LA VIDA DE UN VARÓN EN
LA CASA DE BENEFICENCIA Y MATERNIDAD DE LA HABANA.
Aunque ahora existen más páginas que tratan el tema relacionado con la historia de la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana, si realizan un recorrido por ellas, encontrarán que en muchos casos son copias repetitivas y las que tratan de apartarse, cometen uno que otro error. Todas ellas adolecen la carencia de información sobre su vida interna, no existe testimonio alguno de los que fueron protagonistas de una parte de esa historia.
Las fechas sobre su demolición resultan vagas o inexactas, así como la suerte de los cientos de muchachos que habitamos aquella manzana. Es lógico que los periodistas post 59 le agregaran especias de carácter político subliminales para estar a tono con la línea editorial de turno. No soy escritor y menos aún historiador, esto que hoy les ofrezco es solo un testimonio personal.
Elegí la palabra “varón” para el titulo y no la de “niño” por una razón muy simple, las clasificaciones para distinguirnos en la escuela eran muy sencillas. Estábamos divididos en niños cuna, párvulos, hembras y varones. Los varones separados en compañías de acuerdo con la edad, la de los mas pequeños era la 8va. o 9na. compañía. En la medida que transcurrían los años y si se mantenía el ingreso de niños a la escuela, era lógico que los mas pequeños se incorporaran a la última. Solo que esa circunstancia no se repitió después de 1959.
Antes de marcharme de su
sede principal, localizada en la calle San Lázaro entre Belascoain y Marqués
González, quisiera decirles que esa vieja institución contaba con talleres
donde se confeccionaba nuestra ropa y calzado, tanto para hembras como varones.
Tenía su barbería y los muchachos que elegían ese oficio, luego de aprenderlo
en la escuela, debían examinarse en los bajos del edificio Focsa, yo serví de
modelo en una oportunidad. En fin, existían otros talleres que servían al
funcionamiento del centro y donde trabajaba personal mixto de la calle y
antiguos alumnos. Los muchachos destacados que decidieran continuar sus
estudios más allá de la educación primaria, nuestra escuela los matriculaba en
otros centros de enseñanza secundaria, la escuela de Artes y Oficios entre
otras. Ningún muchacho era abandonado una vez que se convertía en joven.
No puedo recordar con exactitud el momento exacto en el cual pasé de párvulo a varón e integré la 8va. o 9na. compañía. Pudo suceder estando todavía en la sede principal, si recuerdo que casi inmediatamente nos trasladaron para Triscornia, un complejo de albergues con magnificas condiciones de vida, comedor, aulas, clínica y una cafetería.
Triscornia funcionaba entonces como un centro de detención para inmigrantes ilegales, polizones, etc. A principios de siglo había sido un paso obligatorio para todos los recién llegados con aspiraciones de vivir en la isla, pero a nuestra llegada en 1957 no llegaban a diez personas las recluidas allí. Con ellos compartimos en franca armonía la cafetería, tampoco puedo identificar ahora las nacionalidades de esas personas. Este centro se encontraba ubicado y bendecido por una frondosa arboleda muy cerca del Observatorio Nacional y el campamento militar de La Cabaña. Por ironías de nuestro destino, ese centro de detención de inmigrantes dejó de existir y por el contrario, muchos de nuestros jóvenes cumplieron prisión por tratar de abandonar la isla, entre ellos un hermano mío.
El salto de párvulo a varón fue de gran significado para mí y todos los muchachos de mi edad, comenzamos a vestir el uniforme de la escuela con pantalón largo y nuestros desayunos serían de ese delicioso y bienvenido café con leche y pan con mantequilla, no olviden que estando en párvulo servían la leche blanca. Consultando informaciones sobre eventos ocurridos en esa época, puedo afirmar que nos trasladaron para Triscornia en el año 1957. Tuvo que ser así porque vi la construcción desde su cimentación del Cristo de La Habana y este se inauguró el 24 de diciembre de 1958, se bendijo al día siguiente.
Siempre que mi abuelo iba a buscarme los viernes en la tarde, teníamos una parada obligatoria en los terrenos del Observatorio Nacional, allí gastaba largos minutos conversando con su director, el doctor Millás, quien resultó ser conocido o amigo de él. Triscornia tenia su entrada principal por la carretera que unía a Casablanca con el Hospital Naval, pero mi abuelo siempre eligió un sendero próximo al Observatorio que desembocaba directamente al poblado y su espigón donde tomar la lanchita para Regla o simplemente cruzar el canal de la bahía hasta el muelle de Caballería.
