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miércoles, 13 de febrero de 2019

EL DIA QUE ENCONTRE AL SOCIALISMO. CAPITULOS (I Y II)



                  EL DIA QUE ENCONTRE AL "SOCIALISMO".                                               CAPITULOS (I Y II)





No creo haya existido un marino cubano más deseoso por conocer el “campo socialista” que yo, arrastraba en mi estela más de una veintena de países visitados y solo tres de ellos no podían calificar como capitalistas. Viet Nam estaba hecho talco, hacía solo dos años que habían salido de una guerra. Yo estuve con ellos en el setenta o setenta y uno, la memoria comienza a borrarse y debo apurarme. China traicionó todas las ideas que me habían vendido sobre ella y desprecié la posibilidad de que Cuba la imitara. Nuestro país andaba peleadito con ellos y de Luna de Miel con los rusitos. Los de ojitos rasgados acusaban a los bolos de “revisionistas” y ellos le pateaban la bola con igual acusación. Nos pedían mucha prudencia y discreción cuando la visitábamos. No podíamos hablar mal de los bolos, ni darles la razón a los asiáticos. ¡Qué clase de drama para el que gustaba tomarse una cerveza y después de la tercera tratar de arreglar el mundo! Todos vestían igualitos, muy uniformados, gris o azul con una medalla roja y la figura dorada del amado Mao en el pecho. 


Shanghai se encontraba pintado color de churre, muy enmohecido por la ausencia de pintura desde que el vejete llegó al poder y ausencia total de putas que nos dieran la bienvenida. Viajes casi diarios hasta el Seaman Club a jugar ping pong entre nosotros y beber alguna cerveza Tsingtao. Ausencia total de pobladores, solo los empleados que seguramente trabajaban para la inteligencia china, como en la isla. Alguno de ellos siempre se encargaba de llevarnos hasta la librería del local y nos decía que podíamos servirnos con cualquier ejemplar de los existentes. Todos eran gratis y de un solo autor, Mao. Para ponernos a tono con la población, nos dejaban agarrar cualquier medallón del viejo. Los había de todos tamaños, colores y temas. Mao con un tren a su espalda, ese no me cuadraba, yo no era ferroviario. Mao con un avión que nadie podía volar, tampoco me cuadraba, yo no era piloto. Mao con un bus, una chiva, una vaca, una universidad. ¡Coño! ¿No hay ninguno del abuelito con una puta? Buscaba, buscaba y luego me conformaba con uno que tenía la proa de un barco. Cargaba varios de ellos para regalarlo a los fiñes de la cuadra y de paso le llevaran uno al chino bodeguero. Podíamos andar “libremente” por la calle, sí, entre comillas. Pocos metros a la salida del Seaman Club, alguno de ellos nos seguían y no podíamos identificarlos. Es tan difícil hacerlo con un chino en China como con un negro en África, todos se parecen. Caminábamos por estirar las piernas porque en la calle no existía nada agradable que mirar y a pocas cuadras nos seguía todo un ejército de curiosos que nos observaban como extraterrestres. Nada de eso me convenía para Cuba, no lo imaginaba.

Corea del Norte fue la peor experiencia hasta ese instante, vestidos como los chinos, del mismo color y una tristeza que se podía sentir a distancia. No podíamos andar fuera de los límites del puerto y para bajar a observar los calados debía hacerlo con el pasaporte. Estaba terminantemente prohibido pescar, tal vez por temor, imagino, que le fueran a medir la profundidad al puerto. Nos colocaban bocinas muy cercanas al buque con una música de espanto, discursos, gritos, consignas, himnos de guerra y cuando por fin ponían alguna música era para despedir un funeral. Nuestra diversión consistía en pedirle al conductor de la vieja locomotora de vapor que sonara el pito, poco nos importaba la hora, luego nos regañaron por hacerlo de madrugada. De todas maneras continué haciéndolo y ya el coreano me conocía y lo hacía sin solicitarlo. Era bellísimo aquel artefacto que conservaban brillante por orden quizás del partido. En su proa mostraba un dorado y alado “Caballo de Chullima”, no sabía que carajo significaba. Para completar, estaba engalanada con una docena de banderitas que flotaban muy alegres y le daban el aspecto de una carroza de carnaval. Gocé tanto que los días se alargaron demasiado y todo se convirtió en una tortura, tenía deseos de largarme al carajo de aquel otro paraíso que nos vendían en Cuba. Descartada cualquier probabilidad de que esos sitios fueran “socialistas”, mi mente me atrapó en el insano deseo de conocer cuál sería nuestro futuro. Algo siempre me preocupó y me preguntaba, ¿por  qué los barcos de los países socialistas pueden visitar a la isla y nosotros no podemos llegar hasta el de ellos? ¿Intriga, misterio, cuestión de seguridad nacional, secretos de estado, no quieren que miremos? Con lo comunicativos que somos los cubanos, hummmmm.


Ese día llegó en el año setenta y cuatro, viajaría hasta Varna a bordo del buque Renato Guitart. Hacía muy pocos días que le cambiaron el nombre de “Jade Islands’ por uno un poco más caribeño. Daría ese viaje con una de las tripulaciones más divertidas que conocí en nuestra flota, lo eran tanto, que arribaron con tres cadáveres en su nevera por ingerir alcohol metílico. No puede negarse que eran unos chicos contentos que solo se preocupaban por beber y relacionarse con trabajadoras sociales, algo reprimidas entonces por practicar la profesión más antigua de la humanidad.


Yo era Segundo Oficial y militaba en la UJC por obra y gracia del espíritu santo, no podía decir que no en aquellos tiempos. Ya lo he dicho, si lo hubiera hecho no estaría escribiendo estas notas. Sin embargo, esa militancia a bordo del Renato era sumamente musical. No se realizaba ningún tipo de reunión, círculo de estudios, asambleas, nada. Nosotros estábamos diseñados para divertirnos y lo demostramos el día de la fiesta del cambio de nombre y bandera, ya escribí sobre ese acontecimiento y la bronca de dos mujeres dentro de la guagua. Expósito, su Primer Cocinero, era el Secretario del Partido, pero a saber, tuvo que ser de uno muy particular. Él mismo nos daba las orientaciones de llenar todos los informes de las organizaciones con las tareas y planes de trabajo cumplidos, éramos ejemplares ante los ojos de aquellos idiotas que desde La Habana deseaban controlar nuestras vidas.


Durante el viaje de subida hasta Bulgaria, cada uno de los tripulantes se encargó de llenarme la mente de ilusiones. Me hablaron muy bien del trato de los búlgaros y la belleza de sus mujeres, mezcla de varias razas con un amplio dominio del color trigueño. Me pusieron al corriente de los precios, mucha más barata la bebida que en otros países. El cambio de la Leva se encontraba a seis por un dólar y una botella de Havana Club tenía ese precio en el casino ubicado a la entrada del bosque que rodea su costa muy cercana al puerto. Ya estaba ansioso por llegar a un mundo desconocido y que marcaría lo que sería el camino a seguir por mi país.


Cabo Galata, ¿cómo poder olvidarlo? Lo tomaba de referencia para recalar a Varna y puse mucha atención cuando preparé la derrota a las recomendaciones de Tony para evitar una zona minada de la Segunda Guerra Mundial. Ya les mencioné el incidente ocurrido en el puente entre él y el Capitán Ferreiro cuando se metieron el viaje anterior en esa área. 
Nuestro período de fondeo se extendió por un mes, tiempo durante el cual no prestaron servicio de lancha porque el buque no estaba despachado y nosotros no podíamos bajar a tierra. No me desilusioné por ello, eso mismo ocurría en La Habana y supuse que los copiábamos muy bien. Durante el día no me cansaba de observar con los binoculares, como tratando de descubrir algo imposible, soñando quizás. Ninguna embarcación privada se acercó a nosotros, seguramente no existen, ¡he aquí otra coincidencia! Vamos bien hacia el socialismo, no tengo la menor duda. Tuvo que ser muy aburrido todo ese tiempo de espera, solo que han pasado treinta y siete años, debo rescatar los detalles entre la espesa bruma que insiste en borrar mis memorias. Sin televisor a bordo, ¡es verdad!, no lo teníamos. ¿Y si lo tuviéramos, cómo sería la programación de ellos? Imagino que tan aburrida como la nuestra, no tanto como la china o coreana, pero aburrida. Así debe ser en el socialismo, lo demás, es pura propaganda capitalista y desviaciones ideológicas. ¡Vamos bien! Solo estoy especulando, no he bajado a tierra. No hay pacotilla, me informaron algunos tripulantes. Bueno, ese debe ser el precio a pagar por mi curiosidad. Otra accidental coincidencia con nosotros, en la isla no hay dónde amarrar la chiva. No me preocupé demasiado, nunca fui pacotillero.


Pasamos los límites del rompeolas y atracamos en un muelle cercano a él y la estación de lanchas rápidas Kometa. Otro punto en común, las teníamos allá también y viajaban de Gerona a Batabanó. Ese día llegué de guardia y no pude bajar a tierra, al menos comimos algo mejor con los víveres recibidos. Los embarqué junto a la brigada de guardia y todito me resultó familiar. Usaban los mismos pomos de nosotros para envasar la cerveza, confituras y otras conservas, eran los del CAME. ¡Sí!, hacía dos años que estábamos dentro de esa organización, ¿cómo pude olvidarlo? Desde el portalón observaba pasar los mismos camiones y montacargas rusos que operaban en  nuestros puertos. Hambrientos consumidores de petróleo que despachaban por sus tubos de escapes una densa humareda negra, igualito que en Cuba. Recuerdo que nadie hablaba de la contaminación ambiental y menos del calentamiento de la tierra. Bueno, era verano y las temperaturas eran muy agradables. ¡Coño! Yo creo que nosotros ya llegamos al socialismo, solo necesito ver lo que se esconde detrás del muro que bordea el puerto.


