LA TRAMPA
Los otros días nevó y mi nieto formó tremendo
escándalo, llevaba tiempo esperándola, contaba los días que faltaban para su
llegada y cumplimiento de nuestros pronósticos, estaba eufórico. Esperó a que
yo me levantara para anunciármelo, ¡Yeyo, ya está nevando! Casi gritó cuando
salí del cuarto y me tomó de la mano para llevarme hasta la ventana de mi
oficina. El paisaje de nuestro patio y vecinos era blanco, no puedo negar que
el primer día se disfruta, esa blancura cubre el panorama desolador que nos
deja el otoño. Ambos observábamos la caída de motas medianas, su descenso era
totalmente vertical por la ausencia de vientos, tenía su encanto. -Cuando venga
de la escuela voy a limpiar la entrada de la casa con Yeya. Me dijo y no le
presté mucha atención, mi vista se detuvo frente a la entrada de la caseta del
patio, un pequeño puntico negro daba salticos y se aproximaba a ella. ¡Un
guayabito, un guayabito! Pensé en voz alta y él me escuchó, tuve que cargarlo,
pero no alcanzó a verlo. Los minutos restantes y antes de que partiera a tomar
su autobús, tuve que explicarle varias veces lo que era un guayabito. Ese día
cayeron diez centímetros de nieve, ya se derritió con toda esta jodienda del
recalentamiento de la tierra, su palita reposa junto a la entrada de la casa.
En mi mente quedaba una meta desde aquella pequeña
nevada, atrapar al puntico negro. Detestaba a los ratones, puedo afirmar que
los odio y ese sentimiento tiene sus bien fundadas razones. Regresé al pasado
por esa magia que tiene los caprichos de la memoria, embarqué nuevamente en el
Papito Tey y nos disponíamos a salir de Matanzas con destino a Europa.
Mientras realizaban el sondeo de salida, el gordito Cruz, Cuarto Maquinista del
buque, se las arregló para llevar a un fitosanitario hasta su camarote.
Vivíamos en la misma cubierta y luego de aquella misteriosa reunión con el
personaje, me llamó.
-¡Mira esto! Sobre su cama descansaban tranquilamente
varios mojoncitos de ratas y un jabón Nácar lleno de mordidas.
--¡Ño! Está duro el asunto con estos ratones, fue
todo lo que pude decirle. Se produjo un poco de alboroto a bordo y el camarote
fue inspeccionado por varias personas, aduaneros, funcionarios de Inmigración,
guardafronteras, Capitán, secretario del partido y curiosos. Pensamos que
detendrían a la nave para fumigarla antes de partir, pero la sangre no llegó al
río.
-Parece mentira que un militante de la juventud se
dedique a frenar las misiones que nos ha encomendado la revolución y el
partido. He venido a participar en esta reunión y realizarle una fuerte crítica
al compañero Cruz. Fueron las palabras del siempre temido secretario del
partido, el domador de voluntades.
-¿No viste la cantidad de mojoncitos que habían
encima de mi cama? Este barco está infestado y las ratas son trasmisores de
varias enfermedades. Nunca se pudo sentir tan niño, indefenso, abandonado,
huérfano, la voz de Cruz lo traicionaba, surgía con esa vibración que solo
acompaña el miedo.
-¡Compañero! Cuando nosotros estábamos luchando en la Sierra Maestra para alcanzar la libertad que hoy gozas y darte la oportunidad de haber estudiado en la Academia Naval, cuando nos jugábamos la vida en las montañas, no estábamos pensando en raticas, alacranes, ni nada por el estilo.
-Sí, pero aquí no estamos en la Sierra, esto es un barco y yo no tengo
necesidad de ser mordido por una rata. En medio de aquel torbellino de temores,
Cruz respondió con una valentía traicionada. Reinaba el silencio y nadie se
dispuso a intervenir en una batalla cuya derrota siempre era adelantada. Con su
rostro pálido recorrió cada uno de los presentes en el salón y todos evitamos
su mirada, nuestro cielo tenía apenas dos metros de altura y la cobardía
quedaba como siempre atrapada.
-Después vamos a analizar en el seno del partido su caso, yo creo que existen
problemas ideológicos graves que merecen ser analizadas por el núcleo. La
condena había sido dictada y todos partimos abrumados por el mismo silencio
indecente que ganaba terreno.
