Visitas recibidas en la Peña

lunes, 22 de abril de 2019

LA ATLÁNTIDA



LA ATLÁNTIDA




Entre las grandes satisfacciones que me ha dado la vida, sobresale por encima de todas el haber compartido siempre la compañía de mi abuelo. Creo, sin temor a equivocarme, es una de las personas más admirables que he conocido. Gracias a su gran paciencia y dedicación, hablo, leo y escribo en español, tengo dos culturas y siento en lo más profundo de mi alma que pertenezco a dos pueblos. 

Mi abuelo siempre detestó a las personas que trataron y tratan deshacerse de su identidad y raíces, dice que son falsas, gente plástica, débiles de mente y en muchos casos unos cobardes. Alega siempre que nada de lo que pudo haberle sucedido a una persona en el pasado, justifica en lo absoluto tratar de borrar las huellas que lo atan a su tierra.

Después de estar viviendo aquí por cuatro décadas, él se encuentra intacto, casi virgen, como si lo hubieran acabado de sacar de un santuario donde le otorgaron un día su nacionalidad. Su lenguaje conserva la frescura de la tierra que lo vio nacer, cargado de refranes y dicharachos, usando palabras donde en oportunidades es muy difícil diferenciar cuando está alegre o enojado. Sus costumbres no han variado mucho de acuerdo al criterio de mi abuela, siendo las más importante de todas sus hábitos alimentarios, bañarse todos los días, oír la música con el volumen bastante alto, cosa que es totalmente inusual en este país y aunque oye todo tipo de música, la de su tierra tiene un sitio especial en su preferencia, para él sigue siendo la mejor del mundo. 


Hablar alto en las pocas reuniones donde participa con otros paisanos de su tierra, es otro de los hábitos que no ha perdido. Así como, esa maravillosa costumbre de llamar a todo con diminutivos, como si su país estuviera habitado por gigantes. Muchas grandes virtudes tiene ese noble abuelo que Dios me concedió, hoy algo lento por el peso de los años, con achaques de reuma y artritis provocados por el intenso frío de este país, pero un hombre al que quisiera imitar en todos mis movimientos.




Una de las cosas más grandes que le sucedió a mi abuelo en su larga vida, fue mi llegada a este mundo y que me bautizaran con su nombre. Yo soy el único nieto varón de la familia, y aunque nos quiere a todos por igual, él siempre se empeñó en que yo fuera su fotografía. Desde los primeros meses se produjeron batallas campales en mi hogar, trataron de alimentarme como a los niños nacidos en este país. El viejo se opuso totalmente a las decisiones tomadas por mi madre y mi abuela influenciadas por el modo de vida americano. Alegó que tenían que alimentarme como lo habían hecho con nuestros antepasados. Teta, ésa era la orden de mi abuelo, la teta en los primeros tiempos para que hiciera estómago y adquiriera anticuerpos. Luego, cuando diera muestras de estar algo fuertecito, leche de vaca, como la tomaron todos en su país, primero con un poco de agua y luego pura. Él quería que su nieto fuera fuerte como un tronco, después, nada de cereales ni papillas, siempre las llamó comidas artificiales. Sancocho, como le decía mi bisabuela a unas comidas con las que se alimentaron todos mis antecesores. Dice mi madre que era una especie de sopa donde agregaban todo tipo de vegetales y viandas, carne de res y pollo, luego, lo pasaban por una licuadora y daba un caldo delicioso. En realidad y aún de grande, le pido a cada rato a mi madre que me prepare un poco de ese mejunje.





Cuando mi madre y mi abuela se iban de compras, mi abuelo les ordenaba que me dejaran, decía que las tiendas eran cosas de mujeres, entonces, aprovechaba su ausencia y me sacaba en el coche. Me contaron que andaba por todo el barrio conmigo, todos los vecinos estaban acostumbrados a vernos pasar. A veces descansaba en algún parque y tengo la impresión de estar oyendo su voz sin parar hasta quedarme dormido. 

Siempre fue así, hasta que un día fui ganando el uso de la razón y me acostumbré para siempre a su compañía. La sentía desde muy lejos, aquellos grandes discursos que me daba los iba comprendiendo, y si antes los interpretaba como cuentos con los cuales me dormía, ahora tenían un efecto contrario. Le ponía más atención y me daba cuenta que estaba aprendiendo, mi abuelo lo entendió así. Entonces, nuestras salidas eran más frecuentes y las conversaciones de un solo lado eran interminables. Sus preguntas encontraban pocas y monosílabas respuestas, pero aún así, él sabía que estaba ganando terreno.

Cuando ya podía valerme de mis piernas y mi abuelo no estaba tan viejo, salíamos más lejos, él siempre cargaba una mochila con todo lo que yo pudiera necesitar. Gustaba mucho de ir hasta un lugar de esta ciudad conocido como la Montaña, también le dicen Mont Royal. El autobús nos dejaba bastante cerca de allí, siempre y antes de salir en esa dirección, mi abuelo compraba un gran paquete de maní que luego, las ardillas y palomas que nos encontrábamos en el leve ascenso, venían a tomarlas de nuestras manos. Estos animalitos se reunían a nuestro alrededor mientras compartíamos entre todos para que tocaran a partes iguales, algunas palomas se subían en nuestros hombros, brazos y las más atrevidas sobre nuestra cabeza. Ardillas paradas sobre sus dos patas traseras extendían sus manitas pidiéndonos el sabroso grano, entonces, mi abuelo me hacía la historia de los maniseros en su país natal.

La llegada de ellos, que casi siempre la hacían en horas de la tarde en el barrio donde él vivió, era motivo de alboroto para todos los muchachos, todos corrían a implorarle a sus padres para que les compraran un cucurucho de maní. Los maniseros se hacían sentir con sus pregones desde una cuadra antes de llegar a la puerta de la casa donde sabían que había muchachos. Era todo un espectáculo, algunos de ellos tenían buena voz y sus pregones eran cantados. Llegaban con una o dos latas de esas que se utilizaban para envasar aceite de unos veinte litros de capacidad, habían sido preparadas con un doble fondo. En la parte inferior podía observarse que llevaban carbón encendido para mantener el maní bien calientico. El precio de un cucurucho fue variando con el tiempo, pero mi abuelo se acuerda de los primeros tiempos en que los compró, cada uno costaba dos centavos. Luego, iban comiendo uno a uno los granos para que les durara mucho tiempo. Siempre terminaba cualquier cuento diciendo, aquello si era maní, aquello se olía a dos cuadras. Esto que hoy le damos a las ardillas y palomas, el grano es más grande, pero ni huelen, ni tampoco saben a nada, el de mi tierra era el mejor. 


