Visitas recibidas en la Peña

jueves, 5 de marzo de 2020

EL TELEGRAMA


EL TELEGRAMA




Se escuchaba la pitada del cartero desde que comenzaba a repartir su aburrida carga en las primeras puertas de la cuadra, casi nunca tocaba en la nuestra. Había cambiado de silbato, el primero fue de aquellos tenían una bolita dentro y el sonido era intermitente. Todos los vecinos de la cuadra le preguntaban a su paso por la suerte de su antiguo instrumento, pudo ser un reflejo condicionado, actuábamos como los peces cuando se aproxima la hora de ofrecerles alimentos.

El cartero se detenía más tiempo del acostumbrado en cada puerta y ofrecía una explicación pausada, hablaba de aquel pito con mucha solemnidad y cariño. Se detuvo en la puerta de Juanita y habló sin parar durante varios minutos. Ella le preguntó por simple curiosidad, nadie en su casa recibía correspondencia, eran de los pocos negros que vivían en la cuadra. No tenían familia en los Estados Unidos y menos en otras provincias. Todos habían nacido en La Habana y perdieron contactos con sus raíces desde las guerras de independencia, no supieron cómo rayos llegaron sus tatarabuelos a este país, ni dónde trabajaron como esclavos.

La voz del cartero no podía ocultar ese timbre de dolor que delata toda la angustia del ser humano cuando ha perdido a un ser amado, su bolsa y silbato formaban parte de su cuerpo. No satisfecho con la explicación que daba en cada puerta, el cartero mostraba al relevo de su antiguo compañero y recibía con beneplácito todo tipo de condolencias.

-¡Suena mucho mejor que el anterior! Le expresó Juanita y su voz penetró por la ventana de mi cuarto que daba a su pasillo.


-¡Este es más bonito! Le contestó el cartero.

–Se parece a aquellos que usaba el guarda jurado en sus recorridos nocturnos por el barrio. Era la voz de Margot, ella vivía a tres puertas de la de Juanita. Se acercó empujada por ese bichito que pica a todas las comadres, nadie recordaba aquellos guardias pagados por los vecinos

–Sí, es más delgado y cómodo de transportar en el bolsillo, ocupa menos espacio, pero debo acostumbrarme a su sonido, y la gente también, no es lo mismo. Es un poco más exigente, o sea, requiere de más aire para lograr un sonido completo. Les dijo mientras sostenía al silbato entre los dedos y lo giraba ante sus ojos con mucha delicadeza.

-Ya eso es un verdadero contratiempo, porque como están las cosas hoy día y las dificultades que existen para desayunar, no creo que tengas suficientes energías para andar soplando por todo el barrio. El cartero era como las películas rusas, cuando menos lo esperabas aparecía el cartelito de konec.

Ese día sonó el silbato en la puerta de nuestra casa, mal augurio, mala noticia, pésima suerte, alguna tiñosa, nos trasmitimos esos pensamientos con una mirada. Teníamos parientes en el extranjero, pero ya los habíamos enterrados desde hacía muchos años, esa correspondencia nunca existió. Total, no tiene sentido que nos cuenten sobre sus viajes a Disney World o que nos manden fotografías al lado de un auto de último modelo. Poco nos importaban sus rostros sonrientes dentro de una piscina mientras el tío o el abuelo asaban carnes en una parrilla enorme con un baloncito de gas. ¿De qué nos serviría? Era mejor romper de cuajo y que no nos marcaran la biografía por tener relaciones con el enemigo. Ellos estaban allá y nosotros aquí, ellos estaban viviendo la dulce vida mientras nosotros nos sacrificábamos, nadie sabía en qué, pero ese era el alegato, ¿para qué escribirnos?

Olga se demoró varios minutos en recorrer la distancia que existe entre la cocina y la puerta de la calle, el cartero repitió su pitada, ahora más larga y con mucha fuerza. Cuando se detuvo el sonido, aspiró todo el aire posible para rellenar los espacios vacíos de sus pulmones, gritó un nombre que nadie entendió.

