EL SON DE LA MONTAÑA
-Muchas veces quise dicirlo, pero a la gente de hoy
in día no le gusta oírle a un viejo, too lo que hablamos es profecía, solo
dicimos mierdas, recuerdos que a la gente no les interesa. Es como si estuviera
rodeado de sordos, di toas formas yo hablo y pa callarme hay que darme un
trancazo en la boca, na tengo que perder, soy un viejo, medio ciego,
cagalitrozo, casi un estorbo, pero no soy mudo, ni sordo como muchos cabrones.
Ese era el pan
nuestro de cada día de Gumersindo, hoy viejo, jorobado por el peso de los años,
pero más que eso, por el de los sufrimientos. Uno de aquellos pocos testigos de
un tiempo algo lejano, de aquellos que han parecido siglos y se llevan en las
espaldas y la conciencia, de esos que joroban y nunca se endereza.
¿Quién mejor que él? Nadie, ya quedan pocos de su
generación, de aquellos que lo vivieron todo y cruzaron dos largas fronteras,
las de dos siglos en medio de infructuosas esperas. Ya apestaba el pobre viejo,
no podía ir hasta el río a bañarse y los pocos nietos que allí vivían, no le
cargaban un cubo de agua. Cuando se cagaba, iba por el camino que tantas veces
había recorrido y se demoraba años en llegar hasta aquellas limpias aguas,
lavando la mierda y la ropa se gastaba medio día, y otro para volver a subir la
loma ayudado por un improvisado bastón que él mismo se hizo, con un pedazo de
guayabo.
Nadie sabe las veces que le había pedido al supremo le
adelantara la fecha, pero parece que en el cielo también eran sordos, como si
le hubieran ordenado que permaneciera en la tierra, porque allí harían falta
testigos. Olvidado permanecía todo el tiempo encima de un taburete, recostado
como siempre lo hizo, al lado de la puerta de entrada al bohío, el mismo que él
levantara hacía mucho tiempo, antes del cual, nacieran sus hijos, mucho antes
de que aparecieran esos nietos que hoy lo ignoraban, y allí, inclinado,
permanecía muchas horas, días enteros, hasta que se sumaban en años y toda una
vida, desde que le comenzaron a fallar muchos órganos del cuerpo.
Hablaba solo y lo acusaban de loco, hablaba y no
paraba de hacerlo. Lo hacía con un pájaro que pasaba y sus ojos no podían
distinguir, los adivinaba por la velocidad de sus vuelos. Con las vacas sueltas
que hoy eran muy pocas, con los caballos que se aproximaban. A estos los
adivinaba por el sonido de los cascos, nunca le importaba los jinetes que los
cabalgaran, estos cambiaban de la noche a la mañana, no así el paso de las
bestias, ni sus resoplidos. Eso lo aprendió con los años, y eso, no lo aprenden
los guajiros de hoy, porque sus oídos están adaptados a otros sonidos, a las
marchas, los discursos y a la radio.
Era un loco empedernido, el más viejo de los locos y
ahora estorbaba. Digno de una risa hiriente de aquellos que no lo conocían,
entre ellos de su propia familia, nacidos después que aquellos montes fueron
tumbados a huevos y machetes, risa, nunca conoció algo tan humillante, pero el
Señor era cabrón, allí lo tenía molestando y molestándose, cagándose de vez en
cuando como castigo y realizando esos largos viajes.
- Mierda de campo, de haberlo sabío me hubiera
ahorrao mucho trabajo, es como un castigo por lo que nunca hice, que el señor
me perdone, pero esto no me lo merezco. Eso se decía todos los días antes del
almuerzo, se lo repetía una y otra vez, hasta la santa hora en que se tiraba en
la hamaca que le habían asignado, como si fuera un muñeco que todos trajinaban
en la casa; ¡Qué malo es llegar a viejo! Siempre se decía (cuando hablaba para
sus adentro), cuando evitaba que lo oyeran, para que no supieran que hablaba un
viejo.
