Visitas recibidas en la Peña

viernes, 2 de agosto de 2019

UN TIPO ATÍPICO


                                                    UN TIPO ATÍPICO






-¿Tú eres cubano? Su cara no me resultaba familiar y la manera de abrigarse delataba llevar poco tiempo en este país, la temperatura andaba por los tres grados bajo cero. Pudo encontrarse padeciendo una terrible gripe que azotaba la ciudad o, ser de aquellas personas que sufren como nadie el proceso de aclimatación. Aquellas ideas me pasaron como un rayo por la mente mientras lo observaba y soltaba una bocanada de humo que llegó a frotarle el rostro. Mientras se acercaba a la puerta del restaurante me resultó indiferente y no le presté atención, era un peatón más de los que transitan por la acera diariamente. Nada identificara fuera oriundo de nuestra tierra tampoco, su piel era de esa blancura desempercudida poco común entre los nuestros y sus ojos eran verdosos.

-Sí, yo soy cubano. Respondí con la frialdad y desinterés que nos invade con el paso del tiempo. Aquella alegría casi infantil por el encuentro de un compatriota se encontraba lejos, cada día más distante por los años.

-¡Asere! Necesito pincha, ¿tienes algo por ahí? 

-Lo lamento, todas las plazas se encuentran ocupadas.

-El lío es que llevo poco tiempo aquí y necesito luchar algunos varos para resolver mis problemas.

-¿Cuánto tiempo llevas en la ciudad?

-Cuatro días, estoy metido en la YMCA.

-Por esa pasamos todos, yo también estuve allí cuando llegué a este país.

-Pero es del carajo, las horas no pasan y me aburro mucho.

-Yo lo sé, pero no queda de otra, debes resistir hasta que se acabe todo tu proceso. Después, saldrás con un chequecito que al menos te alcanzará para pagar una renta y comenzar la lucha.

-¿Tú crees que pueda pasar hasta que abran?

-No lo creo, debo salir a realizar unas compras. Regresa después de las cuatro y media, es la hora que abre el restaurante. Mentí, pude haberlo invitado a pasar, nada me costaba hacerlo, pero la experiencia me ha demostrado que no se puede confiar en nadie, menos en un recién llegado. Las desventajas en edad y fortaleza no me lo recomendaban, hablo de un tipo fornido que se aproximaba a las doscientas libras y con unos treinta y siete años como máximo. El hombre no insistió, tampoco me dijo su nombre.

Fue bastante puntual, creo que arribó unos minutos antes de la apertura y lo invité a sentarse en la barra. Allí se desprendió de todas las prendas enormes y pesadas que lo protegían de manera exagerada. Pude verle bien el rostro, carecía de arrugas pronunciadas, su piel no se encontraba maltratada por los ataques de ese sol que tanto maldecimos en el trópico. No era como los demás, la mayoría arriba tímida y lo piensan muchísimo antes de soltar una palabra, permanecen silenciosos y concentrados en el objetivo de su visita, comer. Casi siempre tienen el pelo con poco brillo, la piel quemada tratando de ocultar el churre acumulado por décadas que ellos ignoran. Son esquivos y tímidos. Para el recién llegado el cedeerre está aquí y cada uno de nosotros es un segurozo en potencia, el eterno policía que llevan guardado en las profundidades de sus conciencias. En esos casos, es mejor no presionarlos con preguntas para evitar espantarlos, hay que cederles tiempo para que la piel pueda luchar y abrir los poros plenamente, y luego, la mente se purifique de todas esas células dañinas que producen el miedo. Es el día de la presentación y no se debe privar a la persona que lo trajo ese derecho a exhibirlo como una pieza más de su colección, su mascota, su presa, el hombre o mujer de sus sueños. Sueños del que solo sobreviven unos cuantos, pesadilla para muchos pocos meses después, cuando el cachorro enseña la punta de sus afiladas garras. 

