Visitas recibidas en la Peña

lunes, 18 de febrero de 2019

LA FAMILIA



                                                LA FAMILIA





ROBERTO.- Primer acto


-Tanto nadar pa luego morir en la orilla, ¿quién lo iba a decir, Alberto? Mira que han pasado años desde la última vez que nos vimos, diecinueve largos años… De verdad que tenía ganas de verte, no te encuentro mal, te ves mucho más rejuvenecido, como si hubieras estado usando cremitas de esas que usan las mujeres. Tienes el cutis liso, eso es, lo más seguro es que te hayas estado puliendo, para venir a exhibirte como hacen muchos… Aquí la cosa sigue al duro y sin guante, tienes que haberte dado cuenta en estos días que llevas por aquí… 

…Hubiera querido hablar contigo como lo hacen los hombres, como lo hacíamos de niño, mirándonos a los ojos, pero me ha faltado valor o aliento para hacerlo… Creo que es mejor así, no quiero que me veas y puedas reírte de mí, mi estado es deplorable, no te miento. Pero de ahí a darte el gusto de humillarme, eso está muy lejos… No te daré ese gusto, ni ningún otro, es mejor hablarnos así. Observaba a su hermano como si lo hubiera acabado de conocer, después, miró al espejo del botiquín que había encima del lavamanos, trataba de establecer una comparación, solo tenía dos años más que Alberto. Por su físico aparentaba muy bien ser su padre, en una acción involuntaria de su parte, sin darse cuenta, se paró junto a la ventana del cuarto. Ahora el hermano le quedaba a su espalda, sentía su presencia por el sonido que emitía el monitor cardíaco que tenía conectado, su vista recorría todo el horizonte. Ante sus ojos el mar, tan azul, tan vinculado a la vida de los cubanos. Nunca lo había disfrutado desde esa altura, nunca subió más de doce pisos, no sabía que era uno de esos hoteles altos que tiene su ciudad. Estoy como los guajiros, pensó por un momento, todo se ve chiquito allá abajo. ¿Cómo se verá desde un avión? De verdad que soy un guajiro, con la única diferencia que vivo en La Habana, pensó.

- ¿Sabes que veo por esta ventana? Un paisaje encantador, ¡claro!, visto desde estas alturas. Desde aquí se divisa mucho del camino que recorrimos cuando éramos chamacos, veo al Morro, el Malecón, el parque Maceo, muchos edificios que desde aquí se ven bonitos. Cuando bajas al nivel de los demás son bastante horrorosos y sucios... ¿Te acuerdas del parque Maceo?... Jugamos mucho en él cuando niños, era diferente y no existía el anfiteatro, la fuente tenía agua donde bebían los pájaros y las palomas, ahora está seca y no quedan aves... El Malecón, ¿cuantos recuerdos de la juventud? Alberto... De verdad que fuimos unos locos, hoy con una jevita, mañana con otra, la botella de ron guardada en las carteras de ellas, el beso, el apretón, la teta agarrada... Esa era otra vida... Fue cuando nos queríamos como hermanos... Siempre que nos decían que había corrida de pargos, nos lanzábamos con nuestros sedales a ese muro, algunas veces pescábamos algo, otras, lo único que hacíamos era joder y pescar una buena borrachera... Como extraño esos tiempos de la juventud... ¿Quieres que te diga que estoy viendo en estos momentos? Un muro del Malecón repleto de muchachas, tú debes haberlo visto en tus paseos con el auto que alquilaste, son Jineteras. Alberto... Son prácticamente niñas que están detrás de los extranjeros, yo no luché para ver esto, por eso es mejor que hablemos en estas condiciones. 

Estoy seguro que te burlarías de mí, que me humillarías y me repetirías constantemente lo absurdo de todo este tiempo que perdí... Solo de esta forma puedo reconocerlo, hemos sido traicionados, no era esto lo que esperaba nuestro pueblo, pero mi dignidad y orgullo no me permiten reconocerlo ante un gusano, porque eso es lo que siempre fuiste, ¿no es así?... Le prometí a la viejita que haría las paces contigo, la pobre, cada día se nos marchita y parece que el final está al doblar la esquina. Que bondadosa y buena nos ha salido, ella es la única que nos comprende... Le mentí a la vieja, Alberto… Hay cosas que se llevan dentro y no se pueden borrar de un día para otro, solo lo hice para complacerla... Si hubieras estado aquí todo este tiempo, los dos juntos, trabajando codo con codo, tal vez las cosas fueran diferentes en estos momentos... Todavía me pregunto en infinidad de ocasiones, ¿qué fue lo que sucedió? ¿Por qué nos separamos? ¿Por qué llegamos a odiarnos siendo hermanos?... La respuesta no la encuentro por más que me rompa la cabeza, ¿cómo ha sido posible todo esto?... ¿Qué desgracia cayó sobre nuestra familia? Roberto no quitaba la vista del horizonte, a lo lejos, barcos que navegaban en distintas direcciones, hablaba pausado, como queriendo pensar muy bien lo que decía. Tenía vergüenza o miedo darle la cara a su hermano, aun encontrándose en aquellas condiciones. Su conciencia no lo dejaba vivir tranquilo desde la partida de este. Durante muchos años le ha sido imposible mirar a su madre de frente, avergonzado y sintiéndose con parte de la responsabilidad por sus sufrimientos.

