Es un pequeño baúl donde guardaré muchos de mis recuerdos. Cierto es que he escrito demasiado sobre mis aventuras en el mar, pero como todo marino, se impusieron pausas en tierra donde no escasearon aquellas inolvidables aventuras que comienzan desde la infancia. Yo soy Papum para mis primos paternos, Papucho para una parte de ellos, apodo que cargué con cariño y ellos me devolvieron en Miami cuando pensé haberlo olvidado. Lo llevé desde niño por ser hijo de Papo.
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miércoles, 12 de diciembre de 2018
LAS POSADAS
LAS POSADAS
Comencé a visitarlas siendo muy joven, algo tarde para la tierra donde me encontraba, tenía yo diecisiete años y vivía en un país donde el sexo comienza más temprano. Al fin pude vencer mi timidez e incorporarme a ese deporte nacional celebrado mucho por la voz popular. La chica tenía quince años, no me acusen tampoco de un corruptor de menores, aunque yo no era muy mayor tampoco. Existe mucha confusión en ese país a la hora de determinar cuando eres mayor o menor de edad, la interpretación del gobierno se ajusta a las circunstancias que se presenten. Si quieres abandonar el país, eres menor de edad hasta los dieciocho, si te necesitan para matar y ponerte un fúsil en las manos, desde los dieciséis estás autorizado para hacerlo, es la edad en que se entra al servicio militar obligatorio.
Ella no era menor de edad, poseía un cuerpo espectacular que pudieron envidiar muchas mujeres de sus tiempos. Tenemos niñas que desarrollan muy temprano en nuestra isla y, si le sumamos la maldad y experiencia que poseen sus mentes, hay muchos casos donde ellas superan con creces a mujeres adultas.
No solo su cuerpo voluptuoso y sensacional la hacía aparentar ser mayor de edad. Ella era casada con otro muchacho que se parecía mucho a mí y estaba en el servicio militar obligatorio. Era una mulata oscura de piel, de esa oscuridad donde no se puede definir inmediatamente si se trataba de una mestiza o una negra. Nada de eso era importante para mí, tenía facciones finas, una piel tersa y lisa propia de cualquier niña y esos senos que siempre apuntan horizontalmente. Muslos, piernas y fondillo, viajaban tranquilas en perfecta armonía. Tenía el pelo duro como las negras, pero era un detalle insignificante para mí, el sexo no se hace con la cabeza, siempre he pensado.
Karin fue mi primer contacto cercano con el cuerpo desnudo de una mujer, tal vez se dio cuenta de la embarazosa situación que atravezaba y fue muy colaboradora. Para serles franco, yo poseía toda la teoría del mundo y cero práctica. Así que llegado el instante de la penetración, ella tuvo que ayudarme. Los libros de relajo que cayeron en mis manos eran publicados en blanco y negro. No solo eso, el sexó de la mujer podía identificarlo por aquel triángulo equilátero oscuro, pero todo lo demás quedaba bajo la jurisdicción del cerebro. Después de haber repasado con ahínco todas mis lecciones para evitar un papelazo, nunca se me ocurrió repasar el capítulo dedicado a la excitación o calentamiento. Ella me puso sus frenos hasta que estuvo lista y algo más tarde logré comprenderlo. Aquella noche, invadido por el nerviosismo de una primera vez, solo pudimos hacerlo tres veces y al día siguiente amanecí flojo del estómago. Debo controlar estos nervios. Pensé al salir de la posada a la mañana siguiente.
- ¿Sabes lo que me dijo aquella vieja? Me preguntó Cuando regresé de tomar un turno para entrar y apuntando hacia una esquina oscura a la entrada de la posada.
- ¿Qué te dijo?
-Me preguntó qué yo iba a hacer aquí.
-No fastidies, y qué le respondiste.
- ¿Qué le iba a decir, será estúpida? Le respondí que venía a hacer lo mismo que ella. Nos escondimos en un rincón para acariciarnos como hace cualquier pareja de novios, mientras esperaba nos llamaran por mi turno.
