Visitas recibidas en la Peña

domingo, 27 de diciembre de 2020

MEMORIAS DE BOLLO MANSO (6) HORARIO CONCIENCIA

 

MEMORIAS DE BOLLO MANSO (6)

HORARIO CONCIENCIA


 

Yo era un chama cuando aquello, tenia en mi haber un recorrido de 13 años solamente, inocente, puro y cándido como cualquier fiñe salido de una escuela católica. Enfrentaba un mundo totalmente desconocido, algo agresivo y voraz que te iba consumiendo, no tanto como el de ahora. Soplaban vientos de tormenta acompañados de consignas y discursos, destructivos como nunca se vivieron, bueno, eso me decían los más viejos y yo no comprendía mucho. ¿Quién pudiera recordarlo y contarlo a los mas jóvenes? Estamos cagados, padecemos de muy mala memoria.

Aquellos vientos me transformaron en una especie de monedita de cambio, todos se empeñaban en convertirme en algo totalmente desconocido para mí, innovador, revolucionario. La madre de mi padrastro desarrolló una enfermiza ofensiva para encausar mi alma, sin cauce alguno por mi tierna edad. Así, una tarde del 62 y mientras yo disfrutaba de un pase, se vistió con su almidonado uniforme de miliciana y me llevó a la Plaza de la Revolución para escuchar al comandante de todo, el autor de tantos disparates. Casi asfixiado y sepultado por aquella multitud enardecida y rabiosa que no paraba de repetir consignas, tuve que dispararme la Segunda Declaración de La Habana.

Mi padrastro, no, me refiero a su hijo. Pedro venia siendo la ovejita negra de aquella familia, él no estaba para esas tonterías. La vida de Pedro se resumía a la música que producía sobre las chapas de camiones con su Tas y Martillo de chapistero. Muy bueno en su oficio, quizás el mejor de todos en aquel taller donde un día me coló con edad falsa. Lo suyo era bajarse los viernes del transporte del taller que nos dejaba en la esquina de la calle Calixto García y Carlos. Ya sus zapatos se encargarían de conducirlo hasta la barra del Bar Elsa, atestado a esa hora de parroquianos que se aferraban a mantener esa costumbre luego rota, el pago era semanal. Pedro no era gusano ni revolucionario, era simplemente un chapista. Nunca se empeñó en convertirme en una u otra cosa, su principal preocupación era que yo saliera hombre, ese era su lío, y el mío también.

Al año siguiente no quise continuar en el Plan de Becas y Pedro logró sumarme al equipo de aprendices que acogió el Taller Nr. 1 Camilo Cienfuegos perteneciente a Transporte de Carga por Carretera. Este taller se encontraba al lado del antiguo bar “Cuatro Ruedas”, convertido en comedor obrero. En aquel plan de aprendices estudiaba secundaria y trabajaba cuatro horas en la tarde. exigían para su ingreso 16 años y yo solo tenia 13, escapé porque en esas fechas no existía un carnet de identidad nacional. Me pagaban mensualmente $30.00 pesos, pudiéramos decir que todo un dineral para esas fechas. De aquel dinero yo le entregaba la mitad a mi madre sin preocupaciones, luego lo recuperaba haciendo trabajos a particulares con mi padrastro. Claro, yo le resultaba mucho mas barato que cualquier otro ayudante. Me sentía bien en aquel taller, pero no me gustaba el oficio para el que fui destinado. Yo era el único aprendiz de chapistería y carrocería, me gustaba la tornería, pero no había plazas disponibles.

Huracanado de verdad fueron los vientos que soplaron con el huracán Flora en el 1963, duros para la gente que vivía en la capital. El café fue uno de los productos mas afectados, lógico. En las cafeterías se hacían colas para la primera colada y colas para cuando colaban las borras. ¿Ninguno de sus abuelos les ha contado eso? ¡Que pendejos! No por gusto los hijos salieron parecidos, la cobardía es contagiosa. Pídanles a sus cabrones abuelos o padres, si se encuentran vivos, les hablen de las botellas de Materva o Salutaris cortadas para darles formas y usos de vasos. Con este huracán se formó el despelote, le agarraron el gusto a eso de culpar a los fenómenos naturales de nuestras desgracias, y luego, muchos años después, al bloqueo.

Ya les dije que Pedro no era una cosa u otra, ni Fu, ni Fa, solo chapista y amante de la cerveza. Al taller llegaban las rastras con ayuda destinadas a las provincias afectadas, y Pedro, un verdadero cabrón de la calle, se las arreglaba para resolver los problemas de nuestra casa. Le hizo un corte chanfleado a un tubo de cobre y mientras yo vigilaba, él se dedicaba a ordeñar los sacos de arroz o frijoles que partirían a las provincias orientales. Así recibí mis primeras lecciones de lo que luego resultaría en “resolver” o “luchar”, Pedro me ayudó a convertirme en hombre, no en revolucionario, él era chapista.

Siempre me aparto del eje central del mensaje que deseo trasmitir y en este caso se trataba de uno muy interesante, curioso para su época, borrado intencionalmente de nuestra memoria, otro de los grandes disparates que nos condujeran a la implacable Libreta de Racionamiento.

Fueron tiempos muy románticos aquellos vividos por nuestros abuelos y padres. Años donde consumir tanta mierda, constituía un acto revolucionario, una definición ante la sociedad que colocaba en las puertas de sus casas una chapilla que decía: “Fidel, esta es tu casa”. Y el hijoputa se lo creyó y tomó posesión de ella, no solo de la casa, también de sus almas. ¿Qué les cuento para hacer mas corta esta historia?

Resulta que un día, uno de esos tan soñadores o fantásticos, cargados de toda esa estúpida inocencia proletaria, apareció en el taller, exactamente donde los trabajadores debían reportar su asistencia al trabajo, un cartelito muy revolucionario: “A partir de hoy rige el horario conciencia”. Retiraron las chapillas con un número correspondiente a cada trabajador y las tarjetas destinadas a los aprendices. Con la revolución no existiría control de entrada y salida de los trabajadores, la conciencia de los obreros sería el mejor controlador. Eso habrá pensado el borracho y otra el bodeguero. Una cosa pensó la revolución y otra los románticos revolucionarios. La conciencia era verde y tempranamente se la comieron los chivos.

Duró muy poco aquel disparate, nadie estaba preparado para estas tempranas locuras. Aparecerían entre consignas y discursos, muchas otras locuras que dieran origen a ese documento mas importante que la inscripción de nacimiento, la libreta de racionamiento, nacida de una costilla de nuestros padres y abuelos. Pedro murió de un infarto a temprana edad, nunca fue nada, ni Fu, ni Fa, solo un chapista. Su madre murió vestida de miliciana y odiada por sus vecinos. Yo, vivo mi destierro sin ser nada, ni Fu, ni Fa. Solo recordando mi primera borrachera en el bar “Elsa” de Párraga y escuchando las protestas de mi madre mientras vomitaba.

 


Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2020-12-27

 

xxxxxxxxxx

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...