Visitas recibidas en la Peña

miércoles, 6 de febrero de 2019

EL SOLDADITO


                                                        EL SOLDADITO
                                                     



                                         
Cuento infantil para tiempos de guerra.
                              

...Uno de esos días, me encontraba parado en el balconcito viendo las caras nuevas. Ya el edificio se encontraba totalmente ocupado, una parte era formada por los marinos y la otra por gente entre las que se destacaban algunos muy pobres. Los contrastes se podían observar a la hora que los niños jugaban en el jardín, unos cuantos exhibiendo los trapos traídos por los padres del extranjero, los otros, con los trapitos gastados que les daban por la libreta. Entre los marinos, algunos nos manteníamos a distancia después de los problemas que habíamos tenido durante la construcción. Varios militantes no permitían que sus hijos se mezclaran con hijos de gente simple, ellos los consideraban desafectos, como si los niños pudieran cargar por nacimiento la ideología de los padres, aquellos niños solo se relacionaban con hijos de militantes. Puedo dar nombres de ellos, pero sería concederles un mérito de acuerdo al criterio de su partido. Algunos de estos personajes se encuentran en el exilio, hoy forman parte de los héroes escondidos que Fidel ha regado por acá.

Ese día en cuestión, vi salir de la escalera que me quedaba a la derecha a un muchacho que no llegaba a los veinte de edad según su apariencia. Era mulatico clarito, bien parecido, se desplazaba con dificultad y falta de práctica con la ayuda de dos muletas. Al joven le faltaba una pierna, no recuerdo cual de las dos, el primer sentimiento que me dio en ese momento fue de una profunda lástima. No lo conocía, no sabía en cuales condiciones había perdido su pierna, solo de verlo tan lleno de vida en esa situación me provocó un verdadero dolor. Si en ese momento el que hubiera pasado fuera un viejo, es muy probable que no me llamara tanto la atención, aquel joven estaba en la flor de su vida. No miraba a nadie, su vista iba fija al suelo, marchaba serio, evadía cualquier encuentro con los ojos que lo seguían. Quizás huyendo a las expresiones de pena por parte de gente a la cual no conocía, escapaba tal vez a las inoportunas interrogaciones, quién sabe lo que pasaba por la mente de aquel muchacho. Después lo volví a ver en distintas oportunidades, siempre igual, silencioso, serio, cabizbajo, triste y con la mirada fija al suelo. Con mucha dificultad descendía unos escalones para llegar al nivel de la acera, entonces, en la esquina de nuestro edificio doblaba en dirección a la calzada. Es probable que iría a tomar la guagua, también podía ser que se llegara al Policlínico, nunca se me ocurrió seguirlo disimuladamente para saber su destino, aquello no me interesaba.

Pocos días después partí de viaje por unos cuatro o cinco meses y cuando regresé los vecinos estaban más familiarizados, realmente en Cuba no es necesario mucho tiempo para lograrlo, La gente se conoce en las reuniones de los Comités de Defensa, en las reuniones de padres de las escuelas, en las reuniones de la Federación de Mujeres, en los trabajos “voluntarios” en los jardines, en las maniobras de guerra, en las colas de las bodegas, en las colas del policlínico. En fin, hay un millón de lugares para establecer relaciones,  todo esto trae también sus inconvenientes, poco a poco se pierde la privacidad, los vecinos van participando activamente en los acontecimientos de tu vida. Llegan a saber que comes, que bebes, que robas, que compras en la bolsa negra, cuando tiene la regla tu mujer, cuando tiemplas, a quién le pegan los tarros, que colores tienen los blumers de tu mujer, quienes son tus familiares, quienes son tus amigos, etc. Son gente a las que la miseria ha unido, Cuca le pide sal a Margot, Teresa le pide un poquito de azúcar a Teté, Muma le pide una colada de café a Chichi, Cuqui le pide algodón a Vanesa para su regla, así es todos los días. Los muchachos ya habían seleccionado a sus amigos de la escuela y estaban muy bien adaptados al barrio. Ese viaje pedí vacaciones pero me fue negada y los pocos días que estaríamos en Cuba los pasábamos como siempre, celebrando cualquier cosa. Era para lo único que servíamos, para celebrar, para beber y para templar como si fuéramos sementales. Teníamos vista corta y nunca veíamos que a nuestro alrededor las cosas se hundían por su propio peso. Avanzábamos como el cangrejo, un paso pa`lante y tres pasos pa`tras, eso no era una prioridad. Allí nos encontrábamos listos para dispararnos nuestra botella de ron y fajarle el culo a la primera hembra que se cruzara en nuestro camino, ese era el sentido de nuestras vidas y no nos dábamos cuenta.

