Visitas recibidas en la Peña

miércoles, 29 de enero de 2020

CUANDO MUERE LA ESPERANZA


CUANDO MUERE LA ESPERANZA

         

Primero fue el gallo de Venancio, después sonó el despertador de Juanita. Ese gallo era más exacto que el Observatorio Nacional, Venancio no se había equivocado cuando lo trajo bien chiquito al solar, su olfato de guajiro no lo había engañado. Extendió el brazo hasta que sus dedos pudieron pulsar el botón y así parar aquel molesto timbre. Apenas había dormido y toda la noche estuvo dando vueltas en la cama. Unas veces molesta por los mosquitos, otras por la pitada de un barco o la de un remolcador, otras veces los trenes, la bulla nunca paraba.

No le quedó más remedio que levantarse y preparar el camino de los otros para un nuevo día. Los muchachos estaban rendidos aun y Pello con la cabeza tapada con una sábana sufriendo las disputas de miles de colores y huecos que no podían ocultar los ronquidos. Encendió el fogón de luz brillante mientras se le escapaba un vago bostezo, involuntariamente miró hacia afuera por las rendijas de las tablas. Sonó el despertador de Cuca y María puso Radio Reloj a todo volumen, como todos los días, para aquellos que no tenían despertador.

El solar cobraba vida entre sus muertos, niños que protestaban por tener que ir a la escuela, las primeras que salían de sus cuartos para ir a orinar. Corrían con las piernas apretadas para poder aguantar, y el gallo de Venancio que no paraba de cantar, como apurando a la gente para que se fueran a trabajar.

Juanita abrió la lata donde guardaba el café y lo observó con la precisión de un laboratorista, sabía que otra vez no le alcanzaría para terminar la semana, tendría que tostar y moler un poco de chicharos para engañar a los muchachos cuando les diera la leche. A Pello lo levantaba siempre con su buchito acabado de colar, él no se apuraba mucho, caminar de la casa al puerto solo le tomaba unos minutos. Allí trabajaba de bracero y fue el relevo de su padre, quien había comenzado de caballo (trabajaba con la tarjeta de otro, por una parte del salario), y su padre relevó a su abuelo y así hasta llegar a los esclavos, que es el origen de los negros.

Siempre vivió en ese solar, y cosa muy rara, su abuelo fue propietario del cuarto, que después pasó a manos de su padre, hasta que lo heredó Pello. Claro, su abuelo no lo compró, nunca tuvo dinero, se lo ganó de buena lid al propietario, quien era gallego y vicioso a las peleas de gallos. No era gran cosa, yo diría que casi nada, pero allí nació como todos los del solar. Allí vivían quien sabe desde cuándo, tal vez desde que La Habana saltó las barreras de La Muralla.

El solar era grande, tenía una hilera de diez cuartos a la derecha. El pasillo que tendría unos cuatro metros de ancho y otra hilera de diez cuartos a la izquierda. En el medio del pasillo se encontraban los servicios sanitarios, tres para las mujeres y dos para los hombres. Las duchas, cuyas puertas solo cubrían parte del cuerpo, estas no llegaban al piso ni tampoco al techo, como las que existieron en las tabernas del viejo oeste. Continuaban las bateas donde las mujeres lavaban y chismeaban del mundo entero.

El último cuarto a la derecha era el de Venancio, el guajiro había cercado la longitud de este y tenía una granja de pollos. De noche dormían encima de su techo y cuando las gallinas se recogían, Venancio retiraba la escalera y la amarraba con cadenas que pasaba por unos huecos que había hecho en las paredes de su cuarto, luego le ponía candado. El gallo dormía en una jaula cerca de su cama y él la cubría con unos sacos. La gente nunca pudo imaginar de donde sacaba tanta precisión cada mañana, lo mismo en verano que en invierno, aquel animal nunca fallaba.

Cuando el gallo se cansaba de cantar y el bullicio de la gente lo despertaba, Venancio se levantaba y lo soltaba en el patio, mientras colaba café. Después le llevaba un buchito a la gallega y al marido a la puerta de su casa. Aquel animal era el dueño del solar, los perros y gatos le temían por los picotazos, no había nadie que se acercara al área que tenía el guajiro para las gallinas. Eso solo se lo permitía a Juanita porque desde pichón, se acostumbró a comer de su mano cualquier migaja.

