
A la izquierda mi hermano Pedro y a la derecha Luisito, una de sus ultimas fotos.
LUISITO
Su muerte fue anunciada los trescientos días posteriores a su nacimiento, probablemente haya superado los cuatrocientos y ahora no lo recuerde muy bien. En el hospital decían las mismas palabras: “Probablemente no llegue a la media noche”. Vengan lágrimas de mi madre que apenas comprendía, desvelos y viajes constantes al Hospital Infantil del Vedado, quizás la única distracción que teníamos entonces, viajar en aquellas antiguas guaguas de madera.
Fue largo el tiempo sufriendo aquella agonía que nunca tuvo fin, ya mayor, pude reconocer el mérito de aquel hermano menor en su batalla por la vida. Muy pocos han luchado tanto como él para vencer, ortos y ocasos se confundían mientras vivíamos una terrible miseria. Luego de leer aquella obra tan famosa de Víctor Hugo yo me reía, lo suyo había sido solo una comedia comparada con nuestras desafortunadas vidas. Por suerte existen primos aun vivos que son testigos de esto que les digo y no quiero explicar con lujos de detalles, no es mi propósito hoy. Evado en todo momento trasmitir tristeza, disfruto cuando reparto alegrías y cosecho sonrisas, momentos de felicidad. Todo lo amargo de mi existencia es conservada en un cofre muy bien sellado, ¿de que sirve repartir frustraciones?, siempre me pregunto. Millones de seres atraviesan situaciones peores y me agradecerán cuando les regale un poco de alivio a sus almas. No existe palabra alguna que logre calmar todo el dolor que cargamos en nuestros corazones.
Les pido encarecidamente que no sufran conmigo estas líneas, háganse la idea que asisten a un circo y se encuentran con la actuación del payaso, nadie sabe qué se esconde detrás de su máscara y la eterna sonrisa maquillada en su rostro, piensen eso. Hoy solo deseo dedicarle unas palabras a ese hermano mío que acaba de partir, la noticia me llegó estando con fiebre y no supe como digerirla, es que no se puede.
Yo era el mayor de cuatro hermanos en aquellos tiempos, después fui el primogénito de once, seis blancos y cinco mulatos. Creo ser el mejor archivo viviente de esa familia gracias a la memoria que poseo. Mas de un año estuvimos separados de Luisito y luego no fue mucho el tiempo que vivimos juntos, la familia se desintegró y desde esa temprana edad no tuve nuevamente un hogar hasta el año 1981.
Ya mi padre tenia relaciones con la que seria la madre de mis siguientes hermanos, una adorable negra que tenia como equipaje toda la paciencia del mundo y a la que rechacé siendo un niño, no solo por haber perdido a mi padre, digamos que gracias al veneno que me fuera inyectado por los mayores. ¡Claro! Muchas veces con altas dosis de racismo, ya lo dije, se trataba de una negra. Viviendo en condiciones infrahumanas que mas vale no recordar, mi padre abandona a mi madre con cuatro hijos. No quiero revivir aquella pesadilla, solo recuerdo que la aventura tuvo su fin en la estación de policía que se encuentra en la Avenida Acosta. Deben imaginar que corría el tiempo de Batista y que esa policía no se andaba con jueguitos. Sin acudir a tribunales, mi madre cargó con los dos mayores y mi padre se quedó con los menores. Nació de esa manera uno de los tiempos más difíciles de mi vida, no teníamos hogar donde carenar nuestros cuerpos y resultaba imposible reunirnos una vez en el año, la familia dejó de existir y vivíamos de la caridad de nuestras tías, todas adorable. Pasó muchísimo tiempo sin que volviera a ver a mis hermanos, cada uno fue distribuido en lugares diferentes y distantes. Creo haber sido el mas desafortunado, cumplí una inmerecida sentencia en una creche rodeado de niños tan maltratados y tristes como yo, se llamaba “La Creche Chaple”. A esa terrible institución propiedad de un policía debo los recuerdos mas amargos de mi infancia.
