Visitas recibidas en la Peña

lunes, 5 de junio de 2023

EN MI JARDIN SE MARCHITAN LAS FLORES.

 

EN MI JARDIN SE MARCHITAN LAS FLORES




Un día soñé con tener un bonito jardín, no tenía que ser muy grande, solo un pequeño espacio donde sembrar flores. Es que los pobres somos así cuando soñamos, lo hacemos de a poquitos para no molestar a nadie, para que no nos envidien, para no humillar al vecino que tiene menos y sueña también chiquitico, quizás sus sueños sean otros, pero el mío era ese, tener un jardín.

 

En ninguna de las casas donde viví lo tuve, cuando no tenían la puerta en la misma acera de la calle, el terreno era pedregoso o con mucho salitre. En otras, a la gente del barrio no le gustaban las flores, no tenían tiempo para atenderlas por los trajines de la vida y no enseñaban a los hijos a cuidar de ellas, puede que también sea por la cultura machista de esos barrios. Quién podía imaginar a un hombre de aquellos lugares andar por la calle con un ramo de rosas, había que ser valiente para eso. Lo normal era que los machos anduvieran con un bate de pelota, las flores quedaban para los homosexuales o para los santeros, los varones no habíamos nacido para eso.

 

Moría poco a poco lo romántico, se esfumaba lo bello de estos gestos que vivieron nuestros abuelos. Desaparecía ese momento tan bohemio, como lo era regalarle una rosa a otra rosa. Se perdía en las tinieblas de nuestros egos eso tan dulce y celestial que nos hace vivir y ser eternos, el amor, y el amor está donde quiera que exista un jardín, porque el amor brota a cada momento desde el interior de una flor.

 

Siempre deseé tener un jardín, aunque fuera pequeñito y tenerlo lleno de flores, así me recordaban que el amor existía y no había muerto. Necesitaba me dijeran que aun somos humanos y se puede ser dulce, que me calmaran la vista con sus colores y si alguna vez dormía entre ellas, que su fragancia me llevara cual alfombra mágica por los aires, bien lejos. Necesitaba olvidar, aunque solo fuera posible en sueños, que existe gente a los que no les atrae ni un poco las flores.

 

De hombre y cuando al fin tuve un apartamento, vivía en la planta baja y pegado a mi pared sembré rosas rojas, amarillas y blancas, algunas varitas de San José y unos lirios. No encontré otra para sembrar, todos los jardines estaban igual al mío. En realidad, no era mío aquel jardín, yo no era mío tampoco, no era de mi propiedad nada que pisara esta tierra, ni mi rostro, ni mis pensamientos y mi voz se perdía en el espacio sin llegar a ningún oído, que tampoco eran propiedad de sus portadores.

 

Aprendí a querer y admirar las flores muy lejos de mi tierra, tal vez en Holanda, donde uno se pierde en mares de tulipanes, quizás en Francia o en Inglaterra, no sé exactamente dónde, una vez allá quedé maravillado. Pocos en mi país conocen el placer de sentarse en un parque que esté preñado totalmente  con sus colores y olores.

 

Las flores que sembré pegadas a la pared del apartamento que decían era mío, las tenía que vigilar muy bien para que no se las robaran, para que no las destrozaran los niños y los mayores. Los muchachos tratando de cazar a las infelices lagartijas, las que tomaron como hogar las plantas de mis flores. Los mayores que en los trabajos voluntarios no medían la dirección de su machete al chapear y en oportunidades cortaban las flores que tanto trabajo me costaba cuidar.

 

Las niñas de mis memorias fueron creciendo como mis flores y jugaban en el jardín. Entonces, este espacio se puso muy contento, todos los días en horas de la tarde, se llenaba de flores que corrían de un lado a otro, flores que reían y tenían más vida, flores que en unos años serían más bellas que las que yo había sembrado.

 

ROSA

Rosita era una diminuta niña que nunca debió haber nacido, vino al mundo por error de unos padres que se dejaron llevar por la atracción de la carne y no pensaron en el futuro. Les sucedió lo mismo que a muchos de los que vivían allí donde estaba el jardín, su padre era joven, pero mucho mayor que la madre. Ella, era casi una niña, hacía muy poco que había rebasado los quince años de una hermosura increíble, él estaba más allá de los treinta. Aceptaba las responsabilidades que le asignaban en el trabajo, lo hacía con toda la dedicación y amor que existían en su universo, tal vez demasiado embriagado en unas ideas de las que nadie poseía pruebas sobre real su éxito. El resto del tiempo disponible era ocupado por su Partido, vendedor de promesas y teorías que lo asfixiaban sin percibirlo y lo alejaban de la realidad. Le robaban el espacio disponible para atender a una joven diosa que siempre dejaba abandonada en casa. Rosa sentía muchos deseos por vivir, aprender, bailar, conocer al mundo que la rodeaba. No le importaba si era pequeño o escaso, bastaba que escapara los dominios de aquellas cuatro paredes. Deseos que no podía satisfacer aquel esposo en medio de sus cautiverios obligatorios, impropios de su edad. Sin ambos darse cuenta llegó Rosita, esa linda florcita que muchas otras niñas hubieran deseado poseer para tomarla como una muñeca en sus juegos infantiles. Era traviesa y juguetona, poseía un rostro singularmente bello y desde sus primeros pasos, podía adivinarse en su andar que sería una de las flores más finas de aquel universo por donde corría cada dia, tenía una embrujadora elegancia al hacerlo. La hermosura de Rosita la había heredado de la madre, quién aun después de haber parido, seguía siendo una de las flores reinas. Nada cambió en su ser de niña, verla andar con la criatura en los brazos, nos hacía pensar que cargaba a una muñeca y solo se trataba de un juego, pero desafortunadamente, fue un juego cruel y serio de la vida.

 

MARGARITA     

Era una humilde mulatica que pertenecía a un enorme ramo, era muy seria para su edad. Por encima de la seriedad sobresalía la humildad obligada de su vida, 

gente muy pobre, extremadamente pobre. Luego de tantos años no alcanzo a comprender como lograban vivir, sobrevivir es la palabra adecuada. En aquel ramo de flores ella compartía hojas y espinas con una prole numerosa, los padres y los abuelos. El salario de todos ellos no llegaba a la mitad del mío, no les alcanzaba para la comida, menos aún para vestirse e imposible para divertirse. Margarita no conoció la ropa nueva, heredaba la de los vecinos y amigos de su edificio, bueno, de los que tenían algo de corazón y mientras se podían darse el lujo de hacer regalos. Después la situación se puso más dura y aquellos gestos de solidaridad se fueron perdiendo. Su padre era blanco y la madre negra como el carbón. Margarita salió mulatica, como solía ocurrir en aquella mezcla practicada entre el ébano y el marfil. No era bella de rostro, sin embargo, su color era el más demandado por los turistas extranjeros que comenzaban a visitar su tierra. De piel canela, prometía ser una codiciada pieza en un futuro traidor que velaba sus pasos, muy bien escondido en la esquina del edificio. De niña se le distinguieron la cintura y caderas, virtud, suerte o condena ausente en la raza pura, privilegio en las mezclas del negro y el blanco, del chino y el negro, dando vida a ese mulato envidiable y deseado no solo en el patio. Ese color y forma de mujer vuelve loco al más macho, tiene algo de especial que todos desean conocer, solo se debe vivir en un jardín donde crezcan todos tipos de flores para comprenderlo, como crecían en el que yo trataba fuera mío. 

Era una niña que sufría en silencio, siempre con la misma ropita y el estómago medio lleno, medio vacío. Sin embargo, muy a pesar de los complejos por su pobreza, se notaba en esa flor algo que se llama dignidad y que inspiraba respeto, era orgullosa, valiente y jugaba como su andar, con la cabeza erguida, porque ser pobre no significa que no se pueda ser bueno. Vivía en un ambiente donde casi todos tenían y ella no poseía nada, la humillaban sin maldad por sus ropitas usadas y viejas. Nada lograba cambiarla y se mantenía orgullosa de andar con la cabeza alzada. Margarita siempre fue noble, esa era una de las virtudes que más yo le admiraba.