- El mar, Alberto... Que azul se ve desde aquí... Cuanta historia debe encerrar ese pedazo que hoy veo, solo ese pedacito... Sabe Dios cuántos se han marchado y cuáles de ellos lograron llegar a la otra orilla, es una obsesión... Todos quieren irse, hasta los muchachos que nacieron después de la Revolución... Esto es una locura, no sé en qué he gastado mi vida entera, estoy al volverme loco, no eres capaz de imaginar la amargura que llevo dentro, esto no era lo que yo deseaba para mi pueblo. ¡Eso lo sabes perfectamente!... ¡Que hermoso se ve el mar desde esta altura! ¿Cuántos muertos?... Solo Dios lo sabe, si es que existe algún Dios. Porque en lo relacionado a esta isla, no creo que haya pasado ni de visita un solo día... El Morro, que viril se observa todavía, se nos caen las casas y el tipo está ahí... No pensarás que yo he estado de acuerdo con lo del remolcador... No es para justificarme, sabes que no tengo alma de criminal, con eso no está de acuerdo nadie, fue un crimen... No tiene otro calificativo, es un crimen hundir una embarcación llena de personas... Sabes que mi amor por esto no llega tan lejos... Ya sé lo que me vas a decir, ¿por qué no he hecho nada?... ¿Dime cómo?... ¿Yo solo?... Estás loco, viejo, hay mucho miedo. Solo no puedo hacer nada, no se puede nadar contra la corriente, todos tratan de vivir... En el mejor de los casos tratan de comer para poder vivir, nunca pensé llegar a este grado de miseria... Miseria humana... Todos somos cómplices con nuestro silencio. Hay que vivir nadando en la corriente, eso es, si se desea vivir, Alberto.  Se cansó por un instante de estar parado frente a la ventana, giró el torso y vio una cómoda butaca al lado de la cama donde yacía su hermano. Tratando de no hacer ruido con las botas que calzaba, como para no despertarlo, caminó lentamente hacia ella, se sentó. Ahora se iba sintiendo más desahogado y las palabras le salían con más facilidad, tenía inclusive más valor para mirarlo a la cara fijamente. 

- ¡Que cosas tiene el destino! De seguro no has podido observar nada, es mejor que así sea... De lo contrario te burlarías de mí nuevamente... No es para menos, Alberto. Estás en estos momentos ingresado en un piso destinado solamente a extranjeros, eres un extraño en esta tierra... Menos mal que llegaste con unos dólares, aquí no te falta nada... Si bajaras solamente unos peldaños de este monumental hospital, te darías cuenta enseguida de lo que te quiero decir... Con dólares se tiene todo, sin ellos nada, ¿quiénes lo tienen ahora?... Son muchos y grandes los abismos en los que se ha dividido a nuestro pueblo... Sabes bien que eso no es lo que yo quería para nosotros, he estado ciego... ¿Te acuerdas cuando éramos Jóvenes Rebeldes? Qué tiempos aquellos, como disfrutábamos de la aventura, nos integramos temprano a la Revolución... Después, no sé qué te pasó, te fuiste alejando día a día de nuestra causa... Hasta que te convertiste en un enconado gusano, ¿qué fue lo que viste tan temprano?... Es posible que tú seas el que tengas la razón... ¿Te acuerdas cuando le peleaba a mi mujer por comprar comida para las niñas en la bolsa negra?... Tú te interponías alegando que yo llegaba con el estómago lleno de mi Unidad Militar... ¿Te acuerdas?... Creo que tenías razón en aquel momento, eso lo comprendo ahora, todo el mundo tiene que vivir comprando en la bolsa negra... Pero cuando aquello yo no podía aceptarlo, era una cuestión de principios... ¿Principios?... ¡Qué raro suena ahora esta palabra!... De todas maneras, no te lo perdono, aunque se lo haya prometido a la vieja, no tenías razón para meterte en un lío que no era tuyo... Todo eso influenció mucho en mis hijas, ellas te adoran y dicen que eres su mejor tío, no ahora que vives en el extranjero, siempre has sido para ellas lo máximo, desde que vivíamos juntos... Es como si me hubieras robado su cariño y por eso no te perdono... Pobre vieja, no merece que le mienta, pero hay cosas que se llevan muy adentro, cosas que son difíciles de olvidar... Siempre quise tener una familia revolucionaria, integrada al sistema, que colaborara con la Revolución, y ahí me sales tú, la ovejita negra de esa familia... Recuerdas cuando te invité a la reunión previa a la formación del Poder Popular, era para todos los Militantes, allí nos orientaron quiénes debían salir electos, tenían que ser del Partido... Entonces me vienes con que esa era una traición al pueblo y no se sabe cuántas cosas más... ¿Cómo voy a perdonarte? ¡Dímelo!... Haciéndome quedar mal ante todos constantemente y hablando mal de la Revolución... Yo nunca me merecí eso de tu parte, no te perdono. Se levantó nuevamente, fue hasta una mesita donde había dos termos, vasos y dos tasas para tomar café. Abrió uno de ellos y le llego enseguida el aroma del gustado líquido. Se sirvió en una de las tasas, luego abrió el otro y comprobó que tenía agua con hielo, se sirvió en un vaso hasta la mitad. Necesitaba beber algo, hacía muchas horas que no lo hacía y el recorrido en bicicleta hasta el hospital lo había dejado sediento. Después de terminada la visita, le esperaban cuarenta minutos más de pedaleo hasta Marianao. Se sentó nuevamente y recorrió toda la habitación con suma curiosidad. Todo estaba pulcramente limpio, tenían un sofá para el acompañante, teléfono, timbre para llamar a la enfermera de guardia. Los equipos que su hermano tenía conectado, se observaban casi acabados de estrenar. La ventana poseía una linda cortina, sábanas de extrema blancura, el piso tenía el mismo brillo que el lavamanos. Se levantó y abrió la puerta del baño, recibió el impacto de un olor muy agradable, todo estaba reluciente, no recuerda haber visto uno igual en sus años de vida. ¿Cuál vida? Pensó por unos instantes, trabajo y más trabajo. Promesas que nunca llegaron ni llegarán porque la vida se apaga, supo que era un cabaret gracias a ese que estaba ahora en la cama. Nunca había estado hospedado en un hotel, no sabía que era sentarse a la mesa de uno de los mejores restaurantes, no podía darse ese lujo, gastarse la mitad de su salario en una sola sentada, eso no estaba hecho para un proletario. ¿Vida? Ir a una base de campismo cada dos o tres años, sin comida, sin baños aquellas estrechitas cabañitas, las colchonetas sucias, ¿vida?

