AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS
-¡Qué bolá, Pirindingo!
¿Qué onda? Andas perdido del barrio. Se sintió acorralado de pronto, Ñico
apareció como un fantasma, no pudo detectar su presencia por culpa de aquella
gruesa columna. Su mirada se desvió hacia el perro interpuesto entre ellos,
había sido un poodle en sus buenos tiempos, pero de un tamaño exagerado para
esa raza, decían que era un cruce con otro, aunque dominara la lana de aquel
primero. No le prestó mucha importancia tampoco a ese detalle insignificante.
El animal olfateó una
parte de la columna y se separó un poco de ella, pensaba. Se acercó nuevamente
y levantó su pata izquierda trasera, dejó escapar dos chorritos solamente. Bajó
la pata y se acercó nuevamente a la columna, olfateó otra vez y se retiró.
Aquella acción había interrumpido a los dos viejos conocidos, ambos observaban
como andaba con dificultad por los portales de la calle Montes, dobló a la
derecha en Ángeles y ellos regresaron nuevamente al punto de partida.
-¡Nada, hermano!
Recorriendo viejos parajes que hoy me resultan casi bíblicos. Por aquí anduvo
el Señor antes de ser crucificado. Le respondió con voz pausada, serena,
tranquila, dulce, celestial.
-¡Pérate, consorte! Dale
suave, me vas a provocar un infarto. ¿De qué me estás hablando, aserecó?
Terminando aquellas palabras, su vista recorrió de pies a cabeza la imagen de
su amigo. Lo sorprendió aquella camisa abotonada hasta el mismo cuello, como
queriendo estrangular su vena aorta, un poco inflamada. -¡Asere, estás cambiao!
Se ve que ya no vives en el barrio, ¿qué te ha afectado tanto?
-¡Nada, Ñico! Solo mi
encuentro con Dios, esa paz espiritual que disfrutan quienes viven en su reino.
-¡Qué bolón! ¿Permutaste
pa Miramar? Tuviste que soltar un mazo, porque mi socio, no es fácil salir de
este barrio.
-No, hermano, estoy
viviendo en el Lawton.
-¡Oye! Están haciendo
maravillas en ese barrio, porque con lo tralla que tú eras ni se te conoce. Te
has superado bastante, hasta en el hablao, que es mucho decir. Mi ambia, ¿no
tienes calor con esa camisa trancá hasta el gaznate? ¡La dura! ¿Dime en qué
rumba andas?
-Soy embajador del
Señor. Ñico se sobresaltó al escuchar la respuesta de su amigo y trató de mantener
una distancia prudencial sobre su persona, como queriendo evitar cualquier tipo
de contagio.
-¡Monina! Esa pincha no
la agarra todo el mundo, debes estar muy bien identificado.
-Creo que no has
comprendido muy bien, soy embajador de la palabra de Dios.
-¡Ñooo! Ahora sí creo en
los milagros. Tú, Juan Pirindingo, viejo pinguero, chulo, traficante, jinetero,
tumbador, gato, vago declarado y reincidente, ex convicto y desafecto. Tú,
¿embajador de la palabra de Dios? ¡Alabao sea el Señor, Orula, Yemayá, Changó y
todos los babalawos! Ya lo veo, ya lo veo, ya lo veo… Se detuvo y buscó hacia
todos lados en busca de apoyo, la gente pasaba indiferente al diálogo mantenido
entre viejos conocidos. Cada uno andaba como zombis con sus jabitas colgando
del hombro, como si se tratara de un apéndice del cuerpo humano. Nadie prestó
atención a sus exageradas gesticulaciones, se llevó ambas manos a la cabeza.
-¡Los tiempos cambian,
Ñico! Veo que siempre estás necesitado de asistencia espiritual. ¡Mira! Te voy
a leer un pasaje bíblico que puede aliviarte el alma, vas a ver que ese mismo
encuentro se puede producir contigo. Con movimientos parsimoniosos tomó un
pequeño y grueso libro que cargaba bajo el sobaco y lo abrió en una página que
tenía marcada con un pedazo de cartón color naranja. Ojeó buscando la parte que
le interesaba y luego se escuchó aquella voz angelical que tanto había
sorprendido a su amigo de infancia. -Mateo 25:35… Porque tuve hambre, y me
disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me
recibisteis; 36… Estuve desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis;
estuve en la cárcel, y vinisteis a mí." 40… Y respondiendo el Rey les
dirá: "De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis
hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis."... Hizo una pausa y observó el
rostro de su amigo, éste se mantenía perplejo por lo que acababa de escuchar. -
¿Y? ¿No te resultan milagrosas esas palabras?
-¡No es fácil, no es
fácil! Mateo nunca ha vivido aquí y si lo hizo era maceta, porque la dura, la
verdadera, aquí nadie da ná y lo que te toca por la libreta no alcanza pa
terminar el mes. Pinta a ver si encuentras un bebedero en toda la ciudad, ¡te
mueres de sed, consorte! Eso es muela, truco. Si no tienes la visa no regresas,
si no tienes parientes en la yuma, cero ropa para vestirte decentemente. Si te
enfermas te jodiste, no hay medicina y han mandado a los médicos pa Venezuela.