-Ya esto no es campo compay, esto es mierda, campo
era otro, donde el guajiro amaba la tierra, aquello sí que era otra cosa, en
too, las gentes eran diferentes. Lo mismo que las siembras, nojotros los
guajiros nos sentíamos orgullosos de nuestras tumbas (pedazo de monte tumbado
por un guajiro y sembrado), hoy día no hay na de eso, hasta los pocos metros de
tierras que teníamos pa mantener la familia han desaparecío porque naide las
atiende. Había que oírlo, nadie lo escuchaba, desgraciadamente en ese país,
todos se quedaron sordos.
- ¿De qué sirve compay? ¿De qué han servío toas esas
cosas que tanto anuncian? De na, porque si te fijas, no han servío de na, el
campo está abandonao. ¿Antes? En esos tiempos era otra cosa, compay. El guajiro
era orgulloso de serlo cuando de verdad lo era, nunca se avergonzó como ahora
de su origen y la vida era otra, era dura, en todos los tiempos lo ha sido pero
no tanto como hoy, donde el ser le pierde el amor a la tierra, esa, a la que
nojotros le hemos arrancao de las entrañas toos los alimentos, y mira, han
traío a toa esta gente que hoy no miran pa ningún lao. Hablaba y nadie lo oía, solo los pájaros, por
su lado corrían algunos niños, luego, después de los doce años no los volvería
a ver o sencillamente escuchar sus pasos, desaparecían, como los otros que
partieran mucho antes, esa era la vida ahora, todos escapaban.
-Mierda que se oye por ese aparato de pilas, decir
que esa es música guajira, como si uno fuera comemierda, música era aquella, la
de los guateques, ¡qué fiestas aquellas!, ¿quién se acordará de ellas? Solo los
viejos, pero creo que quedamos muy pocos y nos tienen tirados a basura. Por
cualquier motivo se armaba un guateque, no eran muchos en el año, un bautizo,
algún cumpleaños, pero el más importante de toos era el de fin de la zafra,
hablo de la del café, por supuesto. Siempre se hacía en casa de Silvano, era el
que mejor tenía su bohío y se prestaba pa too eso, la gente colaboraba desde
días anteriores a la fiesta, unos llevaban viandas, otros unas gallinas, un
guanajo y no podía faltar el puerco, ese que solo sabe hacer un guajiro, en
puya, relleno de congrí o sencillamente, así como lo hacen, cavando un gran
hueco a la tierra y quemando muchos palos hasta que quedan las brasas. Palos de
todo tipo, palos del monte que le dan un sabor diferente a las carnes y al
final para rematar, muchas hojas de guayaba que producen un humo con un dulce
aroma, y esta le penetra a la carne y le da un típico sabor, eso solo lo saben
los guajiros, pero no los de ahora, ni los que viven a lado de las carreteras,
el del monte digo yo, el de la Sierra.
Siempre se veía el correcorrre de las mujeres, de las
jóvenes y las viejas. Hasta de las que estaban empollando y se les notaban
pequeños bulticos debajo de los vestidos a la altura de sus pechos. Ellas
también se calentaban, todas esperaban ilusionadas a que llegaran sus conocidos
y vestían sus mejores faldas, bien blancas y estiradas con las planchas de
carbón y que les llegaban casi hasta el tobillo. La cabellera larga, muy larga
y negras casi siempre, brillantes, brillo que obtenían con el aceite de coco
que se untaban, ligados con una colonia que olía a limón puro, creo que le
decían mil ochocientos. No la recuerdo mucho, pero un gran pomazo costaba menos
de un peso, ese era el perfume de los pobres, para sus pocas fiestas en el año.
