiendo a su jefe.  -Llegó la hora de partir, le dije, no regresarán hasta que la nieve se derrita, la que está por caer.

 

Desde la ventana de mi pequeña oficina solo se alcanza ver al techo de la caseta de mi patio, un poco más allá, el tope de mi cerca y un gran solar abandonado. Se encuentra asfaltado y fue el estacionamiento de un almacén. De vez en cuando pasa una ardilla por los cables telefónicos, no me atraen como los primeros años.

 

Paso varias horas sentado frente a la computadora, no ordeno nada, leo. Una que otra vez, voy hasta la cocina y me mojo los labios con un poco de café, luego enciendo un cigarro. No sé cómo se las arreglan para coincidir en ese espacio de la casa, permanece al acecho de mis movimientos como cualquier fiera y siempre con la misma pregunta, el mismo zarpazo.

 

-¿Te fijaste en el patio? Ya resulta cansona y las respuestas surgen vagas, sin importancia.

 

-¿Qué tiene el patio ahora?

 

-Hay una ardilla.

 

-¿Y qué? Han habitado ardillas en todos los patios donde hemos vivido, no le encuentro nada de particular.

 

-¿Te fijaste en el patio? La pregunta me llegó mientras me preparaba un trago.

 

-¿Qué tiene el patio ahora?

 

-Hay una mofeta. Era inusual su presencia en pleno día y detuve lo que estaba haciendo. Es un animal muy hermoso, pero la peste que despedía superaba a todos los respirados en los peores lugares de la isla. Me llamó la atención su visita y le dediqué varios minutos, luego, se asustó con los ladridos de la perra del vecino y se marchó. Con mi trago en la mano regresé a mi guarida y leo decenas de mensajes que llegan silenciosos. Algunos de ellos me sugieren que escriba algo serio, como si esta vida fuera seria, no puedo responderles a todos y muchas veces lo he explicado. Trataré de hacerlo, procuraré encontrar un punto serio para tomarlo como partida. Lástima que la meta sea un relajo y en la medida que avance en esa carrera, corrompa todo lo que encuentre a mi paso. Seré correcto, políticamente correcto, sentimentalmente correcto, laboralmente correcto, humanamente correcto. Llevo años prometiéndome lo mismo y paso trabajo para encontrar el camino correcto, haré un esfuerzo que pueda satisfacer todas esas demandas, miro a mi alrededor y encuentro un paisaje desolador.

 

-¿Te fijaste en el patio? No se cansa de cazarme la pelea, la imaginaba sentada en su computadora chateando o jugando al solitario.

 

-¿Qué tiene el patio ahora?

 

-Hay un animal que no conozco. Me acerqué a la puerta y comprobé que era cierto lo que decía, llamé a mi nuera para que consultara un libro de animales que ella tenía. La curiosidad la llevó hasta la puerta de su cocina y le mostró el animal a nuestro nieto. El bicho permaneció largo tiempo en nuestro patio y se entretuvo comiendo algunas de nuestras hierbas.

 

-¡Es un hurón! Escuchamos por teléfono.

 

-¿Un hurón? Pero está bien gordo, no se parece en nada a los hurones del patio, éste está bien jamado. Era hermoso el animal y luego de observarlo durante unos veinte minutos regresé nuevamente a mi cueva y me sumergí en una ola inmensa de mensajes. Pasaban los lunes y nada cambiaba, atardecía cada día más temprano, no cesaba de llover como cada otoño y los patos se habían marchado. En algunos puntos de la ciudad, permanecían unas descaradas gaviotas que no deseaban pescar ni mojarse, las pizzas se iban convirtiendo en su plato preferido y no podía criticarlas. Nosotros, habíamos cambiado el sol implacable de nuestra tierra por un cielo nublado, y la lluvia violenta de las turbonadas por unos curiosos copos de nieve que se repiten, molestan y apestan con su blancura y silencio.

 

-¿Te fijaste en el patio?

 

-¿Qué tiene el patio ahora?

 

-¡Fíjate bien en el patio!

 

-Ya me fijé, no hay ardillas, hurones, mofetas, mapaches, no hay nada.

 

-Eres mal observador. Fijé la vista nuevamente sobre aquel espacio y no descubrí nada anormal, me di por vencido y respondí con mi silencio.

 

-¡No te marches! Fíjate que la cerca estaba antes dos metros detrás de la caseta del patio. Comprobé que era cierto aquello que ella me decía.

 

-¿Qué pasó? Le pregunté con indiferencia.

 

-Hoy llegaron unos topógrafos que midieron el terreno y nos comunicaron que la propiedad estaba fuera de sus límites.

 

-Es muy probable que los viejitos que vendieron esta casa se hayan fachado parte del territorio vecino.

 

-Pero no fueron los viejitos solos, fíjate que a los vecinos les movieron sus cercas también. Miré hacia todos los patios próximos y comprobé que era cierto.

 

-¿Piensan hacer algo en ese terreno?

 

-Por la calle que da al lado del río han colocado una enorme valla, creo que van a construir condominios. No le pregunté nada, poco me importó si se habían presentado documentos oficiales que justificaran ese movimiento. Movieron la cerca y la colocaron de tal manera que, resultó casi imposible percatarse de la reducción del espacio. Metros más, metros menos, no nos vamos a asfixiar, regresé con mi trago a la guarida. La vida estaba saturada de cercas, muchas de ellas cargadas de peligros e imposibles de vencer.

 

Cuca me hizo un güiro en uno de aquellos viajes a Miami, me pidió que invitara a todas mis amistades y me rogó que no aportara nada. El gabinete de Cuca estaba soplao y no me cansé de celebrarlo, estaba fuera de liga. Después del recorrido interior, mi prima me llevó para el patio donde ya hacían acto de presencia algunos de los invitados. ¡Guau! Fue todo lo que pude decirle al ver las dimensiones de aquel patio, ella insistió en ofrecerme cada detalle y como es de suponer, no podrá escapar de sus explicaciones las cercas. La que quedaba a la derecha de su casa era doble, o sea, los antiguos propietarios, nadie supo explicar si los ocupantes de su casa o la aledaña levantaron una cerca paralela a la ya existente. Lo encontré estúpido y un gasto injustificado. Entre cada cerca existía un espacio de unos veinte centímetros, calculado a ojo de buen cubero. Muy al camino de entrada y entre las dos, existió la presencia muy curiosa de una mata de plátanos manzanos con un enorme racimo próximo a madurarse. Cuca tampoco reclamaba su propiedad ni los vecinos, la mata creció y parió en absoluta tranquilidad, y el racimo descansaba sobre ambas cercas sin que nadie lo molestara.

En la fiesta de Cuca junto a Gilda Benítez y mis primitos Rene y Damián (hijos de Cuca), detrás una cerca y el gajo cargado de aguacates mencionado.

Dijo el hijo de Cuca que el güiro era un pulpari y no le entendí muy bien, le pregunto qué carajo me había dicho y el chama me explicó, es un fetecún que se hace en el suiminpul. ¡Ah! Interpretó que lo había comprendido y se tiró a la piscina. Continuando el recorrido por el patio, mi prima me mostró los árboles que habían sembrado, mango, mamey, papaya, guayaba y nada de flores. Me llamó extraordinariamente la atención aquella cerca del fondo de su patio. Una rama del árbol de su vecino penetraba en su propiedad, pero lo hacía con una carga generosa de aguacates. Creo haber contado unos veinte que, por el peso de aquellas enormes frutas, lo doblaban y colocaban al alcance de cualquiera. Solo se encontraron separados del suelo por un pie y medio, los ecobios que asistieron al guateque pueden dar fe de esto que les digo. Esa noche me quedé a dormir en casa de Cuca y a la mañana siguiente, encontramos el racimo de plátano cortado y junto a la puerta de entrada a la cocina, ella lo cargó y puso junto a la puerta de la cocina de los vecinos. Esa noche y antes de acostarnos, el racimo regresaba a la puerta de la cocina de mi prima.

 

-Chica, por qué no dejan de comer tanta mierda.

 

-No te entiendo mi primo.

 

-¡Coño! Pica a la mitad el racimo y se lo pone en la puerta del vecino, si continúan con esta berracá se van a madurar y nadie los probará. Le resultó lógica y sostuvo mi proposición, al día siguiente no hubo devolución. Finalizaron mis vacaciones por aquella provincia cubana y regresé a este refrigerador grande donde los meses y años pasan volando y encerrado. Siempre cuento los días de mi regreso a Miami, mi prima Cuca organizó otro pulpari, había transcurrido exactamente un año.