Continuábamos subiendo lentamente disfrutando de las bondades que ofrece la naturaleza en el verano. Durante parte de ese trayecto éramos seguidos por insistentes palomas y en los árboles podían observarse aves que solo nos visitaban cuando llegaba la primavera. Así un día, mi abuelo distinguió entre ellos a uno negro como el azabache que a ambos lados de sus alas tenía una marca anaranjada. Dijo que en su país era conocido como Mayito, entonces, me hablaba de sus aves. No puedo explicarme, decía, ¿cómo es que vienen desde tan lejos? Bueno, continuaba su monólogo, desde México llegan mariposas todos los años. Si vieras las aves que allá tenemos, las nuestras y las inmigrantes, los colores son bellísimos, un ejemplo de ello lo es el Tocororo. Aves de canto tenemos para no envidiar a nadie, el Ruiseñor en las montañas y el Sinsonte en el llano, el día que conozcas mi país te asombrarás cuando oigas cantar un Sinsonte. Este pájaro imita el canto de casi todas las aves, por imitar produce hasta el maullido de un gato. Qué te cuento de aves peleadoras, no hay nada más bravo que un Pitirre defendiendo su nido, de verdad, tenemos muchas aves hermosas... Luego, al final de cada pequeña historia, nos acompañaba un corto silencio, era como si mi querido abuelo estuviera hurgando en los archivos de su memoria y sin darnos cuenta nos encontrábamos en el mirador. 

Su mirada cansada y un poco triste se perdía en el infinito, siempre se detenía cuando se cruzaba con el majestuoso puente Jacques Cartier, él lo adoraba, tal parecía que había trabajado en su construcción, era una de las cosas que más admiraba de Montreal. La ciudad estaba bajo nuestros pies, los altos edificios del downtown no se apreciaban tan grandes desde esta altura. Nada impedía nuestra panorámica visión hasta varias millas de donde venía bajando el río San Lorenzo, ancho, largo, caudaloso. Yo sabía que me haría mención de su mar, de ese que rodea a aquella maravillosa isla por la cual yo sentía cada momento de mi vida un apasionado interés. Allí me hablaba del azul tan puro que tenían esas aguas, de las fantásticas vistas desde El Morro de La Habana, del Morro de Santiago de Cuba, muy cercano a donde comienzan las elevaciones de la Sierra Maestra, de lo impresionante que se observa el Pico Turquino visto desde un barco, la belleza de la entrada a la Bahía de Cienfuegos. Me sugirió que el día que visitara su país, tratara de ocupar una ventanilla en el avión para que desde las alturas, pudiera apreciar las distintas tonalidades que ofrece ese mar al aproximarse a las costas, dice mi abuelo que es un espectáculo inolvidable. Un poco tarde, después de merendar en la tranquilidad que solo era rota por el viento, cargado con un poco de nostalgia, emprendíamos nuestro regreso. Caminábamos sobre nuestros pasos en silencio, yo sabía que mi abuelo estaba triste, pero como era tan pequeño, no encontraba explicación a esa insistencia por hablarme de cosas que lo herían.

Por él me hice un gran amante de los frijoles, nos sentábamos juntos en la mesa y casi siempre los comía a su estilo. Un gran plato de ellos, de cualquier clase, acompañados por una buena rebanada de pan, de ese pan acabado de comprar en la panadería. Así, mientras comíamos, abuelo me hablaba del pan de su país, mencionaba uno que llamaban de agua y que llevaba prendida una tira de la hoja de un árbol. Dice que ese pan era delicioso y aunque el francés es superior en calidad, él no lo podía olvidar. Mi abuela siempre protestaba cuando pedíamos frijoles para comer, antes, las peleas eran solo con mi abuelo. Ahora él se reía porque aquellas protestas de la vieja, como él la llamaba de cariño.





Siempre íbamos al Mercado Jean Talón con una listica que nos hacía la abuela, ese era el lugar más popular de Montreal para comprar todo tipo de frutas, vegetales, verduras, viandas, etc. En el verano era encantador acudir a esa cita con mi abuelo, aquella plaza tenía en esa época más colores que el arco iris por la cantidad de plantas ornamentales y flores que allí se vendían. Por momentos era casi imposible caminar, los sábados y domingos se abarrotaba de gente, gente de todas las nacionalidades que vivían en mi hermoso país. 

Cuando nos parábamos frente a una tarima de mangos, mi abuelo seleccionaba el que consideraba mejor y me lo daba a oler, entonces me preguntaba, ¿qué te parece? Yo le respondía ingenuamente que olía delicioso, él se reía ante esa respuesta. Luego salía al ataque, eso lo dices porque no sabes lo que es un mango, esto no huele a nada, esta fruta ha sido cortada muy tierna del árbol y se maduró en la transportación hasta aquí. Cuando vayas a mi país comprenderás lo que es el olor de un mango tomado maduro del árbol, si un día te sentaras dentro de una arboleda de mangos, no necesitarás oler una fruta porque su fragancia estará en el aire que allí se respira. Su dulzor es mucho mayor que el de la fruta cortada tierna, además, aquí solo has conocido dos o tres variedades de ellos. Deja que estés allá, conocerás la manga amarilla, el mango de chupeta, el mango macho, el filipino, el manzano, el jobo, el huevo de toro, el mango del Caney y otros más que ahora no recuerdo, ya te digo, los mangos de mi país son los mejores. 

Si había una cosa que me sorprendía en mi abuelo lo era su prodigiosa memoria, yo no podía comprender como recordaba aquellos nombres después de haber pasado tantos años sin regresar a su tierra. En ese mercado comprábamos malanga, yuca, ñame, boniatos, plátanos verdes, quimbombó, guanábanas, culantro, berro y muchas otras cosas de la dieta de mi abuelo que después fue mía. Recuerdo que en ocasiones yo invitaba a mis amigos de la escuela a comer en casa y mostraban asombro por el gusto de nuestras comidas, digo, la comida de mis abuelos que después fue la mía. Nunca acepté la que me ofrecían mis padres, ellos se
 adaptaron rápidamente al modo de vida de este país, a las comidas pre-elaboradas. Yo las encontraba artificiales y sin gusto, sosas y sin color, así, con apenas pocos años de vida, me estaba convirtiendo en el retrato de mi abuelo.