-¡Ya va, ya va! Gritó Olga por el pasillo. Parece mentira que estén ahí sentados y no le abran la puerta al cartero. Protestó cuando cruzaba la sala saltando las piernas extendidas de los muchachos, nadie le respondió y permanecieron concentrados en la pantalla del televisor, retransmitían cualquier cosa.

El cartero infundía miedo, era autoritario, casi un policía. ¿Y si no le abrimos y luego nos camina? Hay que abrirle por desgracia, nadie sabe, este país está lleno de chivatos. Hay que hacerlo, el muy cabrón puede reportar en la oficina de correos que no quisimos atenderlo. ¿Y si no es nada malo? Va y resulta ser una tarjeta de felicitación, ¡hay que abrirle, carajo! Pensó Armando en el baño mientras hacía sus necesidades y estrujaba las hojas de una revista, lo hacía frotándolas contra ellas mismas y el sonido seco de aquellas fricciones llegaba siempre hasta la sala. No debe ser eso, pensó nuevamente sin dejar de concentrarse en aquella importante operación, las tarjetas de felicitaciones no existen desde hace una pila de años, debe ser algo malo. ¿Por qué no acabarán de abrir? Esos muchachos son vagos, y con lo que se demora la vieja para llegar hasta la puerta.

Mercedes detuvo sus convulsivos movimientos con las pitadas del cartero, sobre ella jadeaba su marido, bueno, no un marido oficial. No existía ningún documento que lo acreditara como tal, tampoco aparecía su nombre en la libreta de abastecimiento y eso era mucho decir. Gloria tenía la molestia de solicitarle diariamente el RD-3, ella le prometía entregarlo a la mañana siguiente sabiendo que era mentira. José no abandonaría nunca la libreta de su casa, esperaba por la salida de su madre del país o se resignaba a resistir hasta el día final de su existencia, era la única manera de heredar aquella casa. Sobre su abdomen corrían gruesas gotas de sudor que le marcaban un trillo brillante hasta la espalda, la sábana estaba mojada a ambos lados de su cuerpo y despedían un olor acre, casi amargo, siempre que terminaban daba la impresión de que se habían orinado. Se colocaban a un lado de la cama y dejaban que el ventilador se encargara de secarla. Tampoco podían darse el lujo de estarla lavando diariamente, porque a diario sudaban, era la juventud. Puede ser la respuesta de la oficina de intereses, pensó mientras se mantenía inmóvil y seguía el rumbo de Olga por el ruido de sus chancletas. Todavía se va el cartero y tengo que empujarme nuevamente la cola, pensó mientras su respiración era jadeante.

-¿Por qué no le abren al cartero? Gritó Anita desde el lavadero que se encontraba en el patio. Va y se murió Pancho, puede ser un telegrama urgente, pensó mientras revolvía los culeros cagados de su hija con un palito barnizado que una vez perteneciera al corral. Los carteros no se molestan en traerte una carta normal, nadie escribe boberías, son aves de mal agüero que solo reparten telegramas con malos presagios, malas noticias, pensó sin recibir respuesta desde la sala. Para morirse solo hay que estar vivo y caer en desgracia o en un hospital del interior. ¡Pobre Pancho! Toda una vida sacrificada en la construcción de algo, ¿qué harán con su colección de medallitas y diplomas? Tan orgulloso que se las colgaba los días de fiesta, las camisas se le llenaron de huequitos de tantas pinchadas, el pobre, tal vez de su fallecimiento sea el telegrama. Se escuchó nuevamente la insistente y rabiosa pitada del cartero, luego dos toques fuertes en la puerta, como los que dan los propietarios de las casas cuando olvidan las llaves. Olga no acababa de llegar, no se apuraba, nadie le escribía desde hacía siglos, no recuerda cuando recibió la última carta.

