Visitas recibidas en la Peña

domingo, 25 de agosto de 2019

LA BARBERIA


                                                 LA BARBERIA





Ni recuerdo por qué carajo fui a parar allí, pero una hora después de entrar al local me encontraba sentado en uno de sus sillones. Me envolvieron, tuvo que ser así, ¿a quién coño se le ocurre viajar de Montreal a Miami para sentarse en una barbería?, solo a mí. ¡Ah! Pero la culpa la tuvo el marido de mi prima. Mira que jodió durante el trayecto recorrido por la forinai de Jayalía, insistió tanto que me cansó. ¡Claro! Él tuvo que agotarse también de escuchar mis protestas. 

-¡Coño, chino! Acabo de llegar de casa de las quimbambas donde hay un frío del carajo y me quieres meter en una barbería. ¡Asere! Vamos al cabrón Sedanos a comprar el laguer, no me jodas la existencia, yo no vine pa’eso. ¿No te das cuenta que tengo los días contados? ¡Ná! Y hasta el precio del pasaje anda por los aires. ¡No es justo! No es justo que vengas a complicarme la vida. ¡Total! Pa’pelarte esos cuatro pelos de mierda. ¡Mírate! Mírate por el retrovisor. ¿Qué carajo tienes? Si hasta se te ve el cráneo, consorte. No me hagas esa, el pelo puede esperar hasta mañana.


-¡No vuelvas a comprar estas bandejas de pollo!


-¡Por Dios santos! ¿Qué rayos tiene esa bandeja de pollo?


-¿No lo ves? Que viene con el pellejo y todo.


-¡Claro que tiene que venir con el pellejo! ¿Has visto un pollo que se desnude antes de que lo maten?


-Si lo vuelves a comprar vas a tener que limpiarlo tú.


-¡No me digas, no me digas! Que fina se ha vuelto la señorita. Chica y en Cuba, ¿cómo carajo lo comprabas? Cuando yo lo digo, esta comemierda tuvo que quedarse allá. -¡Hazme el favor y déjame tranquilo! Estoy escribiendo, ¿no lo entiendes?


-Escribe lo que te dé la gana, pero la próxima vez lo cocinas tú. Desapareció de la puerta de la oficina y sentí un gran alivio. Ahora tengo que volver a leer todo lo escrito, encender un cigarro, preparar un trago y refrescar hasta que se me pase el encabronamiento. Hay que mandarla pa’llá, coño. Mandarla en carne pa’que vea lo que es bueno, cuando yo lo digo…


El chino ni respondía, él es así, caprichoso. Cuando se le mete una cosa en la cabeza no hay quién lo saque del bache. Y luego, como yo no conocía todas las calles de Jayalía, porque en Miami todo es complicado. Que si es del ist, que si es del norist, que si el güest, que si el surgüest. ¡A la mierda! El que no sea piloto y conozca correctamente los puntos cardinales se pierde, se los digo yo que fui navegante. ¡Coño, qué manera de complicarle la vida a la gente! Eso tuvo que haber sido ideas de uno de esos cubanos que estudiaron en la Unión Soviética, esa maña de enredar las cosas viene de allá, de los rusos, a mí nadie me jode. Pero bueno, como lo mío es resolver mis necesidades, me aprendí bien el caminito para las posadas de Oquichovi. Forinai que tú conoces hasta la cuatro, ¿la cuatro del ist, del güest?, la que sea, y si no sabes, averigua, los cubanos saben perfectamente donde están las posadas.


-¡Este pollo tiene peste!


-¿Qué pollo tiene peste?


-El que compraste.


-La que tiene peste eres tú, ¿ya te bañaste?


-La próxima vez que lo compres, lo vas a cocinar tú.


-¡Chica! ¿vas a seguir rejodiendo con el cabrón pollo?


-Pero es que yo nunca lo compro así, tú lo sabes.


-¡Pero estaba en especial, coño! Esos pollos que tú compras acabados de sacar de la peluquería estaban muy caros.


-Hubieras comprado otra cosa.


-¿No te das cuenta que me sacas de concentración? No insistió y regresó por el mismo camino que había llegado.


Ahora debo volver a leer nuevamente todo lo que había escrito. Me pierdo, me pierdo No hay quien me saque de Le Jeune y la forinai y la Calle 8. Porque el que vaya a Miami y no visite la Calle 8 y se tome aunque sea un café en el Versailles, ¡asere!, no estuviste en Miami. En Montreal no se come tanta cáscara de plátano, la mayoría de las calles tienen nombre de santos. ¡La Biblia, caballeros! Si te conoces el nombre de los santos, no tienes bateo. ¿Y el que sea musulmán? ¡Qué se joda! Mira que me dio vueltas el chino ese día, yo creo que recorrimos la mitad de Jayalía. ¡Mira que hablan mierdas de ese barrio! Y lo peor, son los propios cubanos. ¡Bah! Pero yo no les hago caso, se creen que porque viven ahora en Kendall son superiores. ¡Ná! Y cuando les preguntas, ¿de dónde eras? ¡Todos, caballeros! Toditicos te responden que eran del Vedado. 


Que si hay gallinas por la calle, que si debes tener cuidado al manejar por los perros callejeros, que si no se puede dormir la mañana por los cantos de los gallos, que si la gente hace bulla con sus mesas de dominó, que si joden demasiado con sus barbiquiús. 

¡El cubaneo, coño! ¡Dejen que las gentes sean felices, no jodan! Parece que están viviendo en Cuba. ¡Ná! Y las cabronas cajeras de los mercados hablando entre ellas y las colas de clientes esperando. ¿Y luego? Con su cara fresquísima que te dicen: “Disculpa, papito”. Y tú no eres su padre ni la cabeza de un guanajo, pero así es Jayalía y hay que respetarlo. ¡Al fin paró el chino, coño!

-¿Cómo quieres comerte el pollo?


-¿Vuelves a joder con el lío del pollo?


-Tengo que preguntarte, como eres tan especial para comer.


-¡Por Dios, hazlo como te dé la gana!


-Como te dé la gana, no. ¿Cómo deseas comerlo?


-Chica, ¿de cuántas maneras lo cocinabas en Cuba?


-De dos maneras, pero aquí puedo hacerlo diferente.


-No, mejor hazlo de una de esas dos maneras que conoces. Total, nos metimos casi veinte años comiéndolo igual. ¡Por Dios, no te pongas a inventar!


-Pero lo puedo hacer a la barbacoa.


-No estoy pa’eso. Allá por la necesidad, pero aquí hay de todo pa’echarle.


-¿En salsa con papas?


-¡Cómo te de la gana! Por Dios, déjame tranquilo. Se volvió a retirar con el teléfono en la mano, me salvó aquel timbrazo. ¡Carajo! Tengo que volver a leer de nuevo, mejor me detengo y enciendo otro cigarro.


El salón era pequeño, solo tenía tres sillones que en esos momentos estaban ocupados. El chino se sentó frente al sillón del barbero que supuestamente lo pelaba, me presentó.


-Cheo, él es un primo que vive en Canadá.


-Mucho gusto. Respondió el hombre y decidió continuar su labor.


-Encantado. Le respondí y me di cuenta de que los otros barberos y clientes fijaron su atención en mí.


-¿En qué parte de Canadá vive? Preguntó el barbero que trabajaba en el sillón del medio.


-¡Mira! Ya lo tiene medio descojonado. Intervino el cliente sentado en el sillón próximo a la puerta.


-Aumento la apuesta, le voy Diego Tejera al rojo. Dijo el barbero amigo del chino.


-¡Quince al azul! Apostó el barbero del sillón del medio, un jabao con varios tatuajes en su antebrazo izquierdo.


-Yo vengo de Montreal. Le respondí en una breve pausa producida entre apuestas.


-Good morning, how are you? Saludó el cartero y dejó sobre el buró un paquete de sobres, se dirigió hacia una de las sillas y se dejó caer sobre ella con familiar confianza, puso su enorme bolso de cuero encima de una de las sillas vacías.


-¡Asere! No te la des de yuma, saluda en lengua cristiana. Le dijo el barbero del chino.


-¡Tremendo frío, men! Yo no me explico que haces por allá’rriba. Intervino el cartero.


-¡Ná! Lo mismo que ustedes por acá’bajo con este calor insoportable. Expresó el chino.


-¡Hummm!, de truco Asere, ¿cómo resolviste ganártela tan lejos?


-Igual que ustedes, inventando. Le respondió el cartero.


-¡Inventando, no! Yo me la jugué en una balsa, me jamé nueve días en el agua. Expresó el cliente del primer sillón.


-¡Consorte! La gente tiene derecho a ganársela como pueda, va y el socio luchó una temba que lo sacó de la trampa. Intervino el cartero.


-¡Oye, men! De temba nada, yo deserté en Canadá.


