Visitas recibidas en la Peña

lunes, 5 de junio de 2023

EN MI JARDIN SE MARCHITAN LAS FLORES.

 

EN MI JARDIN SE MARCHITAN LAS FLORES




Un día soñé con tener un bonito jardín, no tenía que ser muy grande, solo un pequeño espacio donde sembrar flores. Es que los pobres somos así cuando soñamos, lo hacemos de a poquitos para no molestar a nadie, para que no nos envidien, para no humillar al vecino que tiene menos y sueña también chiquitico, quizás sus sueños sean otros, pero el mío era ese, tener un jardín.

 

En ninguna de las casas donde viví lo tuve, cuando no tenían la puerta en la misma acera de la calle, el terreno era pedregoso o con mucho salitre. En otras, a la gente del barrio no le gustaban las flores, no tenían tiempo para atenderlas por los trajines de la vida y no enseñaban a los hijos a cuidar de ellas, puede que también sea por la cultura machista de esos barrios. Quién podía imaginar a un hombre de aquellos lugares andar por la calle con un ramo de rosas, había que ser valiente para eso. Lo normal era que los machos anduvieran con un bate de pelota, las flores quedaban para los homosexuales o para los santeros, los varones no habíamos nacido para eso.

 

Moría poco a poco lo romántico, se esfumaba lo bello de estos gestos que vivieron nuestros abuelos. Desaparecía ese momento tan bohemio, como lo era regalarle una rosa a otra rosa. Se perdía en las tinieblas de nuestros egos eso tan dulce y celestial que nos hace vivir y ser eternos, el amor, y el amor está donde quiera que exista un jardín, porque el amor brota a cada momento desde el interior de una flor.

 

Siempre deseé tener un jardín, aunque fuera pequeñito y tenerlo lleno de flores, así me recordaban que el amor existía y no había muerto. Necesitaba me dijeran que aun somos humanos y se puede ser dulce, que me calmaran la vista con sus colores y si alguna vez dormía entre ellas, que su fragancia me llevara cual alfombra mágica por los aires, bien lejos. Necesitaba olvidar, aunque solo fuera posible en sueños, que existe gente a los que no les atrae ni un poco las flores.

 

De hombre y cuando al fin tuve un apartamento, vivía en la planta baja y pegado a mi pared sembré rosas rojas, amarillas y blancas, algunas varitas de San José y unos lirios. No encontré otra para sembrar, todos los jardines estaban igual al mío. En realidad, no era mío aquel jardín, yo no era mío tampoco, no era de mi propiedad nada que pisara esta tierra, ni mi rostro, ni mis pensamientos y mi voz se perdía en el espacio sin llegar a ningún oído, que tampoco eran propiedad de sus portadores.

 

Aprendí a querer y admirar las flores muy lejos de mi tierra, tal vez en Holanda, donde uno se pierde en mares de tulipanes, quizás en Francia o en Inglaterra, no sé exactamente dónde, una vez allá quedé maravillado. Pocos en mi país conocen el placer de sentarse en un parque que esté preñado totalmente  con sus colores y olores.

 

Las flores que sembré pegadas a la pared del apartamento que decían era mío, las tenía que vigilar muy bien para que no se las robaran, para que no las destrozaran los niños y los mayores. Los muchachos tratando de cazar a las infelices lagartijas, las que tomaron como hogar las plantas de mis flores. Los mayores que en los trabajos voluntarios no medían la dirección de su machete al chapear y en oportunidades cortaban las flores que tanto trabajo me costaba cuidar.

 

Las niñas de mis memorias fueron creciendo como mis flores y jugaban en el jardín. Entonces, este espacio se puso muy contento, todos los días en horas de la tarde, se llenaba de flores que corrían de un lado a otro, flores que reían y tenían más vida, flores que en unos años serían más bellas que las que yo había sembrado.