Al día siguiente en la tarde bajé a tierra con Madrigal, era un jabao engrasador muy divertido, ya he dicho que así eran todos en ese buque, hasta los viejos. Afinamos mucho durante todas las guardias, cuando salíamos a las cuatro de la mañana íbamos directo a la cocina, donde después de espantar a unas quince o veinte ratas, colábamos café y nos preparábamos algo de desayuno. Usaba aquel peinado “afro” de los negros norteamericanos en los setenta que yo mismo encontraba atractivo. Vestíamos a la moda, pantalón campana, zapatos de plataforma y camisas con cuellos de picos bien pronunciados. Esa ropa la comprábamos en puertos baratos como los españoles, donde con mil pesetas era suficiente para vestirnos de pies a cabeza. También lo podíamos adquirir en las placitas de Rótterdam, Hong Kong, Amberes, etc., escapábamos. Vestíamos bien, apestábamos a perfume Galardón o Tulipán Negro que comprábamos por litros y nos encontrábamos en un país donde podíamos hacer algo con la miseria que nos pagaban, cinco dólares semanales. Eso sí, una vez en la calle, comprobé que nosotros vestíamos mejor que los búlgaros y ellos mucho más elegantes que el pueblo cubano. Creo que en eso nos superaba el socialismo de aquel país, en la isla solo vestían bien los dirigentes, marinos, pilotos y segurozos. Bueno, los dirigentes y segurozos amaban mucho las “guayaberas”, eran símbolos de poder que se completaban si tenían en el bolsillo algún tabaco y en el otro algún bolígrafo producido por el “capitalismo cruel”. Eso sí, las guayaberas debían ser confeccionadas en Panamá y estar bordadas.


A la salida del puerto hay un parquecito donde existían dos kioscos que vendían cerveza, refrescos y confituras. Estaban mejor abastecidos que los de nuestra tierra y no tenían formadas aquellas angustiosas colas que conocíamos. Nos detuvimos y consumimos unas cervezas para coger impulso, muy cercana a nosotros se encontraba la estación central de trenes. Desde un banco disfrutábamos el constante ir y venir de gente vestida al estilo europeo, mujeres muy bellas como las descritas por los viejos tripulantes de aquel buque. Cuando nos cansamos de mirar y mojamos bien nuestras gargantas, emprendimos nuestro recorrido ascendente por la calle Tsar Simeon I. No crean que he recordado ese nombre, tengo abierto el Google Maps. Puede ser que en aquellos tiempos se llamara Jorge Dimitrov o Lenin, quién pudiera saberlo. Hicimos otra parada en el café-bar Odessa, era uno de los más elegantes de esa zona y muy concurrido por los nacionales. Se encontraba en la esquina de esa calle con Tsambrod, tal vez me equivoque y haya sido en la esquina continua formada con la calle Sofroniy Vrachanski. Allí pedimos una jarra de cerveza y nos asombramos con el precio, no llegaba a costar una leva. Permanecimos muy quietos, observando el panorama, era cierto, las mujeres búlgaras son encantadoras. Al rato decidimos caminar un poco por esa zona y de paso nos detuvimos en algunas vidrieras de tiendas. No existía margen de equivocación, la isla iba por buen camino. En aquellos tramos recorridos por Tsambrod y callecitas aledañas, las mercancías se repetían de un portal a otro. Los mismos zapatos de mujeres y hombres, iguales camisas, pantalones, vestidos, perfumes, etc., etc. Todo era igual, estúpidamente monótono, diseñado posiblemente para ahorrarle energías a la gente y que no tuviera necesidad de caminar tanto, como ocurre aquí. Ideal para gente como yo que detesta meterse en una tienda ha “magacinear”, palabrita muy usada por los cubanos yumas. 


Madrigal tampoco estaba para eso, no tenía perritos ni gaticos, lo suyo era vacilar. Entonces me propuso ir al Seaman Club de Varna y acepté inmediatamente. ¡Coño, que bueno! No me dejan entrar al de Cuba, pero al menos puedo hacerlo en otro país. Ya había visitado el de Corea y China, ahora sumo uno más. ¡Fíjense, esta es otra coincidencia! Los marinos chinos y coreanos no podían entrar a su Seaman Club, como suponía también el de Varna fuera vetado a los búlgaros. Pero la gente analiza esta situación con mente negativa, ¡no debe ser así! Lo que sucede es que no comprenden al socialismo, no disfrutan de los misterios, intrigas, secretos y todas sus puterías. ¡Eso lo hacían los gobiernos para divertirnos! No tiene ninguna gracia que yo me encontrara con un búlgaro, chino o coreano y cuando le preguntara por su Seaman, viniera el tipo de güevón y me lo describiera con lujos de detalles. ¡Cae mal! Es como si te contaran una película que no has visto y esa era la intención de nuestros gobiernos, divertirnos un poco. Entramos y se encontraba casi vacío, como los de la isla en aquellos tiempos, los griegos preferían salir a cazar griegueras. ¡No todo estaba tan mal! Los precios eran similares a los de la calle y se pagaba en moneda nacional, no en chavitos como en La Habana. Buena música y algo extraordinario, los búlgaros invitaban diariamente a grupo de muchachitas estudiantes para que compartieran con los marinos. ¿Qué les parece, cómo se pudiera interpretar esa acción de aquel gobierno? Bueno, se los dejo de tarea. Esa noche me empaté con Violeta, pero ese es un tema que dejo reservado para otra ocasión. 


Varna era bellísima, una ciudad muy limpia y su gente mucho más educada que la nuestra. Sí, vi a muchos gitanos, pero no me alarmé porque me recordaron a los palestinos que invadieron la capital cubana.
¡Wow! Qué feliz fue ese viaje, partimos rumbo a Constanza para rellenar, mataba a dos pájaros de un tiro. Rumanía era otro sitio maravilloso y su gente muy parecida a la nuestra, claro, descuento a los negros. Mujeres sumamente bellas cuya lengua sonaba familiar, tenía sus raíces en el latín. Sin embargo, mientras más anduve por aquella ciudad, mi lástima y compasión adquirían dimensiones superlativas. Para que un cubano pudiera experimentar esos sentimientos, debe suponerse que la situación de ese país superaría en desgracias al nuestro y así fue. El cambio de “socialismo” del búlgaro al rumano fue muy brusco y no me gustó absolutamente nada. Si en Bulgaria se observaba alguna abundancia limitada y algo carente de calidad. Rumanía no se avergonzaba en mostrar sus miserias económicas y sociales. No puedo extenderme mucho porque ustedes se aburrirán y me mandarán al carajo, luego les hablaré un poco más de ese lugar situado en el Mar Negro.


Regresé a Cuba con las manos vacías y yo no tenía que dar muchas explicaciones en mi casa, culminaba un viaje de cero pacotilla. Lo peor de todo es que regresaría y hasta esos momentos me sentía contento, confiado de que estaba muy cerca de encontrar al “socialismo”. Mis queridos amigos, trato de devanarme los sesos y sintetizar al máximo lo que vi y quiero decir. Me rindo ante la impotencia, no puedo y debo continuar con otro capítulo. No se pueden torturar tantas palabras y emociones debido a ese encuentro mío con el “socialismo”. Acudo a esa vieja arma de las telenovelas y episodios, solo me queda una palabra, continuará.





                        Esteban Casañas Lostal.
                             Montreal..Canadá.
                                  2011-12-29



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  El día que encontré al “socialismo”.
(Segunda parte)


Esa mañana tuve que dar dos o tres viajes en taxi desde el Hotel Jagua de Cienfuegos hasta la terminal de azúcar a granel. El buque estaba de salida y el sesenta por ciento de su tripulación permanecía borracha. Habíamos alquilado algunas habitaciones y otros prefirieron las cabañitas junto a la piscina. Los más ebrios dormían en los portalitos de éstas debajo de los aires acondicionados, parece que les picó el fresco de la madrugada. El hotel se encontraba casi vacío, no entraban turistas a la isla en aquellos años. Coincidimos con cuatro o cinco puertorriqueños en el cabaret, eran los únicos extranjeros y como es de suponer, siempre sospechábamos de ellos, tuvieron que ser comunistas.


El viaje se realizó con el mismo ambiente del anterior, Francisquito era mi timonel y en las guardias de la tarde subían al puente mi socio “Tetera” (Iván Freires) y uno que otro curioso por conocer la posición del buque. Madrigal había pescado su buena gonorrea en Cienfuegos, se la pegó una putica que yo saqué de mi habitación y él recogió en el pasillo del hotel. Siempre tuve buen ángel para estas cosas y solo me pegaron piojos en una guagua de Santiago a La Habana, pero él era fatal, se les pegaban de solo olerlas. Por suerte andaba “El Cabronazo” con nosotros, era el mejor enfermero de la flota y enseguida lo sacó de aquel aprieto.


Esta  vez descargaríamos en Novorosssiysk, un puerto de la antigua Unión Soviética localizado en las profundidades del Mar Negro. No imaginan la alegría que me produjo aquella noticia, conocería de cerca al principal protagonista de nuestras aspiraciones, el ejemplo a seguir, los héroes de la Segunda Guerra Mundial, los creadores del comunismo. ¡Basta! Voy a dejar de comer tanta mierda y evitar me manden al carajo. Iba a conocer de cerca a los “bolos”. Los que mandaban las latas de carne rusa, aquellos aparatos electrónicos con unos transistores del tamaño de la caja de bolas de un auto, las lavadoras Aurikas, el perfume Moscú Rojo, los relojes Poljot, los ventiladores “Orbita” y aquellas cuchillas de afeitar que hacían llorar al más varón de los cubanos y no menciono otra mierda para no extender este discurso. En fin, me encontraba muy cerca de la meta, aunque como es de suponer, deseaba conocer mucho más y que al barco le pusieran ruedas para llegar hasta Hungría y Checoslovaquia.


