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lunes, 17 de diciembre de 2018

BAJO LA LLUVIA



                                                         BAJO LA LLUVIA





(Cuento infantil para tiempos de guerra)


Y aquellos chivos de mierda que se atravesaron en nuestras vidas, tener que cuidarlos como si fueran niños, y la peste que se mandaban los muy cabrones, y cuando digo peste es peste, hablo de la que no se quita nunca aunque te bañes con piedra pómez. Que conste, el baño no tenía techo y el agua que salía de aquellos tubos era una tortura. Nos bañábamos diariamente y nunca dejamos de oler a chivo, entraban por cada rincón de los poros de la piel, la ropa, los zapatos y hasta la misma encía apestaban a esos bichos de mierda. Los odiaba, los detestaba, sentía deseos de ametrallarlos a todos, total, ni daban leche, ni templaban, ni daban carne, todo por un cabrón capricho. Con tantas chivas lecheras que habían en Cuba. ¿Dónde se metieron las muy degeneradas? Quien sabe.

Y Sweet con la misma cantaleta de todos los días, si nos agarraban nos partían la vida, no podía hacerse eso, pero con el tiempo, hasta a las mujeres que allí trabajaban les gustaba. Entonces, Segundo agarraba a una de esas chivas por los tarros firmemente, mientras el jabao Curbelo sacaba a un semental de su jaula. No digo yo, había que ayudarlo, nos prendíamos tres o cuatro de aquella fiera desesperada por templar. Los animales son como nosotros, caballeros. Bueno, digamos que un poco peor, ellos sí tienen que esperar a que la jeva esté lista, en celo, y que le diga que sí, porque tampoco es eso de llegar y meterla por la libre. A ella le tiene que gustar el tipo, nosotros somos diferentes y a veces nos comportamos peor que ellos...

Y Segundo agarrando aquellos tarros de la pobre chiva, pero se cansaba y gritaba. -¡Coño, no se demoren más y acaben de traer al puto chivo!  Y las empleadas expectantes se reían, quien sabe si se calentaban también, nadie es adivino, y alguien vigilaba por la puerta en dirección a la casa del administrador, por si acaso. Dicen que luego de irnos el tipo se envenenó con extracto de nicotina, la misma que utilizábamos para curarle los parásitos a esos apestosos chivos de mierda. Ahí era cuando más peste a chivo agarrábamos, teníamos que revolcarnos con los animales hasta que el veterinario lograba meterle la jeringuilla en la boca. ¡Que no es fácil, coño! Hablo de cientos de chivos apestosos. Parece que al tipo se le descubrió la veta de champola, y lo peor de todo, era casado y con una hija señorita, militante comunista, ¿cómo se le ocurriría declararse tan pronto? Mala suerte la del tipo, hay que perdonarlo. Cuando aquello, ser lo que era él fue considerado un delito, y lo peor, ¿para dónde tirarían a la familia? Porque la casa, el carro, la chapa y el revólver eran del estado, y ustedes saben cómo era la rumba entonces, hay que perdonarlo. ¡Miren ahora! Tantos que se suicidaron por esa razón y en el gobierno sobran las plumas.

Aflojábamos un poco la fuerza y permitíamos que el chivo avanzara hacia aquello que ha provocado tantos problemas en esta vida, hasta guerras, y no es para menos, es riquísimo. Yo miraba al chivo hasta envidiarlo, luego me acordaba de la dichosa peste y volvía a odiarlo. El tipo estaba casi ahorcado, echaba espuma por la boca en su desespero por llegar a home. Era enorme aquella bestia y no le hablo de los cuernos enroscados y de puntas afiladísimas, el tipo de las barbas los había comprado en Canadá, ¿quién pudiera conocer el precio?

