Visitas recibidas en la Peña

sábado, 18 de enero de 2020

FELIZ CUMPLEAÑOS, MIMÍ.


FELIZ CUMPLEAÑOS, MIMÍ.





¡Como pasa el tiempo! Es implacable y no perdona, acabas de llegar a los 42 y yo burlé la frontera de los 70.

Me enteré de tu nacimiento después de una semana, ya lo he contado en otra parte, fue cuando me desgastaba en Angola. Al partir de la isla eras solo un vientre inflamado y no se sabía si eras varón o hembra. Solo existía el método que usaban las viejas para saberlo, el de la tijera y el cuchillo, pero antes de mi partida no habían sometido a tu madre a ese experimento.

Te conocí con más de siete meses de nacida, recuerdo que, en uno de esos instantes de aquel encuentro, tu madre te pidió que le dieras un beso a papá y se lo diste a una foto mía que tenias pegada en la cabecera de la cunita. Después todo llegó muy fácil, no es que existiera química o el llamado de la sangre, es que siempre has sido así de sociable y confianzuda, tal y como es la preciosa nieta que me regalaste.

Tu infancia no fue lo que yo hubiera deseado, vivimos momentos muy amargos y luego llegaron los felices, aquellos por los que trabajé tanto. No recuerdo haber mendigado un plato de comida para ustedes, ropa que ponerse o, que alguien colocara una sola piedra para construir el apartamento que les dejé al partir. Si te han contado algo diferente es mentira, todo salió de las manos y cuerpo de este “monstruo” de padre que tienes. Los amargos no fueron propósitos míos y no vale la pena recordarlos. No es sencillo vivir hacinándose en un apartamento compartido por 21 personas en igualdad de condiciones. Creo que los mayores lo sufrimos doblemente, el dolor apenas tiene espacio en la mente de un niño.

Luego llegaron momentos mejores y pudimos vivir como seres humanos, tampoco tienes idea de su precio y los que lo saben han preferido callarlo. Si estoy muy convencido de que esa parte de la infancia fue muy superior a la que ha correspondido a millones de cubanos, también pagado al costo de múltiples sacrificios. El más caro de todos es haber estado ausente de tu vida durante mucho tiempo, ese era precisamente el precio por pagar, todo en la vida tiene su valor. Ese fue el que ustedes pagaron por esa parte de la infancia envidiable para muchos, yo también lo sentí en el alma.

Parece que la vida nos ha condenado a estar separados, hace muchos años que andamos por latitudes distantes y poco han importado fechas o celebraciones. Aunque me duela, no te apenes y vive la vida que te regalé una vez, ya yo viví la mía.

Tú no me elegiste padre y llegaste hasta mí de manera fortuita. No nos elegimos, no existe esa posibilidad y menos aun la de devolver un producto en apariencias defectuoso. Sin embargo, se acepta con mucho amor y así los he aceptado a todos ustedes, no te quepa la menor duda.

Cada día que pasa me acerco más al final de mi recorrido en este leve paseo que es la vida, hay que ser realista. Me voy y te dejo la carga de llevar mi apellido, te aseguro que no es una condena. Yo lo heredé en circunstancias más penosas y no me arrepiento. Te aseguro que, al pasar un tiempo de mi despedida definitiva, aparecerán virtudes borradas y comenzarás a sentir cierto orgullo, lo que no pude lograr yo.

Habrás escuchado muchas veces que he sido un monstruo y que hice cosas mal, es cierto. Escucharás mas tarde sobre lo bueno que hice, se demorará algo, estoy convencido de que esas palabras surgirán de personas que no conoces. Creo que ese será el instante exacto para que me juzgues, hazlo, no te detengas hasta llegar a la verdad.

Bueno, hoy es un día para celebrar y no deseo mancharlo con notas tristes. Disfruta mucho tu cumple y vive la vida como lo deseas, es muy tuya, yo solo te la regalé. ¡Ah! Me hizo inmensamente feliz esa hermosa y traviesa nieta que oportunamente me diste, solo quisiera disfrutarla un poquito más de tiempo si Dios lo permite. ¡Nunca odies, vive con amor!

Muchas felicidades en estos 42 años y millones de besos pendientes.

                   Te ama..

                                Tu papá.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2020-01-18


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jueves, 16 de enero de 2020

Y TÚ, ¿QUÉ PINTAS EN MIAMI?


Y TÚ, ¿QUÉ PINTAS EN MIAMI?





Vas a saborear un buchito de ese exquisito café cubano, es temprano y cualquier día de la semana. Encuentras algunas dificultades para estacionar tu hermoso auto, nadie sabe si lo compraste al contado, nadie te pregunta si lo pagas por letras, todos te siguen con la vista, es deslumbrante y te sientes orgulloso por aquella preciosa adquisición.

El portalito de la cafetería del Versailles se encuentra abarrotado de ancianitos, recorres todas sus cabezas en busca de una negra cabellera y no la encuentras. Observas cadenas que cuelgan a Ochún, otras a Changó, gorras y pullovers con banderitas cubanas. Te abres paso entre ellos, no saludas, nadie se molesta y continúan unos segundos después del silencio que impuso tu repentina presencia. En pocos minutos la atmósfera sube de temperatura y temes explote en una violenta tormenta.

Tomas tu colada y prefieres beberla en la puerta de tu auto, pasas el vasito a una delgada mano que traspasa la ventanilla. Pudiste sentarte en la comodidad del aire acondicionado, pero una fuerza extraña te ata a ese pedazo de ardiente asfalto, sacas un Marlboro y escuchas. Hasta ti rebotaban frases y palabras desordenadas, nombres conocidos de esa extraña farándula criolla, Elián, Posadas, Castro, embargo, babalaos, mulas, medicinas, remesas, visas, balsas, Mas Canosa, y unos cojones que estremeció la Calle 8.