Otro de esos días volví a ver al muchacho de las muletas, ahora andaba con una prótesis. Al menos podía disimular la falta de aquel órgano y avanzaba con más práctica. Iba acompañado de su mujer, una hermosa joven, mulata bien clarita de un cuerpo fenomenal y andar exótico. Ese andar típico de Cuba donde las mujeres mueven el culo con mucha elegancia para atraer la vista de todos los machos. Se puede distinguir sin dificultad ese sube y baja que cada nalga, así marchaba ella junto al marido. Cuando la oí hablar pude comprender que era de origen oriental, el muchacho no abría la boca para nada. Se notaba un poco más animado que la vez anterior, siempre mirando hacia el suelo, como evitando tropezar con algún obstáculo. Su rostro no podía esconder la tristeza que llevaba en el alma, pocos segundos después desaparecían por el mismo camino de siempre.

En esos días la volví a ver con una jabita en la mano en dirección al mercado, pude mirarle su rostro juvenil, tendría menos de veinte años igual que su marido. Sus ojos eran ligeramente achinados, no se podía negar que aquella pieza debía ser un exquisito manjar. Mi vista iba a parar en el movimiento de su culo, esto era algo inevitable para los cubanos cuando veíamos a una mujer. Nuestro primer encuentro visual era con su trasero, como si buscáramos el lugar perfecto para poderla inyectar. Es casi un vicio, cuando nos llegaban de frente le mirábamos las tetas, luego íbamos bajando la vista hasta las canillas. Cuando nos pasaban por el lado, teníamos la obligación de girar la cabeza para completar nuestro chequeo, casi nunca nos acordábamos de su rostro.

Le pregunté a mi esposa por esa original pareja de jóvenes y me dijo que el muchacho había perdido la pierna por una mina en Angola, donde estuvo pasando el Servicio Militar. Aquello me produjo mucha más pena, al menos éste solo había perdido una pierna, pensé. A otros, sus madres no lo habían podido llorar aún en sus tumbas. Todavía permanecían cubiertos por una tierra ajena hasta que al tipo le diera la gana de devolvérselos a sus familias. Recordé a aquellos que viajaron conmigo durante la guerra, hacía seis años de aquel acontecimiento, muchos no regresaron. 

En la medida que pasó el tiempo, la gente se cansó de esa loca aventura y se negaban a partir. Razón por la que el gobierno se dio a la tarea de captar a jóvenes del Servicio Militar. Se les ofreció pasar este período en dos años cuando en Cuba eran tres y se les pagaría un salario de $250 pesos, mientras en Cuba ganaban siete pesos mensuales. Muchos de estos muchachitos cayeron fulminados por la oferta y partieron, no era para menos, en esos tiempos un Médico solo ganaba $231 pesos. Como sucede siempre en la juventud, no se analizan las adversidades, solo se miran las ventajas. Creo que parte de la responsabilidad en esas muertes las tienen los padres. A mi hijo trataron de captarlo para esa aventura y no solo me opuse firmemente, le hablé de todo, de mucho, del sistema que había en Cuba. Le dije que yo lo mantendría todo el tiempo que fuera necesario, pero que a él no se le había perdido nada en ese país, que esa guerra no era nuestra, al fin lo convencí, no fue fácil tampoco, le habían comido el cerebro.