- ¿Te acuerdas como nos divertíamos de muchachos? No hacía mucha falta tener mucho dinero, con cualquier cosa gozábamos… ¿Hoy?... Ya te habrán contado, no creo que hiciera mucha falta porque viviste parte de esto, solo alcohol y sexo... Eso es en lo único que piensan los chamacos de ahora... En sus escasos momentos de lucidez, solo hablan de una balsa pa largarse al carajo, ¿dónde queda el futuro de esta nación con esta gente?... No sé para qué te cuento nada de esto, creo que a medida que hablo te estoy dando la razón, pero aun así, no te perdono nada de lo que pasó entre nosotros... Quizás las cosas no llegaran hasta este extremo si hubiéramos trabajado juntos, ya sé lo que me vas a contestar, que no tenías espacio para exponer tus criterios. Sacó de su bolsillo una cajetilla toda arrugada de cigarros, tomó una colilla que llevaba dentro, la volvió a guardar, se acordó que se encontraba en un hospital. Aquel sorbo de café le había despertado un deseo incontenible de fumar, comenzaba a desesperarse, nunca había tenido paciencia para estos encuentros, siempre consideró innecesaria el uso de la palabra. Su mundo era la acción, se levantó y fue directo a la ventana nuevamente.

-El Malecón… Si hubieras visto la manifestación que se dio aquí, me fueron a buscar al trabajo en una guagua, dentro de ella me entregaron un bate de béisbol, yo estaba inscripto en las Brigadas de Respuesta Rápida. ¿Sabes una cosa?... Esta vez no me presté a formar parte de ese juego, me acordé mucho de tu negativa a participar en actos de repudio cuando el Mariel, tenías mucha razón al hacerlo... ¿Para qué te digo estas cosas?... Pensarás que estoy derrotado, yo no lo creo así, el sistema lo puede estar, no me cabe la menor duda... Yo no me considero un derrotado, esto no es sencillamente lo que estudiamos, todo se ha desviado, estos son inventos nuevos donde los beneficiados han sido muy pocos... Te soy sincero, pero estoy seguro de que no lo comprenderás... Así, aferrado sigo a mis ideales, que no son los tuyos, de la misma manera que no es tampoco lo que estamos viviendo ahora... Nunca podrás comprender el dolor que llevo dentro, la frustración, el descontento, el miedo… Sí, aunque te suene gracioso, tengo miedo de decir lo que llevo dentro. Con esta edad y en este estado, no soportaría una cárcel... Tú lo sabes bien porque las has visitado, estoy obligado a vivir como un cobarde... ¿Quieres peor castigo que ese? Ahora se dirigió a la cabecera de la cama, se inclinó y le dio un beso en la frente a su hermano. Le pasó su áspera mano por la cara, la sintió suave, sus manos en cambio estaban repletas de callosidades, aquellos tiempos de comodidades habían desaparecido para él desde hacía varios años. Si pudieras despertar, pensó en ese instante, si pudiéramos regresar el almanaque, ser niños otra vez. Si pudiéramos querernos como los hermanos que fuimos, ¿dónde comenzó este odio que ha destruido nuestro país? Dejó de pensar en eso que no tenía remedio, se colocó frente a la cama y mientras lo observaba, una gruesa lágrima corrió por su mejilla. Esto lo asombró, su coraza se destruía ante la presencia de aquel ser al que tanto amara y al que luego, sin comprender todavía, despreciara como a un enemigo de siempre. Sacó su viejo pañuelo y secó el rostro, pero después aparecieron más lágrimas, no se acordaba el tiempo que hacía no haber llorado, desde niño tal vez, pensó mientras lo hacía en silencio, sin despegar la vista de su hermano.