 

ADELFA

Fue una flor equivocada, un día soñó ser gimnasta, porque entre otras cosas, su cuerpo la acompañaba. Era una flor espigada de cuello largo y perfil griego, razón por la que su madre la empujaba a practicar ese deporte por el que no sentía vocación. Las pocas veces que corría por el jardín, la imaginé compitiendo en una olimpiada, pero estaba equivocado, Adelfa, orgullosa y arrogante, nunca llegaría a competir entre escuelas. No le gustaba mezclarse con las niñas inferiores a ella según su estandarte, presumía de todo, de lo que nada significa en otros lugares, quizás de un par de tenis o algo de menos valor. Ofendía en su forma de ser y de hablar a otras flores más pobres -como Margarita, por ejemplo- no era su culpa tampoco, ella era el producto de la forma de ser de su madre, señora a la que nada podía satisfacer su ambición insaciable de tener lo que otros no podían, su padre era militante del partido y oficial de la marina. Poseía buen salario y la posibilidad de comprar en el extranjero, sumándole a su botín, todo lo que se robaba de los barcos este camarada. En la casa de Adelfa no faltaba nada, allí podías encontrar desde un cenicero de alguna de las naves por las que el tipo había pasado, toallas, sábanas, copas con el logotipo de la Empresa, adornos de todo género y hasta la comida que sacaba en su portafolios, en el mismo que todo ingenuo o inocente pensaba que llevaba documentos o algún libro.  Así vivían y así vivieron mientras yo cuidaba mi jardín y mientras esto sucedía, permanecíamos entretenidos tratando de competir con el vecino, con los amigos y sus compañeros, porque ese fue un modo de vida entre los cubanos. Éramos felices mostrándoles a nuestros vecinos que nosotros teníamos cuatro porquerías más que ellos y por eso nos considerábamos superiores. Gozábamos cuando en nuestras casas teníamos un televisor a colores que no podía tener el más pobre y estos sentimientos egoístas y vanidosos se los trasmitíamos a nuestras flores.

Adelfa no gustaba unirse a las otras flores en el jardín que construí, detestaba jugar con las que no se vistieran igual que ella. Soñaba con mandar, dividir, imponer, obligar, subordinar al prójimo igual que su padre, por esas y otras razones, las otras flores más humildes no la seguían. Ellas eran pobres, pero vivían sin odios, no envidiaban a nadie, estas eran unas flores más felices y olorosas, tenían pocas cosas materiales, pero tenían más amigas y disfrutaban de su cariño, aunque no tuvieran zapatos bonitos.

 

AZUCENA     

Era preciosa, tal vez una de las flores más bellas, quizás fuera el producto de una combinación rara, tal vez la de un rubio con una negra. De esa salen a veces una especie que es conocida en Cuba como Jabá, mulata de pelo rubio rizado y ojos azules, ahora las he visto en Canadá, allá en Cuba no eran muy frecuentes estas mujeres u hombres. Ellas son de una belleza divina y se les atribuyen poderes eróticos o sexuales supremos. Fama que las convierte en una especie de objeto que muchos quisieran poseer aunque fuera solo por un momento, es un tipo de mujer codiciada, no solo por los nacionales, más aún por los extranjeros. Ella era una chica muy noble, su madre se divorció muy temprano, tal vez antes de tener memoria. Después de aquella separación se casó de nuevo y luego otra vez, hasta que perdió los recuerdos. No se sabe cuántos padrastros tuvo Azucena, cuatro o cinco, nadie lo recuerda, tampoco recuerdan quién fue su padre. El amor tocó a su puerta muy temprano, mucho antes de los doce, ya en estos tiempos esto no asombraba a nadie, las cándidas conversaciones de los niños se iban transformando en discusiones de sexo y de aquellas discusiones teóricas, muy pronto se pasaba a la práctica. Hasta que el sexo se convertía en una competencia y se dejaban a un lado el juego con las muñecas que envejecieron y murieron, luego desaparecieron. Azucena era distinta, ella amaba a su noviecito y del beso fugaz no pasaban, todos los días se encontraban en el jardín a escondidas de la madre y la abuela. Mientras tanto, el tiempo volaba y en la medida que éste lo hacía, crecían también sus cuerpos y junto a él, crecía también el amor que ambos compartían y más fuerte aun lo era el deseo juvenil, ese deseo animal por estar solos, desnudos y disfrutar sin interrupción como Dios los había traído al mundo. Solo eran animalitos llevados por los instintos, porque de Dios no habían oído hablar, su nombre estaba bien prohibido. 

Azucena siempre vivió bien, su casa era grande, lo suficiente para albergar a tres personas, ella, la madre y su abuela. Disponía de su cuarto donde nadie la molestaba y podía acomodar los juguetes que siempre cuidó con esmero de mil formas diferentes. Hoy colocaba a las muñecas encima de la cama, mañana sobre el escaparate, otras semanas sobre la cómoda, sin que nadie le dijera nada. Así fue siempre hasta que ella creció, entonces la madre la observaba con más recelo, vigilaba todos sus pasos, quienes eran sus amistades y media con exactitud cronométrica los minutos que estaba fuera de la casa. 

Todas sus amiguitas les contaban a sus madres que ya tenían novios o que estaban enamoradas y aquello les causaba risa. Para Azucena fue doloroso, no se sabe cuántas lágrimas derramó por el rechazo que le hicieron a su novio, pero nada de eso la pudo separar de aquel juramento de amor que se hicieran años atrás, escondidos en uno de los rincones de mi jardín.

 

JAZMIN

Era una de las mayorcitas entre todas las flores, su pelo extremadamente negro contrastaba con la blancura de su piel. En ese andar exótico y provocativo que caracteriza a muchas cubanas, ella hacía alardes de la bonita figura de su cuerpo y volvía loco a los chicos del barrio, era alegre y comunicativa. No le gustaba perderse una fiesta y soñaba como toda muchachita en un futuro, su carrera, el esposo, los hijos y el hogar. 

Su padre era militar, hombre comprometido hasta la médula con el sistema imperante. Fue -porque perdió la vida en Angola- de esa gente que solo aprendió a repetir lo que decían sus jefes, incapacitado para pensar o analizar qué era lo que le convenía al país. Fue un señor robot de carne y hueso, quién se olvidaba en todo momento la existencia de la familia, primero que ella estaba el deber y la Patria. Casi nunca permanecía en su casa, no podía ver a sus hijas crecer. Jazmín soñaba con ser Doctora y esto lo manifestaba cada vez que se reunía a jugar con las otras muchachitas. Siempre se las arreglaba para ser el Médico de la familia, poco le importaba que las otras protestaran. 

Su padre tenía otros planes para ella, Jazmín debía ser militar como él y así tenía que ser toda la familia. Ella no sabía cuánto placer le causaría al viejo comentar entre sus compañeros de armas, que su hija era uno de los mejores expedientes de la escuela militar. Esa era la aspiración de los guardias para sus hijos, convertir su destino en una tradición familiar. Lo hacían sin consultar con la voluntad de ellos, sin preguntarles un día cuáles eran sus sueños o que deseaban ser en la vida. En sus mentes enfermas solo aspiraban llegar al hogar y encontrarse a todos uniformados para que dieran la voz de ¡Atención! cuando ellos entraran y se hablara en las tertulias familiares de las bondades del gran jefe. Nunca se detuvieron a pensar si los hijos tenían otras opiniones, no les podía interesar que pertenecieran a otras generaciones, ellos no estaban programados para pensar o analizar, ya todo estaba escrito, tenía que ser así y de esa manera sería. 

Solo la madre de Jazmín conocía de verdad a sus hijos y en la medida que estos crecían, notaba como se aproximaba el final de la unión de la familia. Mientras tanto aquella florcita seguía allí con sus amiguitas, con sus juegos infantiles, su pelo bien negro y su piel blanca como la leche.

 

CLAVEL.     