Cuando regresé del próximo viaje la mulatica estaba embarazada, se veía linda con su barriguita. Hasta que se convirtió en un barrigón y con el tiempo explotó. Tuvo una hembra, pero ésta no salió tan clarita como el padre ni la madre, nació bien negrita y algo feíta. Tenía la nariz algo chata y el pelo bien duro, de los que llamamos “pasa”. Yo partí de nuevo en mis viajes, me ausentaba durante meses, años, tiempo que era empleado por la niña para crecer, no mucho, pero crecía, hasta que su equilibrio y la madre le permitieron jugar en el jardín. 

En otra de mis vacaciones noté la ausencia del soldadito, ya la niña asistía a la escuela y su madre continuaba hermosa. Conservaba aquella juventud maravillosa y su cuerpo ahora era de mujer, más ancha de caderas y el busto bien pronunciado. Un día, estando en el jardín chapeando alrededor de las matas de rosas que tenía sembradas muy pegadas a mi pared, América, que así se llamaba la mulatica, me pidió de favor que subiera a su apartamento para que le revisara la cocina de kerosén, tenía la manivela de una hornilla en la mano. Cuando entré, pensé estar en otro mundo, quizás en el cuarto de aquella clasificación establecida para evaluar la miseria. Su apartamentico estaba constituido por un cuarto y en el mismo espacio que ocupaba mi sala comedor, el de ella era sala cocina y baño. 

Nosotros bautizamos a esos apartamentos como los mutilados durante la construcción, eran buenos para personas solteras, pero eso no era lo importante. Tenía la puerta del cuarto abierta y pude ver en su interior una “columbina”, así le llamamos a un bastidor con cuatro patas. Encima de ella una colchoneta cubierta por una vieja sábana y en una de las esquinas del cuarto, había un palo colocado de pared a pared donde se encontraban colgados tres o cuatro percheros con ropa muy usada. En la sala solo existía una mesa de construcción casera y dos sillas bien maltratadas. Fuera de todo esto, solo poseía la cocinita de kerosene cuyo aspecto delataba haber pertenecido a otras personas. La pobreza en aquel hogar era extrema, muchos me dirán que exagero en mi asombro, que existen muchos lugares más pobres en el mundo y estoy totalmente de acuerdo con ellos. Yo he visitado esos lugares y soy testigo de su pobreza, pero en Cuba habían pasado bastantes años, los suficientes para que estos desaparecieran. Si teníamos dinero para las guerras, el dinero debió ser suficiente para eliminar la pobreza de nuestro pueblo, esa era la razón de mi asombro.
Su apartamento estaba impecablemente limpio, no tenía nada que diera motivos a la acumulación de polvos o basuras, solo eso, aquella destartalada mesita. Le arreglé la manivela a su cocinita y me marché, luego, comenté lo visto con mi esposa y le pregunté por el soldadito.

-Se comenta mucho, unos dicen que el hombre se marchó porque no consideraba a la niña como su hija. Otros dicen que América lo dejó porque al pobre, solo le pagaban unos sesenta u ochenta pesos como mutilado de guerra, eso es todo lo que se debate en el vecindario. La verdad es que vive en una absoluta pobreza, pero ella saldrá adelante, para eso es joven y bonita. Eso fue todo lo que me dijo de aquel matrimonio deshecho.

