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miércoles, 13 de febrero de 2019

EL DIA QUE ENCONTRE AL SOCIALISMO. CAPITULOS (I Y II)



                  EL DIA QUE ENCONTRE AL "SOCIALISMO".                                               CAPITULOS (I Y II)





No creo haya existido un marino cubano más deseoso por conocer el “campo socialista” que yo, arrastraba en mi estela más de una veintena de países visitados y solo tres de ellos no podían calificar como capitalistas. Viet Nam estaba hecho talco, hacía solo dos años que habían salido de una guerra. Yo estuve con ellos en el setenta o setenta y uno, la memoria comienza a borrarse y debo apurarme. China traicionó todas las ideas que me habían vendido sobre ella y desprecié la posibilidad de que Cuba la imitara. Nuestro país andaba peleadito con ellos y de Luna de Miel con los rusitos. Los de ojitos rasgados acusaban a los bolos de “revisionistas” y ellos le pateaban la bola con igual acusación. Nos pedían mucha prudencia y discreción cuando la visitábamos. No podíamos hablar mal de los bolos, ni darles la razón a los asiáticos. ¡Qué clase de drama para el que gustaba tomarse una cerveza y después de la tercera tratar de arreglar el mundo! Todos vestían igualitos, muy uniformados, gris o azul con una medalla roja y la figura dorada del amado Mao en el pecho. 


Shanghai se encontraba pintado color de churre, muy enmohecido por la ausencia de pintura desde que el vejete llegó al poder y ausencia total de putas que nos dieran la bienvenida. Viajes casi diarios hasta el Seaman Club a jugar ping pong entre nosotros y beber alguna cerveza Tsingtao. Ausencia total de pobladores, solo los empleados que seguramente trabajaban para la inteligencia china, como en la isla. Alguno de ellos siempre se encargaba de llevarnos hasta la librería del local y nos decía que podíamos servirnos con cualquier ejemplar de los existentes. Todos eran gratis y de un solo autor, Mao. Para ponernos a tono con la población, nos dejaban agarrar cualquier medallón del viejo. Los había de todos tamaños, colores y temas. Mao con un tren a su espalda, ese no me cuadraba, yo no era ferroviario. Mao con un avión que nadie podía volar, tampoco me cuadraba, yo no era piloto. Mao con un bus, una chiva, una vaca, una universidad. ¡Coño! ¿No hay ninguno del abuelito con una puta? Buscaba, buscaba y luego me conformaba con uno que tenía la proa de un barco. Cargaba varios de ellos para regalarlo a los fiñes de la cuadra y de paso le llevaran uno al chino bodeguero. Podíamos andar “libremente” por la calle, sí, entre comillas. Pocos metros a la salida del Seaman Club, alguno de ellos nos seguían y no podíamos identificarlos. Es tan difícil hacerlo con un chino en China como con un negro en África, todos se parecen. Caminábamos por estirar las piernas porque en la calle no existía nada agradable que mirar y a pocas cuadras nos seguía todo un ejército de curiosos que nos observaban como extraterrestres. Nada de eso me convenía para Cuba, no lo imaginaba.

Corea del Norte fue la peor experiencia hasta ese instante, vestidos como los chinos, del mismo color y una tristeza que se podía sentir a distancia. No podíamos andar fuera de los límites del puerto y para bajar a observar los calados debía hacerlo con el pasaporte. Estaba terminantemente prohibido pescar, tal vez por temor, imagino, que le fueran a medir la profundidad al puerto. Nos colocaban bocinas muy cercanas al buque con una música de espanto, discursos, gritos, consignas, himnos de guerra y cuando por fin ponían alguna música era para despedir un funeral. Nuestra diversión consistía en pedirle al conductor de la vieja locomotora de vapor que sonara el pito, poco nos importaba la hora, luego nos regañaron por hacerlo de madrugada. De todas maneras continué haciéndolo y ya el coreano me conocía y lo hacía sin solicitarlo. Era bellísimo aquel artefacto que conservaban brillante por orden quizás del partido. En su proa mostraba un dorado y alado “Caballo de Chullima”, no sabía que carajo significaba. Para completar, estaba engalanada con una docena de banderitas que flotaban muy alegres y le daban el aspecto de una carroza de carnaval. Gocé tanto que los días se alargaron demasiado y todo se convirtió en una tortura, tenía deseos de largarme al carajo de aquel otro paraíso que nos vendían en Cuba. Descartada cualquier probabilidad de que esos sitios fueran “socialistas”, mi mente me atrapó en el insano deseo de conocer cuál sería nuestro futuro. Algo siempre me preocupó y me preguntaba, ¿por  qué los barcos de los países socialistas pueden visitar a la isla y nosotros no podemos llegar hasta el de ellos? ¿Intriga, misterio, cuestión de seguridad nacional, secretos de estado, no quieren que miremos? Con lo comunicativos que somos los cubanos, hummmmm.