-¡Ya ves, ya ves! Tienes la cabrona costumbre de considerar a todo el mundo un pinguero o jinetero. ¡Ahí tienes al socio! Se la ganó en buena lid. Expresó el barbero del chino mientras le cobraba al cliente.


-El lío no es que se la ganen de esa manera u otra, la defensa está permitida. El problema es que se adapten a la nueva sociedad y dejen lo que hicieron. Intervino el cliente que pagaba mientras el chino ocupaba su puesto.


-¡Oh! El azul se recuperó y le está dando cuero al rojo.


-¡Aumento la apuesta! Dijo el barbero del chino.

-¿Qué tiempo llevan peleando? Preguntó el cartero.


-Más o menos cincuenta minutos. Respondió el barbero del sillón del medio.



-Voy a cocinar el pollo con papas y en salsa de tomates.


-¡Por tu madre! No jodas más con el cabrón pollo, me sacas de concentración.


-Tengo que advertírtelo, porque eres un caso para comer.


-¡No me jodas más! Orita ni como, ya me tienes medio cabrón.


-¿Con arroz blanco?


-Con lo que te dé la gana.


-Luego no protestes. Sonó el teléfono y se apartó de la puerta de mi oficina.



-Ernesto, están vendiendo aguacates dominicanos en el Publix. Dijo el barbero del sillón del medio.


-¡No jodas! Voy a comprarlos, porque la verdad, los de La Florida son pura agua. Respondió el cliente del primer sillón.


-¡Caballeros! Eso tiene su justificación, aquí no hay tierra, todo es arena. Basta escarbar dos metros para encontrar agua. Respondió el barbero del chino.


-¿Vieron la entrevista que le hicieron a esa blanca escandalosa que vive en México?


-¿A cuál? Preguntaron todos a la vez.


-Chicos, la que el marido se llama Bobby. Respondió el cartero.


-¡Consorte, eso se cae de la mata! No hay calibre, esa jeva es para darle tranca y esta gente da mucha muela. ¡Tranca! Si no hay tranca no entienden. Intervino el barbero del primer sillón.


-Voy a tomar café, ¿ustedes desean darse un toque? Les pregunté mientras me levantaba.


-¡Qué no se diga, canadiense! Un toquecito a esta hora siempre es bien recibido, ¿verdad, cartero?


-¡Por supuesto! No pierda el impulso, hombre.


-Esa Niurka se las trae, ¿Cómo está el combate? 


-¿Cuál combate, caballeros? Les pregunté cuando me dirigía a la puerta.


-¡Coño, canadiense! Parece que vienes de Babilonia, la pelea de los peces. Me respondió el barbero del primer sillón mientras señalaba hacia la vitrina que quedaba junto al vitral de la puerta. En esos instantes, el pez azul tenía acorralado al rojo en el fondo del pomo.



-¿No crees que pegue más el arroz amarillo? Preguntó parada junto a la puerta.


-¡Mira! No voy a comer. Me voy para la barbería y cuando regrese voy a parar en un McDonald’s.


-Pero es que a ti no te gustan los McDonald’s.


-No me gustan, ni me gustan los pollos cuando joden tanto. No voy a volver a leer de nuevo todo lo escrito, se acabó el cuento.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2007-02-13



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lunes, 19 de agosto de 2019

LES PEDROS


                                                              LES PEDROS



              Herrera 252 esquina a Reforma en Luyanó, el palomar rosado es el escenario.

                         
Algunos amigos me han escrito preocupados por la reciente aparición de títulos de mis trabajos en francés. Les he contestado que suenan más refinados y debo practicar esa lengua ahora que ando en contacto directo con el público. Además, suena más bonito que escribir por ejemplo, los ecobios, los ambias, los aseres y los franceses se sentirán orgullosos por el uso de tan refinada lengua. De verdad que se escucha más atractivo escuchar “l'asere” Jean o l'ecobio François que Juan a secas o Pancho. Nada, cuestión de gustos y cultura ahora que debo andar en trato directo con la gente.

El asunto es que ayer mientras trabajaba, y ya saben, entre bonjour pa,cá y merci beaucoup que tú conoces y que los cubanos han olvidado, me vino a la mente una amiga peruana que se casó con un cubano y vive en Miami. Pues resulta que la madame del Perú y digna representante de la cultura inca, se dejó llevar por ese amor de nosotros los cubanos por la inmortalidad. ¿Qué les cuento? Los cuatro petits fils que nacieron de esa unión entre la madame de Nazca y el socio del Palo Cagao se llaman Rafael. Así como lo oyen, los cuatro chamas se llaman Rafael. No sé si en homenaje a aquel famoso pintor, que lo dudo. Me imagino sea por aquella dulce y fenomenal voz de ese cantante español. Quizás me equivoque y se deba a un capricho de nosotros los cubanos que enseguida nos ponemos a sacar cuentas con el asunto de la inmortalidad. Además, hay que dejarse de boberías, el consorte pudo asustarse con esa tonga de nombres raros que hoy se usan en el patio, nombres inhumanos y que la mayoría comienza con Y griega.

Tampoco imagino sea un problema muy grande poder identificarlos, ya saben ustedes que nosotros los cubanos nos distinguimos por ese uso abusivo del sentido figurado de la palabra, y no les digo nada de los motes o apodos. Ya habrán resuelto ese problema a la hora de llamarlos individualmente ahora que son fiñes. ¡Rafael el orejón! O simplemente ¡Oreja, ven acá! Rafael el bizco, el cojo, el fácil, el difícil, el lindo, el manguera, el tiburón, etc. Eso, mientras sean fiñes y se les dice con esa dulzura de nosotros los padres hasta que los chamas se adaptan y responden como los peces cuando uno se acerca a una pecera, son reflejos condicionados. Cuando crecen se complica un poco la cosa, y es allí donde la gente no perdona, somos tan sinceros que pecamos de implacables. Entonces llegan otros epítetos que nos acompañarán hasta la tumba, Rafael el tarrú, el pichi corta, el chiva, el reverbero, el cabrón, el fula, el pinguero, etc. El del cojo se mantiene porque es un defecto que no pudo ser resuelto por Álvarez Cambras, claro, siempre se le suma algo más por la mayoría de edad. No los canso, ese no es un arroz con mango difícil de resolver en la casa de un cubano.

Tuvo que haber sido en una de esas conversaciones con los clientes que me preguntó el nombre y me dijo que Esteban es lo mismo que Stephan en francés, ya lo sabía. Cuando le pregunté por su gracia me dijo llamarse Pierre y le dije que es lo mismo que Pedro, no le mencioné nada de Perico pa'no complicar las cosas. Ya saben, al negocio llega todo tipo de gente, personas que no conocen nada sobre Cuba y ahora lo mío es complacerlos con toda la educación y amabilidad que exista en el mundo. En estos asuntos yo soy especial apartando la modestia, soy muy sociable y comunicativo, pero evado complicarme la vida por ese detalle del francés cubano que causa un poco de gracia y puede ser un atractivo. No sé si les dije que abrimos un negocio entre dos familias, es un bar restaurante cuya especialidad es la cocina cubana y en el bar nuestros cócteles tradicionales y más conocidos. Es el único local de su estilo que hoy existe en Montreal y ya va ganando popularidad sin haber realizado promoción, no quiero imaginar cuando nos lancemos al mercado, porque desde que abrimos me encuentro trabajando entre catorce y quince horas diarias. Pues en esto de trabajar yo soy muy especial y vuelvo a apartar la modestia. Me apasiono mucho con lo que hago y miren que he hecho cosas en mi vida, lo peor de todo es que como soy Virgo me inclino por la perfección. Pues nos estamos lanzando poco a poco como “La Maison du Mojito” y ya saben de la pasión mencionada, así soy yo de apasionado, y hasta que no venda Mojitos en supositorios no paro. Mojitos que tú conoces pa'los viejos, pal cojo, pal ciego, pal chama y pal que no se le pare el rabo.

Siempre me voy del tema en cuestión, pues cuando aquel quebecois me dijo llamarse Pierre, que es lo mismo que Pedro o Perico, me vino a la mente la amiga peruana con todos sus Rafaeles y la dicha de haber nacido en esta época para evitarle problemas a los incas en el lío de la sucesión. Y digo yo, ¡coño!, esa jodienda la tengo metida también en mi familia también. Ya ustedes saben algo de la historia de mi padre, el gallo se llamaba Pedro. No hace falta que les diga tampoco que era de anjá, creo haber perdido la cuenta de las veces que estuvo “ajuntao”, porque hasta donde tengo uso de razón solo se había casado con mi vieja, ni eso. Les confieso que ignoro si llegó a contraer legalmente matrimonio con su última mujer.