 

ROSA

Rosita era una diminuta niña que nunca debió haber nacido, vino al mundo por error de unos padres que se dejaron llevar por la atracción de la carne y no pensaron en el futuro. Les sucedió lo mismo que a muchos de los que vivían allí donde estaba el jardín, su padre era joven, pero mucho mayor que la madre. Ella, era casi una niña, hacía muy poco que había rebasado los quince años de una hermosura increíble, él estaba más allá de los treinta. Aceptaba las responsabilidades que le asignaban en el trabajo, lo hacía con toda la dedicación y amor que existían en su universo, tal vez demasiado embriagado en unas ideas de las que nadie poseía pruebas sobre real su éxito. El resto del tiempo disponible era ocupado por su Partido, vendedor de promesas y teorías que lo asfixiaban sin percibirlo y lo alejaban de la realidad. Le robaban el espacio disponible para atender a una joven diosa que siempre dejaba abandonada en casa. Rosa sentía muchos deseos por vivir, aprender, bailar, conocer al mundo que la rodeaba. No le importaba si era pequeño o escaso, bastaba que escapara los dominios de aquellas cuatro paredes. Deseos que no podía satisfacer aquel esposo en medio de sus cautiverios obligatorios, impropios de su edad. Sin ambos darse cuenta llegó Rosita, esa linda florcita que muchas otras niñas hubieran deseado poseer para tomarla como una muñeca en sus juegos infantiles. Era traviesa y juguetona, poseía un rostro singularmente bello y desde sus primeros pasos, podía adivinarse en su andar que sería una de las flores más finas de aquel universo por donde corría cada dia, tenía una embrujadora elegancia al hacerlo. La hermosura de Rosita la había heredado de la madre, quién aun después de haber parido, seguía siendo una de las flores reinas. Nada cambió en su ser de niña, verla andar con la criatura en los brazos, nos hacía pensar que cargaba a una muñeca y solo se trataba de un juego, pero desafortunadamente, fue un juego cruel y serio de la vida.

 

MARGARITA     

Era una humilde mulatica que pertenecía a un enorme ramo, era muy seria para su edad. Por encima de la seriedad sobresalía la humildad obligada de su vida, 

gente muy pobre, extremadamente pobre. Luego de tantos años no alcanzo a comprender como lograban vivir, sobrevivir es la palabra adecuada. En aquel ramo de flores ella compartía hojas y espinas con una prole numerosa, los padres y los abuelos. El salario de todos ellos no llegaba a la mitad del mío, no les alcanzaba para la comida, menos aún para vestirse e imposible para divertirse. Margarita no conoció la ropa nueva, heredaba la de los vecinos y amigos de su edificio, bueno, de los que tenían algo de corazón y mientras se podían darse el lujo de hacer regalos. Después la situación se puso más dura y aquellos gestos de solidaridad se fueron perdiendo. Su padre era blanco y la madre negra como el carbón. Margarita salió mulatica, como solía ocurrir en aquella mezcla practicada entre el ébano y el marfil. No era bella de rostro, sin embargo, su color era el más demandado por los turistas extranjeros que comenzaban a visitar su tierra. De piel canela, prometía ser una codiciada pieza en un futuro traidor que velaba sus pasos, muy bien escondido en la esquina del edificio. De niña se le distinguieron la cintura y caderas, virtud, suerte o condena ausente en la raza pura, privilegio en las mezclas del negro y el blanco, del chino y el negro, dando vida a ese mulato envidiable y deseado no solo en el patio. Ese color y forma de mujer vuelve loco al más macho, tiene algo de especial que todos desean conocer, solo se debe vivir en un jardín donde crezcan todos tipos de flores para comprenderlo, como crecían en el que yo trataba fuera mío. 

Era una niña que sufría en silencio, siempre con la misma ropita y el estómago medio lleno, medio vacío. Sin embargo, muy a pesar de los complejos por su pobreza, se notaba en esa flor algo que se llama dignidad y que inspiraba respeto, era orgullosa, valiente y jugaba como su andar, con la cabeza erguida, porque ser pobre no significa que no se pueda ser bueno. Vivía en un ambiente donde casi todos tenían y ella no poseía nada, la humillaban sin maldad por sus ropitas usadas y viejas. Nada lograba cambiarla y se mantenía orgullosa de andar con la cabeza alzada. Margarita siempre fue noble, esa era una de las virtudes que más yo le admiraba.

