Visitas recibidas en la Peña

lunes, 13 de mayo de 2019

LA TRÁGICA MUERTE DE JOSÉ



                      LA TRÁGICA MUERTE DE JOSÉ



St. Catherine no era lo que es hoy, siempre ha sido la principal arteria turística de Montreal, pero ha cambiado mucho. En aquellos tiempos podías encontrar tiendas al alcance de cualquier bolsillo, nada lujosas como ahora. Recuerdo que en uno de mis viajes durante los años setenta, compré un refrigerador marca Crowsley de segunda mano por solo $39.00 dólares. Abundaban las casas vendedoras de objetos usados, las más frecuentadas por los marinos cubanos. Todas han desaparecido desde hace mucho tiempo y fueron sustituidas por caras boutiques, cafeterías, restaurantes, discotecas, etc. La afluencia de público se ha multiplicado, el tráfico también y resulta casi imposible lograr un espacio público de estacionamiento. Los disponibles son privados o del gobierno y tienen unos precios que provocan infartos. Evito en todo momento desplazarme en auto hacia esa zona, prefiero dejarlo cerca de una estación de Metro cualquiera y utilizar esa vía para llegar hasta ella.

Irma y yo nos encontrábamos hospedados en el hotelito de la YMCA que se encontraba en la calle Stanley y a media cuadra de St. Catherine. Allí nos mantuvieron durante todo un mes y luego nos despidieron con un chequecito en las manos cuando terminamos los trámites de inmigración. En varias oportunidades tuvimos que asistir a una oficina del gobierno que había en esta calle, estaba exactamente en la intersección con Bleury. No recuerdo el piso donde se hallaba el salón de espera de aquellas oficinas, siempre estaba concurrida, no tanto como en estos tiempos.

Una de esas mañanas que concluimos los trámites de rigor y mientras nos disponíamos salir del mencionado edificio, tomamos unos segundos para acomodarnos las bufandas y guantes. Ya andábamos en pleno invierno, al menos para nosotros, aunque la nieve y el frío se adelantaran a la fecha oficial de inicio de aquella ruda temporada. Entretenidos en esos menesteres, sentimos a nuestras espaldas unas voces que identificamos como nuestras. No hubo espacio a la duda, se trataba de cubanos, ellos eran tres.
Irma, picada por esa curiosidad natural de los nuestros e impulsada por esos rasgos tan característicos de quienes han vivido constantemente ignorando lo que se llama privacidad, giró inmediatamente sobre sus talones y le disparó a quema ropa una ráfaga de preguntas.

-¿Son cubanos? Ellos se demoraron en responder, se sintieron algo asaltados sorpresivamente y en este país no es nada normal. Luego, me cansaría de estar llamándole la atención constantemente tratando de corregirle ese defecto que en nuestra tierra se confunde con una virtud. Nos miraron varias veces de arriba-abajo buscando alguna señal, no sé cual, tal vez sí, quizás cierta marca que nos identificara como agentes o chivatos del gobierno. Siempre fue una reacción muy normal entre nosotros los cubanos, no dejamos de viajar con el policía escondido en nuestras mentes.

-¡Sí, somos cubanos! Respondió uno solo de ellos, es probable que el más camaján de todos y el que realmente viviera en este país. Irma no se contuvo y pasó a la ofensiva, estuve a punto de pedirle que se detuviera, no lo hice porque conocía la naturaleza de su carácter explosivo. Sin embargo, me daba perfectamente cuenta que aquella interrupción a la marcha de aquellos seres no era bien recibida, nos miraban con desconfianza.

-¿Llevan tiempo aquí? Estuve a punto de preguntarle qué carajo le importaba.

-¡Sí, llevamos diez años viviendo en este país! Respondió el mismo hombre y entonces fui yo el que realizaba esa inspección oportuna sobre la figura de los seres que permanecían mudos. Llegué a la conclusión de que el tipo mentía, podía comprobarse que era familia de la mujer callada, tenían un fuerte parecido. Sin embargo, algo delataba que aquella señora llevaba pocos días en este país, su piel aún conservaba el churre acumulado durante décadas en nuestra tierra. No quiero decir que fuera por sucia, es que todos los que arriban de la isla lo hacen empercudidos y toma algún tiempo destupir los poros. Luego, si son blancos criollos, se confunden con los de acá mientras no abran la boca.

-Nosotros estamos recién llegados, desertamos de un barco. 

-¡Ahhhhhh! Fue una exclamación generalizada y abrieron más los ojos, nos miraron como si fuéramos extraterrestres. –Bueno, ha sido un placer, es que tenemos el auto estacionado en un parquímetro y ya debe haberse vencido el tiempo. No hicieron nada por extendernos las manos, giraron sobre sus pasos y marcharon hacia la puerta de salida. Yo detuve a Irma por unos instantes mientras los observaba. Los tres eran bajitos y obesos. Iban vistiendo unos largos sobretodos que les daban la imagen de perfectos chorizos y uno de ellos, el que aparentemente era recién llegado como nosotros, se mandaba un sombrero de invierno parecido al que usaron los cosacos, mientras marchaba se amarraba ambas orejeras por un lacito debajo del cuello.

-¡Déjalos que se alejen! Vamos a darle tiempo a que desaparezcan, ¿no te das cuenta que no desean ningún tipo de contacto? Le dije cuando contuve sus deseos de salir.

-¿Qué carajo se habrán pensado estos gordos comemierdas?

-¡Nada! Tienes que adaptarte a este nuevo mundo, aquí es diferente el juego de pelota. Nos detuvimos en un McDonald’s situado a una cuadra de nuestro camino en dirección al hotelito, siempre lo hacíamos para tomarnos un café o comer cualquier bobería. Después encenderíamos un cigarrillo marca Gitanes que se parecía mucho a nuestros Populares.

La vida dentro de aquel hotel de la YMCA era extremadamente aburrida y muy controlada por sus estrictos horarios de comidas, entradas y salidas, etc. Nuestras únicas salidas eran solo para caminar por St. Catherine, algo que llegué a detestar hacer en compañía de Irma por ese vicio propio de toda mujer en meterse en tiendas, mirarlo todo, probarse incluso ropas que nunca compraría y hasta preguntar mi opinión. Ella andaba algo deprimida y no podía negarme a complacerla por tal de no escuchar sus descargas dentro de aquella pequeña habitación.

Después que salimos del hotel y teníamos rentado cada uno un apartamentito, nos invitaron a una reunión del CID que se realizaría en la Asociación Española ubicada en la calle Saint Laurent y muy cerca de la intersección con St. Joseph. ¡Qué manera de tener nombres de santos las calles de esta ciudad! Creo que estoy viviendo en el paraíso. Ya conocíamos algo y nos movíamos con la ayuda de mapas que se obtienen gratuitamente en las estaciones del Metro, al menos era así en aquellos tiempos. El encuentro estaba planificado para las dos de la tarde de un sábado y allí conoceríamos a interesantes personajes de la comunidad cubana en Montreal. Debo destacar que en esos tiempos esa comunidad era sumamente pequeña y casi todos sus integrantes eran mayores de edad. Cuba no había abierto las puertas al turismo y el jineterismo era muy limitado. Encontrarse con un cubano en esta ciudad era similar a obtener un premio de la lotería.