Este Pedro era de aquellos comecandelas de verdad, rojo púrpura, ñángara sin límites desde los tiempos de Batista. El viejo era tan, pero tan comunista, que enterró a su familia de los EU, una gente que se había largado del país en los años cincuenta y no tenían nada que ver con Castro. En este entierro político estoy sepultando hasta su madre, detalle necesario para que sepan hasta los límites de su comunismo personal. Ya les conté una vez que una amiga mía se encontró con él luego de mi deserción, y la respuesta obtenida del tipo la sorprendió, que si yo era un gusano, que si traidor a la patria, que si patatín y patatán, puras mierdas de la gente con las venas del cerebro obstruidas de desechos digestivos. Lo peor no fue eso, creo que mucho más denigrante tuvo que haber sido morir solo y ser enterrado en territorio de su enfermizo enemigo. El comunista comecandelas del circo más grande del mundo, el rojo púrpura, el ñángara sin límites establecidos, arde hoy en ese infierno de Miami que tanto odió en vida.

Luego llegó otro Pedro del que en varias oportunidades les he hablado, curda por excelencia y con un carburador que refinaba cualquier líquido. Mi padrastro bebía todo lo que le ofrecieras, hasta creolina. Políticamente hablando no era nada, ni pro ni contra, era nulo tal vez por su ignorancia, él solo era eso, un curda. Sin embargo, cuando establecía comparaciones, encontraba en el borracho valores humanos que superaban con creces al colorao de mi padre, su defecto o virtud era beber, más virtud que defecto según ha demostrado la experiencia de estos cuarenta y seis años, porque si algo no se puede ocultar es solo eso, para dispararse ese paquete que se llama “revolución” hay que estar con tremenda nota, como siempre estuvo mi padrastro hasta el día de su muerte.

Ya voy por dos Pierres o Pedros según la cuenta que ustedes llevan y se dirán, ¿qué carajo tiene que ver esto con la historia de los Rafaeles? Aquellos eran cuatro. Pues bien, era de suponer que estos Pierres tan opuestos dejaran sus huellas en la vida con aquella historia de la inmortalidad de los cubanos. Pierre el curda tuvo un hijo con mi madre que se llama como él y lo lanzó a la inmortalidad por un tiempo. Es blanco como la leche y noble como su color, pacífico y de estatura como la del padre. Apenas lo conoció porque al morir era muy niño y en aquellas reuniones familiares, siempre se acercaba a mí para que le hablara de su padre. Casi siempre le mencionaba las travesuras de su viejo, lo hacía con más agrado que cuando hacía referencia al rojo púrpura, al ñángara, al comecandelas. No lo hacía para evitar defraudarlo y omitía todo lo negativo de su vida, verdaderamente disfrutaba al narrarle pasajes de la vida de aquel carburador inofensivo, porque innegablemente mi padrastro era el típico jodedor cubano.

Por otro lado, el rojo se juntó con una negra que es la madre de mis hermanos y de cuya unión llegaron a esta tierra cinco mulatos. Gente maravillosa y por la siento un gran cariño, creo que ese sentimiento es mutuo y las barreras de la raza nunca han existido entre nosotros, somos hermanos y la madre de ellos es la única abuela viva de mis hijos. Aquellos muchachos abandonados a su suerte por el ñángara se abrieron paso en la vida a golpe de trastazos que ustedes nunca podrán imaginar. Entre ellos hay otro Pierre o Pedro, y con éste empato la cuenta de mi amiga en Miami. Un mulato espectacular que supo asumir la ausencia de su padre, un hombre que hasta hace poco estuvo muy comprometido al régimen cubano y hoy goza de esa libertad de movimientos limitada por su rango durante demasiados años, no deseo aportar detalles que pudieran perjudicarlo, porque en ambas circunstancias siempre fuimos hermanos y lo admiro mucho. Ya estoy empatado con la amiga de Miami en este arroz con mango de nosotros los cubanos, siempre pensé que allí terminaría la historia.


-Buenas tardes. Fue el saludo recibido apenas abrí la puerta y me encontré frente a un hombre maduro que nunca había visto en mi vida. Hacía muy poco que vivíamos en Luyanó y la mayor parte de ese tiempo me la pasaba navegando, razones suficientes para ignorar a mis vecinos. Poco tiempo digo y supongo pasado los tres años, ya Pierre el buen carburador había muerto. Hacían solo unos minutos que yo hacía entrada a la casa luego de un viaje agotador por Asia.

-Buenas tardes, ¿desea algo? No sé de cual manera me encontré a partir de esos instantes solo con el hombre. El apartamento no era grande, dos cuartos y la gente no podía esfumarse, estaba solo.

-Sí, deseo hablar con usted.

-¿Conmigo?

-Sí, con usted, ¿no es Esteban?

-Sí, yo soy Esteban, pero no entiendo, como quiera que sea, pase y siéntese. El tipo ocupó una de aquellas butacas que perteneció a mis abuelos. Hoy pienso deben costar una fortuna por su antigüedad, pero en sus días, aquellos fondos de mimbres habían sido sustituidos por rústicos pedazos de rudo playwood, y la pintura marina asesinó el bello color y diseño de la caoba con la cual fueran trabajados a mano por ingeniosos ebanistas. Usted dirá. Dije a modo de facilitar su propósito y disminuir en algo el manifiesto nerviosismo.

-¿Usted es el hijo mayor de Gloria?

-Así mismo es.

-Pues, entendiendo que es el mayor de la familia y quien la representa en estos momentos, he llegado hasta aquí para pedirle la mano de su madre.

-¿Cómo? El mundo se me vino abajo cuando escuché aquellas palabras. -¿Qué usted viene a pedirme la mano de mi madre?

-Por supuesto, usted es el hombre de la casa en estos momentos.

-¡No, hombre no! ¿Qué coño tengo yo que ver con la mano de mi madre?

-Pero usted es el hombre de la casa.

-¡Al carajo el hombre de la casa! ¿Quién coño soy yo para otorgarle la mano de mi madre? ¡Qué coño la mano! Compadre, usted está loco, ni la mano ni un pie. ¡Mire! Ni un cabrón dedo. ¡Óigame! Acabo de llegar de viaje y ando como una cafetera, hágame el favor de bajar esas escaleras y no se le ocurra repetir un episodio como este, qué coño mano ni pies. ¡Al carajo!, al carajo con su petición de mano. Afortunadamente el viejo se aconsejó y salió disparado mientras la ira me hizo sonar la puerta a su espalda. Aún no me había percatado de la soledad y permanecí varios minutos sentado en la misma butaca forrada del rudo playwood que martirizaba cualquier nalga.

-¡Mima! Fue todo lo que se me ocurrió gritar en ese instante. Vi abrirse con timidez la puerta del baño y con ese mismo temor ella salió a la sala, mi esposa llegó desde el cuarto para suavizar la cosa.

-Vieja, ¿quién es ese tipo? La noté nerviosa.

-No sé, un vecino que está encarnao en mí.

-Encarnao, no, ese tipo vino a pedir tu mano, ¿por qué carajo me tienes que enrolar en esta rumba?

-Bueno, tú eres el mayor y debes asumir las responsabilidades.

-¡No jodas vieja! ¿A quién carajo se le ocurre esto? ¿Qué tengo yo que ver con tu mano, ya estás muy vieja para esto?

-Yo pensé… Como eres el hombre de la casa.

-¿Cómo se llama el viejo?

-Es chévere y muy decente, vive en la cuadra y tiene un camión.

-No me interesa el camión, te pregunté su nombre.

-¡Ah! Se llama Pedro. No sé por qué comenzó a hervirme la sangre. Imaginé que la vieja aún menstruaba y cabía la posibilidad de otro hermanito. Pensé en la casa animada con otro Pierre o Perico entre nosotros para complicar un poco más la vida.

-¡Ven acá vieja! ¿No te puedes buscar un novio que se llame Manuel, José, Alberto, Raúl, tienen que ser Pedros, vas a coleccionar a todos los Pedros de La Habana?

-Mijo, es pura casualidad.

La vieja no se empató con nadie hasta su muerte, Pedro el curda era el amor de su vida, varias veces le insistí que se casara para que apaciguara la soledad, ella no me escuchaba por mucho que borré aquellos celos egoístas de los hijos y me dejó con los deseos de romperle el record a mi amiga de Miami. Ella con sus Rafaeles y yo con los Pierres.

Ayer mismo, estaba mi hijo y nieto en el restaurante, era de esos tiempos muertos que existen en esos negocios y el Chef se encontraba conversando con nosotros en la barra. Su esposa se encuentra embarazada y al salir del baño lo llamó por su nombre.

-¡Esteban! Mi hijo, el nieto, el Chef y yo miramos en su dirección.

-¡Aclara mija! Le dijimos entre sonrisas.

-No se asusten, dentro de unos meses llega el otro. Lo expresó con cariño mientras se pasaba la mano por el vientre inflamado.