 

-¡Oye! ¿Qué pasó con el gajo de aguacates que te caía en el patio?

 

-Los vecinos lo cortaron.

 

-¡Lo cortaron! ¿Por qué?

 

-¡No sé mi primo! Un día llegué del trabajo y me encontré con esa sorpresa.

 

-¿Y la mata había parido?

 

-Igualita que el año pasado.

 

-Coño, qué raro, ¿y de dónde son los vecinos?

 

-¿Los vecinos? Creo que son cubanos, eso imagino por las voces que siento en su patio.

 

-¿Son batistianos?

 

-No lo sé, mi primo, ¿qué tiene que ver?

 

-¿Son de Camarioca, balseros, marielitos, del noventa y cuatro?

 

-No sé, mi primo, ¿por qué lo preguntas?

 

-Nada, para calcular el grado del daño que tienen en el alma, ¿habrá cubanos tan hijosputas?

 

-¿Tú crees?

 

-¿Podrás ser tan ingenua? Para proceder de esa manera se debe ser un reverendísimo hijoputa, un egoísta en extremo, un cabrón dirigente comunista.

 

-¿Tú crees, mi primo?

 

-¡Coño, vieja! ¿En qué planeta estás viviendo? Ese comportamiento es anormal, no dudes que tengas de vecino a Julito el Pescador.

 

-¿Tú crees?

 

-¿Qué si lo creo? Sigue viviendo de ese lao, Miami es un hervidero de esos hijosputas.

 

-¿Tú crees?

 

-Dale pal carajo por bruta.

 

El horario de los noticieros es inviolable, gracias a Dios que a esa hora no transmiten novelitas. Le concedo el privilegio de descansar media hora a la computadora y de paso refrescar las nalgas. Ella inventa algo que hacer y cuando no lo encuentra se va para su computadora, su mundo es el de la fea más bella y otras idioteces.

 

-Patético, escalofriante, increíble, electrizante… El Presidente Bush ha firmado el proyecto de construcción de una cerca fronteriza entre México y los Estados Unidos… Todo parece indicar que hoy es mi día de las cercas y la inconfundible voz de Enrique Gratas me dispara del asiento. Este tipo es el perfecto para trabajar en la televisión cubana, pienso, puede ocupar aquel espacio que dejara vacío Manolo Ortega, posee su prototipo.

 

Pero llevan meses en su construcción, pienso, sigue la noticia y proyectan las declaraciones de Don Vicente Fox. Bueno, ya le queda muy poco de mandato, es un tipo muy ecuánime y educado, pero se comporta como el avestruz, una pronunciada tendencia a esconder la cabeza y dejar el culo al aire. ¡Oh! El nuevo Presidente hace declaraciones desde su visita en Canadá, dice, no me crean. Dice que el muro de Berlín fue una ofensa para la humanidad. ¡Coño! Pero el mencionado muro dividía a un mismo país como el de Corea o Viet Nam, ¿se habrá enterado, considera a los EU como territorio mexicano? Dicen y a mí no me crean, dicen todos los que opinan sobre la construcción de esa cerca, que la misma servirá para incrementar el éxodo de mexicanos hacia los EU, que es una ofensa a las relaciones de buena vecindad, que es un gasto necesario.

 

¡Coño! No es que esté a favor o en contra de la construcción de esa cerca, pero no abusen tanto. El problema no es que a los yanquis les guste o no la quebradita, las tortillas o los tacos mexicanos. ¡Vamos, carajo! Que el problema es un poco más profundo y no todos los televidentes son brutos y poseen el mismo grado de paciencia. Déjennos descansar un poquito, que ni ustedes mismos son tan piadosos con los inmigrantes que les llegan de Suramérica. Los americanos no son tontos a nada, fíjense que el lío de la cerca comenzó con toda esa pachanga de López Obrador.

 

Hasta yo les hubiera construido una muralla superior a la de China, los yanquis no son bobos, men. Obrador con toda su rabia llega a la presidencia y adiós que tú conoces, se acabó el picante, el maíz pa'las tortillas, se jodió el tequila, las cuerdas pa'las guitarras de los mariachis. Se joden los toros pa'las corridas y hasta dejan encuera a la virgen de Guadalupe. ¿Con esos truenos quién duerme? Yo, sin ser yanqui y conociendo de cerca todos esos antecedentes, les juro que hubiera construido una cerca metálica con electricidad incluida. ¡Miren! Pónganse pa'las cosas si sale Danielito Ortega de Presidente, construyan una muralla en la frontera sur.

 

Además, no veo razones para tanta alarma, si construyen esa cerca pueden desarrollar la industria de fabricación de escaleras. ¿Se imaginan ustedes? México, primer productor mundial de escaleras. Hasta ahora no se había escuchado hablar de eso, ¿o sí? Bueno, y si las escaleras no les dieran buenos resultados, pueden sustituir los medios normalmente utilizados en tierra para desarrollar una flotilla de lanchas rápidas, como están haciendo los cubanos. Y por último, pueden desviar el curso de sus emigraciones, ¿por qué no eligen como próximo destino La Habana?, ¿no dicen que aquello es el paraíso?, ¿no hablan de “poderes populares” en Oaxaca? Entonces, creo que se equivocaron de destino. ¡No es la yuma, camaradas mexicanos! El futuro de ustedes está en Cuba, ¿hablamos del mismo producto?

 

-¿Te fijaste en el patio? Siempre la misma pregunta y en el momento menos indicado.

 

-¿Qué tiene el patio ahora?

 

-Están con otra cerca.

 

-Y a mí, ¿qué rayos me importa?, que se metan por el culo los aguacates.

 

La gente me pide que escriba en serio, lo dudo, ¿podrá existir seriedad allí donde los pueblos eligen Presidentes como Evo, Chávez y nuevamente el ladrón de Daniel Ortega? ¿podrá hablarse de continente serio algún día, picarse el racimo de plátanos en partes iguales?

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal Canadá.

2006-11-07



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INCINERANDO ARCHIVOS

 

INCINERANDO ARCHIVOS



Miro por la ventana como cada mañana y me río internamente, ayer fue fatal para los canadienses, una navidad sin nieves. Y Ernesto, había pagado su boleto desde Tampa para disfrutarla con un trago de ron cubano. Tuvo que conformarse con los trocitos de hielo dentro del vaso mientras me hablaba de su calor y yo le describía las dificultades vividas para regresar a casa la otra noche en medio de una helada. Partió sin darse el gusto, sin matar la curiosidad o experimentar esa sensación de estar metido dentro de una gran nevera. La ciudad estaba triste, el tráfico muerto, todos celebraban en silencio. Pensé vivir un toque de queda y mi vista se perdía entre balcones iluminados por infinitos bombillitos con figuras de pinos, trineos, bastoncitos y Santas que aquí se llaman Noel. Pensaba que todos habían abandonado la ciudad, las sombras danzantes se encontraban ausentes detrás de las cortinas de aquellos balcones y mi marcha continuaba con la luz verde.

¿Cómo celebrarán la Nochebuena? Una vez lo hice con ellos, hablaban, lo hacían sin parar y con la música bien baja, como si se tratara de un velorio. Entonces, la nota de aquella aburrida celebración se redujo a un solo tema, una pareja de recién casados era el foco de la atención colectiva. Ella, narraba con lujos de detalles el regalo de bodas que le había hecho a su novio. Mencionaba precio, altura, entrenamiento, seguros, y finalmente el día del salto. Él, se limitaba a escuchar como nosotros, mientras ella no se detenía, ni una sola coma interpuso en su narración, la más entretenida de aquella aburrida Nochebuena, celebrada al estilo de aquí entre platos insípidos y vinos a los que no estoy acostumbrado. Ellos disfrutaron de una novedad, chocaron de frente con platos nuestros que condenaron a un segundo plano los suyos. Ella se sentía muy orgullosa mientras hablaba y él no se atrevía a interrumpirla, nadie tenía fuerzas o motivos para abrir un nuevo tema y había que esperar hasta la media noche para abrir las cajas de regalos. -Yo le regalé un salto en paracaídas y él dudó varios días en aceptarlo. Él no deseaba responder a la invitación que muchos le hicieron con la mirada. Yo tampoco, bueno, sentía unos deseos inmensos de gritarle comemierda, pero el silencio de su marido me contuvo y contaba los minutos que faltaban para la medianoche.

