MEMORIAS
DE “BOLLO MANSO” (10)
FIESTA
DE CUMPLEAÑOS
No debe ser muy común, al menos no he visto caso
similar en el mundo, bueno, creo que el gordito coreano es una copia fiel del
nuestro. Quiero decir, ningún gobernante del mundo civilizado está pendiente o
da un discurso para explicar cómo se repartirá la cerveza, cuántos blúmeres de
mujer se ofertarán por la libreta, cuántas vacas se inseminarán con la leche
del toro Rosafé y otras tantas locuras que le llegaban en sueños, luego
convertidas en pesadillas para nosotros. Así era el tipo que hoy reposa dentro
de un meteorito en Santiago de Cuba.
En la isla todo está racionado menos el aire que se
respira, hasta la felicidad, casi inexistente y sin cupones en la libreta. Así un
día, racionaron todos los artículos que normalmente se ofertan en una fiesta,
poco importa si es de bodas o cumpleaños. Hablo de un tiempo donde sobrevivían momentos
para festejar algo y ya saben ustedes de la disposición de los cubanos para
asistir a ellas. Creo haya sido el único evento donde fuera puntual y no se
reportaran ausencias.
Esas fiestas no tenían desperdicio y cumplían muchas
funciones sociales, la primera de ellas era matarse el hambre. Aunque se
presentaran vistiendo los mejores trapos, si virabas al revés a la mayoría de
los asistentes, es probable que solo encontraras el menudo para tomar la guagua.
Y del estómago no les cuento, mucho más vacíos que sus bolsillos y acompañados
de esa hambre crónica que ya ha cumplido sesenta y dos años, insaciable. Situación
que exige de una tremenda responsabilidad al que organiza una fiesta, y bueno,
como pago todos sabían que al final la mayoría de esa gente partiría hablando
mal o cortando levas.
La otra función de una fiesta era utilizarla como
pasarela para desfilar con los mejores trapos encontrados en el escaparate. Alardear,
especular, dar una imagen falsa de tu estatus social, provocar envidia o admiración
entre los conocidos, demostrar conocimientos del último grito de la moda,
marcas de tenis, etc. Bueno, esta costumbre fue variando con el tiempo, se usó también
preciarse de tener un pariente en la yuma, ¡claro!, después que fuera
autorizado por el tipo del meteorito.
Otra de las funciones importantes de una fiesta, era
brindar la posibilidad a sus asistentes de ese momento oportuno y esperado para
mover el culito o hacer demostración del dominio que se tenía de los bailes en
boga. Mientras sonaba la música a todos los decibeles soportados por el oído humano
y apretados en estrechas salitas, los patones se dedicaban a cortar levas desde
sus asientos haciendo gala de esa envidia tan tóxica y folclórica que llevamos
en la sangre. Todo esto resultaba algo muy complejo para el anfitrión y exigía de
sacrificios superlativos. No olvidemos que durante muchísimos años el gobierno de
Bollo Manso no vendió equipos de música, lo que obligaba a esta noble persona a
un gasto extraordinario para alquilar un equipo cuando sus amistades no lo poseían,
y por supuesto, había que llenarle también el estómago a su operador y saciarle
su sed eterna.
Tú invitabas a una persona al cumpleaños de tu niño y
debías estar preparado para todo tipo de sorpresa. Esa persona se tomaba el
derecho o consideraba que era un privilegio asistir con la madre, suegra, cuñados,
hijas con sus novios, hermanos y hasta vecinos. O sea, debes hacer cálculos astronómicos
a la hora de preparar las “cajitas de cumpleaños” que tanta popularidad ganaron
entre los cubanos. Cajitas que bien merecen una pausa y que deben alcanzar para
todos los invitados, considerando también las que se llevaban para sus casas,
derecho inalienable de todo aquel que fuera privilegiado con una invitación.
Llenar una cajita puede resultar fácil en muchas
partes del mundo, no así en un país donde siempre ha sido escasa la comida. Se requería
ser algo mago, tener plata y muchos contactos en el giro gastronómico, una
verdadera odisea reunir esos requerimientos, pero obligatorias si se deseaba
organizar una fiesta. El contenido de las cajitas hablaba mucho de los
anfitriones y sus posibilidades. Un trocito de cake, una croquetica de ave
(averigua de que es), ensalada fría confeccionada de coditos con lo que
apareciera y un trocito de huevo hervido, pudieron ser las mas comunes de
aquellos tiempos y se amontonaban encima de una mesa imitando a un edificio de
varios pisos que, desaparecía al rato de darse el disparo de arrancada. Unos la
consumían con ese desespero que impone una ayuna involuntaria, otros lo hacían con
buenos modales, como dando ejemplo de buena educación y reprimiendo la misma
ansiedad del anterior, y los mas recatados la guardaban para comerlas en sus
casas si las tripas se lo permitían. ¡Pobre del anfitrión al que no les
alcanzara las cajitas! Esa ofensa nunca le seria perdonada y podía provocar la
ruptura de una que otra vieja amistad.