Algún tiempo más tarde regresan, lo hacen blanqueados, sonrientes, abiertos. Hablan con ese tono que solo conocen y donde los secretos son de dominio público. Muchas veces, ese regreso se realiza con otra persona, no es el amo o cazador, ellos dejaron de ser presas y lo hacen con otra víctima. Aquí es fácil desprenderse de la manzana y comenzar a disparar con la ballesta, es sencillo graduarse de victimario en un país con las noches tan largas y la nieve ocultando el verdadero rostro de la tierra. Regresan como el criminal a la escena del crimen o las aves hacen cada primavera. Entonces, es posible preguntar, pero nunca obtendrás respuestas sinceras porque el cubano es solo eso, un enigma, una fantasía, una infidelidad vestida y perfumada que nunca se desprenderá de sus miedos.
Resulta casi imposible evadir ese proceso de identificación durante los primeros minutos de cualquier encuentro, surgen las mismas preguntas, como si cada cubano cargara consigo un estricto cuestionario. Es tedioso y aburrido preguntar lo mismo, responder lo mismo, tratar de saber lo mismo sin saber quién rayos es uno mismo.

-¿De cuál parte de Cuba eres? Yo soy de La Habana. Casi siempre adelanto mi origen para evitar la desconfianza que origina mi curiosidad.

-Yo soy de La Habana también, ¿de qué parte eres tú? Su voz era ronca y quebrada, se expresaba en elevado tono y era justificable, aún se encontraba atado a su cordón umbilical con la isla.

-Viví en Santos Suárez unos ocho o nueve años y luego me mudé para Alamar. Allí viví hasta mi deserción.

-Yo soy de Marianao, ¿qué tiempo llevas aquí?

-Digamos que unos quince años, ¿quieres un poco de café?, está acabado de colar.

-Te lo voy a agradecer en el alma, no acabo de acostumbrarme a la agüita de culo que dan en el hotel.

-Eso me pasó a mí también, pero con el paso del tiempo te vas acostumbrando a las cosas de este país. Le respondí mientras colocaba frente a él una tacita humeante y aromática. Extrajo un cigarrillo y me pidió fósforo, le dije que debía salir al exterior para fumar, yo lo acompañé.

-No es fácil tener que salir cada vez que tengas deseos. Me dijo con voz temblorosa.

-Nada es fácil en esta vida, pero en la medida que caen los años vas borrando el casete y todo lo observas con mucha naturalidad. ¡Yo mismo! No soporto el calor de Miami.

-¡No jodas! Se llevó el cigarrillo a los labios y aspiró con fuerza, como deseando reventar sus pulmones. –No acabo de acostumbrarme a estos cigarrillos de mierda, ¿No sabes donde encontrar cigarros fuertes?

-¡Anda por la calle St. Catherine! En cualquier tabaquería encontrarás cigarrillos Gauloises o Gitanes, son fuertes como los Populares. No los encontrarás cuando te alejes un poco de esa calle, la gente de aquí prefiere los suaves, yo tuve que adaptarme también. Es un vicio caro, creo que vas a tener que dejarlo por un tiempo. Luego de su última bocanada prefirió entrar nuevamente y se sentó en la barra. Corría uno de esos días muertos en la ciudad y el tráfico era ridículo, los estacionamientos se encontraban desiertos, la gente prefería mantenerse dentro de sus casas y el negocio se perjudicaba con esos encierros.

-¿Y vienen muchos cubanos por aquí? Me preguntó mientras yo me sentaba cerca de él.

-Tienen sus días, aunque verdaderamente la principal clientela es canadiense, nuestra comunidad es muy pequeña. ¿Cómo te la ganaste? El hombre recibió aquella pregunta como un disparo a boca de jarro y se tomó más del tiempo normal en contestarla.

-Salí por Costa Rica con una carta de invitación, después brinqué para México y allí me metieron en una pecera del aeropuerto por casi un día. Se detuvo en la narración y no quise presionarlo, evité preguntarle cómo rayos había llegado hasta el aeropuerto de ese país, no deseaba espantarlo.

-De esa manera sale mucha gente de Cuba, unas primas mías salieron por Costa Rica y luego se movieron a México, ahora viven en Miami. ¿Por qué no te quedaste en Costa Rica?

-¡Asere! Eso está lleno de indios y no estoy en esa, lo mío es la yuma.