Otros días en algunas de nuestras salidas, mi abuelo entraba a una cafetería para que yo me tomara un helado mientras él pedía un café expreso. Siempre que le traían la taza humeante la olía para después criticarla, ¡esto no es café ni cuatro cuartos! Cuando vayas a mi país, dile a cualquiera que te invite a una taza de las que preparan allá. ¡Mira, muchacho! Había cafeterías donde quiera y la taza costaba solo tres centavos, pero cuando lo estaban colando se enteraba el barrio entero por su aroma. Paraban las guaguas y detrás del chofer bajaban varios pasajeros que no podían evitar el deseo de tomarse un buchito de aquello. Luego, el chofer los esperaba a todos sin ponerse bravo, es más, dile que te lleven al café de Raúl, es pequeñito, se encuentra en la calle 51 de Marianao, era muy famoso. Allí paraban todos los carros y camioneros, es asombroso, no les ponían multas por esto, pero si no te llevan allí en cualquier lugar de La Habana te podrás tomar un café igual.





Cuando salíamos por la calle St. Catherine, una de la más transitada por peatones en esta ciudad, mi abuelo no podía evitar hablar de las principales calles de La Habana. Esto, decía, no se puede comparar con Galiano, había que ver esa calle decorada por navidad, y qué decir de la calle Monte desde la misma esquina de Tejas hasta donde termina. Esa si era una calle llena de comercios, igualito que Reina, Belascoaín, Infanta, eran muchas. La gente salía por las noches para admirar aquel desfile de luces, no hacía falta dinero para eso, sin darte cuenta caminabas kilómetro entero cegado por todas aquellas vallas lumínicas y el brillo de los cristales de las vidrieras. Esa sí era una ciudad, había que verla, y aquellas mujeres hermosas de un estilo particular al andar moviéndolo todo. Deja que veas lo hermosas que son las mujeres de mi país, vas a querer casarte con una de ellas. Si un día tenías mucha hambre y cargabas poco dinero, te llegabas a la Plaza de Cuatro Caminos que estaba abierta las veinticuatro horas del día. Allí podías comer por una peseta, comer hasta reventarte, te lo digo yo. Cuando tenías más de un peso te comías un bueno y gigante sándwich cubano y te tomabas un batido de cualquier fruta, eso sí, lo preparaban delante de ti y te podías acostar tranquilo. Cuando vayas, dile a nuestros parientes que te lleven al Bodegón de Toyo, allí los preparan muy buenos, de lo contrario, puedes ir también al paradero de La Víbora, no tienen nada que envidiarles a estos.

Fueron varios años compartiendo la dulce compañía de mi abuelo, sin darme cuenta, me estaba pasando una transfusión con todos sus sentimientos. Llegó a convertirse para mí en una obsesión aquel país maravilloso donde nacieron todos mis antepasados, deseaba con locura ser grande para ir a conocerlo. Llegué a amarlo tanto como al mío, me sabía desde pequeño su himno, me sentía atado a su bandera. Sin embargo, mis padres no eran así, mucho menos otra gran cantidad de cubanos que llegaron en tiempos posteriores. Para esto yo era incapaz de encontrar una respuesta, me di cuenta que había un enorme vacío en el espacio y que todos evadían llegar a ese punto, durante mucho tiempo viví ignorando los motivos.

Cuando terminé los estudios secundarios, mis padres como premio me ofrecieron un viaje a Disney World, yo les manifesté mi interés por conocer la tierra de mis abuelos, ellos aceptaron. Un día cualquiera de ese verano partí por dos semanas, siempre presté mucha atención a todas las indicaciones que me hiciera mi abuelo. Al estar en su tierra me sentí totalmente defraudado, llegué a pensar por unos instantes de que mi viejo me había mentido durante estos largos años pasados. Ninguno de los jóvenes con los cuales compartí conocía las narraciones que yo les hacía, les provocaba risa y decían que yo tenía una gran imaginación para inventar cosas. Ofendido por esta razón me mantuve la mayor parte del tiempo y no puedo negar que estaba desesperado por marcharme. Un día, se me ocurrió sentarme a conversar con uno de los hermanos de mi abuelo que aún vivía; este me confirmó todo lo que yo sabía desde niño, todo lo que con tanta dulzura me contó mi abuelo había sido cierto, pero ese país tan hermoso ya no existía.

La aeromoza me zarandeó levemente por el hombro, cuando al fin abrí los ojos, con una sonrisa estudiada solicitó que me pusiera el cinturón de seguridad, yo estaba loco por llegar a la casa pensando que mi abuelo me esperaría con uno de sus acostumbrados frijoles, eso fue lo que me vino a la mente en ese momento. Durante el trayecto hasta la casa saqué de mi mochila unas cartas que los primos de mis padres les habían enviado. Mi abuelo viajaba en silencio observando y oyendo cada palabra que yo pronunciaba.


Allí estaban los frijoles listos y como era la hora en la cual mis abuelos tenían acostumbrado comer, con mucho gusto me senté a la mesa. Para alegrarlo un poco saqué un gran aguacate y se lo di para que lo picara, en sus ojos pude ver la alegría que esto le causaba.


Pasada una media hora y cuando nos quedamos solos en la sala, mi abuelo me preguntó cómo había sido la experiencia, quería saber si me había gustado el país. En ese momento que yo nunca hubiera deseado que llegara, se me hizo un nudo en la garganta y me invadió todo el dolor que sentí al conocer su tierra.






-Abuelo, tu país no existe, desapareció como le sucedió a la Atlántida, es mejor que lo sigas conservando así de bello en tu memoria. Una vez llegué a pensar que todo había sido fruto de tu imaginación, eso es, aquel país solo existe en tus recuerdos.

Mi abuelo se dirigió hasta la ventana y su mirada se perdió en el vacío, permaneció mudo por mucho rato, pude ver con dolor como brotaron de esos ojos cansados por los años unas gruesas lágrimas, yo nunca lo había visto llorando, no pude evitar llorar con él.


Mi modesto homenaje a todos esos viejitos que lucharon contra el tiempo tenazmente para seguir siendo cubanos. En muchos casos hasta la muerte, pero que supieron trasmitir a las nuevas generaciones todo el amor que sintieron por su tierra, sirva de lección también a esos que hacen lo imposible por borrar su identidad.




Esteban Casañas Lostal
Montreal, Canadá
1999-10-23



xxxxxxxxxxxxx


sábado, 13 de abril de 2019

LUCHAR, SOBREVIVIR



                               "LUCHAR, SOBREVIVIR"





Fueron tres toques continuos, luego, se repitieron con la misma exactitud de los destellos de un faro. Mentalmente calculaba los segundos transcurridos entre cada andanada de ellos; Un cocodrilo, dos cocodrilos, tres cocodrilos. Fueron sonados con un espacio aproximado de tres segundos, eso no fallaba. Así calculaba los espacios de oscuridad entre grupos de destellos por no cargar el cronómetro conmigo. Se repitieron con insistencia aquellos toques, el televisor se encontraba a toda voz, creo que veíamos Cine del Ayer o la programación de verano. La olla de presión elevaba su sonido por encima del televisor. La china lloraba en el corral con el culero repleto de mierda, sobre mis piernas mi hija, la había sacado de allí para que no convirtieran aquello en un manjar, era un concierto diario. Lloraba sin parar mientras su madre permanecía sorda en el patio lavando los pañales que hirviera con anterioridad, la atmósfera era una extraña mezcla de olores, judías sin sazonar y jabón con algo de excrementos. Los toques se repitieron.