Medina se reía, era tremendo jodedor aquel mulato, buena gente de verdad, no estaba en nada, no era militante, esa era la gente sabrosa. ¡Pobre socio! Qué muerte más perra tuvo, y los ojos se le fueron cerrando viendo como todos gritaban en cubierta y le lanzaban aros salvavidas. -¡Nada, Medina! 
¡No seas pendejo! ¡Nada, coño! Y aquellos gritos histéricos se fueron apagando al mismo compás de su vida. Lo engancharon con un grampín y cayó sobre la cubierta del remolcador ruso como lo hiciera un enorme atún, fue pescado de forma similar, Ochún atravesó todo el Pacífico y se lo vino a llevar. Dicen que regresaban de tierra a bordo de aquel remolcador en el puerto de Najodka, había algo de marejada entonces y la maniobra para abordar el barco no era nada fácil. La gente calculaba bien ese vaivén producido por las olas al chocar contra el casco del buque, eran fieras, viejos lobatos de mar. Aún con cuatro cervezas en el estómago todos fueron subiendo sin muchos problemas, solo el mulato se puso fatal. Una ola subió la proa del remolcador mientras Medina ya estaba en la escala de gato y al bajar bruscamente, la escala se enredó en la defensa del remolcador y la partió. El socio cayó al mar, pero a unas aguas minadas de hielos, duró solo unos minutos, hoy me vino a la mente y lo quise mencionar porque el mulato hace años se borró de la memoria de todos sus compañeros...

Y la comida de aquellos bichos era otro problema, pa’llá íbamos a atender los campos de conchita azul, que si el maíz, que si el nieper, que si la pangola y hasta boniato. Todo un manjar había que prepararles a esos cabrones, y total, no daban leche. ¡Ahhhh! Antes de que se me olvide, eran tan tiernos que no se podían mojar, tenían que dormir en sus naves, y para colmo, cuando había mucho calor allí estábamos nosotros para pelarlos, y total, no daban leche, ni carne, y tampoco templaban. ¿Dónde meterían a las chivitas cubanas? Esas si eran una bárbaras, comían trapo y papel, pero había que verle las tetas, las arrastraban de tanta leche. 
¡A lo mejor, no! Va y era pulpa de papel.

Pastor le gritaba a los que aguantábamos el chivo para que lo dejáramos llegar, ese era otro cabrón, no estaba en na tampoco. A cada rato salía a tomar cerveza con Sweet, el jabao y yo, ninguno teníamos carné del partido. Cosas raras del destino, quién le diría en aquella chivería que sería subordinado mío 24 años después y que se encontraría en el mismo barco de donde deserté, todavía debe andar cagado de la risa. Seguía igualito, flaco, descojonado, y de vez en cuando se sonaba sus traguitos, no había cambiado en nada, vivía sin el carné del partido y era tan feliz como yo, bueno, hipotéticamente hablando...

Y el chivo, cuando se vio a solo un metro de aquel huequito que era la meta de su viaje, dio un tirón imposible de controlar por nosotros. Del salto le clavó las patas delanteras en el lomo a la pobre chivita, bueno, no tan pobre tampoco, ella iba a gozar y no sabía nada. Pero que chivo tan burro, estaba tan desesperado que sacó aquello que parece un sable y záss, no se la metió el muy estúpido. Ese chivo estaba jodido de la vista, no puedo suponer otra cosa, ¿cómo se puede fallar así? Ni al más torpe de la vida le ocurriría eso, es ilógico, ¿no se han puesto a pensar? ¡Coño! La jeva amarrada y en cuatro patas, resignada, tal vez no, va y ella sabía lo que le esperaba, y que venga ese anormal a fallar así después de las energías gastadas para controlar sus locos impulsos. Se hizo un silencio sepulcral y a las mujeres se le desorbitaron los ojos, qué desperdicio, deben haber pensado...