Grandes copos de nieve caían y siempre que eso sucede, mi vista viaja hasta el auto para evaluar la situación, debía sacarlo de la entrada al garaje antes de que se acumulara más, su inclinación resultaba molesta ante su presencia y podía complicarme la vida cuando fuera a salir. Luego, me dirigí hasta el baño, recordé que orino cada mañana con exactitud cronométrica. Me lavo la cara con indiferencia y evito en lo posible mirar al espejo cuando me peino, tantos años haciéndome la raya en el mismo lado me permiten esa frivolidad, me ahorro un disgusto a esa hora del día. Los pasos son contados desde el baño a la cocina, los mismos, nada ha cambiado dentro del apartamento donde vivo. Solo cambian pequeños detalles, la cafetera puede estar lista o no. Si lo está, realizo un solo movimiento, si no es así, hago breves cambios en mi recorrido. Llego hasta la computadora y la enciendo, le permito descargar su pesada carga con tranquilidad y regreso hasta la cocina, no digo nada, pero protesto al abrir la pila del agua. Espero por el ruido que produce cuando está colando mientras reviso el correo, luego, viajo nuevamente hasta la cocina y vierto el cenicero en la basura.

Ernesto llamó temprano, había regresado la noche anterior a Tampa y le conté de la fenomenal nevada que estaba cayendo en estos instantes, se lamentó, pero así es la naturaleza de caprichosa. Me recordó que era veintiséis, el día de mi santo y su cumpleaños, lo felicité y regresó la felicitación, no me acordaba de ese detalle que solo era mencionado por mi abuela. ¿Santo? Me pasó a su esposa para que la saludara, ya me había hablado de ella en su visita al restaurante. Trabajamos en la misma empresa, la foto mostrada no me decía nada, no la conocía, sin embargo, me resultó tan familiar hablar con ella, existieron tantas coincidencias, tantas razones que nos condujeron al mismo destino.

Mientras cambiábamos palabras y anécdotas, yo regresaba a un pasado que comenzaba a proyectarse algo lejano. Surgieron nombres casi borrados de la memoria que insisten y luchan por mantenerse vivos, casi siempre se concluía con las mismas palabras, ¡tremendo hijoputa!, no siempre era masculino el personaje.

-Recuerdo haber leído algo escrito por un marinero y se titulaba La dama de hierro”.

-Eso lo escribí yo, reconoces al personaje.

-¡Por supuesto! Ella había sido directora de prisiones antes de ser jefa de cuadros en la empresa.

-Me mantuvo hundido durante varios años. Debí sepultarla luego de escribir aquello, trato de hacerlo siempre, pero me persiguen como molestos fantasmas. Ella seguía mencionando personajes y me obligó a regresar hasta el último viaje.

-Dice mi hermano que si logras salir del país no debes regresar. Tomé con mucha cautela aquellas palabras y no mostré nerviosismo alguno, manifesté que nunca abandonaría el país, no podía confiar en él, aunque se proyectara como buen amigo. La experiencia me había demostrado que esa amistad no existía, éramos compañeros de trabajo, solo eso. No se podía confiar tampoco en manifestaciones de hombría, cada día dejábamos de ser hombres para convertirnos en compañeros con todos sus privilegios. Viajé hasta el puerto pesquero y me paré en la cubierta del barco, me recosté a la regala y miré hacia el muelle. Había un Lada estacionado a unos veinte metros del buque, junto al auto, un negro obeso que me hizo una seña con el dedo índice. Era uno de los negros por los cuales había sentido un gran afecto y simpatía, entendí la seña y bajé.

-Si lo aceptas, mañana sales en un avión para Angola. Vas a ganar setecientos dólares mensuales y saldrás de todo este lío.

-No puedo repetir otra aventura, ya he envejecido algo.

-¡Piénsalo! Comprendí la profundidad de su invitación, trataba de salvarme de algo, pero el salvavidas que me ofrecía era sumergible, inseguro. Nos despedimos con un abrazo, no sé si él lo comprendería, pero aquello fue una despedida. El Majá me habló de él en uno de sus viajes a Montreal, me contó que había caído en desgracia. La esposa de Ernesto lo conocía y no pude evitar esa expresión que siempre se me escapa cuando aparece en la luz aquel negro bonachón, es un tipo elegante, es de los pocos hombres que conocí en la marina mercante, mis elogios pudieran resultarle perjudiciales. Luego, ¿te acuerdas de fulano?, ¿te acuerdas de sicano?, ¿te acuerdas de zutano? Al final de cada pregunta una sola respuesta, era un hijoputa. Aún siéndolo, nos resulta difícil sepultarlos con sus recuerdos, ¿será tan difícil olvidar?, borrar de un tirón todos los sueños perdidos, parece que sí.

El socio portador del mensaje de su hermano vive ahora en España, se acogió a la ciudadanía española como muchos que un día se acordaron de sus abuelos. Me escribió dos o tres mensajes y luego se borró como la niebla al amanecer, no me sorprende y los comprendo, viven acorralados con sus miedos. El Majá no pudo regresar nuevamente, siempre tenía un problema que resolver en cada viaje, cargaba consigo una listica donde tenía anotada sus prioridades, las mismas listas que yo cargué un día, las mismas soluciones del salvavidas sumergible.

El veinticuatro pasó una señora por el restaurante, destilaba cultura en cada una de sus canas, me conocía y me llamó por mi nombre a la entrada, por el santo de hoy. Había reservado para dos personas y me manifestó que la otra se había enfermado. La otra, le preguntó si no estaría muy sola en el restaurante y ella le respondió que no, eso me contó. Era una Peter Pan que llevaba más de cuarenta años sin visitar su país y me conmovió, me solidaricé enseguida con su fatalidad y surgieron las inevitables preguntas. ¿Recuerdas algo de tu tierra?, ¿deseas visitarla?, ¿tienes familia allá?, ¿por qué no vas? Comenzó por responder la última, no le dan visa de entrada al país, ni permiso de salida a sus padres para visitarla. Debe ser la más representativa manifestación de ese odio que hoy pretenden borrar con esos llamados a la reconciliación que pocos entendemos.

-¿Cuántos años llevas aquí? Preguntó ella y me sentí enano al responderle, vi en su mirada tanta firmeza que, manifestar dolor o nostalgia en su presencia me harían acreedor de cualquier condena de su parte.

-Llevo unos quince años, salí de la YMCA un veintitrés de diciembre del noventa y uno.

-Entonces, es tu cumpleaños.

-Es verdad, son mis quince. Escuché un vals y vi a varias chicas bailándolo, cambiándose de vestidos en cada número, y yo, bailando por los quince años cumplidos en destierro mientras alguien trata de recordarme algo lejano.

-¿Te falta algo, extrañas tu patria? Ella buscaba un poco de fuerzas para continuar su camino.

-Si algo me han robado no ha sido la patria, esa nunca la tuve, razones sobran para no sentirme patriota. No se justifica en mí esa rabiosa nostalgia que muchos sienten por una palma, cosas tan sencillas como un partido de dominó en cualquier portal de La Habana. Gritería formada ante el forro descubierto y apagada por el trago de ron que quema la garganta, juego inventado para mudos, dicen muchos, yo creo que para los ciegos también. Nadé siempre en sentido contrario, me sumergí en sus pestes y el polvo limitaba la mirada imperfecta, me moví entre bípedos escualos con grandes agallas, devoradores de almas con apetito insaciable.

Llegar era siempre una aventura, salir era su sorpresa, nadie estaba seguro, nada te pertenecía en esa extraña playa, ni los sueños inconfesos y bien guardados en los ataúdes de la memoria. Miedo a ser traicionado por los pensamientos, pánico porque se puedan leer o un día te traicionen convertida en voz. Sonidos que muy bien pudieron escapar de ultratumba, sitio donde se guardan a buen recaudo los buenos y malos sentimientos, y que salieron a la luz por culpa de un engaño. El árbol, la serpiente, la jeva, una botella de ron y tú, ajeno con tu inocencia a la trampa que te tendían. Luego, esa extraña persecución de tu conciencia y la lucha intermitente por convencerla, nunca podías vencerla.

Cada inmersión en sus playas de rocas y columnas derrumbadas por la indiferencia era una luna de alcohol en movimientos casi perfectos, sin fases de oscuridad, porque la claridad solo nos ampara en estado de embriaguez. Se impone estar borracho para olvidar y ganar valentía, para decir y ser yo, para ser macho, para perder un poco esa vergüenza que opaca la ceguera, para expresar una verdad convertida en locura o calificada de mierda.

