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jueves, 21 de octubre de 2021

MEMORIAS DE “BOLLO MANSO” (10) FIESTA DE CUMPLEAÑOS

 

MEMORIAS DE “BOLLO MANSO” (10)

FIESTA DE CUMPLEAÑOS




 

No debe ser muy común, al menos no he visto caso similar en el mundo, bueno, creo que el gordito coreano es una copia fiel del nuestro. Quiero decir, ningún gobernante del mundo civilizado está pendiente o da un discurso para explicar cómo se repartirá la cerveza, cuántos blúmeres de mujer se ofertarán por la libreta, cuántas vacas se inseminarán con la leche del toro Rosafé y otras tantas locuras que le llegaban en sueños, luego convertidas en pesadillas para nosotros. Así era el tipo que hoy reposa dentro de un meteorito en Santiago de Cuba.


En la isla todo está racionado menos el aire que se respira, hasta la felicidad, casi inexistente y sin cupones en la libreta. Así un día, racionaron todos los artículos que normalmente se ofertan en una fiesta, poco importa si es de bodas o cumpleaños. Hablo de un tiempo donde sobrevivían momentos para festejar algo y ya saben ustedes de la disposición de los cubanos para asistir a ellas. Creo haya sido el único evento donde fuera puntual y no se reportaran ausencias.


Esas fiestas no tenían desperdicio y cumplían muchas funciones sociales, la primera de ellas era matarse el hambre. Aunque se presentaran vistiendo los mejores trapos, si virabas al revés a la mayoría de los asistentes, es probable que solo encontraras el menudo para tomar la guagua. Y del estómago no les cuento, mucho más vacíos que sus bolsillos y acompañados de esa hambre crónica que ya ha cumplido sesenta y dos años, insaciable. Situación que exige de una tremenda responsabilidad al que organiza una fiesta, y bueno, como pago todos sabían que al final la mayoría de esa gente partiría hablando mal o cortando levas.


La otra función de una fiesta era utilizarla como pasarela para desfilar con los mejores trapos encontrados en el escaparate. Alardear, especular, dar una imagen falsa de tu estatus social, provocar envidia o admiración entre los conocidos, demostrar conocimientos del último grito de la moda, marcas de tenis, etc. Bueno, esta costumbre fue variando con el tiempo, se usó también preciarse de tener un pariente en la yuma, ¡claro!, después que fuera autorizado por el tipo del meteorito.


Otra de las funciones importantes de una fiesta, era brindar la posibilidad a sus asistentes de ese momento oportuno y esperado para mover el culito o hacer demostración del dominio que se tenía de los bailes en boga. Mientras sonaba la música a todos los decibeles soportados por el oído humano y apretados en estrechas salitas, los patones se dedicaban a cortar levas desde sus asientos haciendo gala de esa envidia tan tóxica y folclórica que llevamos en la sangre. Todo esto resultaba algo muy complejo para el anfitrión y exigía de sacrificios superlativos. No olvidemos que durante muchísimos años el gobierno de Bollo Manso no vendió equipos de música, lo que obligaba a esta noble persona a un gasto extraordinario para alquilar un equipo cuando sus amistades no lo poseían, y por supuesto, había que llenarle también el estómago a su operador y saciarle su sed eterna.


Tú invitabas a una persona al cumpleaños de tu niño y debías estar preparado para todo tipo de sorpresa. Esa persona se tomaba el derecho o consideraba que era un privilegio asistir con la madre, suegra, cuñados, hijas con sus novios, hermanos y hasta vecinos. O sea, debes hacer cálculos astronómicos a la hora de preparar las “cajitas de cumpleaños” que tanta popularidad ganaron entre los cubanos. Cajitas que bien merecen una pausa y que deben alcanzar para todos los invitados, considerando también las que se llevaban para sus casas, derecho inalienable de todo aquel que fuera privilegiado con una invitación.


Llenar una cajita puede resultar fácil en muchas partes del mundo, no así en un país donde siempre ha sido escasa la comida. Se requería ser algo mago, tener plata y muchos contactos en el giro gastronómico, una verdadera odisea reunir esos requerimientos, pero obligatorias si se deseaba organizar una fiesta. El contenido de las cajitas hablaba mucho de los anfitriones y sus posibilidades. Un trocito de cake, una croquetica de ave (averigua de que es), ensalada fría confeccionada de coditos con lo que apareciera y un trocito de huevo hervido, pudieron ser las mas comunes de aquellos tiempos y se amontonaban encima de una mesa imitando a un edificio de varios pisos que, desaparecía al rato de darse el disparo de arrancada. Unos la consumían con ese desespero que impone una ayuna involuntaria, otros lo hacían con buenos modales, como dando ejemplo de buena educación y reprimiendo la misma ansiedad del anterior, y los mas recatados la guardaban para comerlas en sus casas si las tripas se lo permitían. ¡Pobre del anfitrión al que no les alcanzara las cajitas! Esa ofensa nunca le seria perdonada y podía provocar la ruptura de una que otra vieja amistad.