-Bonjour mesdames et messieurs, bienvenu a votre petit voyage imaginaire dans notre navette culinaire pour l'île cubaine. Avez-vous éprouvé notre exotique et populaire cocktail cubaine nommé  ‘Mojito'?

Sí, porque lo mío ahora es promover ese trago, y yo me apasiono mucho con mi trabajo, y si veo a una mujer dándole la teta al chamaco en el restaurante le sueno un biberón con Mojito, y le digo al impotente que ese trago le proporcionará una buena erección, y al sordo le devolverá la audición, y al cojo que caminará derecho. ¿Y al hijoputa? Voy a ver que invento, porque con esos tipos no hay arreglo, tal vez los arregle con un supositorio, ya veremos.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada.
2005-02-21 


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miércoles, 7 de agosto de 2019

RUISEÑORES


                                                 RUISEÑORES






-¿Han comido ruiseñores?

-¡Nooooo! Debe ser un sacrilegio. Contestarán algunos sin conocer el contenido de la pregunta. -¡Nunca lo he visto, no sé de qué se trata! Responderán otros. -¿Debe ser un pájaro? Lo leí un día en algunos de mis cuentos infantiles. -¿Se come, sabe bien? La ingenuidad no puede ocultar la ignorancia.

-¡Tiene el mismo sabor de otros pájaros! Les respondo, su masa es algo oscura como las de los carpinteros, cabreros, negritos, tomeguines de la montaña, cotorras que nunca hablaron, caos y hasta el mismísimo tocororo con todos sus colores patrios, medio tonto, como nosotros.

El guajiro cortó una rama del árbol. Dijo su nombre y lo olvidé, han pasado muchos más años que hojas tuviera. Era laaarga, muy larga y fina. Liviana, no podía ser de otra manera. Tendría unos diez metros, tal vez menos, no puedo recordar con exactitud. ¿De qué vale un centímetro ahora? ¿Ya imperaba el sistema métrico decimal? No lo sé, ellos no lo conocían, ¿yarda, vara, pie, pulgada? Probablemente simple intuición.

Mi nieto cumplirá once años el próximo 12 de Diciembre, el mismo día de la virgen de Guadalupe. Con una sola diferencia, la virgencita no enviaría una tormenta de nieve como la de aquel día. Tendrá la misma edad que tuve cuando salí esa madrugada a cazar pájaros con aquel guajiro de las montañas de Baracoa. No eran pájaros cualquiera los que volaban sobre el cuartón Cerqueo en las Minas de Cabacú. Un ruiseñor era pagado a cinco pesos en aquella ciudad, no era ciudad tampoco, un pueblo bonito al que se podía acceder burlando los farallones de la Farola. Camino de tierra solo vencido por Jeeps y camiones. El aeropuerto se encontraba al lado del río Sabanilla, llanura que se inundaba en cada crecida. A la primera villa de Cuba no llegaban las señales de televisión, tal vez sí, quizás las de Haití o Dominicana.

Observo a mi nieto y lo encuentro tranquilo, relajado. Viaja en el asiento posterior del auto disfrutando la merienda que le llevamos, la consume rápido, siempre está hambriento. Después, se desconecta de nuestras vidas y se pone a jugar con cualquiera de sus aparatos favoritos. Entra en su mundo, donde las palabras son sustituidas por teclados. El tráfico es intenso y me mantengo concentrado en el movimiento de los coches que me siguen. Debo saltar desde la senda extrema izquierda hasta la primera derecha, son tres. Pongo el intermitente y me permiten el cambio, entro y me mantengo unos minutos en la misma vía. Vuelvo a conectar el intermitente y observo por el retrovisor. Hay gente apurada y nada cortés que impiden mi incorporación. Pasa el primer auto, una mujer hablando por el celular y presionada quizás por la preparación de la comida para sus hijos, la comprendo. Le sigue otro auto que bloquea mi intención, pasa a mi lado y lo miro. Una trigueña medio tiempo muy apurada en llegar a casa antes que su marido, pienso otra vez. Volteo el cuello y observo que no puedo entrar, el auto pasa veloz, iría a unos cien kilómetros por hora. Tiene cara de mujer angustiada, deprimida, como si hubiera acabado de enterarse que su marido le pega los tarros, ésta es la más peligrosa, no me detengo en pensar. El cuarto auto disminuye la velocidad y es tan generoso que hace señales de luz para indicarme que puedo entrar. Lo miro por el retrovisor y observo que es un viejo. Le hago una señal de agradecimiento con la mano, él no la verá por el color verde oscuro de mis cristales, puede ser un reflejo condicionado, me la han hecho muchas veces.

Mi nieto, y la niña también, andan sumergidos en ese extravagante paraíso de los teclados, cada día que pasa se convierten en inhumanos. Durante cada encuentro, debo reclamarles por un simple beso, nada caro, solo pido un contacto entre nietos y abuelo. Los otros días, hablando con mi nieta, le dije que me alegraría recordar infinitamente si alguno de mis abuelos, materno o paterno, se hubiera tomado la molestia de inclinar el lomo para regalarme un beso. Ella no comprendió muy bien y tuve que sintetizar lo que deseaba expresarle. -¡Hija, no tuve la dicha de contar con un abuelo cariñoso, no recuerdo me hayan besado alguna vez! Ella abrió los ojos con exageración mientras dirigía una mirada inquisidora hacia la madre y abuela. - ¡Yo creo que mejor le das un beso a Yeyo! Le dijo su madre sin dar tiempo a que hablara, es muy conversadora y demasiado simpática. Siempre reclama ser quebecoise, no se detiene mucho para aclarar que es canadiense, sin separaciones, me alegra. Habla el español perfectamente, tiene acento mexicano. De vez en cuando suelta alguna palabrita cubana y me río. ¡Mensa! Le digo. ¡Comemierda! Me responde, es linda.

Mi nieto va a cumplir once años, no me canso de observarlo, es un niño, es lo que yo fui hasta su edad. Tenemos cosas en común, se parece a su padre, se parece a mí. Escapa de vez en cuando de aquella trampa tendida por la modernidad, lee mucho, me manifiesta su abuela. –Este fin de año, como te encontrabas en Miami, le compramos un libro de esa colección que iniciaste y le dijimos que era tu regalo. Debes llevarlo ahora para que elija cuál es el siguiente.

-¿Y verdaderamente los lee? Por supuesto, ahora no tiene ninguno, tienes que ir con él. Son libros infantiles que regalan sueños y educan a la vez, esta semana regreso a una librería. Debo hacerlo también con la niña.

La carretera de Volokolams, Los hombres de Panfilov, La fortaleza del Brest, Así se templó el acero. Un hombre de verdad, de Boris Polevoi, creo haya sido el que más simpatías logró en mi mente inocente, fueron los que ocuparon gran parte de la mochila que subió aquellas montañas de Baracoa. Volé con él y no sentía mis piernas. Rabindranath Tagore, Alejandro Dumas y hasta José Martí, fueron sustituidos inesperadamente por nombres que nunca había escuchado mencionar. 

Se quita la camisa del uniforme de la escuela para ponerse el kimono negro de su gimnasio de kárate. Tiene las tetillas inflamadas, así las tuve yo. Debe molestarle el roce con cualquier tela, no dice nada, no protesta, no lo sabe. Después vendrá otra etapa que nunca será como la mía, son muy sanos, infantiles, niños. ¿Ya orinas dulce? Nadie le preguntará y él continuará entretenido en su computadora o jugando con el Wii. ¿Y si se lo pregunto? No lo haré, le cederé el derecho a continuar siendo un niño. 

-¡Tienes que botarte una paja para saberlo! Se te va a producir una cosquilla extraña y muy rica. Dijo un día aquellos amiguitos del albergue y me encerré en un closet con la luz encendida, creo que ya lo conté. ¡Me vine, me vine, me vine! Gritaba como un loco por todos los pasillos, ya estaba graduado de hombre. Le mostré con mucho orgullo aquella gotica de leche que conservaba en la palma de mi mano a los amigos. ¡Ya orinas dulce, eres un hombre! Me dijo alguno de ellos y traté de repetir la experiencia, pero esa vez solo alcancé la rica cosquilla.

Dentro de dos años tendrá trece años, ¿cómo será?, ¿le cuento cómo fui? No lo haré, permitiré que continúe siendo un niño, ¿para qué amargarle la vida tan pronto?, quiero disfrutar su infancia. ¿De qué servirá contarle que a esa edad yo me encontraba listo para matar? ¡Valiente regalo me hizo mi padre! ¿Saben lo que significa la palabra “zapador”? Eso era yo a esa edad, tenía la suficiente inteligencia para calcular con rapidez las fórmulas necesarias para volar un puente, edificio, auto. Mis juguetes fueron cambiados por ametralladoras de verdad, lo observo y no quepo en su cuerpo. Vi a niños como yo en Viet Nam, Angola. Los observo en los noticieros, no saben lo que dicen, no piensan. Luego, vuelan y desaparecen pensando ser recompensados por cualquier Dios. No quiero nada de eso para mis nietos, no lo tendrán mientras me encuentre vivo.