A alguna que a otra se le antojaba lucir ese día su mejor pañuelo de cabeza,
tal vez el único, el que se usaba para las celebraciones, de colores muy
chillones que contrastaban con la blancura de sus vestidos. Para caminar por el
monte lo hacían con alpargatas, dentro de un jabuquito traían los zapatos de
las festividades, los que usaban también cuando llegaban hasta el pueblo, todos
eran bajitos, a ninguna se le hubiera ocurrío usarlo de tacones donde todos los
pisos eran de tierra. Yo vide a muy pocas que se hubieran pintado las bembas,
no lo hacían, porque decían los machos, que eso solo lo hacían las putas del
pueblo, entonces esa voz se corrió por toa la comarca, desde hace quién sabe
cuántos años.
Las mujeres se agrupaban en la cocina, allí
chismeaban y daban una mano en los preparativos de la comida y cuando comenzaba
a caer la tarde, que en los montes es muy temprano, iban llegando los hombres,
unos lo hacían a caballo, mostrando una montura brillante, sus arreos adornados
de distintas maneras y rematando sus botas unas hermosas espuelas. Otras
familias llegaban a pie y se dirigían hasta el secadero de café que Silvano
tenía en la parte trasera de su bohío, era la única porción del suelo en toa la
comarca que era de cemento, la perfecta para los guateques que luego se
hicieron muy famosos. Los hombres continuaban en el frente, donde habían
amarrado sus caballos a lo largo de una gran tranca dispuesta para ellos,
algunos animales estaban sudorosos por la larga travesía. Muchos gastaban horas
en llegar, pero nadie se perdía aquella fiesta que solo tenía un período anual.
Corcoveaban algunos animales, mientras sus dueños hablaban de las virtudes de
ellos. En un pedazo de llano que había frente al bohío, se organizaban varias
carreras y siempre se apostaba algo.
Los músicos se iban acomodando en sus puestos, una
larga hilera de taburetes se colocaba a la orilla del secadero. Una mitad de él
estaba ocupada por el café de la última recogida, la del ordeño, apilada en una
gran loma de granos que anunciaba la zafra había sido buena, cubierta por
pencas de yarey. Las mujeres seguían a estos y se acomodaban en los taburetes,
mientras las de la casa y familia, ponía una gran mesa muy cerca de la pista,
con muchos y variados manjares. Toos los platos apilados unos encima del otro y
los cubiertos a un lao. La gente se serviría lo que se antojaba, así era esa
fiesta desde hacía tiempos que no recuerdo. Toos los hombres, al oír a los
músicos afinando sus instrumentos, sacaban de sus alforjas varias botellas de
aguardiente y la ponían en aquella mesa, pa que bebiera el sediento, cualquiera
que fuera, allí, na era de naide.
Sonaron las primeras notas de un Tres y al momento
arrancaron todos los acompañantes, lo hizo las claves, las maracas hechas de
guira y rellenas de peonías, el guayo, hermano de las maracas, pero hueco y
rayado. Le siguieron las guitarras y una marimba de cajón, que lo mismo servía
para hacer de contrabajo, que se usaba como instrumento de percusión, los
guajiros no sabían mucho de las tumbadoras. Sonaba la música y se podía
escuchar el eco de ella en las montañas, la primera pieza casi naide la bailaba.
A los músicos eso no les preocupaba, luego la repetirían y si fuera necesario
lo volverían a hacer hasta el cansancio, porque ese guateque duraba hasta el
amanecer. Genaro era el campeón tocando el Laúd, unos minutos después de
encontrarse el pequeño conjunto tocando, él brindaba sus primeros acordes,
dándole a ese Son el nivel que muchos ignoraron. Una andanada de aplausos se
ganó desde su apertura, entonces, todos los muchachos dejaron de joder frente a
la casa y le prestaban atención a la música.