Nos sonaron muy buen fondeo y el sondeo realizado al buque era idéntico al nuestro. ¡Coño! Se me había olvidado hablarles de ese detalle en el trabajo anterior. Todos eran similares, embarcaban con perros que olfateaban cada hueco del buque, siempre buscando algo. A ellos no les preocupaban las drogas, esos canes estaban entrenados para buscar gente. No acabo de comprender esa obsesión del “socialismo’ en mantener encerrada a personas que no simpatizan con ellos. Esos sondeos tenían casi siempre la misma duración a la que hacían en Cuba, solo se extendieron los de Corea y China, obvio. Espera, espera, vuelve a esperar. Llama por VHF pidiendo información, vuelve a llamar, llama otra vez. Nadie tiene respuesta, nadie sabe nada, nadie está autorizado. Todo viene de arriba, del cielo, igualito que en Cuba. ¿Cómo iba a dudarlo? Nosotros tratábamos de imitarlos, bueno, nosotros no, el gobierno. Al cabo del mes nos atracaron y mientras realizábamos la maniobra, una brigada de mujeres realizaba reparaciones en el muelle. No imagino los bíceps de aquellas “bolas”, eran mujeres para respetar. Maniobraban los martillos neumáticos con mucha más facilidad que un consolador, ¡coño!, esto tengo que contárselo a mi mujer cuando llegue a Cuba. Está bueno ya de que la contemple tanto, como si realmente fuera del sexo débil. Los marineros de proa les chiflaban y decían algún piropo que ellas no comprendieron. Se reían y mostraban destellos que nos llegaban como relámpagos dorados, tenían dientes de oro. Hacía falta saber si andaban con las piernas peludas y no se afeitaban los sobacos, como las que llegaron a Cuba con sus maridos.
  

Esa tarde salí con Madrigal hasta el Seaman Club, la misma historia, estaba casi vacío y no había rusos. ¡Uff! Se me olvidaba, ya lo escribí en otro trabajo, pero creo necesario volver a repetirlo. Cuando vieron mi aspecto y el de Madrigal, nos quisieron desnudar en la aduana. ¡Yá Kubinski! ¡Yá Kubinski! Por poco tengo que pedir auxilio para evitar me metieran hasta el dedo y el tipo aferrado a su teoría me repetía lo mismo. ¡Niet Kubinski! ¡Niet Kubinski! Y yo que sí, ¡Que sí, cojones, Kubinski! Bueno, con algunas desviaciones ideológicas, pero kubinski, pedazo de cabrón. Gabana, yo soy de Gabana, hijo de la gran puta. Gracias a Dios aquel escaparate no hablaba español, ni inglés, era un “bolo” de verdad. Al fin pude convencer al hijoputa y salimos muy asustados a la calle. ¡Coño, Madrigal! ¿Por qué vamos a asustarnos? Es lo mismo que le hacen a las tripulaciones griegas en la isla.


Pagué la primera ronda con un billete de diez rublos, cuando aquello su valor era como de tres dólares por uno. La bola, como yo andaba entretenido jugando billar, me devolvió una pila de calderillas que no me molesté en contar. Me jodió aquella hermana y pagué la cerveza más cara del mundo. Si al menos fuera cerveza, aquella “piba” estaba embotellada en las mismas botellas del agua “Ciego Montero”, los jugos que llegaban desde Bulgaria, etc., lo mismo con lo mismo. No estaba mal y yo comencé a comprenderlos. Todo estaba hecho con la mejor intención del mundo, o sea, para facilitarles la vida a los viajeros como nosotros. Tú comprabas una cerveza en Rumanía y podías vender la botella en Bulgaria, Cuba, URSS, etc., eso es ahorrar. Aquella “piba” sabía a rayos y se cortaba al tercer día. Se cortaba y resultaba imposible beberla, creaba una madre en el interior de la botella que podía observarse claramente, qué mierda.


Al día siguiente, mucho más temprano, decidimos salir a la calle. Nuestro primer choque emocional fue con una pipa de cerveza estacionada junto a una acera. De la misma manera que el hombre desciende del mono, aquellas putas “pilotos” que se expandieron por toda la isla como si se tratara de una epidemia, tenía sus orígenes en este país. No crean tampoco que llegaron a tener la calidad de las caribeñas, les hablo de un tanque montado sobre un chasis con dos ruedas. Tampoco me refiero a un tanque especial de acero níquel, era como los tanques que se usaban en nuestras vaquerías. Eso no era lo peor, aquella vieja gorda de piernas y sobacos peludos, rojiza por el calor reinante y con dientes de oro, lavaba las jarras usadas en un cubo con agua. Nunca había recordado tanto a La Habana como en aquel instante, ¡es verdad que ya somos socialistas! No quise beber y pude soportar muy bien la sed.


En uno de los bellos parques de aquella ciudad, chocamos de frente con un aparato como esos de vender latas de CocaCola. Lo duplicaba en tamaño, como todo lo de ellos. Ya teníamos sed y nos acercamos, lo lógico sería que poseyera vasos desechables. ¡Nada de eso! Aquel enorme aparatón del tamaño de una torre de lanzamiento de los cohetes espaciales, tenía un solo vaso de cristal que debías enjuagar con la misma agua pagada. O sea, aquello me convenció del nivel de salud reinante en ese país socialista. Si alguien hubiera tenido tuberculosis o hepatitis, toda la población estuviera contagiada y no era así. Tuvimos que beber, era verano y el calor insoportable, como en Canadá en esas fechas.


En la noche para entrar a un cabaret, más bien un club, tuvimos que sobornar al portero
 recuerdo el nombre del lugar, se llamaba “Bergantín”, este dato no lo busqué en Google Maps. Igualito que allá, luego visitamos diferentes restaurantes y la película se repetía, si no “tocabas’, no entrabas. Una vez dentro, el mismo asedio de La Habana con los extranjeros, demasiadas chicas trabajadoras sociales. Muy jóvenes y bellas, con las piernas y sobacos afeitados, desviadas ideológicamente, como mi gente. En la calle te proponían todo tipo de negocios, como si no tuvieran nada y yo me encabronaba. ¡Coño!, si tienen lo mejor del mundo, el socialismo que nos metieron por la cabeza.


Un día acompañé a un tripulante hasta el dentista, llevaba varios días rabiando del dolor de muelas. Al entrar a la clínica se cagó, hasta yo, que no tenía nada que ver en ese potaje. Los gritos escuchados de una mujer me recordaron las películas de terror que pasaban los sábados por la noche en la isla, eran espeluznantes y le erizaban la piel al más indiferente e insensible ser humano. El tipo comenzó a recular y yo insistiendo en meterlo dentro de aquella carnicería o matadero, se encojonó y estuvo a punto de agredirme, no era para menos. Después nos enteramos que todo el trasteo de la boca, extracciones y empastes, lo hacían sin que mediara anestesia alguna. ¡Ño! No me gustó esta parte del socialismo ruso.

Motonave "Renato Guitart", buque donde recibí mi bautizo en el campo socialista.


Pedimos gas para nuestro equipo de refrigeración y se demoraron en contestarnos, muy normal para el que sabe cómo funciona ese sistema. Un día, pasada la semana, llegó uno de aquellos comisarios y nos explicó que nosotros no estábamos comprendidos en el plan “quinquenal” de la fábrica de aquel dichoso gas. Bueno, nos reímos, no podíamos hacer otra cosa, eso es el socialismo muchas veces, una broma.


La gente respetaba y temía a su “milicia”, era de admirar el terror que sentían ante su presencia, temblaban, se cagaban. Yo solo miraba y los justificaba, se parecían a los nuestros, eso es el socialismo, mucho respeto o una tranca. Una de esas noches que andaba de puto con una de las trigueñas más bellas que se han cruzado en mi vida, llegaron ellos y me la desaparecieron. Muy disciplinada la muchacha, yo me porté algo rebelde y ellos se
 encargaron de calmarme. Ni yo hablaba ruso, ni ellos inglés, pero uno adivina cuando se encuentra próxima una patada por el culo. Hubo un dedo que señaló en dirección al barco y dijo cuatro palabras que yo interpreté a mi manera. ¡Cabrón, te vas para el barco o no vas a cagar duro en una semana! ¡No nos interesa si eres kubinski o no! A estos pollos no hay extranjero que se las meta. Ese día caminé en cámara lenta más de diez cuadras, el dolor de los huevos no me permitían hacerlo más rápido. Todavía llego al barco y el guardia de portalón recomienda botarme una paja. ¡No jodan, con ese dolor a quién carajo se le para!


Allí sí vi colas y la misma película de las tiendas. Los mismos productos en todas las vidrieras y la gente cayéndote atrás para comprar cualquier cosa, lo que fuera y no llevara el sello CCCP, estaban desviados ideológicamente como yo, no me gustaba nada de ellos. Se nos acabó la plata y los complacimos en lo que pudimos. Francisquito llegó un día con una peste a grajo del carajo, había vendido la camisa que tenía puesta y el ruso le cedió la suya para que regresara al barco. Los hermanos nos robaron todo lo que estuvo a su alcance, nos jodieron, no teníamos televisor y se llevaron el radio de onda corta que había en el salón de oficiales, me privaron de gusanear. Nos invitaron a museos, el monumento al soldado desconocido, que si no lo conocieron para qué le levantaron esa estatua. Nos enseñaron un submarino viejísimo, no recuerdo si perteneció al Capitán Nemo. Cuando no teníamos nada por vender y el tiempo se alargó demasiado, nos atacó ese deseo de escapar de aquel puerto y largarnos al carajo. Yo estaba muy feliz, había conocido de cerca cuál sería nuestro futuro, pero no estaba muy convencido y deseaba conocer algo más. Los socialismos no eran semejantes, no se parecían entre sí, ni el nuestro se aproximaba al de ellos. Nosotros vivíamos, dentro de todas nuestras dificultades, mucho mejor que los infelices soviéticos. Éramos sus hijos bobos, como lo fue mucha gente de nosotros.
Muchas hermosas mujeres de aquel paraíso, creyeron una vez o se dejaron engañar con fotos de Varadero, los cocoteros, las playas, el cielo azul, creyeron que eso era Cuba. Contrajeron matrimonios con cubanos y fueron a recalar a insalubres solares, cargar el agua por cubos, cocinar con luz brillante y comer con una libreta de racionamiento. Muy pocas resistieron, allá quedaron sus maridos abandonados.


El día de la partida llegó al fin y salimos, llegamos a sobrepasar el rompeolas con el Práctico a bordo cuando, desde la Capitanía del puerto, se recibió la orden de regresar nuevamente al buque. Vaya tragedias que nos guardan los países socialistas como sorpresa, resulta que habían descargado el azúcar y miel de una bodega inundada. Desafortunadamente, fueron embarcadas en vagones que a su marcha iban regando esa miel y la ciudad fue invadida por abejas. Nos atracaron y volvieron a meter la carga en nuestra bodega hasta nuevo aviso. Nos demoramos una semana más en aquel puerto, como si nos hubieran arrojado brujería.