Un día se apareció mi madre y sin que mediara explicación alguna, me sacó de aquel centro de tortura infantil y me depositó en una gran escuela, me refiero a la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana. Aquí aparece entonces la figura de Luisito, resultó ser el principal donante de mi felicidad en esa etapa que restaba de mi infancia. Pudiera resultar incomprensible que un niño se manifieste con alegría sobre su estancia en un orfelinato, debo asegurarles que fue la etapa mas feliz de ese trozo de inocente vida. Allí tuve todo lo que necesitaba, cientos de hermanos de todos colores que eran huérfanos, cama, ropa, educación y el dulce amor de unas monjitas que compensaran el que no teníamos.
Aquellas dulces monjas descubrieron que Luisito era sordo y no podían mantenerlo en la institución, razón por la cual mi madre suplicó por ese canje de dolores en que yo fuera beneficiado. No había nacido así, se llegó a la conclusión de que el uso extremo de antibióticos para salvarle la vida lo habían privado del oído y al no escuchar tampoco hablaba. Pasaría un largo tiempo sin verlo, creo que debieron resultar varios años cuando nos encontramos nuevamente. Aquel milagro ocurrió durante una visita de mi abuela que vivía en Estados Unidos, gracias a ella pude ver de nuevo a mis hermanos Carlos y Luis, se encontraban internados en una creche localizada en la barriada de Jacominos. Conocí también a mi hermana Luisita, hija de mi padre con su segunda mujer, ella seria su quinta criatura.
Nos perdimos por largo tiempo, pude visitar a mi hermano Ernesto, el segundo en mi escalera, estaba internado en el preventorio de Cojímar, tampoco fue en muchas oportunidades. Mi mundo se redujo a la existencia de aquella maravillosa escuela donde pase el resto de mi niñez.

Junto a mi hija hace dos años
Los años no se detuvieron y en la medida que avanzaba, mi padre tuvo cinco hijos con Luisa, que así se llamaba la negra y por la que más tarde yo profesara un inmenso cariño. Por su parte, mi madre tuvo dos hijos mas con quien fuera mi padrastro, o sea, si sumamos los cuatro carnales a los cinco por parte de padre y los dos maternos, llegamos a la astronómica cifra de once hermanos, donde nunca se pronuncio la palabra “medio hermano”, así nos vimos siempre.
Mi padre era muy comunista, tanto, que un día eligió morir en Miami y no en Moscú. Mis relaciones con el fueron efímeras, extremadamente cortas, ocurrió durante mi permanencia en el Servicio Militar Obligatorio. Debo confesar que mi separación de la familia a temprana edad produjo un gran desarraigo por ella en mí, al extremo de no sentir mucho cariño por mis padres, no fue mi culpa, soy un producto de la soledad. Como víctima o victimario, ambos me faltaron en una edad donde más los necesitaba. Por la década de los sesenta mandan a mi padre como dirigente de la Columna Juvenil del Centenario y le dan una casa en Jatibonico. Cargó con sus muebles y batallón de hijos, porque no les he mencionado que la negra llevaba varios años criando a sus cinco hijos y a los dos de mi padre, siete en total para una sola mujer, imagino los sacrificios a los que fuera sometida con las dificultades que existen para vivir en Cuba.
Dejamos de vernos durante mas de diez años, tiempo donde no solo se altera nuestra fisionomía, evolucionamos mentalmente y pasamos a la adolescencia sin apenas darnos cuenta. Una edad sumamente peligrosa que requiere la asistencia del padre cuando se trata de varones. Antes de que esa separación se produjera, ya le había criticado a mi madre por haberse desentendido de mis hermanos Carlos y Luis. Fue una acción imperdonable que el tiempo se encargaría de pasarle factura, siempre le dije. No tengo la mas remota idea de las razones para tal comportamiento, quizás fuera la condena de la sociedad hacia las madres solteras o el infierno que vivía con su actual suegra. Como quiera que sea, nunca debió olvidar a esos dos hijos.