Pello se levantó y después de besar a sus hijos para que lo siguieran, fue a saludar a Ochún, la virgen que adoraran sus antepasados y entró a un bañito que él había levantado a huevos cuando nació la niña. Como ya el solar no tenía dueño, se agarró unos metros del pasillo y un día se apareció con un plomero. Cumplió lo que le prometiera a su mujer, su princesa no pondría el fondillo donde lo ponen las viejas, nadie lo imitó, como si tuvieran miedo a que el gallego regresara otra vez.

Ya la gente estaba levantada y los muchachos se acercaban al gallinero de Venancio. Comenzaba el espectáculo de todos los días antes de partir a la escuela, el guajiro zafaba la cadena y ponía la escalera para subir al techo. Abría la jaula de las gallinas y ellas, locas de alegría, bajaban hasta el pedacito de patio. Debajo las esperaba el gallo y en la medida que descendían se les iba montado. El coro de los niños, todos vistiendo el uniforme de su escuela gritaba; ¡Una!, ¡Dos!, ¡Tres! y así, la gente se iba enterando de la cantidad de gallinas que el gallo había pisado.

Jorgito, uno de los niños que asistía por primera vez al show, salió corriendo para donde estaba su madre.

 -¡Mami, Mami, ya pisó la primera ! 

- ¡Dichosas gallinas, porque el marido que tengo siempre cae out de fly al pitcher, o se poncha, pero nunca llego a tercera! Expresó a modo de protesta la gallega sin poder contenerse. El gallego, acostumbrado a las bromas de su mujer, nunca le contestaba. Las del solar disfrutaban con sus ocurrencias.

Después, todos los muchachos se marchaban contentos a la escuela, ese día el gallo había pisado cinco, entre ellos se hacían muchas apuestas. Pello se despidió de Juanita con un beso, eso lo hacían desde que eran novios y partía para el puerto, ella saldría un poco más tarde para la fábrica de tabacos.

Pello siempre esperaba al Narra, era su mejor socio, no porque tuvieran negocios, es que así hablan los cubanos cuando se refieren a un amigo. Bueno, hay distintas categorías de socios, de la misma forma que existen de hermanos. El Narra era hijo de chinos, de esos que salieron huyéndole al comunismo y aquí cayeron en una trampa. Con el poquito dinero que trajeron pusieron un puesto de fritas y como no daba para tanto, vivieron en el solar hasta que murieron después que el gobierno les intervino el negocio. Carajo, que es la misma historia de los gallegos de la cuartería, llegaron a Cuba con su boina y alpargatas, eso sí, con muchos deseos de triunfar y centavo a centavo, mucho sudor y mucho tizne, se hicieron de una carbonería. Un día del año 1968 su negocio se convirtió en explotador de la noche a la mañana y se lo intervinieron. ¡Coño, como si algún carbonero se hubiera vuelto rico!

Todos los días Pello y el Narra hacían el recorrido juntos hasta el puerto, el chino era chiquitico y el negro una jirafa. Nada los separaba pues desde niños vivieron las mismas desgracias y ahora más que socios eran compadres, la religión los amarraba.

Había alboroto ese día en el puerto, se esperaba la visita del comandante. Como decía la gente; el tipo estaba en todas y ahora la moda era "La cadena, puerto, transporte y la economía interna". Solo se hablaba de brigadas rojas, emulación, horarios de conciencia y no se sabe de cuantas mierdas más que nunca resolvieron el problema. El grave problema de los estómagos vacíos, los barcos parados, una economía bloqueada. De todo esto solo quedaban las cadenas. Ese día, al comandante se le ocurrió pedirles más sacrificios a los estibadores, pero hubo un loco, quizás un suicida o tal vez un enviado que no pudo permanecer en silencio.

-Comandante, todo está muy claro y los trabajadores estamos de acuerdo, pero el problema es que no se puede pinchar 10 horas con un pan con mantequilla y un vaso con líquido de frenos. El comandante le hizo una seña a uno de sus tracatanes para que tomara notas del caso, y al otro día, no al otro día sino a las pocas horas, apareció la merienda para los braceros. El tipo de las barbas tenía una varita mágica que aparecía y desaparecía todo a su antojo. A partir de esa fecha aparecieron las butifarras y el yogurt, nadie podía creérselo. ¡Coño, como resuelve el comandante! Decían todos, esto no se lo tragaba el negro.