 

Hacía un tiempo que había abandonado sus juegos de niña, estaba estudiando en la Secundaria Básica, aun así, no dejaba de ir con frecuencia al jardín, se reía de las travesuras de las más pequeñas, mientras estaba al lado de su enamorado. ¡Qué raro! A esa edad los muchachos cambian frecuentemente de pareja, sin embargo, las flores de este jardín se aferraban a una vieja costumbre muy próxima a morir. Eran noviecitos que demostraban amarse profundamente, como en aquellos tiempos en los que se juraban amor y fidelidad eterna, estaban fuera de moda. Lo normal era cambiar constantemente y probar los besos de la pieza nueva, unas veces ir más allá de los simples besos, ya se oía hablar con descaro como hacía el amor fulana, cómo se movía tirada en un claro del monte, dentro de una piscina o en la misma playa. Otros, los más atrevidos, lo harían en las propias casas cuando los padres se marchaban al trabajo o porque sencillamente estos los aceptaban alegando que no tenían otra distracción los muchachos.

Clavelito, como le decían todos los amiguitos, era una chica bien humilde que se había adaptado a vivir desde su nacimiento en la más estricta austeridad, pero aquella pobreza no la privó nunca de ser una muchacha bella, su hermosura contrastaba con la fealdad de su enamorado, quién era en extremo flaco, algo repulsivo el rostro por las huellas de un implacable acné juvenil y los cabellos bastante largos. Puede que por esa apariencia externa era mal recibido en el seno de la familia de Clavel, el chico no era malo, solo deseaba ser diferente a los demás y aquello que se consideraba un defecto por la sociedad, para él 

era una virtud. La gente lo consideraba un desviado, los más cercanos decían que estaba equivocado, quizás unos y otros hayan tenido razón. Es posible que se haya equivocado al nacer en una tierra que lo condenaba injustamente, solo porque no le gustaba el Son cubano y su gusto se inclinaba por la música extranjera. Se convirtió el muchacho -sin el saberlo- en un enconado enemigo de su tierra. Siempre preguntaba que tenía que ver el Rock con la revolución o con la Patria y todos carecían de argumentos para contestarle.  A la Patria de turno le resultaba más sencillo reprimirlo y apartarlo como escoria de lo que se estaba produciendo, el paraíso donde nacería el hombre soñado por muchos, un hombre formado de fantasías y sueños, la cigüeña descargaba un pesado bulto sobre la nación, estaba naciendo lo que muchos llamarían, “el hombre nuevo”. ¡Ay de quien no leyera al poeta, escuchara el discurso o hiciera eco de aquel parto donde “La Patria estaba pariendo un corazón! Nada ni nadie pudo apartar a Clavelito de su amado novio, ni sus padres, ni los amigos, ni la sociedad, ni toda la fealdad de este flaco que siempre fue su amor, quién llenaba toda la pobreza en la que había nacido, la que cubre el alma y llena el cuerpo.

 

VIOLETA

Se había criado en un solar de La Habana vieja en medio de una terrible promiscuidad, nunca conoció a su padre y desde niña fue el puntal donde descansaran todos sus hermanos, esa gran prole de diferentes colores y tamaños. El alcohol nunca faltó en eso que alguna vez trató de llamarse hogar, contrario a ello, escaseaba la leche para llenar estómagos vacíos en 

la mañana, cosa que a su madre nunca le preocupó, mulata que aun después de haber parido varios hijos, conservaba un cuerpo envidiable sin haber asistido a un salón de ejercicios. Ejercicios fueron los que siempre practicó en la cama, afirmaban las malas lenguas que era la mejor del barrio moviendo la cintura, lo decían incontables jóvenes que pasaron por su barbacoa. Debajo de aquella armazón de tablas viejas, sus gemidos y los del tipo de turno, en perfecta sinfonía con los acompañados ruidos del viejo bastidor usado como cama, no dejaban dormir a los más pequeños y entre ellos a una que ya era señorita. 

Un día, en una de esas borracheras ininterrumpidas, la madre le dijo a Violeta que había llegado la hora de que moviera el culo, porque ella también estaba obligada a ayudar a llenar esas bocas que pedían comida sin descansar. Ese día lloró como nunca lo había hecho en toda su vida y aquellas lágrimas la madre trató de borrarlas con alcohol, hasta que ella perdió el conocimiento. A la siguiente mañana Violeta se despertó con náuseas y vómitos, con dolores en todo su cuerpo, pudo observar muy cerca de sus senos marcas de mordeduras y algunos moretones. Debajo de su sábana se conservaban húmedas las huellas de algunas manchas de sangre y en medio de esa confusión no podía imaginar que la madre la había vendido a un buen postor. 

A partir de entonces nunca conocería el significado de la palabra amor y su cuerpo se convertiría en un juguete de jóvenes, viejos y borrachos. Olería a distintos sudores y su aliento cambiaría, perdería para siempre ese encanto que poseen la mayoría de las muchachitas de su edad. Muy temprano le abrió las puertas al hedor despedido por el alcohol barato y al desagradable aliento producido por el tabaco. Pasaba el tiempo y aquello que se le presentara en vida como una desgracia, llegó a ser normal para ella, tan normal, que no faltaron oportunidades en las que disfrutara sus borracheras y entrega, su fama recorrió por todo el barrio y supero al de su madre. Violeta se había convertido en una de las putas más solicitadas de La Habana Vieja con el Malecón incluido. 

 

EN MI JARDIN SE MARCHITAN LAS FLORES.

 

Pasó muy poco tiempo después de que sembrara mi jardín y las cosas empeoraron drásticamente, donde antes había una mata de rosas sembrada plantaron tomates, arrancaron las de azucenas para sembrar cebollas y así se fueron arrancando todas las flores. El jardín se convirtió en un terreno sembrado de viandas para matar el hambre, apetito que nunca se ha podido aliviar. Así se mataba poco a poco el amor que guardan en sí las flores, ahora el vecino vigilaba al vecino para evitar que le robaran. En ocasiones se mandaba a los hijos a robarse un ají, se escuchaban las noticias de alguien a quién habían matado por robarse un racimo de plátanos. Muy poco costaba la vida en este entonces, las personas costaban menos que un puerco. Se asesinaba por una bicicleta, la gente se volvía cada vez más agresiva con el prójimo y no con quién tenía la culpa de que esto sucediera. Se perdía de una vez la vergüenza y la memoria fallaba.  Aumentaba el odio y la gente seguía allí, como aferrada a algo que no existía, dominadas por un embrujo del que no podían escapar, los ataba ciegos y sordos, tristes y contentos, como animalitos de circo, moviendo la colita por cualquier golosina, delatando, asechando al que pudiera sobresalir tratando de escapar de la miseria. Nunca había existido tanta voluntad para destruir y aplastar a una persona que se atreviera a desafiar al hambre y desmarcarse de quienes eligieron donde estar sumidos por sus cobardías. De aquella maldición impuesta por el nuevo Dios y Señor que había destruido nuestras familias, nunca más se ha podido escapar. 

Ya nada tenía sentido, vivir en esas condiciones era morir más de lo que estábamos y por eso partí sin volver la cabeza. Me olvidé de aquellas flores y del jardín, delante de mí existía la posibilidad de sembrar otro, allí en aquella, Patria prostituida, el terreno continuaba siendo falso. Las noticias que llegaban eran cada vez más alarmantes, la gente perdía cada día lo poco que les quedaba, todo se agotaba en el olvido de la misma manera que las flores se marchitaban. 

 

Han pasado ocho años desde entonces y Rosita dejó de ser una rosa, se convirtió en jinetera. Quién lo iba a decir, con solo quince primaveras, sus padres se separaron y como sucede en la mayoría de los casos, el varón se olvidó de lo que atrás había dejado. Comenzó su nueva vida con la nueva esposa, nueva carne para satisfacer esa insaciable enfermedad inyectada y que está por encima de los hijos, de la madre, del hogar, del amor y de la familia. Qué importa nada de esto si nos olvidamos de los que llevan en sus venas nuestra sangre, ese es otro ejemplo de lo que es el hombre nuevo. Engendro inhumano que se aleja cada día más de cualquier animal, al menos ellos defienden a sus críos mientras los enseñan a andar. Cuanto placer debe sentir el extranjero que posea a esta dulce muñeca por solo cinco dólares, quizás por menos. Después saldrá hablando glorias de Cuba, hemos perdido lo poco que nos quedaba de vergüenza. 