Ese día llegó en el año setenta y cuatro, viajaría hasta Varna a bordo del buque Renato Guitart. Hacía muy pocos días que le cambiaron el nombre de “Jade Islands’ por uno un poco más caribeño. Daría ese viaje con una de las tripulaciones más divertidas que conocí en nuestra flota, lo eran tanto, que arribaron con tres cadáveres en su nevera por ingerir alcohol metílico. No puede negarse que eran unos chicos contentos que solo se preocupaban por beber y relacionarse con trabajadoras sociales, algo reprimidas entonces por practicar la profesión más antigua de la humanidad.


Yo era Segundo Oficial y militaba en la UJC por obra y gracia del espíritu santo, no podía decir que no en aquellos tiempos. Ya lo he dicho, si lo hubiera hecho no estaría escribiendo estas notas. Sin embargo, esa militancia a bordo del Renato era sumamente musical. No se realizaba ningún tipo de reunión, círculo de estudios, asambleas, nada. Nosotros estábamos diseñados para divertirnos y lo demostramos el día de la fiesta del cambio de nombre y bandera, ya escribí sobre ese acontecimiento y la bronca de dos mujeres dentro de la guagua. Expósito, su Primer Cocinero, era el Secretario del Partido, pero a saber, tuvo que ser de uno muy particular. Él mismo nos daba las orientaciones de llenar todos los informes de las organizaciones con las tareas y planes de trabajo cumplidos, éramos ejemplares ante los ojos de aquellos idiotas que desde La Habana deseaban controlar nuestras vidas.


Durante el viaje de subida hasta Bulgaria, cada uno de los tripulantes se encargó de llenarme la mente de ilusiones. Me hablaron muy bien del trato de los búlgaros y la belleza de sus mujeres, mezcla de varias razas con un amplio dominio del color trigueño. Me pusieron al corriente de los precios, mucha más barata la bebida que en otros países. El cambio de la Leva se encontraba a seis por un dólar y una botella de Havana Club tenía ese precio en el casino ubicado a la entrada del bosque que rodea su costa muy cercana al puerto. Ya estaba ansioso por llegar a un mundo desconocido y que marcaría lo que sería el camino a seguir por mi país.


Cabo Galata, ¿cómo poder olvidarlo? Lo tomaba de referencia para recalar a Varna y puse mucha atención cuando preparé la derrota a las recomendaciones de Tony para evitar una zona minada de la Segunda Guerra Mundial. Ya les mencioné el incidente ocurrido en el puente entre él y el Capitán Ferreiro cuando se metieron el viaje anterior en esa área. 
Nuestro período de fondeo se extendió por un mes, tiempo durante el cual no prestaron servicio de lancha porque el buque no estaba despachado y nosotros no podíamos bajar a tierra. No me desilusioné por ello, eso mismo ocurría en La Habana y supuse que los copiábamos muy bien. Durante el día no me cansaba de observar con los binoculares, como tratando de descubrir algo imposible, soñando quizás. Ninguna embarcación privada se acercó a nosotros, seguramente no existen, ¡he aquí otra coincidencia! Vamos bien hacia el socialismo, no tengo la menor duda. Tuvo que ser muy aburrido todo ese tiempo de espera, solo que han pasado treinta y siete años, debo rescatar los detalles entre la espesa bruma que insiste en borrar mis memorias. Sin televisor a bordo, ¡es verdad!, no lo teníamos. ¿Y si lo tuviéramos, cómo sería la programación de ellos? Imagino que tan aburrida como la nuestra, no tanto como la china o coreana, pero aburrida. Así debe ser en el socialismo, lo demás, es pura propaganda capitalista y desviaciones ideológicas. ¡Vamos bien! Solo estoy especulando, no he bajado a tierra. No hay pacotilla, me informaron algunos tripulantes. Bueno, ese debe ser el precio a pagar por mi curiosidad. Otra accidental coincidencia con nosotros, en la isla no hay dónde amarrar la chiva. No me preocupé demasiado, nunca fui pacotillero.