-¡Están tocando la puerta! Alcancé a gritar sin desviar la mirada del televisor, tuvo que ser algún programa interesante para que me mantuviera amarrado a la incómoda butaca. El ventilador, quién pudiera afirmar que lo fuera, un motor de lavadora con aspas de aluminio capaz de mutilar a cualquiera, hacía tanto ruido como el televisor y la olla de presión.

-¿No te puedes levantar? Pasó junto a nosotros con la bata sudada, nunca ha dejado de protestar. Tampoco le prestaba mucha atención, uno llega a acostumbrarse a las protestas, al ruido, al mal olor. Para colmo teníamos un perro, ahora metía el hocico entre las barras del corral, tal vez atraído por el fuerte olor de aquella mierda infantil, no tan infantil y resultado de los sancochos preparados por mi suegra. Ella abrió e intercambió algunas palabras, no pude ver quien se encontraba afuera, luego cerró con violencia la puerta.

-¿Quién era? Pregunté por inercia, siempre hemos deseado saberlo todo.

-Era Mirna. Respondió con desgano mientras se pasaba un pañuelito por la frente, la niña le extendió los brazos para que la cargara, pero si se apartaba una pulgada del área de disparo del ventilador, el calor y las moscas convertirían su vida en un martirio.

-¿Qué quería? Insistía en saber, era un vicio.

-Vender el derecho a la compra de un pollo. Contestó con indiferencia y aquello me molestó.

-¿Por qué no se lo compraste?

-Porque ese pollo es de sus hijos. Respondió con ingenuidad, me levanté y le di la niña, Mirna iba a mitad de cuadra y le grité.

-¿Qué vas a hacer?

-¿Cómo que qué voy a hacer? Comprarle el pollo.

-¿Y sus hijos?

-¡Olvídate de sus hijos! Si no lo compras tú, ella se lo venderá a otra persona. Necesita el dinero para comprar los otros pollos, ¿no entiendes? Ella guardó silencio mientras yo me dirigía al cuarto por la plata, no recuerdo cuando había oído por primera vez aquel razonamiento, luego se me hizo muy familiar y útil en el transcurrir de la vida en ese infierno. Mirna esperaba junto a la puerta.

El auto se desplazaba a unos 120 km por hora, ya sabía que era muy buena en el timón, buena para muchas cosas. Aleida era una mujer extraída de un almanaque, nada común para su tierra, aquella que una vez visitara Gulliver. Su marido nunca le llegó al hombro, había sido concebido con el mismo molde de los de su tierra, ella era una excepción, una violación de la regla. Era hermosa también, no todas las mujeres de allá lo son, y valiente, más aún, era violenta. Una noche, me contó su madre como había lanzado al marido desde el balcón del primer piso, todo por una simple discusión, era temible entonces, una mujer a la que era preferible tener de amiga.
Había poco tráfico por la autopista 20, me dijo que el hombre tenía su oficina en Dorion, yo nunca había estado allí y tenía todos mis sentidos alertas, no confiaba en nadie, ni en una mujer. Una noche llegó hasta mi apartamento para invitarme a asistir a una discoteca, ¿y tu marido?, sonó infantil mi pregunta. En la casa, me respondió ella, yo iba pensando en aquella propuesta y aceptación mientras hablaba sin parar, no estaba muy convencido aún.

-El asunto es que, por cada viajero te puedes buscar 200 dólares. Me dijo después de brindarme detalles del negocio.

-¿Y por qué yo? Insistía por llegar al fondo del asunto, todo lo veía turbio, sucio.

-Porque el hombre necesita ser asesorado por un cubano, nadie mejor que tú que acabas de llegar y conoces muy bien como funcionan las cosas por allá.

-Pero ese es un negocio sucio, vamos a explotar el dolor de otra gente.

-No seas tonto, de ese dolor viven millones y a río revuelto ganancia de pescadores, no sé si en tu tierra se usa ese refrán.

-Se usa, pero para andar metido en esas cosas no se puede tener escrúpulos.

-No se puede ser tan puro tampoco, si no lo agarras tú, vendrá otro cabrón y te quedas fuera. No creo que estés en condiciones de renunciar ahora. Aquellas palabras me trajeron miles de recuerdos a los que un día quise renunciar, no simpatizaba con esa manera de luchar. Tampoco averigüé como había llegado hasta allí, el asunto es que sin darme cuenta estábamos a punto de llegar.

Varias oficinas antecedían su despacho, no se ostentaba riquezas, aunque ella me advirtió que el hombre era millonario. Se encontraba ocupado en esos instantes y esperamos unos minutos fuera de su despacho, una de sus secretarias nos brindó café y acepté con gusto, era pleno invierno aún, el primero en estas tierras. El tipo era bastante alto y corpulento, me sobrepasaba en edad y fortaleza, rubio y pecoso, de mirada escrutadora y serena, un estudioso de cada palabra y gesto. El apretón de manos fue fuerte y lo interpreté sincero. Detrás de su enorme buró, una enorme ampliación de una foto suya tomada junto al Papa, supuse que era una persona importante, no era fortuita aquella foto donde ambos se encontraban sentados y al parecer en animada conversación.

-¡Al grano! ¿Qué piensas de este negocio? Preguntó sin rodeos después de brindar una simple panorámica.

-¿Qué pienso? Es una mina de oro, la gente está viajando por terceros países, no hay comunicación directa con La Habana por teléfonos y el correo es constantemente violado.

-Nosotros debemos robar ese mercado, ¿cuáles son más o menos las tarifas existentes por esos países? Ese dato es muy importante para nosotros.

-Hay casos que llegan hasta los tres mil dólares.

-Con una tarifa reducida a la mitad podremos traer una avalancha de cubanos por aquí, ¿no crees?, hasta Canadá ganaría con eso.

-Pero si desea hacer más tentadora esa industria, debe lograr por todos los medios que se autorice la entrada de los "Marielitos". Ellos llevan doce años sin entrar al país y suman más de doscientos mil, creo que es una suma respetable y serán los primeros en lanzarse a esa aventura.

-Creo que tienes razón en eso, pero no creo que sea una tarea fácil.

