Es un pequeño baúl donde guardaré muchos de mis recuerdos. Cierto es que he escrito demasiado sobre mis aventuras en el mar, pero como todo marino, se impusieron pausas en tierra donde no escasearon aquellas inolvidables aventuras que comienzan desde la infancia. Yo soy Papum para mis primos paternos, Papucho para una parte de ellos, apodo que cargué con cariño y ellos me devolvieron en Miami cuando pensé haberlo olvidado. Lo llevé desde niño por ser hijo de Papo.
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lunes, 10 de diciembre de 2018
EL GORRIÓN
EL GORRIÓN
“El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos”, dice la letra de una canción de Pablo Milanés. No puedo negar que disfrutaba con sus creaciones románticas, pero el tiempo pasa de verdad y con él van desapareciendo los recuerdos, mucho más rápido cuando se vive del lado de acá. Entrañables momentos que se van involuntariamente de nuestra memoria, otros, tratamos de olvidarlos porque eran malos y constituyen una pesadilla, deseamos pensar que nunca existieron.
Ya se me va olvidando el nombre de algunas calles, tengo que preguntar a otras personas para rescatarlos. Mañana se me olvida el de una mujer con la que hice el amor, fueron tantas, me confunde aquello de los nombres inventados y que pusieran de moda los cubanos. Más que nombres de mujer, parecían marcas de refrigeradores o bicicletas, lo usaron con los hombres también.
Se esfumaron con el viento el canto de los grillos, el croar de las ranas, el olor a campo de cada mañana cuando viajaba hacia La Habana y hasta el del mar, mi inseparable compañero. Sin embargo, ya pasó el tiempo de sentir esa nostalgia que a veces enloquece y dan deseos de regresar, aunque se sepa que es solo para estar preso.
Se me van olvidando las cosas y ya no sufro, todo lo contrario, creo que ni me importa. Creo que aquello nunca existió, ni mi barrio, ni mi gente con sus dicharachos, ni las buenas y provocativas hembras meneando el culo para arrancarte la vista inoportuna e indecente y despertar el celo de tu mujer o la amiga que te acompaña en esos momentos, porque así son algunas de cabronas en el patio.
Me duele llegar a pensar que se me olvidan los amigos, no aceptaré que eso sea cierto. Si volviera a nacer haría lo imposible por tratar de rescatarlos, pero todo es muy real. Cada día que pasa lo siento menos y mi barrio es otro, con gente que hablan mil idiomas que no comprendo. Llego a cualquier bodega y me pongo a conversar con sus bodegueros como lo hacía allá, esto me pone contento, tal parece que siempre fueron mis vecinos y que aquellos a los que siempre quise, nunca existieron.
Por eso escribo tanto, trato de conservar las cosas dentro de su tiempo. Es lo único que dejo para el que venga detrás, ese es mi legado. Tal parece que nunca he pescado a la orilla del mar, que no he hecho el amor bañado por sus olas. El tiempo pasa de verdad y se me olvida que nunca fui tan blanco. De una blancura casi enfermiza, eso siempre lo había criticado. Hoy me gusta y me atrae la carne con ese color porque la encuentro más pura, y las mulatas se ponen casi blancas, muy apetitosas, y las negras son de otro color, son casi cenizas pero nunca llegan a ser tan oscuras.
Ahora uso menos ropas en invierno y hasta encuentro agradable algunas temperaturas bajas, no tan frías, pero se duerme mejor, no se suda. Es exquisito hacer el amor comenzando tapado y luego, cuando el cuerpo se calienta, quitarse todos los trapos de encima. Se me olvida lo que es templar bañado en sudor, salados y resbalando cuando frotan ambos cuerpos para luego tratar de darse un baño y que no haya agua. Se me olvida lo que es continuar con el olor a semen en los huevos, mezclados con la leche de la hembra, con esa que se pide tanto antes de llegar al orgasmo.