Pasamos los límites del rompeolas y atracamos en un muelle cercano a él y la estación de lanchas rápidas Kometa. Otro punto en común, las teníamos allá también y viajaban de Gerona a Batabanó. Ese día llegué de guardia y no pude bajar a tierra, al menos comimos algo mejor con los víveres recibidos. Los embarqué junto a la brigada de guardia y todito me resultó familiar. Usaban los mismos pomos de nosotros para envasar la cerveza, confituras y otras conservas, eran los del CAME. ¡Sí!, hacía dos años que estábamos dentro de esa organización, ¿cómo pude olvidarlo? Desde el portalón observaba pasar los mismos camiones y montacargas rusos que operaban en  nuestros puertos. Hambrientos consumidores de petróleo que despachaban por sus tubos de escapes una densa humareda negra, igualito que en Cuba. Recuerdo que nadie hablaba de la contaminación ambiental y menos del calentamiento de la tierra. Bueno, era verano y las temperaturas eran muy agradables. ¡Coño! Yo creo que nosotros ya llegamos al socialismo, solo necesito ver lo que se esconde detrás del muro que bordea el puerto.


Al día siguiente en la tarde bajé a tierra con Madrigal, era un jabao engrasador muy divertido, ya he dicho que así eran todos en ese buque, hasta los viejos. Afinamos mucho durante todas las guardias, cuando salíamos a las cuatro de la mañana íbamos directo a la cocina, donde después de espantar a unas quince o veinte ratas, colábamos café y nos preparábamos algo de desayuno. Usaba aquel peinado “afro” de los negros norteamericanos en los setenta que yo mismo encontraba atractivo. Vestíamos a la moda, pantalón campana, zapatos de plataforma y camisas con cuellos de picos bien pronunciados. Esa ropa la comprábamos en puertos baratos como los españoles, donde con mil pesetas era suficiente para vestirnos de pies a cabeza. También lo podíamos adquirir en las placitas de Rótterdam, Hong Kong, Amberes, etc., escapábamos. Vestíamos bien, apestábamos a perfume Galardón o Tulipán Negro que comprábamos por litros y nos encontrábamos en un país donde podíamos hacer algo con la miseria que nos pagaban, cinco dólares semanales. Eso sí, una vez en la calle, comprobé que nosotros vestíamos mejor que los búlgaros y ellos mucho más elegantes que el pueblo cubano. Creo que en eso nos superaba el socialismo de aquel país, en la isla solo vestían bien los dirigentes, marinos, pilotos y segurozos. Bueno, los dirigentes y segurozos amaban mucho las “guayaberas”, eran símbolos de poder que se completaban si tenían en el bolsillo algún tabaco y en el otro algún bolígrafo producido por el “capitalismo cruel”. Eso sí, las guayaberas debían ser confeccionadas en Panamá y estar bordadas.


A la salida del puerto hay un parquecito donde existían dos kioscos que vendían cerveza, refrescos y confituras. Estaban mejor abastecidos que los de nuestra tierra y no tenían formadas aquellas angustiosas colas que conocíamos. Nos detuvimos y consumimos unas cervezas para coger impulso, muy cercana a nosotros se encontraba la estación central de trenes. Desde un banco disfrutábamos el constante ir y venir de gente vestida al estilo europeo, mujeres muy bellas como las descritas por los viejos tripulantes de aquel buque. Cuando nos cansamos de mirar y mojamos bien nuestras gargantas, emprendimos nuestro recorrido ascendente por la calle Tsar Simeon I. No crean que he recordado ese nombre, tengo abierto el Google Maps. Puede ser que en aquellos tiempos se llamara Jorge Dimitrov o Lenin, quién pudiera saberlo. Hicimos otra parada en el café-bar Odessa, era uno de los más elegantes de esa zona y muy concurrido por los nacionales. Se encontraba en la esquina de esa calle con Tsambrod, tal vez me equivoque y haya sido en la esquina continua formada con la calle Sofroniy Vrachanski. Allí pedimos una jarra de cerveza y nos asombramos con el precio, no llegaba a costar una leva. Permanecimos muy quietos, observando el panorama, era cierto, las mujeres búlgaras son encantadoras. Al rato decidimos caminar un poco por esa zona y de paso nos detuvimos en algunas vidrieras de tiendas. No existía margen de equivocación, la isla iba por buen camino. En aquellos tramos recorridos por Tsambrod y callecitas aledañas, las mercancías se repetían de un portal a otro. Los mismos zapatos de mujeres y hombres, iguales camisas, pantalones, vestidos, perfumes, etc., etc. Todo era igual, estúpidamente monótono, diseñado posiblemente para ahorrarle energías a la gente y que no tuviera necesidad de caminar tanto, como ocurre aquí. Ideal para gente como yo que detesta meterse en una tienda ha “magacinear”, palabrita muy usada por los cubanos yumas. 