- ¿Sabes una cosa?... Deseo de todo corazón que te mejores, sé que mis hijas te pidieron que las sacaras del país, hazlo si puedes. Ya no te puedo guardar rencor, quizás tú puedas darle la atención que no les día, tal vez allá tengan el futuro que aquí nunca encontrarán... Si me oyeras decir estas palabras es posible que te rías de mí, nunca lo hagas, porque salen desde el fondo de mi alma, si lo hicieras, yo sería capaz de matarte... No sabes lo que siente un hombre que ha sido traicionado. Relacionado con mis ideales, sigo pensando igual, cuando salga de aquí le diré a la viejita que hicimos las paces. Ahora me voy, no sé si podamos encontrarnos de nuevo, para volver a hablar como lo hacíamos antes.



ALBERTO. - Segundo Acto.

- Si no fuera porque estás así, pensaría que es otro de tus cuentos, alguno de tus inventos para no recibirme. Sí, de esas enfermedades que tanto te daban con frecuencia por ser hipocondríaco. ¿Qué si me acuerdo?... Quién no lo recuerda en la familia, hoy con migrañas, mañana con taquicardia, la semana próxima con asma, y así todo el año, Roberto. Recuerdo que tenías un closet en la cocina llena de medicamentos. ¡Claro! ...Tú podías enfermarte, ¡qué rayos!, si después agarrabas entera la mesada. Se acercó a la cama y lo observó durante varios minutos en silencio, mientras su mente viajaba en el espacio y trataba de reconocer a su hermano.

- Que viejo estás, ahora sí que pudieras ser mi padre, para mandarme como lo hacías cuando éramos chicos. Estás acabado, no sé si tuviste tiempo de mirarte al espejo antes de enfermarte. ¡Qué digo mi padre!, te pareces más que nunca al abuelo. Fíjate en lo que te voy a decir, si me oyes hablando, no creas que estoy loco. La enfermera antes de entrar me dijo que ustedes podían oír y que se habían dado casos de recuperación, se cree que son milagros, pero se han dado. Yo lo he visto en varias películas, por eso te hablo, va y te recuperas al escuchar mi voz. Se levanta y esquivando los instrumentos que Roberto tenía conectados, se dirigió hasta la ventana.

- ¿Sabes que veo? ¡Mira que han pasado años! A la derecha, el terreno de la finca de los curas, ahora hay levantado un estadio. ¿Te acuerdas cuando veníamos a jugar con nuestros primos?... Con los muchachos de los Escolapios de Guanabacoa. Como han pasado años, no solo aquellos, también desde que me fui, que gran estampida la del 80. Creo que si no llegan a cerrar te hubieras quedado solo, bueno, no tan solo, te quedabas con el Comité Central. Aunque siempre te hayas negado a creerlo, a este tipo no lo traga nadie, solo los bobos como tú... ¿De qué te ha servido todo eso? ... ¡De nada!, mira en el estado que te encuentras. Una sábana limpia porque la trajo mamá, limpia pero empercudida por los años. Recuerdo haberla visto en mi cama antes de mi partida, mira que han caído mangos desde entonces. Hizo un ademán por prender un cigarro, guardó rápidamente la cajetilla al recordar que estaba en el cuarto de un hospital. Siguió sin embargo frente a la ventana, observando cada movimiento en el exterior.

-La playa del Chivo, ¿te acuerdas como pescamos al lado de la mojonera? Y lo más lindo del caso, siempre nos comimos esos pescados, poco importó que estuvieran contaminados. ¡Qué estómagos, viejo! Tú siempre inventabas una enfermedad después de haberlos comido, ¿te acuerdas? Después crecimos y todo se convirtió en una mierda. No quería hablarte de esto, solo he venido con la intención de perdonarte, aún con todo lo que tú me has hecho. ¡A mí!, nada más y nada menos, a la sangre de tu sangre... ¿Quieres que te diga que veo allá afuera en estos momentos?... Debes estar cansado de verlo, tal vez te haces el ciego, te lo diré; Veo un camello repleto de personas en la parada del hospital, un mar de gente flacas y hambrientas que marchan como zombis en bicicleta. Muchos autos también por la Monumental, van hacia el Este, seguro para las playas, son autos de turistas. Roberto, la gente como tú y como yo viajan en Camellos, no sé si comprendas que estás derrotado. Se separó de la ventana y fue a sentarse al lado de la cama de su hermano. Observaba aquella habitación con detenimiento, estaba falta de pintura y aseo, la puerta del pequeño closet se encontraba abierta y dentro de él, mostraba colgado un uniforme de miliciano. Tal vez no tenga otra ropa, pensó con ironía, el pobre, está acabado, se decía mirándole a la cara enjuta y agrietada. Hubiera deseado hablarle mirándole a los ojos, no con la intención de humillarlo, ya era demasiado lo que él había sufrido, mucho más que los años amargos tragados en el exilio, lejos de la familia y los hijos.