Así mismo fue, falló el muy imbécil, el sable rozó el lomo de aquella infeliz chiva, el sufrimiento experimentado en ese instante debió ser indescriptible. Chiva al fin y al cabo, sabe que esos comemierdas se vienen de un solo tarrayazo. Lo saben por intuición, o tal vez por los cuentos de su madre, o de las chivitas que ya habían tenido esta experiencia. Pude ver la angustia reflejada en su rostro, era una perdedora. Pero bueno, la cosa no acaba así como así, el sable rozó el lomo de la chiva como les dije, ¿y el lechazo? Ahí fue donde se puso buena la cosa y nos cagamos de la risa, las mujeres se orinaban, éramos malos cuando jóvenes. El lechazo fue directamente al rostro de Segundo, tremenda vergüenza, ni se imaginan ustedes cómo se puso, coloraaaaaaao como un tomate, caballeros. Segundo estaba lanzado por el balcón, joven, militante de la juventud y mira tú quién lo viene a joder, un chivo de mierda.
Al sentir el disparo caliente de aquel chivo medio cegato, soltó a la infeliz y defraudada chivita, viró el rostro en dirección contraria a su público y sacó un pañuelo para limpiarse. Perdón, no tenía pañuelos, ya en esa época estaba muy jodida la cosa para esos lujos, se limpió como pudo con las manos y salió encabronado de la nave, caía una lluvia torrencial.

Curbelo se encabronó con el pobre animal y le cayó a patadas por el culo, le mentaba la madre, le decía contrarrevolucionario (esto era para que los militantes tomaran en cuenta su actitud) era saludable estar plenamente identificado, hasta en estas cosas. El muy pendejo entró solito a su jaula, ese chivo tenía que ser ganzo, miren que con aquellos tarros enormes era para que se le revirara al jabao, pero ya les hablé de todas las mariconerías de aquellos chivos de Canadá. ¡Ahhhh! Otros gallos cantarían si el jabao usaba esa gracia con los chivos de mi abuela, esos si eran traqueteados de verdad, y templaban, y andaban sueltos por toda Mantilla. Con esos no se jugaba, se sabían todas las maldades del barrio, esos chivos sí eran unos cabrones de la calle. Se metían a comer en los solares que les diera la gana, y daba gusto ver como eran seguidos por todas las chivitas, claro, hasta que llegó la revolución y lo jodió todo...

Camacho se empingó, él estaba puesto para una de las trabajadoras y parece que esperaba que ella se calentara con este espectáculo porno, del tiro salió también bajo el agua, era chévere ese blanco, militaba en la juventud, pero era tremendo jodedor. En el 82 lo tuve de contramaestre, algo cansado por la constante lucha de esa vida aventurera, pero no crean, aún no había guardado las pistolas y continuaba siendo mujeriego

Sweet volvió de nuevo a la carga, propuso otro encuentro, estaba encaprichado en poner a templar a los infelices animalitos delante de las mujeres. Ya era casi la hora de soltar y propusimos que se realizara al día siguiente. La chivita fue conducida nuevamente hacia su nave, la pobre marchaba cabizbaja, imagino su estado de frustración. Al día siguiente sería demasiada coincidencia que ella cayera en nuestras manos, era una entre cientos de chivitas, como ganarse la lotería, tendría que conformarse con la varillita del inseminador.

No esperamos a que escampara, en el baño nos costaba trabajo enjabonarnos ese día, era más fuerte el agua de la lluvia que la caída por el tubo que servía de ducha. Nuestros cuerpos temblaban, había entrado el primer frente frío de la temporada invernal, los chivos estarían felices. Les mentiría si les dijera que comíamos mal, en el campo se resuelven muchas cosas y aquel administrador se movía bien, también la marina hacía su aporte, pero esa vez llegué a sentir asco por la carne de chivo, la repetían mucho. Se sacrificaba a los animales débiles para el consumo, al amo se le ocurrió buscar una raza superior, muchas ideas tuvo en su cabeza durante decenas de años, los resultados ya lo saben...