Madrigal tampoco estaba para eso, no tenía perritos ni gaticos, lo suyo era vacilar. Entonces me propuso ir al Seaman Club de Varna y acepté inmediatamente. ¡Coño, que bueno! No me dejan entrar al de Cuba, pero al menos puedo hacerlo en otro país. Ya había visitado el de Corea y China, ahora sumo uno más. ¡Fíjense, esta es otra coincidencia! Los marinos chinos y coreanos no podían entrar a su Seaman Club, como suponía también el de Varna fuera vetado a los búlgaros. Pero la gente analiza esta situación con mente negativa, ¡no debe ser así! Lo que sucede es que no comprenden al socialismo, no disfrutan de los misterios, intrigas, secretos y todas sus puterías. ¡Eso lo hacían los gobiernos para divertirnos! No tiene ninguna gracia que yo me encontrara con un búlgaro, chino o coreano y cuando le preguntara por su Seaman, viniera el tipo de güevón y me lo describiera con lujos de detalles. ¡Cae mal! Es como si te contaran una película que no has visto y esa era la intención de nuestros gobiernos, divertirnos un poco. Entramos y se encontraba casi vacío, como los de la isla en aquellos tiempos, los griegos preferían salir a cazar griegueras. ¡No todo estaba tan mal! Los precios eran similares a los de la calle y se pagaba en moneda nacional, no en chavitos como en La Habana. Buena música y algo extraordinario, los búlgaros invitaban diariamente a grupo de muchachitas estudiantes para que compartieran con los marinos. ¿Qué les parece, cómo se pudiera interpretar esa acción de aquel gobierno? Bueno, se los dejo de tarea. Esa noche me empaté con Violeta, pero ese es un tema que dejo reservado para otra ocasión. 


Varna era bellísima, una ciudad muy limpia y su gente mucho más educada que la nuestra. Sí, vi a muchos gitanos, pero no me alarmé porque me recordaron a los palestinos que invadieron la capital cubana.
¡Wow! Qué feliz fue ese viaje, partimos rumbo a Constanza para rellenar, mataba a dos pájaros de un tiro. Rumanía era otro sitio maravilloso y su gente muy parecida a la nuestra, claro, descuento a los negros. Mujeres sumamente bellas cuya lengua sonaba familiar, tenía sus raíces en el latín. Sin embargo, mientras más anduve por aquella ciudad, mi lástima y compasión adquirían dimensiones superlativas. Para que un cubano pudiera experimentar esos sentimientos, debe suponerse que la situación de ese país superaría en desgracias al nuestro y así fue. El cambio de “socialismo” del búlgaro al rumano fue muy brusco y no me gustó absolutamente nada. Si en Bulgaria se observaba alguna abundancia limitada y algo carente de calidad. Rumanía no se avergonzaba en mostrar sus miserias económicas y sociales. No puedo extenderme mucho porque ustedes se aburrirán y me mandarán al carajo, luego les hablaré un poco más de ese lugar situado en el Mar Negro.


Regresé a Cuba con las manos vacías y yo no tenía que dar muchas explicaciones en mi casa, culminaba un viaje de cero pacotilla. Lo peor de todo es que regresaría y hasta esos momentos me sentía contento, confiado de que estaba muy cerca de encontrar al “socialismo”. Mis queridos amigos, trato de devanarme los sesos y sintetizar al máximo lo que vi y quiero decir. Me rindo ante la impotencia, no puedo y debo continuar con otro capítulo. No se pueden torturar tantas palabras y emociones debido a ese encuentro mío con el “socialismo”. Acudo a esa vieja arma de las telenovelas y episodios, solo me queda una palabra, continuará.





                        Esteban Casañas Lostal.
                             Montreal..Canadá.
                                  2011-12-29



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  El día que encontré al “socialismo”.
(Segunda parte)


Esa mañana tuve que dar dos o tres viajes en taxi desde el Hotel Jagua de Cienfuegos hasta la terminal de azúcar a granel. El buque estaba de salida y el sesenta por ciento de su tripulación permanecía borracha. Habíamos alquilado algunas habitaciones y otros prefirieron las cabañitas junto a la piscina. Los más ebrios dormían en los portalitos de éstas debajo de los aires acondicionados, parece que les picó el fresco de la madrugada. El hotel se encontraba casi vacío, no entraban turistas a la isla en aquellos años. Coincidimos con cuatro o cinco puertorriqueños en el cabaret, eran los únicos extranjeros y como es de suponer, siempre sospechábamos de ellos, tuvieron que ser comunistas.