Lanzas el cigarrillo siendo sargento de primera y subes al auto, un fuerte chirrido de gomas detiene por instantes la atmósfera y se pierden en el aire aquellas frases y palabras en desorden. Se nublan los nombres y cuando todo se disipa, se mantienen las cabezas canosas de aquellos viejitos hablando de pelota.

-Viejos cagalitrozos de mierda. Expresaste con todo el desprecio del mundo.

¿Cómo llegaste?, ¿en balsa?, ¿por reunificación familiar?, ¿por el bombo?, ¿en una cigarreta?, ¿por un tercer país?, ¿cómo prisionero político?, ¿te casaste con una yuma, la luchaste?, ¿quién pudiera saberlo?, ¿por qué te incomodan esos viejos? Te desplazabas a cincuenta millas por hora en busca del downtown, tuviste suerte, no apareció ningún policía.

En Bayside te relajaste un poco, el mar, los barcos, la música y ese constante andar de hermosas muchachas vestidas ligeramente, actúan como el mejor de los sedantes. Tus enojos contigo mismo eran intermitentes, como tu vida misma, sin metas, sin rumbos, sin planes, sin alegrías. Solo existías tú y solo tú en ese egoísta universo fantástico de tu mente, con preguntas que siempre te dirigías evadiendo sus respuestas. No podías responderlas por una razón muy sencilla, nunca has sabido quién rayos eres porque careces de identidad.

Odiabas el momento de regresar a Hialeah por su cercanía a las factorías, ocho horas verdaderas de trabajo constituían para ti la peor de las torturas capitalistas, ocho interminables horas de campana a campana. Sin reuniones del sindicato, sin actividades del partido, sin marchas con banderitas, sin trabajos voluntarios, sin movilizaciones a la agricultura. La detestabas por el canto de sus gallos en la mañana, las mesas de dominó del fin de semana, los vecinos hablando de portal a portal y los patios repletos de árboles frutales. Difamabas de ella hasta la saciedad por su pendeja cubanía, por sus charcos en tiempos de lluvia, porque hay totíes y sinsontes, porque hay tamales y minutas y en cualquier patio se asa un puerquito. Debe ser la nostalgia del inadaptado, pensaron muchas veces tus amigos.

Luego, y mientras tu mujer disfrutaba de una de sus estúpidas novelas, afición abandonada por el cansancio del que nunca trabajó de campana a campana, te conectabas a Internet para desahogar todas tus bilis y amarguras. Atacabas con saña a cualquiera que utilizara un lenguaje similar al de aquellos viejos de mierda del Versailles, beatificabas al padre de Eliancito y prostituías la memoria de su madre. Otras veces, actuabas con mucha cordura haciendo gala de palabras rebuscadas en los diccionarios, no podías olvidar o traicionar el puesto que ocuparas en Cultura. Seguías siéndole fiel y te propusiste defender desde esa oscuridad a tus antiguos camaradas.

Regresabas a tus viejas andadas, pero esta vez debías hacerlo de una manera más inteligente, como solo saben hacerlo las serpientes. Entonces, viajabas mentalmente por toda la calle 10 de Octubre ignorando sus baches, su mierda acumulada en cuarenta y siete años, su peste casi bíblica y su población de frustrados fantasmas. Ese recuerdo incrementaba el odio hacia Hialeah, un barrio obrero repleto de viejitos cagalitrozos. Y tú, ¿qué pintas en Miami? Preguntó un día tu conciencia, se produjo un profundo silencio.

Descubriste que existen otras maneras de hacer plata sin necesidad de esperar por el timbre de una fábrica, viajaste incansablemente como mula o caballo y te sentías el Rey de La Habana. Esta vez saliste del closet y te manifestaste abiertamente por toda la Calle 8, y le colocaste una banderita a tu flamante auto, pasaste desafiante frente al Versailles, allí continuaban los viejitos cagalitrozos.

Tomaste la figura de un líder cualquiera, el más barato, y te cubriste con el falso manto de defensor. Defendías irracionalmente los viajes a Cuba, te atreviste a mencionar algo sobre los derechos humanos. Fuiste un poco más lejos en tu patriótico reclamo, te uniste a esas voces que desde esa ciudad defienden a su amo. Reclamabas tu derecho a mover el culito con el ritmo de los Van Van y que uno de sus negritos gritara a toda voz un ¡viva Fidel! Eso era democracia, decías sin parar, en este país hay libertad de expresión y ese era tu derecho, ¿y allá, en la tierra de los viejitos? Muchos incautos te aplaudieron, muchos idiotas no comprendieron que se te había jodido el negocio. Te convertiste en eco de miserables oportunistas y arribistas llegados a esta playa y fuiste más activo, más demócrata de Bill Clinton, más católico que el Papa, más pacifista que Gandhi, más socialista que Zapatero, más chavista que Chávez y más promotor que Emilio Stefan para reclamar un Grammy para los infelices y sufridos artistas de la isla. Alzas la voz en contra de Posadas y te mantienes mudo por el hundimiento de un remolcador, ¿no son muertos, no fueron cubanos?

Y tú, ¿qué pintas en Miami? Se escuchó desde lo más profundo de su conciencia, se repitió el silencio como respuesta. ¿Por qué no regresas? ¿Regresar? ¿Y la casa, y la lancha, y el Explorer, y el Publix, y el Sedano? ¿Volver a limpiarse el culo con el Granma? Silencio, apagas el ordenador, la noche se mueve.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2006-04-17



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domingo, 12 de enero de 2020

UN BRINDIS POR CONCHA


UN BRINDIS POR CONCHA





Arcelín es el nombre del médico de mi familia, un negro haitiano que tiene su consultorio en la calle St. Joseph. Muy bueno como médico y excelente como ser humano. Siempre que vas a su consulta no puedes escapar a algunos de sus comentarios, muy ajenos a la razón que te llevó hasta allí, y sin darte cuenta, transcurren los minutos en una amena conversación entre amigos. Esa sociabilidad con sus pacientes ha sido la mejor medicina empleada por él y tal vez por ello cada día sea más difícil verlo. Los otros días vi cuando le entregaban el turno 65 a un hombre.