Yo siempre iba con mi mejor amigo a tomar unas cervezas a un lugar conocido como “El Golfito”, estaba a solo unas cuadras del edificio. Allí había un bar-restaurante con muy mal servicio y ofertas. Era un verdadero desperdicio que se encontraba en un área muy bonita con vistas al mar y al pueblo de Cojímar. Poseía una frondosa arboleda donde uno podía sentarse a conversar y disfrutar un poco de la naturaleza. Fuera del restaurante existía una pipa o tanque dedicado a la venta de cerveza a granel, este tanque se encontraba en una rústica y mal construida caseta. Tanques como éste existían dos en Alamar, que para ese entonces, contaba con una población superior a las ochenta mil personas. Era toda la oferta que el gobierno brindaba a sus trabajadores y razón por la cual en muchas oportunidades era casi imposible tomarse una cerveza. Las colas eran fenomenales, formada por gente irritada y agresiva con cubos en las manos o cuanto artefacto sirviera para llevar la cerveza que luego se calentaba y no quedaba más remedio que beberla en esas condiciones. Debo aclararles que esa cerveza era además de pésima calidad, un día daba diarreas, otro día te provocaba un fuerte dolor de cabeza, y cuando menos, te daba una sed tremenda después de la resaca, ese día bebías más agua que un camello. Con los salarios tan bajos de la gente que no les alcanzaba para comprar la comida del mes, no podían remotamente pensar en ir a cualquiera de los restaurantes de la ciudad donde los precios estaban fuera de su alcance.

Como nos encontrábamos de vacaciones, casi siempre nos llegábamos hasta El Golfito en horas laborables. No teníamos inconvenientes para beber la cerveza que nos diera la gana, después de las tres aquello resultaba casi imposible. Nos sentábamos debajo de la arboleda a beber tranquilamente aquel líquido que sabíamos tenía efectos secundarios muy variados, pero eso no nos importaba, éramos medio masoquistas, lo nuestro era beber y templar, esa era el sentido de nuestras existencias. Casi siempre coincidíamos con otros marinos, no era de extrañar, la marina poseía alrededor de veinte edificios en ese barrio. Al comienzo del encuentro el tono de las conversaciones era suave durante la primera perca (Vaso grande de cartón encerado) A partir de  la segunda sentíamos los efectos del alcohol, se elevaba el tono de la voz y en muchas oportunidades, le dábamos libertad a nuestra conciencia para que pudiera hablar. Creo, sea ésta una de las pocas oportunidades en las cuales el cubano se expresa tal y como es verdaderamente. En su borrachera o proximidad a ella, se desahoga y suelta todo lo que lleva por dentro, es cuando le dice mierda a la mierda. Después que la borrachera pasa, se arrepiente de lo que dijo y comenta con los amigos; “Coño, voy a tener que dejar de beber, me da por decir muchas mierdas”. Así, se mantiene temeroso y auto reprimido durante varios días con el miedo a ser delatado por alguno de los presentes. Por eso, el día que quieran oír la verdad sobre lo que sucede en ese momento, no duden en oír lo que dice un borracho en Cuba o cuando oiga decir, que fulano habla mucha mierda. En ese país, la verdad es considerada mierda y en oportunidades, quienes la dicen son calificados de locos.

En esas alcohólicas tertulias debajo de la sombra de los pinos, empezamos por hablar mierdas de nuestra Empresa. Esa era la constante para comenzar los debates, luego pasábamos a mencionar a los capitanes hijoputas, los sancionados, los presos por contrabandos, siempre se evadía el tema político. Tocábamos el tema de los precios de los artículos en la bolsa negra, el precio del dólar, etc., pero siempre se evitaba tocar el relacionado con la situación del país. Nadie confiaba en el compañero que estaba sentado al lado de uno compartiendo en esos momentos, siempre se temía la delación. Por último llegábamos a otro punto muy comentado y temido por los marinos, me refiero al asunto de los tarros, donde casi siempre la mujer era la mala. En la marina mercante cubana le pegaban los tarros a un tripulante y esa noticia le daba la vuelta al mundo en lo que canta un gallo. Los telegrafistas eran los encargados de difundirlas en sus comunicaciones diarias, imaginen que uno se lo decía a un barco que estaba navegando por el Pacífico, éste se la pasaba a otro que se encontraba por el océano Indico, éste a uno situado en el mar Negro, etc. Así, lo llegaba a saber toda la flota menos el tipo afectado.

