MEMORIAS DE “BOLLO MANSO” (1)
VIAJANDO EN UNA ASPIRINA.
Autobús de producción cubana conocido como "Aspirina"
Todavía recuerdo el último viaje
interprovincial que hice cuando vivía en “Bollo Manso”, me habían relevado en
el cargo de Primer Oficial a bordo del buque “Otto Parellada”. Si me matan
ahora no puedo acordarme del nombre de quien me relevó, me tocaban las vacaciones y
estaba desesperado por abandonar aquella nave en la que había vivido tan malos
momentos. El Capitán Santana había relevado a Calixto Velozo y no ocurrió lo
que gran parte de la tripulación esperaba, su amo Remigio Aras Jinalte no
regresaría, le habían asignado otro destino. Ello no impidió que parte de su
manada racista se reintegrara nuevamente al barco, mal presagio que volvieran a
unirse, ya muchos de ellos habían probado los rigores del Reglamento de la
Marina Mercante que se les aplicó en ausencia de su cacique y muy bien
podían emprender una revancha. Se jodieron, los dejé con las ganas.
Como el barco había entrado por
La Habana ya había extraído el grueso de mi equipaje, solo cargaba el mínimo
necesario abordo, el suficiente para que me diera libertad de movimientos a la
hora de la salida. El agente consignatario no pudo resolverme un pasaje por
ninguna de las vías posibles, me encontraba literalmente atrapado en Puerto
Padre, pueblo donde no conocía a nadie. No sé cómo me entero de que estaba
operando una brigada de la empresa Obras Marítimas y que al día siguiente partiría
hacia la capital una guagua con parte del personal relevado para descansar.
El albergue donde se encontraban
alojados era un barracón que inmediatamente me trasladó hacia los años sesenta,
deplorable e insalubre como aquellos donde me alojara en zafras y
movilizaciones a la agricultura, nada había cambiado, era como si el tiempo se
hubiera detenido. Luego de algunas averiguaciones me recomendaron hablar con el
jefe de aquella tropa, solo él autorizaba a las personas que viajarían
en esa guagüita.
-Compadre, yo soy el Primer
Oficial saliente del Otto Parellada y necesito viajar para La Habana. Le disparé a
boca de jarro mientras le extendía la mano. Con los ojos me indicó
apartarnos del grupo unos cuantos metros.
-Yo te recomiendo que vayas a ver
a Ñico, el agente consignatario, es buen socio y resuelve.
-Lleva varios días tratando de
resolverme un pasaje y no encuentra vía posible, nada de pasajes en guaguas o
trenes, estoy atrapado en esta trampa.
-Yo puedo resolverte, pero te
advierto, el viaje es bastante incomodo y largo.
-No te entiendo, hay la misma
distancia hasta La Habana, aunque salgas a caballo.
-Si, pero el asunto es que esta
guagua debe entrar primero en Cienfuegos para recoger a otro grupo de
trabajadores que salen de descanso.
-¡Ño, está dura! No tengo de otras, ¿de
cuantas horas de viaje estamos hablando?
-Eso es impredecible, mi hermano,
no olvides que estamos en Bollo Manso.
-¿No tienes una idea aproximada?
-¿Quién pudiera saberlo? Calcula
entre 26, 32, 34 horas, no hay nada fijo.
-¿Esa es la incomodidad a la que
te referiste?
-¡No, hombre! Una cosa es la duración
del viaje y otra su incomodidad.
-¿De qué hablas entonces?
-Mi hermano, que el viaje es en
una “aspirina”.
-Bueno, eso no me asusta, hay
aspirinas de organismos como el INDER, Cultura, etc., que tienen asientos cómicos.
-Ese es el lío,
aquí de cómico no hay nada, es una aspirina con sus asientos plásticos, las
mismas que tú
conoces.
-¡De pinga, asere! No es fácil meterse
un viaje interplanetario en un asientico de esos.