- La vieja me pidió que te perdonara e hiciéramos las paces, qué buena y dulce la viejita, ¿eh?... No sabes cuanta falta me hizo, después pude habérmela llevado, mi situación mejoró tanto que podía hacerlo. Me conoces, sabes bien que nunca fui egoísta, allá estaba solo y aquí ustedes eran más... ¿Qué le has dado en todos estos años Roberto?... ¡Nada, viejo! Solo diplomas y medallitas, ¡eso es mierda! No sé si llegaste a comprenderlo ahora, mírate por un momento, ¿tienes algún dólar? Eso es lo que cuenta hoy mi hermano, has perdido toda tu vida en vano. ¿Y el gusano?... ¡Ese sí! Manda dinerito, medicinas que la vieja está enferma, algunos trapitos, te han traicionado viejo, pero no desde ahora, hace mucho tiempo, lo que pasa es que siempre has estado ciego. Se levantó nuevamente y regresó la ventana. Su mirada recorría parte del paisaje nuevo para él, pero la fijó enfermizamente en el estadio.

-¿Te acuerdas cuando nos fugábamos de la vigilancia de los curas y marchábamos por todo ese monte hasta la costa? Qué tiempos aquellos, éramos chamaquitos y todos nos queríamos, fuimos buenos primos hasta que la política se metió por el medio. Ya se han ido muriendo nuestros tíos, quedan muy pocos, solo dos. Ahora empezamos a caer los de nuestra generación, ya cayó el primero, quién se lo iba a imaginar, otros, andamos regados por Miami, Chile y Canadá. Como se ha destruido nuestra familia, tú tienes que acordarte de los días de nochebuena, aquello si era un familión, todos los años nos reuníamos en casa de la abuela... ¡Ese mar, que azul es! Por aquí mismo se fue Iliana nuestra prima con el marido y el niño de nueve años en una balsa... Hay que estar loco para hacer esto, antes se fue el marido de Teresita con el varón. Luego ella salió para Costa Rica con las dos hembras y tuvo que ir brincando fronteras, hasta que llegaron a los Estados Unidos de "mojadas"... ¿Sabes cuantos kilómetros recorrieron?... Todos los que son capaces de recorrer gente desesperada... ¡Mira! Ahora están juntos y felices. Todo tiene un precio en la vida, Roberto. Lo malo de todo esto es gastar la vida por nada, como te ha sucedido a ti.  Se aproximó hasta el lavamanos y abrió la pila, no había agua, lo hizo sin ningún propósito, solo por simple curiosidad. Comprobó también que nada estaba muy limpio, ni el vaso que tenían puesto, le llamó la atención que todavía conservaran un vaso ese lugar, quizás lo trajo la vieja, pensó. Luego giró sobre sus talones y se paró nuevamente frente a la cama donde yacía su hermano.

- La vieja me pidió que te perdonara, yo creo que la viejita me rogó, ella al menos sabe que yo soy el que te tiene que perdonar. Hay cosas que no se olvidan fácilmente, Roberto, palabras que aún retumban en mis oídos. ¿Te acuerdas la noche que me fueron a buscar para largarme por el Mariel? Eran las dos de la madrugada, la calle estaba desierta a esa hora. A los considerados delincuentes o maricones nos sacaban a esa hora, para que nadie viera nada. No hubo actos de repudio contra nosotros, no habrás olvidado que yo declaré ser homosexual para irme, aun teniendo dos hijos, Roberto... Lo más triste de todo y que nunca he olvidado, cuando montaba en el auto, se oyó a mis espaldas un grito bien fuerte; ¡Que se vaya la escoria!... Era la voz de mi hermano, la sangre de mi sangre la que gritaba con odio, no puedes imaginar cuánto me dolió. Si hubieran salido comunistas a realizarme un acto de repudio, no me dolería tanto, pero que esos gritos los hayas dado tú, todavía los llevo clavados en el alma… ¿Quieres que te sea sincero?... Le mentí a la vieja para calmarla, eso no te lo perdonaré nunca. De verdad, no te lo perdono. Saber que toda mi vida trabajé como un animal, mientras a ti te cayó todo en paracaídas, yo no creo que hayas estado loco. Ese odio enfermizo que siempre cargaste dentro por los que no compartieron tus ideas, es lo que te tiene en estos momentos tirado en esa cama. Caminó lentamente hasta la ventana, se quitó los espejuelos y con un pañuelo secaba unas lágrimas que lo ahogaban. Así permaneció un tiempo, con la vista puesta en ese horizonte que una vez él cruzara. A su espalda, solo oía el tic, tic, del monitor cardiaco, diecinueve largos años había esperado para este encuentro que siempre postergaba. Con el tiempo se fueron esfumando los dolores, llevaba a la vieja cada seis meses a Miami y desaparecía la necesidad de volver a pisar esta tierra que lo había expulsado. Hoy no sentía nada por ella, era un extraño.