 

ADELFA

Fue una flor equivocada, un día soñó ser gimnasta, porque entre otras cosas, su cuerpo la acompañaba. Era una flor espigada de cuello largo y perfil griego, razón por la que su madre la empujaba a practicar ese deporte por el que no sentía vocación. Las pocas veces que corría por el jardín, la imaginé compitiendo en una olimpiada, pero estaba equivocado, Adelfa, orgullosa y arrogante, nunca llegaría a competir entre escuelas. No le gustaba mezclarse con las niñas inferiores a ella según su estandarte, presumía de todo, de lo que nada significa en otros lugares, quizás de un par de tenis o algo de menos valor. Ofendía en su forma de ser y de hablar a otras flores más pobres -como Margarita, por ejemplo- no era su culpa tampoco, ella era el producto de la forma de ser de su madre, señora a la que nada podía satisfacer su ambición insaciable de tener lo que otros no podían, su padre era militante del partido y oficial de la marina. Poseía buen salario y la posibilidad de comprar en el extranjero, sumándole a su botín, todo lo que se robaba de los barcos este camarada. En la casa de Adelfa no faltaba nada, allí podías encontrar desde un cenicero de alguna de las naves por las que el tipo había pasado, toallas, sábanas, copas con el logotipo de la Empresa, adornos de todo género y hasta la comida que sacaba en su portafolios, en el mismo que todo ingenuo o inocente pensaba que llevaba documentos o algún libro.  Así vivían y así vivieron mientras yo cuidaba mi jardín y mientras esto sucedía, permanecíamos entretenidos tratando de competir con el vecino, con los amigos y sus compañeros, porque ese fue un modo de vida entre los cubanos. Éramos felices mostrándoles a nuestros vecinos que nosotros teníamos cuatro porquerías más que ellos y por eso nos considerábamos superiores. Gozábamos cuando en nuestras casas teníamos un televisor a colores que no podía tener el más pobre y estos sentimientos egoístas y vanidosos se los trasmitíamos a nuestras flores.

Adelfa no gustaba unirse a las otras flores en el jardín que construí, detestaba jugar con las que no se vistieran igual que ella. Soñaba con mandar, dividir, imponer, obligar, subordinar al prójimo igual que su padre, por esas y otras razones, las otras flores más humildes no la seguían. Ellas eran pobres, pero vivían sin odios, no envidiaban a nadie, estas eran unas flores más felices y olorosas, tenían pocas cosas materiales, pero tenían más amigas y disfrutaban de su cariño, aunque no tuvieran zapatos bonitos.

 

AZUCENA     

Era preciosa, tal vez una de las flores más bellas, quizás fuera el producto de una combinación rara, tal vez la de un rubio con una negra. De esa salen a veces una especie que es conocida en Cuba como Jabá, mulata de pelo rubio rizado y ojos azules, ahora las he visto en Canadá, allá en Cuba no eran muy frecuentes estas mujeres u hombres. Ellas son de una belleza divina y se les atribuyen poderes eróticos o sexuales supremos. Fama que las convierte en una especie de objeto que muchos quisieran poseer aunque fuera solo por un momento, es un tipo de mujer codiciada, no solo por los nacionales, más aún por los extranjeros. Ella era una chica muy noble, su madre se divorció muy temprano, tal vez antes de tener memoria. Después de aquella separación se casó de nuevo y luego otra vez, hasta que perdió los recuerdos. No se sabe cuántos padrastros tuvo Azucena, cuatro o cinco, nadie lo recuerda, tampoco recuerdan quién fue su padre. El amor tocó a su puerta muy temprano, mucho antes de los doce, ya en estos tiempos esto no asombraba a nadie, las cándidas conversaciones de los niños se iban transformando en discusiones de sexo y de aquellas discusiones teóricas, muy pronto se pasaba a la práctica. Hasta que el sexo se convertía en una competencia y se dejaban a un lado el juego con las muñecas que envejecieron y murieron, luego desaparecieron. Azucena era distinta, ella amaba a su noviecito y del beso fugaz no pasaban, todos los días se encontraban en el jardín a escondidas de la madre y la abuela. Mientras tanto, el tiempo volaba y en la medida que éste lo hacía, crecían también sus cuerpos y junto a él, crecía también el amor que ambos compartían y más fuerte aun lo era el deseo juvenil, ese deseo animal por estar solos, desnudos y disfrutar sin interrupción como Dios los había traído al mundo. Solo eran animalitos llevados por los instintos, porque de Dios no habían oído hablar, su nombre estaba bien prohibido. 