El grupo estaría compuesto por unas quince personas y se destacaban entre todos algunos seres muy conocidos por ellos. Me refiero a Máximo Morales, Pedro Martori, los hermanos Varela y otros que después pudimos identificar como castristas encubiertos y colaboradores de aquel régimen. El objetivo de aquella reunión era darnos la bienvenida a los recién llegados, todo un acontecimiento allí, donde nunca llegaron las balsas de los marielitos y la inmigración era muy reducido.

Coincidimos por segunda vez con aquellas personas encontradas en la oficina de inmigración, esta oportunidad desprendidos de sus sobretodos, sombreros y guantes. No recuerdo exactamente quién se ocupó de presentarnos. Como sospeché, los dos con la piel más oscurita o empercudida eran recién llegados como nosotros y aquella coincidencia en la oficina de inmigración muy justificada, andaban enredados en los mismos trámites.

Pasada una hora de intercambios con unos y otros, ayudados también por el relajamiento que el alcohol produce en nuestras lenguas, fue cuando verdaderamente me senté a conversar con José. Había llegado con la ayuda de una carta de invitación y apeló al estatus de refugiado político junto a su mujer. Ambos residían en el pueblo de “Remanganagua”, provincia Habana. Deben suponer que por razones obvias he cambiado los nombres de los personajes, pueblo y oficios.

José era un tipo que andaba en esos momentos por los cuarenta y tantos años, yo había cumplido los cuarenta y dos, él se veía algo mayor a mí, quizás me superaba en uno o dos añitos. Era bien parecido y desprendido de todos los trapos que impone el invierno no se veía tan grueso, aunque sí envueltico en carne. Bajo de estatura, trigueño y pelo rizado muy tupido. Pausado al hablar, lo hacía en un tono inapropiado para cualquier cubano, gritón por excelencia. Por el contrario, su mujer no se benefició mucho con aquella parcial desnudez que garantizaba la calefacción del local. Era gruesa y tubular, una especie de cilindro que nacía en los hombros y continuaba hasta los tobillos, redonda cuando la observas desde cualquier ángulo y para agravar su situación, superaba ampliamente en edad a su marido. Empeorando algo más su condición, no era bella tampoco de rostro, se prestaba más bien para provocarle de noche un susto a cualquiera, estaba difícil. Sin embargo, era muy dulce en el trato, extremadamente decente, o sea, la belleza la llevaba por dentro. 

Luego de intercambiar unas cuantas palabras con José, conocer su oficio, uno que lo vinculaba diariamente con la gente. Después de pescarlo en diferentes oportunidades vacilándole de reojo el trasero a Irma, pude identificar sin muchas dificultades encontrarme ante un cabrón de la calle. Luego, conociendo cómo se desarrollaba el ambiente en nuestra isla en lo referente a las relaciones hombre-mujer, me pregunté inmediatamente; ¿Qué hace este hombre con ese monstruo? La pregunta no se apartaba de la lógica, al abandonar la isla no era necesario gastar mucha saliva para conquistar a una mujer. Las muchachas comenzaron a tener ciertas preferencias con los medio tiempos y si eran casados mucho mejor. Decían muchas; casi siempre andaban con plata y que por su condición de hombres comprometidos, eran menos conflictivos y más complacientes que los jóvenes. ¡Hummmmm! Aquí hay gato encerrado, me dije. Tal vez sea ella quien tuvo la posibilidad de obtener esa carta de invitación. ¡Sí! Es muy decente y educada, tiene un alma limpia, pero eso no resuelve las exigencias de una cama. Es muy importante la belleza interna de cualquier ser humano, pero si estuviera dosificada con una sola razón que provocara una erección, esa bondad de la naturaleza sería muy bien recibida de ambas partes. Los machos cubanos no se acuestan con “virtudes”, creo que nos inclinamos un poco hacia el pecado, la carne.

Ese día nos despedimos luego de intercambiar números telefónicos, debo aclarar que como eran los primeros días en este país, no tenía cama donde dormir y consideré que el teléfono era mucho más necesario. Dormía sobre la alfombra del apartamento, pero al menos tenía algo para poder conversar y combatir la implacable depresión que invade a millones de seres en un lugar del planeta donde a las cuatro de la tarde es totalmente de noche durante su largo invierno.

Nuestras relaciones fueron muy buenas, nos comunicábamos con frecuencia e intercambiábamos opiniones sobre los trabajos que veníamos realizando en diferentes factorías. José manifestaba un agudo rechazo a ese régimen laboral ajeno totalmente a la idiosincrasia del hombre nuevo cubano, no estaba acostumbrado a trabajar ocho horas netas y siempre se quejaba. Un día me habló de un negocio que se venía desarrollando en Montreal y en el cual él se hallaba plenamente involucrado. En pocos minutos me comió el cerebro y acudí a una cita del mencionado negocio. No puedo ocultar que poseía un gran poder de persuasión capaz de convencer al más duro de los hombres. Por mi parte, logré llevar al Flaco a esa reunión para ver si lo convencía de que se sumara también. ¡Hay billete, Flaco! Era todo mi argumento disponible y él no dudó en acompañarme.

El salón estaba en la calle Jean Talón y a solo una cuadra del Metro Iberville, no nos resultó difícil desplazarnos hasta el lugar. Allí coincidimos con Nora, una hermosísima mujer centroamericana, todo un monumento que enseguida atrapó la atención de José, quien vale la pena señalar, llegó acompañado de su mujer, algo más gruesa aún y fea en proporción a su obesidad. ¡Qué bestia tu amiga! Me dijo en una oportunidad que nos levantamos por un café.

El orador era de un discurso fluido, fácil de comprender y con una capacidad terrible para enrolarte en cualquier aventura. No por ello me dejé atrapar rápidamente y el resumen de todo lo planteado tuvo que hacerlo José. La cita duró más de dos horas viajando en las explicaciones del “mercadeo por red”, su futuro y condena de las grandes cadenas de tiendas, mercados, etc. Hablaron hasta el cansancio de esa novedosa corriente mercantilista donde entre otras cosas, es precisamente la participación directa del hombre el rol más importante y el entrenamiento gratuito sobre ese campo a quienes desearan participar. Nos hablaron de distintas categorías alcanzadas por los miembros de esa organización y los privilegios obtenidos y disfrutados por cada uno de ellos. Que si Esmeralda, que si Diamante, que si Platino, que si patatín y patatán. Me jamaron el cerebro y para rematar me dan un casete donde un cubano, creo que marielito, narra toda su aventura hasta convertirse en millonario. -¡Coño, Flaco, qué bárbaro está esto! Ya me veía montado en aquellas limusinas usadas por el marielito, hospedado en los mismos hoteles y cargando Rolex en la muñeca. El Flaco no se convenció mucho, nunca fue tan pensador y era bastante desorganizado cuando chocaba con un blúmer. Aún así, el Flaco se sumó al negocio y creo que lo hizo para complacerme.