El guajiro se detuvo junto a un árbol y sacó su machete. Dio dos cortes diagonales al tronco y paralelos, como haciendo una zanja por donde desangrarlo. Antiguas cicatrices lo denunciaban, ya había estado allí y el árbol lo conocía. Una resina espesa y lechosa comenzó a gotear como lágrimas, él acercó la punta de la vara y la fue embarrando totalmente. - ¡Es un lechugo! Trató de explicar o justificar algo. Yo mantenía entre mis manos dos pequeñas jaulas que fueron tejidas con bejucos, como los del boniato o ñame, mucho más resistentes. Solo observaba, no hablaba. Tenía un poco de hambre y extraje un pedazo de pan de maíz que guardaba en un pequeño jabuco. Estaba envuelto en hojas de plátanos que Lucía había lavado en el río la tarde anterior, lo desenvolví con calma y le dí una mordida sin dejar de mirar lo que él hacía. No sé que hacía con él en medio de aquella maleza, yo vestía mi uniforme de brigadista. De pronto, se escuchó un trino muy diferente al de cualquier pájaro, nunca había escuchado aquella melodía, pudo ser de un ángel. 

–Ese es uno de ellos! Dijo el guajiro. 

-¿De quiénes? Pregunté con inocencia después de tragar un pedazo de aquel pan, casi sin masticarlo. 

–¿De quién va a ser? Es un ruiseñor, pero vamos a buscarlo. Es viejo y estará posado en la cima de cualquier pino. Son cabrones, no se pueden atrapar.

-¿Entonces?

-Tenemos que buscar a los más pichones. Lo vimos muy alto, nada atractivo por sus colores, sin embargo, era el pájaro mejor pagado, tuvo que ser su canto. Me explicó el guajiro que en La Habana costaban cincuenta pesos, una fortuna para aquellos tiempos.

-¡Aquí hay uno, no hables! Me detuve y vi como iba acercando lentamente la vara hasta el ave. Lo hacía con la paciencia de cualquier felino, ella no se espantaba, miraba y solo encontraba un pedazo de palo que muy bien confundió con la de su árbol. El movimiento fue brusco, rápido y certero. El animalito trataba de escapar, revoloteaba y mientras lo hacía, más se enredaba contra la resina. Me moví cuando comprendí que trataría de alcanzar la punta de la vara, todo ocurrió en segundos. Algunas plumas del ave quedaron pegadas a la vara, la tomó con cuidado, como tratando evitar que sufriera otros daños. Una, otra, fueron cayendo varias, estábamos en su zona. 

-¡Esta no sirve! Aún así la metió en la jaula.

-¿Por qué?

-Ha perdido la cola y en esas condiciones no la compran.

-¿Y que hacemos con ella?

-La asamos y la comemos.

-¿Comernos un ruiseñor?

-¿Qué tiene de malo? Es un pájaro como los que tú cazas con Eugenio. Guardé silencio. No mentía, todos los días salíamos de cacerías y regresábamos con un bolsa llena de pajaritos muertos. Muchas veces desplumados y listos para meterlos junto al fogón de leña. Eugenio y su madre no desperdiciaban absolutamente nada, me enseñaron a consumir hasta la cabeza. Que no tenía carne, pero se masticaba. Aquello sí era tener puntería, donde ese guajirito ponía la vista, allí mismo daba la piedra. Casi siempre medio redondeadas que recogíamos a orillas del río Minas. 

-¿Has comido ruiseñor?

-¡No!

-¡Prueba! La pechuguita era la única parte del cuerpo que poseía un poquito de carne, la mastiqué triturando de paso sus débiles huesitos. En seis meses viviendo en aquellas montañas no recuerdo cuántos devoré, solo sé algo y lo comprendí un poco más tarde, no valía la pena dejar sin música aquellas montañas. Nadie me lo dijo, nadie se molestó en explicarlo y siempre lo he cargado en mi conciencia.

Disfruté de maravillosos días compartiendo con mi nieto, no creo exista en Montreal un coche al que se le hayan gastado las ruedas como al de él. Me detuve muchas veces junto a un parque con un área destinada a los perros, todos vivían en el mismo barrio y eran amigos. Vivíamos a solo tres cuadras del parque Ile- de- la- Visitation, un sitio de escape a las ordinarias etapas de estrés que se experimentan en estas tierras. Huía de lo cotidiano y siempre bordeaba esa rivera norte del majestuoso río San Lorenzo. Fueron muchos los patos salvajes y cisnes que vieron los ojos de mi nieto. No hablaba aún, solo aprobaba esos paseos con sonidos casi guturales y de una sola sílaba, ti, ti, ti, ti, ta, ta, ta, tá. Yo protestaba y deseaba encarecidamente que hablara, fueron momentos de una felicidad indescriptible. Cerca de nosotros se posaban bellísimos Cardenales, sobre la hierba se acercaban aquellos Robin que siempre me recordaron  a nuestros Zorzales. Le tirábamos alguna migaja que se discutían con los Mayitos y las atrevidas gaviotas. Se dormía y llegaba la hora de regresar a casa. Hoy no se acuerda de aquellos paseos.

-¡Mira, tito! Esa es una paloma salvaje. Le dijo los otros días mi hijo al suyo.

-No es tan salvaje y tiene su nombre, es una paloma “Rabiche”. Vienen cada verano junto a los Mayitos y algunas Tojosas, regresan a su tierra cuando llega el otoño.

-¡Verdad que sí! Es una Rabiche, se me había olvidado su nombre. El niño observó como comía algo en nuestro patio, muy cerca de algunas plantas de calabaza que yo había sembrado.

-Cuando arreglen el patio vamos a ponerle casitas a las aves.

-¿Para qué? Preguntó la nieta con su acento mexicano.

-¡Mensa! Para que encuentren un nido cuando nos visiten, le pondremos comida también. ¿Recuerdas, Tito? Cuando eras niñito le poníamos comida a los pájaros.

-¡No, no me acuerdo!

-¡Qué carajo vas a recordar si no sales de la puta computadora!

-¡Es cierto, es cierto! Agregó ella como desquite a la pronunciada indiferencia que enfrenta de su hermano desde que ha ido creciendo.

-¡Mensa, tarada! Dijo él.

-¡Guanajo, comemierda! Soltó ella.

-No se manden a correr, vamos a construirle las casitas a los pajaritos y les pondremos comida para que se sientan contentos.

-¡Yeeyo, pero es que después se irán!

-No se preocupen, regresarán si los tratamos con cariño. Yo solo deseo que ustedes nunca coman ruiseñores.

-¿Queeeeeé?

-¡No se preocupen!



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2011-10-03


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viernes, 2 de agosto de 2019

UN TIPO ATÍPICO


                                                    UN TIPO ATÍPICO






-¿Tú eres cubano? Su cara no me resultaba familiar y la manera de abrigarse delataba llevar poco tiempo en este país, la temperatura andaba por los tres grados bajo cero. Pudo encontrarse padeciendo una terrible gripe que azotaba la ciudad o, ser de aquellas personas que sufren como nadie el proceso de aclimatación. Aquellas ideas me pasaron como un rayo por la mente mientras lo observaba y soltaba una bocanada de humo que llegó a frotarle el rostro. Mientras se acercaba a la puerta del restaurante me resultó indiferente y no le presté atención, era un peatón más de los que transitan por la acera diariamente. Nada identificara fuera oriundo de nuestra tierra tampoco, su piel era de esa blancura desempercudida poco común entre los nuestros y sus ojos eran verdosos.

-Sí, yo soy cubano. Respondí con la frialdad y desinterés que nos invade con el paso del tiempo. Aquella alegría casi infantil por el encuentro de un compatriota se encontraba lejos, cada día más distante por los años.

-¡Asere! Necesito pincha, ¿tienes algo por ahí? 

-Lo lamento, todas las plazas se encuentran ocupadas.

-El lío es que llevo poco tiempo aquí y necesito luchar algunos varos para resolver mis problemas.

-¿Cuánto tiempo llevas en la ciudad?

-Cuatro días, estoy metido en la YMCA.

-Por esa pasamos todos, yo también estuve allí cuando llegué a este país.

-Pero es del carajo, las horas no pasan y me aburro mucho.

-Yo lo sé, pero no queda de otra, debes resistir hasta que se acabe todo tu proceso. Después, saldrás con un chequecito que al menos te alcanzará para pagar una renta y comenzar la lucha.

-¿Tú crees que pueda pasar hasta que abran?

