Visitas recibidas en la Peña

martes, 19 de mayo de 2020

EL CARTERO DE MI BARRIO


EL CARTERO DE MI BARRIO





Mi barrio se llama Luyanó, allí viví varios años y siempre creí ser su propietario. El apartamento de mi vieja quedaba en la esquina de las calles Reforma y Herrera, la puerta de la escalera daba a esta última, tenía un balcón a todo su rededor. En él disfrutábamos de las cosas lindas de mi gente, sus chistes, las groserías, las buenas y sonadas broncas. Eran tantas y tan seguidas que llegaron a gustarnos y nos entretenía.

Todas las cuadras cercanas eran de viviendas de dos pisos, digo, de verdad que lo eran. Así fue hasta que La Habana sufrió la invasión de las hordas palestinas, con ellos llegaron esos grandes arquitectos que todo lo transformaban. De pronto, las casas dejaron de tener dos pisos y lo que una vez se diseñara de esta forma, calculando la resistencia de sus cimientos, se convertía en un rascacielos de la noche a la mañana. Si todos los constructores de los 40 vieran en que se han convertido esas viviendas, estarían asombrados de la seguridad de sus cálculos.

Bueno, el edificio frente a la casa de mi vieja fue construido de dos pisos como todos los del barrio, pero en los años 70 andaba por los cinco y si la cosa sigue así, dentro de unos años llegara a los diez. Logro alcanzado gracias a la magia de eso que llaman " Barbacoa " y que no es eso que ustedes conocen que se usa para asar.

En fin, frente a la casa de mi vieja vivió primero Fefé, una vieja gorda con el hijo y su mujer. Encima de ella y en la azotea, vivió primero la novia de Carlos mi hermano con su familia, una mulatica lindísima.

En la esquina de la izquierda vivían Ofelia y sus hijos, Francisco, El Bola y su joven hermana ahora viuda. Perdió al marido que era marino, lo mataron en Santiago de Cuba para robarle una radiograbadora, creo que era marino de la Flota Cubana de Pesca.

En la esquina diagonal había una carnicería que después declararon inhabitable, yo no sé si era porque no había animal que matar, bueno, después de todo solo se comía carne de Pascuas a San Juan. Aquel local lo heredó un gallego que vivía al lado, y por no se cuales motivos, resultó ser pariente de María la mujer de un socio de la marina. Aquella carnicería yo ayudé a transformarla en una sala, le levanté las paredes exteriores. Hasta la altura de un metro con ladrillos colocados en citaron y el resto de bloques hasta el techo.

En toda la cuadra había gente que se hacían sentir, como la negra Elena, no se le podía mirar en horas de la mañana acabada de levantar. Olga vivía en mi acera con sus hijos, una pila de ellos muy jodedores, después todos se montaron en una balsa y la cuadra se quedó media vacía, silenciosa, extrañando sus travesuras.

Hasta Miami se fueron con su bulla y me imagino que donde vivan ahora, tampoco se pueda dormir una siesta. Al lado de Olga vivía la vieja Violeta con su marido, el gordo Esteban y su niño, parecían camioncitos de carne.  Doblando por Reforma hacia la Calzada vivía Panchita, la negra que vendía cigarros Tupamaros hechos con cabos recogidos en la calle.


El palomar rosado era el apartamento de mi vieja.


Bueno, mi casa no era un santuario, era como todas las del barrio, con los mismos problemas, pero con la diferencia de que al principio no teníamos barbacoa. Vivíamos la vieja y mi padrastro, Ernesto y los dos hermanos menores. La cosa se complicó cuando llegaron dos hermanos nuestros del campo, después cuando pisaron el asfalto, no hubo forma de convencerlos de la hermosura de nuestro paisaje campestre y a la libreta de racionamiento se sumaron.

 Luis, que era uno de ellos, estaba casi sin hablar, perdió el oído de niño. ¡Qué maravilla de barrio! Aquella pintoresca gente logró en quince días lo que muchos médicos no pudieron alcanzar desde que era pequeño. Mi hermano se aprendió todas las malas palabras que existían en el diccionario cubano y a los pocos meses oía un poco, y al cabo del año bailaba al ritmo de cualquier música.

Carlos, el otro, se hizo oficial de la marina de pesca. Era negrero, debo aclarar que no traficaba con negros. Le gustaba mucho las negras y cuando llegaba de viaje se alborotaba el barrio. Bueno, estaba justificado, esto le salió por mi padre y por eso tengo cinco hermanos mulatos.

Como Ernesto, Carlos y yo éramos marinos, casi nunca coincidíamos en casa y a veces nos pasábamos más de un año sin vernos, cuando esto sucedía la fiesta era del carajo. Mi madre disfrutaba mucho, aparte de que le encantaba la cerveza y de mi padrastro no digo nada. Bueno ellos hacían una bonita pareja, pero cuando peleaban era de madre todo aquello.