Los primeros números naide los bailaba, los guajiros
eran así, cortos de palabras, parcos, tímidos para sus cosas, pero eso sí, muy
bravos para las peleas, muy machos. Necesitaban tomarse de un solo palo la
mitad de una botella de esos apestosos aguardientes, pa dejar en la parte vacía
de ellas, parte de su vergüenza. Entonces, era cuando de verdad se
envalentonaban y llegaban hasta la hilera donde estaban las muchachas y con
mucho respeto le solicitaban una pieza. Ninguna se negaba, aprovechaban que la
fiesta estaba empezando y eran los momentos más tranquilas de ella, tres o
cuatro horas aparecerían los síntomas de la borrachera, algunas discusiones,
gente a la que se le metía la cabeza dentro de un cubo de agua para refrescarle
las entendederas, pero aun así, la música no paraba.
El guajiro sobrio es muy respetuoso, es que tenía que
serlo, allí ninguna hembra andaba sola, venían con los padres, los hermanos y
muchas vainas cargadas con sus machetes, que naide se quitaba pa bailar. Los
hombres sacaban de su bolsillo trasero un pañuelo y lo sostenían en la mano
derecha que pasaban por la cintura de su pareja. Se mantenían a medio metro de
distancia y las miradas perdidas a otra parte, que no fuera el rostro de la
muchacha ni la del hombre. Esos rostros eran vigilados por los padres y
hermanos, también por otras comadres, como queriendo adivinar algún mensaje,
porque los ojos hablan mucho más que las bocas, eso lo saben los guajiros.
Separados por abismos bailaba la pareja, eran muy sencillos sus pasos, pa la
izquierda y pa la derecha, eso era too, moviendo el brazo parriba y pabajo,
sacándole agua al pozo, too el tiempo así, sacando agua y naa de mover las
caderas ni el culo, eso es ahora que la gente lo mueve too sin vergüenza,
sacando agua del pozo, en un baile que dura cien años, hasta secarlo como ha
sucedido hoy. El guajiro bailaba serio, sudaba copiosamente, no era tanto por
el calor del ambiente, más bien, era el fuego que lo quemaba dentro. El que
produce el aguardiente, pero allí estaba, pa la derecha y pa la izquierda,
mientras la vaina del machete le chocaba la pantorrilla en esos movimientos y
le recordaba que era un macho. Mostraba con mucho orgullo su mango de nácar,
luego, después de terminar la pieza, la acompañaba hasta su asiento e
intercambiaba cumplidos con la familia, quienes se interesaban por la suerte de
sus padres y animales.
El primer descanso de los músicos, se utilizaba por
los presentes para atacar la mesa donde se hallaba expuesta la comida, el
lechón era picado a golpe de machetes y cada cual se servía un buen trozo
acompañada de viandas de too tipo. Se bajaba con unas deliciosas limonadas y
cada cual se sentaba en sus mismos puestos. Las mujeres hablaban con disimulo
de los hombres, mirándolos con el rabillo del ojo, los más jóvenes se iban para
el frente del bohío donde cruzaban infinidad de jaranas, acompañadas de
chiflidos y gritos que le dirigían a las montañas para decirles que estaban
contentos, éstas, les respondían inmediatamente.
Casi siempre y después de la comida, comenzaba una
parte importante del guateque, eran las “Controversias”. Dos o tres poetas
improvisaban versos cantados o décimas, generalmente se iniciaban como simples
retos entre ellos, para ver quien se distinguía más, pero en la medida que
avanzaba el tiempo, aquellas décimas se hacían más provocativas y ofensivas,
motivo por el cual había que tener mucho cuidado, porque no fueron pocas las
que acabaron a trompadas limpias y algunas a machetazos. Esto ocurría con gente
que llegaba de otras zonas y siempre sucedía eso, ante el celo de los guajiros
que cuidaban sus palomas. No por estas razones se podía asegurar que la gente
del campo fuera mala, todo lo contrario, eran bondadosas y generosas, muy
solidarios con los que se encontraban jodíos, porque si de eso se hablara, cada
cual había tenido sus experiencias. Hoy es diferente, es como si el guajiro se
haya convertido en bandido y sinvergüenza que se aprovecha del mal de la gente.