Fui por un agudo dolor en la espalda que me impedía trabajar y estaba deseoso abandonar su consultorio, cada día más pequeño para esa variopinta clientela latinoamericana, haitiana y africana. No escapan los canadienses, quienes estoy encontrando allí con mucha frecuencia, parece que la fama del negro corre y eso no es bueno para nosotros, cualquier momento lo perdemos.

-¿Y usted bebe mucho? Siempre olvida que la vez anterior me había preguntado lo mismo, razones sobran, la vez anterior ocurrió hace unos dos años. Sabrá Dios cuantas personas habrán clavado el fondillo en la butaca que hoy yo ocupaba.

-Bueno, depende de lo que considere mucho o poco, yo creo que lo normal. Siempre le respondía lo mismo y era cuando reaccionaba.

-Pero según me ha contado, usted bebió mucho cuando era marino, ¿a qué le llama normal ahora? Ya se encontraba sobre la pista, era indiscutible que poseía buena memoria también.

-Bueno, normal digo yo tomarme una botella o un litro de vodka semanal. El hombre dio un salto en su asiento.

-¿Normal? Yo pensé que me hablaría de unas copas, pero me está mencionando un litro semanal, ¿y no se emborracha? Preguntó invadido por la curiosidad.

-Si supiera, muy pocas veces, no lo bebo de un tirón, me preparo tragos mientras escribo y así gasto el día. Le respondí con tranquilidad.

-¿Y hasta escribe bebiéndose un litro de vodka?

-Con jugo de naranja doctor, ¿no ha probado ese trago?, le llaman destornillador.

-No lo he probado, pero le prometo que me prepararé uno este fin de semana. Sabes que tienes el síndrome del brandy… No recuerdo si era ese el nombre y pensé que era algo malo. -No se asuste, son solo esas venitas azuladas que tiene en la nariz. De todas maneras le voy a mandar un análisis general haciendo énfasis en su hígado, señor. Vamos a ver cómo andan las cosas después de haber bebido tanto. Nos despedimos como amigos, con un fuerte apretón de manos, nunca establecía barreras con sus pacientes y yo no era un privilegiado. A las viejitas les daba un beso y las acompañaba hasta la puerta del consultorio con el brazo sobre sus hombros.

Quince días después me dijo que tenía el hígado como el de un niño, pero me recomendó que no abusara de la bebida por eso. ¿Abusar? Tampoco conocía el límite de esa palabra. Arcelín desconocía o no tenía la más mínima idea de lo que significaba beber en mis buenos tiempos, empatar un día con otro, semana tras semanas, años que luego sumaban gran parte de nuestras vidas.

Vivir como lo hacíamos no tenía otro sentido que ese, emborracharnos para escapar de la triste realidad que nos perseguía implacablemente. Beber era más que un placer, era un estado emocional diferente, no sentías dolor por nada, el borracho no siente, flota, vuela, viaja, se recrea en la fetidez de su alcoholismo, no ve nada de lo que le rodea, es ciego también.

Dicen que al otro día uno se deprime, puede ser cierto, pero eso se evita “matando el ratón”, y luego matas al gato, y al perro que lo persigue, te emborrachas sin darte cuenta y no hay espacio para la depresión. El alcohol envalentona, te afloja la lengua y hablas, te sorprendes de las cosas que dices y te consideras en ese momento un héroe. Luego, cuando se te pasa la borrachera te cagas de miedo, te arrepientes, y es necesario volver a emborracharse de nuevo, vuelves a ser valiente. La vida se transforma en un círculo vicioso cuando se vive de esa manera, cuando es necesario beber para decir lo que se siente y piensa. Es pura mierda y lo sabes, pero no deseas escapar de ella y por donde quiera que marchas te persigue una botella.

Bebo, pero las razones son diferentes a las que un día compartí con millones de seres. Lo hago por placer y puedo frenar o cambiar a mi antojo, no soy un esclavo de la bebida, no siento necesidad por ella, no soy un borracho cualquiera. Me sumerjo en la profundidad de los recuerdos y viajo como aquellos borrachos. Hoy, los que defienden las otras razones de mis antiguas borracheras, dicen que esto es nostalgia, como si extrañara o deseara regresar hasta aquella pesadilla, imbéciles, pienso.

Bebo y se me aflojan los dedos para agredir al teclado, dedos embrutecidos por el trabajo que realizo para pagar lo que consumo, eso sí, muy honrado. Bebo para viajar y encontrarme con mis amigos, que no fueron muchos, más bien diría que con los socios y compañeros, con mis vecinos. Bebo para borrar la tristeza que siento por sus vidas, por aquella que un día fuera mía, para olvidar que mi nieto me dice grand pére y no abuelo como me hubiera gustado.

Bebo y pongo música para escribir, enseguida fluyen esos recuerdos como si en mi mente tuviera un manantial. No todo es tristeza tampoco, en medio de ese vaho etílico desfilaron muchas mujeres. No hay nada más sabroso en el mundo que hacer el amor cuando se está en una “media nota”, eso no lo saben los abstemios. No me alcanza el tiempo para describir tantos placeres, ni para hablar de los dolores que se borran.

Siempre que llegaba de viaje me encontraba el refrigerador repleto de cerveza, cuando vivía en casa de mi vieja era la bañadera y desde ese mismo instante comenzaba esa fiesta que, solo frenaba con el pitazo de salida por el Morro de La Habana.

Mi mejor amigo de borracheras se llama Eduardo Ríos, ya he dicho en varias oportunidades que es un hermano para mí. Perdí la cuenta de las veces que compartimos en familia o escapados en aventuras con otras muchachas. Eduardo y yo también pescábamos en los arrecifes del Morro, largas veladas para agarrar uno que otro ronquito, la mayor parte de las veces acompañados por una botella. Cualquier justificación encontrábamos para celebraciones, y siempre nos pasaba algo de lo cual nos reíamos y nos reímos actualmente.