Y no te hablo del tanque, ¡asere, coño!, tú estuviste guardado igual que yo. Si
te mandan pa otra provincia hay días de visitas que no llega nadie por falta de
transporte, ni Dios, consorte. Pirindingo lo comprendía y no quiso presionarlo,
le cedía tiempo. Le pasó la mano por encima del hombro y ese contacto corporal
de viejos conocidos hacía más humano el encuentro. Regresó a su libro mágico y
lo abrió en una página marcada por otro pedacito de cartón azulado, Ñico
observaba con desconfianza aquellos calmados movimientos. Buscó nuevamente y
leyó.
-Santiago 2:15… Si un
hermano o una hermana están desnudos y les falta la comida diaria, 16… y alguno
de vosotros les dice: "Id en paz, calentaos y saciaos", pero no les
da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? 17… Así también la fe, si no
tiene obras, está muerta en sí misma… Iba a continuar leyendo y fue
interrumpido bruscamente por Ñico.
-¿Hablas de Santiago?
¿Santiago el carnicero? ¿El marido de Pupa? ¡Consorte! Ese tipo es un descarao,
parece mentira que te me bajes con esta trova fuera de pico. Es más, ahora
mismo voy a cagarme en su madre. Ese tipo ha robao todo lo que le ha dao la
gana, y no solo eso, tiene su harén de chamaquitas que pone a putear en la
calle Cienfuegos. ¡Tampoco así, coño!, un poco de respeto pa los socios que
luchamos en la calle. El tono de la voz fue un poco más elevado y los
transeúntes no pudieron permanecer ajenos. Pirindingo le dio tres palmaditas en
el hombro para calmarlo.
-No debes ir por
Santiago, él es otra víctima de ese demonio que llevamos dentro.
-Que no hable mierda
entonces y siga en su negocio tranquilo.
-Mira lo que dice el
Romanos 13:13… Andemos decentemente, como de día; no con glotonerías y
borracheras, ni en pecados sexuales y desenfrenos, ni en peleas y envidia. 14…
Más bien, vestíos del Señor Jesucristo, y no hagáis provisión para satisfacer
los malos deseos de la carne. Deja tranquilo a Santiago y trata de iluminar tu
alma.
-¡Pero eso es en Roma,
Pirindingo! Aquí la rumba es diferente y el tiburón siempre se jama a la
sardina.
-La palabra de Dios, solo
ella nos salvará, no podemos continuar viviendo bajo el imperio del odio. Mira
lo que dice el Romanos 12:10… Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en
cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.
-¡Ya ves que toda esa
trova solo se puede aplicar en Italia! ¡Men, Roma es Roma y La Habana es otra
cosa! No entro en esa.
-¿En esa, cuál, Ñiquito?
-En ese relajo,
Consorte. ¿O no te llevaste el pase de los romanos?
-¿Cuál pase? Por Dios,
libérate de tantos prejuicios y pensamientos enfermizos.
-Así que enfermo, ahora
yo soy el podrido, ¿y los romanos? Asere, cómo se va a masticar eso de “Amarse
los unos a los otros”, es más, no entro. ¡Coño! Nosotros nos conocemos desde
chamaco pa'que vengas a plantearme esas cosas.
-¿De qué hablas, Ñico?
-¿De qué? De la talla
esa de amarse los unos a los otros, conmigo no va esa. ¡Miraaa! Con la lengua
que se mandan en este barrio. ¡Los unos con las otras, asere! No hay arreglo.
-Yo creo que tú no has
comprendido muy bien. Pirindingo comenzó a sudar copiosamente y sus manos le
temblaban. Su poder de convencimiento cedía terreno a la duda y temía una nueva
recaída de su espíritu. -Pero mira, Ñiquito…
-¡Qué coño voy a mirar!
Aterriza, asere, estamos en La Habana. Las universidades pa los
revolucionarios, las calles de los revolucionarios. ¿Ya le diste güiro al
asunto? Imagínate tú y como están las cosas, se bajen con la consigna de que
los culos son también pa los revolucionarios. ¡No voy, Pirindingo! No entro en
esa, sigue pinchando de embajador. ¡Déjame a mí! Yo me defiendo como pueda.
El mismo perro dobló
nuevamente en Ángeles, lo hacía olfateando cada columna de aquellos asquerosos
portales. Se detuvo junto a ellos y alzó su pata trasera derecha, dos chorritos
escaparon desde las entrañas de su cuerpo. Unas muchachas pasaban a su lado en
esos instantes, ambas llevaban colgadas unas jabitas en sus hombros y las
mantenían aferradas a sus cuerpos como implantes efectuados en sus costillas,
estaban vacías. Hablaban de la película anunciada para el sábado, una dijo
tener sed, la otra manifestó hambre. Pirindingo tenía su camisa totalmente
sudada, continuaba con el botón atrofiándole el cuello. Ñico se debatía en
escandalosas discusiones con Mateo, Santiago y un ejército de romanos.
-Va y me busco algo, voy
a darle taller a este asunto, Santiago es un cabrón de la calle y sabe mover
sus puntos. Los romanos no son muy amplios a la hora de soltar el varo, pero
nunca se sabe.
-¿Decías? Le Preguntó
Pirindingo.
-Nada, solo pensaba. Ven
acá, y en esa pincha de embajador que tienes, ¿no hay búsqueda, no hay tumbe?
-Tengo la garganta seca,
¿sabes si Margot continúa con su tirito clandestino?
-¡Sí, consorte! Como en
los viejos tiempos, pero záfate el botón del cuello, van a pensar que eres
policía. ¡Vamos a refrescar!
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2008-01-24
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