La cosa estaba en que se debía entrar con unos $500 dólares que, era el precio de un crucero a no sé dónde carajo. Bueno, nosotros no teníamos residencia ni pasaporte para viajar, le manifesté a José. Eso no importa, me dijo, el asunto es poder entrar y luego debes tratar de enganchar a otra gente para que así ganes plata.
¡Coño, mira que hablé! Lo hice hasta por los codos y no pude convencer a nadie. Bueno, el asunto es que las personas que yo conocía estaban indocumentadas como yo y la mayoría recibía la ayuda social. Mientras más hablaba, más lejana veía la posibilidad de viajar en limusina, hospedarme en hoteles cinco estrellas o desplazarme en cruceros por el Caribe, los más baratos.

-¡Oye, José! Asere, marcha atrás con todos los tambores, quiero mi plata de vuelta. Le dije por teléfono y se pasó varios minutos insistiendo en convencerme.

-¿Comprendiste? Me preguntó cuando dio por finalizada su intervención.

-¡Claro que comprendí! Mañana quiero de regreso mi plata, men. ¡Ahhhh! Dice el Flaco que le lleves la suya también.

-¡Coño, no sean tan pendejos!

-No es pendejadas, todo ese asunto es un fraude. Estamos en presencia de una pirámide y no has sido claro. Debo confesar que fue un hombre honesto y devolvió todo el dinero. Tuvo que haberse encojonado con aquella retirada nuestra, perdimos comunicación durante varios años.

Esta vez apareció con la propuesta de un nuevo negocio, no se cansaba, yo creo que había renunciado incondicionalmente a sudar la camisa en una factoría. Acordamos encontrarnos en mi casa y allí me explicó con lujo de detalles el asunto, accedí con una sola condición, no quiero tratos con intermediarios.
Luego de invertir una pequeña suma en algo totalmente legal, traté inmediatamente de recuperar parte de la plata invertida con la adquisición de algunas cajas de tabacos compradas en la isla. ¡Vaya sorpresa! Cuando llamo a la muchacha para hacerle el encargo, ella me responde que será imposible, la mujer de José se había adelantado y ella se comprometió. ¡Ring, ring, ring, ring!

-¡Hola, José! Compadre, lo primero que te advertí antes de involucrarme en este negocio y fui muy diáfano, era que no quería ningún tipo de intermediario metido en él. Le manifesté sin escuchar el saludo regresado.

-¡Mira, déjame explicarte! De pronto, lo que sería una conversación entre hombres fue interrumpida por la voz de su mujer.

-¡Tú no tienes que explicarle ni cojones! ¡Ya yo le encargué las cajas de tabaco a Miriam! ¡Qué pinga se piensa Esteban! ¡Oh! Se me había olvidado comentarles que José había cambiado de mujer, era lógico que eso sucediera, ya había transcurrido el tiempo suficiente para legalizar su situación en este país. Cuando me visitó para pactar, lo hizo acompañado de una blanca contemporánea con su edad, nada que pudiera provocar un desvelo, pero definitivamente estaba mejor formada que su virtuoso tubo de pasta dental. Era alta y muy blanca, nada atractiva, pero con el don de poder provocar al menos una humana erección. Su lenguaje era el mejor pasaporte y de poco sirvió nos aclarara durante aquella visita, que venía de uno de aquellos barrios habaneros conocido como “El Palo Cagao”.

-¡Mira, José! Cuando tengas suficientes pantalones para controlar la boca de tu mujer, entonces nos sentaremos solos a negociar.

-¡Oye, Esteban!...No lo dejé terminar y colgué el teléfono. Varios minutos después me llamó desde un teléfono público y mantuve mi posición. Sentí verdadera pena por él, sabía perfectamente que estaba tratando con un caballero en asuntos de negocios. No nos volvimos a comunicar y perdimos contacto.

-¿Sabes quién se murió? Si me matan no recuerdo quién rayos me trajo aquella noticia, indudablemente tuvo que ser un conocido común.

-Soy muy malo para las adivinanzas, ¿quién se murió?

-Ni te lo imaginas.

-Sin comerciales, ¿quién fue?

-José se puso el traje de palo.

-¿Qué José? Hay tantos en Montreal.

-El del negocio de los cruceros, el que vivía en Remanganagua.

-¡No jodassss! ¡Coño, el socio era joven! ¿Qué le pasó?

-¡Algo duro, mi hermano! Yo diría que muy duro.

-¡Compadre, acabe de soltar y no jodas con los comerciales!

-Dicen que el socio fue a Cuba para exhumar los restos de su madre, ¿qué te cuento? Según me han informado, en los mismos instantes que sacaban los huesitos de su mamá de la tumba para colocarlos en un osario, le dio un infarto y se partió.

-¡Coño, esa es dura! Grande tuvo que ser la impresión sufrida cuando desenterraron a la pura y que eso le provocara el infarto. Yo te lo digo con sinceridad, no me gustan las visitas a hospitales, funerarias y cementerios. No me cuadran, me deprimen, prefiero despedirme de la gente querida con una botella de ron en las manos y recordarlos tal y cual fueron. No puede negarse que era un cabrón, porque realmente lo fue, pero mira y valora hasta donde llega el amor de un hijo por su madre. Eso puede darte una idea de quién era realmente esa persona, nunca me equivoqué al valorar a José. Poco importa si el destino lo colocó en las manos o el Toto de esa chusma, me refiero a su última mujer. Que en paz descanse el socio.

-¿Sabes quién se murió? Si me matan otra vez no recuerdo quién rayos me trajo la noticia.

-Soy muy malo para las adivinanzas, ¿quién se murió?

-Ni te lo imaginas.

-Sin comerciales, ¿quién fue?

-José, se puso el traje de palo.

-¿Qué José? Hay tantos en Montreal.

-El del negocio de los cruceros, el que vivía en Remanganagua.

-¡No jodas, chico! Eso es periódico viejo, agua pasada. Ya me lo habían informado, es verdad que tuvo un final muy triste. ¡Mira que ir a Cuba y morir mientras exhumaban los restos de su madre! Es duro, que en paz descanse.

-¡Pérate, pérate, pérate, pérate! ¿De dónde carajo sacaste esa macabra versión?

-Bueno, eso fue lo que me dijo un socio hace dos semanas.

-¡Fula, fula! ¡Nada de eso! José tuvo una muerte muy feliz.

-¿Cómo que una muerte feliz? Nadie se muere contento, todo el mundo desea continuar viviendo.

-Eso es sabido, pero si te dieran a escoger entre tantas posibilidades de morir, ¿cuál de ellas elegirías para hacerlo de una manera feliz?

-No tengo ni la más remota idea de lo que deseas expresarme.

-¡Compadre, usa las neuronas! Antes de morir agonizando en un hospital, un naufragio, un accidente automovilístico, asesinado, etc., etc. ¿No es mejor morir templando?

-¡Claro que sí, esa es la muerte que desearía para mí!

-Pues esa fue la que tuvo José, se murió templando en una de sus visitas al pueblo donde vivía.

-¡No jodas! Entonces murió feliz. Que en paz descanse el socio, hasta en el negocio con la muerte fue bueno.

Coincidimos accidentalmente en una fiesta allá en Miami, él era conocido de uno de mis primos y casualmente vivía también en Montreal. Tendría unos cuarenta y tantos años de edad. Entre trago y trago me dijo que venía de Remanganagua.