Recuerdo que una vez tuvimos una jornada muy buena, pescamos unos 20 bichitos entre ronquitos, rabirrubias, parguitos, etc. nada significativo y todos de tamaños reducidos, pero éramos felices y aquello había que celebrarlo al otro día. Eduardo vivía en un apartamentito que tenía un solo cuarto, el baño, la cocinita y una salita donde no cabíamos más de tres personas paradas, todo era reducido y allí vivía con su mujer, tres hijos y el suegro. Es de suponer que el viejo debía esperar a la terminación de nuestras festividades para armar su pim pam pum en la sala.

No lo perjudicamos mucho, creo que se benefició y hasta lo conducimos después de viejo por el buen camino del alcoholismo. Se me olvidaba un balconcito con menos de un metro de ancho, donde dormí una noche bajo las estrellas y rodeado de cabos de cigarro, así y todo, éramos felices como las lombrices. Pues Eduardo tuvo la magnífica idea de celebrar tan productiva pesca y hasta allí me dirigí como otras veces con una caja de cerveza, ya él tenía una en el refrigerador.

Comenzamos a freír los pescaditos mientras su mujer permanecía postrada en la cama convaleciente de una operación. Los pescaditos quedaron sabrosos, pero la cerveza nos provocaba más hambre y Eduardo propuso comernos también las sardinas que guardábamos como carnada. ¡Hummm! Deliciosas aquellas sardinas y le pasamos la cuenta a varios calamares (debo aclarar que en esa época se encontraban abundantes en los mercados) Bueno, ya la borrachera o estado de felicidad era tan grande, que Eduardo decidió meterle mano a lo poco que quedaba en el viejo refrigerador.

Tarde en la noche me cansé de tocarle en la puerta del baño y el hombre no salía, me estaba orinando a reventar y le dije a mi esposa que partiéramos y yo orinaría en cualquier lugar de la calle. A la mañana siguiente Eduardo pasó por mi casa muy preocupado y con el propósito también de matar el ratón.

-¡Asere! Qué clase de candela me he buscado. Le dije sin haberme levantado aún.

-Tú no sabes na, deja que te cuente. ¿Qué te pasó?

-Mira muchacho, dice ella que llegamos de lo más bien, que me acosté y en lo que ella se llegó al baño, yo me levanté y me metí dentro del escaparate a vomitar.

-¡Ja, ja, ja! ¡No jodas, chico! Eso nada más que se te ocurre a ti, a quién cojones se le mete en el moropo vomitar dentro de un escaparate, coño, vamos a tener que dejar de beber. En eso ella llegó al cuarto con dos tazas de café, no quiso celebrar las bromas de Eduardo y se marchó.

-Y a ti, ¿qué te pasó? Porque me dijiste que tenías algo que contarme.

-Mira muchacho, estoy metido en tremenda candela, dice Gilda que te cansaste de tocar la puerta del baño y que te fuiste pal carajo. ¡Ay, mi socio! Nada, resulta que me dio deseos de cagar y me senté en la taza, todo perfecto hasta ahí. Luego en lo que hacía esto me entraron deseos de vomitar, agarré el cubo que tenemos en el baño y aquello fue terrible, caga, vomita, caga, y así hasta que me quedé dormido. Aquí hizo una pausa esperando por mi consabida pregunta, siempre actuaba así.

-Pero yo lo veo todo muy normal, cagaste en la taza y vomitaste en el cubo, yo lo hice dentro del escaparate, no le veo la gracia para tanta preocupación.

-Sí, pero olvidaste que debia limpiarme el culo.

-Bueno, me imagino que agarraste unas hojas de la Bohemia que tenías allí y te limpiaste. Pienso que el lío será por todo lo que nos comimos, debes tener el refrigerador bien bruja hoy.
-Nada de eso mi hermano, ni la Bohemia aparecía en medio de la borrachera, ni me importa un huevo el refrigerador. El asunto es que agarré la toalla que quedaba frente a mí y me limpié el culo con ella.

¡Ja, ja, ja! Coñó, qué clase de candela te has buscado con esa guajira, ven acá, ¿qué hiciste con la toalla?

-La tengo escondida en la ventana del baño, ya sabes, en la parte que da al techo de los vecinos.

-Y lo lindo del caso, ni se te ocurra botarla porque hace años que no dan por la libreta.

-Esa es la jodienda, ahora mismo está la suegra metida en la casa con el lío de la operación de Gilda, la verdad es que no sé qué rayos hacer.

-¡No te rompas el güiro, asere! ¡Échale la culpa al chamaco tuyo y sanseacabó!

-No puedo, mi socio. La toalla tiene una raja muy grande marcada para ser de un fiñe.

-Pues mira a ver qué haces, porque si le botas esa toalla a Gilda, la bronca va a ser del carajo. Que va, mi socio, tenemos que dejar esta bebedera de mierda.

-No jodas, hace años que lo estamos diciendo.

-Es verdad, deja levantarme para ver si hay algo para matar el ratón. Ya sabes, está que ni me quiere hablar, así que lo mejor es ir echando con la fresca.

A los curdas no le faltan los socios curdas, no hay nada más lindo que estar parado en una de esas pilotos de mierda y compartir con cualquier borracho que acabas de conocer. Media hora después se quieren como buenos hermanos, se cuentan las tragedias de cada vida y hasta se hacen invitaciones a celebraciones con la familia. No recuerdo cuando coincidimos con mi primo Enrique, si estoy seguro de que fue en una de esas grandes curdas, creo que fue en El Conejito.