-¿Tienes familia allá?

-Bueno, no tan cercanos, pero allá es diferente.

-¿Diferente en qué? El muerto comienza a apestar al tercer día y aquí, al menos, nunca te encuentras desamparado. ¡Mírate ahora mismo! ¿Dónde estás? No es un hotel de primera, eso pertenece a una organización juvenil. Sin embargo, tienes techo y tres comidas diarias hasta que te independices. ¿Crees que encontrarás esas condiciones en los Estados Unidos?

-No tengo idea, pero mi destino es ese.

-¿Cómo llegaste hasta aquí?

-¡Coño, monina! Te dije que vine en avión. Respondió y olvidó que no habíamos tocado ese detalle. Entonces, desde ese preciso instante, mi desconfianza sobre aquel personaje aumentó. Su versión de salida por Costa Rica era aceptable y válida, sin embargo, comenzaba a tejer su errónea telaraña con ese arribo tan fácil a México y del cual no quise mostrar interés por razones obvias. Supongamos que todo haya sido verdad, pero es aceptable hasta la ciudad de México. Por mi mente comenzaron a cruzarse miles de preguntas que, muy bien pudieran considerarse ridículas ante la ingenuidad de nuestra gente en la isla. ¿Cómo pudo embarcarse con destino a México? ¿No fue detenido por las autoridades de inmigración en aquel aeropuerto? Lo normal es que lo regresaran al país de origen del vuelo desde donde arribó. ¿Cómo llegó a Montreal un individuo que es detenido como ilegal en un tercer país? O sea, según su infantil versión, cualquiera puede abordar una nave con destino a este país. Esa noche evité profundizar en su versión y decidí desviar su atención sobre consejos de convivencia en el hotel de la YMCA para que se evitara problemas. No aceptó nuestro ofrecimiento de comida, recuerdo que ese día le presenté a la cocinera del restaurante y el tiempo restante transcurrió entre bromas.

Al siguiente día fue muy puntual también, llegó mientras colocaba el cartel de “Abiertos”. No rechazó nuestro ofrecimiento de comida, y créanme, aparte de la ignorancia, tal vez fingida, hacía mucho tiempo que no observaba a una persona comer de la manera que él hacía. Son detalles nada relevantes, pero resultaba inaceptable encontrarme en presencia de un individuo que no supiera comer con tenedor, y que la ensalada fuera llevada a la boca con los dedos. El plato, un buque portacontenedor o con exceso de cubertada, fue vaciado en pocos minutos. Nunca, al menos en el tiempo de existencia del restaurante, había observado vaciar un plato de esas dimensiones con tanta avidez o desespero. La cocinera permaneció con nosotros y se le escapó la misma pregunta que todos hacemos.

-¡Chico! ¿Cómo fue que lograste escapar de Cuba? Yo le llevé una tacita de café, él me pidió palillos de diente.

-Salí por Honduras a bordo de un Lambda, ¿sabes de cuál barco te hablo? La pregunta fue dirigida a mí, ya le había contado algo sobre mi permanencia en la marina cubana.

-Sí, claro, son aquellos barquitos dedicados a la pesca en la plataforma de la isla. 

-Pues, entre un grupo de socios nos pusimos de acuerdo y nos llevamos uno de aquellos barcos de La Coloma. Yo lo escuchaba mientras él se dirigía a la cocinera y comenzaba a sorprenderme las muestras de mala memoria o intenciones de desinformación en su mensaje.

-Y si tenías pensado radicarte en los Estados Unidos, ¿por qué no te dirigiste a la frontera? Preguntó ella.

-Porque no sabía dónde estaba.

-¿Y viniste solo en el avión?

-¿Solo?

-Sí, ¿no venían otros cubanos contigo?, ¿no dijiste que en el aeropuerto de México eran varios los cubanos que se encontraban detenidos contigo? Esta parte del diálogo no lo había escuchado, tuvo que haberse producido mientras atendía una llamada telefónica.

-Bueno, aquellos se fueron directamente a la frontera, pero yo no tenía relaciones con ellos.

-¡Ahhhh! Entonces te presentaste en el hotelito donde te encuentras ahora.