El mar, una pitada larga me extraía de aquel aire viciado por la maldad, cada regreso a las profundidades de su azul infinito y con horizontes inalcanzables a nuestra mirada, era un retorno al lugar de donde me habían arrancado, un encuentro con aquella paz tan deseada. Pocas veces, casi ninguna, amé el nido del colibrí ni me atrajeron los colores del tocororo. Encontraba excusas para acusar de hipócrita al sinsonte cuando escuchaba sus líricas notas entonadas en su jaula, tal vez lo condené injustamente, nunca pregunté si había nacido así. ¡El mar, no, es diferente! Es libre, indomable, temido, despiadado, tierno, sereno, fiel, traidor, cuna y tumba a la vez. Sus olas viajan sin destino en busca de una playa, como hacen las ballenas a punto de morir o equivocadas, mueren dignamente. Luego, el silencio, la abstracción, la posibilidad de un sueño mientras otra ola se repite sin apagarse el eco de la anterior. ¿Y la oscuridad? Cuánto desearía alejarme de los candiles de una ciudad para encontrarle el verdadero rostro a la luna y reírme de su acné siempre juvenil, y criticarle esos cambios en su figura, y pedirle que siempre fuera redonda, sin panzas o cuernos que apunten hacia otra dirección engañando a la gente de aquellas playas de hormigón. La oscuridad es sublime, casi siempre silente, duerme el papagayo del discurso gastado y aburrido, y puedes pensar, soñar, meditar, algo vedado por los molestos bombillos. Pasan las estrellas y sus visitas se repiten cuando viajas horizontal al sentido de la tierra. Las conoces y te enamoras de ellas. Nunki es tu novia, Bellatrix una aventura que provoca los celos de Rigel y Aldebarán. Antares es sensual, atrevida y coqueta. Sirius es un rabioso gigante que gusta ladrar y Arcturus un oportunista. ¡Venus! Una hermosa mujer que burla las elevaciones de Santiago y brilla muchas veces al amanecer, la última en caer vencida cuando sale el que más manda y destruye la negrura. La oscuridad es adorable y su silencio te brinda una maravillosa alfombra donde puedes construir un universo, el tuyo, el que no estas obligado a compartir con los demás, ni aún en nombre de la sagrada solidaridad. Miras y descubres puntos caprichosos que forman un manto lechoso, algunos escapan de sus trampas milenarias y recuerdas a la abuela. ¡Pide un deseo! ¡Pide un deseo! Gritaba ella y ponías a trabajar todas las neuronas buscándolo. Siempre era tarde y cuando lo iba a manifestar, ella siempre repetía lo mismo, ¡Guárdalo para la estrella que viene! Y así siempre, ¡pide un deseo!, y a la hora de sacar el que tenía guardado en aquel almacén infantil se trababa la gaveta del buró. ¡Guárdalo para la estrella que viene! La abuela murió, no era ella exactamente, era la bisabuela. Sentado en el puente se repitieron aquellas caídas y el empeño por pedir un deseo había sido un compromiso con ella nunca logrado. Me había enseñado varias cosas, pero solo sobrevivió la acción de pedir, no tuvo tiempo de explicarme como lograr, luchar, vencer, alcanzar, solo pedir. No la culpo tampoco, murió y me dejó al inicio del camino, su hija tampoco me dijo nada, y su nieto menos aún, el nadaba, nadaba y nadaba entre consignas extrañas. Fue mucho más difícil encontrarlos en aquel extenso archivo de la vida y la estrella pasaba veloz. Tuve que haberlos enumerado, pero eso se me ocurre hoy, cuando los candiles de la ciudad no me permiten ver las estrellas y no distingo a ningunas de ellas. Un día, pasaba una luz algo lenta y quise aprovechar la oportunidad para pedir algo. Pedí, pedí, volví a pedir hasta el cansancio y la luz no caía, nunca cayó, era un satélite de los que probablemente utilizan con fines de comunicación. ¡Me cago en mi abuela! Pobre viejita condenada por los avances de la modernidad.

No tengo razones para ser patriota, cambio al valle de Yumurí por aquellas montañas de agua donde sobreviví una vez, otra vez y otra. Al menos allí sentí algo, pánico, terror, miedo, temí y manifiesto que muchas veces me acobardé. Dudé de mí y la valentía para enfrentar la vida, pero, me sentí vivo por los efectos de cada bandazo o cabezada, pude descubrir que aún vivía. En un valle no, solo se mueven las hojas de los árboles molestos por el viento, como la cabeza despeinada luego de estarte vacilando en un espejo, y esperas que la novia te encuentre, así como te viste la última vez, como si fueras una fotografía de ti mismo, con la sonrisa fingida y los cabellos pegados a una cabeza quizás vacía, tal vez prestada, con una risa que solo se borra si es quemada.

Poco y mucho me arrancaron, me arranqué yo mismo, el mar. La posibilidad de adorarlo o luchar contra él, amarlo u odiarlo, mencionarlo como si fuera él cuando estaba furioso. Ella, cuando era apacible y nos mimaba en sus brazos, cuando nos enredaba en sus murmullos y encantos. Nada cubre su vacío ni llena su espacio, vivo al lado de un río muy caudaloso y ancho que me recuerdan al mar, pero le falta algo. Carece de ese olor a marisma que te envenena y atrapa por toda la vida, de sus corales y orillas preñados de erizos, de esos sargazos que te anunciaban la proximidad de cualquier playa, y las gaviotas que gritan como una mujer en pleno parto u orgasmo.

No soy patriota en el furibundo sentido que esa palabra encierra por vicio o engaño, paso frecuentemente por un estadio y veo banderas de diferentes colores, me río. Solo distingo trapos tratando de volar y atrapados a una asta, y el asta a unas rocas, y las rocas a una playa cualquiera, allá fue igual. Escapé de una playa maloliente donde hoy se cayó un ladrillo ante una mirada indiferente, mañana una pared, pasado mañana un gemido extraño y casi infantil, ¿es esa la patria? Ella escuchaba sin dejar de consumir un plato típicamente nuestro, una droga que le era necesaria para continuar viviendo.

-Yo te entiendo, estoy obligada a comprenderte, quince años es mucho tiempo.

-¿Mucho tiempo?, ¿qué pudiera decir de ti entonces?

-¿De mí? Nada, hace mucho tiempo olvidé quién soy y de dónde vengo. Te leo y te encuentro sumido en esa lucha, falta un poco de tiempo para vencerla, yo logré quemar todos los archivos de mi memoria.

Ernesto me habló del libro, me dijo haberlo consumido durante el vuelo de regreso y me comentó sobre algunas anotaciones que había realizado. En las páginas de su pasado se encontraba comprendida la labor que hoy realizaba conmigo, no era la persona que leía por hacerlo, quedaba demostrada su observación estudiosa y me lo comentó con sinceridad.

-¿Cómo puedes recordar tantas cosas sin acudir a la historia? Me preguntó con curiosidad.

-Si supieras, escribo cuando alguna idea me llega a la mente, o sea, cuando la musa llega y me toca la puerta. ¿Cómo lo hago? Es mi truco y quizás el de muchos autores, pongo a mi lado un traguito de Absolut con jugo de naranja, enciendo el equipo de música y selecciono un disco de la época. Casi siempre, cuando deseo trasladarme a la década del sesenta o setenta, coloco uno de aquellos discos con música de Nocturno. ¡Es mágico, Ernesto! Me traslado hasta aquellos barrios donde vivimos, me encuentro en el paisaje adecuado y la gente, los socios del barrio no han envejecido, entonces escribo, solo así puedo lograrlo. Ernesto me dio una explicación técnica o científica sobre la utilización de esa herramienta, yo la olvidé a los cinco minutos, soy bruto para las palabras extrañas y ajenas a nuestro vocabulario diario.

-¿Sabes? ¡Coño! Yo me crie en los mismos barrios que tú, hacía tiempo que no encontraba aquellas expresiones hoy olvidadas. ¿Te acuerdas de aquella, tirado por el balcón?

-¡Claro que la recuerdo!

-Bueno, ha sido un placer haberte conocido. Espero que cuando bajes por La Florida nos avises.

-Que tengas un feliz cumpleaños, ¡ah!, y que cumplas un millón más.

-Un abrazo. Ambos colgamos al mismo tiempo, me dispuse a quemar archivos también, es imperioso despojarse de los fantasmas que nos persiguen.

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2006-12-26



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lunes, 5 de junio de 2023

EN MI JARDIN SE MARCHITAN LAS FLORES.