Mi primo era todo un personaje, trabajó como operador de equipos pesados y creo que no existió motoniveladora que se resistiera a su poder destructivo, de allí lo expulsaron según me contó. En los momentos de este encuentro, Enrique era jefe de una brigada que amueblaba aquellas secundarias que se construían en el campo. Según sus cálculos y que eran bastante modestos, por cada cinco secundarias que se construían, él le robaba los muebles a una y los vendía en el mercado negro. Tuve que creerle porque me lo confirmaron los compañeros integrantes de la brigada, eran gente muy chévere y compartidores. Hasta parte de la familia de mi mujer se vio beneficiada por esas secundarias, algunas literas pertenecieron a muchachos que hoy son hombres y padres. Por último, mi primo fue chofer de la ruta 10, raramente paraba en las paradas.

Fueron varias las oportunidades que coincidimos con Enrique en El Conejito o también en el Polinesio. Allí nos contó que vivía con Concha, siempre nos advirtió que era una mujer mayor que él, pero que lo atendía muy bien y tenía hasta teléfono. ¡Qué suertaza la de ese primo mío! ¿Se imaginan eso? Era como ganarse la lotería en Cuba, no solo por el hecho de encontrarse a una mujer soltera con apartamento, ¿teneeeer un teléfono?, solo algunos afortunados. Tal vez sea una de las causas de tantos problemas en los matrimonios con extranjeros actualmente, siempre salen a la luz exorbitantes cuentas telefónicas, hasta yo me he visto perjudicado por ese virus tan cubano.

Concha no era mayor como dijo mi primo, ella era hermana de Matusalén o se había escapado de las pirámides de Egipto. Toda una antigüedad viviente, una pieza de colección que hubiera podido vender en la tienda del indio para comprar un ventilador. Muy bajita para los seis pies seis mi primo, o sea, de entrada, se descarta la posibilidad del palo parado porque aquello de mi primo le daría en el pecho. Era jabá y con el pelo algo malito, digamos bastante malo, aunque no necesitaba que le pasaran el criminal, pero aun siendo tan clara no podía camuflarse de blanca, dejémosla jabá entonces. Tenía un cuerpo que ni fí ni fá, nada espectacular que hablara bien de su juventud. Concha no provocó muchos piropos cuando era una pepilla, y no hablemos del rostro. ¿Y qué me dicen de su voz? Exceso de vibrato que la vetaría inmediatamente en cualquier concurso de canto, ni me imagino oírla durante el acto sexual, creo que me la tumbaría. ¿Sus ojos? Igualitos a los de Duquesa, grandes y saltones, botados pa fuera como los de su perrita pequinesa, y hasta con el mismo carácter, porque si había una perra más amargada en La Habana, esa era Duquesa.

Tenía defectos y virtudes como todo ser humano, nadie es perfecto en esta vida, eso pienso yo, por eso, entre todas las desgracias que se puedan sumar en una persona, yo hurgaba hasta encontrarle su encanto. Concha los tenía, no digo yo, de lo contrario hoy no escribiría, era mi socia y yo la quería.

Los primeros tiempos de nuestras relaciones fueron protocolares, serios, insípidos, casi muertos. Yo la visité en varias oportunidades cuando su padre estaba vivo, un hombre que en el ocaso de su vida midió seis pies de estatura, y eso que los viejos se encogen como sus memorias. Muy serio, extremadamente respetuoso y señorial, tanto, que llegué a considerarlo un objeto anacrónico por su lenguaje perdido entre consignas. Dice Concha que fue un Gran Maestro o algo así de la Logia Masónica y que con su dinero se ayudó a construir el edificio que se encuentra en la esquina de Belascoaín y Carlos III, allí donde radicaba la Logia de los Masones. No puedo ocultar que sentí placer al conversar con aquel viejo, aprendí algo de él, siempre escuché a los viejos, poco después los ignoré.

En una de esas locas arribadas a la isla me dice mi esposa; “Ni se te ocurra llamar a Concha, su padre ha muerto”. Pero qué coño me iba a importar la muerte del padre de Concha ni un carajo, muchos morían diariamente, hasta yo era un muerto mientras navegaba. Lo mío era llegar y encontrarme el frío repleto de laguer, y después de una buena curda aparecerme en el cabaret del Riviera, y ostentar con las cobas y la plata, y meter a mi socio en un problema, y tener el socio que sacar una mesa de la cocina y acomodarme, y luego gastar.

Esa era mi vida cuando llegaba a la antesala del infierno, pero que no lo era tanto porque aún disfrutaba de las cosas de mi tierra. Me fui con Eduardo para el cabaret y en nuestra mesa sobraba la langosta a lo Varadero, la botella de añejo que bajábamos con sidra y decíamos que era España en llama. ¡Vengan daiquirís para las mujeres! Y lo más lindo, cuando Eduardo se emborrachaba invitaba hasta los artistas del escenario. Así cayeron algunos atraídos por su voz quebrada que provocaba la risa de los presentes y por una de esas berracadas, también nos clavaron varias veces. Como aquella que andaba yo preocupado porque Eduardo no aparecía en la mesa del Conejito y me encuentro al gran maricón bebiendo en la barra con Tata Güines. Pues a la hora de irnos viene el Capitán que era socio de nosotros y nos dice; “Aquí tienen la cuenta del negro, me mandó a que se las cobrara a ustedes” De pinga fue aquello, por poco mato a Eduardo, solo atinaba a decirle; ¿Lo ves?, te lo dije cojones, si no la hacen a la entrada, lo hacen a la salida. Pero bueno, no podía matarlo tampoco, yo tenía el mismo defecto.

Pues esa noche salimos del cabaret como a las cuatro de la mañana y nos paramos a la entrada del hotel a esperar un taxi, qué les cuento. Allí mismo había varios teléfonos públicos y en medio de mi nota compruebo que tenía menudo en el bolsillo. Nadie se dio cuenta cuando me arrimé a ellos y marqué el número de Concha, solo escuché su voz de bruja de Halloween y le solté mi andanada; ¡Concha, me alegro de tus sentimientos! Cuando mi mujer oyó aquello enseguida colgó el teléfono y partimos en el taxi.