Odié a las ratas y me hundía en sus oscuros laberintos evitando convertirme en
una de ellas. Desde ese instante me molestaban como nunca había sucedido, no
las observaba como un simple animal que compartía las mismas o peores
calamidades, encontraba en ellas a un radical militante del partido. Se imponía
su supervivencia y voluntad en un campo político donde ellas vencían y debían
ser aceptadas. La vida para nosotros se iba aproximando a las puertas de un
infierno flotante, acorralados junto a ellas y sin posibilidad de escape,
estábamos obligados a compartir el mismo territorio. Nuestros camarotes eran
los suyos por obra y gracia de las misiones revolucionarias encomendadas.
Ellas, con las desventajas de ser unos repugnantes roedores que actuaban desde
espacios inaccesibles y cuando se imponía el silencio de la noche. Yo las
comprendía y llegué incluso a simpatizar con ellas, luchaban por sobrevivir.
Cuando vi aquel jabón Nácar reducido por sus mordidas, no pude dejar de
reconocer la penosa situación que vivían. Eran tan duros como cualquier
ladrillo utilizado en la construcción, difíciles de arrancarles una burbuja,
inodoros e irritantes a la piel, ¿cómo actuarían dentro de un estómago?, era
difícil imaginar. Luego, aquellos escandalosos paseos de los roedores por el
cielo raso de nuestros camarotes, pudieron ser los causantes de infinitos
desvelos por temor a ser mordidos en pleno sueños. Corrían en todas
direcciones, de babor a estribor, de proa a popa. Pasaban de camarotes a
camarotes, gritaban algunas y las imaginaba en la realización de actos sexuales
involuntarios. Sus gritos llegaron a levantarnos de las camas, suponíamos a
ratas vírgenes que habían sido violadas en cualquiera de los barrios existentes
en aquellos cielos rasos tan bajos.
Yo hacía la guardia de doce a cuatro de la madrugada
en aquellos tiempos, cuando terminaba ese turno, coincidíamos en la cocina el
timonel, el Tercer Maquinista y su engrasador. Antes de abrir la puerta,
tratábamos de producir algo de bulla para espantarlas, aun así, cuando
pasábamos a su interior, nos encontrábamos entre quince y veinte ratas en plena
orgía sobre mesetas y hasta el mismo fogón. Puede que resulte increíble, pero
esa situación la experimenté en otros barcos infestados.
Los otros días, me propuse comprar algunas trampas o ratoneras para eliminar al
indeseable visitante de la casita del patio. Busqué en un mercado importante y
perteneciente a una gran cadena en Montreal. Como el ratón es un animal, se me
ocurrió recorrer los estantes de comidas para ellos. Comidas para perros,
perros, perros, perros, era extensa esa parte del estante. Continué, comida
para gatos, gatos, gatos, gatos, era larga y de gran variedad. Comidas para
pájaros, pájaros, pájaros, comidas para hamsters, peces, culebras, lagartos y
para de contar. No existía la más remota posibilidad de encontrar un arma para
quitarle la vida a ese animal. Partí para otra tienda importante y repetí la
operación infructuosamente, pero me prometí no darme por vencido, desechaba la
idea de que en Canadá no existiera algo para combatir a los indeseables y
asquerosos roedores.
Fue en otra importante tienda donde pude dar con un estante de productos
variados y en la parte inferior, la más próxima al suelo, comencé a leer;
trampas para mosquitos, trampas para hormigas, trampas para cucarachas, trampas
para ratoncitos. Me detuve por ser la última clase de trampas existentes, sin
embargo, mi mente continuó produciendo trampas. Trampas para ladrones, trampas
para chivatos, trampas para tarrúos, trampas para hijos de … Me detuve y
recordé haberle hecho una promesa a mi amiga Aurorita en un foro de
camagüeyanos, no escribiría con malas palabras a partir del año que viene y
solo restan unos días para arribar. Borré entonces aquellas trampas mentales y
le presté atención a las de los ratoncitos.