Una de esas mañanas salió a la luz la figura de la mulatica América, todos le encontraban algo distinto que la convertía en más atractiva. Sus virtudes a esa hora eran exageradas por los efectos de la cerveza de pipa y todos la deseábamos, mas adelante otro habla sobre la niña. -Coño, está duro eso de tragarse que la niña es del cojito, los padres son mulaticos claritos y la chamaquita salió bien atrasá. Después de esa exposición, los criterios fueron muy variados. Unos decían que eso podía suceder, que les podía salir lo de negro desde no se sabe cuantas generaciones. Otros se inclinaban por el tarro, entonces los debates se dividieron en estas dos posiciones. Unos luchaban por hacer valer sus criterios y los otros se oponían tenazmente. Al final, todos gritábamos y nunca llegamos a un acuerdo, así sucede cuando hay más de un cubano.

Quedó muy claro ese día los deseos de los presentes por agarrarle el culo a la sabrosa mulata. Qué carajo podía importarnos la niña, ni el cojo, ni su pata, si la perdió ese era su problema. El nuestro era beber y templar, aquella mulatica estaba muy buena para eso. Después, la vida seguiría su curso, nosotros continuaríamos viviendo y bebiendo, esa era la vida. ¿Qué lográbamos pensando tanto y rompiéndonos la cabeza?

En la medida que pasaban los minutos de nuestras vidas, sentía que nos convertíamos en más miserables. Nuestras existencias perdían muchos sentidos y casi nada era importante. Parte del tiempo que nos restaba del que empleábamos en tratar de buscar alimentos, era el ideal para nuestro principal pasatiempo, nos convertíamos en borrachos. No hablo de un grupo sentado debajo de unos pinos, me refiero a una nación que deseaba estar embriagada. Nadie miraba a su alrededor por miedo, todos callaban, así, durante todos esos años, nos convertimos en los mejores cómplices de tanta destrucción. La lucha por ser honesto se hacía cada día más difícil, era un deber robar para poder sobrevivir, la verdad nos causaba terror, era más sencillo salir a desfilar con banderas.

La mulatica siguió allí, se puso mucho más buena y la gente era feliz de poder mirar su culo cadencioso al andar. ¿Qué otra dicha podíamos pedir? ¿Quién se acuerda del soldadito? Tal vez con expresiones poco humanas. ¡Que se joda el infeliz!, así es la vida, el muerto al hoyo y el vivo al pollo. Infeliz, esa es la verdadera palabra, perdió su pierna por un lamentable error, no solamente de los padres, de sus ligeras conclusiones, de su inmadurez, error. Pero que fue de todos y de uno, porque todos fuimos culpables y lo somos, que sigan hondeando las banderas y se llenen las plazas, nunca faltarán esos infelices soldaditos. ¿Quién se acuerda de él? No solamente de mi vecino, de aquellos que no regresaron vivos. ¿Sus padres? Es posible que muchos estén muertos, por eso han pasado a las páginas del olvido.

Lo perdió todo, pierna, casa, mujer, juventud. La alegría de vivir, bailar, correr y luego ser pagado solamente con sesenta u ochenta pesos, como si con esa limosna viviera una persona en Cuba. Tal vez tenga guardada en el escaparate las medallas que le otorgaron acompañadas de sus correspondientes diplomas. ¿De qué servirán?


 Quizás en una de esas borracheras para usarlas de broma, puede ser también que las use para llorar. Mientras tanto, nosotros seguiremos con nuestra mirada fija en el trasero de América, luego exclamaremos, ¡Que buena está esa mulata! Como si nunca hubiera pasado nada, como si nunca hubieran existido nuestros muertos, porque a solo un minuto de nuestras vidas, nada ha existido, ese espacio de tiempo fue ocupado por fantasmas. Que vergüenza, aquello pudo haberle pasado a mi hijo...



Esteban Casañas Lostal.
Montreal.. Canadá

1999-12-04


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