-No lo creo, debo salir a realizar unas compras. Regresa después de las cuatro y media, es la hora que abre el restaurante. Mentí, pude haberlo invitado a pasar, nada me costaba hacerlo, pero la experiencia me ha demostrado que no se puede confiar en nadie, menos en un recién llegado. Las desventajas en edad y fortaleza no me lo recomendaban, hablo de un tipo fornido que se aproximaba a las doscientas libras y con unos treinta y siete años como máximo. El hombre no insistió, tampoco me dijo su nombre.

Fue bastante puntual, creo que arribó unos minutos antes de la apertura y lo invité a sentarse en la barra. Allí se desprendió de todas las prendas enormes y pesadas que lo protegían de manera exagerada. Pude verle bien el rostro, carecía de arrugas pronunciadas, su piel no se encontraba maltratada por los ataques de ese sol que tanto maldecimos en el trópico. No era como los demás, la mayoría arriba tímida y lo piensan muchísimo antes de soltar una palabra, permanecen silenciosos y concentrados en el objetivo de su visita, comer. Casi siempre tienen el pelo con poco brillo, la piel quemada tratando de ocultar el churre acumulado por décadas que ellos ignoran. Son esquivos y tímidos. Para el recién llegado el cedeerre está aquí y cada uno de nosotros es un segurozo en potencia, el eterno policía que llevan guardado en las profundidades de sus conciencias. En esos casos, es mejor no presionarlos con preguntas para evitar espantarlos, hay que cederles tiempo para que la piel pueda luchar y abrir los poros plenamente, y luego, la mente se purifique de todas esas células dañinas que producen el miedo. Es el día de la presentación y no se debe privar a la persona que lo trajo ese derecho a exhibirlo como una pieza más de su colección, su mascota, su presa, el hombre o mujer de sus sueños. Sueños del que solo sobreviven unos cuantos, pesadilla para muchos pocos meses después, cuando el cachorro enseña la punta de sus afiladas garras. 

Algún tiempo más tarde regresan, lo hacen blanqueados, sonrientes, abiertos. Hablan con ese tono que solo conocen y donde los secretos son de dominio público. Muchas veces, ese regreso se realiza con otra persona, no es el amo o cazador, ellos dejaron de ser presas y lo hacen con otra víctima. Aquí es fácil desprenderse de la manzana y comenzar a disparar con la ballesta, es sencillo graduarse de victimario en un país con las noches tan largas y la nieve ocultando el verdadero rostro de la tierra. Regresan como el criminal a la escena del crimen o las aves hacen cada primavera. Entonces, es posible preguntar, pero nunca obtendrás respuestas sinceras porque el cubano es solo eso, un enigma, una fantasía, una infidelidad vestida y perfumada que nunca se desprenderá de sus miedos.
Resulta casi imposible evadir ese proceso de identificación durante los primeros minutos de cualquier encuentro, surgen las mismas preguntas, como si cada cubano cargara consigo un estricto cuestionario. Es tedioso y aburrido preguntar lo mismo, responder lo mismo, tratar de saber lo mismo sin saber quién rayos es uno mismo.

-¿De cuál parte de Cuba eres? Yo soy de La Habana. Casi siempre adelanto mi origen para evitar la desconfianza que origina mi curiosidad.

-Yo soy de La Habana también, ¿de qué parte eres tú? Su voz era ronca y quebrada, se expresaba en elevado tono y era justificable, aún se encontraba atado a su cordón umbilical con la isla.

-Viví en Santos Suárez unos ocho o nueve años y luego me mudé para Alamar. Allí viví hasta mi deserción.

-Yo soy de Marianao, ¿qué tiempo llevas aquí?

-Digamos que unos quince años, ¿quieres un poco de café?, está acabado de colar.

-Te lo voy a agradecer en el alma, no acabo de acostumbrarme a la agüita de culo que dan en el hotel.

-Eso me pasó a mí también, pero con el paso del tiempo te vas acostumbrando a las cosas de este país. Le respondí mientras colocaba frente a él una tacita humeante y aromática. Extrajo un cigarrillo y me pidió fósforo, le dije que debía salir al exterior para fumar, yo lo acompañé.

-No es fácil tener que salir cada vez que tengas deseos. Me dijo con voz temblorosa.

-Nada es fácil en esta vida, pero en la medida que caen los años vas borrando el casete y todo lo observas con mucha naturalidad. ¡Yo mismo! No soporto el calor de Miami.

-¡No jodas! Se llevó el cigarrillo a los labios y aspiró con fuerza, como deseando reventar sus pulmones. –No acabo de acostumbrarme a estos cigarrillos de mierda, ¿No sabes donde encontrar cigarros fuertes?

-¡Anda por la calle St. Catherine! En cualquier tabaquería encontrarás cigarrillos Gauloises o Gitanes, son fuertes como los Populares. No los encontrarás cuando te alejes un poco de esa calle, la gente de aquí prefiere los suaves, yo tuve que adaptarme también. Es un vicio caro, creo que vas a tener que dejarlo por un tiempo. Luego de su última bocanada prefirió entrar nuevamente y se sentó en la barra. Corría uno de esos días muertos en la ciudad y el tráfico era ridículo, los estacionamientos se encontraban desiertos, la gente prefería mantenerse dentro de sus casas y el negocio se perjudicaba con esos encierros.

-¿Y vienen muchos cubanos por aquí? Me preguntó mientras yo me sentaba cerca de él.

-Tienen sus días, aunque verdaderamente la principal clientela es canadiense, nuestra comunidad es muy pequeña. ¿Cómo te la ganaste? El hombre recibió aquella pregunta como un disparo a boca de jarro y se tomó más del tiempo normal en contestarla.

-Salí por Costa Rica con una carta de invitación, después brinqué para México y allí me metieron en una pecera del aeropuerto por casi un día. Se detuvo en la narración y no quise presionarlo, evité preguntarle cómo rayos había llegado hasta el aeropuerto de ese país, no deseaba espantarlo.

-De esa manera sale mucha gente de Cuba, unas primas mías salieron por Costa Rica y luego se movieron a México, ahora viven en Miami. ¿Por qué no te quedaste en Costa Rica?

-¡Asere! Eso está lleno de indios y no estoy en esa, lo mío es la yuma.

-¿Tienes familia allá?

-Bueno, no tan cercanos, pero allá es diferente.

-¿Diferente en qué? El muerto comienza a apestar al tercer día y aquí, al menos, nunca te encuentras desamparado. ¡Mírate ahora mismo! ¿Dónde estás? No es un hotel de primera, eso pertenece a una organización juvenil. Sin embargo, tienes techo y tres comidas diarias hasta que te independices. ¿Crees que encontrarás esas condiciones en los Estados Unidos?

-No tengo idea, pero mi destino es ese.

-¿Cómo llegaste hasta aquí?

-¡Coño, monina! Te dije que vine en avión. Respondió y olvidó que no habíamos tocado ese detalle. Entonces, desde ese preciso instante, mi desconfianza sobre aquel personaje aumentó. Su versión de salida por Costa Rica era aceptable y válida, sin embargo, comenzaba a tejer su errónea telaraña con ese arribo tan fácil a México y del cual no quise mostrar interés por razones obvias. Supongamos que todo haya sido verdad, pero es aceptable hasta la ciudad de México. Por mi mente comenzaron a cruzarse miles de preguntas que, muy bien pudieran considerarse ridículas ante la ingenuidad de nuestra gente en la isla. ¿Cómo pudo embarcarse con destino a México? ¿No fue detenido por las autoridades de inmigración en aquel aeropuerto? Lo normal es que lo regresaran al país de origen del vuelo desde donde arribó. ¿Cómo llegó a Montreal un individuo que es detenido como ilegal en un tercer país? O sea, según su infantil versión, cualquiera puede abordar una nave con destino a este país. Esa noche evité profundizar en su versión y decidí desviar su atención sobre consejos de convivencia en el hotel de la YMCA para que se evitara problemas. No aceptó nuestro ofrecimiento de comida, recuerdo que ese día le presenté a la cocinera del restaurante y el tiempo restante transcurrió entre bromas.

Al siguiente día fue muy puntual también, llegó mientras colocaba el cartel de “Abiertos”. No rechazó nuestro ofrecimiento de comida, y créanme, aparte de la ignorancia, tal vez fingida, hacía mucho tiempo que no observaba a una persona comer de la manera que él hacía. Son detalles nada relevantes, pero resultaba inaceptable encontrarme en presencia de un individuo que no supiera comer con tenedor, y que la ensalada fuera llevada a la boca con los dedos. El plato, un buque portacontenedor o con exceso de cubertada, fue vaciado en pocos minutos. Nunca, al menos en el tiempo de existencia del restaurante, había observado vaciar un plato de esas dimensiones con tanta avidez o desespero. La cocinera permaneció con nosotros y se le escapó la misma pregunta que todos hacemos.