-¡Coño, yo tuve un socio de tu pueblo que luego vivió en Montreal! Tal vez lo conociste.

-¿Como se llamaba?

-José, el murió hace unos años.

-¿Sabes cómo murió?

-Primero dijeron que exhumando los restos de su madre, luego vino otro socio y me dijo que fue templando.

-¿Desde cuándo sabías eso?

-¡Ufff! ¿Quién pudiera saberlo? Hace una pila de años. ¿Tú lo conocías?

-¡Claro! Yo fui quien recogió su cuerpo de la posada.

-¿Entonces es verdad? ¿Murió templando?

-Así mismo, lo que pasa es que se envió la primera versión para guardar la forma. Ya sabes, era casado.

-Sí, con un tronco de cohete que muy poco después se echó otro marido.

-¿Quién te dio la segunda versión? Porque hasta donde tengo conocimiento, esa es solo dominada por amigos íntimos.

-¡Te crees tú! En Montreal las paredes tienen oídos, poco importa ahora. ¡Ojalá me llegara la hora de esa manera! Murió feliz, murió contento y seguro que jamándose un pollo, ¿me equivoco?

-No, así mismo es.

-¿La posada tenía aire acondicionado? ¿Tenía agua? ¿Había luz?

-¿Por qué preguntas eso?

-Es que después que te acostumbras a vivir en este país, regresar al pasado puede ser una causa de infarto.







Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2013-04-29



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jueves, 9 de mayo de 2019

LAS MICROBRIGADAS


                                      LAS MICROBRIGADAS


  Entrada al barrio de Alamar


Premisas...

Con la llegada de la revolución cubana arribaron a la isla muchas esperanzas, es innegable que en ese fenómeno social experimentado, se incorporó un alto porcentaje de la población. Habíamos salido de una dictadura -esto tampoco se puede ocultar- y la gente vio en el proceso naciente, saturado de promesas desde su estado embrionario, el camino correcto para la República y las clases desposeídas. Seguros ahora de su destino por los programas sociales que fueron muy pronto apareciendo, el cubano llevó esa seguridad hasta el seno de su familia, viéndose reflejado rápidamente en el crecimiento demográfico registrado en solo unos años.


A la llegada de Fidel, Cuba contaba con una población no mayor de los seis millones de habitantes, no recuerdo exactamente si era menor. Diez años después, ese crecimiento descontrolado, trajo como consecuencia graves problemas en la situación de la vivienda en todo el país y muy crítica en la capital debido al éxodo de personas de provincias hacia ella. Migración que fuera en gran parte alentada por el mismo gobierno, quien desde sus inicios consideró que había llegado la hora de los campesinos, obteniendo como resultado, el abandono de gran parte de las labores agrícolas y su posterior repercusión negativa en la canasta alimenticia de toda la isla.


Desde los primeros años de la revolución, la construcción de viviendas por parte del Estado se redujo casi a cero. Creo, si mal no recuerdo, que se limitaron a las obras terminadas por el antiguo INAV (Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas) dirigido en ese entonces por Pastorita Núñez. Esas construcciones no fueron muchas, insuficientes para satisfacer las demandas de una creciente y pujante población.


¿Cómo se resolvían los problemas de la vivienda hasta los años setenta? Se hizo un escalafón en cada sindicato de acuerdo a las necesidades de los trabajadores, entonces, se les entregaban las casas de las personas que abandonaban el país. Es de suponer que no todas eran entregadas, ya que desde los inicios de este fenómeno social, se declararon zonas congeladas hacia donde solo se mudaban personas autorizadas por el gobierno. Muchas de esas casas permanecían cerradas durante muchos años y otras se dejaban en esa situación, alegando pertenecer a las reservas para casos de desastres. Por otra parte, muchas familias que partían no lo hacían en su totalidad, quedando esas viviendas con algún ocupante e imposible de ser entregadas a nuevos inquilinos.


Se apeló más tarde a la entrega de locales comerciales que fueron declarados inhabitables, los cuales debían ser reparados por sus propios medios. Esto también fue insuficiente y la población seguía multiplicándose a pasos agigantados, aumentaban las madres solteras, aparecía el concepto del amor libre, la liberación de la mujer, se perdieron viejos tabúes, etc. Es entonces cuando aparecen en La Habana las ya famosas y populares barbacoas. Construcciones artesanales donde los edificios con pisos de puntal alto, eran divididos a la mitad, dando origen a una nueva habitación. Cosa que se ha hecho sin tener en cuenta resistencias de las cimentaciones, años de construcción, etc., y que en el mayor de los casos constituyen un constante peligro.


Fue así, que en el año 1971 y después del gran fracaso de la zafra de los Diez Millones, al gran timonel de la revolución se le ocurrió la brillante idea de las "Microbrigadas".


Edificio construido por las Microbrigadas de Alamar modelo SP-79-T




Las Microbrigadas.

Antes de comenzar quiero aclararle a muchos lectores que, recién casado en el año 1971 y encontrándome esperando barco en Cuba, fui enviado a trabajar por la marina al recién formado movimiento de microbrigadas de Alamar, exactamente a la brigada Nr.63 que se encontraba construyendo la cimentación de un edificio de cinco plantas muy cerca del garaje que se encuentra a la entrada de ese barrio. Luego, agobiado por la necesidad de vivienda y cuando regresé de la misión en Angola, fui a trabajar en la microbrigada Nr. 51 por dos años y medio. Participé en la construcción de tres edificios de cinco plantas modelo Gran Panel VI, ubicados frente al policlínico de la Zona 1 en Alamar, allí obtuve mi apartamento, donde viví hasta mi salida de Cuba. La construcción de esos edificios ocurrió entre los años 1978 y finalizamos en el verano del 81. En esa microbrigada ocupé el cargo de Jefe de Obras hasta que un día de esos en que amanecí con el moño virado, renuncié al cargo. Mucho más tarde y a finales de la década de los ochenta y con el propósito de descansar un poco del mar sin ser afectado grandemente mi salario, me fui a trabajar en una microbrigada de la marina en La Habana Vieja, exactamente en la esquina de las calles San Ignacio y Jesús María, una de las zonas más calientes de ese barrio.

Hago esta nota aclaratoria porque cuando escribo algo, muchas personas se preguntarán; ¿cómo es posible que tenga dominio de esas cosas? Otras malintencionadas, dirigen ataques ofensivos tratando de restarle credibilidad a los argumentos, pero desconocen algo que es muy cierto en los cubanos, la mayoría ha tenido que participar en innumerables actividades fuera de sus profesiones, movilizados por los organismos políticos de su centro de trabajo. Es por ello que la mayoría ha sido militares o milicianos, cortadores de caña, recogedores de café, constructores, estibadores, etc.


¿Por qué el nombre de "Microbrigada"?

Recibía ese nombre por ser una pequeña brigada, bueno, en realidad la brigada estaba compuesta de 33 hombres, pero de ellos solamente 19 trabajarían a pie de obra. Los otros catorce serían distribuidos en distintas obras sociales, talleres, almacenes, etc. Esos 19 hombres tenían que construir las viviendas de los 14 que se encontraban laborando en otras actividades. 