-Siempre quisiste imponer tu modo de ver la vida, debía prevalecer tu criterio, nunca te detuviste a pensar que nosotros éramos seres con cerebros. Para ti la libertad se resumía con pocas cosas, una escuela para estudiar, un hospital y un estadio para ver un juego de pelota. Para otros no es igual, para mí, libertad es más que eso, pero tú nunca comprendiste a nadie. Quisiera que hablaras para que me contaras que es lo que has logrado, solo estar postrado en esa cama, y lo más hermoso del caso, no tienes amigos. Solo enemigos que hablan de ti refiriéndose al chivato... ¿Sabes una cosa? Yo estaba enterado de que cada vez que le mandaba algo a tus hijas, dentro de tu loca ceguera les había prohibido aceptar esos pequeños regalos. Me dolió mucho... En aquellos tiempos yo trabajaba como un animal lavando autos y fregando en un restaurante, iba guardando los centavitos para más tarde comprar unas boberías... Por eso me dolió... Esto tampoco te lo perdono... Como no te perdono tampoco la labor proselitista que realizaste con mis hijos después de mi partida... ¿Quieres que te diga algo?... Hasta ese día permanecí callado, le escribí una carta a mis hijos para que se la leyeran a sus primos, a todos, Roberto. En ella les expliqué quién eras tú, que habías hecho durante estos largos años. Has estado loco... Al extremo de llegar a delatar a tu hermano... Esa es la mejor palabra, loco. Regresó junto a la cama y se sentó en el sillón, su vista estaba fija ahora en el monitor. Luego pasó al aparato de respiración artificial y por último, en su recorrido por aquella gama de equipos, se detuvo un momento en la barra que sostenía al frasco de suero. Contaba una a una las goticas que recorrían la transparente manguerita conduciendo el preciado líquido hasta las venas de lo que era casi un cadáver en vida. Por un momento se apartaba de sus ideas, se olvidaba del dolor al ver a su hermano y con su mente en blanco contaba esas gotas, como si aquello fuera imprescindiblemente importante, deseaba hablar con ellas para que le salvaran la vida, le venían a la mente cosas absurdas.

- Te he traído algo, yo sé que no crees en ello, pero en estos momentos te hace mucha falta. Sacó del bolsillo de su pantalón un crucifijo, lo miró, como si hubiera sido la primera ocasión de este encuentro, lo besó, y después de abrir los dedos de la mano derecha de su hermano, lo colocó dentro de ella. Una vez más sacó su pañuelo y secó una gruesa lágrima que escapaba de su mejilla. Dios mío, ¿cuánto más debe sufrir este pueblo? Pensaba él mientras no dejaba de mirar ahora a su hermano. Se levantó y se dirigió hasta la ventana, el mar de bicicletas en ambas direcciones no cesaba en la Monumental, frente a su vista también se encontraba La Habana del Este. Allí tenía a varios conocidos y una sobrina que vivía con su madre, otro fruto de un matrimonio destruido, como muchos de estos tiempos. La gente canta; "Nadie quiere a nadie", no se sentía con fuerzas para visitarlos, habían transcurrido muchos años sin que unos supieran del otro. Cada encuentro eran largas historias, la mayoría de ellas tristes y él tenía mucha tristeza consigo para llevar como lastre el dolor de otros seres queridos.

- ¡Ojalá Dios pueda perdonarte por el daño que has hecho en esta vida! Eso es lo que te deseo, creo que también debes haber sufrido como humano... Tu peor castigo, te lo dieron tus propias hijas, ¿quién te hubiera asegurado unos años atrás que saldrían gusanas?... Ni tú mismo lo hubieras creído, recuerdo cuando eran niñas y a todas las fiestas escolares las llevabas disfrazadas de milicianas o rebeldes... ¿Te acuerdas como les pintabas barbas siendo niñas? Podías haberlas disfrazado de flores, mariposas, angelitos, ¡qué se yo de cuantas cosas!, pero allí estaba tu imposición presente, tenía que ser de rebelde... ¡Mira ahora!, salieron rebeldes las niñas. Bueno, ya no son unas niñas, son mujeres y me han pedido que las ayude a salir del país, ese es tu peor castigo. Lo peor de todo esto, las voy a ayudar, Roberto. Tenlo por asegurado que lo haré, cueste lo que cueste. Regresó otra vez frente a la cama y después de observarlo en silencio, caminó por su lado derecho. Llegó junto a la cabecera, se inclinó y le dio un beso en la frente, luego se colocó frente a él de nuevo.

- Tengo que marcharme, hablaré con la vieja y le mentiré nuevamente, diré que hicimos las paces para que un día muera tranquila. Te deseo lo mejor del mundo y que puedas recuperarte, si de hoy a mañana sucediera algo terrible, no voy a cancelar mi viaje de regreso, tengo que seguir luchando por otros, adiós, Roberto y quisiera que Dios sepa perdonarte. Giró sobre sus talones en dirección a la puerta y cuando la abrió para salir, sintió a sus espaldas un tic que nunca paraba.



LA VIEJITA.- Tercer acto

Sus hijos habían muerto y el Partido quería velar el cadáver del comunista en la funeraria Rivero. Unos pedían que fuera en la sede del Sindicato Nacional, otros, deseaban que fuera expuesto en el Municipio del Partido. Los militares reclamaban su derecho a rendirle honores en un Círculo Social Militar, la vieja rechazó rotundamente todas aquellas solicitudes. Les pidió a los nietos que los cuerpos de sus hijos fueran llevados a la misma funeraria, al barrio donde habían pasado parte de sus vidas. Allí, donde velaban a la familia de los obreros, los muertos de sus vecinos, los que se conocieron en las colas de las bodegas, en las reuniones de las escuelas, en las guardias de los Comité de Defensa. A esa gente pertenecían sus hijos y allí deseaba tenerlos en esos últimos instantes.