A Margarita le hicieron la vida imposible hasta que lograron separarla de su novio, ¡qué extraño! No lo aceptaban porque era negro, había que adelantar la raza como dicen hoy en día y eso que el racismo se había marchado un primero de Enero. Hoy es buena, es una chica de éxitos, se casó con un canadiense de lo más bueno. El tipo la lleva todos los días en su auto al trabajo, luego en la noche va por ella. ¡Qué generoso el marido!, Margarita baila desnuda en un bar de Montreal, un día fui con unos amigos a tomarnos una cerveza y me llamó la atención cuando anunciaron entre la música a una spanish woman. Recuerdo que el número musical de su acto era un famoso disco de Santana, se ajustaba mucho a su temperamento, a su figura, a su origen tropical, cuando terminó se sentó en nuestra mesa al enterarse de que éramos cubanos. Lo hizo sin penas, sin vergüenza, yo diría que con orgullo y hasta se le notaba feliz. Ganaba más de cien dólares diarios y con ellos ayudaba a su familia, visitaba Cuba cada vez que se lo permitía el tiempo y allá era recibida como la mujer de éxito que logró algo en su vida, algo imposible para cualquier flor de su edad en la isla. No vendía su cuerpo por la ridícula suma de cinco dólares, se mostraba encuera a todo el mundo y aun así soñaba, deseaba ganar un poco de dinero para alejarse de ese mundo y estudiar algo que la convirtiera en una dama, no mostró el más mínimo signo de arrepentimiento, fingió no conocerme y la perdoné. No regresé por aquel bar para darle la oportunidad de alcanzar sus sueños, quizás lo hice por vergüenza, la recuerdo con cariño cada vez que pongo el disco que tengo de Santana.

Adelfa fue un caso triste, pero de esa tristeza que la embarga aprendió a ser humilde y buena, se convirtió en una chica generosa, no quedaban rastros de su altivez en su figurita de gimnasta. Sus padres se divorciaron y sucedió lo que les pasa a muchas mujeres en Cuba, después de ese fracaso la madre se dedicó al alcohol, al sexo indiscriminado. Su padre fue expulsado de la marina cuando se dieron cuenta que había robado demasiado, todavía usa ropa que le regalan las amistades, ropas más usadas que antes. Dentro de todas sus desgracias estudió y es la que mantiene la casa con su escaso salario, sin embargo, aun viviendo este horroroso drama, ella no ha vendido su cuerpo. 

Azucena hizo lo que hacían la mayoría de las muchachitas de su edad, se entregó al novio con amor y pasión hasta quedar embarazada. Cuando estuvo bien segura de esto, se lo informó a su madre y no quedó más remedio que apresurar la boda para guardar unas apariencias que no existían. No les quedó más remedio que aceptar al muchacho, pero solo a duras penas. A sus espaldas se sembraba la discordia y se hacía lo imposible por romper un amor que había nacido desde que eran pequeños. No se sabe de cual manera la convencieron su madre y la abuela para que se hiciera un aborto a espaldas del marido. Azucena era débil de carácter y no pasaron mucho trabajo para convencerla, cuando el muchacho se enteró de aquel premeditado crimen en contra de algo que lo había hecho soñar y ser feliz, no lo pudo aceptar y se separó de ella. Separación llevada entre mares de lágrimas por parte de ambos, aceptada con alegría por madre y abuela.

Aquella decisión fue irrevocable y a los pocos meses de esta separación, la casa estaba adornada de nuevos equipos, podían ver las novelas en un 

televisor a color, oír la música estéreo, cocinar en una cocina eléctrica, ventiladores y cuantas mierdas son importantes para que un ser compita con el otro, solo por decir cuando se hable de estas cosas; yo lo tengo.  Azucena también había triunfado, hoy vive en Italia donde el marido la exhibe como una pieza de caza, otras veces como un trofeo y en muchas oportunidades como algo que se exhibe en los museos Su madre y su abuela eran felices gracias a las desdichas de esta chica que nunca supo imponer su criterio, hoy extraña a quién de verdad fuera el amor de su vida y no siente placer cuando hace el amor, abre las piernas por reflejos condicionados, nunca ha logrado un orgasmo. 

Jazmín terminó la Secundaria Básica y el padre la obligó a ingresar en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos. De nada le sirvieron al padre todas las medallas y galardones ganados durante su vida para hacer cambiar de idea a su hermosa hija. Desde el primer instante comenzó a suspender todas las asignaturas, hasta que le dieron baja del centro, luego, como la hija lo había defraudado o traicionado según su concepto y modo de ver la vida, la rechazó cuando regresó a la casa. Solo los lamentos de la madre la salvaron de ser excluida de lo que allí llaman el núcleo familiar. Comenzó a trabajar en el hotel Jagua de Cienfuegos, hasta que un día llegó un viejo de billetes y se la llevó. Se convirtió de esta manera en gusana y traidora a su patria. El padre que le dio vida no le hablaría nunca más por el delito que cometió en apariencias su hija, sin embargo, la vida da muchas vueltas y en una de ellas ese viejo salvaje cayó en el Nadir de su existencia. Se enfermó y los hospitales de los que tanto hablaron, no tenían los medicamentos ni la alimentación para salvarlo. Aquella muchachita traidora, despreciada y casi olvidada por ese viejo, fue quién le mandó todo lo necesario para que le salvaran la vida, los criterios varían de día en día allá en Cuba, no sé si todavía el padre la considere gusana. Puede que sí, nadie conoce los límites de la terquedad en el ser humano y en el caso cubano es multiplicado por el fanatismo y ceguera sembrada en el alma de muchos habitantes.

Clavelito es recordada como el símbolo de la rebeldía de la mujer cubana, de la fidelidad y del amor que pocos han sentido. Su novio fue un perseguido y condenado por una sociedad a la que nunca hirió, perteneció al grupo de muchachitos rockeros cuyo único delito fue el de admirar esa música y ante tanto asedio se inyectaron el virus del sida, ella no lo abandonó y se entregó a él en cuerpo y alma para que le contagiara la enfermedad. Dios debe haberlos perdonado por esta locura que cometieron esos jóvenes, allá en el cielo deben estar disfrutando esa música por la que murieron. Con una melodía celestial, Clavelito, su novio y compañeros, no podrán ser olvidados por la gente de nuestro pueblo, al menos, por aquellos que aún conservan un poco de dignidad humana y vergüenza, por los que tienen decoro, por los que están durmiendo y también por los que han guardado silencio dando muestras de una inmensurable cobardía. 

Violeta siguió toda su vida confundida, tanto lo fue que un día se vio sacando el pasaporte para marcharse a Afganistán, no sabía dónde quedaba este país, tampoco le importaba, lo único que tenía en mente era escapar de aquel infierno, donde ya su cuerpo comenzaba a costar menos y la competencia aumentaba. Nada sabía de la religión musulmana y el único harén en el que había vivido, estaba compuesto por sus hermanos. Después de tantos vuelos se vio vestida con una especie de turbante y era obligada a practicar algo para ella desconocido que llaman Ramadán. Sus primeros tiempos los soportó mientras reconocía el terreno, pero seis meses fueron más que suficientes para decidir huir de aquel nuevo infierno en el que había caído por ignorancia. Logró hacerlo y en ello le ayudó mucho su valentía, cuando todos habían perdido sus contactos con esta muchacha y la daban por muerta, apareció de nuevo en España cargando con ella una hija fruto de esa unión con el árabe. 

De aquel hermoso jardín encontré flores regadas por muchos rincones del mundo, unas hablando japonés, alemán, francés, viviendo en países mas pobres que el nuestro y cuando las veía se me partía el corazón, me acordaba mucho de aquellas otras infelices alemanas, rusas, búlgaras, etc., que fueron a nuestro país pensando que escaparían hacia un paraíso y caían en una nueva trampa. 