Después de comida salíamos a la calle, algunas veces esos viajes se extendieron hasta La Habana, pero la mayoría de las veces parábamos en San José de las Lajas. Ya éramos socios del dueño de un kiosco donde tomábamos cerveza, por suerte el bloqueo no la había afectado entonces. Nos cubrimos como pudimos, casi siempre con un saco de nylon donde llegaran envasados los fertilizantes, adiós paraguas que tu conoces, nunca más aparecieron en el mercado, y cuando digo nunca más, deben contar los años transcurridos desde el 67 hasta mi salida definitiva en el 91, al carajo la lluvia y el sol, que se mojen y se quemen, así habrá pensado ese señor.






Esperamos la guagua unos quince minutos al borde de la carretera bajo un gran diluvio, nada de eso era importante, resultaba hasta divertido, esas son las cosas entrañables de la juventud. Nada te detiene cuando te propones algo, así éramos entonces, una turba de chamacos soñadores y aventureros. La guagua llegó, ya los chóferes nos conocían y al parar decían lo mismo; ¡La gente de la chivería, cará! Podían hacerlo de buena fe, ya saben ustedes cómo son los cubanos de alegres, pero a mí nadie me jode, siempre le veo el lado flaco a las cosas y aquello me sonaba a una contraseña; ¡La gente de la chivería, cará, llegó la peste! Que no me vengan con cuentos ahora. Pues ese día iban a pagar justos por pecadores, todas las ventanillas de la guagua se encontraban cerradas, gracias a Dios iba medio vacía, aún así, algunos pasajeros viajaban de pie, llovía más adentro que afuera. El chofer cerró la puerta y se fajó con aquella infinita palanca de las velocidades, se produjo un ruido atroz y alguna de mi gente le sonó un grito desde el fondo de la guagua; ¡Te hace falta una caja de goma! Todos se rieron, lo mismo ocurría en todas las viejas Leyland, el chofer ya estaba acostumbrado a esas jodederas, luego continuamos en silencio. Yo estaba a la mitad del vehículo y sentía algo de temor, aquella carretera era muy estrecha y la visibilidad muy pobre.

Noto cierta alarma entre los que se encontraban sentados en los asientos delanteros de la guagua, no hablaban, todos se miraban entre sí y aquellos ojos se desviaron hacia una muchacha muy linda que prefirió viajar parada. Su rostro enrojecía por segundos y temí lo peor, los intercambios de miradas maliciosas continuaron, algunos se tapaban la nariz con las manos, otros con el cuello de sus camisas. Ella se puso muy nerviosa, su voz me llegó como un leve murmullo. 

-¡No me miren que yo no fui! Fue todo lo que dijo y se marchó para el fondo de la guagua, algunos de ellos no pudieron contener la risa.  

-¡Caballeros, esto no tiene nombre! Es la primera vez que me pasa en treinta años manejando. Eso lo expresó sin desviar la atención al tráfico, yo continuaba con la duda, pero solo duró unos segundos. La peste era insoportable y no había forma de protegerse contra ella, con el cuello de mi camisa me cubrí la nariz imitando a los primeros. Aquella peste fue recorriendo cada asiento de la guagua hasta que ella se le acabó, alguno de los muchachos nuestros sentados en el último asiento anunció su recalada. 

- ¡Espectacular, coño! Ha llegado hasta aquí, el que fue que vaya al médico urgente. Se los juro por mi madre, nunca en la vida había chocado de frente con un peo de esa magnitud. ¡Qué no es mentira, carajo! Además de apestoso tuvo un área de acción muy grande, chocó con los cristales traseros de la guagua y rebotó, regresó nuevamente y pudo escapar por el huequito del pedal del acelerador. Nunca se supo quién fue el autor de aquel maravilloso peo y se comentó sobre él por largo tiempo. Yo lo lamentaba por Venancio Galarraga, el pobre, siempre tenía la nariz muy colorada por padecer de coriza, no sé si era por alergia, psicosis, o por pura maña, pero ese viaje lo dio estornudando y estornudando hasta que llegamos a San José de las Lajas. El chofer paró y alguien le dijo mientras bajaba, 

-¡Pa’que nos respetes, coño!  Todos reímos, la vida era una broma para nosotros.