¿Serán del Comité Militar? No es fácil estar guardado tres años en la mejor época de la juventud, y lo mal que me cae estar marchando. ¡1,2,3,4, comiendo mierda y rompiendo zapatos! Pasado mañana son los quince de Milagros y ya están montadas todas las coreografías. Tremendo hueco le haría a mi socia si me llevan para el Servicio, tendrán que eliminar una pareja, ya no hay tiempo ni tela para confeccionar otros vestidos. ¡1,2,3,4, comiendo mierda y rompiendo zapatos! Es duro, pensó Alberto sin despegar la vista del televisor. ¿Y si me declaro maricón? Eso lo ha hecho mucha gente y han escapado. Sí, pero algunos no han tenido mucha suerte y los han clavado en el campo, con el odio que le tengo al fango. Hay que buscar otra salida, pensaba mientras Armando Calderón narraba la Comedia Silente, ¡De truco, queridos amiguitos! Escuchó en ese momento y se concentró en aquellas imágenes borrosas en blanco y negro. Porque si me declaro pato puedo escapar, pero el cartelito no hay quien me lo quite de por vida, me dichabo ante los pollos del barrio. Tengo que mudarme y hacer una nueva vida, pero no puedo hacerlo, ¿para dónde voy? Mira la lucha que tiene Alfredo para lograr un apartamento, el pobre, se va a reventar. ¿Y el viejo? Ese va a ser el primero que me bote de la casa, voy a cagarle todo su historial revolucionario. No puedo salir del closet así como así, debo encontrar otra solución más aceptable. ¡Ya sé! Un certificado médico es lo perfecto, ¿quién correrá el riesgo? -¡Ya va! ¡Ya va! Gritó Olga y seguía protestando por la vagancia de los muchachos, ninguno recogía las piernas para permitirle pasar. Se detuvo junto al corral de las niñas y le extrajo una bola de pan de la boca a una de ellas.

Entrada de trompeta y algarabía del público como coro, imaginas ver entrar al artista en el escenario, ilustras su fama. Las trompetas van cediendo como si fueran vencidas por falta de viento, el piano se despierta por ese vacío inesperado. Su entrada es melodiosa, dulce, sus notas se comportan como un sedante y el público se calma, se impone el silencio, el artista canta. Las guitarras logran un efecto contrario y el público se manifiesta nuevamente, desea cantar también, aunque esté desafinado. Bulla, bulla, gritos histéricos… Cuando Pedro salió a su ventana, no sabía mi amor, no sabía, que la luz de esa clara mañana, era luz de su último día. Y las causas lo fueron cercando, cotidianas, invisibles, y el azar se le iba enredando, poderoso, invencible. ¡Eh, eh, eh, eh,eh,eh! Entrada burlona de trompeta… Escuchaba Julio aquella conocida melodía mientras se desplazaba a mitad de su cuadra, el silbato continuaba insistente a su espalda y apuraba su paso para no perder la guagua.

Gloria lo seguía con su vista de águila, podía escucharlo con los ojos de cederista distinguida, rapaz de almas, devoradora de ideas distintas, embajadora de la envidia. Lo odiaba, la odiaba, se odiaban. Un haz de desprecio pudo burlar sus pestañas, un escupitajo dirigido hacia el mismo pedazo de césped, y la tierra protestando por no sentirse culpable, y la hierba comenzaba a secarse de tantas bilis derramadas. La mirada de odio y el gesto de desprecio cotidiano, la jabita vacía apretada bajo el sobaco, la camisa sudada con el cuello negro y el estómago tratando de devorar sus paredes como cada día, como cada semana, como si fuera un castigo. El mal humor de cada hora borrando aquella alegría de su pubertad, y los sueños de una juventud perdida, marchitos entre marchas y discursos, y un solo objetivo latente en su mente de un azul intenso. Treinta y dos años de sueños volátiles esfumados sin poder trascender más allá de caprichos ajenos, palabras que sonaban cada instante aburridas, espacio cada vez más estrecho a ese deseo tan humano por ascender. Subir quizás un solo peldaño en esa escala tan dura de la vida, cambiar. Sonó nuevamente el silbato a su espalda mientras doblaba la esquina. Los muchachos comenzaron a protestar y uno de ellos le subió el volumen al televisor. ¡Ya va, cojones! Gritó Olga muy molesta y el cartero pudo escucharla a través de la puerta, se desinfló y aguardó en silencio.