Azucena siempre vivió bien, su casa era grande, lo suficiente para albergar a tres personas, ella, la madre y su abuela. Disponía de su cuarto donde nadie la molestaba y podía acomodar los juguetes que siempre cuidó con esmero de mil formas diferentes. Hoy colocaba a las muñecas encima de la cama, mañana sobre el escaparate, otras semanas sobre la cómoda, sin que nadie le dijera nada. Así fue siempre hasta que ella creció, entonces la madre la observaba con más recelo, vigilaba todos sus pasos, quienes eran sus amistades y media con exactitud cronométrica los minutos que estaba fuera de la casa. 

Todas sus amiguitas les contaban a sus madres que ya tenían novios o que estaban enamoradas y aquello les causaba risa. Para Azucena fue doloroso, no se sabe cuántas lágrimas derramó por el rechazo que le hicieron a su novio, pero nada de eso la pudo separar de aquel juramento de amor que se hicieran años atrás, escondidos en uno de los rincones de mi jardín.

 

JAZMIN

Era una de las mayorcitas entre todas las flores, su pelo extremadamente negro contrastaba con la blancura de su piel. En ese andar exótico y provocativo que caracteriza a muchas cubanas, ella hacía alardes de la bonita figura de su cuerpo y volvía loco a los chicos del barrio, era alegre y comunicativa. No le gustaba perderse una fiesta y soñaba como toda muchachita en un futuro, su carrera, el esposo, los hijos y el hogar. 

Su padre era militar, hombre comprometido hasta la médula con el sistema imperante. Fue -porque perdió la vida en Angola- de esa gente que solo aprendió a repetir lo que decían sus jefes, incapacitado para pensar o analizar qué era lo que le convenía al país. Fue un señor robot de carne y hueso, quién se olvidaba en todo momento la existencia de la familia, primero que ella estaba el deber y la Patria. Casi nunca permanecía en su casa, no podía ver a sus hijas crecer. Jazmín soñaba con ser Doctora y esto lo manifestaba cada vez que se reunía a jugar con las otras muchachitas. Siempre se las arreglaba para ser el Médico de la familia, poco le importaba que las otras protestaran. 

Su padre tenía otros planes para ella, Jazmín debía ser militar como él y así tenía que ser toda la familia. Ella no sabía cuánto placer le causaría al viejo comentar entre sus compañeros de armas, que su hija era uno de los mejores expedientes de la escuela militar. Esa era la aspiración de los guardias para sus hijos, convertir su destino en una tradición familiar. Lo hacían sin consultar con la voluntad de ellos, sin preguntarles un día cuáles eran sus sueños o que deseaban ser en la vida. En sus mentes enfermas solo aspiraban llegar al hogar y encontrarse a todos uniformados para que dieran la voz de ¡Atención! cuando ellos entraran y se hablara en las tertulias familiares de las bondades del gran jefe. Nunca se detuvieron a pensar si los hijos tenían otras opiniones, no les podía interesar que pertenecieran a otras generaciones, ellos no estaban programados para pensar o analizar, ya todo estaba escrito, tenía que ser así y de esa manera sería. 

Solo la madre de Jazmín conocía de verdad a sus hijos y en la medida que estos crecían, notaba como se aproximaba el final de la unión de la familia. Mientras tanto aquella florcita seguía allí con sus amiguitas, con sus juegos infantiles, su pelo bien negro y su piel blanca como la leche.

 

CLAVEL.     

 

Hacía un tiempo que había abandonado sus juegos de niña, estaba estudiando en la Secundaria Básica, aun así, no dejaba de ir con frecuencia al jardín, se reía de las travesuras de las más pequeñas, mientras estaba al lado de su enamorado. ¡Qué raro! A esa edad los muchachos cambian frecuentemente de pareja, sin embargo, las flores de este jardín se aferraban a una vieja costumbre muy próxima a morir. Eran noviecitos que demostraban amarse profundamente, como en aquellos tiempos en los que se juraban amor y fidelidad eterna, estaban fuera de moda. Lo normal era cambiar constantemente y probar los besos de la pieza nueva, unas veces ir más allá de los simples besos, ya se oía hablar con descaro como hacía el amor fulana, cómo se movía tirada en un claro del monte, dentro de una piscina o en la misma playa. Otros, los más atrevidos, lo harían en las propias casas cuando los padres se marchaban al trabajo o porque sencillamente estos los aceptaban alegando que no tenían otra distracción los muchachos.