-¡Es lo que hay, mi hermano! Lo
tomas o lo dejas, tubí or not tubí, ya lo dijo ese gran filósofo…
-¡No, no, no, lo tomo! No me
queda mas remedio. ¿Tienes que apuntar mi nombre? Le hice la pregunta al
observar que tenia entre sus manos una tablilla con varias hojas sujetas por
una presilla ya oxidada.
-Si, pero tampoco es así como así
de jamoneta.
-¿Hay algo peor?
-No, ya te di una imagen de todo
lo malo. El asunto es que, como debes imaginar, tenemos que luchar, aquí nada
es fácil.
-¿De cuánto estamos hablando?
-Son 30 varos, mi hermano. Debo
tocar al chofer y su ayudante.
-No hay líos, ¿te los doy ahora?
-Vamos a separarnos un poco mas y
finge como si estuvieras dándome el carnet de identidad, mete la pasta dentro
de él.
Una jauría de gente desesperada
trataba de abordar la guagua, mujeres que suplicaban por llevar a sus hijos
hasta La Habana para ser atendidos en un hospital y muchas causas mas que no
lograron convencer o conmover al resto de los presentes. De aquella tablilla
fueron mencionando los nombres de los bendecidos, primero abordarían los
empleados y luego fui contando de 30 en 30 varos hasta reunir una suma importante.
Unas dos horas tomó aquella batalla de abre y cierra la puerta, siempre
temiendo lo peor mientras no acabara de arrancar el motor.
Partimos felizmente al mediodía,
solo bastaban dos horas de viaje para sentir el rigor de aquellos rígidos asientos
sobre mis escasas nalgas. No olviden que en muchas oportunidades sobresalía la
cabeza del tornillo y quedaba exactamente en el mismo sitio del huesito de la alegría.
A mi lado viajaba una mujer algo pasada en libras cuyos muslos no cabían en la
estrechez de su asiento y ocupaba parte del mío. Las posibilidades de
movimiento para alternar el peso del cuerpo entre una y otra nalga eran nulas,
estabas condenado a meterte el dichoso tornillo. El calor era horrible y como
saben el ruido del motor insoportable, es un pasajero mas que viaja con
deficiente aislamiento y debes aspirar algunos de sus gases.
Aquella guagua paraba mucho mas
que el tren lechero de Cienfuegos, bajaban pasajeros en uno u otro pueblo y allí
mismo su plaza era ocupada por otro desesperado como nosotros. El ayudante era
el encargado de cobrarles de una manera descaradamente clandestina, todos éramos
cómplices. Hubo en aquella larga trayectoria algunos pasajeros que pagaron por
viajar en la escalerilla de la guagua o en los pocos espacios vacíos del corto
pasillo. Algo me llamó mucho la atención, coño, no hubo reclamos de paradas para
mear durante las largas horas ya transcurridas desde la salida.
Ya era casi de noche y no habíamos
vencido la provincia de Camagüey, alguien se atrevió a protestar y el chofer se
detuvo en un restaurante campestre que debió ser hermoso antes de que la isla
se transformara en “Bollo Manso”. Rodeado de arecas y palmeras que debían
ofrecer un ambiente muy fresco en nuestros calurosos días, el salón de la
terraza guardaba armonía con aquel aspecto tropical de su exterior, amplias
mesas rodeadas de criollos taburetes dejaban aun constancia de su
majestuosidad.
-¡No hay, no hay, no hay, se acabó
hace un ratico, no hay! Fueron las respuestas de aquella hermosa camarera con
telarañas en la lengua.
-¡Mija! ¿Qué rayos hay entonces?
Le pregunté
mientras ella no apartaba la vista de la operación más importante que realizara
en todo el día. Llenaba unos vasos plásticos que dejaron de ser translucidos
por estar empercudidos, el agua era del tiempo.
-¡Espaguetis! Respondió con una voz
que me llegó
desde el más allá.
-¿Espaguetis con qué? ¿De jamón,
pescado, napolitano?
-¡Espaguetis con espaguetis? Respondió
esta vez con sorna y mal humor.
-O sea, espaguetis sin queso también.
-Espaguetis con espaguetis, lo
toma o lo deja. Debo atender a otros clientes.
-¡Claro, tráeme un plato de
espaguetis! ¿Tiene algo para bajarlos?