En una de esas fiestas bravas fue que me robé a
Rosario, lo había planeado desde mucho tiempo antes de las celebraciones por el
fin de la zafra, me lo jugué el too por el too, pero me salí con las mías.
Aquella hembra era el centro de la vista de toos los guajiros del cuartón, pero
yo sabía que ella me pertenecía, fue muy difícil nuestra relación, solo cruces
de miradas y un deseo que te rompe las entrañas. Too lo preparé muy bien y nada
podía fallar, de suceder, me hubiera costado la cabeza. Nunca había observao
tanta vigilancia sobre una mujer, las razones eran fuertes, pero a mí se me
metió dentro de esta cabeza con mucha fuerza, por eso, me intrinqué en el
monte, por donde naide pasaba y allí preparé una guarida donde acumulé
alimentos, tal vez para soportar una semana sin salir a la vista de naide, pa
que naide nos molestara, fue debajo de una yagruma, bien metío monte adentro,
pero desde donde divisaba la guardarraya que salía de los Silvanos. Esperé con
mucha paciencia, con toda la que existe en el mundo entero, hasta que la gente
estaba contenta y había pasado la media noche, mucho tiempo para que el alcohol
hiciera sus efectos, entonces, cuando el conjunto tocó uno de esos sones que
siempre me gustó, uno suavecito de verdad, le dije, cuando le di la espalda a
su familia que no paraba de mirarme los labios; Te espero detrás de la letrina
dentro de un rato, solo parte cuando no me veas, no te preocupes por nada
porque yo te estaré mirando.
Aquella hembra era de ley y ya era hora de que
tuviera a su macho, dispué de la pieza me perdí, hice como el que va a servirse
un trago y a naide le llamó la atención. En verdad que muchos estaban medios
borrachos, entonces, por un costado del bohío penetré en la oscuridad y me
dirigí hasta el fondo de la letrina. La peste a mierda me tenía molesto a los
cinco minutos de estar allí, pero desde ese punto podía vigilar todos los
movimientos de mi hembra, el tiempo pasaba y vi como dos muchachas se acercaron
a la letrina, adentro había un candil encendido y ellas entraron al mismo
tiempo. Yo podía observarlas por las rendijas y oír como salía disparado el
chorro de meao por esa presión de haberlo aguantado varias horas, luego, cuando
terminó la primera se sentó la segunda y el ruido fue similar. Hablaron dos o
tres cosas de los muchachos y se largaron, Rosario continuaba con su madre,
aquella vieja no le perdía ni pies ni pisadas y eso me encabronaba, no
comprendía esa actitud de las viejas en querer conservar a las hijas como
estatuas, comencé a ponerme nervioso en la medida que el tiempo pasaba. En cualquier
momento a la vieja se le ocurría la brillante idea de pasar al interior de la
casa y too se iba al carajo, estaba refrescando.
De pronto, me llené de esperanzas, vi como Rosario se
levantaba de su taburete y con la mano hacía una señal en dirección a la letrina.
Allí quedaban la vieja esperando, los músicos tocando y los hombres empinándose
del pico de las botellas. Muy poca gente bailaba, todos llevaban el mismo
ritmo, desde el lugar donde me encontraba parecían muñequitos, pa la derecha y
pa la izquierda, pa la derecha y pa la izquierda, los brazos lo mismo, parriba
y pabajo, parriba y pabajo, sacándole agua al pozo, hasta secarlo. A solo unos
pasos de la puerta llamé a Rosario, ella se dirigió a la parte trasera por el
lado contrario a donde yo estaba, no pude evitar darle un beso, uno muy largo
que duró una eternidad, había sido el primero de cientos que cambiaríamos en
vida, después la tomé firme de la mano y ella se dejó llevar. Yo tenía medido
todos los pasos, cada maraña del monte me lo conocía al dedillo, cada piedra,
cada hueco que existía en mi camino, por eso no nos caímos a pesar de la
oscuridad y avanzábamos rápido, hasta que las notas de la música se oían
lejanas, hasta que estas dejaron de sonar y solo se escuchaban gritos y
chiflidos que la montaña contestaba. Solo un nombre retumbaba todo aquello y
era el de mi amada, unos veinte minutos después de haber salido llegamos al
pequeño ranchito, lo levanté con cuatro estacas y le puse techo para no
mojarnos en caso de que lloviera, pero ese no era nuestro hogar definitivo, ese
era el de nuestra Luna de Miel, el de dos fugitivos.