Venancio y yo navegamos juntos a bordo del Jiguaní en años posteriores, yo era timonel y él marinero de cubierta. Tenía un mojón atravesado en la cabeza con ese asunto de ingresar a la UJC, por fin nos hicieron militantes a los dos, para celebrar el acontecimiento organizaron una fiesta en un círculo social de Santiago de Cuba. Era buena gente, pero como ya les dije, medio comemierda. Recuerdo que se enamoró ciegamente de una muchacha, esto me lo contó él personalmente, pues el tipo se cogió con aquella chamaca de La Habana (porque Venancio era de Aguada de Pasajeros) por eso hago mención de este detalle. Y qué les cuento, yo no sé en qué mundo vivía. Se le ocurrió ir a pedir la mano de la chica sin hablar con ella, peor aún, hasta pacotilla le llevó en un viaje que hicimos a Japón. El padre le respondió con toda la lógica del mundo, ¡Ven acá, Venancio!, ¿ya tú hablaste con ella? Se cagó, aquellas palabras no habían entrado en sus cálculos. Al final de esa corta historia el pobre Benny, porque así le decía a las chamacas que se llamaba y no Eleuterio Venancio Galarraga y Tarence, cayó en una profunda depresión.

Años posteriores yo me encontraba de nuevo en el Jiguaní como Tercer Oficial y Venancio continuaba como marinero de cubierta. El mojón que tenía en la cabeza era un poco más grande, para él no existía nada más sagrado que las orientaciones recibidas por la juventud. Era intachable en el cumplimiento de todas ellas, y muy fiel cuando se enamoraba de alguien. Es así que estando atracados en el puerto pesquero, llega una noche uno de los aduaneros, yo me encontraba entonces conversando en el portalón con un maquinista llamado Alfredo Arias.

-Buenas noches compañeros. Dijo el hombre al vencer el último escalón y descansar en el plato de la escala.

-Si, buenas noches, ¿en qué te puedo servir? Yo estaba uniformado, era el Oficial de Guardia ese día.

-El asunto es que se encuentra la esposa de un tripulante llamado Benny en la aduana, ella desea conversar con él. Cuando mencionó la palabra esposa me llamó mucho la atención.

-Chico, el Benny no se encuentra en estos momentos, yo voy a llegarme contigo hasta la aduana para inventarle un cuento, seguro que le metió línea a la mujer y anda por ahí jodiendo. Le dije a Arias que me llegaría unos minutos hasta la aduana y que si sucediera algo tocara el pito del barco. Allí estaba aquella preciosa mulata blanconaza.

-Buenas noches, mira, el asunto es que Benny no se encuentra en el barco ahora. Ella se hallaba a unos diez metros de la posta.

-Buenas noches, en realidad yo no soy su esposa, pero como él quedó en pasar a recogerme al trabajo y no lo hizo, por eso decidí llegarme hasta aquí.

-De todas maneras yo se lo comunico mañana. ¿Cuál es tu nombre?

-Yo me llamo Tere.

-No te preocupes, no dejaré de darle el recado en cuanto llegue al barco. Pensaba regresar nuevamente al dar por concluida la conversación, pero al parecer me había equivocado.

-Si supieras, he sentido un miedo terrible en la guagua que me trajo, como aquí finaliza el recorrido venía casi vacía. En fin, dos tipos que se encontraban sentados detrás de mí comenzaron a tocarme la cabeza y me puse muy nerviosa, mira como me tiemblan las manos todavía. Las extendió y tomé entre las mías, estaban algo sudorosas y sentí un poco de temblor en ellas. Abrí las mías en señal de que ya había realizado aquella comprobación solicitada, asombrosamente ella no hizo gesto alguno por separarlas y concluir. Así permanecimos varios minutos conversando y deben suponer que la distancia no era tan larga entre ambos rostros. De manera inesperada y para sorpresa mía surgió un beso. Ni corto ni perezoso me la llevé de la vista de aquella posta y dirigí mis pasos hacia la primera entrada del puerto pesquero. Deben saber que aquella calle es bastante oscura, y que consumimos más de una hora en realizar ese recorrido, el resumen lo hicimos en la casetica de la parada y el amor detrás de ella. Cuando llegó la próxima guagua la embarqué y regresé al barco con cierto temor, pasé por la aduana silencioso y saludé con la mano, de su interior respondieron mi saludo. 