Yo esperaba encontrarme con aquellas antiguas ratoneras que utilizábamos en
Cuba antes de que llegara el bloqueo, o sea, las confeccionadas con un pedacito
de madera y con unos alambres que, actuaban como un resorte cuando el bicho
trataba de agarrar la comida que se le ponía. Olvídense del queso que siempre
aparece en los muñequitos infantiles, ese se había perdido hacía muchos años en
la isla. ¡Pues, no! Tomo una de aquellas trampas en venta y las noto muy
livianas, leo y dicen que tienen el cebo incluido. No sé por qué rayos, cuando
leo la palabra “cebo” me viene a la mente aquel programa que tanto disfrutaba
en mi infancia y que era animado por Germán Pinelli, me refiero al “Palo
ensebado”, ¿se acuerdan? En medio del estudio había un asta que había sido
previamente embarrada de sebo. A ese programa asistían parejas que estaban en
proceso de casarse y el que llegara al tope del palo se ganaba un ajuar de boda
completo. No era fácil subirlo, pero hubo mucha gente que lo logró, y Pinelli
le preguntaba a la novia, ¿cómo tú le dices?, y la novia que respondía, yo le
digo Panchito, y el tipo que comenzaba a subir y Pinelli junto al público que
gritaba; ¡Sube, Panchito, sube! ¡Sube, Panchito, sube! Y algunos llegaron y se
ganaron todos aquellos regalos. Pero después de la revolución tumbaron ese
programa tan divertido para muchos, eran rezagos del pasado capitalista,
humillantes, etc. Pero el lío es que, aunque los continuaran, ¿qué le iban a
regalar al que llegara al tope del palo?, ¿una medallita, un diploma, un mérito
revolucionarios?
Leo el estuche de la supuesta trampa y dice que está confeccionada con una cola
adhesiva, o sea, para que el animal se pegue. Comprendo entonces que me
encuentro en un país desarrollado que intenta a toda costa el derramamiento de
sangre, hasta en animales tan odiados y repulsivos como los ratones. Porque de
verdad, aquellas ratoneras de Cuba te podían fracturar con comodidad cualquier
dedo de la mano. Pero siempre surgen las dudas cuando chocas de frente con
estos productos, ¿tendrán aplicación con los ratones cubanos? Porque aquellos
son la llama y tienen que luchar la jama a un precio más caro que los de este
país, aquellos ratones son unos cabrones y se las saben todas, pienso y dudo
sobre su efectividad en la isla. Pero bueno, que todo sea para evitar
derramamiento de sangre, debo acostumbrarme a vivir en este país y todos los
días se aprende algo nuevo, pensé.
Dice el envase en su parte frontal que leyera las instrucciones del fabricante
y le doy la vuelta, encuentro que vienen escritas en tres idiomas, inglés,
francés y español. Comienzo por el primero, casi siempre leo las instrucciones
en las tres lenguas para llenar los baches que se quedaron en las escuelas.
Desde la primera explicación me sentí invadido por la curiosidad, pero quise
reservarme para el español y no pude evitar un brinco mental, salté y reprimí
los deseos de gritar, decían aquellas instrucciones;
… Revise diariamente la trampa o cuando sienta algún ruido, si encontró algún
roedor pegado a ella, trate de alejarse de su casa a una distancia de 1.6 km.
Lleve consigo un poco de aceite comestible y frote con él la parte pegada del
animalito. Trate de despegarlo con suavidad y suéltelo, es casi seguro que a
esa distancia le resulte imposible regresar a su casa…
¡No puede ser! Esto debe ser obra de algún gallego que trabaje para Geen Peace,
me están tomando el pelo o el mundo se está volviendo loco con ese asunto de
las organizaciones protectoras de animales. Seguí leyendo y dice la mencionada
trampa que no se utilizaron productos químicos venenosos, etc. ¡Okey! Está
bueno eso de que no usen venenos, puede resultar peligroso para los niños que
habiten en cualquier casa.