Aquella posada era conocida como Las dos palmitas o Las tres palmitas, no recuerdo exactamente. Es la que se encuentra en la avenida Acosta y muy próxima a 10 de Octubre. No recuerdo que tuviera ventiladores, me viene a la mente aquellos momentos frenéticos donde hacíamos el amor bañado en sudor. Sin embargo, estaba limpia y tenía agua para bañarse, algo que hacíamos cada vez que terminábamos de retozar en la cama. Contaba con servicios de bebidas a la habitación, la cual se solicitaba por medio de un teléfono muy viejo que servía también para avisar cuando se te vencía el tiempo alquilado. Como nos quedaba cerca del barrio, pues en aquellos tiempos vivíamos en Juanelo y próximos a la calle 16, preferimos mantenernos fieles a esa posada donde no encontramos muchos contratiempos. Las colas para esos tiempos tampoco eran tan prolongadas, creo que nunca estuve más de una hora esperando y existieron días donde no tuve que hacerla. Rompimos nuestras relaciones después del susto de un embarazo involuntario, comencé a navegar y me mudé de barrio. No creo haber regresado nunca más a la posada donde me iniciara en una vida luego saturada de promiscuidad, ya estaba montado en el tren del sexo. Los tiempos fueron empeorando y eso trajo consigo que tener relaciones sexuales se convirtiera a veces en un verdadero castigo. Visité muchas de las posadas habaneras y se deterioraron tanto, que hacer el amor perdió sus encantos hasta transformarse en lo que es hoy, templar.
No había de otras, las relaciones sexuales tienen muchas justificaciones para que existan. En la isla pueden realizarse por deseo, amor, necesidad, fortuitamente, convenido, casualidad etc. El que no poseía una vivienda estaba obligado acudir a esas posadas que, luego parecieran casas de terror. Se tenía que estar muy necesitado de sexo o vivienda para hacer el amor en ellas y que te inspiraran. Mis preferencias se inclinaron por las que estaban ubicadas en la zona de la calle Vento, estaban limpias, tenían ventiladores, algunas poseían radios, etc. Al principio de esas visitas, recuerdo que las mujeres que salían en autos trataban de cubrirse el rostro para que no pudieran identificarlas, eso tiene varias explicaciones que ahora no vienen al caso. Lo cierto es que al pasar el tiempo, la gente fue perdiendo la verguenza. Recuerdo que en una de las peores posadas que existieron en la capital, me refiero al Hotel Venus, encontré a parejas compartiendo amigablemente en el saloncito que tenían de espera, jugaban a las cartas. La gente tomó conciencia de las causas que los llevaron hasta ese lugar y poco les importaba.
Los tiempos continuaron empeorando aún más, cada día que pasaba la situación era más difícil y las posadas también lo sufrieron. Las colas eran infinitas y podías gastar parte de la madrugada en el intento. El soborno era inevitable si deseabas entrar rápido, muchos de esos sitios tenían cuartos que no ofrecían al publico por esa razón. El estado interior de los cuartos era deplorable, sucio y maloliente. Muchas mujeres que se cruzaron en mi camino, rechazaron rotundamente la idea de entrar a esas posadas que adquirieron la imagen de centros de tortura. No había agua para lavarse después de las relaciones sexuales y algunas ofrecían una botella de ron con agua para las mujeres exclusivamente. Los hombres debían partir embarrados de semen y las lubricaciones de su pareja, alto riesgo de ser descubiertos por su esposa si eran casados. En términos générales no se pintaron desde el año 1959 y la exposición de arte abstracto mostrado en sus paredes y techos, les daba un aspecto macabro. Letreros y figuras hechas con el humo de los fósforos, podían servir para entretenimiento durante las pausas. ¡Ohhhhh! Se me olvidaba un detalle muy importante y es el dedicado a inspeccionar puertas y ventanas para tapar los huequitos hechos a propósito y mirar desde el exterior o cuarto vecino. Era ahí donde se debía emplear todos los conocimientos adquiridos de contraespionaje. En fin, ir a una de esas posadas te preparaba para enfrentar cualquier situación dura o penosa de la vida. Eran sencillamente una demostración de los límites a los que puede arribar cualquier desastre.
Años posteriores, todos aquellos centros que se dedicaron al placer de unir a una pareja entre besos y gemidos, fueron cerrados. Luego se asignaron a personas sin viviendas y hoy, el cubano tiene que hacer el amor, digo, templar, donde se pueda. Si la capital de un país mostraba un espectáculo tan dramático como el descrito en estas líneas, deben imaginar lo que ocurría en el interior del país. Ciudades densamente pobladas como Santiago de Cuba, solo tenía a finales de los setenta tres posadas. Cerraron la de los chinos y quedó con dos, no quiero mencionar a otras donde nunca existieron.
Hoy, los cubanos deben tener esas relaciones tan humanas al estilo de Tarzán, llevarse a Juana de rama en rama o, pensar que se encuentran en el paraíso como Adán y Eva. ¿Qué fuerte? Como dicen en España.
Esteban Casañas Lostal.
Montréal..Canadá.
2014-08-03
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