-¡Chico! ¿Cómo fue que lograste escapar de Cuba? Yo le llevé una tacita de café, él me pidió palillos de diente.

-Salí por Honduras a bordo de un Lambda, ¿sabes de cuál barco te hablo? La pregunta fue dirigida a mí, ya le había contado algo sobre mi permanencia en la marina cubana.

-Sí, claro, son aquellos barquitos dedicados a la pesca en la plataforma de la isla. 

-Pues, entre un grupo de socios nos pusimos de acuerdo y nos llevamos uno de aquellos barcos de La Coloma. Yo lo escuchaba mientras él se dirigía a la cocinera y comenzaba a sorprenderme las muestras de mala memoria o intenciones de desinformación en su mensaje.

-Y si tenías pensado radicarte en los Estados Unidos, ¿por qué no te dirigiste a la frontera? Preguntó ella.

-Porque no sabía dónde estaba.

-¿Y viniste solo en el avión?

-¿Solo?

-Sí, ¿no venían otros cubanos contigo?, ¿no dijiste que en el aeropuerto de México eran varios los cubanos que se encontraban detenidos contigo? Esta parte del diálogo no lo había escuchado, tuvo que haberse producido mientras atendía una llamada telefónica.

-Bueno, aquellos se fueron directamente a la frontera, pero yo no tenía relaciones con ellos.

-¡Ahhhh! Entonces te presentaste en el hotelito donde te encuentras ahora.

-Bueno, yo pedí refugio en el mismo aeropuerto y ellos me llevaron para ese hotel luego de tremendo papeleo.

-¡Ahhhh! Pero ahora no puedes ir a demandar refugio a la frontera porque ya lo hiciste aquí.

-Ese es el lío, consorte, ¿qué tiempo se demora ese asunto del refugio? La pregunta me la dirigió como queriendo evadir el interrogatorio que le hacía la cocinera.

-No tengo ideas, hace quince años que llegué a este país y las cosas han cambiado mucho. ¿Sabes una cosa? Trata de no dormir fuera del hotel, aunque no lo creas, aquí hay más control que en Cuba. Ese día partió temprano y mientras transportaba a la cocinera hasta su casa, el tema del viaje fue dedicado a ese extraño personaje.

-¿Sabes algo? No me gusta este tipo, ya le he agarrado varias mentiras, juega con la bola escondida. Te lo advierto para que tengas cuidado.

-¿Tú crees?

-Ustedes las mujeres sacan a un pato volando a mil metros de altura, yo saco a un hijoputa volando por el cosmos.

Ese día regresó a las seis de la tarde y se desprendió de todos los trapos que iba colocando en uno de los taburetes de la barra. La cocinera le ofreció comida y la rechazó alegando que ya había comido en el hotel. Noté algo raro en su figura y mi vista se dirigió a sus pies, él se percató de ello.

-Asere, me tuve que comprar estas botas, ya no podía resistir el frío de los pies. Me dijo mientras se levantaba la pierna derecha del pantalón y me mostraba la bota.

-Creo que es dinero malgastado, la temperatura existente no lo exige y la primavera está comenzando.

-No olvides que soy un recién llegado.

-Sí, pero de haber preguntado te hubiera recomendado un buen par de medias para soportar los días de frío que faltan, esa plata te hará falta. No quise decirle mi estimado sobre el precio de ellas, pero sobrepasaban cómodamente los sesenta dólares. Indudablemente me encontraba ante un individuo que acumuló bastante plata antes de abandonar la isla, esa deducción era real, si se calcula los gastos incurridos desde su partida por cualquiera de sus versiones. Luego, la ropa de invierno que poseía se encontraba en tan buen estado y calidad que, muy difícil pudo obtenerla en los centros de ayuda de esta ciudad, detalle que no había mencionado. Sumemos desplazamientos donde el transporte es caro, cigarros diarios donde una cajetilla cuesta nueve dólares, las botas, etc.

-¿Conoces a Roberto?

-¿Roberto? Imagínate tú, ¿blanco o negro, hombre o pato, joven o viejo?, por aquí pasan decenas de Roberto.

-Él dice que te conoce, tiene una agencia de empleo.

-No recuerdo a ningún Roberto con una agencia de empleo.

-¡Compadre! Es un niche que estuvo en la Flota de Pesca.

-¡Ahhhh! Ya sé quién es, pero no sabía que tuviera una agencia de empleo ahora. ¿Y te dio trabajo?

-Sí, debo estar mañana a las cinco de la mañana en el Metro Jean Talon.

-¿Sabes una cosa? Si el negro te dio pincha debes cuidarlo, se la está jugando al canelo. Date cuenta que eres un indocumentado, yo no me arriesgaría a darte trabajo.

-El tipo es chévere.

-¿Y cómo llegaste hasta allí?

-La dirección me la dio un latino.

-¡Ahhhh! ¿Un latino? Mira que tienes suerte, has caído en este país con la pata derecha. Ahora mismo, llegaste hasta el restaurante porque un latino te dio la dirección y encuentras pincha por la misma vía, eres afortunado.

-¡Consorte! ¿No tendrás un despertador por ahí? El asunto es que debo levantarme temprano y no tengo cómo despertarme.

-¡Coño, compadre! Esto es un restaurante cubano, no una relojería. Le dí quince dólares y le recomendé ir a una de las tiendas del Dollar que existen dentro de la estación del Metro Berri UQAM, le manifesté que el precio de un simple despertador no llegaría a los diez dólares. Durante el viaje de regreso a casa, la cocinera me dijo haberle regalado veinte dólares para comprar cigarros, al día siguiente no regresó.

-Los cubanos somos de pinga, no nos ayudamos unos a los otros. Me dijo dos días después y me vi obligado a darle una exhaustiva explicación sobre temas que aparentemente desconocía. Esa noche, su visita se extendió más allá de lo normal y a la hora de la partida abordó mi auto junto a la cocinera.

-¿Vas para la estación del Metro? Le pregunté porque en otras ocasiones lo había conducido en esa dirección.

-No, él va para mi casa, voy a dejarlo que revise su correo de Internet en mi computadora. Me respondió la cocinera.

-Acuérdate que no debes dormir fuera del hotel. Le dije a él. –Y tú, trata de explicarle cómo es el regreso al centro de la ciudad. Le dije a la cocinera. El viaje transcurrió tranquilo, había nevado y yo le explicaba los trucos a tomar en cuenta cuando se conduce en esas condiciones por el interés mostrado en sacar la licencia de conducir. Al día siguiente ella me dijo que el marido de la italiana lo había dejado en la puerta del hotel, y que además, le había regalado cincuenta dólares. ¡Vaya suerte la del tipo! Pensé.

-¡Ven acá, comemierda! ¿De dónde carajo conoces a este tipo que sin ton ni son lo metes en tu apartamento?

-Bueno, tú sabes, está acabado de llegar y para ayudarlo a tener contacto con su familia lo llevé para que se conectara a Internet.

-¿Eres estúpida o te haces? Tú no conoces a ese gallo, ya él me había pedido permiso para entrar a la computadora del restaurante y yo le dije que no. ¿Quién coño va a un restaurante y le pide permiso a propietario para tal cosa?, ¿no hay cyber café por toda la ciudad? Sigue comiendo mierda, un día vas a amanecer con la boca llena de hormigas. A menos de que tengas otras intenciones y en eso yo no me meto, es tu vida privada.

-¡Oye! Te lo juro que ha sido con esa intención.

-Ese es tu problema, sigue comiendo mierda y déjate llevar por tu buen corazón.

-Yo quisiera que tú vieras.

-¿Qué?

-Abrió sus mensajes y me mostró fotos de su familia, ni te imaginas el gao que tienen.

-¡Coño, Juana! ¿Quiénes tienen conexión a Internet en Cuba? Sigue comiendo mierda.

-¡Tremenda casa! Y equipada con todo.

-Pero ya escuchaste la historia del tipo, ¿no dijo que era un simple camionero?

-Sí, pero los camioneros no se mandan el gao que tiene esa familia. Con todos los hierros, esa gente vive mejor que nosotros.

Raúl es bailarín, ese día me llamó desde el trabajo para encargar una comida que deseaba llevar para la casa. Es un asiduo cliente del restaurante, más que un simple cliente, Raulito es de esa gran familia del local que cuando desaparece se extraña, sus regresos son celebrados con alegría y no median regaños. Coincidió con el tipo esa noche, él, iba mostrando más confianza de la normal. Se presentaba, contaba versiones libres de su historia y solo un detalle era permanente, era vecino de Buena Vista. Chocó con otro de nuestros clientes y esa versión era real, conocía a vecinos comunes.

-¿Cómo te la ganaste? Aquella pregunta a secas impactó al tipo, mi mirada se concentró en su rostro y no encontré rasgos de nerviosismo.