 

EN MI JARDIN SE MARCHITAN LAS FLORES




Un día soñé con tener un bonito jardín, no tenía que ser muy grande, solo un pequeño espacio donde sembrar flores. Es que los pobres somos así cuando soñamos, lo hacemos de a poquitos para no molestar a nadie, para que no nos envidien, para no humillar al vecino que tiene menos y sueña también chiquitico, quizás sus sueños sean otros, pero el mío era ese, tener un jardín.

 

En ninguna de las casas donde viví lo tuve, cuando no tenían la puerta en la misma acera de la calle, el terreno era pedregoso o con mucho salitre. En otras, a la gente del barrio no le gustaban las flores, no tenían tiempo para atenderlas por los trajines de la vida y no enseñaban a los hijos a cuidar de ellas, puede que también sea por la cultura machista de esos barrios. Quién podía imaginar a un hombre de aquellos lugares andar por la calle con un ramo de rosas, había que ser valiente para eso. Lo normal era que los machos anduvieran con un bate de pelota, las flores quedaban para los homosexuales o para los santeros, los varones no habíamos nacido para eso.

 

Moría poco a poco lo romántico, se esfumaba lo bello de estos gestos que vivieron nuestros abuelos. Desaparecía ese momento tan bohemio, como lo era regalarle una rosa a otra rosa. Se perdía en las tinieblas de nuestros egos eso tan dulce y celestial que nos hace vivir y ser eternos, el amor, y el amor está donde quiera que exista un jardín, porque el amor brota a cada momento desde el interior de una flor.

 

Siempre deseé tener un jardín, aunque fuera pequeñito y tenerlo lleno de flores, así me recordaban que el amor existía y no había muerto. Necesitaba me dijeran que aun somos humanos y se puede ser dulce, que me calmaran la vista con sus colores y si alguna vez dormía entre ellas, que su fragancia me llevara cual alfombra mágica por los aires, bien lejos. Necesitaba olvidar, aunque solo fuera posible en sueños, que existe gente a los que no les atrae ni un poco las flores.

 

De hombre y cuando al fin tuve un apartamento, vivía en la planta baja y pegado a mi pared sembré rosas rojas, amarillas y blancas, algunas varitas de San José y unos lirios. No encontré otra para sembrar, todos los jardines estaban igual al mío. En realidad, no era mío aquel jardín, yo no era mío tampoco, no era de mi propiedad nada que pisara esta tierra, ni mi rostro, ni mis pensamientos y mi voz se perdía en el espacio sin llegar a ningún oído, que tampoco eran propiedad de sus portadores.

 

Aprendí a querer y admirar las flores muy lejos de mi tierra, tal vez en Holanda, donde uno se pierde en mares de tulipanes, quizás en Francia o en Inglaterra, no sé exactamente dónde, una vez allá quedé maravillado. Pocos en mi país conocen el placer de sentarse en un parque que esté preñado totalmente  con sus colores y olores.

 

Las flores que sembré pegadas a la pared del apartamento que decían era mío, las tenía que vigilar muy bien para que no se las robaran, para que no las destrozaran los niños y los mayores. Los muchachos tratando de cazar a las infelices lagartijas, las que tomaron como hogar las plantas de mis flores. Los mayores que en los trabajos voluntarios no medían la dirección de su machete al chapear y en oportunidades cortaban las flores que tanto trabajo me costaba cuidar.

 

Las niñas de mis memorias fueron creciendo como mis flores y jugaban en el jardín. Entonces, este espacio se puso muy contento, todos los días en horas de la tarde, se llenaba de flores que corrían de un lado a otro, flores que reían y tenían más vida, flores que en unos años serían más bellas que las que yo había sembrado.

 

ROSA

Rosita era una diminuta niña que nunca debió haber nacido, vino al mundo por error de unos padres que se dejaron llevar por la atracción de la carne y no pensaron en el futuro. Les sucedió lo mismo que a muchos de los que vivían allí donde estaba el jardín, su padre era joven, pero mucho mayor que la madre. Ella, era casi una niña, hacía muy poco que había rebasado los quince años de una hermosura increíble, él estaba más allá de los treinta. Aceptaba las responsabilidades que le asignaban en el trabajo, lo hacía con toda la dedicación y amor que existían en su universo, tal vez demasiado embriagado en unas ideas de las que nadie poseía pruebas sobre real su éxito. El resto del tiempo disponible era ocupado por su Partido, vendedor de promesas y teorías que lo asfixiaban sin percibirlo y lo alejaban de la realidad. Le robaban el espacio disponible para atender a una joven diosa que siempre dejaba abandonada en casa. Rosa sentía muchos deseos por vivir, aprender, bailar, conocer al mundo que la rodeaba. No le importaba si era pequeño o escaso, bastaba que escapara los dominios de aquellas cuatro paredes. Deseos que no podía satisfacer aquel esposo en medio de sus cautiverios obligatorios, impropios de su edad. Sin ambos darse cuenta llegó Rosita, esa linda florcita que muchas otras niñas hubieran deseado poseer para tomarla como una muñeca en sus juegos infantiles. Era traviesa y juguetona, poseía un rostro singularmente bello y desde sus primeros pasos, podía adivinarse en su andar que sería una de las flores más finas de aquel universo por donde corría cada dia, tenía una embrujadora elegancia al hacerlo. La hermosura de Rosita la había heredado de la madre, quién aun después de haber parido, seguía siendo una de las flores reinas. Nada cambió en su ser de niña, verla andar con la criatura en los brazos, nos hacía pensar que cargaba a una muñeca y solo se trataba de un juego, pero desafortunadamente, fue un juego cruel y serio de la vida.

 

MARGARITA     

Era una humilde mulatica que pertenecía a un enorme ramo, era muy seria para su edad. Por encima de la seriedad sobresalía la humildad obligada de su vida, 

gente muy pobre, extremadamente pobre. Luego de tantos años no alcanzo a comprender como lograban vivir, sobrevivir es la palabra adecuada. En aquel ramo de flores ella compartía hojas y espinas con una prole numerosa, los padres y los abuelos. El salario de todos ellos no llegaba a la mitad del mío, no les alcanzaba para la comida, menos aún para vestirse e imposible para divertirse. Margarita no conoció la ropa nueva, heredaba la de los vecinos y amigos de su edificio, bueno, de los que tenían algo de corazón y mientras se podían darse el lujo de hacer regalos. Después la situación se puso más dura y aquellos gestos de solidaridad se fueron perdiendo. Su padre era blanco y la madre negra como el carbón. Margarita salió mulatica, como solía ocurrir en aquella mezcla practicada entre el ébano y el marfil. No era bella de rostro, sin embargo, su color era el más demandado por los turistas extranjeros que comenzaban a visitar su tierra. De piel canela, prometía ser una codiciada pieza en un futuro traidor que velaba sus pasos, muy bien escondido en la esquina del edificio. De niña se le distinguieron la cintura y caderas, virtud, suerte o condena ausente en la raza pura, privilegio en las mezclas del negro y el blanco, del chino y el negro, dando vida a ese mulato envidiable y deseado no solo en el patio. Ese color y forma de mujer vuelve loco al más macho, tiene algo de especial que todos desean conocer, solo se debe vivir en un jardín donde crezcan todos tipos de flores para comprenderlo, como crecían en el que yo trataba fuera mío. 

Era una niña que sufría en silencio, siempre con la misma ropita y el estómago medio lleno, medio vacío. Sin embargo, muy a pesar de los complejos por su pobreza, se notaba en esa flor algo que se llama dignidad y que inspiraba respeto, era orgullosa, valiente y jugaba como su andar, con la cabeza erguida, porque ser pobre no significa que no se pueda ser bueno. Vivía en un ambiente donde casi todos tenían y ella no poseía nada, la humillaban sin maldad por sus ropitas usadas y viejas. Nada lograba cambiarla y se mantenía orgullosa de andar con la cabeza alzada. Margarita siempre fue noble, esa era una de las virtudes que más yo le admiraba.