Nos acomodamos en un lugar de la maleza desde donde
podíamos divisar la guardarraya, siguiendo a los gritos, vimos aparecer los
mechones que la gente llevaba en las manos para alumbrarse el camino. Los
gritos ahora los sentíamos más fuertes, casi a nuestro lado; ¡Chayoooo! Era
respondido rápidamente por las montañas, nuestras cómplices. Volvían a gritar y
las lomas les contestaban de nuevo, vimos andar a toda una caravana de luces
por aquel camino, se detuvieron en el río y solo unas continuaron el ascenso de
la montaña vecina, debieron ser los familiares, los verdaderos interesados en
la guajira. El resto de aquellos mechones regresó por donde habían bajado, no
querían que se aguara la fiesta por una hembra robada o escapada. Cuando
pasaron otra vez cerca de nuestro observatorio, pudimos oír algunos
comentarios, unos se reían, pero todos estaban intrigados. No sabían con quién
se había escapado la muchacha, se encontraban confusos por los efectos del
alcohol y por el alboroto que la vieja había formado a la entrada de la letrina.
Como toos los hombres salieron rápido en busca de la pieza extraviada y en
medio de la oscuridad, nadie supo quién era el que faltaba.
Dispué que desfiló la última lucecita, le tomé la
mano nuevamente y la llevé hasta el ranchito. Yo había preparado una cama con
cuatro estacas como patas clavadas en el suelo, el bastidor lo construí con las
fibras tejidas de la corteza de majagua y de colchón usé sacos de yute rellenos
de paja, pero siempre me traje una vieja sábana de la casa. No podía quejarme,
la montaña es generosa con quienes la conocen, colgados del techo y metidos en
sacos, tenía los aprovisionamientos para unos días y algunos trastos, debíamos
esperar a que pasara la furia de sus padres y hermanos, un guajiro encabronao
es peligroso, nunca comprendí por cual razón formaban todo ese espaviento, si
allí en las montañas toas las hembras fueron robadas, hasta la madre de Rosario
y la mía propia.
Nos tiramos sobre aquel lecho que olía a toas las
yerbas del mundo fundidos en un beso, puedo asegurarles que en esos momentos no
sabía cómo seguir adelante, juro por Dios y toos los Santos, que nunca me había
acostao con una mujer. Desde muchacho resolvíamos las cosas como se hacían en
el campo, unas veces nos íbamos un grupo para el río con una yegua y allí
armábamos la cola detrás de ella, cada cual con la picha parada, sin pena
alguna y entre risas, cada uno cumplía con su turno, toiticos nos veníamos dentro
de la desgraciada y veíamos como a la cabrona se le salían las goticas de leche
y nos reíamos sin vergüenza por lo que hacíamos, esa era nuestra vida. Los más
osados y algo mayorcitos, se gastaban un peso con las putas del pueblo, cuando
un peso valía algo, pero eso no era muy aconsejable porque algunos pescaron
enfermedades. Por esa razón, era mejor metérsela a una yegua, nosotros las
conocíamos y sabíamos que no estaban enfermas. Otras veces, vigilábamos cuando
las muchachas se iban a lavar al río y nos escondíamos durante muchas horas,
hasta que ellas se desnudaban para bañarse, entonces en silencio, nos botábamos
una paja, luego abandonábamos los escondites y comentábamos sobre las tetas de
Marita o la pendejera de Tomasa, así, hasta que nos enterábamos cuando volvían
al río nuevamente.