Ayudada por los hijos de Roberto y Alberto, la viejita llegó a una capilla donde solo estaba el ataúd de Roberto. Se encontraba cubierto por una bandera cubana, escoltada por una guardia de honor militar, colgadas en la pared varias coronas de flores, solo había una caja.

- Robertico, pregunta donde se encuentra el ataúd de tu tío Alberto. Le ordenó al nieto sin poder ocultar su preocupación, mientras ocupaba un sillón en aquel pequeño salón. Su nieto, después de dejarla acomodada se dirigió a la oficina para informarse.

- Abuela, los militares y el Partido acordaron rendirle honores solamente a mi papá por sus méritos, por eso es que están separados. Dijo el nieto a la abuela cuando regresó con la información que le habían ofrecido.

- Muy bien hijo, ahora mismo vas a donde está la persona que orientó todo esto y le dices que inmediatamente retire a esos guardias, si no quieren que se les dé un espectáculo en esta funeraria.

- Muy bien, abuela, pero trata de relajarte un poco. Le recomendó el nieto.

- ¡Apúrate, hijo!, antes que sea demasiado tarde. Minutos más tarde, en silencio, aquella guardia se retiró como deseaba la madre del comunista desaparecido.

- Robertico, ve con Albertico y gestionen traer el ataúd de tu tío para acá. Los muchachos salieron a cumplir esa nueva orden de la abuela querida, minutos más tarde, la caja era traída y colocada al lado del ataúd de Roberto. Las cajas eran distintas, la de Alberto era de una madera fina y brillante, Roberto se encontraba en una ordinaria, forrada de una tela gris barata, con la que entierran a todos los muertos en Cuba. La de Alberto era más lujosa, solo la había visto en los funerales de los dirigentes cuando eran transmitida por televisión, sin embargo, solo poseía dos coronas de flores.

- Albertico, ¿por qué la caja de tu padre es diferente a la de tu tío? Preguntó la viejita sorprendida ante aquella diferencia.

- Abuela, porque fue pagada en dólares, acuérdate que a papá lo consideran extranjero. 

- ¿Por qué solamente tiene dos coronas de flores? 

-Porque los familiares somos cubanos y solo tenemos derecho a esas dos.

- Pero esto yo no lo entiendo, para una cosa se es cubano y para otra no. Por favor, ordena que a tu padre lo pongan en una caja igual a la de tu tío. El muchacho salió acompañado de sus primos a cumplir las gestiones que le había ordenado su abuela y un rato más tarde, el ataúd de Alberto era retirado de la capilla. Media hora después lo traían en una caja idéntica a la de su hermano. Cuando ambos hermanos estuvieron juntos, la viejita se levantó de su sillón ayudada por los nietos y se acercó hasta donde estaban los cuerpos de sus hijos. Poco a poco y con mucho respeto, retiró la bandera que tenía puesta el ataúd de Roberto.


-Dóblala con cuidado hijo y entrégala en la oficina, si no hay bandera para uno, no puede haberla para el otro, la bandera es de todos. Los dos son cubanos, ambos nacieron en esta tierra, esta no es propiedad de militares ni de comunistas. Ambos tuvieron ideas diferentes, pero vivieron en este suelo y compartieron sus miserias. Yo no distingo entre uno y el otro, a los dos los traje a este mundo y ese derecho no me lo quita nadie, el de disponer ahora de sus cuerpos. Recoge también las coronas que sobren, dos les pertenecen a los cubanos, dos tendrán cada uno porque los dos son cubanos. Llévense por favor esas coronas de mierdas, por ellos han estado separados y odiándose mis hijos. Los muchachos iban cumpliendo cada uno de los deseos de la viejita.

-Gestionen desde ahora su entierro en el mismo panteón, mucho fue el tiempo que estuvieron separados, mucho será también el que estarán juntos... Yo sé que ambos me mintieron... ¿Cómo no iba a saberlo? Si los parí yo... En sus ojos pude adivinarlo, tampoco necesito observarlos para saberlo... Eso yo lo esperaba, lo suponía, eran tercos como su padre, sin embargo, estoy segura de que se querían. Las lágrimas ahogaron su conversación, hacía rato que hablaba con ellos, su vista moviéndose de una caja a la otra, como queriendo hallar una respuesta o simplemente una aprobación.

- Bandera, ¿cuántos no han muerto por ella?... ¿Patria?... Patria que es de unos cuantos, Patria que destierra y condena, Patria donde nos odiamos... Como han profanado a la Patria y a la bandera... Patria con hambre para los muchos... Patria con lujos y riquezas para unos pocos... Patria prostituida del pobre, del que siempre fue pobre, del que ahora lo es más todavía... Ni aún después de muerto pueden ocultar esas diferencias... Ustedes son dos de esas miles o millones de víctimas... Decir que mi hijo es un traidor porque se fue del país... ¿Qué dirán entonces del que se quedó? ¿Quién traicionó sus ideas? ¿Quién arruinó nuestro país? ¿De qué sirven esas coronas y la bandera?




Los Nietos.- Cuarto acto


- Nelson, ¿conseguiste los clavos?

- El socio del almacén me vendió media libra solamente, dice que está muy controlada la cosa y que están puesto para joderlo.

- Hace falta que Alberto traiga los tornillos de dos pulgadas que le pedí, son muy necesarios para unir estos travesaños. Expresó Robertico.