 

ADELFA

Fue una flor equivocada, un día soñó ser gimnasta, porque entre otras cosas, su cuerpo la acompañaba. Era una flor espigada de cuello largo y perfil griego, razón por la que su madre la empujaba a practicar ese deporte por el que no sentía vocación. Las pocas veces que corría por el jardín, la imaginé compitiendo en una olimpiada, pero estaba equivocado, Adelfa, orgullosa y arrogante, nunca llegaría a competir entre escuelas. No le gustaba mezclarse con las niñas inferiores a ella según su estandarte, presumía de todo, de lo que nada significa en otros lugares, quizás de un par de tenis o algo de menos valor. Ofendía en su forma de ser y de hablar a otras flores más pobres -como Margarita, por ejemplo- no era su culpa tampoco, ella era el producto de la forma de ser de su madre, señora a la que nada podía satisfacer su ambición insaciable de tener lo que otros no podían, su padre era militante del partido y oficial de la marina. Poseía buen salario y la posibilidad de comprar en el extranjero, sumándole a su botín, todo lo que se robaba de los barcos este camarada. En la casa de Adelfa no faltaba nada, allí podías encontrar desde un cenicero de alguna de las naves por las que el tipo había pasado, toallas, sábanas, copas con el logotipo de la Empresa, adornos de todo género y hasta la comida que sacaba en su portafolios, en el mismo que todo ingenuo o inocente pensaba que llevaba documentos o algún libro.  Así vivían y así vivieron mientras yo cuidaba mi jardín y mientras esto sucedía, permanecíamos entretenidos tratando de competir con el vecino, con los amigos y sus compañeros, porque ese fue un modo de vida entre los cubanos. Éramos felices mostrándoles a nuestros vecinos que nosotros teníamos cuatro porquerías más que ellos y por eso nos considerábamos superiores. Gozábamos cuando en nuestras casas teníamos un televisor a colores que no podía tener el más pobre y estos sentimientos egoístas y vanidosos se los trasmitíamos a nuestras flores.

Adelfa no gustaba unirse a las otras flores en el jardín que construí, detestaba jugar con las que no se vistieran igual que ella. Soñaba con mandar, dividir, imponer, obligar, subordinar al prójimo igual que su padre, por esas y otras razones, las otras flores más humildes no la seguían. Ellas eran pobres, pero vivían sin odios, no envidiaban a nadie, estas eran unas flores más felices y olorosas, tenían pocas cosas materiales, pero tenían más amigas y disfrutaban de su cariño, aunque no tuvieran zapatos bonitos.

 

AZUCENA     

Era preciosa, tal vez una de las flores más bellas, quizás fuera el producto de una combinación rara, tal vez la de un rubio con una negra. De esa salen a veces una especie que es conocida en Cuba como Jabá, mulata de pelo rubio rizado y ojos azules, ahora las he visto en Canadá, allá en Cuba no eran muy frecuentes estas mujeres u hombres. Ellas son de una belleza divina y se les atribuyen poderes eróticos o sexuales supremos. Fama que las convierte en una especie de objeto que muchos quisieran poseer aunque fuera solo por un momento, es un tipo de mujer codiciada, no solo por los nacionales, más aún por los extranjeros. Ella era una chica muy noble, su madre se divorció muy temprano, tal vez antes de tener memoria. Después de aquella separación se casó de nuevo y luego otra vez, hasta que perdió los recuerdos. No se sabe cuántos padrastros tuvo Azucena, cuatro o cinco, nadie lo recuerda, tampoco recuerdan quién fue su padre. El amor tocó a su puerta muy temprano, mucho antes de los doce, ya en estos tiempos esto no asombraba a nadie, las cándidas conversaciones de los niños se iban transformando en discusiones de sexo y de aquellas discusiones teóricas, muy pronto se pasaba a la práctica. Hasta que el sexo se convertía en una competencia y se dejaban a un lado el juego con las muñecas que envejecieron y murieron, luego desaparecieron. Azucena era distinta, ella amaba a su noviecito y del beso fugaz no pasaban, todos los días se encontraban en el jardín a escondidas de la madre y la abuela. Mientras tanto, el tiempo volaba y en la medida que éste lo hacía, crecían también sus cuerpos y junto a él, crecía también el amor que ambos compartían y más fuerte aun lo era el deseo juvenil, ese deseo animal por estar solos, desnudos y disfrutar sin interrupción como Dios los había traído al mundo. Solo eran animalitos llevados por los instintos, porque de Dios no habían oído hablar, su nombre estaba bien prohibido. 

Azucena siempre vivió bien, su casa era grande, lo suficiente para albergar a tres personas, ella, la madre y su abuela. Disponía de su cuarto donde nadie la molestaba y podía acomodar los juguetes que siempre cuidó con esmero de mil formas diferentes. Hoy colocaba a las muñecas encima de la cama, mañana sobre el escaparate, otras semanas sobre la cómoda, sin que nadie le dijera nada. Así fue siempre hasta que ella creció, entonces la madre la observaba con más recelo, vigilaba todos sus pasos, quienes eran sus amistades y media con exactitud cronométrica los minutos que estaba fuera de la casa. 

Todas sus amiguitas les contaban a sus madres que ya tenían novios o que estaban enamoradas y aquello les causaba risa. Para Azucena fue doloroso, no se sabe cuántas lágrimas derramó por el rechazo que le hicieron a su novio, pero nada de eso la pudo separar de aquel juramento de amor que se hicieran años atrás, escondidos en uno de los rincones de mi jardín.

 

JAZMIN

Era una de las mayorcitas entre todas las flores, su pelo extremadamente negro contrastaba con la blancura de su piel. En ese andar exótico y provocativo que caracteriza a muchas cubanas, ella hacía alardes de la bonita figura de su cuerpo y volvía loco a los chicos del barrio, era alegre y comunicativa. No le gustaba perderse una fiesta y soñaba como toda muchachita en un futuro, su carrera, el esposo, los hijos y el hogar. 

Su padre era militar, hombre comprometido hasta la médula con el sistema imperante. Fue -porque perdió la vida en Angola- de esa gente que solo aprendió a repetir lo que decían sus jefes, incapacitado para pensar o analizar qué era lo que le convenía al país. Fue un señor robot de carne y hueso, quién se olvidaba en todo momento la existencia de la familia, primero que ella estaba el deber y la Patria. Casi nunca permanecía en su casa, no podía ver a sus hijas crecer. Jazmín soñaba con ser Doctora y esto lo manifestaba cada vez que se reunía a jugar con las otras muchachitas. Siempre se las arreglaba para ser el Médico de la familia, poco le importaba que las otras protestaran. 

Su padre tenía otros planes para ella, Jazmín debía ser militar como él y así tenía que ser toda la familia. Ella no sabía cuánto placer le causaría al viejo comentar entre sus compañeros de armas, que su hija era uno de los mejores expedientes de la escuela militar. Esa era la aspiración de los guardias para sus hijos, convertir su destino en una tradición familiar. Lo hacían sin consultar con la voluntad de ellos, sin preguntarles un día cuáles eran sus sueños o que deseaban ser en la vida. En sus mentes enfermas solo aspiraban llegar al hogar y encontrarse a todos uniformados para que dieran la voz de ¡Atención! cuando ellos entraran y se hablara en las tertulias familiares de las bondades del gran jefe. Nunca se detuvieron a pensar si los hijos tenían otras opiniones, no les podía interesar que pertenecieran a otras generaciones, ellos no estaban programados para pensar o analizar, ya todo estaba escrito, tenía que ser así y de esa manera sería. 

Solo la madre de Jazmín conocía de verdad a sus hijos y en la medida que estos crecían, notaba como se aproximaba el final de la unión de la familia. Mientras tanto aquella florcita seguía allí con sus amiguitas, con sus juegos infantiles, su pelo bien negro y su piel blanca como la leche.

 

CLAVEL.     

 

Hacía un tiempo que había abandonado sus juegos de niña, estaba estudiando en la Secundaria Básica, aun así, no dejaba de ir con frecuencia al jardín, se reía de las travesuras de las más pequeñas, mientras estaba al lado de su enamorado. ¡Qué raro! A esa edad los muchachos cambian frecuentemente de pareja, sin embargo, las flores de este jardín se aferraban a una vieja costumbre muy próxima a morir. Eran noviecitos que demostraban amarse profundamente, como en aquellos tiempos en los que se juraban amor y fidelidad eterna, estaban fuera de moda. Lo normal era cambiar constantemente y probar los besos de la pieza nueva, unas veces ir más allá de los simples besos, ya se oía hablar con descaro como hacía el amor fulana, cómo se movía tirada en un claro del monte, dentro de una piscina o en la misma playa. Otros, los más atrevidos, lo harían en las propias casas cuando los padres se marchaban al trabajo o porque sencillamente estos los aceptaban alegando que no tenían otra distracción los muchachos.