Jorge saltó el muro del patio muy asustado, nunca pudieron adivinar cómo lo hacía, algunos de los familiares pensaron inscribirlo como deportista de salto sin garrocha. Algún truco utilizaba para vencer una pared con más de tres metros de altura. Pensaron los muchachos de la sala cuando vieron elevarse una sombra flaca por el muro repellado. Va y ese cabrón llega con el pretexto de un telegrama para luego echarme pa'lante, pensaba mientras ascendía. No se puede confiar en nadie, no se puede ser feliz, nunca se comprendió el significado de su felicidad. Jorge se escapaba para estar trancado en la casa, no tenía novia, amigos, dinero, ropa, gastaba su tiempo sentado en la sala, oculto de la mirada de los vecinos, fugitivo. Olga estaba cansada de suplicarle que se entregara, lo acompañaba hoy hasta la Unidad Militar y lo encontraba en la casa a su regreso. Un día lo trasladaron a Camagüey, se lo llevaron en tren, nunca arribó a su destino, era nuestro Papillón. Ofelia lo vio caer en el pasillo de su casa y no dijo nada, se hizo la ciega. Yo no espero correspondencia, pensó Jorge mientras se escondía detrás de un tanque de agua.

Se escuchó el cerrojo de la puerta, el recorrido angustioso de un viejo pestillo. ¡No sé para qué cierran tanto! Protestó Olga mientras tiraba de la puerta y ella rozaba con las losas del piso. Tuvo que usar las dos manos para forzarla a que abriera un poco más, los muchachos protestaron cuando entró claridad a la sala y afectó las imágenes en la pantalla del televisor ruso. ¡De truco, queridos amiguitos! Repitió Armando Calderón en otra parte de la comedia y todos callaron nuevamente.

-¿Tienes un pito nuevo? Le preguntó Olga al cartero.

-Sí, lo acabo de estrenar. Le respondió.

-Pues debes avisarle a todos los vecinos, ya estábamos acostumbrados al viejo. Este de ahora suena como los que usan los amoladores de tijeras. Le dijo mientras el cartero le mostraba orgulloso su nuevo instrumento.

-Pero lo amoladores no usaban pitos, ¿cómo era que se llamaban esos instrumentos?

-¿Una filarmónica?

-¡No, mujer! Aquel instrumento lo usan mucho en la música de Suramérica, son varios tubitos de diferentes tamaños pegados uno al lado de otro. Es una versión de la antigua Zampoña que nosotros conocemos como armónica. Le aclaró el cartero.

-¿Tas hablando en ruso? Primera vez que escucho ese nombre. Le respondió Olga.

-No te preocupes, estás justificada.

-¿Qué tienes para nosotros aparte del sonido que estrenas con el nuevo pito?

-Un telegrama, ¿puedes regalarme un vaso de agua? Buscaba entre el mazo de sobres sostenido en su mano izquierda mientras Olga regresaba nuevamente hasta la cocina.

-¡Mete todo en el bolso nuevamente! Le dijo muy asustada Alelí a su amiga Candelaria, ese cabrón va a pedir permiso para pasar al baño también, seguro anda en algo.

-¿Tú crees? Sin doblarlo lo fue guardando todo, medias, íntimas, pasta de diente, cigarrillos, un pomo de champú, dos pañuelos de cabeza y un pomito de bijol.

-¡Claro! Buscan cualquier cosa para estar chismeando y luego comunicarlo.

-¿Con hielo o de la pila? Se escuchó la voz de Olga desde la cocina y los niños protestaron.

-¡Cualquiera me viene bien! Le contestó el cartero y lo mandaron a callar desde la sala.

-¡Me vengo, me vengo, ya no puedo aguantar! Se escuchó detrás de la puerta del cuarto próximo a la cocina y Olga lo pudo oír.

-¿Para quién es el telegrama? Preguntó Armando desde el baño sin dejar de frotar las hojas de papel.

-¡No se sabe aún! Respondió su madre.

-¡Carajo, como se sufre en este país de mierda! ¿No pudo decirlo antes de antojarse del agua?

- ¡Ay, me vengo!

-Pues acaba de hacerlo, no resisto este calor.

-¿Se habrá muerto Pancho? ¡Ooolga! ¿No sabes si el telegrama es para mí?

-¡No lo sé! Se escuchó otro grito desde la cocina.