Clavelito, como le decían todos los amiguitos, era una chica bien humilde que se había adaptado a vivir desde su nacimiento en la más estricta austeridad, pero aquella pobreza no la privó nunca de ser una muchacha bella, su hermosura contrastaba con la fealdad de su enamorado, quién era en extremo flaco, algo repulsivo el rostro por las huellas de un implacable acné juvenil y los cabellos bastante largos. Puede que por esa apariencia externa era mal recibido en el seno de la familia de Clavel, el chico no era malo, solo deseaba ser diferente a los demás y aquello que se consideraba un defecto por la sociedad, para él 

era una virtud. La gente lo consideraba un desviado, los más cercanos decían que estaba equivocado, quizás unos y otros hayan tenido razón. Es posible que se haya equivocado al nacer en una tierra que lo condenaba injustamente, solo porque no le gustaba el Son cubano y su gusto se inclinaba por la música extranjera. Se convirtió el muchacho -sin el saberlo- en un enconado enemigo de su tierra. Siempre preguntaba que tenía que ver el Rock con la revolución o con la Patria y todos carecían de argumentos para contestarle.  A la Patria de turno le resultaba más sencillo reprimirlo y apartarlo como escoria de lo que se estaba produciendo, el paraíso donde nacería el hombre soñado por muchos, un hombre formado de fantasías y sueños, la cigüeña descargaba un pesado bulto sobre la nación, estaba naciendo lo que muchos llamarían, “el hombre nuevo”. ¡Ay de quien no leyera al poeta, escuchara el discurso o hiciera eco de aquel parto donde “La Patria estaba pariendo un corazón! Nada ni nadie pudo apartar a Clavelito de su amado novio, ni sus padres, ni los amigos, ni la sociedad, ni toda la fealdad de este flaco que siempre fue su amor, quién llenaba toda la pobreza en la que había nacido, la que cubre el alma y llena el cuerpo.

 

VIOLETA

Se había criado en un solar de La Habana vieja en medio de una terrible promiscuidad, nunca conoció a su padre y desde niña fue el puntal donde descansaran todos sus hermanos, esa gran prole de diferentes colores y tamaños. El alcohol nunca faltó en eso que alguna vez trató de llamarse hogar, contrario a ello, escaseaba la leche para llenar estómagos vacíos en 

la mañana, cosa que a su madre nunca le preocupó, mulata que aun después de haber parido varios hijos, conservaba un cuerpo envidiable sin haber asistido a un salón de ejercicios. Ejercicios fueron los que siempre practicó en la cama, afirmaban las malas lenguas que era la mejor del barrio moviendo la cintura, lo decían incontables jóvenes que pasaron por su barbacoa. Debajo de aquella armazón de tablas viejas, sus gemidos y los del tipo de turno, en perfecta sinfonía con los acompañados ruidos del viejo bastidor usado como cama, no dejaban dormir a los más pequeños y entre ellos a una que ya era señorita. 

Un día, en una de esas borracheras ininterrumpidas, la madre le dijo a Violeta que había llegado la hora de que moviera el culo, porque ella también estaba obligada a ayudar a llenar esas bocas que pedían comida sin descansar. Ese día lloró como nunca lo había hecho en toda su vida y aquellas lágrimas la madre trató de borrarlas con alcohol, hasta que ella perdió el conocimiento. A la siguiente mañana Violeta se despertó con náuseas y vómitos, con dolores en todo su cuerpo, pudo observar muy cerca de sus senos marcas de mordeduras y algunos moretones. Debajo de su sábana se conservaban húmedas las huellas de algunas manchas de sangre y en medio de esa confusión no podía imaginar que la madre la había vendido a un buen postor. 

A partir de entonces nunca conocería el significado de la palabra amor y su cuerpo se convertiría en un juguete de jóvenes, viejos y borrachos. Olería a distintos sudores y su aliento cambiaría, perdería para siempre ese encanto que poseen la mayoría de las muchachitas de su edad. Muy temprano le abrió las puertas al hedor despedido por el alcohol barato y al desagradable aliento producido por el tabaco. Pasaba el tiempo y aquello que se le presentara en vida como una desgracia, llegó a ser normal para ella, tan normal, que no faltaron oportunidades en las que disfrutara sus borracheras y entrega, su fama recorrió por todo el barrio y supero al de su madre. Violeta se había convertido en una de las putas más solicitadas de La Habana Vieja con el Malecón incluido. 