-Bueno, yo pedí refugio en el mismo aeropuerto y ellos me llevaron para ese hotel luego de tremendo papeleo.

-¡Ahhhh! Pero ahora no puedes ir a demandar refugio a la frontera porque ya lo hiciste aquí.

-Ese es el lío, consorte, ¿qué tiempo se demora ese asunto del refugio? La pregunta me la dirigió como queriendo evadir el interrogatorio que le hacía la cocinera.

-No tengo ideas, hace quince años que llegué a este país y las cosas han cambiado mucho. ¿Sabes una cosa? Trata de no dormir fuera del hotel, aunque no lo creas, aquí hay más control que en Cuba. Ese día partió temprano y mientras transportaba a la cocinera hasta su casa, el tema del viaje fue dedicado a ese extraño personaje.

-¿Sabes algo? No me gusta este tipo, ya le he agarrado varias mentiras, juega con la bola escondida. Te lo advierto para que tengas cuidado.

-¿Tú crees?

-Ustedes las mujeres sacan a un pato volando a mil metros de altura, yo saco a un hijoputa volando por el cosmos.

Ese día regresó a las seis de la tarde y se desprendió de todos los trapos que iba colocando en uno de los taburetes de la barra. La cocinera le ofreció comida y la rechazó alegando que ya había comido en el hotel. Noté algo raro en su figura y mi vista se dirigió a sus pies, él se percató de ello.

-Asere, me tuve que comprar estas botas, ya no podía resistir el frío de los pies. Me dijo mientras se levantaba la pierna derecha del pantalón y me mostraba la bota.

-Creo que es dinero malgastado, la temperatura existente no lo exige y la primavera está comenzando.

-No olvides que soy un recién llegado.

-Sí, pero de haber preguntado te hubiera recomendado un buen par de medias para soportar los días de frío que faltan, esa plata te hará falta. No quise decirle mi estimado sobre el precio de ellas, pero sobrepasaban cómodamente los sesenta dólares. Indudablemente me encontraba ante un individuo que acumuló bastante plata antes de abandonar la isla, esa deducción era real, si se calcula los gastos incurridos desde su partida por cualquiera de sus versiones. Luego, la ropa de invierno que poseía se encontraba en tan buen estado y calidad que, muy difícil pudo obtenerla en los centros de ayuda de esta ciudad, detalle que no había mencionado. Sumemos desplazamientos donde el transporte es caro, cigarros diarios donde una cajetilla cuesta nueve dólares, las botas, etc.

-¿Conoces a Roberto?

-¿Roberto? Imagínate tú, ¿blanco o negro, hombre o pato, joven o viejo?, por aquí pasan decenas de Roberto.

-Él dice que te conoce, tiene una agencia de empleo.

-No recuerdo a ningún Roberto con una agencia de empleo.

-¡Compadre! Es un niche que estuvo en la Flota de Pesca.

-¡Ahhhh! Ya sé quién es, pero no sabía que tuviera una agencia de empleo ahora. ¿Y te dio trabajo?

-Sí, debo estar mañana a las cinco de la mañana en el Metro Jean Talon.

-¿Sabes una cosa? Si el negro te dio pincha debes cuidarlo, se la está jugando al canelo. Date cuenta que eres un indocumentado, yo no me arriesgaría a darte trabajo.

-El tipo es chévere.

-¿Y cómo llegaste hasta allí?

-La dirección me la dio un latino.

-¡Ahhhh! ¿Un latino? Mira que tienes suerte, has caído en este país con la pata derecha. Ahora mismo, llegaste hasta el restaurante porque un latino te dio la dirección y encuentras pincha por la misma vía, eres afortunado.

-¡Consorte! ¿No tendrás un despertador por ahí? El asunto es que debo levantarme temprano y no tengo cómo despertarme.

-¡Coño, compadre! Esto es un restaurante cubano, no una relojería. Le dí quince dólares y le recomendé ir a una de las tiendas del Dollar que existen dentro de la estación del Metro Berri UQAM, le manifesté que el precio de un simple despertador no llegaría a los diez dólares. Durante el viaje de regreso a casa, la cocinera me dijo haberle regalado veinte dólares para comprar cigarros, al día siguiente no regresó.