Al día siguiente me contó lo sucedido y no tuve cara de llamar a mi amiga, partí de viaje sin hacerlo y mi regreso duró unos meses. Ella fue por mí y me disculpó ante toda la vergüenza que sentí, se normalizaron las relaciones, pero creo que, para mal de ella, tal vez para bien. Como ya el viejo había muerto y transcurriera ese período de luto que cada vez se acortara más en la isla, pues el nuevo encuentro sería sobrecargado de felicidad. Curda que tú ves, curda que te imaginas, curda para aquí y curda para allá. Concha me esperaba como lo hacía mi madre, con la bañadera repleta de botellas de laguer y tremenda jama preparada, yo era su primo preferido. Como su apartamento era de dos cuartos, en el otro que no era dormitorio, Concha tenía un sofá y un librero donde descansaba un tocadisco mono de origen checoslovaco. No recuerdo si era de marca Akord, pero fueron los últimos que habían entrado a la isla. Allí siempre nos sentábamos a compartir en medio de los platos de saladitos que ella siempre preparaba con una exquisitez soberbia.

Nuestro concierto era interrumpido por la presencia de Duquesa, era todo un espectáculo verla mear en medio de nuestras borracheras. Concha interrumpía nuestra descarga y colocaba varios periódicos en el piso. La perra llegaba y olfateaba, nos miraba a todos con los ojos saltones igualitos a los de su ama, solo se diferenciaba de ella por los sobresalientes colmillos y mal humor.

Nosotros permanecíamos en silencio para que ella comprobara que no la estábamos vacilando y éramos gente seria. Entonces la muy hija de puta, después de comprobar que se encontraba entre gente seria, comenzaba a rotar sobre aquellos papeles, no recuerdo si lo hacía en sentido horario o contrario a las manecillas del reloj, como si estuviera buscándose el culo, o motivada por alguna droga. Permanecía en esa estúpida circulación por varios minutos hasta que se cansaba y pegaba el bollito al papel para mear. Nosotros continuábamos en silencio hasta que la hija de puta salía del cuarto y partía para la sala a ver televisión, porque eso sí, Concha tenía un Admiral de bombillos que se resistía a la muerte, ya nos encontrábamos en el año 75.

Lo extravagante de este espectáculo ocurría cuando Duquesa tenía deseos de hacer caca, se repetía el protocolo de las vueltecitas alrededor del periódico, las miradas inquisitivas hacia los presentes y el culito cansado luego de tantas vueltas solsticiales y equinocciales, teniendo como ejes un Granma o Juventud Rebelde. Cuando terminaba de cagar Concha le limpiaba el culito como si fuera su bebé, a partir de esa hora yo no consumía más saladitos.

Fueron muchas las oportunidades las que dormí en el mismo lugar donde le tendieran los periódicos a Duquesa para sus necesidades, no lo hice por borracheras o simple amor a ese piso, fueron obras de fuerza mayor al carecer de vivienda y dinero para entrar a una posada. Una de esas noches siento que me pasaban la lengua por toda la cara y me excitó sobremanera el estilo utilizado, cuando inconscientemente me bajo el pantalón con el propósito de responder al pedido de sexo supuestamente realizado por mi joven esposa, me encuentro cara a cara con la puta de Duquesa.

Aquellas relaciones con mi prima postiza duraron bastante tiempo, yo adoraba desayunar en su casa, aquellos desayunos tenían cierto ambiente aristocrático para nuestros tiempos. Concha acostumbraba a darle nombre francés a las mismas mierdas que consumíamos en la calle, pero decoraba con un gusto especial la mesa y hasta nos servía los huevos semi hervidos en unas pequeñas copas especiales para ellos. Luego me enseñaba a romperlos con cuidado para que consumiera su interior. No puedo negar que era especial, pero perteneciente a una especie en proceso de extinción dentro de aquella habitada por salvajes como yo.

La confianza crecía cada día entre nosotros y con nuestro comportamiento lográbamos descender a Concha hasta nuestro nivel. Allí, en aquella esquina donde nunca primó la bulla y las vulgaridades, nosotros podíamos llegar a las tres de la mañana y gritar a todo pulmón; ¡Concepción de la Valla, tiene peste en la papaya! Entonces mi primo sacaba la cabeza por la ventana y se reía, Concha se levantaba complacida por nuestra inoportuna visita y comenzaba a preparar saladitos, se repetían las circunvalaciones de Duquesa sobre el papel, y después de cuatro tragos más, Eduardo y Enrique se ponían a cantar a todo pulmón “Lágrimas Negras”. Lo hacían bien desafinados los muy hijoputas y los vecinos protestaban solo por eso, al rato se podían escuchar las reclamaciones; ¡Concha cojones, pon el tocadisco y dile a esos maricones que se callen! Nos reíamos con las ocurrencias de ellos y a los pocos minutos continuábamos. Estas son las cositas que extraño de mi gente, porque para hablar en castellano, tengo unos viejos vecinos bien amargados que me han llamado a la policía como cuatro veces.

No les hablo de aquella vez que alquilamos una casa en Guanabo y a Concha le robaron la perra, nunca la había visto tan adolorida, pero ella tenía el mismo olfato que Duquesa. A tres cuadras de allí se coló en casa de unos maricones y descubrió que tenían escondida a su hijita del alma, ni Enrique ni yo movimos un dedo por ella. De verdad que ya nos estorbaba la perra con sus extravagantes circulaciones para cagar y mear. Creo que había como doce pájaras en aquella casa y Concha las puso de cabeza, ni hablar de teléfono para llamar a la policía en toda aquella zona, ella tuvo uno de los días más felices de su vida.