-Narra, esto es pa'los bobos, estamos como los animalitos de los circos, cuando mueves la colita, el domador te da una golosina. La cosa no funciona así, en un país tenemos que pensar todos. El chino solo escuchaba con atención a su amigo, él era negro y bruto pero sus palabras tenían razón.

La brigada de ellos quedo vanguardia en ese tiempo y como premio les dieron una semana en la playa en casas alquiladas por el gobierno. Uno de esos días en que estaba en el portal junto a sus hijos, Pello vio que en la casa del frente parqueaba una ambulancia y que de su interior descargaban unas cajas de cerveza. Luego el chofer y su ayudante se sentaron en el portal y se tomaron solamente dos. Una hora más tarde se marcharon a continuar su servicio, nada era alarmante eso era lo cotidiano. Lo que parezca anormal en Cuba no lo es, da lo mismo transportar a un muerto en un camión de leche, que un cake de bodas en un carro con las coronas de un muerto.

Ese año Pello se ganó un televisor en la emulación, aportó no se sabe cuántas horas de trabajo voluntario, descargo no se sabe cuántos sacos en sus espaldas. En una de las asambleas de producción, lo propusieron para el Partido y Pello se negó, no porque no fuera cubano, simplemente él tenía su religión, era hijo de Ochún, adoraba a Obatalá, Yemayá, Changó, Orula y eso no cuadraba con la ideología de los militantes. Su rechazo no fue bien visto, y lo convirtieron de la noche a la mañana y sin saberlo en un desafecto, en un indiferente, en alguien que no cooperaba, y el Narra lo mismo, y el otro, y el otro. Había que cortar esa raíz que dañaba a la sociedad, se tenía que ser como ellos decían; "Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada". A Pello le importaba tres pitos, él era hombre, de lo que antes se consideraba esa palabra y para él solo existían sus santos, su mujer y sus hijos, la gente del solar y el Narra.

Pello le pidió a Juanita que todos los días pusiera el televisor en el pasillo, deseaba que los niños vieran las Aventuras y las mujeres su Novela, lo demás no les interesaba. Por eso y muchas cosas la gente quería al negro y este a su gente. Allí todos lo respetaban y cuando había una bronca en la cuadra, al primero que procuraban era a él. Con su sola presencia todos se calmaban, bueno, eran aquellos tiempos donde reinaban los pantalones o los huevos en esos barrios donde la miseria o el más fuerte mandaba.




La gente del solar era magnifica, eran como una familia, todo salía de la batea donde las mujeres lavaban. Me acuerdo que el día del aniversario de bodas de los gallegos, quien sabe si los cincuenta o más, la bola se corrió de boca en boca y cada cual sabia sus obligaciones para dar una sorpresa en la que participaban desde el más niño hasta la más vieja. Ñico el farmacéutico se aparecía con dos galones de alcoholifán, Cundo con los plátanos burros para hacer los tostones, Venancio preparaba un sopón de gallinas, Chichi el congrí, Ofelia que trabajaba en una dulcería los pasteles de los niños, Mongo el bodeguero los refrescos y alguna caja de laguer. Paco se llevaba algunos pellejos del matadero para los chicharrones y de madrugada el chino siempre traía la sorpresa.

Unos sacaban sus mesas, otros los taburetes, los más pobres unos cajones y por supuesto, los negros los cueros. La cosa empezaba suave con el tocadiscos de Mercedes, ahora un bolerito de la Guillot, otro de Ñico Membiela, después Orlando Contreras y para que los gallegos fueran felices le ponían hasta un pasodoble de su tierra. Carajo, que la gente no se olvidaba de su música, aunque el gobierno la suprimiera. Cuando la cosa estaba caliente, la gallega que ya no lo era, le gritaba a todo el mundo.

-Caballeros, basta ya de tanta mierda y que suenen los tambores, coño, que esa es la música de esta tierra.