-El agua servida y ron.
-¿Ron para bajar los espaguetis? ¿Qué
marca de ron?
-Puerto Príncipe.
-¡Tráeme una caja!
-Es que aquí no estamos
acostumbrados a despacharlos por cajas.
-Okey, tráeme el ron que dejarán
de consumir todos los clientes que están ahora en el restaurante.
-Voy a consultarlo con el administrador.
-Marino, usted está
medio loco. Me dijo la gorda que venía a mi lado de pasajera.
-Yo te voy a hacer un cuento después,
aun no vamos por la mitad del viaje y ya no resisto el dolor en el culo. Es
mejor terminarlo borrachos, ¿no crees?
-Cuando termine de servir las
mesas le traigo la caja de ron, el administrador lo aprobó. Dijo ella mientras ponía
delante de cada ocupante de aquella mesa un plato hondo con unos espaguetis
nadando en una salsa anaranjada insípida, humeantes al menos. Debía disparármelos
si no deseaba desmayarme, ya eran demasiadas horas sin ingerir alimento alguno.
Claro, la operación de consumirlos nos tomaría mas de media hora, como único cubierto
nos pusieron una cucharita de postre.
-¡Coño, parecido al país de
Alicia! Se me escapó y no fui comprendido por la camarera ni la gorda. Solo unos privilegiados habíamos disfrutado aquel film clandestinamente.
-¿Quiere un trago? Le brindé a
la gorda luego de destapar la botella dándole un golpe seco por el culo. Extendió
la mano y se empinó a pico la botella.
-¡Coño, marino! El tiburón se
moja, pero salpica. Me gritó un mulato desde la hilera opuesta a
mi asiento. Saqué una botella y se la pasé, ofrecí otra a los que quedaban
a mi espalda y no se hizo esperar el reclamo del ayudante por los que se
encontraban delante, incluyendo al chofer. Al rato se escucharon bromas y carcajadas,
la gente era un poquitín menos infeliz, cuando menos dejó de dolerles algo el culo y la
espalda. Muchos cayeron en notas a partir del segundo trago, si no se debía a
que estaban alcoholizados, muy bien pudo deberse a estar fuera de fondas. A
partir de la hora siguiente aparecieron las demandas a detenerse para mear y
desde las ventanillas les decían alguna barbaridad a las mujeres, ya era de
noche y no se veía nada, solo eran deseos de joder y tratar de hacer pasar el
tiempo.
La gorda se durmió y dejó
caer su pesada cabeza sobre mi hombro luego de contarme la mitad de su vida
cargada de frustraciones. Algo tarde me dormí yo también y descansé la mía
sobre la de ella como si se tratara de un matrimonio bien llevado. Por el
camino continuaron las paradas donde bajaban y subían peones luego de pagar su
tributo al ayudante.
Casi sin darnos cuentas dejamos Cienfuegos
y la guagua no se detuvo mas hasta La Habana, ya era de día y fuimos
despertados por los implacables rayos de ese sol caribeño que castiga desde el
amanecer. Me bajé en el entronque de Regla donde existió una posada y me dirigí
hacia Vía Blanca para tomar un taxi o guagua hasta Alamar. Eran la una de la
tarde del día posterior a mi salida de Puerto Padre y me moría por un traguito
de café. Llegué con aliento etílico a la casa, pero con esa peste del
alcohol viejo que hasta yo mismo detesto, no faltaron las descargas de mi
mujer. ¿Dónde carajo estabas metido? Ese fue el saludo.
Treinta dólares pagamos una vez
por un crucero de un solo día a Freeport-Bahamas saliendo de Fort Lauderdale,
por ahí anda el escrito sobre esa aventura, se titula “Treinta dólares de felicidad”.
Incluía un espectacular desayuno bufete y una cena de regreso, todo por ese
precio en un pequeño barco llamado Discovery. ¡Claro! Fue hace muchos años y en
temporada de baja turística, pero muy posterior al calvario sufrido en aquel
viaje por tierras de Bollo Manso.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada.
2019-08-31
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