-Los cubanos somos de pinga, no nos ayudamos unos a los otros. Me dijo dos días después y me vi obligado a darle una exhaustiva explicación sobre temas que aparentemente desconocía. Esa noche, su visita se extendió más allá de lo normal y a la hora de la partida abordó mi auto junto a la cocinera.

-¿Vas para la estación del Metro? Le pregunté porque en otras ocasiones lo había conducido en esa dirección.

-No, él va para mi casa, voy a dejarlo que revise su correo de Internet en mi computadora. Me respondió la cocinera.

-Acuérdate que no debes dormir fuera del hotel. Le dije a él. –Y tú, trata de explicarle cómo es el regreso al centro de la ciudad. Le dije a la cocinera. El viaje transcurrió tranquilo, había nevado y yo le explicaba los trucos a tomar en cuenta cuando se conduce en esas condiciones por el interés mostrado en sacar la licencia de conducir. Al día siguiente ella me dijo que el marido de la italiana lo había dejado en la puerta del hotel, y que además, le había regalado cincuenta dólares. ¡Vaya suerte la del tipo! Pensé.

-¡Ven acá, comemierda! ¿De dónde carajo conoces a este tipo que sin ton ni son lo metes en tu apartamento?

-Bueno, tú sabes, está acabado de llegar y para ayudarlo a tener contacto con su familia lo llevé para que se conectara a Internet.

-¿Eres estúpida o te haces? Tú no conoces a ese gallo, ya él me había pedido permiso para entrar a la computadora del restaurante y yo le dije que no. ¿Quién coño va a un restaurante y le pide permiso a propietario para tal cosa?, ¿no hay cyber café por toda la ciudad? Sigue comiendo mierda, un día vas a amanecer con la boca llena de hormigas. A menos de que tengas otras intenciones y en eso yo no me meto, es tu vida privada.

-¡Oye! Te lo juro que ha sido con esa intención.

-Ese es tu problema, sigue comiendo mierda y déjate llevar por tu buen corazón.

-Yo quisiera que tú vieras.

-¿Qué?

-Abrió sus mensajes y me mostró fotos de su familia, ni te imaginas el gao que tienen.

-¡Coño, Juana! ¿Quiénes tienen conexión a Internet en Cuba? Sigue comiendo mierda.

-¡Tremenda casa! Y equipada con todo.

-Pero ya escuchaste la historia del tipo, ¿no dijo que era un simple camionero?

-Sí, pero los camioneros no se mandan el gao que tiene esa familia. Con todos los hierros, esa gente vive mejor que nosotros.

Raúl es bailarín, ese día me llamó desde el trabajo para encargar una comida que deseaba llevar para la casa. Es un asiduo cliente del restaurante, más que un simple cliente, Raulito es de esa gran familia del local que cuando desaparece se extraña, sus regresos son celebrados con alegría y no median regaños. Coincidió con el tipo esa noche, él, iba mostrando más confianza de la normal. Se presentaba, contaba versiones libres de su historia y solo un detalle era permanente, era vecino de Buena Vista. Chocó con otro de nuestros clientes y esa versión era real, conocía a vecinos comunes.

-¿Cómo te la ganaste? Aquella pregunta a secas impactó al tipo, mi mirada se concentró en su rostro y no encontré rasgos de nerviosismo.

-¡Asere! Eso no puedo decírtelo, es una bala que no se puede gastar. 

-Disculpa, disculpa mi indiscreción, es tu derecho negarte a responder. Le contestó Raulito con toda su educación y cortesía.

-El asunto es que la gente se la gana de mil maneras, pero yo no puedo quemar la vía que otros pueden utilizar, ¿me comprendes?

-¡Sí, claro! Le respondió Raulito sin darle mucha importancia. 

-Compadre, no conoces de alguna pincha donde pueda buscarme unos varitos.

-¡Mira! Precisamente están buscando un security en mi edificio. La oferta es simple, te brindan el apartamento, pero no pagan salario. Te la puedes arreglar con el cheque que te dan en la ayuda social para la comida y otros gastos.