El viaje se realizó con el mismo ambiente del anterior, Francisquito era mi timonel y en las guardias de la tarde subían al puente mi socio “Tetera” (Iván Freires) y uno que otro curioso por conocer la posición del buque. Madrigal había pescado su buena gonorrea en Cienfuegos, se la pegó una putica que yo saqué de mi habitación y él recogió en el pasillo del hotel. Siempre tuve buen ángel para estas cosas y solo me pegaron piojos en una guagua de Santiago a La Habana, pero él era fatal, se les pegaban de solo olerlas. Por suerte andaba “El Cabronazo” con nosotros, era el mejor enfermero de la flota y enseguida lo sacó de aquel aprieto.


Esta  vez descargaríamos en Novorosssiysk, un puerto de la antigua Unión Soviética localizado en las profundidades del Mar Negro. No imaginan la alegría que me produjo aquella noticia, conocería de cerca al principal protagonista de nuestras aspiraciones, el ejemplo a seguir, los héroes de la Segunda Guerra Mundial, los creadores del comunismo. ¡Basta! Voy a dejar de comer tanta mierda y evitar me manden al carajo. Iba a conocer de cerca a los “bolos”. Los que mandaban las latas de carne rusa, aquellos aparatos electrónicos con unos transistores del tamaño de la caja de bolas de un auto, las lavadoras Aurikas, el perfume Moscú Rojo, los relojes Poljot, los ventiladores “Orbita” y aquellas cuchillas de afeitar que hacían llorar al más varón de los cubanos y no menciono otra mierda para no extender este discurso. En fin, me encontraba muy cerca de la meta, aunque como es de suponer, deseaba conocer mucho más y que al barco le pusieran ruedas para llegar hasta Hungría y Checoslovaquia.


Nos sonaron muy buen fondeo y el sondeo realizado al buque era idéntico al nuestro. ¡Coño! Se me había olvidado hablarles de ese detalle en el trabajo anterior. Todos eran similares, embarcaban con perros que olfateaban cada hueco del buque, siempre buscando algo. A ellos no les preocupaban las drogas, esos canes estaban entrenados para buscar gente. No acabo de comprender esa obsesión del “socialismo’ en mantener encerrada a personas que no simpatizan con ellos. Esos sondeos tenían casi siempre la misma duración a la que hacían en Cuba, solo se extendieron los de Corea y China, obvio. Espera, espera, vuelve a esperar. Llama por VHF pidiendo información, vuelve a llamar, llama otra vez. Nadie tiene respuesta, nadie sabe nada, nadie está autorizado. Todo viene de arriba, del cielo, igualito que en Cuba. ¿Cómo iba a dudarlo? Nosotros tratábamos de imitarlos, bueno, nosotros no, el gobierno. Al cabo del mes nos atracaron y mientras realizábamos la maniobra, una brigada de mujeres realizaba reparaciones en el muelle. No imagino los bíceps de aquellas “bolas”, eran mujeres para respetar. Maniobraban los martillos neumáticos con mucha más facilidad que un consolador, ¡coño!, esto tengo que contárselo a mi mujer cuando llegue a Cuba. Está bueno ya de que la contemple tanto, como si realmente fuera del sexo débil. Los marineros de proa les chiflaban y decían algún piropo que ellas no comprendieron. Se reían y mostraban destellos que nos llegaban como relámpagos dorados, tenían dientes de oro. Hacía falta saber si andaban con las piernas peludas y no se afeitaban los sobacos, como las que llegaron a Cuba con sus maridos.
  