-¡Oiga Tercero, usted es un caballo! Sentí pena por Venancio, pero no tanta, aquello era un ligue que no le importaba mucho. Arias ya estaba preocupado y me esperaba en el portalón, tuve que contarle la historia que justificaba mi ausencia por más de dos horas.

Al día siguiente era la partida del buque y yo me encontraba con mi novia en la posta de entrada, había varios tripulantes con sus familiares. Esa era la costumbre, allí permanecíamos hasta sentir la pitada del barco y la bandera llamando todos a bordo que el buque se hace a la mar. Minutos después llegó Benny con la muchacha, ahora la pude ver mejor, era una encantadora mulatica y su cuerpo era divino. Ella se asustó y yo también, el Benny me la presentó y esa vez las manos le temblaban seriamente, luego nos separamos. Arias no contuvo el secreto mucho tiempo, durante la misma maniobra de salida y mientras recogíamos los cabos, la gente comenzó a decirle tarrúo a Venancio. Antes de llegar a Panamá se enteró de las razones y se mantuvo alejado de mí la mayor parte del viaje. Luego comprendió con más calma que yo no era el culpable y las relaciones regresaron a la normalidad. ¿Quién se lo hubiera imaginado en la chivería? Es muy difícil saber el rumbo que tomará nuestro destino...

Esa noche regresamos temprano, no paraba de llover y nuestros cuerpos no pedían como otras veces por la gustada cerveza, la humedad era profunda y calaba los huesos. Nos desprendimos de nuestras húmedas ropas y nos dejamos llevar por esa dulce sinfonía que produce la lluvia al chocar con violencia sobre un techo de zinc.
Al día siguiente era imposible trabajar en los campos, sería una jornada dedicada a los corrales, bendecidos aquellos que cayeran en las naves de las chivas o en el de los chivitos. Amén de aquel que pasara  todo el día en la nave de los machos, ése era el palacio de la peste. Esa tarde no hubo funciones porno, Conde y Collejo andaban recorriendo las naves. El primero era el jefe del campamento, un ex combatiente de la Sierra y militante del partido, buen hijo de puta el tipo. Al final de arrancar tantas cabezas de jóvenes con sus sueños por navegar, se le aflojaron las piernas y dejó la marina, ya me imagino todo el daño que produciría en tierra, porque esa gente no cambia.

Collejo era otro con similar historia al anterior, era el segundo al mando de aquella aguerrida tropa de jodedores, muy pausado al hablar, pero con los mismos efectos dañinos que su jefe inmediato. Quién pudiera imaginarse en esos instantes que, veinticuatro años después sería el timonel que montaba guardia conmigo durante el viaje de mi deserción. Puedo asegurar sin temor a equivocarme, él fue una de las piezas de este juego de ajedrez muy importante, creo que la principal en acelerar mi decisión para abandonar el país. Quiera Dios yo me encuentre vivo al finalizar toda esta pesadilla para ir a sonarle una gran trompetilla, nunca cambió y se mantuvo chivato hasta los últimos momentos de mi permanencia dentro de aquel infierno. Lo menciono con mucho placer, me gusta rescatar a estos cabrones para que nunca sean olvidados, ellos formarán parte de toda esa triste historia de la marina mercante.