No recuerdo cuando ni cómo dejé de visitarla, dejé de verla inexplicablemente, no me acuerdo cuantos años antes de mi partida de Cuba. Dudo que hoy esté viva, y si lo está es un milagro. Las hojas se han ido cayendo y cada día va descendiendo la temperatura, todos los días oscurece un poco más temprano, será así mientras el sol no toque fondo en los veintitrés con veintisiete sur de latitud, eso ocurrirá el 21 ó 22 de Diciembre.

Serán unos meses deprimentes con vidas similares a las de los murciélagos, sales de noche a trabajar y regresas con la oscuridad, el frío comienza a calar los huesos y el cuerpo te pide un trago para calentarlo, hoy mismo lo siento y me levanto a preparar un screwdriver.

Pongo el vaso frente al teclado, lo levanto y me doy un trago, la perra comienza a girar sobre periódicos, en el tocadisco de mi memoria se escucha “Lágrimas Negras”, pasamos por Montoro y Bruzón, se escucha entre carcajadas ebrias gritos conocidos; ¡Concepción de la Valla, tiene peste en la papaya! La perra deja de girar y mea, vuelvo a llevarme el vaso a los labios, brindo por ella.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal.. Canadá.
2003-12-15


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miércoles, 8 de enero de 2020

BENIGNO, EL CHE Y EL CABALLERO DE PARÍS.


BENIGNO, EL CHE Y EL CABALLERO DE PARÍS.






Hace solo unos días, disfrutaba de un pequeño documental que aborda escasas páginas de la vida de Benigno. Para el que no lo conozca, él es uno de aquellos guerreros apocalípticos que sobrevivió el fracaso de la guerrilla del Ché en Bolivia. No pretendo narrarles el contenido de la filmación y al final de este trabajo les diré dónde encontrarlo.

Comienza, mostrándonos un cuadro que le fuera regalado en el comité central del partido comunista. El mencionado cuadro contiene dos páginas escritas con puño y letra del mítico guerrillero, y donde por supuesto, se hace mención de un cumpleaños de Benigno celebrado en plena campaña guerrillera.

En esos instantes de la filmación, Benigno no puede desprenderse del fantasma de su antiguo jefe y nos ofrece la figura de aquel aguerrido combatiente que, comienza a desmoronarse por el efecto nocivo de los años. Benigno no puede dejar de ser quien es y se presta a complacer la radicalidad de un público deseoso de venganzas. Sus palabras, reflejan rasgos de una sublime y traidora melancolía que, lo hace regresar con terrible inocencia guajira hacia su pasado. Guarda con admiración y respeto aquellas líneas encuadradas que formaron parte de una fallida epopeya, pero sin dudas, son eslabones perdidos de una historia oscura e inconclusa, cuya tinta lo marcó para siempre.

Benigno sigue siendo él durante esos segundos de narración en un parque de París y la nostalgia que siente al presentarnos su cuadro es inocultable. Nos encontramos entonces ante la figura del guerrillero que no oculta ante las cámaras su orgullo por aquellos tiempos pasados. Un poco más adelante, nos confiesa y convierte en cómplices de un antiguo romance ideológico por el jefe máximo. Idilio que duró muchos años y comienza a ser narrado en pasado. Sus palabras reflejan el dolor oculto del que se siente traicionado por alguien en quien creyó ciegamente y amó una vez. Sus palabras, saturadas de frustración, viajan en ese instante hacia la figura del líder máximo y lo acusa de haber jugado con su amor, el amor de todos por la libertad y llevarle el pan a cada pueblo. Resultan impactantes los vínculos de la palabra amor, libertad y pan, cuando ellas nos traen el recuerdo del místico Ché Guevara, una máquina de matar y la del máximo líder, hoy casi moribundo, vendiendo la imagen piadosa de un embajador de ese amor anegado en sangre. El precio de sus amores resultó extremadamente caros en muchos pueblos, la ecuación sangre y amor solo han desembocado en catástrofes de las que luego toman mucho tiempo recuperarse.


Benigno deja de ser el guerrillero y asume su verdadera personalidad, comienza a hablar como Dariel Alarcón y nos muestra un viejo radio que guarda como símbolo de aquella traición elaborada supuestamente desde La Habana.


Detengámonos un solo instante ante ese artefacto y dejaría como tarea a expertos en comunicaciones mis simplistas análisis. Retrocedamos hasta el contexto histórico de la guerrilla, ¿en cuál fase se encontraba en aquellos tiempos las comunicaciones por satélites?, no olvidemos que estamos regresando hasta los años 67-68. Hago esa pregunta por simple curiosidad y mínimos conocimientos en comunicaciones, al contarse entre las asignaturas de la profesión de Pilotos de Altura.


En el caso cubano, su fase era nula o pudo encontrarse en proyectos. Luego entonces, ¿cómo pudiera pensarse que un simple aparatico de baterías tuviera los watts de potencia necesarios para hacer llegar las ondas hasta La Habana? Los que conocen un poco de comunicaciones saben a qué me refiero.


Pudo funcionar en todo momento como receptor, pero pongo en tela de juicio su capacidad como transmisor. O sea, la traición no debe comenzar por la ausencia de una simple llave de telegrafía que muy bien pudo comprarse en Bolivia y hacerla llegar a la guerrilla, resulta casi infantil la explicación a la que se aferra Dariel.


Es indudable que fueron condenados al abandono y silencio desde su llegada a ese país, ninguna de las condiciones prometidas existía para justificar el arribo de la tropa. “El Ché nunca contestaba”. “Estamos embarcados”. “¿Quién nos ha traicionado? Ellos se convirtieron en un lastre muy pesado para Fidel y los intereses políticos de una potencia no dispuesta a cargar con él.


La traición, extrañamente se habla solamente de la logística que nunca recibieron y nos deja embargados por la duda, al menos en ese cortometraje. No se mencionan los nombres de Regis Debray, Bustos, Monje, la desaparecida Unión Soviética y otros que tuvieron participación en esa cadena de traiciones que los condenaron al fracaso desde su nacimiento.