-¿Cuándo puedo ir a verlo?

-Ahora mismo, cuando me despachen la comida te puedo llevar ante el gerente. Lo único que piden es que la persona sea seria y responsable, ¿hablas francés?

-No, lo único que disparo es un poco de inglés. Aquella respuesta me llamó la atención, pero en Cuba todo es posible.

-No importa, vamos a hablar con el gerente, va y tienes suerte, la plaza está vacía hace varios meses. Ambos partieron.

Raulito me llamó al tercer día para decirme que si el tipo pasaba por allí lo esperara, el gerente había aprobado su solicitud. Un tipo con suerte que se había tirado en esta tierra con el pie derecho, pensé nuevamente. Ese día cayó a la hora acostumbrada y comió con apetito salvaje el gran plato servido por la cocinera. Me pidió un cigarrillo y le di diez dólares para que se comprara una cajetilla. Entre los clientes de ese día, asistió un mexicano que se sentó en una mesa próxima a la barra y con el cual establecí un diálogo familiar sobre su tierra. El tipo no pudo contenerse e intervino sin nadie invitarlo, no me molestó, algo similar había ocurrido en varias oportunidades y comenzaba a ser normal en nuestro local, quizás se deba a nuestra cultura latina, pienso. Al escucharlo, pensé que especulaba y trataba de engañar al cliente con excelentes muestras de algo aprendido en la escuela. ¿Pero en cuál escuela? Las enseñanzas de la historia de América eran flacas, eso lo comprobé en uno de mis viajes a Venezuela. El tipo se expresaba como nadie sobre una región de México rica en petróleo y me sentí asombrado. Sin embargo, me acordé de un viejo timonel de la marina cubana de apellido Manso. Aquel hombre con apenas sexto grado de escolaridad, era capaz de dar una disertación literaria al más experto de los estudiosos. Todo era posible en aquella isla, pensé sin abandonar la desconfianza. Era demasiado, Manso podía hablarte de Martí, Corín Tellado, Miguel de Carrión, Cervantes, Víctor Hugo, Avellaneda, etc. Leía todo lo que caía en sus manos y era una verdadera enciclopedia, pero nunca podía detenerse en detalles exclusivos como lo hacía aquel tipo sobre una región determinada de un país tan extenso.

Yo lo escuchaba y me sentía verdaderamente sorprendido, era alarmante los conocimientos que poseía ese individuo que se presentaba como un simple chofer de camiones. Luego, aquella sorpresa era frustrante cuando regresaba a mi tierra y encontraba a taxistas con títulos de médicos o ingenieros, o simples putas que con iguales diplomas practicaban el hipismo.
Ese día vino acompañado de un file donde guardaba todos sus documentos, me mostró la copia de un certificado de nacimiento recibida por Internet.

-Pero ese documento no te servirá de mucho, aquí exigen los originales. Tú sabes cómo son las cosas del patio, un documento falsificado se puede conseguir con pocas fulas.

-El asunto es que no tengo otro para presentarlo a las autoridades.

-¿Y tu pasaporte? Ese es el mejor documento que existe para identificarte.

-Lo boté.

-¿Cómo que lo botaste, no recuerdas dónde?

-¡Asere! Lo hice cuando fui a la frontera, tú sabes…

-Yo no sé nada, si lo botaste fue con la intención de que no pudieran identificarte. ¿A quién se le ocurre presentarse en un lugar sin identificación? Tampoco se dio cuenta de que hasta el momento no había mencionado su viaje hasta la frontera.

-El asunto es que era un pasaporte falso y no me convenía buscarme líos.

-¿Y con un pasaporte falso lograste llegar hasta Montreal? ¿No me dijiste que te tuvieron en la pecera del aeropuerto de México? Creo que lo presioné demasiado con aquellas preguntas, guardó sus papeles y me dijo que saldría a fumarse un cigarrillo.