Partimos rumbo a Varna, fue un 26 de Julio, lo recuerdo perfectamente porque en la “actividad” de celebración, se comprobó de verdad que la “piba” era una mierda, como lo era el pan negro que pidió el Capitán alegando que eso comían los rusos cuando la guerra. Deseo acabar de una vez por todo este trabajo, ya estaba convencido haber hallado lo que buscaba, pero no estaba satisfecho, faltaban otros países socialistas. 


Nos asignaron cargar en Varna y Constanza, pero esa película ya se las pasé. El siguiente viaje fue con destino a Angola, nosotros debíamos comportarnos como un virus que propaga una epidemia. No conformes con nuestras desgracias, deseábamos compartirla con otros pueblos y así fue, nos involucraron. Luego de dejar las tropas hicimos pequeñas reparaciones en Cádiz y después continuamos nuestro acostumbrado recorrido a Varna y Rumanía. Mi amor por descubrir nuevos horizontes se vio frustrado por las crecientes necesidades en casa, mi hijo necesitaba zapatos, los blumers de mi esposa tenían huecos, se rompió el refrigerador, no había champú. La lista es demasiado larga también y solo tenía una opción, escapar de esa línea fija a países socialistas.


Polonia y Alemania fueron visitadas pocos años después y no encontré nada nuevo. La RDA tenía un siglo de atraso comparada con la RFA. Importaba mano de obra de países muertos de hambre como nosotros, esos infelices trabajarían en lugares rechazados por los alemanes. Era muy común verlos limpiando calles o como simples obreros de factorías. Los cubanos eran muy jóvenes y casi la mayoría de origen campesino o del interior del país. Casi todos muy felices por lo que hacían, habían logrado escapar de puebluchos sin futuro y allí se sentían realizados. Al final de sus jornadas, podían llevar para Cuba una moto “MZ” como pago a sus servicios de esclavos. Mientras eso sucedía, otros nacionales iban a cortar madera en Siberia. El asunto era poder escapar de la isla aunque tuvieras que casarte con un oso, esa corriente no se ha detenido y hoy, encuentras cubanos diseminados por todo el planeta.


Polonia fueron otros veinte pesos, no había conocido a un país socialista más anticomunista que ellos y me gustó mucho. Por allí comenzó la destrucción de lo que pretendió ser un imperio al precio de sus falsedades, todo lo que encontré era mentira y nada se ajustaba a la propaganda que recibíamos diariamente en la isla.



Han pasado muchos años y no he podido olvidar a aquel cuñado idiota, al que le lavaron el cerebro con creolina. Le dieron un viaje a la URSS solo unos años antes de la caída del muro de Berlín, era la primera vez que salía de la isla y no conocía nada más que eso. Llegó cargado de baratijas que no tenían utilidad, medallitas, banderitas, tarjetas postales del Kremlin con su momia. Uno que otro cenicero, creo haya sido lo único que se podía usar, hasta yo fui premiado con una de esas porquerías. 

-Los bolos están pasados, yo quisieras que vieras eso. 

-¿Qué viera qué?

-El desarrollo que tienen. Sentí deseos de meterle una patada por el culo para taparle la boca, aún conservo esos deseos.

-¡Qué infeliz eres! ¿Sabes qué? Gente como tú son dignos de lástima o desprecio. Conozco unos cuarenta países, más de la mitad de ellos son capitalistas. No soy ciego, los hay buenos y malos. ¿Sabes qué?

-¿Qué?

-¡El socialismo es tremenda mierda! No he podido olvidar aquella respuesta, es la misma que le daba a mis amigos angolanos cuando me preguntaban por ese sistema y el futuro de su país, no tenía otra.


Hoy, treinta y tantos años después de aquellas aventuras y cuando todo el imperio desapareció. Veo con espanto la estupidez de varios pueblos latinoamericanos que, caen como moscas ante las promesas de varios pícaros cabrones. Dicen esos bandidos que van a construir el “socialismo del siglo XXI”. Es para cagarse de la risa, construir en este continente lo que fracasó en otro no tiene sentido. No lo tiene porque acá, todavía estamos analizando y discutiendo los daños que nos produjo la conquista española. Muy bien se merecen el calificativo que les dieran unos autores en su obra, son “los perfectos idiotas latinoamericanos”. Por suerte vivo cerca del polo y aquí no se les ha perdido nada. Creí una vez haberlo olvidado todo, pero aquella frase tiene más vigencia que nunca. ¡El socialismo es tremenda mierda!






Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2012-12-30


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viernes, 8 de febrero de 2019

DESARRAIGOS


                                                             DESARRAIGOS





  Hoy cumplo veinticuatro años de mi vida en este país, parece poco tiempo, yo creo que es un siglo. Ando por el barrio pisando hojas caídas, algunas conservan su color amarillo o naranja. Forman una especie de alfombra acolchonada que se alborota cuando el viento algo frio las acaricia. Se han demorado en barrerlas y algunos vecinos las soplan hacia las calles con un aparatico que les cuelga del hombro. Cada día se demora más en nevar, nada es igual al día que decidí lanzar mis anclas en este país, lo hice a barbas de gato y con decenas de grilletes para que ningún viento me pudiera arrastrar. Las anclas fallaron dos veces y casi naufrago, no encontraron buen fondo donde  agarrarse y no fue el viento quien me arrastró, fueron dos faldas de mujeres.


Llegué con la ropa que tenía puesta como equipaje y no conocía a nadie, eso se los he contado. No encontré hojas como hoy, todo estaba cubierto de nieve, los inviernos se adelantaban en aquellos tiempos y las primaveras se despertaban con semanas de atraso, había frío. ¡Ha pasado tanto tiempo! Pienso y trato de mirar hacia atrás, no encuentro nada, solo un estercolero muy caliente. La vida me llega en imágenes guardadas en fotos que fueron tomadas con rollos ORWO, que clase de mierda eran. Para muchos, sus vidas han sido conservadas en blanco y negro, mudas también. ¡La mía, no! Aquellos rollos de basura socialista eran caprichosos y dominaban el azul con el rojo, así fue mi vida, azul por el mar y rojo por esa isla maldita de la que tengo tan malos recuerdos.


Me detengo en el dépanneur de unos haitianos, los visito con relativa frecuencia desde hace más de quince años. Vengo a comprarles productos latinos, ellos saben de mis gustos, siempre les compro lo mismo. Me llaman por teléfono cuando arriban aguacates dominicanos y el tiempo restante de las compra lo pasamos conversando. Nos comunicamos en francés, yo lo hablo mal y el de ellos no es perfecto. El mío me sirve para muchas cosas en esta provincia arrancada de Europa, luego paso por otro pequeño comercio a comprar tabaco y debo cambiar de idioma. Su dueño es un chino de la China, lo aclaro porque para nosotros son chinos todo el que tenga los ojos rasgados. Nos comunicamos en inglés, el mío es malo y no me pregunten como es el de él. Hace varios años que le compro y cuando entro a su negocio no necesito pedirle nada. Luego hablamos un rato de su país y le digo sobre todos los puertos que visité. Le menciono a Mao y la revolución cultural, se echa a reír y me dice que no había nacido. Hablo un poco de francés, lo necesario, lo leo sin mucha dificultad. Hablo otro poco de inglés y lo uso cuando me muevo por barrios al oeste de esta ciudad o al viajar fuera de esta provincia. He olvidado el portugués aprendido en Angola por falta de uso, no incursiono mucho por el barrio donde radica esa comunidad. Hablo en cubano y he mejorado mucho mi español. Disfruto cuando digo bonjour, good morning, merci beaucoup, thanks y me responden. Gozo cuando no debo mendigar la atención que merezco o me pertenece por derecho. Siento que soy respetado y respeto, eso vale mucho.


Han transcurrido veinticuatro años alejado de mi pasado y noto que no he cambiado mucho, conservo mis gustos por la comida y mi música, algo es algo, pienso. Los veo llegar y escucho como en apariencias hablan con dificultad su lengua materna a los pocos meses, ¡que pendejos!, vuelvo a pensar. Los observo y me traen a la mente aquellos rollos ORWO con sus fatales imágenes, se mueren de añoranzas, recuerdos, nostalgias. Las morriñas y constantes lloriqueos por lo que dejaron atrás les producen diarreas. Cuelgan fotos del Tocororo donde pueden por ser el ave nacional y hablan de él con esa mezcla de tristeza y melancolía que envenena. ¡Como comen mierda! Vuelvo a pensar. Nunca en sus putas vidas han visto al cabrón pájaro, esa ave solo habita en las montañas. Yo me comí varios de ellos y si eran el símbolo de nuestra nacionalidad se jodieron, nadie les pidió que se posaran al alcance de mi tirapiedras. ¿Cómo carajo voy a sentir nostalgia por algo que no he visto nunca? ¡Vaya pendejadas! No me identifico con ellas y nunca lo haré, si sufren tanto por qué no regresan. Siempre me pregunto y no hallo la respuesta. No solo el pájaro, se valen de las palmas, la orquídea, la bandera, el himno, el escudo y cuanto tareco sirva como referencia a sus amargas nostalgias. No acabo de comprender que hacen acá si sufren tanto, si yo estuviera en sus cuerpos hacía rato que hubiera comprado el ticket de regreso.






¡Y luego! No les pidas que digan nada en contra de aquello, aquello digo y saben perfectamente a qué carajo me refiero. La abuelita, la tía, la sobrinita que cumple sus quince, serán muchas de sus escusas, cualquier tareco sirve para ocultar sus miedos y nunca vivirán tranquilos. No los presiones, no los molestes, no uses una palabra comprometedora. Si lo haces, ellos desaparecerán de tus vidas, serán invisibles y un extraño virus te borrara de sus memorias. ¡Qué pendejos!