Mi padre volvió a enamorarse y abandonó a la negra con sus siete hijos en Jatibonico, pueblo donde no tenía parientes ni dolientes. Yo me encontraba navegando desde hacia unos años y con el tiempo me había olvidado de ellos también. De ese abandono me enteré una vez que mi hermano Carlos nos localizó, él se encontraba estudiando en una escuela de la Flota Cubana de Pesca. Tiempo mas tarde nos enteramos de que la negra logró mudarse para Isla de Pinos, allí tenia lo que quedaba de su familia. En un encuentro casual con mi padre recuerdo haberle dicho; “No comprendo como un comunista puede querer a un compañero habiendo abandonado a nueve hijos”. Hay muchas cosas que deseo dejar en el tintero para no herir a mis hermanos, aun con el daño que les produjo, yo se que lo quieren, yo no.
Apareció Luisito un día, ¡vaya alegría!, coincidió con una de mis vacaciones, ya era un jovencito. Apenas oía y solo pronunciaba disparates, era muy cómico cuando hacia uso de la mímica. Quiso quedarse con nosotros y viajé con él hasta la Isla para hacerle el traslado de la libreta de racionamiento. Para asombro mío, aquel mudito era conocido por muchos pasajeros que viajaban en el ferry. Yo vestía uniforme de la marina con charreteras de oficial, lo hice para evadir el pago del pasaje y para realizar las gestiones en la oficina OFICODA, la que controlaba las libretas de racionamiento, todo funcionó de acuerdo a lo calculado. Andando por Gerona no paraban las sorpresas, todos saludaban a mi hermano con mucho cariño y él me presentó a decenas de personas con mucho orgullo. Aquel mudito me tenia sorprendido, recuerdo que alguien me mostró un periódico donde aparecía su foto donde lo mencionaban como “Vanguardia” en la recolección de toronjas. Regresamos a La Habana, no a una parte cualquiera, mi madre vivía en Luyanó, un barrio algo caliente.
Luisito no entendía de negro guapo ni tamarindo dulce, no hubo un día donde no se liara a trompones con algún chama del barrio. Ya saben de que se trata, cuando llegas nuevo a un barrio o escuela quieren probar fuerza contigo y con el mudito la encontraron, bastó poco tiempo para que lo respetaran.
-¡Asere! Trata de hablar con tu hermano y cálmalo, lo van a matar. Me dijo un día uno de los vecinos.
-¿De cual de ellos me hablas?
-Del mudito, ya lo he visto en varias broncas en la ruta 10. Aquello me preocupó porque en esa ruta viajaba la gente que vivía en Jacomino, La Cuevita, Corea, etc.
-¡Coño! Gracias por alumbrarme, voy a hablar con él.
-Luis, ¿qué te ha pasado en la guagua? Le pregunté ayudado por la mímica, también comenzaba a recuperar un poco el oído y había aprendido a pronunciar las peores palabras de nuestro vocabulario.
-¡Un peco, un peco! Me dijo mostrándome un par de mocasines blancos que yo le había regalado y que él cuidaba como si se trataran de oro. Luego con mímica y uno que otro maricón por el medio de la explicación, me dijo que le habían pisado los zapatos en la guagua y como le costaba un peso mandarlos a limpiar se lo reclamaba al pasajero.
-¡No lo hagas más, cojones! Te van a matar, cuando te pase eso habla con mi mujer para que te de un peso y lo mandes a limpiar. Eso se lo grité para que no tuviera dudas.
-¡Pinga, cojones, un peco! Fue su respuesta y no quise insistir.
Luisito era el mas trabajador de nosotros, no sé cómo, se procuró una plaza como estibador en una fábrica de bloques que existía en el barrio Vieja Linda. Por aquellos tiempos se trabajaba a destajo y mi hermano terminaba las quincenas con buena plata. Fui un día a inspeccionar el sitio y comprobé que todos los trabajadores lo querían y respetaban. Me dijeron que cuando la norma era de un camión por trabajador, Luisito cargaba dos. Eso sí, compraba dos tarjetas para almorzar y ese privilegio se lo concedían. Allí también fue vanguardia, era un loco trabajando. Fue relacionándose con el resto de familiares hasta entonces desconocidos y amistades nuestras, a quienes comenzaba a visitar con la frecuencia que le permitían los días de descanso.