Cuando finalizaron las faenas de ese día, el grupo regresaba al campamento con esa risa que siempre acompaña a los jóvenes, las bromas eran constantes. En un breve silencio y un poco antes de separarnos, una de las mujeres que allí trabajaban, joven y bella, de unos veinte y tantos años y oriental de origen, me toma por el brazo delante de algunos de la tropa y me pide que no vaya al comedor, me invitaba a comer en una restaurante muy popular en el pueblecito de Catalina de Güines. Aquella invitación me tomó por sorpresa y la acepté al instante, andando hacia nuestra barraca y durante el baño, los muchachos no pararon de joderme, yo era el más joven de todos ellos y algunos tenían la vista puesta en la linda mujer. Esa tarde me restregué con fuerza hasta lastimarme, usé un estropajo hecho con fibras de soga, deseaba arrancar ese olor a chivo que penetraba hasta el alma, me vestí con la cobita de guardia y alguien me dio un toque finalista con agua de violetas, ya ella me esperaba frente al comedor.

El restaurante estaba repleto y el camarero habló con un individuo que se encontraba solo en una mesa, aceptó compartirla con nosotros y con el menú en la mano ella me sugirió que pidiera todo lo que fuera de mi agrado, el hombre solo escuchaba. Aún había ofertas en los restaurantes y las comidas eran muy variadas. Cuando el camarero llegó a tomar la orden, ella pidió cervezas, conocía mi afición. Creo haberme tomado como seis o sietes mientras comíamos, parece que trataba de aliviarme un poco el nerviosismo que llevaba. A la hora de pagar, ella abrió su cartera y extrajo un abultado rollo de billetes, se excusó para ir hasta el baño antes de salir.

-¡Asere! ¿Tú eres chulo de esa jeva? Ya no podía contenerse aquel cabrón cubano, luego fuimos como él, lo queríamos saber todo y metíamos la cuchareta en todas partes. Me sorprendió la pregunta y solo le respondí que no, poco rato después y cuando ella regresó nos retiramos.

¿Chulo? Me reía interiormente, ¿chulo yo?, si hasta miedo tenía de decirle que me gustaba, y cuando pensaba soltarle un balazo yo mismo me respondía, ¿no te ves muy fiñe para esa jeva?, ¿con qué culo se sienta la cucaracha?, ¿y si solo necesitaba compañía para comer?, ¿y si al declararle tu intención metías la pata por equivocarte? Mejor no le digo nada, el resto de la noche se fue en conversaciones vanas.

-¡Comemierda! Así me gritaron todos al siguiente día, Sweet y el jabao fueron los primeros, ellos tenían más carretera. ¿Y si te decía que no, qué coño perdías? Nada comemierda, no perdías nada, nosotros nos iremos al carajo de esta chivería de mierda. ¿Y si ella tenía en mente jamarse un chama como tú? Te iba a jamar comemierda, perdiste una gran oportunidad. 

-¡Coño! No me torturen más.








Ese día fuimos al campo por la mañana, temprano en la tarde nos colábamos en la nave de los machos, siempre permanecíamos afuera por la peste. Poco rato después llegaron las muchachas y Sweet comenzó con su matraquilla de poner a templar chivos, la gente miraba al jabao esperando su aprobación, él era el encargado de meterse en la jaula de los machos y enlazar a uno de ellos, se bajó de la baranda y le dijo a la gente;  

-¡Vamos a meter caña! Segundo no quiso aguantar de nuevo a la chivita que trajeron, estaba algo asustada, tal vez era señorita. 

-¡Oye Pastor! Hoy te toca la guardia en la puerta. Le gritó Curbelo y éste protestaba, se tenía que perder el show, pero había que vigilar en dirección a la casa del administrador. No sé si les dije que se había envenenado con extracto de nicotina, lo hizo porque descubrieron que era maricón, y hago un paréntesis señores, no es que la tenga agarrada con ellos, el caso es que hay maricones y homosexuales, las víctimas son estos últimos, el primero es victimario y con ellos no tengo compasión.

-¿Y por qué no la colocan en el cepo? Todos se le quedaron mirando, no esperaban un aporte tan racional como el que acababa de dar Venancio, y eso que siempre andaba con un mojón en la cabeza.