Hoy cumplo veinticuatro años de palear nieve y espero hacerlo otros años más. Bueno, si no vienen a recogerme. Vivo feliz y si lo he logrado, se debe en gran medida a que no me interesan las fotos tomadas con rollos ORWO, ya les he dicho que eran tremenda mierda. No miro hacia atrás con mucha frecuencia, la vista se me pierde entre los vahos que desprende aquel estercolero donde vuela imaginariamente un Tocororo, el pájaro que aletea para ocultar nuestros miedos. ¡Y que viva Canadá, coño! Es frío, pero también tiene pájaros muy bellos.




Post Data.- 

Hace solo unos días he cumplido 31 años en esta tierra y he comprobado que mis desarraigos han aumentado. Cada día pienso menos en ese molesto y desagradable pasado, me importa un pepino El Morro por donde salí y regresé tantas veces, si lo apagan o encienden no me preocupa. El tocororo ha sido borrado por el color y canto del Cardenal, me conmueven menos los símbolos creados por el hombre. Si desean llamarme "paria", no me molestará, lo seré, prefiero mil veces serlo en libertad mostrando mi rostro y voz. Ya no me identifico con mi gente y es ahí donde radica mi gravedad, saberlo y no hacer nada para detener el avance de esa enfermedad.






Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2015-11-13



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miércoles, 6 de febrero de 2019

EL SOLDADITO


                                                        EL SOLDADITO
                                                     



                                         
Cuento infantil para tiempos de guerra.
                              

...Uno de esos días, me encontraba parado en el balconcito viendo las caras nuevas. Ya el edificio se encontraba totalmente ocupado, una parte era formada por los marinos y la otra por gente entre las que se destacaban algunos muy pobres. Los contrastes se podían observar a la hora que los niños jugaban en el jardín, unos cuantos exhibiendo los trapos traídos por los padres del extranjero, los otros, con los trapitos gastados que les daban por la libreta. Entre los marinos, algunos nos manteníamos a distancia después de los problemas que habíamos tenido durante la construcción. Varios militantes no permitían que sus hijos se mezclaran con hijos de gente simple, ellos los consideraban desafectos, como si los niños pudieran cargar por nacimiento la ideología de los padres, aquellos niños solo se relacionaban con hijos de militantes. Puedo dar nombres de ellos, pero sería concederles un mérito de acuerdo al criterio de su partido. Algunos de estos personajes se encuentran en el exilio, hoy forman parte de los héroes escondidos que Fidel ha regado por acá.

Ese día en cuestión, vi salir de la escalera que me quedaba a la derecha a un muchacho que no llegaba a los veinte de edad según su apariencia. Era mulatico clarito, bien parecido, se desplazaba con dificultad y falta de práctica con la ayuda de dos muletas. Al joven le faltaba una pierna, no recuerdo cual de las dos, el primer sentimiento que me dio en ese momento fue de una profunda lástima. No lo conocía, no sabía en cuales condiciones había perdido su pierna, solo de verlo tan lleno de vida en esa situación me provocó un verdadero dolor. Si en ese momento el que hubiera pasado fuera un viejo, es muy probable que no me llamara tanto la atención, aquel joven estaba en la flor de su vida. No miraba a nadie, su vista iba fija al suelo, marchaba serio, evadía cualquier encuentro con los ojos que lo seguían. Quizás huyendo a las expresiones de pena por parte de gente a la cual no conocía, escapaba tal vez a las inoportunas interrogaciones, quién sabe lo que pasaba por la mente de aquel muchacho. Después lo volví a ver en distintas oportunidades, siempre igual, silencioso, serio, cabizbajo, triste y con la mirada fija al suelo. Con mucha dificultad descendía unos escalones para llegar al nivel de la acera, entonces, en la esquina de nuestro edificio doblaba en dirección a la calzada. Es probable que iría a tomar la guagua, también podía ser que se llegara al Policlínico, nunca se me ocurrió seguirlo disimuladamente para saber su destino, aquello no me interesaba.

Pocos días después partí de viaje por unos cuatro o cinco meses y cuando regresé los vecinos estaban más familiarizados, realmente en Cuba no es necesario mucho tiempo para lograrlo, La gente se conoce en las reuniones de los Comités de Defensa, en las reuniones de padres de las escuelas, en las reuniones de la Federación de Mujeres, en los trabajos “voluntarios” en los jardines, en las maniobras de guerra, en las colas de las bodegas, en las colas del policlínico. En fin, hay un millón de lugares para establecer relaciones,  todo esto trae también sus inconvenientes, poco a poco se pierde la privacidad, los vecinos van participando activamente en los acontecimientos de tu vida. Llegan a saber que comes, que bebes, que robas, que compras en la bolsa negra, cuando tiene la regla tu mujer, cuando tiemplas, a quién le pegan los tarros, que colores tienen los blumers de tu mujer, quienes son tus familiares, quienes son tus amigos, etc. Son gente a las que la miseria ha unido, Cuca le pide sal a Margot, Teresa le pide un poquito de azúcar a Teté, Muma le pide una colada de café a Chichi, Cuqui le pide algodón a Vanesa para su regla, así es todos los días. Los muchachos ya habían seleccionado a sus amigos de la escuela y estaban muy bien adaptados al barrio. Ese viaje pedí vacaciones pero me fue negada y los pocos días que estaríamos en Cuba los pasábamos como siempre, celebrando cualquier cosa. Era para lo único que servíamos, para celebrar, para beber y para templar como si fuéramos sementales. Teníamos vista corta y nunca veíamos que a nuestro alrededor las cosas se hundían por su propio peso. Avanzábamos como el cangrejo, un paso pa`lante y tres pasos pa`tras, eso no era una prioridad. Allí nos encontrábamos listos para dispararnos nuestra botella de ron y fajarle el culo a la primera hembra que se cruzara en nuestro camino, ese era el sentido de nuestras vidas y no nos dábamos cuenta.

Otro de esos días volví a ver al muchacho de las muletas, ahora andaba con una prótesis. Al menos podía disimular la falta de aquel órgano y avanzaba con más práctica. Iba acompañado de su mujer, una hermosa joven, mulata bien clarita de un cuerpo fenomenal y andar exótico. Ese andar típico de Cuba donde las mujeres mueven el culo con mucha elegancia para atraer la vista de todos los machos. Se puede distinguir sin dificultad ese sube y baja que cada nalga, así marchaba ella junto al marido. Cuando la oí hablar pude comprender que era de origen oriental, el muchacho no abría la boca para nada. Se notaba un poco más animado que la vez anterior, siempre mirando hacia el suelo, como evitando tropezar con algún obstáculo. Su rostro no podía esconder la tristeza que llevaba en el alma, pocos segundos después desaparecían por el mismo camino de siempre.

En esos días la volví a ver con una jabita en la mano en dirección al mercado, pude mirarle su rostro juvenil, tendría menos de veinte años igual que su marido. Sus ojos eran ligeramente achinados, no se podía negar que aquella pieza debía ser un exquisito manjar. Mi vista iba a parar en el movimiento de su culo, esto era algo inevitable para los cubanos cuando veíamos a una mujer. Nuestro primer encuentro visual era con su trasero, como si buscáramos el lugar perfecto para poderla inyectar. Es casi un vicio, cuando nos llegaban de frente le mirábamos las tetas, luego íbamos bajando la vista hasta las canillas. Cuando nos pasaban por el lado, teníamos la obligación de girar la cabeza para completar nuestro chequeo, casi nunca nos acordábamos de su rostro.

Le pregunté a mi esposa por esa original pareja de jóvenes y me dijo que el muchacho había perdido la pierna por una mina en Angola, donde estuvo pasando el Servicio Militar. Aquello me produjo mucha más pena, al menos éste solo había perdido una pierna, pensé. A otros, sus madres no lo habían podido llorar aún en sus tumbas. Todavía permanecían cubiertos por una tierra ajena hasta que al tipo le diera la gana de devolvérselos a sus familias. Recordé a aquellos que viajaron conmigo durante la guerra, hacía seis años de aquel acontecimiento, muchos no regresaron. 

En la medida que pasó el tiempo, la gente se cansó de esa loca aventura y se negaban a partir. Razón por la que el gobierno se dio a la tarea de captar a jóvenes del Servicio Militar. Se les ofreció pasar este período en dos años cuando en Cuba eran tres y se les pagaría un salario de $250 pesos, mientras en Cuba ganaban siete pesos mensuales. Muchos de estos muchachitos cayeron fulminados por la oferta y partieron, no era para menos, en esos tiempos un Médico solo ganaba $231 pesos. Como sucede siempre en la juventud, no se analizan las adversidades, solo se miran las ventajas. Creo que parte de la responsabilidad en esas muertes las tienen los padres. A mi hijo trataron de captarlo para esa aventura y no solo me opuse firmemente, le hablé de todo, de mucho, del sistema que había en Cuba. Le dije que yo lo mantendría todo el tiempo que fuera necesario, pero que a él no se le había perdido nada en ese país, que esa guerra no era nuestra, al fin lo convencí, no fue fácil tampoco, le habían comido el cerebro.

Cuando regresé del próximo viaje la mulatica estaba embarazada, se veía linda con su barriguita. Hasta que se convirtió en un barrigón y con el tiempo explotó. Tuvo una hembra, pero ésta no salió tan clarita como el padre ni la madre, nació bien negrita y algo feíta. Tenía la nariz algo chata y el pelo bien duro, de los que llamamos “pasa”. Yo partí de nuevo en mis viajes, me ausentaba durante meses, años, tiempo que era empleado por la niña para crecer, no mucho, pero crecía, hasta que su equilibrio y la madre le permitieron jugar en el jardín. 

En otra de mis vacaciones noté la ausencia del soldadito, ya la niña asistía a la escuela y su madre continuaba hermosa. Conservaba aquella juventud maravillosa y su cuerpo ahora era de mujer, más ancha de caderas y el busto bien pronunciado. Un día, estando en el jardín chapeando alrededor de las matas de rosas que tenía sembradas muy pegadas a mi pared, América, que así se llamaba la mulatica, me pidió de favor que subiera a su apartamento para que le revisara la cocina de kerosén, tenía la manivela de una hornilla en la mano. Cuando entré, pensé estar en otro mundo, quizás en el cuarto de aquella clasificación establecida para evaluar la miseria. Su apartamentico estaba constituido por un cuarto y en el mismo espacio que ocupaba mi sala comedor, el de ella era sala cocina y baño. 