Pasan los años y con ellos se marchan muchas esperanzas, se marcha también una juventud que no volverá a florecer jamás. Han sido cuarenta años 

destruyendo flores y con ellas lo que debió ser un hermoso jardín, se olvida cada día más de pronunciar la palabra amor. La familia se disuelve también, separadas por la distancia y falsas ideologías, se pronuncia con otro sentido la palabra Patria, algo que siempre ha sido de todos, es ahora propiedad de un Partido que se ha encargado de su ruina total, convertida unas veces en prostituta o proxeneta. 

Los Galanes de noche no quieren ambientar la atmósfera con su fragancia, sienten pena por la pérdida de sus flores. El Galán de día tampoco quiere abrirse y mira a su alrededor con mucha cobardía. El Girasol ya no gira y no le llama la atención un sol que debía alumbrar con la misma intensidad a todos. La pequeña palma que sembraron un día en aquel jardín no para de crecer, como queriendo alcanzar el cielo, huyendo de todo lo que se mueve muy cerca de ella en el suelo, lo hace triste, avergonzada y con mucho dolor al ver la indiferencia de todos los que podían ser sus jardineros. Se eleva tal vez tratando de hablar con Dios y pedirle que un día le de tiempo a todos esos seres que una vez vendieron a sus hijas, para que puedan confesarse antes de partir para el infierno.

 

Con mucho amor para todas esas muchachitas que un día vendieron sus cuerpos para alimentar a sus familias. A las mal llamadas jineteras y también a esos chicos de la provincia de Pinar del Río que se inyectaron el virus del sida. A todos ellos los recuerdo con mucho cariño y vergüenza porque ellos son hijos de nuestro pueblo, a ellos también les pertenece esa Patria hoy prostituida. 

 

 

 

Esteban Casañas Lostal

Montreal. Canadá

1999-08-13

 

 

 

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viernes, 2 de junio de 2023

EL SON DE LA MONTAÑA

 

EL SON DE LA MONTAÑA


El autor de estas notas a la edad de 4 o 5 años. ¿Quién pudiera saberlo?


-Muchas veces quise dicirlo, pero a la gente de hoy in día no le gusta oírle a un viejo, too lo que hablamos es profecía, solo dicimos mierdas, recuerdos que a la gente no les interesa. Es como si estuviera rodeado de sordos, di toas formas yo hablo y pa callarme hay que darme un trancazo en la boca, na tengo que perder, soy un viejo, medio ciego, cagalitrozo, casi un estorbo, pero no soy mudo, ni sordo como muchos cabrones.

 

 Ese era el pan nuestro de cada día de Gumersindo, hoy viejo, jorobado por el peso de los años, pero más que eso, por el de los sufrimientos. Uno de aquellos pocos testigos de un tiempo algo lejano, de aquellos que han parecido siglos y se llevan en las espaldas y la conciencia, de esos que joroban y nunca se endereza.

 

¿Quién mejor que él? Nadie, ya quedan pocos de su generación, de aquellos que lo vivieron todo y cruzaron dos largas fronteras, las de dos siglos en medio de infructuosas esperas. Ya apestaba el pobre viejo, no podía ir hasta el río a bañarse y los pocos nietos que allí vivían, no le cargaban un cubo de agua. Cuando se cagaba, iba por el camino que tantas veces había recorrido y se demoraba años en llegar hasta aquellas limpias aguas, lavando la mierda y la ropa se gastaba medio día, y otro para volver a subir la loma ayudado por un improvisado bastón que él mismo se hizo, con un pedazo de guayabo.

 

Nadie sabe las veces que le había pedido al supremo le adelantara la fecha, pero parece que en el cielo también eran sordos, como si le hubieran ordenado que permaneciera en la tierra, porque allí harían falta testigos. Olvidado permanecía todo el tiempo encima de un taburete, recostado como siempre lo hizo, al lado de la puerta de entrada al bohío, el mismo que él levantara hacía mucho tiempo, antes del cual, nacieran sus hijos, mucho antes de que aparecieran esos nietos que hoy lo ignoraban, y allí, inclinado, permanecía muchas horas, días enteros, hasta que se sumaban en años y toda una vida, desde que le comenzaron a fallar muchos órganos del cuerpo.

Hablaba solo y lo acusaban de loco, hablaba y no paraba de hacerlo. Lo hacía con un pájaro que pasaba y sus ojos no podían distinguir, los adivinaba por la velocidad de sus vuelos. Con las vacas sueltas que hoy eran muy pocas, con los caballos que se aproximaban. A estos los adivinaba por el sonido de los cascos, nunca le importaba los jinetes que los cabalgaran, estos cambiaban de la noche a la mañana, no así el paso de las bestias, ni sus resoplidos. Eso lo aprendió con los años, y eso, no lo aprenden los guajiros de hoy, porque sus oídos están adaptados a otros sonidos, a las marchas, los discursos y a la radio.

 

Era un loco empedernido, el más viejo de los locos y ahora estorbaba. Digno de una risa hiriente de aquellos que no lo conocían, entre ellos de su propia familia, nacidos después que aquellos montes fueron tumbados a huevos y machetes, risa, nunca conoció algo tan humillante, pero el Señor era cabrón, allí lo tenía molestando y molestándose, cagándose de vez en cuando como castigo y realizando esos largos viajes.

 

- Mierda de campo, de haberlo sabío me hubiera ahorrao mucho trabajo, es como un castigo por lo que nunca hice, que el señor me perdone, pero esto no me lo merezco. Eso se decía todos los días antes del almuerzo, se lo repetía una y otra vez, hasta la santa hora en que se tiraba en la hamaca que le habían asignado, como si fuera un muñeco que todos trajinaban en la casa; ¡Qué malo es llegar a viejo! Siempre se decía (cuando hablaba para sus adentro), cuando evitaba que lo oyeran, para que no supieran que hablaba un viejo.

 

-Ya esto no es campo compay, esto es mierda, campo era otro, donde el guajiro amaba la tierra, aquello sí que era otra cosa, en too, las gentes eran diferentes. Lo mismo que las siembras, nojotros los guajiros nos sentíamos orgullosos de nuestras tumbas (pedazo de monte tumbado por un guajiro y sembrado), hoy día no hay na de eso, hasta los pocos metros de tierras que teníamos pa mantener la familia han desaparecío porque naide las atiende. Había que oírlo, nadie lo escuchaba, desgraciadamente en ese país, todos se quedaron sordos.

- ¿De qué sirve compay? ¿De qué han servío toas esas cosas que tanto anuncian? De na, porque si te fijas, no han servío de na, el campo está abandonao. ¿Antes? En esos tiempos era otra cosa, compay. El guajiro era orgulloso de serlo cuando de verdad lo era, nunca se avergonzó como ahora de su origen y la vida era otra, era dura, en todos los tiempos lo ha sido pero no tanto como hoy, donde el ser le pierde el amor a la tierra, esa, a la que nojotros le hemos arrancao de las entrañas toos los alimentos, y mira, han traío a toa esta gente que hoy no miran pa ningún lao.  Hablaba y nadie lo oía, solo los pájaros, por su lado corrían algunos niños, luego, después de los doce años no los volvería a ver o sencillamente escuchar sus pasos, desaparecían, como los otros que partieran mucho antes, esa era la vida ahora, todos escapaban.

 

-Mierda que se oye por ese aparato de pilas, decir que esa es música guajira, como si uno fuera comemierda, música era aquella, la de los guateques, ¡qué fiestas aquellas!, ¿quién se acordará de ellas? Solo los viejos, pero creo que quedamos muy pocos y nos tienen tirados a basura. Por cualquier motivo se armaba un guateque, no eran muchos en el año, un bautizo, algún cumpleaños, pero el más importante de toos era el de fin de la zafra, hablo de la del café, por supuesto. Siempre se hacía en casa de Silvano, era el que mejor tenía su bohío y se prestaba pa too eso, la gente colaboraba desde días anteriores a la fiesta, unos llevaban viandas, otros unas gallinas, un guanajo y no podía faltar el puerco, ese que solo sabe hacer un guajiro, en puya, relleno de congrí o sencillamente, así como lo hacen, cavando un gran hueco a la tierra y quemando muchos palos hasta que quedan las brasas. Palos de todo tipo, palos del monte que le dan un sabor diferente a las carnes y al final para rematar, muchas hojas de guayaba que producen un humo con un dulce aroma, y esta le penetra a la carne y le da un típico sabor, eso solo lo saben los guajiros, pero no los de ahora, ni los que viven a lado de las carreteras, el del monte digo yo, el de la Sierra.