-¡Mija! ¿Cuándo le llevará el agua tu madre? Tengo que salir con las mercancías, me están esperando. ¡De truco, queridos amiguitos! Se escuchó por el televisor nuevamente y daba la impresión de que Armando Calderón se encontraba medio borracho, repitió la misma expresión muchas veces.

-¡Acaba de llevarle el agua a ese tipo! Va y es una citación del Comité Militar, hace falta avisarle con tiempo a Milagros.

-¡No jodan más! Hubieran levantado el fondillo. Respondió molesta la vieja mientras arrastraba las chancletas por el infinito pasillo hasta la puerta de entrada. Los muchachos no se molestaron en recoger las piernas y tuvo que irlas saltando como en una carrera con obstáculos. Miró al corral y las niñas se encontraban entretenidas. Le entregó el vaso de agua al cartero y éste le dio el telegrama. Desde su balcón Gloria seguía vigilante a todas las maniobras que se producían en aquella puerta, el cartero partió y sonó el silbato en la puerta vecina.

-¡El telegrama es para Julio! Gritó Olga.

-¡Dámela ahora!

-¡Tómala!

-¡Dámela! Se escuchó la caída de un cuerpo en el pasillo del patio.

-¡Tómala, mamacita! Descargaron el inodoro en ese instante.

-¡Dámela, papichuli!

-¡Hay niños en la sala! Protestó Anita desde el patio. ¡1,2,3,4, comiendo mierda y rompiendo zapatos!

Anita lo esperaba siempre en el mismo lugar, con el mismo gesto en el rostro, despeinada, su cara grasienta y empercudida. Con el mismo olor rancio que borra la atracción salvaje por la carne femenina. En el rústico corral peleaban su hija y sobrina por otro mendrugo de pan. El azar las había colocado allí, la falta de un condón tal vez, pero allí se encontraban inocentes y hoy no se embarraban de mierda como hacían antes, el día de ayer o antier.

Fue directo al refrigerador y sacó una tartarita de hielo sin hablar, sin decir buenas tardes, o buenas noches, o buenos días tal vez. Pocas cosas se decían para evitar contratiempos, era preferible no hablar en tiempos tan contrarios. En la cocina se preparó un vaso de agua con azúcar y lo batió con energía. Luego, ese criollo cóctel separó las paredes contraídas de sus tripas y sintió algo de alivio. Se sentó junto al corral y observaba a las niñas jugar enlodadas de inocencia mientras dejaba reposar su mal humor, el genio de cada día.

Le pidió con desgano a su mujer que le calentara un poco de agua para bañarse. Ya ella se había adelantado, aquella orden diaria la había domado como a cualquier animal. La siguió con el rabillo del ojo mientras se desplazaba por el pasillo, trataba de descubrir aquellos encantos que un día lo arrastraran hacia esa aventura. La aventura de casarse y encontrarse embarcado con dos fiñes en una trampa sin salida. Se puso a calcular y había perdido la cuenta de los días o semanas que llevaba sin verla desnuda. Iba olvidando la imagen de aquel cuerpo y los pocos encuentros sexuales se convertían en verdaderos tormentos. Gemidos y sollozos reprimidos, peor aún, amar al tacto, buscar ese cálido huequito entre sábanas, pijamas, blumer. ¿Y el calor? Esperar por último en acostarse y el sobresalto del primer despertador en pleno acto. ¿Amar? Eso era templar en el peor de los casos, como lo hace cualquier animal. Envidiaba a los gallos, ¡a los gallos no!, se vienen muy rápido, pensaba mientras se refrescaba y observaba a las niñas dentro del corral jugando ajenas, perdidas en el paraíso de sus mentes. Desgraciadas, pensó mientras su mujer le avisaba que tenía el baño listo, debía aprovechar antes de que llegaran los otros del trabajo.

Con una latica mojó su cuerpo, no podía darse el lujo de gastar más de tres antes de enjabonarse, el resto del cubo era para enjuagarse. La bañadera se encontraba a un tercio de su capacidad y nunca se garantizaba que entrara el agua en su día. Mientras se lavaba la cabeza, detuvo su atención en el moho que brotaba de las uniones de los azulejos, avanzaban desde el piso y cada semana ganaban territorio, una invasión de líneas negras que se portaban como cualquier ejército. Buen trofeo, pensó y luego comprendió que gastaba muchas horas del día pensando en mierdas sin importancia. Hay mierdas importantes, las hay, respondió su enfermizo pensamiento, ¡basta de pensar!