Clavelito, como le decían todos los amiguitos, era una chica bien humilde que se había adaptado a vivir desde su nacimiento en la más estricta austeridad, pero aquella pobreza no la privó nunca de ser una muchacha bella, su hermosura contrastaba con la fealdad de su enamorado, quién era en extremo flaco, algo repulsivo el rostro por las huellas de un implacable acné juvenil y los cabellos bastante largos. Puede que por esa apariencia externa era mal recibido en el seno de la familia de Clavel, el chico no era malo, solo deseaba ser diferente a los demás y aquello que se consideraba un defecto por la sociedad, para él 

era una virtud. La gente lo consideraba un desviado, los más cercanos decían que estaba equivocado, quizás unos y otros hayan tenido razón. Es posible que se haya equivocado al nacer en una tierra que lo condenaba injustamente, solo porque no le gustaba el Son cubano y su gusto se inclinaba por la música extranjera. Se convirtió el muchacho -sin el saberlo- en un enconado enemigo de su tierra. Siempre preguntaba que tenía que ver el Rock con la revolución o con la Patria y todos carecían de argumentos para contestarle.  A la Patria de turno le resultaba más sencillo reprimirlo y apartarlo como escoria de lo que se estaba produciendo, el paraíso donde nacería el hombre soñado por muchos, un hombre formado de fantasías y sueños, la cigüeña descargaba un pesado bulto sobre la nación, estaba naciendo lo que muchos llamarían, “el hombre nuevo”. ¡Ay de quien no leyera al poeta, escuchara el discurso o hiciera eco de aquel parto donde “La Patria estaba pariendo un corazón! Nada ni nadie pudo apartar a Clavelito de su amado novio, ni sus padres, ni los amigos, ni la sociedad, ni toda la fealdad de este flaco que siempre fue su amor, quién llenaba toda la pobreza en la que había nacido, la que cubre el alma y llena el cuerpo.

 

VIOLETA

Se había criado en un solar de La Habana vieja en medio de una terrible promiscuidad, nunca conoció a su padre y desde niña fue el puntal donde descansaran todos sus hermanos, esa gran prole de diferentes colores y tamaños. El alcohol nunca faltó en eso que alguna vez trató de llamarse hogar, contrario a ello, escaseaba la leche para llenar estómagos vacíos en 

la mañana, cosa que a su madre nunca le preocupó, mulata que aun después de haber parido varios hijos, conservaba un cuerpo envidiable sin haber asistido a un salón de ejercicios. Ejercicios fueron los que siempre practicó en la cama, afirmaban las malas lenguas que era la mejor del barrio moviendo la cintura, lo decían incontables jóvenes que pasaron por su barbacoa. Debajo de aquella armazón de tablas viejas, sus gemidos y los del tipo de turno, en perfecta sinfonía con los acompañados ruidos del viejo bastidor usado como cama, no dejaban dormir a los más pequeños y entre ellos a una que ya era señorita. 

Un día, en una de esas borracheras ininterrumpidas, la madre le dijo a Violeta que había llegado la hora de que moviera el culo, porque ella también estaba obligada a ayudar a llenar esas bocas que pedían comida sin descansar. Ese día lloró como nunca lo había hecho en toda su vida y aquellas lágrimas la madre trató de borrarlas con alcohol, hasta que ella perdió el conocimiento. A la siguiente mañana Violeta se despertó con náuseas y vómitos, con dolores en todo su cuerpo, pudo observar muy cerca de sus senos marcas de mordeduras y algunos moretones. Debajo de su sábana se conservaban húmedas las huellas de algunas manchas de sangre y en medio de esa confusión no podía imaginar que la madre la había vendido a un buen postor. 

A partir de entonces nunca conocería el significado de la palabra amor y su cuerpo se convertiría en un juguete de jóvenes, viejos y borrachos. Olería a distintos sudores y su aliento cambiaría, perdería para siempre ese encanto que poseen la mayoría de las muchachitas de su edad. Muy temprano le abrió las puertas al hedor despedido por el alcohol barato y al desagradable aliento producido por el tabaco. Pasaba el tiempo y aquello que se le presentara en vida como una desgracia, llegó a ser normal para ella, tan normal, que no faltaron oportunidades en las que disfrutara sus borracheras y entrega, su fama recorrió por todo el barrio y supero al de su madre. Violeta se había convertido en una de las putas más solicitadas de La Habana Vieja con el Malecón incluido. 

 

EN MI JARDIN SE MARCHITAN LAS FLORES.

 

Pasó muy poco tiempo después de que sembrara mi jardín y las cosas empeoraron drásticamente, donde antes había una mata de rosas sembrada plantaron tomates, arrancaron las de azucenas para sembrar cebollas y así se fueron arrancando todas las flores. El jardín se convirtió en un terreno sembrado de viandas para matar el hambre, apetito que nunca se ha podido aliviar. Así se mataba poco a poco el amor que guardan en sí las flores, ahora el vecino vigilaba al vecino para evitar que le robaran. En ocasiones se mandaba a los hijos a robarse un ají, se escuchaban las noticias de alguien a quién habían matado por robarse un racimo de plátanos. Muy poco costaba la vida en este entonces, las personas costaban menos que un puerco. Se asesinaba por una bicicleta, la gente se volvía cada vez más agresiva con el prójimo y no con quién tenía la culpa de que esto sucediera. Se perdía de una vez la vergüenza y la memoria fallaba.  Aumentaba el odio y la gente seguía allí, como aferrada a algo que no existía, dominadas por un embrujo del que no podían escapar, los ataba ciegos y sordos, tristes y contentos, como animalitos de circo, moviendo la colita por cualquier golosina, delatando, asechando al que pudiera sobresalir tratando de escapar de la miseria. Nunca había existido tanta voluntad para destruir y aplastar a una persona que se atreviera a desafiar al hambre y desmarcarse de quienes eligieron donde estar sumidos por sus cobardías. De aquella maldición impuesta por el nuevo Dios y Señor que había destruido nuestras familias, nunca más se ha podido escapar. 

Ya nada tenía sentido, vivir en esas condiciones era morir más de lo que estábamos y por eso partí sin volver la cabeza. Me olvidé de aquellas flores y del jardín, delante de mí existía la posibilidad de sembrar otro, allí en aquella, Patria prostituida, el terreno continuaba siendo falso. Las noticias que llegaban eran cada vez más alarmantes, la gente perdía cada día lo poco que les quedaba, todo se agotaba en el olvido de la misma manera que las flores se marchitaban. 

 

Han pasado ocho años desde entonces y Rosita dejó de ser una rosa, se convirtió en jinetera. Quién lo iba a decir, con solo quince primaveras, sus padres se separaron y como sucede en la mayoría de los casos, el varón se olvidó de lo que atrás había dejado. Comenzó su nueva vida con la nueva esposa, nueva carne para satisfacer esa insaciable enfermedad inyectada y que está por encima de los hijos, de la madre, del hogar, del amor y de la familia. Qué importa nada de esto si nos olvidamos de los que llevan en sus venas nuestra sangre, ese es otro ejemplo de lo que es el hombre nuevo. Engendro inhumano que se aleja cada día más de cualquier animal, al menos ellos defienden a sus críos mientras los enseñan a andar. Cuanto placer debe sentir el extranjero que posea a esta dulce muñeca por solo cinco dólares, quizás por menos. Después saldrá hablando glorias de Cuba, hemos perdido lo poco que nos quedaba de vergüenza. 

A Margarita le hicieron la vida imposible hasta que lograron separarla de su novio, ¡qué extraño! No lo aceptaban porque era negro, había que adelantar la raza como dicen hoy en día y eso que el racismo se había marchado un primero de Enero. Hoy es buena, es una chica de éxitos, se casó con un canadiense de lo más bueno. El tipo la lleva todos los días en su auto al trabajo, luego en la noche va por ella. ¡Qué generoso el marido!, Margarita baila desnuda en un bar de Montreal, un día fui con unos amigos a tomarnos una cerveza y me llamó la atención cuando anunciaron entre la música a una spanish woman. Recuerdo que el número musical de su acto era un famoso disco de Santana, se ajustaba mucho a su temperamento, a su figura, a su origen tropical, cuando terminó se sentó en nuestra mesa al enterarse de que éramos cubanos. Lo hizo sin penas, sin vergüenza, yo diría que con orgullo y hasta se le notaba feliz. Ganaba más de cien dólares diarios y con ellos ayudaba a su familia, visitaba Cuba cada vez que se lo permitía el tiempo y allá era recibida como la mujer de éxito que logró algo en su vida, algo imposible para cualquier flor de su edad en la isla. No vendía su cuerpo por la ridícula suma de cinco dólares, se mostraba encuera a todo el mundo y aun así soñaba, deseaba ganar un poco de dinero para alejarse de ese mundo y estudiar algo que la convirtiera en una dama, no mostró el más mínimo signo de arrepentimiento, fingió no conocerme y la perdoné. No regresé por aquel bar para darle la oportunidad de alcanzar sus sueños, quizás lo hice por vergüenza, la recuerdo con cariño cada vez que pongo el disco que tengo de Santana.