La gente estaba esperando la orden de arranque, suena el salidor, la tumba, el quinto, los timbales, las claves, y detrás de todos ellos, la voz inconfundible de una negra entonando un guaguancó. Entonada siempre con esas letras que solo conoce el pobre cuando se canta al dolor, a la infidelidad, a la tierra donde se nació. Le sigue el coro cuando arrancan las primeras piernas y los gallegos se sientan para ver bailar a blancos, mulatos y negras. Nadie sabe lo que se goza en las fiestas de los pobres, aquí no hace falta vestir de etiqueta para ver los más lindos culos moverse al ritmo de los tambores y vibrar hermosas tetas. Tetas sin ajustadores que parecen lanzas cubiertas por un baja y chupa solamente y nalgas que solo se cubren medio metro de tela.

Las horas pasan y el calor aumenta, sube la música y cuando todos piensan que termina, es cuando comienza la fiesta. De madrugada se aparece el Narra con un chivo degollado, y nadie dice nada, todos saben que es robado. Las más viejas sacan sus cuchillos afilados y en un abrir y cerrar de ojos el chilindrón está guisado. Aquí nadie llama a la policía porque no hay teléfonos, y aunque los hubiera, en los barrios de los pobres había pocos chivatos. Esa gente de uniformes les temía a los pobres, se podía hacer la bulla que uno quisiera y al que no le gustara se tenía que ir al carajo.

En contadas ocasiones había broncas y nunca eran con la gente del barrio. Casi siempre eran colados de otros solares a los que nadie había invitado. Ese mismo día el gallo de Venancio se quedaba ronco de tanto canto y no podía pisar a las gallinas y el perro de Tita se meaba dentro del cuarto. Ese era uno de los pocos días que los pobres dormían todo el día, uno de los pocos feriados. Así era la gente del solar, así era la gente de mi barrio, así era la gente de mi Cuba.

Los niños crecían, como lo hacían también las dificultades para vivir. La situación apretaba cada día más y la gente estaba ahí. Venancio seguía vendiendo huevos y una vez a la semana traía viandas del campo que revendía a buenos precios. Juanita se robaba las hojas de tabaco en la fábrica para cambiarla por leche. Pepito el queso de la pizzería lo cambiaba por jabón, Cheo se robaba la comida del hospital y la cambiaba por ron. Bebo el peletero se robaba los zapatos y los cambiaba por puercos en el campo para vender la carne en la ciudad.  Así, todos comenzamos a robar, y robar era tan natural como dormir, y robar no era un delito, más bien un mérito. Había gente criada a la antigua que no lo entendían así y decían que robar era eso, no tenía otro nombre. Chocaron contra un mal que se hizo general, una especie de epidemia de la que no han podido escapar, hasta que apestó ser honesto.

Pello pidió ir a la Microbrigadas para optar por una vivienda y salir del solar, su hija amenazaba convertirse en una señorita de la noche a la mañana. El Narra su hermano lo siguió y trabajaron duro durante meses, que rayos meses, durante años. Nadie sabe lo duro que es trabajar durante doce horas con el estómago vacío y después te hablen de trabajo voluntario. ¡Voluntario, mierda! Coño, todos saben que necesito una casa y por eso me joden. Eso lo hablaban diariamente el negro y el narra. Al final, Pello tenía más de tres mil horas de trabajo "voluntario", pero todavía había que discutir la casa.

Llegó el momento de la asamblea y como todos habían visto, el Pello había trabajado como un caballo. Entró confiado en que saldría con las llaves, pero estaba bien equivocado.

-Compañeros, de verdad lo sentimos mucho, el camarada Pello tiene tres mil quinientas horas de trabajo voluntario en la microbrigada, pero según lo establecido por el sistema de emulación, la casa se entrega por méritos laborales. Es decir, si el camarada fue propuesto para dirigente sindical, ese es un mérito. Si el camarada estudia actualmente, ese es otro mérito. Si el camarada ha realizado alguna misión Internacionalista, ese es otro mérito, etc, etc, etc. Expresó el Secretario del Sindicato.

-Eso lo que es una mariconá. Dijo el Narra

-Mire compañero, esas son orientaciones de nuestro Comandante en Jefe y nosotros debemos aplicarlas.

-Eso es una mariconá y el Jefe puede estar equivocado. ¿Como coño le pueden quitar una casa a una persona que se ha reventado trabajando durante años en la construcción, para dársela a un güevon que ni siquiera sabe dónde cojones queda el edificio?