Así funcionaba en el caso de los marineros, cada cual iba a las micros a construir su vivienda y una vez terminado el edificio se incorporaba de nuevo a su centro de trabajo. No era igual para los demás trabajadores, aquellos tenían que regirse por las directivas y orientaciones que se mantenían vigentes desde la fundación de ese movimiento. Ellas fueron creadas por el gran timonel de la revolución y como podrá observarse, se buscaba garantizar la entrega de esas viviendas a los más comunistas y revolucionarios, sin tener en cuenta las necesidades de las familias. Por eso siempre he dicho y repito que el sistema en sí es una imparable fábrica de enemigos.


Las microbrigadas tenían un régimen de trabajo de diez horas diarias de lunes a sábados, hacían un total de sesenta horas obligatorias de las que solo pagaban cuarenta y cuatro horas. Sin embargo, la diferencia entre ambas no eran consideradas como horas de trabajo voluntario en los cómputos que se llevaban de ellas con el fin de analizar los méritos de las personas a la hora de la discusión por el derecho a una vivienda. Solo se contaban como horas de trabajo voluntario, las trabajadas a partir de finalizada la jornada de trabajo y las de los domingos.


Para un trabajador que viviera distante del lugar donde se encontraba la construcción, representaba tener que levantarse a las cuatro de la mañana y su regreso al hogar después de trabajar solamente las diez horas, casi siempre se producía después de las ocho de la noche, lo cual constituía un verdadero sacrificio, dentro de ese grupo de personas me encontraba yo.


Los trabajadores integrantes de las microbrigadas no podían tener tres llegadas tardes al trabajo, de suceder esto, eran expulsados deshonrosamente del movimiento con un señalamiento en su expediente laboral. Cinco minutos después del pase de lista llevado a cabo en la micro, el Jefe de la brigada debía entregar ese reporte a las oficinas y esa persona que llegó tarde era excluida del derecho a la merienda.


Si la persona resultaba ser enfermiza era dada de baja inmediatamente, de nada servían los certificados médicos emitidos por cualquier hospital. Cuando se reincidía en una enfermedad, la baja era segura, por tal motivo, podía verse a muchos trabajadores sumamente necesitados de viviendas trabajar enfermos.


Representantes del Partido podían aparecerse diez minutos antes de finalizar la jornada de trabajo y solicitarle al Jefe de Brigada varios hombres para realizar otras labores (con carácter voluntario). Resultaba imposible negarse y siempre que esos trabajos finalizaran antes de las doce de la noche, se tenía que acudir al trabajo en horas de la mañana para cumplir con la jornada normal. Es bueno aclarar que casi siempre se partía a esas actividades sin haber comido.


En las microbrigadas se tenían que realizar dos guardias mensuales, una era cuidando la propia brigada y la otra en cualquiera de los almacenes del plan, ellas no te exoneraban del cumplimiento de la jornada de trabajo al día siguiente.


En las microbrigadas era obligatorio la participación en las diferentes concentraciones y marchas llevadas a cabo por el gobierno. Cada microbrigadista debía responder al punto de cita desde donde partiría para esas actividades luego de ser controlados por el Sindicato y el Partido.


Los equipos de excavaciones como los martillos neumáticos, (los usados para picar las calles), concreteras y otros imprescindibles en la construcción de la cimentación, cisternas, etc., solo le eran otorgados a las microbrigadas en horas de la noche. Si esas labores terminaban antes de las doce de la noche, había que responder al siguiente día para cumplir la jornada de trabajo, es de suponer que estas horas no se pagaban.


No puedo negar que en los inicios de la fundación de ese movimiento y me refiero al año 1971, la comida y las meriendas eran buenas y abundantes. En los años 78 dejaba mucho que desear su calidad y cantidad, pudiéndose encontrar gusanos dentro de ellas.


¿Funcionaban de una manera continua esas brigadas? Absolutamente no, había muchas de ellas paradas por más de un año; ¿Qué sucedía? Pues que el gobierno se encontraba enfrascado en tareas que aparecían fuera de su planificación, me refiero a esas que se le ocurrían al Comandante de un día para otro. Entonces, como carecían de mano de obra para realizarlas, la técnica más común usada en esos tiempos era la no servirle materiales de construcción a la brigada en cuestión y la declaraban en "Paro parcial". Sus hombres eran llevados hacia esas "tareas de choque" y luego no sabían cuándo se produciría el retorno. Podía observarse a decenas de esas brigadas paradas y a hombres que fueron en busca de una solución a sus problemas, explotados vilmente.






¿Cómo se robaba en las Microbrigadas?

Los materiales de construcción al igual que los alimentos, siempre han gozado de buena demanda en el mercado negro del país. Robar allí era lo más sencillo y legal que se hacía, es de suponer que el microbrigadista no era el que robaba, quienes lo hacían ocupaban cargos de dirección en la Empresa y Almacenes del Plan.


Supongamos que un modelo de edificio fue diseñado para que se le colocaran tantas hileras de cerámica en los baños y en la cocina, si a cada apartamento usted le quita una hilera de ellos, en un edificio de 30 apartamentos le sobrarán algunas cajas. No era necesario esperar a la terminación del revestimiento de esos baños y cocinas, se podían retirar inmediatamente sin temor a equivocación. Es de suponer también que esta operación es llevada a cabo con la complicidad del Jefe de la brigada, quien hace entrega de un papel de devolución al almacén y dicha mercancía nunca regresará a ese lugar, no hay necesidad que lo haga porque había salido de él legalmente. De igual forma salían las puertas, ventanas, estantes de cocina, pintura y cemento. Lo más significativo de todo este problema es que, esa gente ladrona eran en su totalidad militantes del Partido. En Cuba se exige como condición indispensable para administrar cualquier cosa, hasta lo más insignificante, ser militante. Eran precisamente ellos los que tenían el poder, potestad y credibilidad para evaluar a cualquier persona y destruirlo si fuera necesario. Una de las mas famosas en este tipo de operaciones en Alamar era una prieta conocida como "La Niña", esta camarada vivía en el edificio B1 de la Zona 5, edificio conocido como "El de los Comunistas".


¿Se encontraba completa la brigada todo el tiempo?

Esa fue una de las principales razones por las que renuncié al cargo de Jefe de Obras, de 19 hombres que debía disponer para trabajar, nunca llegué a contar con más de 10 a pie de obra, si descontamos los dos que se encontraban de vacaciones, los movilizados por el Comité Militar (que a esa hora todo el mundo prefería encontrarse movilizado), los movilizados por el Partido (Idem al anterior), los que se encontraban pasando cursillos del Partido (Idem al anterior), los que se encontraban realizando gestiones del Partido (Idem al anterior), los que se encontraban en reuniones del Partido en horario de trabajo, el enfermo eventual, etc, les aseguro que nunca llegué a sumar esa cantidad de hombres para atender a dos edificios al mismo tiempo.


¿Cuál era la posición de las mujeres en esas brigadas?