Adelfa fue un caso triste, pero de esa tristeza que la embarga aprendió a ser humilde y buena, se convirtió en una chica generosa, no quedaban rastros de su altivez en su figurita de gimnasta. Sus padres se divorciaron y sucedió lo que les pasa a muchas mujeres en Cuba, después de ese fracaso la madre se dedicó al alcohol, al sexo indiscriminado. Su padre fue expulsado de la marina cuando se dieron cuenta que había robado demasiado, todavía usa ropa que le regalan las amistades, ropas más usadas que antes. Dentro de todas sus desgracias estudió y es la que mantiene la casa con su escaso salario, sin embargo, aun viviendo este horroroso drama, ella no ha vendido su cuerpo. 

Azucena hizo lo que hacían la mayoría de las muchachitas de su edad, se entregó al novio con amor y pasión hasta quedar embarazada. Cuando estuvo bien segura de esto, se lo informó a su madre y no quedó más remedio que apresurar la boda para guardar unas apariencias que no existían. No les quedó más remedio que aceptar al muchacho, pero solo a duras penas. A sus espaldas se sembraba la discordia y se hacía lo imposible por romper un amor que había nacido desde que eran pequeños. No se sabe de cual manera la convencieron su madre y la abuela para que se hiciera un aborto a espaldas del marido. Azucena era débil de carácter y no pasaron mucho trabajo para convencerla, cuando el muchacho se enteró de aquel premeditado crimen en contra de algo que lo había hecho soñar y ser feliz, no lo pudo aceptar y se separó de ella. Separación llevada entre mares de lágrimas por parte de ambos, aceptada con alegría por madre y abuela.

Aquella decisión fue irrevocable y a los pocos meses de esta separación, la casa estaba adornada de nuevos equipos, podían ver las novelas en un 

televisor a color, oír la música estéreo, cocinar en una cocina eléctrica, ventiladores y cuantas mierdas son importantes para que un ser compita con el otro, solo por decir cuando se hable de estas cosas; yo lo tengo.  Azucena también había triunfado, hoy vive en Italia donde el marido la exhibe como una pieza de caza, otras veces como un trofeo y en muchas oportunidades como algo que se exhibe en los museos Su madre y su abuela eran felices gracias a las desdichas de esta chica que nunca supo imponer su criterio, hoy extraña a quién de verdad fuera el amor de su vida y no siente placer cuando hace el amor, abre las piernas por reflejos condicionados, nunca ha logrado un orgasmo. 

Jazmín terminó la Secundaria Básica y el padre la obligó a ingresar en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos. De nada le sirvieron al padre todas las medallas y galardones ganados durante su vida para hacer cambiar de idea a su hermosa hija. Desde el primer instante comenzó a suspender todas las asignaturas, hasta que le dieron baja del centro, luego, como la hija lo había defraudado o traicionado según su concepto y modo de ver la vida, la rechazó cuando regresó a la casa. Solo los lamentos de la madre la salvaron de ser excluida de lo que allí llaman el núcleo familiar. Comenzó a trabajar en el hotel Jagua de Cienfuegos, hasta que un día llegó un viejo de billetes y se la llevó. Se convirtió de esta manera en gusana y traidora a su patria. El padre que le dio vida no le hablaría nunca más por el delito que cometió en apariencias su hija, sin embargo, la vida da muchas vueltas y en una de ellas ese viejo salvaje cayó en el Nadir de su existencia. Se enfermó y los hospitales de los que tanto hablaron, no tenían los medicamentos ni la alimentación para salvarlo. Aquella muchachita traidora, despreciada y casi olvidada por ese viejo, fue quién le mandó todo lo necesario para que le salvaran la vida, los criterios varían de día en día allá en Cuba, no sé si todavía el padre la considere gusana. Puede que sí, nadie conoce los límites de la terquedad en el ser humano y en el caso cubano es multiplicado por el fanatismo y ceguera sembrada en el alma de muchos habitantes.

Clavelito es recordada como el símbolo de la rebeldía de la mujer cubana, de la fidelidad y del amor que pocos han sentido. Su novio fue un perseguido y condenado por una sociedad a la que nunca hirió, perteneció al grupo de muchachitos rockeros cuyo único delito fue el de admirar esa música y ante tanto asedio se inyectaron el virus del sida, ella no lo abandonó y se entregó a él en cuerpo y alma para que le contagiara la enfermedad. Dios debe haberlos perdonado por esta locura que cometieron esos jóvenes, allá en el cielo deben estar disfrutando esa música por la que murieron. Con una melodía celestial, Clavelito, su novio y compañeros, no podrán ser olvidados por la gente de nuestro pueblo, al menos, por aquellos que aún conservan un poco de dignidad humana y vergüenza, por los que tienen decoro, por los que están durmiendo y también por los que han guardado silencio dando muestras de una inmensurable cobardía. 

Violeta siguió toda su vida confundida, tanto lo fue que un día se vio sacando el pasaporte para marcharse a Afganistán, no sabía dónde quedaba este país, tampoco le importaba, lo único que tenía en mente era escapar de aquel infierno, donde ya su cuerpo comenzaba a costar menos y la competencia aumentaba. Nada sabía de la religión musulmana y el único harén en el que había vivido, estaba compuesto por sus hermanos. Después de tantos vuelos se vio vestida con una especie de turbante y era obligada a practicar algo para ella desconocido que llaman Ramadán. Sus primeros tiempos los soportó mientras reconocía el terreno, pero seis meses fueron más que suficientes para decidir huir de aquel nuevo infierno en el que había caído por ignorancia. Logró hacerlo y en ello le ayudó mucho su valentía, cuando todos habían perdido sus contactos con esta muchacha y la daban por muerta, apareció de nuevo en España cargando con ella una hija fruto de esa unión con el árabe. 

De aquel hermoso jardín encontré flores regadas por muchos rincones del mundo, unas hablando japonés, alemán, francés, viviendo en países mas pobres que el nuestro y cuando las veía se me partía el corazón, me acordaba mucho de aquellas otras infelices alemanas, rusas, búlgaras, etc., que fueron a nuestro país pensando que escaparían hacia un paraíso y caían en una nueva trampa. 

Pasan los años y con ellos se marchan muchas esperanzas, se marcha también una juventud que no volverá a florecer jamás. Han sido cuarenta años 

destruyendo flores y con ellas lo que debió ser un hermoso jardín, se olvida cada día más de pronunciar la palabra amor. La familia se disuelve también, separadas por la distancia y falsas ideologías, se pronuncia con otro sentido la palabra Patria, algo que siempre ha sido de todos, es ahora propiedad de un Partido que se ha encargado de su ruina total, convertida unas veces en prostituta o proxeneta. 

Los Galanes de noche no quieren ambientar la atmósfera con su fragancia, sienten pena por la pérdida de sus flores. El Galán de día tampoco quiere abrirse y mira a su alrededor con mucha cobardía. El Girasol ya no gira y no le llama la atención un sol que debía alumbrar con la misma intensidad a todos. La pequeña palma que sembraron un día en aquel jardín no para de crecer, como queriendo alcanzar el cielo, huyendo de todo lo que se mueve muy cerca de ella en el suelo, lo hace triste, avergonzada y con mucho dolor al ver la indiferencia de todos los que podían ser sus jardineros. Se eleva tal vez tratando de hablar con Dios y pedirle que un día le de tiempo a todos esos seres que una vez vendieron a sus hijas, para que puedan confesarse antes de partir para el infierno.

 

Con mucho amor para todas esas muchachitas que un día vendieron sus cuerpos para alimentar a sus familias. A las mal llamadas jineteras y también a esos chicos de la provincia de Pinar del Río que se inyectaron el virus del sida. A todos ellos los recuerdo con mucho cariño y vergüenza porque ellos son hijos de nuestro pueblo, a ellos también les pertenece esa Patria hoy prostituida. 

 

 

 

Esteban Casañas Lostal

Montreal. Canadá

1999-08-13

 

 

 

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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...