Cuando ardíamos como tizones para asar puercos, nos
fuimos desnudando sin ningún tipo de recato, a lo lejos volvió a escucharse la
música y la majestuosidad del Laúd sobresaliendo por encima de todos los
instrumentos. Por un instinto natural me coloqué encima de ella sin despegar
los labios y sin saber cómo continuar, ambos nos encontrábamos desesperados por
llegar a este momento, ella me ayudó y como un animal salvaje, hice lo que
hacen todos los animales. Luego, entre gemidos y con ese agradable aliento
chocándome en pleno rostro, me vino a la mente el baile, el movimiento de las
manos parriba y pabajo, parriba y pabajo, solo que aquí no le sacaba agua al
pozo, bailé el Son más sabroso que se puede bailar en las montañas, echándole
hasta llenarlo.
Caímos muertos mientras amanecía, la música no paraba
de sonar pero ya se había acabado el repertorio, repetían la primera, la
segunda, la penúltima y sobresalían ahora los gritos que se producen en la
borrachera. De nuestro acto solo fueron testigos las estrellas que se empinaban
más altas que aquellas montañas, una de ellas debe ser ahora Rosario, quien no
quiso que yo la acompañara, dejándome solo como testigo de todos estos cambios.
Así gastaba el día Gumersindo, hablando y hablando,
para un público sordo y enano, recostado en su taburete, adivinando cuando
pasaba un pájaro carpintero, tal vez un tocororo. De vez en cuando llegaba
hasta él el viejo perro de la casa y se tiraba a su lado para tomar el sol de
la mañana, cuando la sombra le tocaba la punta de las alas de su inseparable
sombrero de yarey, sabía, que cuando ella llegara a las rodillas cantaría la
guacaica. Entonces, Margarita llegaba del campo sofocada, lo hacía después de
llevarle el almuerzo a los muchachos y le traía su plato de viandas, el que se comía
en la misma posición. Luego caía con esa modorra o sopor que produce el
estómago lleno en una agradable siesta, siempre con el sombrero cubriéndole la
cara.
Ese día, la sombra tocó el sombrero y cantó la
guacaica pero Margarita no llegaba, el viejo sintió un fuerte latigazo en el
pecho y comprobó que la lengua se le entumecía, le faltaba el aire y no hizo
nada por retenerlo. Se tiró el ala del sombrero sobre el rostro como hacía
después del almuerzo, mientras de sus labios brotaba una feliz sonrisa, vio
como su alma se separaba de aquel cuerpo cansado y enjuto, marcado en los
últimos minutos de su larga vida, por esa felicidad que lo acompañó en sus
largas jornadas dentro de esas montañas. Chayo lo tomó de la mano y partieron
de nuevo, ahora era ella quien se lo robaba.
Margarita llegó como siempre con el plato en las
manos y se asombró de verlo con el sombrero sobre el rostro, lo llamó con
insistencia y el viejo nunca contestó, cuando levantó el sombrero, la felicidad
reflejada en el rostro del viejo opacó su dolor. Llegaron muchos de todos los
cuartones vecinos, de su generación quedaban pocos, pero se hicieron llevar
para despedir a aquel amigo. Llegaron los de la generación siguiente, solo
faltaron los nuevos, los que se dejaron arrastrar por las nuevas corrientes,
esos no se enterarían de la muerte del viejo, no creo les importara mucho,
menos aún le importaría a él. El funeral se hizo al estilo de sus tiempos, en
el campo muy poco había cambiado, fueron muy leves el soplo de esos vientos que
todo lo revolucionaron. La noche se alumbró de candiles y mechones que llegaban
de distintas direcciones, muchas más que aquellas que los buscaron la noche del
guateque cuando se robó a su hembra. Se preparó comida para todo el mundo y no
faltaron las botellas de ron. En el cuarto lloraban las comadres, las hijas y
las nueras, afuera, los hombres hablaban de sus bondades. Se cavó una fosa al
lado de la de Rosario, muy juntas, como estuvieron toda la vida y cuando la
rústica caja descansó en el fondo, el hijo de Genaro sonó el Laúd para entonar
un Son, aquellas celestiales notas lloraron sin consuelo.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
20-09-2000.