 

Siempre se veía el correcorrre de las mujeres, de las jóvenes y las viejas. Hasta de las que estaban empollando y se les notaban pequeños bulticos debajo de los vestidos a la altura de sus pechos. Ellas también se calentaban, todas esperaban ilusionadas a que llegaran sus conocidos y vestían sus mejores faldas, bien blancas y estiradas con las planchas de carbón y que les llegaban casi hasta el tobillo. La cabellera larga, muy larga y negras casi siempre, brillantes, brillo que obtenían con el aceite de coco que se untaban, ligados con una colonia que olía a limón puro, creo que le decían mil ochocientos. No la recuerdo mucho, pero un gran pomazo costaba menos de un peso, ese era el perfume de los pobres, para sus pocas fiestas en el año. A alguna que a otra se le antojaba lucir ese día su mejor pañuelo de cabeza, tal vez el único, el que se usaba para las celebraciones, de colores muy chillones que contrastaban con la blancura de sus vestidos. Para caminar por el monte lo hacían con alpargatas, dentro de un jabuquito traían los zapatos de las festividades, los que usaban también cuando llegaban hasta el pueblo, todos eran bajitos, a ninguna se le hubiera ocurrío usarlo de tacones donde todos los pisos eran de tierra. Yo vide a muy pocas que se hubieran pintado las bembas, no lo hacían, porque decían los machos, que eso solo lo hacían las putas del pueblo, entonces esa voz se corrió por toa la comarca, desde hace quién sabe cuántos años.

 

Las mujeres se agrupaban en la cocina, allí chismeaban y daban una mano en los preparativos de la comida y cuando comenzaba a caer la tarde, que en los montes es muy temprano, iban llegando los hombres, unos lo hacían a caballo, mostrando una montura brillante, sus arreos adornados de distintas maneras y rematando sus botas unas hermosas espuelas. Otras familias llegaban a pie y se dirigían hasta el secadero de café que Silvano tenía en la parte trasera de su bohío, era la única porción del suelo en toa la comarca que era de cemento, la perfecta para los guateques que luego se hicieron muy famosos. Los hombres continuaban en el frente, donde habían amarrado sus caballos a lo largo de una gran tranca dispuesta para ellos, algunos animales estaban sudorosos por la larga travesía. Muchos gastaban horas en llegar, pero nadie se perdía aquella fiesta que solo tenía un período anual. Corcoveaban algunos animales, mientras sus dueños hablaban de las virtudes de ellos. En un pedazo de llano que había frente al bohío, se organizaban varias carreras y siempre se apostaba algo.

 

Los músicos se iban acomodando en sus puestos, una larga hilera de taburetes se colocaba a la orilla del secadero. Una mitad de él estaba ocupada por el café de la última recogida, la del ordeño, apilada en una gran loma de granos que anunciaba la zafra había sido buena, cubierta por pencas de yarey. Las mujeres seguían a estos y se acomodaban en los taburetes, mientras las de la casa y familia, ponía una gran mesa muy cerca de la pista, con muchos y variados manjares. Toos los platos apilados unos encima del otro y los cubiertos a un lao. La gente se serviría lo que se antojaba, así era esa fiesta desde hacía tiempos que no recuerdo. Toos los hombres, al oír a los músicos afinando sus instrumentos, sacaban de sus alforjas varias botellas de aguardiente y la ponían en aquella mesa, pa que bebiera el sediento, cualquiera que fuera, allí, na era de naide.

 

Sonaron las primeras notas de un Tres y al momento arrancaron todos los acompañantes, lo hizo las claves, las maracas hechas de guira y rellenas de peonías, el guayo, hermano de las maracas, pero hueco y rayado. Le siguieron las guitarras y una marimba de cajón, que lo mismo servía para hacer de contrabajo, que se usaba como instrumento de percusión, los guajiros no sabían mucho de las tumbadoras. Sonaba la música y se podía escuchar el eco de ella en las montañas, la primera pieza casi naide la bailaba. A los músicos eso no les preocupaba, luego la repetirían y si fuera necesario lo volverían a hacer hasta el cansancio, porque ese guateque duraba hasta el amanecer. Genaro era el campeón tocando el Laúd, unos minutos después de encontrarse el pequeño conjunto tocando, él brindaba sus primeros acordes, dándole a ese Son el nivel que muchos ignoraron. Una andanada de aplausos se ganó desde su apertura, entonces, todos los muchachos dejaron de joder frente a la casa y le prestaban atención a la música.

 

Los primeros números naide los bailaba, los guajiros eran así, cortos de palabras, parcos, tímidos para sus cosas, pero eso sí, muy bravos para las peleas, muy machos. Necesitaban tomarse de un solo palo la mitad de una botella de esos apestosos aguardientes, pa dejar en la parte vacía de ellas, parte de su vergüenza. Entonces, era cuando de verdad se envalentonaban y llegaban hasta la hilera donde estaban las muchachas y con mucho respeto le solicitaban una pieza. Ninguna se negaba, aprovechaban que la fiesta estaba empezando y eran los momentos más tranquilas de ella, tres o cuatro horas aparecerían los síntomas de la borrachera, algunas discusiones, gente a la que se le metía la cabeza dentro de un cubo de agua para refrescarle las entendederas, pero aun así, la música no paraba.

 

El guajiro sobrio es muy respetuoso, es que tenía que serlo, allí ninguna hembra andaba sola, venían con los padres, los hermanos y muchas vainas cargadas con sus machetes, que naide se quitaba pa bailar. Los hombres sacaban de su bolsillo trasero un pañuelo y lo sostenían en la mano derecha que pasaban por la cintura de su pareja. Se mantenían a medio metro de distancia y las miradas perdidas a otra parte, que no fuera el rostro de la muchacha ni la del hombre. Esos rostros eran vigilados por los padres y hermanos, también por otras comadres, como queriendo adivinar algún mensaje, porque los ojos hablan mucho más que las bocas, eso lo saben los guajiros. Separados por abismos bailaba la pareja, eran muy sencillos sus pasos, pa la izquierda y pa la derecha, eso era too, moviendo el brazo parriba y pabajo, sacándole agua al pozo, too el tiempo así, sacando agua y naa de mover las caderas ni el culo, eso es ahora que la gente lo mueve too sin vergüenza, sacando agua del pozo, en un baile que dura cien años, hasta secarlo como ha sucedido hoy. El guajiro bailaba serio, sudaba copiosamente, no era tanto por el calor del ambiente, más bien, era el fuego que lo quemaba dentro. El que produce el aguardiente, pero allí estaba, pa la derecha y pa la izquierda, mientras la vaina del machete le chocaba la pantorrilla en esos movimientos y le recordaba que era un macho. Mostraba con mucho orgullo su mango de nácar, luego, después de terminar la pieza, la acompañaba hasta su asiento e intercambiaba cumplidos con la familia, quienes se interesaban por la suerte de sus padres y animales.

 

El primer descanso de los músicos, se utilizaba por los presentes para atacar la mesa donde se hallaba expuesta la comida, el lechón era picado a golpe de machetes y cada cual se servía un buen trozo acompañada de viandas de too tipo. Se bajaba con unas deliciosas limonadas y cada cual se sentaba en sus mismos puestos. Las mujeres hablaban con disimulo de los hombres, mirándolos con el rabillo del ojo, los más jóvenes se iban para el frente del bohío donde cruzaban infinidad de jaranas, acompañadas de chiflidos y gritos que le dirigían a las montañas para decirles que estaban contentos, éstas, les respondían inmediatamente.