-¡Asere! Eso no puedo decírtelo, es una bala que no se puede gastar. 

-Disculpa, disculpa mi indiscreción, es tu derecho negarte a responder. Le contestó Raulito con toda su educación y cortesía.

-El asunto es que la gente se la gana de mil maneras, pero yo no puedo quemar la vía que otros pueden utilizar, ¿me comprendes?

-¡Sí, claro! Le respondió Raulito sin darle mucha importancia. 

-Compadre, no conoces de alguna pincha donde pueda buscarme unos varitos.

-¡Mira! Precisamente están buscando un security en mi edificio. La oferta es simple, te brindan el apartamento, pero no pagan salario. Te la puedes arreglar con el cheque que te dan en la ayuda social para la comida y otros gastos.

-¿Cuándo puedo ir a verlo?

-Ahora mismo, cuando me despachen la comida te puedo llevar ante el gerente. Lo único que piden es que la persona sea seria y responsable, ¿hablas francés?

-No, lo único que disparo es un poco de inglés. Aquella respuesta me llamó la atención, pero en Cuba todo es posible.

-No importa, vamos a hablar con el gerente, va y tienes suerte, la plaza está vacía hace varios meses. Ambos partieron.

Raulito me llamó al tercer día para decirme que si el tipo pasaba por allí lo esperara, el gerente había aprobado su solicitud. Un tipo con suerte que se había tirado en esta tierra con el pie derecho, pensé nuevamente. Ese día cayó a la hora acostumbrada y comió con apetito salvaje el gran plato servido por la cocinera. Me pidió un cigarrillo y le di diez dólares para que se comprara una cajetilla. Entre los clientes de ese día, asistió un mexicano que se sentó en una mesa próxima a la barra y con el cual establecí un diálogo familiar sobre su tierra. El tipo no pudo contenerse e intervino sin nadie invitarlo, no me molestó, algo similar había ocurrido en varias oportunidades y comenzaba a ser normal en nuestro local, quizás se deba a nuestra cultura latina, pienso. Al escucharlo, pensé que especulaba y trataba de engañar al cliente con excelentes muestras de algo aprendido en la escuela. ¿Pero en cuál escuela? Las enseñanzas de la historia de América eran flacas, eso lo comprobé en uno de mis viajes a Venezuela. El tipo se expresaba como nadie sobre una región de México rica en petróleo y me sentí asombrado. Sin embargo, me acordé de un viejo timonel de la marina cubana de apellido Manso. Aquel hombre con apenas sexto grado de escolaridad, era capaz de dar una disertación literaria al más experto de los estudiosos. Todo era posible en aquella isla, pensé sin abandonar la desconfianza. Era demasiado, Manso podía hablarte de Martí, Corín Tellado, Miguel de Carrión, Cervantes, Víctor Hugo, Avellaneda, etc. Leía todo lo que caía en sus manos y era una verdadera enciclopedia, pero nunca podía detenerse en detalles exclusivos como lo hacía aquel tipo sobre una región determinada de un país tan extenso.

Yo lo escuchaba y me sentía verdaderamente sorprendido, era alarmante los conocimientos que poseía ese individuo que se presentaba como un simple chofer de camiones. Luego, aquella sorpresa era frustrante cuando regresaba a mi tierra y encontraba a taxistas con títulos de médicos o ingenieros, o simples putas que con iguales diplomas practicaban el hipismo.
Ese día vino acompañado de un file donde guardaba todos sus documentos, me mostró la copia de un certificado de nacimiento recibida por Internet.

-Pero ese documento no te servirá de mucho, aquí exigen los originales. Tú sabes cómo son las cosas del patio, un documento falsificado se puede conseguir con pocas fulas.

-El asunto es que no tengo otro para presentarlo a las autoridades.

-¿Y tu pasaporte? Ese es el mejor documento que existe para identificarte.

-Lo boté.

-¿Cómo que lo botaste, no recuerdas dónde?

-¡Asere! Lo hice cuando fui a la frontera, tú sabes…

-Yo no sé nada, si lo botaste fue con la intención de que no pudieran identificarte. ¿A quién se le ocurre presentarse en un lugar sin identificación? Tampoco se dio cuenta de que hasta el momento no había mencionado su viaje hasta la frontera.

-El asunto es que era un pasaporte falso y no me convenía buscarme líos.

-¿Y con un pasaporte falso lograste llegar hasta Montreal? ¿No me dijiste que te tuvieron en la pecera del aeropuerto de México? Creo que lo presioné demasiado con aquellas preguntas, guardó sus papeles y me dijo que saldría a fumarse un cigarrillo.

Varios días después regresó muy contento a comunicarnos las buenas nuevas, ya tenía apartamento y quinientos dólares para alimentarse y gastos extras. Eran suficientes y sobraban de acuerdo a mis cálculos prácticos. Le dije que en el mismo edificio podían aparecerle trabajos extras que aumentarían sus ahorros, pero su respuesta me demostró que lo había alertado algo tarde. El tipo se buscaba billetes pintando, limpiando ventanas y lavando autos en el sótano del edificio. Me dijo que diariamente sobrepasaba cómodamente los cien dólares en esas faenas.

En esos días se me ocurrió escribir algo que titulé “Kuvanoz”, anda regado en varios espacios de la net. El tipo se desapareció inesperadamente, nosotros sabíamos perfectamente donde se encontraba. A la cocinera le llamó la atención aquel repentino cambio de actitud, a mí me resultó muy familiar. Estoy convencido de que si no hubiera escrito aquello, el tipo continuaría sus visitas a nuestro restaurante, no tengo la menor duda de que lo alertaron. Cabe también la posibilidad de que su actitud se corresponda con la del individuo degenerado creado por el sistema, el hombre nuevo.

Varias semanas después se apareció en el restaurante, ella lo llamó. Me dijo que lo había contratado para que la mudara al día siguiente, le iba a pagar sesenta dólares por los cuatro tarecos que debía mudar, no eran muchos y yo hubiera aceptado el contrato. Ese día viajó en mi auto, ella me dijo que lo dejaría dormir en su apartamento hasta la mañana siguiente. No le solicité explicaciones, definitivamente, la vida privada de cada ser tiene tanto valor para mí, como la niebla que se pueda producir cada mañana antes de la salida del sol, una vez que calienta desaparece.

-¿Sabes que me ha pasado?

-Si no me lo dices, todos los días llegas con una historia diferente.

-El tipo me dijo que iba a salir a respirar y desapareció.

-¿De qué me hablas?

-Del tipo, ¿no recuerdas que lo había contratado para que me ayudara en la mudanza?

-Sí.

-Pues, me dejó embarcada. Yo tenía el camión contratado para las diez de la mañana y se desapareció a eso de las ocho. No resultaría interesante de no ser el lugar tan distante del centro al que nos referimos, o sea, el tipo poseía conocimientos sobre la ciudad para moverse con tanta facilidad.

-¡Cágate en tu madre, jódete! Poco me importaban sus palabras, solo había escuchado una parte.

-Pero yo le dije que le iba a pagar.

-Ese es tu problema, ¿por qué tengo que creerte a ti?, ¿y si hay algo detrás de todo esto que yo no sepa?

-¡Asere! ¿No conoces a alguien que viaje para Cuba en estos días?

-¿Quién me habla?

-¡Soy yo, consorte! Necesito enviar algunas medicinas para Cuba.

-No tengo ideas, ¿tienes a alguien enfermo por allá?

-La vieja necesita algunos medicamentos, ¡oye!, le di un embarque del carajo a la loca.

-Después me cuentas, estoy muy ocupado y el restaurante está lleno.

-¡Vale! Otro día te llamo. Le colgué y continué preparando varios Mojitos que fueron solicitados. Esa noche se me olvidó comentarle a la cocinera sobre aquella llamada.

-¿Sabes lo que hizo el tipo? Me preguntó la mujer de Raulito mientras pagaba por una comida encargada para la celebración de una fiesta.

-No tengo idea.

-El tipo se desapareció sin despedirse de nadie, se robó más de mil dólares de los fondos del edificio.

-¡Nooooo! ¿Y no lo denunciaron?

-Sí, lo acusaron ante la policía y lo están buscando.

-A ese no lo van a encontrar.

-Yo creo que debe haberse marchado para los Estados Unidos. Contestó ella mientras le entregaba la factura.

-No lo creo, él sabe perfectamente que puede ser detenido por cualquier delito que haya cometido aquí.

-¿Dónde tú crees que pueda estar entonces?

-Eso se cae de la mata, el tipo está en Cuba.

-¿Tú crees? Ella me entregó el dinero y nos despedimos mientras en el equipo de música se escuchaba un número de Willy Chirino. Yo soy un tipo atípico, yo soy un tipo atípico, yo soy un tipo atípico de la cosecha del cuarenta y dos…







Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2007-05-01


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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...