-¡Coño caballeros, es verdad! Hacia allí llevaron a la infeliz chivita y cuando se vio inmovilizada por la cabeza supuso que pronto estaría cerca de la muerte, comenzó a berrear con mucha fuerza, la pobre, no sabía que la habían puesto allí para gozar, o tal vez lo sabía, no vayan a pensar que por ser hembrita era un angelito tampoco. 

Cuando ellas estaban ruinas se escapaban de su nave y se colaban en la de los machos, que no eran santas, coño. Un día se metió una de esas infelices y para qué fue aquello, y un gran chivo montado por detrás de la chivita, y otro que se le encaramó por delante y le pedía a berridos por un sexo oral, y otro chivo detrás del que estaba en buena posición, y aquel que tiraba patadas a diestra y siniestra para que no lo violaran, y otro montado por la retaguardia del que quería sexo oral, y a los pocos minutos dos colas formadas entre todos esos chivos maricones. Sweet y yo entramos al campo con la intención de separarlos, sentíamos pena por aquella puta chivita. ¡Ahhh! Pero no crean que eran muy jamón que digamos, allá salieron dos o tres de esos hijoputas a querer cuernearnos, tuvimos que correr coño, no digo yo, ustedes ni se imaginan los tarros que se mandaban aquellos cabrones. Bueno, fuimos hasta la nave y agarramos par de palos, y como que no son muy brutos que digamos, cuando nos vieron entrar hubo uno que se hizo el guapo y a ese le sonamos el primer trancazo. Se acabó el relajo, así como lo oyen, les jodimos el bacanal por apestoso, ¿la chivita?, la sacamos radiante de felicidad.

-¡Caballeros, dos más pa’que me ayuden! Solicitó el jabao a gritos, pa’llá fueron Venancio y Miguelito. Cuando abrieron la puerta traían amarrado a un toro, era inmenso ese cabrón y en la misma magnitud era la peste que nos invadió. Poco a poco lo fueron acercando a la presa, jadeaba y echaba espuma por la boca aquella ruina fiera, se había sacado la loto y conocería los misterios de un huequito de verdad, suave, jugoso y calentico. Medio metro antes de llegar al blanco, aquel chivo se paró en dos patas, mostró sin penas la punta rosada de su lanza, así anduvo ese espacio hasta que aflojaron la cuerda y sus patas delanteras cayeron encima del lomo de la chivita, ella dio un leve berrido, pero esta vez no fue de tristeza. Un solo movimiento fue necesario, un solo segundo para que se viniera, luego quedó jadeando mientras la olía, se dejó conducir por el jabao hasta la puerta de la jaula, al entrar dio un fuerte berrido, creo que se había contagiado con los cubanos porque me sonó a algo así; ¡Yo soy un cabrón de la vida, caballeros! Los otros animales respondieron a su alarde mientras devolvían a la afortunada chivita a su nave, allá le contaría de su experiencia a las otras; ¡No es lo mismo queridas, no sabe igual a la varilla que usan cuando te inseminan, ésta es la gloria!

Un ensordecedor trueno nos sirvió de aviso que finalizaba la faena, mientras andábamos hacia la barraca y acompañados como siempre por nuestras bromas, rompió un fuerte chubasco y pasamos trabajo para enjabonarnos. Solo unos meses duró aquella loca y apestosa aventura, el amo era muy imaginativo, siempre se le ocurría algo sin terminar lo que estaba haciendo. Pensó que teniendo la leche, le haría falta el café para acompañarla como hicieron nuestros abuelos. Y para allá nos colaron, su orden era esa, sembrar café, y nos vimos de cabeza en el Cordón de La Habana, nosotros solo deseábamos ser marineros, él supo darle mejor uso al cepo. Ni leche, ni café, ni la madre de los tomates logró con sus experimentos, solo estos amargos recuerdos.




Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2004-01-22



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