No sé si alguna vez vi una pelea de perros callejeros, animales con sarna y hambre, descojonados, aún así, tratando de agarrarse una hembra. Son fieros y amargados aquellos animales, iguales que los gatos con el estómago vacío, así debemos ser todos, pero no lo recuerdo tanto.
Se me olvidan poco a poco las letras de mi himno, espero que me sepan disculpar mis furibundos compatriotas y algunos empedernidos patrioteros, tengo mis razones para ello. Nunca me he dejado llevar por la sublimidad de los símbolos creados por el hombre, me inclino por lo divino, por aquello en lo que no creen mis enemigos, se me olvidan las letras porque me cansé de ese llamado a la guerra. Han muerto muchos cubanos, sí, desde la guerra de independencia para el que fue concebido. Después, han muerto muchos más cubanos desde Estrada Palma hasta Castro. El himno ha sido usado por Presidentes regulares y malos, no he conocido alguno bueno, si existió yo no me encontraba entre los vivos en aquel momento.
Olvido las letras porque yo no nací en Bayamo y no me gustan los muertos, además, se cantó para ir a la guerra contra los colonialistas. Ahora es un buen momento para cantarlo delante de los hoteles que tienen los extranjeros, allí donde prohíben entrar a los cubanos, deben cantárselo a ellos. Debe evitarse que se use entre cubanos, frenar un poco la fábrica de muertos. Me doy cuenta cuando escribo estas líneas que hay cosas que trato de olvidarlas y no puedo, son como una pesadilla, tal vez un mal sueño, pero permanecen allí donde no quiero, hirientes y tratando de refrescarme la memoria. Espero me disculpe Perucho Figueredo, el autor de nuestro himno, pero el mío es otro desde hace mucho tiempo. Es un canto al amor y a la paz, a la unión de todos los que compartimos el mismo suelo. Si quieren acusarme de no ser patriota poco me importa, en definitiva, no creo en la Patria que solo produce muertos, no creo en los patriotas con himnos de los cuales se creen dueños, no creo en las patrias que se convierten en cárceles y en cementerios.
Se me van olvidando los colores de mi bandera, tengo la duda de haber tenido alguna. La de hoy es propiedad de los muertos de ayer, y los muertos de hoy serán sus dueños mañana, entonces, habrá que producir otros muertos para que se mantenga como una propiedad privada. Perdonen mil veces que se me olviden esas cosas, pero han sido usadas por muchos que dañaron a sus pueblos, mis símbolos son diferentes y no hieren a nadie, no ofenden y yo soy su dueño.
En mi ventana se posa un Gorrión, es un pajarillo nada elegante, su traje es color cenizo con toques de chocolate. No tiene buena voz pero me cae muy bien, existe en el mundo entero y es increíble que en China se desatara una guerra contra él. Siendo tan pequeñito llenaron camiones con sus cadáveres, me trae otro recuerdo, cuando los cubanos están deprimidos, tristes o aburridos dicen: “Estoy con el Gorrión”, ningún extranjero lo comprenderá.
El Gorrión es un ave que no puede vivir en cautiverio, cuando se mete en una jaula muere de tristeza, de ahí el origen de ese dicharacho. Por eso me gusta esa ave porque prefiere morir antes de vivir preso, siempre lo tengo presente y nunca lo olvido, no es de esas aves que se marchan cuando llega el invierno. Me he olvidado del canto del Sinsonte, es sumamente bello, parece haber estudiado en un conservatorio, es de un plumaje más hermoso que la del pequeño gorrionzuelo, tiene tonalidades blancas, grises y negro, pero no soporto que cante feliz dentro de una jaula.
Siempre me consideré una Gaviota, admiré su libre vuelo en medio de los océanos donde nadie las puede molestar, donde ellas van a favor o en contra del viento y nadie las interrumpe, pero ahora se me antoja que soy como el pequeñito Gorrión. Creo que así somos los cubanos que andamos regados por el mundo, soy como él, no canto y soy feo, pero sin libertad me muero.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2000-07-17
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