Esa tarde salí con Madrigal hasta el Seaman Club, la misma historia, estaba casi vacío y no había rusos. ¡Uff! Se me olvidaba, ya lo escribí en otro trabajo, pero creo necesario volver a repetirlo. Cuando vieron mi aspecto y el de Madrigal, nos quisieron desnudar en la aduana. ¡Yá Kubinski! ¡Yá Kubinski! Por poco tengo que pedir auxilio para evitar me metieran hasta el dedo y el tipo aferrado a su teoría me repetía lo mismo. ¡Niet Kubinski! ¡Niet Kubinski! Y yo que sí, ¡Que sí, cojones, Kubinski! Bueno, con algunas desviaciones ideológicas, pero kubinski, pedazo de cabrón. Gabana, yo soy de Gabana, hijo de la gran puta. Gracias a Dios aquel escaparate no hablaba español, ni inglés, era un “bolo” de verdad. Al fin pude convencer al hijoputa y salimos muy asustados a la calle. ¡Coño, Madrigal! ¿Por qué vamos a asustarnos? Es lo mismo que le hacen a las tripulaciones griegas en la isla.


Pagué la primera ronda con un billete de diez rublos, cuando aquello su valor era como de tres dólares por uno. La bola, como yo andaba entretenido jugando billar, me devolvió una pila de calderillas que no me molesté en contar. Me jodió aquella hermana y pagué la cerveza más cara del mundo. Si al menos fuera cerveza, aquella “piba” estaba embotellada en las mismas botellas del agua “Ciego Montero”, los jugos que llegaban desde Bulgaria, etc., lo mismo con lo mismo. No estaba mal y yo comencé a comprenderlos. Todo estaba hecho con la mejor intención del mundo, o sea, para facilitarles la vida a los viajeros como nosotros. Tú comprabas una cerveza en Rumanía y podías vender la botella en Bulgaria, Cuba, URSS, etc., eso es ahorrar. Aquella “piba” sabía a rayos y se cortaba al tercer día. Se cortaba y resultaba imposible beberla, creaba una madre en el interior de la botella que podía observarse claramente, qué mierda.


Al día siguiente, mucho más temprano, decidimos salir a la calle. Nuestro primer choque emocional fue con una pipa de cerveza estacionada junto a una acera. De la misma manera que el hombre desciende del mono, aquellas putas “pilotos” que se expandieron por toda la isla como si se tratara de una epidemia, tenía sus orígenes en este país. No crean tampoco que llegaron a tener la calidad de las caribeñas, les hablo de un tanque montado sobre un chasis con dos ruedas. Tampoco me refiero a un tanque especial de acero níquel, era como los tanques que se usaban en nuestras vaquerías. Eso no era lo peor, aquella vieja gorda de piernas y sobacos peludos, rojiza por el calor reinante y con dientes de oro, lavaba las jarras usadas en un cubo con agua. Nunca había recordado tanto a La Habana como en aquel instante, ¡es verdad que ya somos socialistas! No quise beber y pude soportar muy bien la sed.


En uno de los bellos parques de aquella ciudad, chocamos de frente con un aparato como esos de vender latas de CocaCola. Lo duplicaba en tamaño, como todo lo de ellos. Ya teníamos sed y nos acercamos, lo lógico sería que poseyera vasos desechables. ¡Nada de eso! Aquel enorme aparatón del tamaño de una torre de lanzamiento de los cohetes espaciales, tenía un solo vaso de cristal que debías enjuagar con la misma agua pagada. O sea, aquello me convenció del nivel de salud reinante en ese país socialista. Si alguien hubiera tenido tuberculosis o hepatitis, toda la población estuviera contagiada y no era así. Tuvimos que beber, era verano y el calor insoportable, como en Canadá en esas fechas.


En la noche para entrar a un cabaret, más bien un club, tuvimos que sobornar al portero
 recuerdo el nombre del lugar, se llamaba “Bergantín”, este dato no lo busqué en Google Maps. Igualito que allá, luego visitamos diferentes restaurantes y la película se repetía, si no “tocabas’, no entrabas. Una vez dentro, el mismo asedio de La Habana con los extranjeros, demasiadas chicas trabajadoras sociales. Muy jóvenes y bellas, con las piernas y sobacos afeitados, desviadas ideológicamente, como mi gente. En la calle te proponían todo tipo de negocios, como si no tuvieran nada y yo me encabronaba. ¡Coño!, si tienen lo mejor del mundo, el socialismo que nos metieron por la cabeza.


Un día acompañé a un tripulante hasta el dentista, llevaba varios días rabiando del dolor de muelas. Al entrar a la clínica se cagó, hasta yo, que no tenía nada que ver en ese potaje. Los gritos escuchados de una mujer me recordaron las películas de terror que pasaban los sábados por la noche en la isla, eran espeluznantes y le erizaban la piel al más indiferente e insensible ser humano. El tipo comenzó a recular y yo insistiendo en meterlo dentro de aquella carnicería o matadero, se encojonó y estuvo a punto de agredirme, no era para menos. Después nos enteramos que todo el trasteo de la boca, extracciones y empastes, lo hacían sin que mediara anestesia alguna. ¡Ño! No me gustó esta parte del socialismo ruso.