Uno de aquellos regresos míos, me entero de que había dejado la fábrica de bloques por dolores en la cintura y se consiguió otro trabajo de liniero en una brigada que realizaba explosiones buscando petróleo. No lo imaginaba medio sordo y mudo trabajando con explosivos, pero así era de loco. Viviendo en Alamar y transcurrido mas de la mitad de los ochenta, se presenta en mi apartamento una muchacha bien bonita como la novia de mi hermano, Luisito le había dicho que lo esperara en mi casa. ¿Cómo coño se las arregló para empatarse con ese pollito? Pensé y no quise preguntarle nada a la muchacha. Un tiempo mas tarde me entero de que estaba viviendo con una mudita en el pueblo de Artemisa y que era feliz, yo también disfrutaba con su felicidad. Recuerdo que una vez fui a comprar un puerco por la zona de Bahía Honda y los campesinos de la zona conocían a mi hermano. ¡Coño! Si hubiera hablado su fama tuviera una extensión nacional, siempre pensé.

Luisa, la adorable mamá negrita que crió a Luisito.
Nos visitaba a cada rato y para que mentirles, nos volvía locos, no paraba de hablar en su jerigonza. No importa si hacía diez minutos había comido en otro lugar, si lo invitabas, Luisito se sentaba y se disparaba lo que le pusieras en el plato, operación que repetía en el próximo sitio que visitara. No pude verlo antes de partir, no se encontraba en La Habana. Hace unos dos meses hablamos vía IMO y parecía un niño cuando me vio, se le aguaron los ojos.
-Eteban, yo Canada contigo, esto e mierda. Me dijo y lo comprendí perfectamente.
-Luisito no te puedo traer para Canadá, tu eres chiva del G2 y comunista. Le dije para molestarlo y borrar la tristeza de su rostro.
-¡Chiva ni cojones! Yo gucano, no comunista. Me respondió indignado y llevé la conversación hacia un término más suave. Volvimos a conversar por esa vía en dos o tres oportunidades mas y no volví a empatarme con él, lo mismo andaba por Artemisa, Isla de Pinos o La Habana.
Hoy he tenido que hacer de tripas corazón, no me siento muy bien de salud desde hace unos cuatro días. El día 7 de enero recibo la triste noticia de que mi hermano Luisito se quitó la vida estando en Artemisa, el malestar, la rabia e impotencia se rindieron ante el dolor experimentado. Nadie en esta vida me había profesado tanto cariño como este hermano mío y su muerte me empujó a dedicarle estas líneas. No le critico por tan fatal decisión, su razón de peso tuvo y lo respeto. Nadie espera un final como este a una vida de quien regalara tanta alegría y nos resulta amarga aceptarlo en un acto de egoísmo donde solo medimos con la vara de nuestra felicidad. Quizás tenía deseos de reunirse con su mamá negrita, y con la blanca también, porque al final la aceptó y perdonó su injustificado abandono. Pudo querer compartir con nuestro hermano Pedrito, el primero en partir y a quien Luisito adoraba como un Dios, quien sabe, tal vez solo se cansó de vivir.
Hay dolores que no borran las mas tiernas palabras de consuelo, pueden ocultarse y no ser compartidas, solo que no pueden borrarse porque marcan algo mas profundo que la piel, como un hierro candente esos dolores te dejan marcada el alma y la brusca partida de Luisito es una de esas huellas imposibles de borrar. Sin embargo, prefiero recordarlo con su eterna alegría y esa cabrona jerigonza con la que nos hizo pasar tantos momentos agradables. No es un tema marítimo, pero lo voy a mantener colgado entre mis barcos, para que siempre se mantenga vivo y viaje en uno de ellos hasta Canadá.
Ya sus cenizas descansan junto a su mama negrita y mi hermano Pedrito en Isla de Pinos.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2018-01-10
No hay comentarios.:
Publicar un comentario