Pello tocó al Narra por la pierna para que no hablara más y con la misma se levantó y se retiró de la asamblea. Durante el regreso al solar no intercambiaron palabra alguna. Cuando Juanita lo vio llegar, no le preguntó nada, ella lo conocía perfectamente. Sin comer bocado se acostó y con ese silencio se mantuvo durante muchos días. Cada mañana repetía el ritual de saludo a su virgen sagrada y nunca dejó de besar a sus hijos ni a Juanita antes de marchar al trabajo.

Al cabo de un tiempo, el gallo de Venancio cantó una madrugada a una hora que no era habitual y la gente se despertó, cuando comprobaron la hora siguieron durmiendo. En la mañana el gallo no paraba de cantar a la gallega le llamó la atención que el "huevero", como le decían a Venancio, no le llevara el café como todos los días. Salió al pasillo notó que la escalera estaba puesta al techo, la puerta de su casa medio abierta y el gallo cantando todavía. Mandó a su marido a ver qué pasaba y cuando entró, se encontró al guajiro muerto en el piso de una puñalada. A su lado una caja de tabacos vacía y un poco de menudo regada por el suelo. En el techo ya no había gallinas y él soltó al gallo, que como siempre, debajo de la escalera se paraba.

Pronto corrió la voz en el solar y luego en el barrio, hasta que llegó la policía. Llenaron unos formularios y preguntaron por la familia de Venancio, nadie la conocía. Solo sabían que el guajiro había llegado a La Habana cuando un desfile campesino y en la misma plaza, le dio una palmada en las ancas al animal y para el campo no volvió. Pasó mucha hambre en la capital hasta que un día se empató con Cuca, una mujer entrada en años que se había dedicado al negocio del cuerpo en el barrio de Jesús María, después ella murió y nunca tuvieron hijos.

La policía informó que después de un tiempo prudencial, si nadie reclamaba el cadáver lo mandaban a la escuela de medicina. A las pocas horas en Medicina Legal aparecieron primos, hermanos y hasta nietos del huevero. Había que ver la clase de entierro organizó la gente del barrio, todo el mundo estaba de duelo. Así era la gente de mi pueblo señores, antes de que se perdiera la vergüenza y no existieran tantos ladrones.

Luego vinieron esas cosas que llamaban misiones internacionalistas, las guerras. Hoy oías que había muerto fulano, después esperancejo, la gente iba perdiendo la alegría que siempre llevó en las venas. No sé si es porque dicen que barriga llena, corazón contento. La gente solo soñaba en comer y esto se convirtió en una pesadilla. Un día, Pello llegó de los muelles y encontró a Juanita en el piso sin conocimiento. Sin pensarlo dos veces la cargó y así en brazos la llevo varias cuadras hasta el policlínico. Cuando el médico la reconoció le dijo a Pello que estaba muy grave y que era necesario llevarla urgentemente a un hospital, solo que en ese momento no tenían ambulancia.

Juanita recobro el conocimiento por unos instantes y le preguntó por los niños a Pello, él le pidió que no hablara, comenzó a faltarle el aire. El médico le pidió que le diera respiración boca a boca hasta que trajeran el equipo de oxígeno y así hizo el negro.  Aquella operación Juanita la convirtió en un beso. Fue su despedida, pocos segundos después ella había muerto. Pello se dio cuenta y la siguió besando, y le vino a la mente la imagen de aquella ambulancia descargando cerveza en la playa, y cuantos infelices no habrían muerto en esos instantes como le había pasado a su mujer.

Su mejilla junto a la de ella, sus lágrimas corriendo por la cara de Juana en silencio, impotente, lleno de rabia, pasaba sus manos por su cabellera y sin darse cuenta descubrió unas canas. Vivía perdido en la vorágine de aquel terrible universo y no se había percatado del tiempo transcurrido, nada había cambiado en el solar. El médico trató de separarlo y Pello sacó un puñal, luego con voz ronca y cargada de dolor casi gritó; al que entre lo voy a matar, nadie entró. Todos lo respetaban y querían, fuera de la puerta los curiosos del barrio. Nada existía en su mente y todo lo resultaba borroso, permaneció inmóvil durante mucho tiempo al lado de su muerta, solo los hijos pudieron llevárselo a casa.