Ese día la cena era la misma de ayer, María protestaba tratando de justificarse, él trataba de comprenderla, perdonarla por un pecado ajeno, él protestaba también. -¿Cómo quieres los huevos? ¿Fritos, tortilla, hervidos, revoltillo? ¿La tortilla de vuelta y vuelta? Mañana quedaron en conseguirme unos plátanos maduros para hacerte una tortilla de platanito, ya sabes, la papa y la cebolla están perdidas.

-¿Con qué? Preguntó Pedro sabiendo que recibiría la misma respuesta aburrida. ¡Con arroz! Arroz a secas, esa era la respuesta esperada. No cuadran hervidos, ni en tortillas, ni en revoltillo, es muy seco, pensó en fracción de segundos. -¡Fritos! Contestó de mala gana, casi le gritó, tal vez esa sea la causa de mi estreñimiento, pensó nuevamente. Ella no quiso molestarlo, le ahorraba penas mientras comía, todos se encontraban en la sala viendo la novela, él la miraba con el rabillo del ojo.

-Hoy te llegó un telegrama. Le dijo Anita cuando vio que el plato se encontraba vacío.

-¿Un telegrama? Le preguntó con desgano, como esperando un mal presagio.

-¡Sí! Le respondió y lo puso sobre la mesa. Juan lo tomó con mano temblorosa y sacó el papel blanco amarillento de su interior. Su primera observación se dirigió al remitente, después recorrió su nombre y toda la dirección del destinatario tratando de buscar un error, no lo había. “Debe presentarse en el departamento de Cuadros de la Empresa, usted ha sido seleccionado para cumplir una misión internacionalista”. Fue todo el texto que terminó con saludos revolucionarios, no dijo nada y se dirigió al cuarto.

¿Por qué, yo? ¿Qué mal le habré hecho a Dios? Pensó mirando al techo mientras su hija trataba de dormirse en la cuna. ¿Y si digo que no? ¿Y si digo que sí? ¿Y si no digo una cosa o la otra? Pero aquí no se aceptan términos medios, estás o no estás. Porque si digo que no, puedo perder la pincha y marcarme, pero si digo que sí, puedo perder la vida. ¿Y si me declaro maricón? Eso no lo va a creer nadie, tengo que morirme hombre, aunque no quiera, estoy acorralado.

El mar se tiñe con un manto de plata cuando la calma es chicha y no sopla el viento. El horizonte se funde con el cielo y viajas hacia el infinito, flotas en el universo y solo despiertas cuando un pez volador sale disparado desde la nada y planea despavorido en un vuelo hacia ninguna parte. Cae y lo observas despegar nuevamente, detrás, una gaviota se lanza en picada y el pez se sumerge nuevamente. El ave se levanta defraudada, el pez salta en el aire otra vez y ella no le presta atención. Juan observa la salida del sol y trata de orientarse. Se para sobre la balsa y dirige su brazo derecho hacia él, mira al frente y piensa, hacia allá queda el norte. El norte revuelto y brutal, pensó y escuchó a alguien definirlo de esa manera. No recuerda si fue en la casa o en la parada de una guagua, alguien lo dijo y escuchó el silbato del cartero.

Las olas adornan un gran cake y las gaviotas son angelitos, las estrellas son lunares y el sol un gran queso. Pasan los días y sueña con selvas africanas, el pecho lleno de medallas como el de su suegro, se arrepiente de aquellos falsos pensamientos y escucha nuevamente el silbato del cartero. ¿No pudo el hijpoputa tirar el telegrama a la basura? ¿Qué tiempo debo esperar para regresar de nuevo? ¿Y si digo que no? ¿Y si digo que sí? ¿Y si me consigo un certificado médico? ¿Y si me declaro maricón? Nadie me creerá, tengo que morirme hombre.

-¿No hay telegramas para nosotros? Le pregunta diariamente Anita al cartero.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2008-06-10


xxxxxxxxxxxx


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...