-El dinero George, la plata mueve al mundo, tendrá que sobornar a mucha gente, pero eso será insignificante si lo compara con las ganancias. Además, ahora el terreno se encuentra virgen y el cubano nunca ha amasado fortunas, este es el momento.

-Si, pero ahí radica el quid de la cosa y por eso estás aquí, por dónde comenzar.

-Muy sencillo, tienes que ir a la mata y evitar intermediarios.

-¿Cómo se explica eso?

-¿Quién es el que otorga las visas de entrada al país? Inmigración, como es de suponer, pero ellos tienen un representante en cada consulado o embajada. Es a ese individuo al que tienes que tratar de comprar, él no es quien directamente otorga las visas, pero será el encargado de llegar solito a los niveles superiores. El grado de corrupción en el país es general y todos caminan por dólares, no creo entonces que encuentres muchos obstáculos.

-¿Piensas que eso puede ocurrir?

-No solo lo pienso, estoy convencido de eso, ¿tienes contactos en el Consulado?

-Por supuesto que los tengo, he traído a muchos cubanos como atletas
.
-¿Cómo será el mecanismo que vas a usar ahora?

-El mismo, esa gente de USA viajará como si pertenecieran a una organización deportiva, tengo pensado mandar a hacer unos pullovers especiales con un logotipo de la supuesta organización.

-No es mala idea.

-Tengo mis contactos hechos con la gente del turismo para hospedarlos en La Villa Panamericana, ¿sabes cual es?

-Por supuesto, queda muy cerca de donde yo vivía.

-Para el futuro tengo otro proyecto además de este.

-¿Relacionado con los viajes también?

-Si, pero en sentido inverso.

-No lo entiendo.

-Muy sencillo, sacar gente de Cuba.

-Esa es otra millonada.

-¿Cómo están los precios en el mercado ahora?

-Oscilan entre ocho y diez mil dólares, depende del país.

-Nosotros podemos ofrecerlo a siete o seis mil, eso lo estudiaremos después.

-Me parece una magnífica idea irse por debajo de la norma, es seguro que atraerá a mucha gente y que el mercado se mantendrá por los deseos que existen en la isla por salir.

-Bueno, no sé si Aleida te explicó muy bien cual sería tu rol en todo esto, pero yo te lo voy a decir. Por cada cliente que consigas te vas a ganar unos doscientos dólares en los inicios del negocio. Luego, cuando la cosa esté en pleno movimiento y el mercado sea seguro, yo te pondré una oficina en este local. Me estarás asesorando en cada movimiento y serás el encargado de recibir a las personas que arriben desde USA, ya tengo pactado buenos precios en un Motel. Para los casos de personas que deseen salir de Cuba yo te daré una tarifa especial de cinco mil dólares, eso es solo para familiares tuyos y amigos. Es claro que ganarás una comisión por esos viajeros y por los servicios de recepción, no te preocupes, habrá premios también.

Ese día salí animado con las proposiciones de George y durante todo el viaje fui intercambiando opiniones con Aleida. Ella era una avispa en lo relacionado con asuntos de plata y en este caso se encontraba en franca desventaja, no contaba con contacto alguno dentro de la comunidad cubana y ya se habían producido infinidad de casos de estafa. Por otro lado, Aleida me propuso enseguida incluir al marido en el negocio, algo que consideré ilógico por razones más fuertes que su sola presencia, aceptada porque era la dueña de ese contacto y amiga del millonario desde hacía varios años, pero el marido era un inútil. Creo que se enojó ante mi negativa, algo muy importante le advertí entonces, bajo ningún concepto se podía enterar Rafael Goicoechea González, un cubano que compartía apartamento conmigo.

-No te entiendo, yo pensé que eran amigos.

-Aleida, la palabra amigo es casi sagrada en Cuba y ya no abundan. Rafael no es mi amigo y dudo que lo sea en el futuro.

-¿Por qué me dices eso?

-Este individuo llegó hasta mí por recomendaciones de otro gallo que está en Cuba. Aquel fue alumno mío en la Academia Naval y fue de mi confianza durante navegaciones que realizamos en el mismo barco. No soy tan ingenuo como aparento, ya he mandado a realizar algunas averiguaciones por la isla y todo señala que es chivato o colaborador de la Seguridad del Estado. Este Rafael tiene actitudes que no me convencen desde que llegó y le he tendido varias trampas.

-¿Y ha caído en ellas?

-Por supuesto, de lo contrario no te estuviera pidiendo que lo mantengas alejado de todo esto, no me cabe la menor duda de que es agente de la seguridad, solo puedo decirte que no es un espía profesional, es un chivato cualquiera.

-Fíjate que me dejas pasmada con esto que me cuentas, no sé cómo te atreves a compartir el mismo techo con él.

-Muy sencillo, me tiene agarrado por los huevos con las deudas.

-Pero es que te estás jugando la vida por unos dólares.

-No creo que llegue a tanto, es escurridizo y cobarde.

-Bueno, tú sabrás lo que haces, pero me preocupa ahora la situación de mi madre. El problema era que la madre de Aleida le tenía alquilado un cuarto a la viejita chilena que aparecía como la arrendataria principal.

-No te preocupes por ella, no existen razones para que le pase nada.

Sonia era lo que podría decirse una amiga, tal vez socia, en muchos casos una compañera, palabra aplicable a muchas situaciones de la vida. Nunca sería la "querida" conocida por nuestras abuelas, esa palabra había sido borrada de nuestro diccionario, era ofensiva a la mujer que deseaba participar en una aventura, era un ataque a la integridad si ella era militante. Vivía en un cómodo apartamento de Centro Habana, no era grande, una amplia sala comedor, cocina, un dormitorio donde los muebles podían danzar y el baño con su bañadera. Junto al cuarto existía una puerta que daba salida a una especie de patiecito para ella y que consistía en un cajón de ventilación para los inquilinos de pisos superiores. Justo frente a la cocina, poseía una ventana alta que colindaba con el patio de un Círculo Infantil, por allí se asomaban empinándose en puntillas algunas de las empleadas, las más bajitas de estatura se veían obligadas a un esfuerzo extra para mostrar los ojos. Roberto las fue conociendo una a una, la presentación era muy sencilla y sin protocolos, luego, al vencer sus turnos de trabajo, ellas pasaban por la casa un rato, deseaban conocer al detalle sobre aquellas relaciones, en esa isla todos estaban contagiados por ese virus, era una obsesión penetrar en la intimidad de los demás.
Para Roberto nunca fue una prioridad cerrar la puerta del cuarto o la ventana de la cocina cuando hacía el amor con Sonia, no era una actitud morbosa o exhibicionista que lo sorprendieran encima de la hembra en pleno disfrute. Le molestaba más bien esa insistente presencia de un rostro por aquella ventanita hurgando en el interior de aquella morada, para su amiga resultaba indiferente también.