Nosotros bautizamos a esos apartamentos como los mutilados durante la construcción, eran buenos para personas solteras, pero eso no era lo importante. Tenía la puerta del cuarto abierta y pude ver en su interior una “columbina”, así le llamamos a un bastidor con cuatro patas. Encima de ella una colchoneta cubierta por una vieja sábana y en una de las esquinas del cuarto, había un palo colocado de pared a pared donde se encontraban colgados tres o cuatro percheros con ropa muy usada. En la sala solo existía una mesa de construcción casera y dos sillas bien maltratadas. Fuera de todo esto, solo poseía la cocinita de kerosene cuyo aspecto delataba haber pertenecido a otras personas. La pobreza en aquel hogar era extrema, muchos me dirán que exagero en mi asombro, que existen muchos lugares más pobres en el mundo y estoy totalmente de acuerdo con ellos. Yo he visitado esos lugares y soy testigo de su pobreza, pero en Cuba habían pasado bastantes años, los suficientes para que estos desaparecieran. Si teníamos dinero para las guerras, el dinero debió ser suficiente para eliminar la pobreza de nuestro pueblo, esa era la razón de mi asombro.
Su apartamento estaba impecablemente limpio, no tenía nada que diera motivos a la acumulación de polvos o basuras, solo eso, aquella destartalada mesita. Le arreglé la manivela a su cocinita y me marché, luego, comenté lo visto con mi esposa y le pregunté por el soldadito.

-Se comenta mucho, unos dicen que el hombre se marchó porque no consideraba a la niña como su hija. Otros dicen que América lo dejó porque al pobre, solo le pagaban unos sesenta u ochenta pesos como mutilado de guerra, eso es todo lo que se debate en el vecindario. La verdad es que vive en una absoluta pobreza, pero ella saldrá adelante, para eso es joven y bonita. Eso fue todo lo que me dijo de aquel matrimonio deshecho.

Yo siempre iba con mi mejor amigo a tomar unas cervezas a un lugar conocido como “El Golfito”, estaba a solo unas cuadras del edificio. Allí había un bar-restaurante con muy mal servicio y ofertas. Era un verdadero desperdicio que se encontraba en un área muy bonita con vistas al mar y al pueblo de Cojímar. Poseía una frondosa arboleda donde uno podía sentarse a conversar y disfrutar un poco de la naturaleza. Fuera del restaurante existía una pipa o tanque dedicado a la venta de cerveza a granel, este tanque se encontraba en una rústica y mal construida caseta. Tanques como éste existían dos en Alamar, que para ese entonces, contaba con una población superior a las ochenta mil personas. Era toda la oferta que el gobierno brindaba a sus trabajadores y razón por la cual en muchas oportunidades era casi imposible tomarse una cerveza. Las colas eran fenomenales, formada por gente irritada y agresiva con cubos en las manos o cuanto artefacto sirviera para llevar la cerveza que luego se calentaba y no quedaba más remedio que beberla en esas condiciones. Debo aclararles que esa cerveza era además de pésima calidad, un día daba diarreas, otro día te provocaba un fuerte dolor de cabeza, y cuando menos, te daba una sed tremenda después de la resaca, ese día bebías más agua que un camello. Con los salarios tan bajos de la gente que no les alcanzaba para comprar la comida del mes, no podían remotamente pensar en ir a cualquiera de los restaurantes de la ciudad donde los precios estaban fuera de su alcance.

Como nos encontrábamos de vacaciones, casi siempre nos llegábamos hasta El Golfito en horas laborables. No teníamos inconvenientes para beber la cerveza que nos diera la gana, después de las tres aquello resultaba casi imposible. Nos sentábamos debajo de la arboleda a beber tranquilamente aquel líquido que sabíamos tenía efectos secundarios muy variados, pero eso no nos importaba, éramos medio masoquistas, lo nuestro era beber y templar, esa era el sentido de nuestras existencias. Casi siempre coincidíamos con otros marinos, no era de extrañar, la marina poseía alrededor de veinte edificios en ese barrio. Al comienzo del encuentro el tono de las conversaciones era suave durante la primera perca (Vaso grande de cartón encerado) A partir de  la segunda sentíamos los efectos del alcohol, se elevaba el tono de la voz y en muchas oportunidades, le dábamos libertad a nuestra conciencia para que pudiera hablar. Creo, sea ésta una de las pocas oportunidades en las cuales el cubano se expresa tal y como es verdaderamente. En su borrachera o proximidad a ella, se desahoga y suelta todo lo que lleva por dentro, es cuando le dice mierda a la mierda. Después que la borrachera pasa, se arrepiente de lo que dijo y comenta con los amigos; “Coño, voy a tener que dejar de beber, me da por decir muchas mierdas”. Así, se mantiene temeroso y auto reprimido durante varios días con el miedo a ser delatado por alguno de los presentes. Por eso, el día que quieran oír la verdad sobre lo que sucede en ese momento, no duden en oír lo que dice un borracho en Cuba o cuando oiga decir, que fulano habla mucha mierda. En ese país, la verdad es considerada mierda y en oportunidades, quienes la dicen son calificados de locos.

En esas alcohólicas tertulias debajo de la sombra de los pinos, empezamos por hablar mierdas de nuestra Empresa. Esa era la constante para comenzar los debates, luego pasábamos a mencionar a los capitanes hijoputas, los sancionados, los presos por contrabandos, siempre se evadía el tema político. Tocábamos el tema de los precios de los artículos en la bolsa negra, el precio del dólar, etc., pero siempre se evitaba tocar el relacionado con la situación del país. Nadie confiaba en el compañero que estaba sentado al lado de uno compartiendo en esos momentos, siempre se temía la delación. Por último llegábamos a otro punto muy comentado y temido por los marinos, me refiero al asunto de los tarros, donde casi siempre la mujer era la mala. En la marina mercante cubana le pegaban los tarros a un tripulante y esa noticia le daba la vuelta al mundo en lo que canta un gallo. Los telegrafistas eran los encargados de difundirlas en sus comunicaciones diarias, imaginen que uno se lo decía a un barco que estaba navegando por el Pacífico, éste se la pasaba a otro que se encontraba por el océano Indico, éste a uno situado en el mar Negro, etc. Así, lo llegaba a saber toda la flota menos el tipo afectado.

Una de esas mañanas salió a la luz la figura de la mulatica América, todos le encontraban algo distinto que la convertía en más atractiva. Sus virtudes a esa hora eran exageradas por los efectos de la cerveza de pipa y todos la deseábamos, mas adelante otro habla sobre la niña. -Coño, está duro eso de tragarse que la niña es del cojito, los padres son mulaticos claritos y la chamaquita salió bien atrasá. Después de esa exposición, los criterios fueron muy variados. Unos decían que eso podía suceder, que les podía salir lo de negro desde no se sabe cuantas generaciones. Otros se inclinaban por el tarro, entonces los debates se dividieron en estas dos posiciones. Unos luchaban por hacer valer sus criterios y los otros se oponían tenazmente. Al final, todos gritábamos y nunca llegamos a un acuerdo, así sucede cuando hay más de un cubano.

Quedó muy claro ese día los deseos de los presentes por agarrarle el culo a la sabrosa mulata. Qué carajo podía importarnos la niña, ni el cojo, ni su pata, si la perdió ese era su problema. El nuestro era beber y templar, aquella mulatica estaba muy buena para eso. Después, la vida seguiría su curso, nosotros continuaríamos viviendo y bebiendo, esa era la vida. ¿Qué lográbamos pensando tanto y rompiéndonos la cabeza?

En la medida que pasaban los minutos de nuestras vidas, sentía que nos convertíamos en más miserables. Nuestras existencias perdían muchos sentidos y casi nada era importante. Parte del tiempo que nos restaba del que empleábamos en tratar de buscar alimentos, era el ideal para nuestro principal pasatiempo, nos convertíamos en borrachos. No hablo de un grupo sentado debajo de unos pinos, me refiero a una nación que deseaba estar embriagada. Nadie miraba a su alrededor por miedo, todos callaban, así, durante todos esos años, nos convertimos en los mejores cómplices de tanta destrucción. La lucha por ser honesto se hacía cada día más difícil, era un deber robar para poder sobrevivir, la verdad nos causaba terror, era más sencillo salir a desfilar con banderas.

La mulatica siguió allí, se puso mucho más buena y la gente era feliz de poder mirar su culo cadencioso al andar. ¿Qué otra dicha podíamos pedir? ¿Quién se acuerda del soldadito? Tal vez con expresiones poco humanas. ¡Que se joda el infeliz!, así es la vida, el muerto al hoyo y el vivo al pollo. Infeliz, esa es la verdadera palabra, perdió su pierna por un lamentable error, no solamente de los padres, de sus ligeras conclusiones, de su inmadurez, error. Pero que fue de todos y de uno, porque todos fuimos culpables y lo somos, que sigan hondeando las banderas y se llenen las plazas, nunca faltarán esos infelices soldaditos. ¿Quién se acuerda de él? No solamente de mi vecino, de aquellos que no regresaron vivos. ¿Sus padres? Es posible que muchos estén muertos, por eso han pasado a las páginas del olvido.

Lo perdió todo, pierna, casa, mujer, juventud. La alegría de vivir, bailar, correr y luego ser pagado solamente con sesenta u ochenta pesos, como si con esa limosna viviera una persona en Cuba. Tal vez tenga guardada en el escaparate las medallas que le otorgaron acompañadas de sus correspondientes diplomas. ¿De qué servirán?


 Quizás en una de esas borracheras para usarlas de broma, puede ser también que las use para llorar. Mientras tanto, nosotros seguiremos con nuestra mirada fija en el trasero de América, luego exclamaremos, ¡Que buena está esa mulata! Como si nunca hubiera pasado nada, como si nunca hubieran existido nuestros muertos, porque a solo un minuto de nuestras vidas, nada ha existido, ese espacio de tiempo fue ocupado por fantasmas. Que vergüenza, aquello pudo haberle pasado a mi hijo...