 

EN MI JARDIN SE MARCHITAN LAS FLORES.

 

Pasó muy poco tiempo después de que sembrara mi jardín y las cosas empeoraron drásticamente, donde antes había una mata de rosas sembrada plantaron tomates, arrancaron las de azucenas para sembrar cebollas y así se fueron arrancando todas las flores. El jardín se convirtió en un terreno sembrado de viandas para matar el hambre, apetito que nunca se ha podido aliviar. Así se mataba poco a poco el amor que guardan en sí las flores, ahora el vecino vigilaba al vecino para evitar que le robaran. En ocasiones se mandaba a los hijos a robarse un ají, se escuchaban las noticias de alguien a quién habían matado por robarse un racimo de plátanos. Muy poco costaba la vida en este entonces, las personas costaban menos que un puerco. Se asesinaba por una bicicleta, la gente se volvía cada vez más agresiva con el prójimo y no con quién tenía la culpa de que esto sucediera. Se perdía de una vez la vergüenza y la memoria fallaba.  Aumentaba el odio y la gente seguía allí, como aferrada a algo que no existía, dominadas por un embrujo del que no podían escapar, los ataba ciegos y sordos, tristes y contentos, como animalitos de circo, moviendo la colita por cualquier golosina, delatando, asechando al que pudiera sobresalir tratando de escapar de la miseria. Nunca había existido tanta voluntad para destruir y aplastar a una persona que se atreviera a desafiar al hambre y desmarcarse de quienes eligieron donde estar sumidos por sus cobardías. De aquella maldición impuesta por el nuevo Dios y Señor que había destruido nuestras familias, nunca más se ha podido escapar. 

Ya nada tenía sentido, vivir en esas condiciones era morir más de lo que estábamos y por eso partí sin volver la cabeza. Me olvidé de aquellas flores y del jardín, delante de mí existía la posibilidad de sembrar otro, allí en aquella, Patria prostituida, el terreno continuaba siendo falso. Las noticias que llegaban eran cada vez más alarmantes, la gente perdía cada día lo poco que les quedaba, todo se agotaba en el olvido de la misma manera que las flores se marchitaban. 

 

Han pasado ocho años desde entonces y Rosita dejó de ser una rosa, se convirtió en jinetera. Quién lo iba a decir, con solo quince primaveras, sus padres se separaron y como sucede en la mayoría de los casos, el varón se olvidó de lo que atrás había dejado. Comenzó su nueva vida con la nueva esposa, nueva carne para satisfacer esa insaciable enfermedad inyectada y que está por encima de los hijos, de la madre, del hogar, del amor y de la familia. Qué importa nada de esto si nos olvidamos de los que llevan en sus venas nuestra sangre, ese es otro ejemplo de lo que es el hombre nuevo. Engendro inhumano que se aleja cada día más de cualquier animal, al menos ellos defienden a sus críos mientras los enseñan a andar. Cuanto placer debe sentir el extranjero que posea a esta dulce muñeca por solo cinco dólares, quizás por menos. Después saldrá hablando glorias de Cuba, hemos perdido lo poco que nos quedaba de vergüenza. 

A Margarita le hicieron la vida imposible hasta que lograron separarla de su novio, ¡qué extraño! No lo aceptaban porque era negro, había que adelantar la raza como dicen hoy en día y eso que el racismo se había marchado un primero de Enero. Hoy es buena, es una chica de éxitos, se casó con un canadiense de lo más bueno. El tipo la lleva todos los días en su auto al trabajo, luego en la noche va por ella. ¡Qué generoso el marido!, Margarita baila desnuda en un bar de Montreal, un día fui con unos amigos a tomarnos una cerveza y me llamó la atención cuando anunciaron entre la música a una spanish woman. Recuerdo que el número musical de su acto era un famoso disco de Santana, se ajustaba mucho a su temperamento, a su figura, a su origen tropical, cuando terminó se sentó en nuestra mesa al enterarse de que éramos cubanos. Lo hizo sin penas, sin vergüenza, yo diría que con orgullo y hasta se le notaba feliz. Ganaba más de cien dólares diarios y con ellos ayudaba a su familia, visitaba Cuba cada vez que se lo permitía el tiempo y allá era recibida como la mujer de éxito que logró algo en su vida, algo imposible para cualquier flor de su edad en la isla. No vendía su cuerpo por la ridícula suma de cinco dólares, se mostraba encuera a todo el mundo y aun así soñaba, deseaba ganar un poco de dinero para alejarse de ese mundo y estudiar algo que la convirtiera en una dama, no mostró el más mínimo signo de arrepentimiento, fingió no conocerme y la perdoné. No regresé por aquel bar para darle la oportunidad de alcanzar sus sueños, quizás lo hice por vergüenza, la recuerdo con cariño cada vez que pongo el disco que tengo de Santana.