Pasaba por aquel apartamento con relativa frecuencia, las relaciones se ajustaban a la situación imperante y ella era comprensiva, nunca le exigió más allá de lo que él le podía ofrecer. Solo en cortas ocasiones salieron a la luz por parte de ella, los deseos de llegar a establecer unas relaciones de carácter permanente. Su edad comenzaba a explorar los límites peligrosos para caer embarazada y ella quería tener hijos, pero esas conversaciones solo fueron posibles mientras se preparaban tragos, después de la borrachera y el sexo la vida cobraba su normalidad.

El barrio era madriguera segura de soldados pertenecientes a ese enorme ejército clandestino dedicados a los negocios de la bolsa negra. En muchas oportunidades Roberto acudió hasta allí en la búsqueda de productos que justificaran la presencia de llamas en su cocina, podía adquirirse productos tan perseguidos como la cocaína hasta esos momentos algo desconocida. Los precios de las colas de langosta o camarón no eran elevadas, pero inaccesibles al simple obrero y hasta para profesionales.

Uno de esos días de bebida y sexo dosificados con algo de lujuria que los transportara fuera de la monotonía diaria, por la ventanita de Sonia cruzaron en dirección a su apartamento varias libras de malanga, plátanos verdes, litros de leche y dos libras de mantequilla.

-Parte de eso es para que te lo lleves a casa. Dijo con mucha tranquilidad y sin remordimiento alguno.

-Pero esto es un robo. Solo alcanzó a decirle con cierta candidez Roberto.

-Todo es producto de robos, ¿de qué crees que se nutre la bolsa negra, y no lo compras?

-Yo sé que todo es robado, la langosta, los cigarros, el ron, etc., pero eso no se lo roban a niños.

-¿Y eso qué rayos importa Roberto? Si no lo compras tú vendrá otro y lo hará, entonces, esa malanga, plátanos y leche va a parar a otros estómagos y no al de tus hijos. ¡Vamos hombre! No se puede ser tan puro en la vida, hay que luchar.

Aleida me llamó ese día de lo más contenta, dijo que pasaría por mí a las ocho de la noche para mostrarme algo. Rafael ponía cada vez más atención a nuestras conversaciones y se mostraba molesto con aquellos secretos intercambios. Ese día nos sentamos en un Mc Donalds, traía consigo un fajo de papeles que extrajo de su elegante cartera y los puso sobre la mesita. Luego, me los fue pasando uno a uno para que los leyera. En la medida que los iba devorando hasta los puntos y comas, no podía sobreponerme de mi sorpresa. Aquellos papeles eran faxes cruzados desde la oficina de George con el consulado cubano de Montreal. Los primeros eran de sondeos y tratados con mucha astucia, comprendía invitaciones a restaurantes para tratar personalmente el negocio y excluía la posibilidad de la vía telefónica. Los posteriores trataban directamente el asunto, explicaciones sobre contactos en La Habana y promesas de una respuesta en próximos días.

-¡Ñoooo! El viejo es un cabrón y se mueve rápido.

-Muchacho, tú no sabes quien es ese tipo para la plata. Me mandó a decirte que ya te fueras moviendo con tus contactos de USA.

-Bueno, ya he estado tanteando el terreno por Miami, New Jersey y California.

-¿Y cómo va la cosa?

-La gente está esperando que se abra la tubería, yo les prometí cincuenta dólares por cada viajero, ya sabes, el tiburón se moja, pero salpica.

-No está mala la idea, la gente tiene que vivir también.

-Vuelvo a repetirte lo anterior, el día que se te ocurra contarle algo a Rafael se jode todo el negocio.

-No te preocupes, ya él ha tratado de sacarme algo.

-Te lo dije.

Nuevitas es el principal puerto de Camagüey, el de más movimiento casi a mitad de la isla tal vez. No recuerdo las veces que lo visité en mi vida de marino y aunque su pueblo era pequeño, nosotros siempre buscábamos la manera de pasarla bien. Contaba con algunas prostitutas, pero ya saben, pueblo pequeño infierno grande. Salir con ellas era condenarte de por vida por cualquiera de las mujeres ajenas al negocio, tampoco era necesario acudir a esa vía en nuestra tierra. Hubo una época en la historia de ese pueblo, donde se recibía la impresión de estar en un pueblo con toque de queda. Fueron aquellos años en que había sido invadida por las hordas de palestinos, esto ocurrió durante la construcción de la planta de fertilizantes y termoeléctrica, luego, aquellas tropas que impusieron el terror en esa tierra no la abandonaron nunca. Hoy, son más los orientales que allí viven, creo que verdaderos nueviteros quedan muy pocos.

-¡Primero! Me dijo un socio que hablara con usted.

-Bueno, dime.

-El asunto es que mi hija cumple quince años y ando buscando un par de zapatos para su fiesta.

-¿Qué te hace suponer que yo los tengo?

-No sé, un socio me dijo que Ud. trajo zapatos este viaje.

-Creo que el socio te engaño, yo no traigo nada para hacer negocios. Era lógica mi actitud, nunca se sabía si podía ser una trampa tendida. Tampoco era normal ir vendiendo por cada puerto a gente desconocida. La bolsa negra tenía sus reglas y ellas eran inviolables en aquella época, solo se vendía a conocidos o recomendados por ellos, gente que prestara confianza.

-Coño mi socio no me hagas esto, aquí está la plata, me he pasado meses para reunirla, si quieres no me digas nada aquí, yo te doy la dirección de mi casa para que veas que no hay misterio. Puso sobre la mesa un fajito de billetes sudados y viejos.

-¿Cuánto hay ahí? Al tipo se le iluminaron los ojos y vio un destello de esperanza en esa pregunta.

-Hay doscientos cincuenta pesos mi ambia.

-Te juro que de verdad no tengo zapatos de mujer, trata de averiguar con otros tripulantes. Fue como un cubo de hielo lanzado en pleno rostro de ese padre, yo no tenía valor de arrebatarle el ahorro de tantos meses con un artículo cuyo valor fuera unos tres dólares. El hombre se retiró derrotado.