Todas las semanas
disfrutábamos de cine o espectáculos en el teatro de La Cabaña cuando
pertenecía a los “casquitos”, la última función tuvo que ocurrir en diciembre
de 1958. Aunque estábamos separados de la sede principal de la escuela, no nos
habían cortado el cordón umbilical. Hacia ella nos transportaban en
oportunidades de celebraciones especiales como cenas, días de reyes, etc. Los
domingos continuábamos teniendo nuestras sagradas misas a las que se unieron
los inmigrantes retenidos en el centro, ese día se instalaba un altar en lo que
fuera el salón de su cafetería. Varias tardes de la semana yo recibía clases de
latín, no recuerdo cual era la monjita que me las impartía, tenían como fin
convertirme en monaguillo, pero todo parece indicar que no di la talla.
Estando en Triscornia tuve a la mejor maestra de toda mi vida, ella impartía el Tercer Grado y nunca he olvidado su nombre, Rafaela Presno. Sixto Franca continuó sus ensayos corales y de vez en cuando nos sacaba de la escuela para diferentes actuaciones.
-Ellos quieren ser tus padres. Me dijo una mañana un joven que hacia la función de traductor y acompañaba a un matrimonio norteamericano. Nos habían reunido en el pabellón cuando llegaron y estuvieron varios minutos observando a todos los niños hasta que se detuvieron en mí.
-Pero es que yo tengo mamá. Fue todo lo que se me ocurrió decir.
-Si, pero vas a vivir muy bien, ellos son ricos y quieren adoptarte.
-Mi mamá es pobre, pero es mi mamá. No sé si se ofendieron por aquel rechazo mío, giraron sobre sus talones y no se llevaron a ningún niño. Cuando se lo conté a mi madre estuvo llorando un rato, como temiendo llegar un día y no encontrarme.
El día 2 o 3 de Enero de
1959 nos encerraron en los pabellones y por las ventanas vimos a un grupo de
barbudos rodeando a la fortaleza de La Cabaña, no se produjo combate alguno.
Estábamos en el comedor cuando Diaz Lanz penetró los cielos de La Habana con un
avión de combate y le dispararon desde la base naval de Casablanca, la fecha
ofrecida encontrada en Google corresponde al 25 de octubre de 1959.
La vida en aquella extensión de nuestra escuela resultó algo más agradable, disponíamos de un área para jugar bastante extensa, la comida continuaba siendo muy buena, las condiciones higiénicas espectaculares, todas sus instalaciones se encontraban en muy buen estado de mantenimiento y las atenciones sobre nosotros muy especiales.
Mucho se ha hablado o
difamado sobre casos de violaciones, maltratos, etc. Nuestra escuela no era una
pepita de oro perfecta, pero años mas tarde pude compararla con varias
pertenecientes al Plan de Becas Revolucionario y puedo afirmar que, no era
perfecta, pero comparadas con aquellas resultaba ser un paraíso. Estando en
Triscornia se dio un caso de acoso sexual de un muchacho contra otro y fue
atajado a tiempo por el instructor de turno. No puedo asegurar que eso no
ocurriera en otras compañías, estuvimos separados todo el tiempo por edades y
lo que sucedía en otros pabellones no era de nuestro conocimiento. Los mismos
muchachitos que estuvimos juntos en la edad de párvulos, continuamos unidos
hasta la desintegración de la escuela varios años más tarde. He leído en alguna
parte sobre los abusos cometidos por nuestros instructores, pudo haber
sucedido, pero no fue el caso de los que me atendieron durante mi permanencia
en esa escuela. Durante el tiempo gastado en Triscornia nuestras actividades
habituales continuaron, me refiero a excursiones, viajes a la playa, etc.
Por el año el año 1959 nos trasladaron desde Triscornia hacia el edificio “Dupont”, esta edificación se encontraba en la esquina de las calles San Lázaro y Marqués González. En la planta baja del edificio existía un comercio que se dedicaba a la venta de pinturas marca “Dupont”, pero no estoy seguro de que la edificación tuviera ese nombre. Esta fecha no coincide con la que ofrecen algunos supuestos historiadores o periodistas, algunos de ellos citan como fecha de la demolición de la escuela en 1958 y no es cierto. Aun cuando nos mudaron para el edificio “Dupont”, una parte del centro se encontraba funcionando, albergaba a las hembras y a los niños de cuna. Entre el edificio, que era la única construcción extraña en toda esa manzana y la Beneficencia, existía un pequeño patio pavimentado que usamos en nuestros horarios de recreo. Ese patio tenia una puerta de acceso a la Beneficencia y el transito entre ambas era fluido sin restricciones.
En Dupont permanecimos
muy poco tiempo, quizás llegaría al año y las actividades normales del
funcionamiento de la escuela se mantenían igual, razones por las que no voy a
extenderme mucho innecesariamente en esta escala.