Adelfa fue un caso triste, pero de esa tristeza que la embarga aprendió a ser humilde y buena, se convirtió en una chica generosa, no quedaban rastros de su altivez en su figurita de gimnasta. Sus padres se divorciaron y sucedió lo que les pasa a muchas mujeres en Cuba, después de ese fracaso la madre se dedicó al alcohol, al sexo indiscriminado. Su padre fue expulsado de la marina cuando se dieron cuenta que había robado demasiado, todavía usa ropa que le regalan las amistades, ropas más usadas que antes. Dentro de todas sus desgracias estudió y es la que mantiene la casa con su escaso salario, sin embargo, aun viviendo este horroroso drama, ella no ha vendido su cuerpo. 

Azucena hizo lo que hacían la mayoría de las muchachitas de su edad, se entregó al novio con amor y pasión hasta quedar embarazada. Cuando estuvo bien segura de esto, se lo informó a su madre y no quedó más remedio que apresurar la boda para guardar unas apariencias que no existían. No les quedó más remedio que aceptar al muchacho, pero solo a duras penas. A sus espaldas se sembraba la discordia y se hacía lo imposible por romper un amor que había nacido desde que eran pequeños. No se sabe de cual manera la convencieron su madre y la abuela para que se hiciera un aborto a espaldas del marido. Azucena era débil de carácter y no pasaron mucho trabajo para convencerla, cuando el muchacho se enteró de aquel premeditado crimen en contra de algo que lo había hecho soñar y ser feliz, no lo pudo aceptar y se separó de ella. Separación llevada entre mares de lágrimas por parte de ambos, aceptada con alegría por madre y abuela.

Aquella decisión fue irrevocable y a los pocos meses de esta separación, la casa estaba adornada de nuevos equipos, podían ver las novelas en un 

televisor a color, oír la música estéreo, cocinar en una cocina eléctrica, ventiladores y cuantas mierdas son importantes para que un ser compita con el otro, solo por decir cuando se hable de estas cosas; yo lo tengo.  Azucena también había triunfado, hoy vive en Italia donde el marido la exhibe como una pieza de caza, otras veces como un trofeo y en muchas oportunidades como algo que se exhibe en los museos Su madre y su abuela eran felices gracias a las desdichas de esta chica que nunca supo imponer su criterio, hoy extraña a quién de verdad fuera el amor de su vida y no siente placer cuando hace el amor, abre las piernas por reflejos condicionados, nunca ha logrado un orgasmo. 

Jazmín terminó la Secundaria Básica y el padre la obligó a ingresar en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos. De nada le sirvieron al padre todas las medallas y galardones ganados durante su vida para hacer cambiar de idea a su hermosa hija. Desde el primer instante comenzó a suspender todas las asignaturas, hasta que le dieron baja del centro, luego, como la hija lo había defraudado o traicionado según su concepto y modo de ver la vida, la rechazó cuando regresó a la casa. Solo los lamentos de la madre la salvaron de ser excluida de lo que allí llaman el núcleo familiar. Comenzó a trabajar en el hotel Jagua de Cienfuegos, hasta que un día llegó un viejo de billetes y se la llevó. Se convirtió de esta manera en gusana y traidora a su patria. El padre que le dio vida no le hablaría nunca más por el delito que cometió en apariencias su hija, sin embargo, la vida da muchas vueltas y en una de ellas ese viejo salvaje cayó en el Nadir de su existencia. Se enfermó y los hospitales de los que tanto hablaron, no tenían los medicamentos ni la alimentación para salvarlo. Aquella muchachita traidora, despreciada y casi olvidada por ese viejo, fue quién le mandó todo lo necesario para que le salvaran la vida, los criterios varían de día en día allá en Cuba, no sé si todavía el padre la considere gusana. Puede que sí, nadie conoce los límites de la terquedad en el ser humano y en el caso cubano es multiplicado por el fanatismo y ceguera sembrada en el alma de muchos habitantes.