La aduanera que me tocó para revisar la pacotilla era una cara nueva y eso me preocupó, pero el que hizo la ley también hizo la trampa. Años anteriores, la pacotilla era revisada en un salón y ante la vista de los demás aduaneros y marinos. Como la necesidad tocó fondo en todas las familias cubanas y con ella hizo su aparición esa corrupción generalizada, se creó el sistema de revisarla en los camarotes de los tripulantes. Esa simple acción brindaba la oportunidad de negociar con los aduaneros, nosotros comprendíamos que ellos tenían derecho a luchar por sus familias también y siempre, fíjense bien, siempre cargábamos con nosotros artículos extras dedicados a esos menesteres que dejó de llamarse soborno.

-¿Tienes hijos? Ella se sorprendió con aquella repentina pregunta.

-Si, tengo a tres ya casados.

-¿Y nietos?

-Tengo dos hembras.

-¿Cuál es el pie de ellos y el tuyo? Le pregunté sin rodeos.

-¿Qué me insinúas?

-Nada, solo te pregunto por esos datos. Yo sé que eres nueva aquí, pero todos estamos luchando por vivir, creo que me entiendes porque no hablo ruso.
-Yo nunca me he metido en nada y para serte sincera, tengo miedo.

-Tú no te vas a meter en nada, solamente me sellas las cajas como revisadas, me das la dirección de tu casa y yo paso de noche a dejarte tu mercancía, es lo acostumbrado y no corres riesgo. Si alguien preguntara en un futuro, puedes decir que te los regalé, somos amigos y yo visito este puerto desde hace décadas. Lo pensó solo unos segundos, vi como anotaba su dirección en un papelito que luego guardara en mi billetera. Ese día pasé por las oficinas de turismo y les llevé mi acostumbrado regalito, eran cosas insignificantes, pero de mucho valor para las muchachas. Luego, cuando necesitara de alguna habitación en el hotelito o pasaje de avión para La Habana no tendría problemas. Mi mercancía salió rumbo a Santiago de Cuba en el carro de un amigo, yo nunca vendía al detalle, no me gustaba luchar en contacto directo con la gente.

Las cosas habían adelantado mucho en las negociaciones de George con el personaje del consulado cubano y ya todo estaba a punto de reventar. Yo tenía seleccionado a mi primer cliente para sacar de Cuba, era un socio de mi edificio que actualmente vive en EU, luego, ya tenía una cadena lista para sacarlos. Aleida me dijo que el viejo viajaría a La Habana para ultimar detalles con los cabezas de ese tráfico humano, y que deseaba tener un encuentro conmigo antes de partir. Solo unos minutos antes de abordar su auto, Aleida me manifiesta que había incluido a Rafael en el negocio.

-¿Sabes una cosa? Te lo advertí bien claro y te lo repetí en varias oportunidades. Solo tengo deseos de ir a ver al viejo para decirle que le jodiste el negocio.

-Es que me dio pena dejarlo fuera, no creo que sea un agente de Castro.

-Ese es tu problema Aleida, no tienes visión para detectar quién lo es o no, has cagado todo y te lo advertí.

-No seas tan negativo, vamos de todas maneras hasta la oficina del viejo.Todo el trayecto lo realizamos en silencio, solo iba pensando en la deuda telefónica que poseía sin haber comenzado el negocio. Una vez allí, el viejo me pidió varias opiniones que respondía sin interés alguno.

-¿Cómo crees que debo conducirme en esa reunión?

-Como lo que eres, el dueño de los caballitos, tú eres el que tiene la plata y ellos son los necesitados. Nunca des muestras de desespero ni aceptes promesas de intermediarios, trata de que todas las negociaciones sean con los cabezas, allí nadie está autorizado para tomar decisiones, eso lo debes tener siempre presente. No hables nada fuera de lo común en las habitaciones, no aceptes ofrecimientos de muchachas, desconfía hasta del último camarero de los hoteles o restaurantes donde te lleven, todos son colaboradores y cualquier anormalidad que te sea grabada o filmada, será material para un futuro chantaje. Rafael permanecía callado, no participó en nada, Aleida trataba de incursionar en un terreno desconocido para ella y solo lograba aportar nerviosas y fingidas sonrisas, pensó que su encanto sería determinante en el éxito de aquel negocio. Nos despedimos de George, yo lo hacía convencido de su fracaso. Aleida salió al día siguiente con el presidente de su compañía en viajes de negocio para España, yo me quedé esperando lo peor.
Al viejo no se molestaron en recibirlo en La Habana y llamó totalmente frustrado, Aleida continuaba en su viaje de negocio por España y cuando hablé con ella prestó poca atención a la noticia. Rafael me comunicaba que la entrada de los "Marielitos" a Cuba había sido autorizada por el gobierno cubano, y que éste, había abierto varias oficinas para tramitar los viajes directos desde Miami. Me dijo también que varios de sus parientes se encontraban vinculados a esa operación.



Un día llamé a Sonia para preguntarle por Rafael y me contestó que no lo conocía. Poco antes de partir de regreso para Cuba me atacó por la espalda, cuando recobré el conocimiento logré desarmarlo, nunca había tenido ante mí una representación tan miserable de lo que es un héroe cubano. Tuve que dejarlo escapar por tener la familia en la isla, allá fue condecorado. Sonia resultó ser íntima amiga de la mujer de Rafael, ¿y Aleida? Sigue siendo quien era, aunque la belleza se fue borrando con los años y las libras. Ya es Presidenta de la compañía donde comenzara como obrera, dejó al marido y tiene casa nueva.


Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada
Miércoles, 07 de Julio del 2004


xxxxxxxxxxxxxx

jueves, 11 de abril de 2019

LAS VACAS ENANAS


                                      LAS VACAS ENANAS





Dicen las malas lenguas que una vez fueron a construir un cine en Pinar del Río y luego de levantadas todas las paredes, se dieron cuenta que la concretera usada para preparar las mezclas se encontraba dentro. Bueno, este evento ha sido explotado durante decenas de años para acusar a los pinareños de brutos. Creo que ha sido una injusticia, porque si nos dejáramos arrastrar por los errores cometidos en la isla, llegaríamos a la conclusión de que todos los cubanos somos unos burros.
Navegando por Internet me encuentro con una página argentina cuya dirección es la siguiente;


http://www.agrodiario.com.ar/Notas/Varios2004-07-27.htm

(La pagina dejo de existir, pero al final les ofrezco otra donde se mantiene la noticia)  


Resulta que en San Juan y Martínez vive un guajiro llamado Raúl Hernández Loaces, quien ha logrado sin conocimiento alguno de genética o biotecnología una raza enana de vacas. Debe destacarse que ese guajiro de forma empírica, ha obtenido los frutos buscados por los hombres de ciencia durante varios años, porque de todos es conocidos que ese experimento se encontraba entre los proyectos del régimen. Vale la pena solicitarles que lean el primer párrafo de ese artículo, donde como introducción se hace referencia también a unos conejos gigantes.