Varios días después regresó muy contento a comunicarnos las buenas nuevas, ya tenía apartamento y quinientos dólares para alimentarse y gastos extras. Eran suficientes y sobraban de acuerdo a mis cálculos prácticos. Le dije que en el mismo edificio podían aparecerle trabajos extras que aumentarían sus ahorros, pero su respuesta me demostró que lo había alertado algo tarde. El tipo se buscaba billetes pintando, limpiando ventanas y lavando autos en el sótano del edificio. Me dijo que diariamente sobrepasaba cómodamente los cien dólares en esas faenas.

En esos días se me ocurrió escribir algo que titulé “Kuvanoz”, anda regado en varios espacios de la net. El tipo se desapareció inesperadamente, nosotros sabíamos perfectamente donde se encontraba. A la cocinera le llamó la atención aquel repentino cambio de actitud, a mí me resultó muy familiar. Estoy convencido de que si no hubiera escrito aquello, el tipo continuaría sus visitas a nuestro restaurante, no tengo la menor duda de que lo alertaron. Cabe también la posibilidad de que su actitud se corresponda con la del individuo degenerado creado por el sistema, el hombre nuevo.

Varias semanas después se apareció en el restaurante, ella lo llamó. Me dijo que lo había contratado para que la mudara al día siguiente, le iba a pagar sesenta dólares por los cuatro tarecos que debía mudar, no eran muchos y yo hubiera aceptado el contrato. Ese día viajó en mi auto, ella me dijo que lo dejaría dormir en su apartamento hasta la mañana siguiente. No le solicité explicaciones, definitivamente, la vida privada de cada ser tiene tanto valor para mí, como la niebla que se pueda producir cada mañana antes de la salida del sol, una vez que calienta desaparece.

-¿Sabes que me ha pasado?

-Si no me lo dices, todos los días llegas con una historia diferente.

-El tipo me dijo que iba a salir a respirar y desapareció.

-¿De qué me hablas?

-Del tipo, ¿no recuerdas que lo había contratado para que me ayudara en la mudanza?

-Sí.

-Pues, me dejó embarcada. Yo tenía el camión contratado para las diez de la mañana y se desapareció a eso de las ocho. No resultaría interesante de no ser el lugar tan distante del centro al que nos referimos, o sea, el tipo poseía conocimientos sobre la ciudad para moverse con tanta facilidad.

-¡Cágate en tu madre, jódete! Poco me importaban sus palabras, solo había escuchado una parte.

-Pero yo le dije que le iba a pagar.

-Ese es tu problema, ¿por qué tengo que creerte a ti?, ¿y si hay algo detrás de todo esto que yo no sepa?

-¡Asere! ¿No conoces a alguien que viaje para Cuba en estos días?

-¿Quién me habla?

-¡Soy yo, consorte! Necesito enviar algunas medicinas para Cuba.

-No tengo ideas, ¿tienes a alguien enfermo por allá?

-La vieja necesita algunos medicamentos, ¡oye!, le di un embarque del carajo a la loca.

-Después me cuentas, estoy muy ocupado y el restaurante está lleno.

-¡Vale! Otro día te llamo. Le colgué y continué preparando varios Mojitos que fueron solicitados. Esa noche se me olvidó comentarle a la cocinera sobre aquella llamada.

-¿Sabes lo que hizo el tipo? Me preguntó la mujer de Raulito mientras pagaba por una comida encargada para la celebración de una fiesta.

-No tengo idea.

-El tipo se desapareció sin despedirse de nadie, se robó más de mil dólares de los fondos del edificio.

-¡Nooooo! ¿Y no lo denunciaron?

-Sí, lo acusaron ante la policía y lo están buscando.

-A ese no lo van a encontrar.

-Yo creo que debe haberse marchado para los Estados Unidos. Contestó ella mientras le entregaba la factura.

-No lo creo, él sabe perfectamente que puede ser detenido por cualquier delito que haya cometido aquí.

-¿Dónde tú crees que pueda estar entonces?

-Eso se cae de la mata, el tipo está en Cuba.

-¿Tú crees? Ella me entregó el dinero y nos despedimos mientras en el equipo de música se escuchaba un número de Willy Chirino. Yo soy un tipo atípico, yo soy un tipo atípico, yo soy un tipo atípico de la cosecha del cuarenta y dos…







Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2007-05-01


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