Clavelito es recordada como el símbolo de la rebeldía de la mujer cubana, de la fidelidad y del amor que pocos han sentido. Su novio fue un perseguido y condenado por una sociedad a la que nunca hirió, perteneció al grupo de muchachitos rockeros cuyo único delito fue el de admirar esa música y ante tanto asedio se inyectaron el virus del sida, ella no lo abandonó y se entregó a él en cuerpo y alma para que le contagiara la enfermedad. Dios debe haberlos perdonado por esta locura que cometieron esos jóvenes, allá en el cielo deben estar disfrutando esa música por la que murieron. Con una melodía celestial, Clavelito, su novio y compañeros, no podrán ser olvidados por la gente de nuestro pueblo, al menos, por aquellos que aún conservan un poco de dignidad humana y vergüenza, por los que tienen decoro, por los que están durmiendo y también por los que han guardado silencio dando muestras de una inmensurable cobardía. 

Violeta siguió toda su vida confundida, tanto lo fue que un día se vio sacando el pasaporte para marcharse a Afganistán, no sabía dónde quedaba este país, tampoco le importaba, lo único que tenía en mente era escapar de aquel infierno, donde ya su cuerpo comenzaba a costar menos y la competencia aumentaba. Nada sabía de la religión musulmana y el único harén en el que había vivido, estaba compuesto por sus hermanos. Después de tantos vuelos se vio vestida con una especie de turbante y era obligada a practicar algo para ella desconocido que llaman Ramadán. Sus primeros tiempos los soportó mientras reconocía el terreno, pero seis meses fueron más que suficientes para decidir huir de aquel nuevo infierno en el que había caído por ignorancia. Logró hacerlo y en ello le ayudó mucho su valentía, cuando todos habían perdido sus contactos con esta muchacha y la daban por muerta, apareció de nuevo en España cargando con ella una hija fruto de esa unión con el árabe. 

De aquel hermoso jardín encontré flores regadas por muchos rincones del mundo, unas hablando japonés, alemán, francés, viviendo en países mas pobres que el nuestro y cuando las veía se me partía el corazón, me acordaba mucho de aquellas otras infelices alemanas, rusas, búlgaras, etc., que fueron a nuestro país pensando que escaparían hacia un paraíso y caían en una nueva trampa. 

Pasan los años y con ellos se marchan muchas esperanzas, se marcha también una juventud que no volverá a florecer jamás. Han sido cuarenta años 

destruyendo flores y con ellas lo que debió ser un hermoso jardín, se olvida cada día más de pronunciar la palabra amor. La familia se disuelve también, separadas por la distancia y falsas ideologías, se pronuncia con otro sentido la palabra Patria, algo que siempre ha sido de todos, es ahora propiedad de un Partido que se ha encargado de su ruina total, convertida unas veces en prostituta o proxeneta. 

Los Galanes de noche no quieren ambientar la atmósfera con su fragancia, sienten pena por la pérdida de sus flores. El Galán de día tampoco quiere abrirse y mira a su alrededor con mucha cobardía. El Girasol ya no gira y no le llama la atención un sol que debía alumbrar con la misma intensidad a todos. La pequeña palma que sembraron un día en aquel jardín no para de crecer, como queriendo alcanzar el cielo, huyendo de todo lo que se mueve muy cerca de ella en el suelo, lo hace triste, avergonzada y con mucho dolor al ver la indiferencia de todos los que podían ser sus jardineros. Se eleva tal vez tratando de hablar con Dios y pedirle que un día le de tiempo a todos esos seres que una vez vendieron a sus hijas, para que puedan confesarse antes de partir para el infierno.

 

Con mucho amor para todas esas muchachitas que un día vendieron sus cuerpos para alimentar a sus familias. A las mal llamadas jineteras y también a esos chicos de la provincia de Pinar del Río que se inyectaron el virus del sida. A todos ellos los recuerdo con mucho cariño y vergüenza porque ellos son hijos de nuestro pueblo, a ellos también les pertenece esa Patria hoy prostituida. 

 

 

 

Esteban Casañas Lostal

Montreal. Canadá

1999-08-13

 

 

 

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