Bueno, nadie supo de la existencia de aquellos enormes animales en nuestra isla, supongamos entonces que hayan sido animales mitológicos, como casi todos los resultantes de los constantes experimentos. Manifiesta la nota aparecida en la página argentina que, entre los planes de Fidel, se encontraba solucionar el problema de la leche en la isla por medio de esas vacas enanas. ¡Dios mío! Creo que nos estamos volviendo más brutos que aquel grupo de hombres que olvidó la concretera dentro del cine en Pinar del Río. ¿Cómo puede aspirarse a tal locura? Castro en medio de su demencia acabó con toda nuestra ganadería o, ¿pretenderán también culpar al imperialismo de eso?
En fin, siempre hay temas para hablar de Cuba, y cuando no existan se inventan, y cuando no puedan inventarse aparecerán cosas tan ridículas como estas. El lío es que cuando se logra algo, de ello debe enterarse el mundo, porque la isla no puede vivir sin protagonismo.

Dice la nota que las aspiraciones del gobierno con aquellos experimentos, eran proveer a cada familia cubana con uno de esos rumiantes. Por eso estamos como estamos, se imaginan ustedes a toda la gente de Centro Habana buscando donde pastar a las cabronas vaquitas, ¿creen los argentinos que publicaron esa nota que la capital es un campo de pastoreo? Yo no quisiera imaginar ese espectáculo, me refiero a la de todos los ciudadanos andar con su vaquita por las calles cuando llegaran hambrientos del trabajo. Bueno, el lugar más cercano para esos menesteres se encuentra a la salida del túnel, pero no creo que alcance para todos tampoco. Y el gobierno no les va a resolver transporte, no lo ha hecho con los humanos en muchos años, así que esa será una gran dificultad.

¿Cómo repartirían las vaquitas? Me imagino que a los niños menores de siete años y cuando pasen esa edad se la quiten. ¿Y a los ancianos, a partir de qué edad? ¡Uffffff! Demasiados problemas se les presenta a los camaradas del comité central y a los del poder impopular, grandes rachas de asambleas extraordinarias les esperan.
Otro problema en lo que no pensó el gobierno, y menos aún el pinareño, ¿dónde vivirán las vaquitas? Porque no me imagino a nadie subiendo con su animalito para una barbacoa, y las broncas deben ser del carajo cuando la familia esté sentada frente al televisor y el infeliz animal se cague en medio de la sala. Sí, porque los argentinos son tan ingenuos que ya vieron millones de vaquitas en las casas cubanas y la gente comiendo carne por la libre. Los pobres, no saben que las poquísimas que aún están vivas se encuentran inventariadas y pobre del loco que las sacrifique. Yo no quiero pensar en las desgracias que profundizarán ese calvario que vive la mujer cubana. Está muy bien eso de tener a la vaquita en la casa y darle la leche al niño directamente de la teta de la vaca, eso le conservará los senos a las mujeres cubanas, pero el precio a pagar es muy alto.

¡Otra cosa! Se supone que solo repartan vaquitas, nadie resolvería nada con un torito, ¿cómo se reproducen? Esa es otra jodedera, en fin, hay que consolarse solo con la noticia, aunque los toritos pueden ser dedicados al turismo sexual.

Ni el pinareño mismo sabe lo que ha hecho, bueno, este tuvo que ser de aquellos que trabajaron en la construcción del cine. ¿Cómo no se le ocurrió cruzar las vacas con elefantes? Porque con el hambre que se ha pasado en la isla en medio siglo, bien vale la pena un experimento como ese. No se detuvo allí el autor de la nota y manifiesta que los animalitos son de abundante carne, se los juro, es para orinarse de la risa.

Por lo pronto no debemos especular con el experimento del guajiro Raúl, dentro de poco veremos a las caravanas de guaguas atestadas de turistas visitando la finca de manos de Eusebio Leal. Luego, cuando la cría aumente, se mandarán vaquitas para las casas de los dirigentes y las que sobren para los hoteles, ya sabrán cobrar más caro un bistec de vaca enana y hasta el mismo vaso de leche.

Supongamos que el guajiro Raúl done la patente de cómo lograr esas vaquitas al gobierno, de la misma manera que Guillén donó plata de sus derechos de autor para las MTT. Supongamos que por un milagro se logre algo con éxito en la cadena de experimentos que siempre han llevado a cabo, y supongamos que la producción de vaquitas enanas sobrepase las demandas del turismo y los dirigentes, supongamos también que ya han pasado cincuenta años. ¿Cómo se repartirán esas vaquitas a la población?

Bueno, como nada ha cambiado en todo este tiempo y tomo como referencia los almanaques pasados. Las vaquitas se repartirán primero por méritos revolucionarios. Habrá más discusiones en las asambleas de los sindicatos, sacaderas de trapitos sucios entre esos viejitos donde se encuentran también actuales jineteras y pingueros en retiro, y como es una novedad, todos querrán tener a su vaquita en la casa porque será considerado un símbolo de integración revolucionaria. Después, bueno, después pasará lo mismo que sucedió con los televisores rusos, las bicicletas chinas, las lavadoras Aurika, los radios Selena y hasta los televisores Panda, todos se jodían y no había piezas de repuestos. Con las vaquitas nada cambiará, se joderán muchas por falta de alimentos y su hemofilia las hará débiles a las enfermedades. Muchos verán con tristeza como fallece parte de nuestra familia sin poder darle una puñalada, adiós carne y leche. Pregunten por la experiencia de los pollitos.

Yo quisiera que el guajiro Raúl, el mismo gobierno cubano o los argentinos que publicaron esta nota, le dieran solución a un caso como este. Yo viví agregado en una casa de cuatro cuartos con un núcleo familiar de 21 personas, ya pueden ir dividiendo si saben algo de matemática. Pues dentro de esa enorme familia a la que la gente del barrio identificaba como “Los Muchos”, existían seis menores de edad y con derecho a las vaquitas. ¿Creen que ya terminó todo?, ¿Dónde me dejan a la suegra que era mayor de edad y tenía dieta de diabética?, ¿ya sacaron la cuenta? Nos tocaban siete vaquitas enanas de acuerdo a los planes del gobierno. ¡Ya saben! Veintiuna personas, siete vacas y un perro. Es para orinarse de la risa, pero no se lo digan a nadie, para los revolucionarios es todo un éxito. ¿Abundantes en carnes? Jajajajajajaja.




El “laboratorio” cubano donde nacen vacas en miniatura


https://oncubanews.com/cuba/economia/el ... miniatura/






Esteban Casañas Lostal 
Montreal..Canadá 
2004-07-29 




xxxxxxxxxxxx

Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...