¡Ese gallego tiene que estar loco! Después que tuve que pasearme por tres
tiendas y recorrer infinidad de estantes, gastar tiempo, gasolina y dinero, ese
tipo tiene que estar bonchando, ¡no puede ser! ¡Mira! Cuando yo agarre a ese
guayabito, ni te imaginas lo que voy a hacerle. ¿1.6 kilómetros? ¡Ná, ese tipo
tuvo que estar borracho cuando escribió aquello, la gasolina nuevamente, el
tráfico, y vaya usted a saber, y me encuentre un canadiense de esa organización
protectora de animales, y me llame a la policía. ¡Ná, yo no entro en esa
gracia! Conmigo los asuntos se resuelven de otra manera. ¡Oye! Aguantarle la
descarga a mi mujer cuando me vea metido en la cocina y trasteando una botella
de aceite. ¿Y si el ratón es un cabrón de esta época moderna y andan con GPS, y
lo tengo en la casa al día siguiente? Me pasé media hora discutiendo conmigo
mismo en esa rumba e indeciso de comprar aquel tareco.
Pensé, pensé y volví a pensar, la conciencia me venció, me dijo; Debes
adaptarte a tus nuevas condiciones de vida y dejarte absorber por la sociedad.
¡Sale del subdesarrollo, compadre, ya vives en Canadá! Me sentí conmovido y le
di la razón, ¡coño!, ¿cómo voy a regresar al pasado?, no puedo continuar
atrapado en la época medieval.
Fui para la caja y compré quince trampitas de aquellas. Esa misma tarde, le
puse una barricada al ratoncito a la entrada de la puerta de la caseta que,
solo podía ser vencida por un ratón cubano, yo estaba convencido de eso, pero
deseaba experimentar con los de aquí.
¡Pues cayó! Yo sabía que él debía salir, en la caseta no hay nada de comida. Si
hubiera sido un ratón de la isla, estoy convencido que inventaría un par de
zancos o cualquier otro artefacto para burlar aquella estúpida barrera. Pero
qué le vamos a pedir a un ratón que se mete seis meses escondidos por la nieve,
y bueno, ahora están escapando por el recalentamiento de la tierra.
Ni se imaginan la alegría que sentí cuando agarré a ese cabroncito, ¡ah!, pero
debía proceder civilizadamente. No le dije nada a mi nieto para evitar esa
cultura de violencia en él. Tampoco fui a la cocina por aceite, resulta mejor
matar al animal que soportar la descarga de mi mujer. De aceite nada, solo
debía someterse a un pequeño sacrificio como aquel de los cubanos cuando se
tenían que afeitar con las cuchillas Patria o Muerte.
En una bolsita plástica metí la trampita con el animalito tratando de
despegarse de ella y me fui caminando hasta la orilla del río, yo vivo a unos
treinta metros del río San Lorenzo. Me ahorraba la gasolina, el tráfico y la
mirada inoportuna de cualquier activista de esas organizaciones protectoras de
animales. Lo agarré por la cola y comencé a despegarlo lentamente, creo que
escuché algo, pudo ser imaginación mía, pero no cabían dudas que le dolía.
Cuando al fin lo despegué totalmente, vi que quedaban restos de su pelambre
pegados a la trampa. Increíblemente el tipo se mantuvo tranquilo, quizás por el
agotamiento. Entonces me paré y giré mi posición en dirección al río mientras
lo mantenía sujeto por la cola. Lo coloqué como si fuera a patear un balón de
fútbol, me acordé también de que yo había participado en los primeros juegos
deportivos escolares con el equipo de Becas. Y ahora me perdonas querida
Aurorita, si no lo digo me reviento y aún no estamos en año nuevo. Solté al
animalito y le di una monumental patada por el culo, lo vi viajar por el aire
durante unos segundos para luego caer a unos ocho metros de distancia. Lo seguí
con la vista y comprobé que estaba vivo, nadaba el muy cabrón, pero se alejaba
por la fuerte corriente que tiene ese río.
Poco le duró la felicidad y aspiraciones de llegar a la orilla, pasó en vuelo
rasante una de esas gaviotas que detesta comer Mc Donalds y que todavía se
acuerda que es una gaviota. Repitió el vuelo, pero la segunda vez se lanzó en
picada sobre el cabrón ratoncito y se lo jamó. Quedé limpio con mi conciencia,
colaboré con la supervivencia de las especies, no existió derramamiento de
sangre y lo principal, no tuve que escuchar a mi mujer. Creo que me voy
adaptando a una nueva sociedad perfectamente y no me olvido de Cruz.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada
2006-12-18
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