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miércoles, 18 de noviembre de 2020

 

29 AÑOS FUERA DEL PARAÍSO.


Motonave "Viñales", donde deserte el 13 de Nov, del 1991

Estoy vivo, no morí de tristeza, angustias, añoranzas, melancolías, ansiedad, nostalgia, ¡nada! De muy poco me sirvió todas esas fotos que me enviaron del Tocororo, la Palma Real, Varadero o el Malecón de La Habana, continúo vivito y coleando. 

¿Veintinueve años? Estamos hablando de tiempo, el que no pudieron alcanzar muchos seres, superior a los veinte de Gardel y al que pasa un sapo debajo de una piedra. Tampoco ha sido fácil, existe una buena herramienta para superar esa barrera que a muchos logra matar. Solo se necesita mirar hacia atrás, luego retroceder y volver a mirar tu presente. ¿Qué ves? El poema de aquel viejo mestizo, “Tengo, vamos a ver”.

¿Qué veo? Me veo llegando a un país frio, extraño y con una cultura diferente a la nuestra. Llego con un equipaje muy limitado, la ropa que llevo puesta. Cargo otro que supera mi estatura, un manto de sueños, uno principal, ser libre de una vez.

Miro hacia atrás y compruebo que nada es mío. No lo era aquel apartamento construido con mis manos, tampoco la carga de tarecos que sirvieron para amueblarlo y compré con mi sudor, no comprendí que lo hacía a nombre del gobierno. Entonces, cuando regreso con el pensamiento, prefiero borrar todos aquellos recuerdos y volver al presente. Quito de mi disco duro los nombres de aquellos que se llamaron amigos y se perdieron de mi casa, la del gobierno. Borro a todos aquellos que abandonaron a mi familia para “no ensuciarse”, parientes también formaron parte de esa caravana. Mientras voy borrando siento un gran alivio, cargo menos peso.

¿Creen de verdad que moriría de nostalgia por esas tonterías con las que pretenden identificarnos? ¡Noooo! La mejor herramienta es sacar de la mente todos esos recuerdos y comenzar desde cero. Bueno, esa regla no se aplica a todas las personas, hablemos mejor del desterrado, el que soñó una vez ser libre, ese no tiene otra opción.

A veces vale la pena regresar a las ultimas horas, últimos días, últimos rostros, últimas palabras escuchadas. Vale la pena hacerlo para reducirlo todo a polvo, nubes, cenizas, ecos sordos. Esa es la mejor medicina para el desterrado si no quiere morir en el intento, si desea vivir ciertamente sin penas. 

Viajo frecuentemente en el tiempo y escucho una palabra mágica en la que han creído millones de tontos, yo caí fulminado por su magia embriagadora, solo hasta el día que dejé de creer en ella. “Futuro”, tontería con la que duermen a demasiados seres, mercancía con la que compran sus almas. Si yo lo hubiera conocido, seguramente lo hubiera adelantado para escapar de aquella pesadilla. 

Del pasado no quisiera acordarme mucho, miro con más satisfacción el presente y veo a unos nietos nacidos fuera de una isla rodeada de tiburones. Veo sus fotos de niños y en ninguna visten una pañoleta alrededor del cuello. Tampoco fueron obligados a gritar cada mañana que deseaban ser como un asmático asesino, serán como ellos decidan.

Miro hacia atrás y me espanto, regreso al presente apurado, veo el termómetro y observo que fuera de mi ventana hay 4 grados bajo cero. Me calmo, ya estoy acostumbrado y debo esperar a que siga descendiendo. Los árboles están totalmente deshojados y son pocas las aves que deciden pasar el invierno entre nosotros. Se posa un hermoso Cardenal en la baranda de mi balcón y canta algo, el Tocororo no canta, yo tampoco.

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2020-11-13

 

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