En el año 1960 fuimos trasladados todos los alumnos, hembras y varones, hacia las magníficas instalaciones de lo que fuera el Instituto Cívico Militar localizado en Ceiba del Agua. Para esas fechas la directora de la escuela fue Martha Cuervo, viuda de Marcelo Salado, una mujer aceptada y querida por los niños, manifestar lo contrario por su origen seria mentirles. Le cambiaron el nombre a la escuela y comenzó a llamarse “Ciudad Hogar Granma”.
Referirme a las excelentes condiciones de todas sus instalaciones, me obligaría a consumir varias páginas. Poseía la escuela varias caballerías de tierra además de las edificaciones, granja para la cría de cerdos incluida y algunas áreas sembradas. Los pabellones eran magníficos, su comedor muy amplio y limpio. Contaba con una clínica, dos piscinas, varios campos deportivos, un gran teatro, biblioteca, museo de ciencias naturales, cafetería, estupendas aulas. Tenía talleres de varios tipos de oficios donde aprendían los mayorcitos, tenia todo lo que tenia que tener y todo fue heredado.
Acá se multiplicaron nuestras actividades y nos dejaban poco tiempo para pensar o sufrir, todo estaba en dependencia de los intereses que mostraran los alumnos y su coeficiente de inteligencia, como en todos los lugares o escuelas. Teníamos una biblioteca con un bibliotecario que te orientaba en las lecturas de acuerdo con la edad, allí nació ese interés mío por leer. Teníamos desde hacia muchos años una banda de música muy famosa entre todas las escuelas de su tiempo y como a cada rato hacían captaciones, comencé a dar clases de solfeo con vistas a tocar clarinete. Tenía un grupo de arte dramático al que también me incorporé, realizamos varias presentaciones en la escuela durante fechas importantes, mi debut fue con el flautista de Hamelin. A principios del siguiente año, Alicia Alonso se llevó a varios integrantes del grupo para formar la primera promoción de bailarines formados post a 1959. Entre ellos se encontraban Jorge Esquivel, Pablo Moré, Edmundo Ronquillo, Nicolás, Barroso, Francisco del Toro y quizás Reinaldo Triana. Todos veníamos juntos desde la etapa de párvulos, razón por la que nunca olvidé sus nombres. Menos Triana y Francisco, los demás llegaron a integrar el Ballet Nacional de Cuba. Yo no quise formar parte de ese grupo porque carecía de vocación para el ballet y la separación de aquellos muchachos me produjo un vacío muy grande, éramos como hermanos.
Desde nuestra llegada a Ceiba del Agua, me integraron al grupo que cantaba la lotería semanalmente en el teatro del INAV presidido por Pastorita Nuñez. Formé parte de uno de los dos equipos de futbol menores de 13 años (Mosquitos) que existían en la escuela. ¡Oh! El coro de Sixto Franca había dejado de existir, es muy probable que el viejo se negara a realizar esos viajes desde La Habana hasta este punto de campo. Existieron también equipos de beisbol en la escuela, pero yo no me integré a ellos. Teníamos cine dos veces por semana y ahora dentro de un confortable teatro.
Todos los domingos y después de cierta edad que ahora no puedo precisar, se les pagaba a los varones que cumplían ese requisito la suma de $1.50 pesos. Estando la escuela en San Lázaro los liberaban todo el día para que tuvieran sus primeros contactos con la sociedad. Bueno, ese pago comencé a recibirlo estando en Ceiba del Agua, pero no solo eso, una guagua de la escuela nos llevaba hasta el Parque Central donde nos recogería a las seis de la tarde. ¿Creen que era muy poco dinero? Se equivocan, un grupo de nosotros iba directo para el cine Majestic donde la entrada costaba veinte centavos, proyectaban cuatro películas, noticieros, muñequitos y episodios de Pototo y Filomeno. O sea, permanecíamos dentro del cine desde temprano hasta la hora de irnos. ¿Qué comíamos? Dentro del mismo cine te vendían pan con papas rellenas, fritas, frituritas, pan con croquetas, mariquitas, refrescos, maltas, jugos etc., y los precios eran bien baratos. Lo cierto es que siempre nos quedaba dinero para consumir en la cafetería de la escuela. La guagua nos recogía en la tarde para regresarnos a la escuela, estacionaba frente a la puerta del comedor y allí nos esperaban con un pan con perro caliente y un cuartico de litro de chocolate Balkán. Leo por algunos sitios sobre nuestros sufrimientos y me espanto, yo creo que con tan tierna edad no teníamos tiempo suficiente para analizar nuestra verdadera situación, es que simplemente no nos dejaban pensar y menos aun sufrir. Puede que con los mayorcitos las cosas fueran diferentes, es lógico, pero esas manifestaciones de sufrimientos y tristezas que nos achacan no las vi.