Descifrar profundamente lo que significa una fiesta y sus impactos en la sociedad cubana, requiere la asistencia de científicos, psicólogos, politólogos, historiadores, sociólogos y cuanto entendido haya sido graduado en una universidad de prestigio, yo creo que Freud se quedaría corto en estos tiempos. Bueno, se supone que la fiesta a la que me refiero sea infantil, solo que en la isla no se distinguen diferencias de edades, eso puede tratarse de una discriminación, no es aceptable. Contratabas magos o payasos cuando lo había y permitía el bolsillo, pero estabas obligado a una buena reserva de ron o cervezas para los mayores, los que verdaderamente disfrutaban el cumpleaños y finalmente se adueñaban de ella.


Les cuento que todas estas “virtudes” quedaron tan arraigadas en el comportamiento de los cubanos que, una pila de años después, organicé uno que otro encuentro con amigos marinos en Miami, y que les cuento. Resulta que invité a tres o cuatro cubanos conocidos que no habían sido marinos y al final resultaron mas numerosos por las razones ya explicadas, nada había cambiado para ellos. ¡Ah! De paso rompieron las normas de conducta existentes en esta orilla, se aparecieron con las manos vacías y el mismo apetito que reina en la isla.


¿Las fotos? Recuerdo que el tipo del meteorito que hoy reposa en Santiago de Cuba solo las ofrecía para bodas, ninguna para cumpleaños o bautizos. Otro gasto adicional para el anfitrión, quien debía contratar a un fotógrafo clandestino. Individuo luchador que producía fotos de mala calidad al no poseer los buenos materiales del que disponían los que trabajaban para el estado. ¡Ojo! El fotógrafo también tenía derecho a su cajita y posiblemente a las de sus parientes (ausentes o presentes), bebida incluida.


“El escenario para las fotos”, me detengo a observar las tomadas en los cumples de mis hijos y las de algunos amigos. Una mesa vestida quizás por única vez con un mantel casi siempre blanco, un pastel en el centro de la mesa y varias botellas de refresco marca “Son” convoyando al pastel, coño, tan feas que eran esas botellas. Detrás de la mesa el niño festejado acompañado de sus amiguitos o primos, cero velitas y globos. ¡Otra pausa! No recuerdo en que año desaparecieron las velas, tuvo que ser con el criminal bloqueo norteamericano impuesto a principios de los sesenta. Lo mismo pienso de los globos, aunque en este caso las razones muy bien pudieron ser diferentes, digamos que políticas, pensemos que, inflando unos cien o doscientos globos, cualquier cubano puede escapar de la isla con la ayuda de la brisa terral. Tampoco fue un obstáculo que privara a los cubanos de adornar la casa o el cake con los entrañables globos, ya conocen ustedes del poder creativo que posee cada descendiente de Pepe Antonio. Así un día, yo mismo no pude escapar a la terrible influencia de los tiempos que corrían, mi chamaco era muy pequeño y no podrá recordar aquella fiestecita.


¡Tienen que haber globos en el cumpleaños de mi hijo! Me prometí y lo cumplí. Fui hasta la farmacia y compré varios condones, no recuerdo la cantidad. En casa se encargaron de darle un aspecto artístico, cultural e infantil, les pintaron varios dibujos una vez inflados con mercuro cromo y azul de metileno, quedaron bellos. Una vez terminada la fiestecita mis hermanos decidieron soltarlos desde el balcón y se produjo una inmediata algarabía entre los niños que jugaban en la calle.


—¡Globos! ¡Globos! ¡Globos! Comenzaron a gritar mientas corrían detrás de ellos.


—¡Cojones, estos no son globos, son condones! Gritó uno que no llegaba a los diez años, tal vez superaba los veinte por la mala alimentación reinante. ¡Quizás, no! Va y era un niño de verdad, ya saben ustedes como son los chamas criados en la calle en ese popular barrio de Luyanó.


—¡Cojones, que no son globos, son condones! Repitió otro y otro muertos de la risa.

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2021-10-21

 

 

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