Generalmente todos deseaban deshacerse de ellas y enviarlas a trabajar con la otra parte que pertenecería al Plan. Allí, las que estaban muy buenas físicamente, tendrían asegurado un puesto en las oficinas. Las viejas se distribuían en otras áreas, estas últimas eran las más sufridas y las que causaban lástima, por lo general pasaban más de cinco años si obtener una vivienda, sin olvidar que la mayoría de ellas debían realizar labores domésticas cuando finalizaban sus jornadas laborales.


¿Cómo se repartía la vivienda?

En el caso de los marinos teníamos asegurados nuestros apartamentos al terminar la construcción, luego, al final de los ochenta, esta condición se rompió para ponerse acorde a lo establecido por el Comandante, o sea, había que discutirlo en asambleas.


Como dije anteriormente, esas viviendas se repartían de acuerdo a las cualidades revolucionarias o comunistas de las personas. No importa para nada si un simple trabajador vive hacinándose en un cuartucho con cinco hijos, poco interesa si una madre divorciada se encuentra en iguales condiciones o tal vez peores, lo que le importa al sistema es satisfacer las necesidades de aquellos incondicionales, unas veces inteligentes y otras oportunistas. No importaba que ese individuo fuera soltero y esto lo afirmo porque en los edificios de mi brigada se mudó uno de ellos, pero lo que prima ante todo, es la incondicionalidad.


Para colmar aun mas la copa, una vez concluido el edificio construido con tantos sacrificios como he explicado con lujos de detalles, debía donarse dos apartamentos en cada uno de ellos para los "hermanitos latinoamericanos" que el régimen recibía desde diferentes países. Dos apartamentos que destruían los sueños de cientos de trabajadores y sus familias  afectados por esa medida. Bueno, debe contarse también con otro método no registrado en las regulaciones de la C.T.C. y me refiero a la venta de apartamentos que se realizaban por detrás del telón. Vale recordar el caso de aquel dirigente del Sindicato en la Empresa de Navegacion Mambisa de apellido Blanco, sancionado por esta causa.


Se convoca a una degradante asamblea en el centro de trabajo, donde ya el Sindicato tiene las solicitudes de los interesados y una lista de los méritos de cada cual. Así puede resultar que un individuo que no sabe donde queda el edificio construido, es el ganador de uno de esos apartamentos levantado con el sudor de un padre de familia desesperado, solo porque el otro posee el mérito de encontrarse estudiando por la noche, que tiene una misión Internacionalista, que fue propuesto para un cargo dentro del sindicato y que participa en trabajos voluntarios del centro. Digo que esas asambleas eran degradantes porque allí los dolidos comienzan a sacarle trapos sucios a los vencedores, surgen problemas personales, salen a relucir conflictos matrimoniales, infidelidades, etc., pero al final de toda esa jornada, el incondicional se lleva las llaves y el desesperado no tiene otra alternativa que continuar su amarga experiencia hasta resolver su problema. Surge entonces una pregunta; ¿Es de verdad una preocupación para ese gobierno el problema de la vivienda que tienen los trabajadores o los ciudadanos sencillos? Por supuesto que no, esa necesidad ha sido utilizada para premiar a sus leales y fieles carneros sin importarles un comino, la situación en la que vivan los hijos de esos trabajadores.

Fachada del edificio donde viví en Alamar






El Plan Pulmón.-

Bonito nombre se les ocurre a estos comunistas, pero no es nada de ficción. Así se le llamaba o llama a un plan que es otra alternativa para resolver el problema de la vivienda. Consistía en irse a trabajar después de su jornada de trabajo habitual a otra microbrigada, allí laboran otro grupo de desesperados todas las noches más los sábados y domingos, llevando un estricto control de las horas que aportan a la obra para surgido un problema a la hora de la culminación, sentarse a discutir. Como quiera que sea, ese inhumano sistema de tratar de resolver un grave problema, no ha satisfecho las necesidades de la población cubana y no es para menos que lleve ese raro nombre, cualquiera suelta los pulmones trabajando en esas condiciones y mal alimentados. Hace solo dos meses uno de mis cuñados se mudó a un pequeño edificio de solo ocho apartamentos que fuera construido con el plan pulmón. Demoraron doce años en su construcción, creo que el doble o el triple del tiempo que demoró levantar a los Twins de New York, siendo una muestra de la ineficiencia de ese sistema.


Hace solo tres días pasaban por el noticiero de la CNN un reportaje sobre el estado de la vivienda en Cuba, el Director del Organismo que controla la vivienda en el país manifestó, que el 52% de las viviendas en La Habana estaban en muy mal estado y no tenían reparación. Cuando ese individuo da esas cifras, el lector puede con toda confianza considerarlas muy superior, porque por regla general ellos falsean todas las informaciones de Cuba y eso lo sabemos los cubanos.


Tienen que estar en pésimas condiciones esos edificios que no han probado el sabor de la pintura desde 1959, que no saben lo que es un albañil, ignoran lo que es un plomero y conocen muy bien los problemas de sus inquilinos. Una vez más reconocen públicamente que aquí también han fracasado, bueno, la realidad es que no se sabe dónde han ganado. Lo que si es cierto, es que aquella fábrica de enemigos no deja de producir constantemente, ayer fueron los hijos de aquellos primeros obreros, hoy son sus nietos, mientras tanto, lloremos como siempre, la culpa la tiene el bloqueo.


Publicado originalmente en Conexión Cubana el Viernes, 06 de Octubre del 2000. 


A pesar de no estar actualizado, creemos que es bueno que no se borre de nuestra memoria


 Apartamento con ventanas color marrón donde viví.


POST DATA (2019).- (Como dice la canción de Juan Luis Guerra)


1.-) En los primeros años de estar viviendo en Alamar yo pagaba alquiler, indudablemente era muy barato, pero no olviden que nuestra microbrigada estaba constituida teóricamente por 33 hombres y que construimos 70 apartamentos. O sea, el gobierno no perdía absolutamente nada porque al resto de los que no fueron microbrigadista se les cobraba una renta bastante alta. Luego apareció la ley donde se podía comprar la vivienda y así lo hice.


2.-) Supuestamente aquel apartamento era de mi propiedad, pero cuando deserté en el año 1991, le realizaron un inventario a mi esposa y tuvo que comenzar a pagarlo desde cero con todo lo que tenia incluido adentro. O sea, ni los muebles comprados por mí eran realmente de mi propiedad y aparentemente ella nunca había vivido en el apartamento junto a mis hijos.


3.-) Cuando finalmente mi esposa decide venir a vivir a Canadá y mi hijo tuvo que quedarse en la isla, se le realiza un nuevo inventario y se vio obligado a comenzar a pagar desde cero en iguales condiciones descritas.


4.-) Cuando finalmente logré sacar a mi hijo de Cuba y su esposa se vio obligada a permanecer en la isla, le realizaron nuevamente otro inventario y ella también se vio obligada a pagar como los anteriores desde cero. 


Bueno, muy a pesar de todas esas arbitrariedades, al menos me satisface que el apartamento quedó en buenas manos, porque si todos hubieran salido al mismo tiempo del país, hubiera caído en manos del gobierno y se lo otorgarían a uno de sus incondicionales.


¡Ojo! Si en aquellos inventarios realizados faltaba un solo objeto, no se le otorgaba el permiso de salida a la persona que intentaba abandonar el país. Entre mis escritos hay uno titulado “El Sartén”, donde se le negó ese permiso a una muchacha ante la falta de ese artículo en el inventario que le habían realizado.




Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canada
2000-10-06


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lunes, 6 de mayo de 2019

CUATRO ESQUINAS DE PÁRRAGA


CUATRO ESQUINAS DE PÁRRAGA 



Iglesia ¨Santa Bárbara¨donde predicaba el único cura negro de Cuba en aquellos tiempos.


Mi hermano Ernesto era un muchacho sumamente emprendedor, nunca esperó por donaciones o contribuciones de nuestro padrastro con el fin de disfrutar esa parte de la infancia limitada a un solo día. La semana entera se la pasaba haciendo algo y solo tomaba la tarde del domingo, tal vez el día entero, pero nunca con una frecuencia asegurada. Pedro, que así se llamó nuestro padre por sustitución reglamentaria, estaba programado para entregar a la vieja el dinero exacto de los gastos de la semana. Algunas veces se quedaba corto en los cálculos, todo dependía de las paradas que realizara el día del cobro. Generalmente venía en un “picop” que lo dejaba en la esquina de la calle Silvia y Carlos. Recuerdo que aquel vehículo era conducido por un negro al que todos llamaban “Pinillo”, lo supe, porque años después, ingresé como aprendiz en aquel taller donde Pedro ocupaba una plaza de chapista.

Aquella parada coincidía con la existencia del bar “Elsa”, parroquia de muchos trabajadores que se detenían a refrescar un poco aquella garganta resecada por cinco días y medio de trabajo. Siempre tenía cerveza en sus neveras, de variadas marcas, todas de producción nacional. Encima de sus neveras y en los estantes que ocupaban sus paredes, podía leerse el nombre de las botellas de ron o licores de importación que allí se mantenían castigadas por años. Los cubanos eran cerveceros por excelencia, quizás obligados por esa temperatura infernal que Dios nos asignó. Una cerveza costaba cuando aquello veinticinco centavos, no recuerdo haberla visto a granel, pero no olvido que un vasito de ella podía obtenerse a doce o trece centavos. Los viernes y sábados eran días muy concurridos en ese bar donde se bebía parado y las charlas entre conocidos resultaban ensordecedoras. Todo el que llegaba hasta el bar, no dejaba de decirle algo al “Cojo”. Trabajaba en una pequeña vidriera ubicada exactamente en la esquina, pero era un negocio independiente. Aquella “vidriera” tenía como nombre “Yímbula”, creo sea el apodo de su propietario, él y el Cojo se turnaban las horas de trabajo. En ese pequeño recinto que no superaba los dos metros de largo por ancho, se vendían todo tipo de cigarros y tabacos, además de las hojas de la lotería nacional que costaban veinticinco centavos. Todavía no me explico cuál era el negocio del Cojo, cuando te compraba las hojas que no habían sido premiadas en uno o dos centavos. Mal hablado y con el ácido humor de cualquier cojo cubano, aquel se distinguía también por su agresividad. No fueron pocas las veces que lo vi empuñar su bastón en contra de algunos parroquianos, y de qué manera.

En la esquina frontal al bar, pero manteniéndonos aún en la calle Carlos, se encontraba la “Sociedad” del barrio. Sitio donde se realizaban bailes populares con frecuencia casi semanal y donde no pocas terminaron en broncas. Gente de toda raza y credo asistía a esas celebraciones por un pago módico a la entrada o gratis cuando eras “socio”. Negros y blancos con aquellas almidonadas bataholas de Drill 100 o Hacendados, brillantes y estiradas, adornadas con dos o cuatro pliegues que nacían a la altura de la cintura y pocas pulgadas de la portañuela. Todos evitaban sentarse para impedir se les arrugaran, al menos, durante el tiempo que el alcohol se los permitía. Todo blanco o beige eran aquellos tiesos trajes que se remataban con una corbata de color escandaloso, alardoso, extravagante. Las medias armonizaban con el color de la corbata y el cinto, también los zapatos de dos tonos con filigranas blancos que eran rellenados por los limpiabotas con palillos de dientes. Ya por la década de los sesenta se usaba el tacón “Hollywood” que los españoles se encargaron de distinguir como “tacón cubano”. En el bolsillo del saco, casi siempre de abotonadura cruzada, remataban también con un pañuelo del color de la corbata, y si deseabas tener más caché o dártela de billetudo, sobre tu cabeza deberías colgar un sombrero de ala ancha que combinara con el traje y se correspondiera al usado por los verdaderos “hacendados”. ¡Nada! Fue la moda adoptada por los guapos de aquellos tiempos. Aquel pañuelo era usado casi siempre en la mano que se posaba en la cintura de la mujer con la cual se bailaba, también para secarse el sudor de la frente o cubrirse los labios cuando se decía algo y no se deseaba fueran leídos los labios, cosas de nuestros abuelos en los que no tengo mucha experiencia.

Detrás de aquella famosa “Sociedad” y aún en la calle Carlos, existía una carnicería que era propiedad del padre del boxeador “Urtiminio Rámos” o “Juvenal Mínguez”, no puedo recordar con exactitud. Fui con mucha frecuencia a comprar un bistec especial, casi la nalga de una vaca, que era consumida por el hermano de mi padrastro después de cada pelea. Se llamaba Jesús Prats y era conocido por sus amigos y vecinos como “Pototo Prats”. Justo al lado de aquella carnicería, existía una lavandería atendida por unos negros que no recuerdo si eran los propietarios. Pototo mandaba a lavar y planchar sus trajes de Drill y Hacendados, tarea de llevarlos y recogerlos me fue asignada en la mayoría de las veces, cuando no, era Ernesto el viajero.

Frente por frente al bar Elsa, pero esta vez en la calle Silvia, se encontraba el bar “Las Jimaguas”. Su nombre se debe precisamente a que los propietarios de ese local tuvieron dos hijas gemelas, los recuerdo perfectamente. Era un sitio más reservado y con un poco más de categoría que el Elsa, quizás más apropiado a otras prácticas a las del simple parroquiano que llega a tomarse una cerveza cuando cumple su semana laboral. Su vista al interior era interrumpida por el follaje de pequeños arbustos y sus paredes fueron diseñadas para bloquear la mirada de los curiosos. La música de su vitrola competía con la del Elsa, pero solo cobraba vida en horas de la tarde y la noche. De una acera podía escucharse a Benny Moré, al frente y solo separados por la estrecha calle, sonaba el ritmo del Cha Cha Chá impuesto por Jorrín o algún trágico bolero de la época. Entre melodías y bromas cruzadas con el Cojo de la vidriera “Yímbula”, se esperaba alegremente la llegada de la guagua, que en aquellos tiempos era cubierta por la ruta 2 solamente. No podías ser más dichoso si el chofer que abordabas era el famoso “Bigotes”, muy popular por su amabilidad con los pasajeros. Al lado del bar “Las Jimaguas” y por la calle Carlos, se encontraba un club de billar algo destartalado, pero muy concurrido.