La gente del solar y los del barrio, llevaron con Pello a Juanita hasta su última morada y ese día volvió a cantar el gallo cuando nadie lo esperaba.

Ya el solar era otro y los muchachos que ayer lo fueron crecieron. No sonaban las tumbadoras, murieron los gallegos y la gente cambio de la noche a la mañana, hasta que un día Pello no pudo más y se lo dijo al Narra.

-¡Mi hermano, esto se acabó! Me largo pal carajo, lo poco que me queda de vida lo voy a emplear para abrirle camino a mis hijos allá fuera, aquí me mataron las esperanzas.

-Hacia rato estaba esperando me lo dijeras, mi hermano. No te vas solo, acuérdate que yo soy tu compadre en las malas y en las buenas.

Poco a poco, con mucho sacrificio prepararon una balsa en un monte cerca de una playa y cuando todo estuvo listo, Pello se sentó con sus hijos para explicarle su intención. Ellos no la aceptaron, le dijeron que no les importaba el peligro, pero que si él como padre les había dado la vida, era el único que tenía derecho a disponer de ella.

Partieron los cuatro con pocas provisiones, no había para tanto. Una parte las perdieron en un mal tiempo y nadie aparecía para rescatarlos. A los cinco días de encontrarse a la deriva, sin agua y alimentos, quedaron desfallecidos en el piso de la balsa, deshidratados. Pello le pasaba lo poco que tenia de saliva a la boca de sus hijos, hasta que aquel manantial de vida se agotara. Un día, el Narra comenzó a sufrir alucinaciones y de pronto se levantó como si nada, le dijo a Pello que iría por café que su madre había colado. Solo dio un paso, su amigo no tuvo fuerzas para impedírselo, le faltó la voz y lo vio caer al mar. Escuchó el seco chasquido que producen las dentelladas de los tiburones, el Narra no protestó, no pudo sentir nada. Al atardecer comenzó a apretar la marejada y en un esfuerzo sobrehumano, Pello tomó una cuerda y se amarro a sus hijos, mientras los besaba se dio cuenta que aun tenían lucidez. De sus ojos brotaron gruesas lágrimas tan saladas como el mar y en un esfuerzo sobrehumano besó los labios cuarteados de su hija. Ella lo premió con una leve mueca que pretendió fuera una sonrisa, le abrió los brazos que mantenía pegados junto a su flaco pechito y descubrió que entre ellos la niña llevaba a Ochún. El padre volvió a cerrarle aquellos frágiles y delgados bracitos con cuidado, mientras terminaba de acostarse entre los dos y los abrazaba hacia él para terminar de anudar la cuerda.

En la oscura e infernal noche, la fuerza del mar aumentó hasta volcar la balsa. Todos muy juntos y abrazados se perdían en las tinieblas de lo que pudo ser un sueño. Volvían a ser libres como Dios los trajo al mundo. Aquella ausencia de luz, su negrura, fue cambiando sus colores en la medida que descendían. Ante sus ojos, ahora muy abiertos, se dibujaba un celestial azul Prusia que muy pronto se transformó a un azul marino. Un azul cielo pudo descubrirlos y notaron que sus labios no estaban cuarteados, ni su piel quemada y que la mueca era una sonrisa verdadera. Detrás de un grupo de peces voladores viajaban ruiseñores con un hermoso canto, donde una vez hubo llanto nacía la alegría. Allí estaban todos, Juanita con su eterna sonrisa los besaba. El Narra, los chinos, Venancio, los gallegos, mucha gente que ya no era pobre, los del remolcador 13 de Marzo, los Hermanos al Rescate, los del Río Canímar, muchos balseros y toda esa gente que en estos años perecieron buscando un sueño nuevo. Un mar de esqueletos cubría como alfombra el lecho marino desde la isla hasta decenas de millas al norte.

En memoria de mi amigo Ramoncito, vecino de la Zona 1 de Alamar, quien, junto a un amigo, fuera devorado por los tiburones en presencia de su hijo, luego el mal tiempo regresó la balsa a Cuba y el muchacho llegó vivo. En memoria de todos los que perdieron la vida en ese intento.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
1999-04-26


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