Esteban Casañas Lostal.
Montreal.. Canadá

1999-12-04


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viernes, 1 de febrero de 2019

EL BARBIQUIÚ


                                                         EL BARBIQUIÚ




                      
El apóstol perfecto, siempre me le quedo mirando para encontrarle un defecto. He pensado buscarle alguna pincha, no sé, alquilarlo como doble para cualquier película histórica. Si lo montas en un caballo blanco vestido de negro es el apóstol, la misma frente, el bigotico, la estatura. Solo le falta la chispita de vellos debajo del labio inferior, pero eso se puede resolver fácil. No bebe ginebra, en éste detalle se diferencia un poco, pero Braulio bebe de todo, cualquier cosa, y eso que ahora se ha ido refinando un poco. Cuando andaba solo era un coliflor, y en esto se parece también al apóstol, pero con un poco de menos suerte. Había que observarlo en cualquier fiesta con los coles afuera y disparando pa’ todos lados, era un peligro mi socio. Se le desorbitaban los ojos, se ponía esquizofrénico, mucho más grave cuando tenía par de palos en la cabeza, se los juro, era necesario caminar de culo pa’la pared.

No era mala gente, no lo es, solo hay que agarrarle la vuelta, después que lo comprendes le tomas afecto. Ese día me llamó para avisar que pasaría por la casa a conversar un ratico. Yo andaba un poco cabrón, se me disparaba constantemente el fusible de la cocina y la mitad de la casa estaba sin luz, así me encontró. Por suerte Braulio sabe de electricidad y me cayó del cielo, un rato después todo estaba arreglado y el día estaba maravilloso, no se cumplía el pronóstico anunciado por el canal meteorológico.

-¡Asere! Vamos a celebrar esto. Le dije por cumplido, pero con él no se podía andar con jueguitos, enseguida me agarró la palabra.

-¿Qué hacemos? La cafetera dejaba escapar ese delicioso aroma, luego mi mujer le aplicó vapor y una espuma ámbar subía del interior de la jarrita.

-No sé, vamos en el carro a buscar una botella de Absolut. Ya había comprobado las bondades de ese vodka, al día siguiente no era necesario matar al ratón. Mi mujer abrió la puerta del congelador y sacó varios paquetes de carne recién guardadas, estaban adobadas.

-¡Oye, no saques nada! Intervino la mujer de Braulio, nosotros almorzamos hace solo un rato!

-Poco los conoces, cuando comiencen a beber se les abre las tripas y quieren pellizcar algo. No te preocupes, esto es lo que quedó del barbiquiú que hicimos anoche. Fue colocando sobre la meseta de la cocina paquetes de costillas, chuletas, alitas picantes, pinchitos de carne, alitas sin picantes para el nieto, chorizos. Completó con una estiba de platos y cubiertos desechables. Me vestí y partí con Braulio, nos acompañaba mi yerno. Yo me bajé en el licor storage, mi yerno entró al mercado para comprar jugo de naranjas y Braulio continuó en busca de lugar donde parquear.

El día estaba hermoso, no había calor y yo andaba en pullover, mi hija y su marido con sweters, venían del calor de Miami y la temperatura era de 17 grados Celsius, baja para ellos. Mientras encendía el barbiquiú y nos preparábamos un traguito de destornillador, se acercó al depósito donde pongo alimento a las aves un bello ejemplar de Blue Jay. Todos guardamos silencio para no espantarlo, hemos adquirido esa cultura, es muy corto este tiempo durante el cual nos visitan las aves, tratamos de vivirlo en armonía con ellos.

-Si fuera en el “patio” no llegaba así de jamón a comer. Dijo Braulio rompiendo aquel involuntario silencio.

-¡Qué va a llegar! Enseguida le sale un fiñe con un tirapiedras y lo jode. Intervino su mujer.

-Y solo por gusto, por matarlo. Agregó mi yerno.

-La cantidad de aves que me comí cuando la alfabetización, ni se lo imaginan, hasta Tocororos. No mentí.

-Es otra cultura, una cultura depredadora. ¡Mira ahora a tu nieto! Desde que nació está viendo como alimentas a las aves. Dijo la mujer de Braulio.

-Es verdad, y no solo eso, ¿a quién se le ocurriría comerse un pajarito tan lindo? Fue mi mujer.

-¿A quién? A un millón de gente, no te imaginas a un hermano mío sentado en la puerta del patio de su casa con una escopeta de municiones. No había pájaro que se le resistiera. Le respondí.

-Es un crimen, pero solo ahora nos damos cuenta de ello. Concluyó Braulio y el blue jay emprendió su vuelo, mucho después que el nuestro hacia esa isla tan distante y melancólica de la que un día huimos. No podíamos desprendernos de ella, nos perseguía implacablemente, hería con su recuerdo y se hacía presente en cada emboscada que nos tendía. Nada tenía que ver con ella y en todo se metía, el paisaje era distinto, a solo unos metros de nosotros un árbol de cerezas florecido. Pocos días después estará adornado de puntos rojos, será el manjar de muchas aves que nos visitan cada año. Otro poco más lejos un manzano florecido, un peral, y a nuestra espalda un gigantesco Maple donde anida una ardilla.

-¡Asere! ¿De dónde sacaste esa carne tan linda? Me preguntó Braulio.

-¡Men! El chama tiene un socio que trabaja en el matadero y puede comprarla por cajas a precio mayorista. Ni te imaginas la cantidad de costillas o chuletas que caben en esas cajas.

-¡Consorte! Hay que cuadrar con el socio del chama para cuando organicemos un barbiquiú.

-No hay líos, solo se le debe avisar con tiempo e ir a buscarla, porque él hace poco que llegó del patio y no tiene carro. Mi nieto se deslizaba por la canal, al llegar abajo iba hasta una mesita en miniatura dispuesta para él y tomaba un hollejo de mandarina de un platico. Luego repetía el mismo recorrido o cambiaba su rumbo hasta el cachumbambé, daba dos o tres saltos cantando aquella centenaria pieza en una rara mezcla de español y francés. 

-¡Men! Si la gente de allá chocara de frente con esta cantidad de carne les da un infarto.

-¡Coño mi socio! No vamos a comenzar a sufrir.

-¡Es verdad, asere! Yo quisiera que vieras como está la rumba por allá.

-No te lo digo por eso, es que siempre caemos allá sin darnos cuenta.

-Eso es inevitable, ¿cuántos años llevas sin ir? Me preguntó el yerno.

-Catorce, y no pienso regresar hasta que aquello no cambie.

-¡Mira! Te voy a contar un poco, tú sabes que el año pasado fui a ver a mi vieja.

-Me imagino el shock.

-Te quedas corto, el shock de ambos fue duro, para mí lo fue peor.

-¡Claro! Ya te has adaptado a la vida de aquí.

-Eso es lo de menos, imagínate, un hermano mío no quiso que fuera a visitarlo para no ensuciarse, ya sabes, es comecandela.

-¡Coño, Braulio! Pero ese es un idiota, ya la gente se ha ido destapando.

-¡Sí, pero quedan comemierdas! Mi hermano es uno de ellos, pero bueno, fui a visitar a otro que tiene categoría de dirigente. ¡Qué pudiera contarte! Me dio tanta lástima.

-Flaco, no hace falta llegar hasta allá para darte cuenta de eso. ¿No te acuerdas de mi suegra? ¡Pobrecita! Se pasaba seis meses aquí cargando las baterías, total, se le descargaban al mes de regresar. Recuerdo aquella vez que hicimos el barbiquiú en el patio de tu casa, ¿te acuerdas? La pobre, me dice muy contenta; Ahora, cuando vaya, tengo ahorrado los pesitos del retiro. ¿Qué tienes Dora? Solo un rollito de papel sanitario, no te sirve para nada. Pero quién la sacaba de aquel bache, era lo suyo y vivía aferrada a eso.

-¡Pregúntale a mi mujer! Tú sabes que mi gente es de Remanganagua, esa gente está verde aún. ¡Mira muchacho! Resulta que al tipo le entregaron una casa grande porque es administrador de un taller. ¡Compadre! La casa es inmensa, pero no tiene nada adentro. Ni te imaginas cuando te digo que aquello estaba vacío, ni para sentarse mi hermano.

-Ni refrigerador, ni televisor, ninguna comodidad. ¡Ah! Y lo más deprimente, en el patio tenía un puerco amarrado con una cadena y un candado para que no se lo robaran. Agregó la mujer de Braulio.

-¿Con una cadena? ¡Coño, apretó! Exclamé con asombro.

-¡Si, asere! Así mismo, un puerco amarrado con cadenas. Yo quisiera que vieras el orgullo que sentía al mostrármelo. Dice que lo tenía reservado para los quince de su hija. Retomó Braulio la conversación.

-Pero esas son las cabronas cosas que no entiendo de nuestra gente. ¡Coño! Se están muriendo de hambre y tienen esos mojones de los quince metidos en la cabeza. ¡Ahí los tienes! Soportando esa hambre para tirar la casa por la ventana en un solo día y luego continuar peor.

-¡Consorte! ¿Quién rayos le saca esas cosas de la cabeza? Pa’no cansarte, le digo a mi hermano de ir a buscar unas cervezas porque no tenía donde carajo amarrar la chiva. Cuando vamos por la calle se cruza con un socio y le dice; Te presento a mi hermano, el de La Habana. ¡Asere! Aquello me jodió, te lo juro que me dolió. Mi hermano tenía miedo decir que yo era de Canadá. Tú sabes como es eso mi hermano, no se puede decir la verdad para evitar problemas. Agregó como justificación.

-Es del carajo vivir así, no me lo puedo explicar.

-Pero eso no es nada, le lavaron el cerebro, lo llenaron de mierdas. ¡Eso, sí! La mujer no está en ná, ella no se traga aquello y cuando el hermano decía algo, ella nos hacía una seña. Intervino la mujer de Braulio.

-Pero no saltes, déjame terminar el cuento de los laguers. Resulta que vamos a la única tiendecita de aquel pueblecito donde venden con dólares y compro las cervezas. Cuando le doy una a mi hermano no sabía cómo abrirla. Te lo juro mi hermano, yo nunca he tomado cerveza de latica. Tuve que enseñarlo, pero ahí no termina todo, cuando íbamos de regreso nos cruzamos con otro socio y él le brindó un buche de su latica al gallo. El tipo pegó su bemba de la latica de mi hermano y parece que tampoco había tomado cerveza en latica, aquello fue una novedad.