 

Casi siempre y después de la comida, comenzaba una parte importante del guateque, eran las “Controversias”. Dos o tres poetas improvisaban versos cantados o décimas, generalmente se iniciaban como simples retos entre ellos, para ver quien se distinguía más, pero en la medida que avanzaba el tiempo, aquellas décimas se hacían más provocativas y ofensivas, motivo por el cual había que tener mucho cuidado, porque no fueron pocas las que acabaron a trompadas limpias y algunas a machetazos. Esto ocurría con gente que llegaba de otras zonas y siempre sucedía eso, ante el celo de los guajiros que cuidaban sus palomas. No por estas razones se podía asegurar que la gente del campo fuera mala, todo lo contrario, eran bondadosas y generosas, muy solidarios con los que se encontraban jodíos, porque si de eso se hablara, cada cual había tenido sus experiencias. Hoy es diferente, es como si el guajiro se haya convertido en bandido y sinvergüenza que se aprovecha del mal de la gente.

 

En una de esas fiestas bravas fue que me robé a Rosario, lo había planeado desde mucho tiempo antes de las celebraciones por el fin de la zafra, me lo jugué el too por el too, pero me salí con las mías. Aquella hembra era el centro de la vista de toos los guajiros del cuartón, pero yo sabía que ella me pertenecía, fue muy difícil nuestra relación, solo cruces de miradas y un deseo que te rompe las entrañas. Too lo preparé muy bien y nada podía fallar, de suceder, me hubiera costado la cabeza. Nunca había observao tanta vigilancia sobre una mujer, las razones eran fuertes, pero a mí se me metió dentro de esta cabeza con mucha fuerza, por eso, me intrinqué en el monte, por donde naide pasaba y allí preparé una guarida donde acumulé alimentos, tal vez para soportar una semana sin salir a la vista de naide, pa que naide nos molestara, fue debajo de una yagruma, bien metío monte adentro, pero desde donde divisaba la guardarraya que salía de los Silvanos. Esperé con mucha paciencia, con toda la que existe en el mundo entero, hasta que la gente estaba contenta y había pasado la media noche, mucho tiempo para que el alcohol hiciera sus efectos, entonces, cuando el conjunto tocó uno de esos sones que siempre me gustó, uno suavecito de verdad, le dije, cuando le di la espalda a su familia que no paraba de mirarme los labios; Te espero detrás de la letrina dentro de un rato, solo parte cuando no me veas, no te preocupes por nada porque yo te estaré mirando.

 

Aquella hembra era de ley y ya era hora de que tuviera a su macho, dispué de la pieza me perdí, hice como el que va a servirse un trago y a naide le llamó la atención. En verdad que muchos estaban medios borrachos, entonces, por un costado del bohío penetré en la oscuridad y me dirigí hasta el fondo de la letrina. La peste a mierda me tenía molesto a los cinco minutos de estar allí, pero desde ese punto podía vigilar todos los movimientos de mi hembra, el tiempo pasaba y vi como dos muchachas se acercaron a la letrina, adentro había un candil encendido y ellas entraron al mismo tiempo. Yo podía observarlas por las rendijas y oír como salía disparado el chorro de meao por esa presión de haberlo aguantado varias horas, luego, cuando terminó la primera se sentó la segunda y el ruido fue similar. Hablaron dos o tres cosas de los muchachos y se largaron, Rosario continuaba con su madre, aquella vieja no le perdía ni pies ni pisadas y eso me encabronaba, no comprendía esa actitud de las viejas en querer conservar a las hijas como estatuas, comencé a ponerme nervioso en la medida que el tiempo pasaba. En cualquier momento a la vieja se le ocurría la brillante idea de pasar al interior de la casa y too se iba al carajo, estaba refrescando.

 

De pronto, me llené de esperanzas, vi como Rosario se levantaba de su taburete y con la mano hacía una señal en dirección a la letrina. Allí quedaban la vieja esperando, los músicos tocando y los hombres empinándose del pico de las botellas. Muy poca gente bailaba, todos llevaban el mismo ritmo, desde el lugar donde me encontraba parecían muñequitos, pa la derecha y pa la izquierda, pa la derecha y pa la izquierda, los brazos lo mismo, parriba y pabajo, parriba y pabajo, sacándole agua al pozo, hasta secarlo. A solo unos pasos de la puerta llamé a Rosario, ella se dirigió a la parte trasera por el lado contrario a donde yo estaba, no pude evitar darle un beso, uno muy largo que duró una eternidad, había sido el primero de cientos que cambiaríamos en vida, después la tomé firme de la mano y ella se dejó llevar. Yo tenía medido todos los pasos, cada maraña del monte me lo conocía al dedillo, cada piedra, cada hueco que existía en mi camino, por eso no nos caímos a pesar de la oscuridad y avanzábamos rápido, hasta que las notas de la música se oían lejanas, hasta que estas dejaron de sonar y solo se escuchaban gritos y chiflidos que la montaña contestaba. Solo un nombre retumbaba todo aquello y era el de mi amada, unos veinte minutos después de haber salido llegamos al pequeño ranchito, lo levanté con cuatro estacas y le puse techo para no mojarnos en caso de que lloviera, pero ese no era nuestro hogar definitivo, ese era el de nuestra Luna de Miel, el de dos fugitivos.

 

Nos acomodamos en un lugar de la maleza desde donde podíamos divisar la guardarraya, siguiendo a los gritos, vimos aparecer los mechones que la gente llevaba en las manos para alumbrarse el camino. Los gritos ahora los sentíamos más fuertes, casi a nuestro lado; ¡Chayoooo! Era respondido rápidamente por las montañas, nuestras cómplices. Volvían a gritar y las lomas les contestaban de nuevo, vimos andar a toda una caravana de luces por aquel camino, se detuvieron en el río y solo unas continuaron el ascenso de la montaña vecina, debieron ser los familiares, los verdaderos interesados en la guajira. El resto de aquellos mechones regresó por donde habían bajado, no querían que se aguara la fiesta por una hembra robada o escapada. Cuando pasaron otra vez cerca de nuestro observatorio, pudimos oír algunos comentarios, unos se reían, pero todos estaban intrigados. No sabían con quién se había escapado la muchacha, se encontraban confusos por los efectos del alcohol y por el alboroto que la vieja había formado a la entrada de la letrina. Como toos los hombres salieron rápido en busca de la pieza extraviada y en medio de la oscuridad, nadie supo quién era el que faltaba.

 

Dispué que desfiló la última lucecita, le tomé la mano nuevamente y la llevé hasta el ranchito. Yo había preparado una cama con cuatro estacas como patas clavadas en el suelo, el bastidor lo construí con las fibras tejidas de la corteza de majagua y de colchón usé sacos de yute rellenos de paja, pero siempre me traje una vieja sábana de la casa. No podía quejarme, la montaña es generosa con quienes la conocen, colgados del techo y metidos en sacos, tenía los aprovisionamientos para unos días y algunos trastos, debíamos esperar a que pasara la furia de sus padres y hermanos, un guajiro encabronao es peligroso, nunca comprendí por cual razón formaban todo ese espaviento, si allí en las montañas toas las hembras fueron robadas, hasta la madre de Rosario y la mía propia.

 

Nos tiramos sobre aquel lecho que olía a toas las yerbas del mundo fundidos en un beso, puedo asegurarles que en esos momentos no sabía cómo seguir adelante, juro por Dios y toos los Santos, que nunca me había acostao con una mujer. Desde muchacho resolvíamos las cosas como se hacían en el campo, unas veces nos íbamos un grupo para el río con una yegua y allí armábamos la cola detrás de ella, cada cual con la picha parada, sin pena alguna y entre risas, cada uno cumplía con su turno, toiticos nos veníamos dentro de la desgraciada y veíamos como a la cabrona se le salían las goticas de leche y nos reíamos sin vergüenza por lo que hacíamos, esa era nuestra vida. Los más osados y algo mayorcitos, se gastaban un peso con las putas del pueblo, cuando un peso valía algo, pero eso no era muy aconsejable porque algunos pescaron enfermedades. Por esa razón, era mejor metérsela a una yegua, nosotros las conocíamos y sabíamos que no estaban enfermas. Otras veces, vigilábamos cuando las muchachas se iban a lavar al río y nos escondíamos durante muchas horas, hasta que ellas se desnudaban para bañarse, entonces en silencio, nos botábamos una paja, luego abandonábamos los escondites y comentábamos sobre las tetas de Marita o la pendejera de Tomasa, así, hasta que nos enterábamos cuando volvían al río nuevamente.