""CANTO POR UN AUSENTE""
¡Canta Trovador! ¡Trovador canta!
Un solo de tres como introducción,
le siguen las maracas,
entra las claves y el guayo, protesta el bongó,
bailan las guitarras y el bajo,
hace su reverencia el laúd,
bajan de tono cuando oyen la voz del cantante.
Canto a mi cielo, nublado o despejado,
celeste, añil, prusia, negro o gris, unas veces
estrellado,
canto al lucero del alba, a mi sol ardiente, canto a
la luna,
a la luna del poeta, a la del desvelado enamorado,
canto a ese cielo apacible y tierno,
bruto, fiero y temible cuando está enojado.
¡Canta Trovador! ¡Trovador canta!
Canto a la tierra que me vio nacer,
a sus valles, ríos, y a sus montañas,
le canto al zunzún y al Turquino,
a mis sabanas con sus cañaverales,
al surco y la guardarraya, al dulce olor de los
Centrales.
Canto a las hermosas mujeres, a la madre, la esposa, a la amiga,
a la hermana, a la buena hembra, a la trabajadora,
a la jinetera, a la artista y a la viuda que llora,
canto a la maestra, a la blanca, a la negra, a la mulata.
¡Canta Trovador! ¡Trovador canta!
Canto a mi comida, lo hago por el lechón, la yuca, el boniato,
el arroz con frijol, el ajiaco y la harina.
Le canto a mi Son y a mis palmas,
también a la Mariposa nuestra flor,
al ron y al tabaco, al café sin mezclarlo
y al hermoso Tocororo por su color............
...................... Silencio .... .............
¡Canta Trovadora! ¡Trovador canta!
No puedo, ya he terminado,
¿no oyeron que pararon las maracas?
Y al mar, ¿por qué al mar no le cantas?
Porque algo se me quiere salir del pecho,
se me traba la garganta y no tengo inspiración.
No importa Trovador, yo te doy el pie de amigo,
tal vez así regrese la musa de tu arte,
pero canta, cántale al mar por favor.
Aquí van mis palabras, en desorden, sin hilarvarlas; profundo, negro, violento, Changó, tumba, sediento, inanición, niños, balsas, olas, viejos, Orula, lanchas, detonación, crimen, escualos, Yemayá, estrecho, jóvenes, mujeres, alucinación embestida, desaliento, Ochún, futuro, sueños, recuerdos, colisión, quemaduras, pánico, gritos, súplicas, deshidratación, disparos, avión, frío, lluvia, espejismo, vómitos, traición , violencia, sacrificio, Obatalá, esperanza, hambre, desesperación, ilusiones, miedo, silencio, delfines, mareos, revolución.
¡Canta Trovador! ¡Trovador canta!
Canta en rima, en décimas, en prosa, desafinado,
aunque pierdas la voz y sea tu último canto,
cántale al mar y a nuestros muertos, a los asesinados,
para que se entere el cómplice y sordo mundo
para que sepan que no están olvidados y tienen voz,
para que tiemblen los verdugos y los generales.
¡Canta, canta sin parar Trovador!
Suena el laúd, la guitarra y el tres,
lloran las maracas, el guayo, las claves y el bongó,
se oyen del trovador las mejores tonadas,
palabras que nunca serán olvidadas,
para que no tengan que cantarse mañana.
Esteban Casañas Lostal
Montreal, Canadá
02/10/2001
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