-Eso me recuerda una vez que había alquilado un camión para transportar los muebles desde Nuevitas hasta La Habana. Los fiñes del edificio me ayudaron a descargar y al finalizar le regalé a cada uno una latica de CocaCola, les sucedió lo mismo. Pero bueno, eso hace una pila de años.

-Sí, pero esto que te cuento ocurrió el año pasado. ¡Ahí no quedó la cosa! En eso sube mucho la voz y le hago señas, a mí me parece que el flaco padece de hipoacusia.

-¡Asere, no me cortes!

-¡No te corto, coño! El asunto es que hemos hecho dos barbiquiú y las dos veces nos han llamado a la policía.

-¿Pero tenían música?

-¡No, consorte! La primera vez la pusimos bajita, pero cuando ellos llegaron hacía rato que estaba apagada.

-¿Y quienes piensas tú que los llamaron?

-No sé, pueden ser lo vecinos de al lado. Tú sabes cómo son esta gente de amargados. Pero eso no es nada, resulta que llegan los mismos policías del año pasado y le dicen a mi hijo que la grabadora era un poco más grande que la anterior.

-¡Coño, qué memoria!

-Sí, pero ayer nos volvieron a llamar a la policía nuevamente. Era el cumpleaños de mi hijo y llegaron como veinte invitados, ya sabes como son los cubanos hablando.

-¡Hummm! Hay que tener cuidado entonces para evitar la multa.

-¿Dónde nos quedamos?

-En el puerco amarrado con las cadenas. Intervino mi hija.

-Yo creo que iban por las laticas de cerveza. Fue mi yerno, quien ahora se dedicaba a asar las carnes en el barbiquiú.

-¡Consorte, no continúes! Voy a traer una mini grabadora para guardar toda esta historia, me interesa escribirla.

-Bueno, mándate a correr y yo te espero, voy a llenar los vasos de nuevo. Aproveché para buscar un cigarro de paso. Rebobiné el casetito y le puse rec, acomodé aquella miniatura en la mesa y dejé que cada cual se despachara, es increíble el alcance de su micrófono, solo la uso para esto.

-Cuando quieras, mi socio. Le dije mientras bebía un poco de mi trago.

-¿Cuándo quiera, qué? Daba la impresión de estar enojado, pero nada de eso me inquietaba, solo me preocupaba el volumen de la voz.

-¡Ambia, que continúes con la historia!

-¡Ahhh! No se puede estar comiendo tanto miedo. ¡Asere! Si quieren llamar a la policía que lo hagan, tantos años aguantando allá pa’que ahora vengan a jodernos cuatro viejos amargados.

-No te calientes la cabeza y sigue, te quedaste en la latica de cerveza.

-¡No me vaciles, coño!

-No te pongas difícil, hoy estás belicoso. Enana, ¿qué le diste anoche?

-No sé, está acelerado. Me respondió su mujer.

-Es increíble, ese tipo es revolucionario, compadre, yo que pensaba que se habían extinguido. ¡Pa’qué contarte! Tú sabes que cuando uno está fuera de fonda la curda acaba contigo, te ennotas en ná, con dos palos vas echando pal piso. ¡Te lo juro, Esteban! Me dio lástima ver a mi hermano en esas condiciones, como un idiota, un loco, un comemierda, quién sabe. De buenas a primera veo que hay varios socios de él metidos en la casa y no me puse bravo, eran sus socios, pero yo era el que estaba pagando. Hizo una pausa para darse un trago.

-Asere, pero no quedamos que no había donde sentarse.

-En el piso, sobre cajas vacías, donde quiera. El cuento es que después que mi hermano se sonó unos laguers ya estaba del lado de allá. ¡Si vieras aquello! No era mi hermano, era Fidel Castro borracho el que tenía frente a mí, se le montó completo el santo de Fidel. El flaco comienza de nuevo a subir el volumen y me ponía nervioso. Y comienza a hablar y me dice: ¡Porque a ese hombre yo lo respeto, ese hombre si ha hecho por el mundo, la liberación, por los niños! ¡Yo pongo mi pecho para que me fusilen y salvar su vida! Por poco me orino de la risa y tuve que contenerme, no deseaba enojar al flaco.

-Asere, no se habrá vuelto loco tu hermano. Ahora eran las mujeres las que atendían al barbiquiú y mi yerno no se desprendía de nosotros, me imagino que pensaba estar entre locos.

-Esto no es fácil, men. Yo me quedé traumatizado, yo me quedé mal. No me gustó, no me gustó verlo así, un muchacho tan inteligente. ¡Compadre! Que mi hermano es ingeniero y ahora parece un anormal, no sé qué rayos le metieron en el cerebro.Mi hija se acercó con un platillo cargado de alitas picantes.

-Debe causar mala impresión ver a gente con ese absurdo comportamiento, pero es traumático cuando le sucede a alguien tan cercano como un hermano. No los entiendo, esos infelices no han visto nada, se hunden cada día más en la mierda y siguen defendiendo aquello.

-¿Y la mujer?

-¡La mujer, no! ¡La mujer, no! Ella es profesora y no entiende nada de esto. Él es quien está loco, cualquier momento le dan una patada por el culo y lo botan. Muy buena gente, muy inteligente, muy trabajador, pero no tiene donde sentarse, allí había que estar parado todo el tiempo. Y el puerco de mierda amarrado con una cadena, eso era todo lo que tenía mi hermano, y yo quisiera que oyeras con el orgullo que hablaba de su puerco. ¡Coño! Te hablo de un ingeniero. Esta vez lo dijo gritando y me asusté, ya veía a la policía entrando por el patio.

-¡De madre, flaco! Yo no quiero ver eso.

-¡No sabes ná! Dice que el sindicato le iba a prestar un salón del trabajo para que celebrara los quince. ¡Ya tú sabes! La familia le regaló algo, no mucho, allí todos están necesitados. El que pudo le regaló cien pesos, ¿pero eso qué es, Esteban? ¡Nada compadre! ¡Ahhh, eso sí! Allí estaba yo pa’ resolverle unos fulas pa’ los quince de la sobrina. El mismo que él tenía miedo presentar como de Canadá, me dio mucha lástima verlo destruido. Después me dice que el Partido le iba a resolver una pipa de cerveza, pero yo quisieras que probaras aquello, no me lo pude tomar, huele a mierda.

-¿A mierda? Pregunté asombrado porque yo había tomado mucha cerveza de pipa.

-¡A mierda, compadre! Respondió la mujer de Braulio alzando la voz sin darse cuenta.

-No te la puedes tomar, es agria, apestosa. ¡Mira que yo tengo buena boca! Te lo juro que no le pude entrar. Pero bueno, le agarré tanta lástima que le dejé unos fulas para la fiesta donde yo no iba a participar, al mismo hermano que tenía miedo decir que yo vivía en Canadá. ¡Asere! ¿Dónde puedo comprar cerveza?

-¿Flaco, para qué? ¿La botella no está por la mitad?

-¡Consorte! Están picando estas alitas de pollo, hace falta algo para refrescar.

-¡No jodas, compadre! Apaga con esto.

-¿Dónde hay un Depaneur?

-A media cuadra de aquí.

-Ahora regreso. Pocos minutos después llegó un amigo preguntando por mi hijo, llegó en un flamante Jaguar.

-¡Wow! Te echaste tremendo cohete. Le dije asombrado.

-Me eché de qué, es alquilado.

-¡Coño! Pero me imagino que los puedes alquilar más barato.

-¡Sí, los hay! Pero yo pedí un BMW y no lo tenían disponible en ese momento.

-¿Y eso, para qué?

-Por nada, Esteban, para darme el gusto que siempre estuvo vedado. El chamaco se fue y luego lo comprendí. Minutos más tarde llegaba de nuevo la policía.

-¿Y ahora, por qué? Somos cuatro gatos, son las cinco de la tarde, no hay música.

-¿De dónde son ustedes?

-Somos cubanos.

-Puede que hablen en voz alta. Luego del chequeo visual de rutina se retiraron. Segundos después el flaco entraba con la cerveza y me repitió la historia del puerco amarrado con una cadena, y que no había dónde sentarse, y que el hermano no tenía televisor, ni refrigerador, y que celebraron los quince de su sobrina gracias a los fulas dejados. Yo tenía un trago preparado y aún así me abrió una cerveza para aliviar el picante de las alitas de pollo. La olí involuntariamente, no olía a mierda. 

-¿No te conté que cocinaron? Preguntó el flaco mientras se empinaba una cerveza.

-No, no me dijiste nada de eso.

-¡Pobrecitos! Lo hicieron con toda la voluntad y alegría del mundo, pero no me la pude meter.

-¿Y qué cocinaron flaco?

-¡Asere, ni sé! Yo creo que barrieron con todo lo que les quedaba y lo metieron en aquel caldero, nada, para cagarse. Yo no pude comer aquello.

-Ni yo tampoco. Agregó la mujer de Braulio.

-Pero, ¿qué coño era?

-Ni te lo puedes imaginar, un sancocho que se jamaron los socios con tremendo gusto. La jeva de mi hermano sonó en el mismo caldero un arroz amarillo que tenía medio preparado con unos pedaciticos de pollo apenas visibles, y los mezcló con frijoles negros.

-¡Pobrecitos!

-¿Pobrecitos? Por su aspecto era comida de puercos, pero me conmovió mucho aquella acción, sentí tremenda pena por ellos.

-¡No digo yo, flaco! Es lo único que tienen y te lo brindan de corazón.

El flaco era ahora más parecido al apóstol, pero había cambiado el caballo blanco por un carro gris metálico. Su pareja no era de Guatemala, era de Guanabacoa, y no podía andar en muchas jodederas con aquella blanca que se mandaba mal, las posibilidades de morir de amor eran remotas. Creo que lo puedo contratar como doble en una filmación histórica, no creo que esto ocurra, gustan más las filmaciones eróticas.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2004-05-24


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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...