Un día de 1960-61, no recuerdo exactamente, nos llevaron para la playa Bacuranao y nos hospedaron en las cabañitas que allí existen. Las hembras tuvieron como destino la playa El Salado en igualdad de condiciones. Allí nos mantuvieron por espacio de dos semanas en unas aparentes vacaciones. Cuando regresamos a nuestra escuela habían desaparecido a todas las monjas y al sacerdote. Es de imaginar la conmoción sufrida por la mayor parte del alumnado, especialmente los niños huérfanos. A partir de esos momentos no hubo más separación en las aulas entre hembras y varones.
Desde los primeros instantes en que entramos a Ceiba del Agua, fuimos invadidos por un régimen de vida al que no estábamos acostumbrados, no olviden que hasta esos instantes disfrutábamos de una educación católica. En la Beneficencia existieron los Boy Scout y los novatos o lobatos, muy de vez en cuando nos llevaban a un campo que ellos tenían destinado en el parque de la cervecería Polar. Esa organización fue prontamente sustituida por la AJR (Asociación de Jóvenes Rebeldes) y varios jóvenes de nuestra escuela partieron hacia aquella alocada meta de subir cinco veces el Pico Turquino. Toda actividad posterior a esa fecha fue envenenada con la ideología de turno y nada fue igual, el ambiente y las costumbres sufrió un cambio radical sin apenas darnos cuenta.
La escuela perdió significado para mi después que mis mejores amigos partieron con el grupo del Ballet Nacional y apareció la campaña de alfabetización, yo tenia solamente 11 años y ya contaba con sexto grado. Empujado tal vez por esas ansias de libertad que nacieron muy pronto en mí, acepté marchar hacia lo desconocido. Partí acompañado de un reducido grupo con destino a Varadero, donde pasaríamos un cursillo y continuamos viaje hasta Baracoa, Oriente. No aceptamos ser separados en ningún momento.
Una vez concluida la campaña de alfabetización y recién comenzado el año 1962, una parte del alumnado fuimos destinados al Plan de Becas. El cambio fue tan traumático que nunca logré adaptarme y abandoné la escuela, ya para esas fechas mi madre había contraído matrimonio con mi padrastro.
Correría el año 1963 cuando localizo la dirección de una niña que había sido noviecita mía en la escuela, Mirella era su nombre, recuerdo su apellido pero prefiero conservarla en el anonimato. Fui a visitarla en uno de mis pases junto a otra muchachita que había sido alumna de la escuela y de nombre Rosa Alicia. Aquel encuentro me impactó muchísimo, ustedes no pueden imaginar las dimensiones de la casa en la que vivía aquella chica. Su familia pertenecía cómodamente a la clase media del país y nunca comprendí cómo rayos la tuvieron estudiando en una escuela de niños pobres y huérfanos. O sea, no todos los que estábamos allí éramos pobres y eso me hizo retroceder en los recuerdos, muchos familiares llegaban los días de visitas en autos lujosos.
Yo los invito a que acudan a todos los buscadores de Internet y traten de encontrar información sobre la “Ciudad Hogar Granma”. Si acaso encuentran dos o tres menciones de ella es demasiado, es como si la historia se tratara de una sepultura encargada de desaparecer todo recuerdo que resulte incómodo. Después de desintegrada nuestra escuela y enviados a los huérfanos a distintas casas de la playa El Náutico, allí fueron atendidos por Celia Sánchez y bautizados como “Hijos de la Patria”. Nuestra escuela fue convertida en el Instituto Tecnológico “Frank País” y si buscan información sobre esa institución tampoco la encontraran, los borraron de la historia porque un tiempo después, aquella magnífica escuela fue convertida en la Escuela Inter-armas Antonio Maceo. Busquen información sobre la fundación de esa escuela militar y hallaran algunos datos incoherentes donde no coincide la carta con el billete.
En fin, como parte de la historia de la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana ha sido algo manipulada o escrita erróneamente en algunos sitios, dejo aquí plasmado mi testimonio. Puede que haya olvidado algún detalle o dato y aparezca otro alumno a rectificarlo, solo un protagonista podrá hacerlo, ninguno de los llamados periodistas actuales está facultado o posee banco de información donde nutrirse.
Con mucho cariño para
todos mis hermanos “Benéficos”.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada.
2020-08-13
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Gracias Esteban por tan excelente escrito sobre la Beneficencia, todo con tu arte sin igual de escribir con gusto y directo al grano.
ResponderBorrarNunca había leído sobre la Beneficencia y mucho me alegro conocer las vicisitudes que ustedes tuvieron que pasar. Pero por lo menos tenían un grupo de sacerdotes y monjas dedicas a servir al prójimo
Te envío muchos saludos deseándote bienestar y buena salud.
Andres Vazquez