Descifrar profundamente lo que significa una fiesta y
sus impactos en la sociedad cubana, requiere la asistencia de científicos, psicólogos,
politólogos, historiadores, sociólogos y cuanto entendido haya sido graduado en
una universidad de prestigio, yo creo que Freud se quedaría corto en estos
tiempos. Bueno, se supone que la fiesta a la que me refiero sea infantil, solo
que en la isla no se distinguen diferencias de edades, eso puede tratarse de
una discriminación, no es aceptable. Contratabas magos o payasos cuando lo había
y permitía el bolsillo, pero estabas obligado a una buena reserva de ron o
cervezas para los mayores, los que verdaderamente disfrutaban el cumpleaños y
finalmente se adueñaban de ella.
Les cuento que todas estas “virtudes” quedaron tan
arraigadas en el comportamiento de los cubanos que, una pila de años después,
organicé uno que otro encuentro con amigos marinos en Miami, y que les cuento.
Resulta que invité a tres o cuatro cubanos conocidos que no habían sido marinos
y al final resultaron mas numerosos por las razones ya explicadas, nada había cambiado
para ellos. ¡Ah! De paso rompieron las normas de conducta existentes en esta
orilla, se aparecieron con las manos vacías y el mismo apetito que reina en la
isla.
¿Las fotos? Recuerdo que el tipo del meteorito que
hoy reposa en Santiago de Cuba solo las ofrecía para bodas, ninguna para
cumpleaños o bautizos. Otro gasto adicional para el anfitrión, quien debía contratar
a un fotógrafo clandestino. Individuo luchador que producía fotos de mala
calidad al no poseer los buenos materiales del que disponían los que trabajaban
para el estado. ¡Ojo! El fotógrafo también tenía derecho a su cajita y
posiblemente a las de sus parientes (ausentes o presentes), bebida incluida.
“El escenario para las fotos”, me detengo a observar
las tomadas en los cumples de mis hijos y las de algunos amigos. Una mesa
vestida quizás por única vez con un mantel casi siempre blanco, un pastel en el
centro de la mesa y varias botellas de refresco marca “Son” convoyando al
pastel, coño, tan feas que eran esas botellas. Detrás de la mesa el niño
festejado acompañado de sus amiguitos o primos, cero velitas y globos. ¡Otra
pausa! No recuerdo en que año desaparecieron las velas, tuvo que ser con el
criminal bloqueo norteamericano impuesto a principios de los sesenta. Lo mismo
pienso de los globos, aunque en este caso las razones muy bien pudieron ser
diferentes, digamos que políticas, pensemos que, inflando unos cien o
doscientos globos, cualquier cubano puede escapar de la isla con la ayuda de la
brisa terral. Tampoco fue un obstáculo que privara a los cubanos de adornar la
casa o el cake con los entrañables globos, ya conocen ustedes del poder
creativo que posee cada descendiente de Pepe Antonio. Así un día, yo mismo no
pude escapar a la terrible influencia de los tiempos que corrían, mi chamaco
era muy pequeño y no podrá recordar aquella fiestecita.
¡Tienen que haber globos en el cumpleaños de mi hijo!
Me prometí y lo cumplí. Fui hasta la farmacia y compré varios condones, no
recuerdo la cantidad. En casa se encargaron de darle un aspecto artístico,
cultural e infantil, les pintaron varios dibujos una vez inflados con mercuro
cromo y azul de metileno, quedaron bellos. Una vez terminada la fiestecita mis
hermanos decidieron soltarlos desde el balcón y se produjo una inmediata algarabía
entre los niños que jugaban en la calle.
—¡Globos! ¡Globos! ¡Globos! Comenzaron a gritar
mientas corrían detrás de ellos.
—¡Cojones, estos no son globos, son condones! Gritó
uno que no llegaba a los diez años, tal vez superaba los veinte por la mala alimentación
reinante. ¡Quizás, no! Va y era un niño de verdad, ya saben ustedes como son
los chamas criados en la calle en ese popular barrio de Luyanó.
—¡Cojones, que no son globos, son condones! Repitió
otro y otro muertos de la risa.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2021-10-21
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