Motonave "Renato Guitart", buque donde recibí mi bautizo en el campo socialista.


Pedimos gas para nuestro equipo de refrigeración y se demoraron en contestarnos, muy normal para el que sabe cómo funciona ese sistema. Un día, pasada la semana, llegó uno de aquellos comisarios y nos explicó que nosotros no estábamos comprendidos en el plan “quinquenal” de la fábrica de aquel dichoso gas. Bueno, nos reímos, no podíamos hacer otra cosa, eso es el socialismo muchas veces, una broma.


La gente respetaba y temía a su “milicia”, era de admirar el terror que sentían ante su presencia, temblaban, se cagaban. Yo solo miraba y los justificaba, se parecían a los nuestros, eso es el socialismo, mucho respeto o una tranca. Una de esas noches que andaba de puto con una de las trigueñas más bellas que se han cruzado en mi vida, llegaron ellos y me la desaparecieron. Muy disciplinada la muchacha, yo me porté algo rebelde y ellos se
 encargaron de calmarme. Ni yo hablaba ruso, ni ellos inglés, pero uno adivina cuando se encuentra próxima una patada por el culo. Hubo un dedo que señaló en dirección al barco y dijo cuatro palabras que yo interpreté a mi manera. ¡Cabrón, te vas para el barco o no vas a cagar duro en una semana! ¡No nos interesa si eres kubinski o no! A estos pollos no hay extranjero que se las meta. Ese día caminé en cámara lenta más de diez cuadras, el dolor de los huevos no me permitían hacerlo más rápido. Todavía llego al barco y el guardia de portalón recomienda botarme una paja. ¡No jodan, con ese dolor a quién carajo se le para!


Allí sí vi colas y la misma película de las tiendas. Los mismos productos en todas las vidrieras y la gente cayéndote atrás para comprar cualquier cosa, lo que fuera y no llevara el sello CCCP, estaban desviados ideológicamente como yo, no me gustaba nada de ellos. Se nos acabó la plata y los complacimos en lo que pudimos. Francisquito llegó un día con una peste a grajo del carajo, había vendido la camisa que tenía puesta y el ruso le cedió la suya para que regresara al barco. Los hermanos nos robaron todo lo que estuvo a su alcance, nos jodieron, no teníamos televisor y se llevaron el radio de onda corta que había en el salón de oficiales, me privaron de gusanear. Nos invitaron a museos, el monumento al soldado desconocido, que si no lo conocieron para qué le levantaron esa estatua. Nos enseñaron un submarino viejísimo, no recuerdo si perteneció al Capitán Nemo. Cuando no teníamos nada por vender y el tiempo se alargó demasiado, nos atacó ese deseo de escapar de aquel puerto y largarnos al carajo. Yo estaba muy feliz, había conocido de cerca cuál sería nuestro futuro, pero no estaba muy convencido y deseaba conocer algo más. Los socialismos no eran semejantes, no se parecían entre sí, ni el nuestro se aproximaba al de ellos. Nosotros vivíamos, dentro de todas nuestras dificultades, mucho mejor que los infelices soviéticos. Éramos sus hijos bobos, como lo fue mucha gente de nosotros.
Muchas hermosas mujeres de aquel paraíso, creyeron una vez o se dejaron engañar con fotos de Varadero, los cocoteros, las playas, el cielo azul, creyeron que eso era Cuba. Contrajeron matrimonios con cubanos y fueron a recalar a insalubres solares, cargar el agua por cubos, cocinar con luz brillante y comer con una libreta de racionamiento. Muy pocas resistieron, allá quedaron sus maridos abandonados.


El día de la partida llegó al fin y salimos, llegamos a sobrepasar el rompeolas con el Práctico a bordo cuando, desde la Capitanía del puerto, se recibió la orden de regresar nuevamente al buque. Vaya tragedias que nos guardan los países socialistas como sorpresa, resulta que habían descargado el azúcar y miel de una bodega inundada. Desafortunadamente, fueron embarcadas en vagones que a su marcha iban regando esa miel y la ciudad fue invadida por abejas. Nos atracaron y volvieron a meter la carga en nuestra bodega hasta nuevo aviso. Nos demoramos una semana más en aquel puerto, como si nos hubieran arrojado brujería.