Solo nos falta una esquina de aquella animada intersección, la que se encontraba frente al bar “Las Jimaguas”, pero por la calle Carlos. O sea, la misma que estaba frente a la “Sociedad”, pero por Silvia. Y si no comprenden, la diagonal al bar “Elsa” con su vidriera “Yímbula”. En esa esquina se encontraba la bodega de los chinos, una de las más prósperas de Párraga, no creo haber conocido otra similar en aquel barrio. Grande para su época y con una amplia oferta de productos a precios razonables que eran bien aceptados por la población. Esos negocios eran los puntos neurálgicos de aquellas cuatro esquinas bien conocidas por la gente del barrio, sin embargo, no puedo ignorar a la tienda que se encontraba al lado del bar “Elsa” por la calle Silvia, creo haya sido la más grande de todo el barrio. Exprimo la memoria y creo que se llamaba “Variedades, Novedades o Vanidades”, no estoy seguro.

Mi hermano Ernesto era un muchacho emprendedor, no digo yo, todos los fiñes de esa época lo fuimos. Recuerdo que en la acera del frente a la tienda “Variedades o Novedades” y a mediación de cuadra en dirección al paradero, abrieron un mercado de viandas, frutas y verduras. Ernesto me pidió cuatro cajas de bolas para fabricar una “chivichana”, yo había dejado el Plan de Becas y me encontraba estudiando-trabajando con mi padrastro. La construimos en el patio de la casa y él se dedicó, junto a otros chamas del barrio, al transporte de las compras de los clientes de aquel pequeño mercado a cambio de un simple propina que nunca excedía la peseta. Recogía las botellas que se pusieran a punto de disparo y las vendía en la “botellería” que existía entonces en la esquina de las calles Carlos y Fernando. No conformes, porque yo también participaba en aquella aventura, le disputaba cada guanábana de los dos árboles que teníamos en el patio a las aves. Se las vendíamos a una vecina, que a su vez, se buscaba algo de vida con los durofríos. Los fines de semana nos encargamos de limpiar los zapatos de los vecinos, negros, carmelitas, blancos, de dos tonos. Pagaban bien, no sé si por lástima o la buena calidad de nuestro trabajo. Diariamente yo recogía las flores de Jazmín de cinco hojas de dos matas que teníamos en el patio y las guardaba en un cartucho. Cuando se llenaba, lo vendía en la farmacia que se encontraba en la calle Calixto García y después de la iglesia de Santa Bárbara. Cada fin de semana, teníamos ahorrado más de diez pesos, toda una fortuna. 

Pototo tenía una novia que vivía donde la calle José Miguel casi se une con Carlos, allí existe un arroyito de aguas albañales que recorre el patio de casi todas las casas que se encuentran en Carlos y pasan por detrás de la bodega de los chinos. No los quiero enmarañar, Carlos y José Miguel de unen en el final de ambas, unos metros antes de esa unión, vivía o vive esa familia con la que tuvimos excelentes relaciones. Ellos eran numerosos y vivían mucho más apretados que nosotros. Tal vez aquellas condiciones de austeridad, despertó en nosotros, seres tan o más jodidos que ellos, ciertos sentimientos de simpatías o solidaridad, vaya usted a saber. Lo cierto es que cada fin de semana, nosotros pasábamos por aquella casa superpoblada y cargábamos con René, Armandito y creo que el menor se llamaba Mario. 

Siempre salíamos a cines de La Habana, por supuesto, conocíamos los más baratos, aquellos que por solo veinte centavos daban derecho a disfrutar cuatro películas, muñequitos, noticieros y algunos cómicos. Dentro de esos cines vendían de todo para satisfacer el hambre a precios módicos, o sea, entrabas al mediodía y salías en la noche muy satisfecho. Uno de nuestros cines favoritos era el “Majestic”, aunque hubo semanas dedicadas al zoológico, Coney Island, etc., éramos afortunados y no dependíamos de la voluntad de nadie. En este tiempo yo ganaba unos treinta pesos al mes, mitad del cual yo entregaba a mi madre.

Según recuerdo, la alegría de aquellas cuatro esquinas se fue apagando muy temprano, no hubo necesidad que pasara mucho tiempo. La primera en cerrar sus puertas fue la popular “Sociedad”, aquellos trajes tan llamativos de nuestros criollo se convirtió de buenas a primeras en un vicio del pasado, rezagos del capitalismo. Fue utilizada como cede de discursos bien distintos donde cada palabra imponía retos y odios que no necesitaban el pañuelo llevado en el bolsillo del saco. Se olvidaron de recoger las botellas y cerraron el Billar. Las Jimaguas partieron con sus padres en un viaje sin regreso, se apagó la música de aquel lado de la acera. “Yímbula no tuvo razón para existir cuando pusieron el cigarro por la libreta y suspendieron la lotería. ¿El Elsa? Creo que fue uno de los que más duró, supongo haya sido hasta la “Ofensiva Revolucionaria” del sesenta y ocho. Tiempo en el que desapareciera también el mercadito de verduras, frutas y viandas. 

Los muchachos no conocen quién antecedió a la ruta 85, no imaginan haya sido la M5 de los ómnibus Metropolitanos, aquellas guaguas conocidas como “Enfermeras”, antiguos Leylands pintados de blanco. No saben que el primer paradero se encontraba en la calle Guasimal, no recuerdo si esquina a Sta, Fe o Guantánamo, allí los vi. Se perdieron las bicicletas que alquilé en el “tren de La Curva”, con ellas recorrí La Fraternidad y Párraga. Se esfumaron los tambores que arroyaban las calles de aquel barrio, esporádicas congas, inoportunas, desorientadas, culos de mulatas, blancas y negras arroyando. Vientres sudorosos, axilas apestando, vaginas calientes por bailes eróticos, sexuales, tropicales, todo se transformó en discurso, himnos y consignas.
Se pudrieron las flores de Jazmín en el suelo del patio y los pájaros destrozaban las guanábanas. Nadie limpiaba sus zapatos, se perdió el betún.

Nos mudamos de Párraga en el año 67, fuimos a parar a Juanelo, otro barrio como el nuestro, un poco más violento. Pasé muchos años sin regresar, estuve navegando por el mundo y no podía detenerme en un barrio de tan poca importancia, eso creemos cuando conocemos majestuosas urbes. Hoy, casi medio siglo después, choco con un grupo de jóvenes y vecinos que anduvieron por las mismas calles que yo. Traen fotos de aquel humilde barrio que me hiciera tan feliz en mi infancia, y me avergüenza no reconocer nada, absolutamente nada de aquel maravilloso barrio donde vivimos. Me apena verlo tan destruido, me hiere que sus padres no les hayan hablado de él. Párraga no era la miseria que muestran sus fotografías actuales, ni el recuerdo de mi última visita en la década de los ochenta. Éramos pobres, no tengo la menor duda de ello, pero nunca vivimos en la miseria.

Vivo en Montreal, la segunda ciudad de uno de los países más desarrollados del mundo. No me falta nada, absolutamente nada, tengo todo lo que debería tener en mi país. Yuca, malanga, boniato, quimbombó, aguacate, mango. Tengo culos como aquellos al alcance de la vista, de todos colores y razas. Escucho la música que siempre me atrajo, pero me falta algo. Me falta Párraga, entre otras cosas, sus tambores.


Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá.
2010-11-03 


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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...