Mi padrastro creía en la santería, como el 70 % de los cubanos, aunque no decían nada, porque en esa isla el que no tiene de Congo, lo tiene de Carabali. Un día, parece que a mi madre se le fue la mano o la boca con la cerveza y en una discusión con su marido, lanzó escaleras abajo a Francisco y María Merced, dos muñecos negritos que eran de la religión. Junto a ellos tiró también unos tabacos que les tenía puesto en un taburete y un coco al que llamaban Eleguá.

¿Qué les cuento? En la mañana siguiente cuando llegó el lechero, el tipo, quien era santero también, al encontrarse con todos aquellos despojos en la escalera reculó. Ustedes no se imaginan el tremendo espectáculo que tuvimos de desayuno. No hubo maneras de convencerlo para que subiera, casi frenético gritaba que esa escalera estaba untada y no sé cuántas mierdas mas.

Así pasábamos un día y otro, yo diría que años, pero de verdad, nos divertíamos con las cosas de la gente del barrio. Eran jodedores, peleones, mal hablados, los había rateros, pero en términos generales muy simpáticos. A esta gente humilde, quienes carecían de todo, les sobraba algo muy importante para vivir, su corazón, pocas veces he visto a gente más desprendida para dar amor.

¡Coño, se me olvidaba lo del cartero! El asunto fue que un día llegó el cartero de noche con un telegrama para Violeta. Todo el mundo estaba viendo la novela y no había nada más inoportuno en Cuba que interrumpirle ese momento a un cubano. Todos nos volvimos noveleros, es que el cubano vive y disfruta tanto una novela que llega a ser protagonista de ella. Un cubano frente a un televisor durante un programa que llega del extranjero, se está escapando del terrible mundo en que está viviendo, sueña aunque sea por una hora y el encabronamiento que producen los apagones a esta hora, no tienen descripción alguna. Como nadie tenía VCR, la gente te la contaba en la guagua, el trabajo, la escuela y hasta en la funeraria.

El tipo se bajó de la bicicleta y comenzó a sonar el silbato, mientras gritaba a toda voz; ¡Violeta Pérez, telegrama! Nadie respondía, la gente continuaba el hilo de la novela.

- ¡Violeta Pérez, telegrama! Gritó el cartero aún más fuerte y como respuesta recibió el mismo silencio.
Sonó más fuerte el pito, dos, tres veces, hasta que una voz salió de una ventana.

-¡Coño Violeta, vieja, acaba de coger el dichoso telegrama! A ver si ese cabrón nos deja ver la novela.

-¡Oye, más cabrón eres tú, comemierda! Respondió muy enojado el buen cartero y gritó todavía con más fuerza.

-¡Violeta Pérez, telegrama! Nada, la vieja no contestaba y el hombre se encojonó y gritó; -Partía de viejas chismosas de mierda, eso es lo que son, cabronas. Entonces salió el marido de Violeta a sacar la cara por su esposa, muy ofendido el gordo.

-¡Oiga, animal! A mi mujer tú la respetas, coño.

-¡Animal es tu abuela! ¡Mira, es más, aquí está el telegrama de ella! Diciendo eso lo arrojó en el medio de la calle y se marchó mientras los vecinos le gritaban insultos.

De verdad que los vecinos no se daban cuenta que el cartero era buenísimo, porque en aquellos tiempos, había otros que revisaban los telegramas y solo repartían los de urgencias, los otros paraban en latones de basura.

Al otro día, el esposo de Violeta fue al correo que estaba a dos cuadras de la casa a presentar una queja ante el Administrador.

-¡Que va, compadre! Yo no quiero lío con ese compañero, hace solo unos días que le dieron baja en el hospital psiquiátrico. El marido de Violeta le hizo el cuento a la gente de la cuadra y todos se rieron. Esa noche se oyó el silbato de nuevo, pero después de esto no se llamó a nadie por telegramas, el cartero le gritó a toda la cuadra:

-¡Atiendan acá, partía de chivatos! Los que viven en Herrera entre Reforma y Guasabacoa, van a tener que ir al correo por su correspondencia, maricones. Con la misma le dio a los pedales de la bicicleta y durante muchos meses nos vimos obligados a ir hasta el correo, nadie tenía valor de reclamarle al loco. Paraba la bicicleta en la esquina, tocaba el silbato, se reía y continuaba pedaleando Reforma abajo.


Con mucho cariño para todos los del barrio.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
1999-06-22

xxxxxxxxxx


"Y si tenéis por rey a un déspota, deberéis destronarlo, pero comprobad que el trono que erigiera en vuestro interior ha sido antes destruido".
Jalil Gibrán.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...