Partimos rumbo a Varna, fue un 26 de Julio, lo recuerdo perfectamente porque en la “actividad” de celebración, se comprobó de verdad que la “piba” era una mierda, como lo era el pan negro que pidió el Capitán alegando que eso comían los rusos cuando la guerra. Deseo acabar de una vez por todo este trabajo, ya estaba convencido haber hallado lo que buscaba, pero no estaba satisfecho, faltaban otros países socialistas. 


Nos asignaron cargar en Varna y Constanza, pero esa película ya se las pasé. El siguiente viaje fue con destino a Angola, nosotros debíamos comportarnos como un virus que propaga una epidemia. No conformes con nuestras desgracias, deseábamos compartirla con otros pueblos y así fue, nos involucraron. Luego de dejar las tropas hicimos pequeñas reparaciones en Cádiz y después continuamos nuestro acostumbrado recorrido a Varna y Rumanía. Mi amor por descubrir nuevos horizontes se vio frustrado por las crecientes necesidades en casa, mi hijo necesitaba zapatos, los blumers de mi esposa tenían huecos, se rompió el refrigerador, no había champú. La lista es demasiado larga también y solo tenía una opción, escapar de esa línea fija a países socialistas.


Polonia y Alemania fueron visitadas pocos años después y no encontré nada nuevo. La RDA tenía un siglo de atraso comparada con la RFA. Importaba mano de obra de países muertos de hambre como nosotros, esos infelices trabajarían en lugares rechazados por los alemanes. Era muy común verlos limpiando calles o como simples obreros de factorías. Los cubanos eran muy jóvenes y casi la mayoría de origen campesino o del interior del país. Casi todos muy felices por lo que hacían, habían logrado escapar de puebluchos sin futuro y allí se sentían realizados. Al final de sus jornadas, podían llevar para Cuba una moto “MZ” como pago a sus servicios de esclavos. Mientras eso sucedía, otros nacionales iban a cortar madera en Siberia. El asunto era poder escapar de la isla aunque tuvieras que casarte con un oso, esa corriente no se ha detenido y hoy, encuentras cubanos diseminados por todo el planeta.


Polonia fueron otros veinte pesos, no había conocido a un país socialista más anticomunista que ellos y me gustó mucho. Por allí comenzó la destrucción de lo que pretendió ser un imperio al precio de sus falsedades, todo lo que encontré era mentira y nada se ajustaba a la propaganda que recibíamos diariamente en la isla.



Han pasado muchos años y no he podido olvidar a aquel cuñado idiota, al que le lavaron el cerebro con creolina. Le dieron un viaje a la URSS solo unos años antes de la caída del muro de Berlín, era la primera vez que salía de la isla y no conocía nada más que eso. Llegó cargado de baratijas que no tenían utilidad, medallitas, banderitas, tarjetas postales del Kremlin con su momia. Uno que otro cenicero, creo haya sido lo único que se podía usar, hasta yo fui premiado con una de esas porquerías. 

-Los bolos están pasados, yo quisieras que vieras eso. 

-¿Qué viera qué?

-El desarrollo que tienen. Sentí deseos de meterle una patada por el culo para taparle la boca, aún conservo esos deseos.

-¡Qué infeliz eres! ¿Sabes qué? Gente como tú son dignos de lástima o desprecio. Conozco unos cuarenta países, más de la mitad de ellos son capitalistas. No soy ciego, los hay buenos y malos. ¿Sabes qué?

-¿Qué?

-¡El socialismo es tremenda mierda! No he podido olvidar aquella respuesta, es la misma que le daba a mis amigos angolanos cuando me preguntaban por ese sistema y el futuro de su país, no tenía otra.


Hoy, treinta y tantos años después de aquellas aventuras y cuando todo el imperio desapareció. Veo con espanto la estupidez de varios pueblos latinoamericanos que, caen como moscas ante las promesas de varios pícaros cabrones. Dicen esos bandidos que van a construir el “socialismo del siglo XXI”. Es para cagarse de la risa, construir en este continente lo que fracasó en otro no tiene sentido. No lo tiene porque acá, todavía estamos analizando y discutiendo los daños que nos produjo la conquista española. Muy bien se merecen el calificativo que les dieran unos autores en su obra, son “los perfectos idiotas latinoamericanos”. Por suerte vivo cerca del polo y aquí no se les ha perdido nada. Creí una vez haberlo olvidado todo, pero aquella frase tiene más vigencia que nunca. ¡El socialismo es tremenda mierda!






Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2012-12-30


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