Luego del arribo y cuando nadie pensara existieran sobrevivientes, Fidel les exige un voto de silencio. El mismo que ha reinado en torno a la muerte de Camilo Cienfuegos, Benigno lo acepta por un largo tiempo, Daniel trata de romperlo con su deserción y divorcio, suma una cifra más a la interminable lista de traidores. Es atacado por sus antiguos enemigos con saña, es aplaudido por antiguos enemigos también en esa amalgama de sentimientos encontrados por la confusión.


Las manifestaciones de sus antiguos camaradas de armas resultan aún más dolorosas, son degradantes y lo rebajan a la mínima categoría que pueda ocupar el ser humano. Observemos las declaraciones que un día realizara Harry Villegas, el Pombo de la guerrilla:


… -¿Qué pasó con su ex compañero de revolución Dariel Alarcón (Benigno), otro sobreviviente de la guerrilla del Che?


-“Se fue de Cuba en el marco de nuestras limitaciones económicas. Él tenía una finquita, un buen trabajo, y lo más importante, el reconocimiento y cariño de nuestro pueblo. Pero, bueno, no le bastó con eso. Recuerdo que el Che hacía evaluaciones y en ellas decía que Benigno era simple, sin matices, sin dobleces y con problemas con la comida. En el fondo no era un revolucionario…


Ha sido una práctica común desde la aparición del mal llamado “Período Especial”, acusar a todo desertor como emigrante económico. Solo que en esas acusaciones existen contradicciones sumamente importantes, Dariel tenía una finquita, un buen trabajo, y sobresalen por encima de ellas, la condición de ser quien fue y contar con todas las puertas abiertas para disfrute de los privilegios reservados a los de su estirpe.


…“En el fondo no era un revolucionario”… Manifestó Pombo en aquel injusto y ordenado ataque contra su compañero de trincheras. ¿Cómo pudiera explicar tan estúpida afirmación? ¿Cómo podrá borrar de un zarpazo toda su trayectoria de luchas? Es sencillamente imposible. Creo que Dariel Alarcón continúa siendo revolucionario, el hombre convencido de la pureza de sus ideales y por el que dio toda su vida, la excepción de la regla, el hombre que un día decidió desprenderse de aquella mentira condenada al fracaso. Benigno fue el héroe que un día me impusieron durante mi juventud y al cual traicioné antes de que él traicionara a los suyos.


Hoy, viaja por las calles de París cargando un cuadro con dos páginas de un diario escrito el mismo día de mi cumpleaños, extraña coincidencia. Lucha constantemente en esa batalla que existe y tal vez nunca podrá vencer, una pelea entre demonios, un encuentro entre su ser y la conciencia, Benigno no se rinde.


Entre todas las fábulas contadas por nuestros abuelos sobre el Caballero de París, se contaba una que tuvo un gran arraigo entre la gente de nuestro pueblo. Cuenta la leyenda que, aquel hidalgo caballero se volvió loco ante el fallecimiento de su amada novia. Nos dijeron que era de linaje y por sus venas corría sangre azul, muchos de nosotros las aceptamos sabiendo que eran falsas, era una historia muy bella la que acompañaba a nuestro loco por todas las calles de La Habana. Orgulloso, educado y bohemio, aquel hombre vivió su miseria con felicidad hasta que trataron de arrancarlo de ella. Nunca lo vi mendigar y todos nos acercábamos con cariño y respeto, le ofrecíamos algo a cambio de poco, tal vez una curiosa explicación sobre los papeles y dibujos que nos mostraba. ¿Y en París?


Por las calles de París viaja diariamente Dariel Alarcón, “El Caballero de La Habana”. Puede que lo acusen de locura también, su historia no se aparta mucho de la de aquel dulce caballero. Vivió enamorado de una ideología que lo traicionó como a la más vulgar y promiscua prostituta, tuvo que estar loco para renunciar a tanto por tan poco. Tiene que ser irracional cambiar toda la gloria que le corresponde, aunque ella descansara sobre pedestales falsos, por el ataque de amigos y enemigos. “El Caballero de La Habana” anda por las adoquinadas calles de París con su cuadro y radio en las manos, trata de convencer al mundo y convencerse así mismo.


La ciudad luz le resulta un escenario difícil para esa batalla que lleva dentro, en cada esquina puede encontrarse con una emboscada. En cada cuadra aparecerá la imagen de un icono que lo regresará hasta el punto de partida y lo obligará a emprender nuevas tácticas en esa dura batalla que libra con su conciencia. De algo no pueden tener la más absoluta duda sus enemigos y detractores, Benigno, Dariel Alarcón o "El Caballero de La Habana", es un hombre valiente. No todos renuncian a tanto por tan poco, no todos se pueden desprender de esa máscara como él lo supo hacer. No todos poseen la virilidad de andar orgullosos cargando su miseria, no todos se arriesgan a algo tan simple y valioso, enfrentar al mundo con su nombre.


 Benigno fue el héroe que me impusieron en la juventud y al que yo traicioné antes de que él traicionara a los suyos. Hoy se considera un hombre sin banderas y la frustración puede vencerlo antes de que desaparezca de este mundo. Solo me resta decir una cosa y puede ser objeto de infinidad de ataques y malas interpretaciones, poco importa. Con sus virtudes y defectos, con sus pretensiones de brindar el amor y el pan de una manera tan equivocada, con sus dudas sobre la libertad, con todas las causas que sirvan como agravante a la hora de juzgarlo, nosotros necesitamos muchos Benignos, porque señores, hay hombres que nacen y mueren héroes. Guajiro, orgulloso y bohemio, estoy convencido de que vive su miseria con felicidad y algún día logrará esa paz espiritual a la que tratamos de acercarnos al final del camino.







Post Data.-
Desafortunadamente fue eliminado de Youtube el video original que dio origen a este articulo.






Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
Martes, 17 de Octubre del 2006


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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...