 

Cuando ardíamos como tizones para asar puercos, nos fuimos desnudando sin ningún tipo de recato, a lo lejos volvió a escucharse la música y la majestuosidad del Laúd sobresaliendo por encima de todos los instrumentos. Por un instinto natural me coloqué encima de ella sin despegar los labios y sin saber cómo continuar, ambos nos encontrábamos desesperados por llegar a este momento, ella me ayudó y como un animal salvaje, hice lo que hacen todos los animales. Luego, entre gemidos y con ese agradable aliento chocándome en pleno rostro, me vino a la mente el baile, el movimiento de las manos parriba y pabajo, parriba y pabajo, solo que aquí no le sacaba agua al pozo, bailé el Son más sabroso que se puede bailar en las montañas, echándole hasta llenarlo.

 

Caímos muertos mientras amanecía, la música no paraba de sonar pero ya se había acabado el repertorio, repetían la primera, la segunda, la penúltima y sobresalían ahora los gritos que se producen en la borrachera. De nuestro acto solo fueron testigos las estrellas que se empinaban más altas que aquellas montañas, una de ellas debe ser ahora Rosario, quien no quiso que yo la acompañara, dejándome solo como testigo de todos estos cambios.

 

Así gastaba el día Gumersindo, hablando y hablando, para un público sordo y enano, recostado en su taburete, adivinando cuando pasaba un pájaro carpintero, tal vez un tocororo. De vez en cuando llegaba hasta él el viejo perro de la casa y se tiraba a su lado para tomar el sol de la mañana, cuando la sombra le tocaba la punta de las alas de su inseparable sombrero de yarey, sabía, que cuando ella llegara a las rodillas cantaría la guacaica. Entonces, Margarita llegaba del campo sofocada, lo hacía después de llevarle el almuerzo a los muchachos y le traía su plato de viandas, el que se comía en la misma posición. Luego caía con esa modorra o sopor que produce el estómago lleno en una agradable siesta, siempre con el sombrero cubriéndole la cara.

 

Ese día, la sombra tocó el sombrero y cantó la guacaica pero Margarita no llegaba, el viejo sintió un fuerte latigazo en el pecho y comprobó que la lengua se le entumecía, le faltaba el aire y no hizo nada por retenerlo. Se tiró el ala del sombrero sobre el rostro como hacía después del almuerzo, mientras de sus labios brotaba una feliz sonrisa, vio como su alma se separaba de aquel cuerpo cansado y enjuto, marcado en los últimos minutos de su larga vida, por esa felicidad que lo acompañó en sus largas jornadas dentro de esas montañas. Chayo lo tomó de la mano y partieron de nuevo, ahora era ella quien se lo robaba.

 

Margarita llegó como siempre con el plato en las manos y se asombró de verlo con el sombrero sobre el rostro, lo llamó con insistencia y el viejo nunca contestó, cuando levantó el sombrero, la felicidad reflejada en el rostro del viejo opacó su dolor. Llegaron muchos de todos los cuartones vecinos, de su generación quedaban pocos, pero se hicieron llevar para despedir a aquel amigo. Llegaron los de la generación siguiente, solo faltaron los nuevos, los que se dejaron arrastrar por las nuevas corrientes, esos no se enterarían de la muerte del viejo, no creo les importara mucho, menos aún le importaría a él. El funeral se hizo al estilo de sus tiempos, en el campo muy poco había cambiado, fueron muy leves el soplo de esos vientos que todo lo revolucionaron. La noche se alumbró de candiles y mechones que llegaban de distintas direcciones, muchas más que aquellas que los buscaron la noche del guateque cuando se robó a su hembra. Se preparó comida para todo el mundo y no faltaron las botellas de ron. En el cuarto lloraban las comadres, las hijas y las nueras, afuera, los hombres hablaban de sus bondades. Se cavó una fosa al lado de la de Rosario, muy juntas, como estuvieron toda la vida y cuando la rústica caja descansó en el fondo, el hijo de Genaro sonó el Laúd para entonar un Son, aquellas celestiales notas lloraron sin consuelo.

 

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá

20-09-2000.

 

 

 

""CANTO POR UN AUSENTE""

 

 

¡Canta Trovador! ¡Trovador canta!


Un solo de tres como introducción, 

le siguen las maracas, 

entra las claves y el guayo, protesta el bongó, 

bailan las guitarras y el bajo, 

hace su reverencia el laúd, 

bajan de tono cuando oyen la voz del cantante.

 

Canto a mi cielo, nublado o despejado,

celeste, añil, prusia, negro o gris, unas veces estrellado,

canto al lucero del alba, a mi sol ardiente, canto a la luna,

a la luna del poeta, a la del desvelado enamorado,

canto a ese cielo apacible y tierno,

bruto, fiero y temible cuando está enojado.

 

¡Canta Trovador! ¡Trovador canta!

Canto a la tierra que me vio nacer,

a sus valles, ríos, y a sus montañas,

le canto al zunzún y al Turquino,

a mis sabanas con sus cañaverales,

al surco y la guardarraya, al dulce olor de los Centrales.

Canto a las hermosas mujeres, a la madre, la esposa, a la amiga,

a la hermana, a la buena hembra, a la trabajadora, 

a la jinetera, a la artista y a la viuda que llora, 

canto a la maestra, a la blanca, a la negra, a la mulata.

 

¡Canta Trovador! ¡Trovador canta!

Canto a mi comida, lo hago por el lechón, la yuca, el boniato, 

el arroz con frijol, el ajiaco y la harina. 

Le canto a mi Son y a mis palmas, 

también a la Mariposa nuestra flor, 

al ron y al tabaco, al café sin mezclarlo

 y al hermoso Tocororo por su color............

 

...................... Silencio .... .............

 

¡Canta Trovadora! ¡Trovador canta!

No puedo, ya he terminado,

¿no oyeron que pararon las maracas?

Y al mar, ¿por qué al mar no le cantas?

Porque algo se me quiere salir del pecho,

se me traba la garganta y no tengo inspiración.

No importa Trovador, yo te doy el pie de amigo,

tal vez así regrese la musa de tu arte,

pero canta, cántale al mar por favor.

Aquí van mis palabras, en desorden, sin hilarvarlas; profundo, negro, violento, Changó, tumba, sediento, inanición, niños, balsas, olas, viejos, Orula, lanchas, detonación, crimen, escualos, Yemayá, estrecho, jóvenes, mujeres, alucinación embestida, desaliento, Ochún, futuro, sueños, recuerdos, colisión, quemaduras, pánico, gritos, súplicas, deshidratación, disparos, avión, frío, lluvia, espejismo, vómitos, traición , violencia, sacrificio, Obatalá, esperanza, hambre, desesperación, ilusiones, miedo, silencio, delfines, mareos, revolución.

 

¡Canta Trovador! ¡Trovador canta!

Canta en rima, en décimas, en prosa, desafinado,

aunque pierdas la voz y sea tu último canto,

cántale al mar y a nuestros muertos, a los asesinados,

para que se entere el cómplice y sordo mundo

para que sepan que no están olvidados y tienen voz,

para que tiemblen los verdugos y los generales.

 

¡Canta, canta sin parar Trovador!

Suena el laúd, la guitarra y el tres,

lloran las maracas, el guayo, las claves y el bongó,

se oyen del trovador las mejores tonadas,

palabras que nunca serán olvidadas,

para que no tengan que cantarse mañana.

 

 

 

Esteban Casañas Lostal

Montreal, Canadá

02/10/2001

 

 

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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...