- ¿Las muchachas se decidieron a venir con nosotros? Preguntó Nelson.

- No tienen más remedio, acuérdate que el tío se nos murió, esa era su última esperanza.

- ¿Quién lo diría? Si tu padre estuviera vivo le daría un infarto.

- No lo creas, ya el viejo estaba algo arrepentido, lo que pasa es que nadie quiere dar el primer paso, estoy seguro de que si alguien lo hubiera dado, el viejo lo seguiría.

- ¿Tú crees? El primer paso se dio y nadie salió a las calles, ¿Te olvidaste del Malecón?

- Tienen que haber más malecones, Roberto. Aquí tiene que pasar lo mismo que en Rumanía, esta tierra está seca de sangre y eso es lo que necesita.

- Es una verdadera pena que tengamos que matarnos, pobre país donde sus hijos tengan que morir para lograr un poco de justicia.

- Si todo quedara allí, basta. Después comienzan las venganzas y así continuarán los muertos. Los mismos que nacen cada año desde hace varios siglos, como si estuviéramos condenados a matarnos.

- Ahí vienen llegando los muchachos con las chicas.

-Solo pasamos esos tornillos, fijamos los tanques con estos flejes a la madera y listos para hacernos a la mar.

- ¡A ver, muchachones! ¿Cómo bautizamos nuestra nave? Esta embarcación debe tener un nombre y yo haré de madrina. Dijo Mayra una de las hijas de Roberto en tono de broma.

- No creo que sea el momento oportuno para bromear. Respondió Elisa su hermana mayor.

- Pues yo creo que sí, debemos tomarlo de esa manera, con confianza, optimismo y alegría. Esta es una aventura en la que podemos perder la vida, hagámoslo contentos. Si la muerte nos llegara en esta oportunidad, debemos recibirla con alegría. En definitiva, vamos a morir libres, eso es lo que importa. Expresó Nelson, quién era el mayor de todos y sabía a qué se exponía.

- Es más, propongo un brindis antes de lanzarnos al agua. propuso Roberto.

- ¿Un brindis con qué superloco? Preguntó Martica, hija de Alberto.

- Pues, con esto, queridos locos y locas. Terminando de hablar, sacó de su mochila una botella de chispa de tren, la cual destapó y en una especie de ritual, muy normal entre los cubanos, el primer trago de esa botella la ofreció a los santos y roció la balsa con el líquido. -Esto es para que la virgencita de la Caridad nos acompañe. Se dio un trago y fue pasando la botella, todos bebieron de ella, nadie hizo muecas de asco, estaban acostumbrados desde hacía muchos años.

- Muchachos, quiero decirles algo. Dijo Albertico.

- ¡Pues habla, compadre!, no hace falta estar tan serio. Contestó Roberto.

- Me quedo. Respondió a secas tratando de romper el nudo que se le había formado en la garganta.

- ¿Cómoooo? Preguntaron todos a la vez.

- Como lo oyen, me quedo, no me voy del país.

-¡Coño, compadre!, ¿cómo te vas a rajar a esta hora? Le dijo Roberto.

- No me rajo, no tengo miedo salir con ustedes, pero alguien debe quedarse en este país. Alguien tiene que luchar por él, yo soy parte de ese alguien, las viejas generaciones están acabadas, ya les queda poco de vida, entonces, ese espacio debe ser ocupado por alguno de nosotros.

- ¡Coño, Alberto! ¿No te basta con las experiencias de nuestros padres?

- Claro que me bastan, pero a partir de esas experiencias, es que nosotros podemos cambiar el mundo, tiene que haber una solución. Alberto y Roberto tenían posiciones divergentes totalmente, dentro de sus ideales deben existir cosas positivas, esas son las que debemos explotar en beneficio de esta tierra.

- ¡Carajo!, ¿quién me lo iba a decir a estas alturas? Si nuestros padres nos estuvieran observando, se cagarían de la risa con todo esto, le zumba el mango, ahora es el hijo del gusano el que se quiere quedar a luchar.

- Exactamente, y como yo, debe haber miles. ¿Qué crees? ¿Qué mi padre no sufrió los problemas de esta tierra? ¡No, Roberto! Todos estamos equivocados, mientras aquí nosotros nos tomábamos una botella de esta mierda, allá ellos trabajaron muy duro para ayudarnos. Tenían todo el derecho de habernos dado las espaldas, en definitiva, muchos fueron expulsados de este país ante la cobarde complicidad de nuestro silencio. Muchas fueron las humillaciones que soportaron, ¿qué crees?, que no hiere tener que sacar Visa para viajar a tu tierra, como si fueras un extraño, mientras al extranjero se le conceden privilegios cambiados por dólares, ellos tuvieron que soportar mucho también.

- Coño, tanto que hablamos de la unidad de nuestra familia, tan contentos que oíamos los cuentos de nuestra abuela, ella era la única que nos amarraba a esta tierra y si ahora te nos quedas, continuaremos divididos.

- ¡No, Roberto! Nosotros no podemos ser una copia fiel de nuestros padres, no estamos divididos porque no nos separamos como enemigos. Ustedes volverán triunfantes como muchos de nuestros antepasados, aquí los esperaré con los brazos abiertos. Los tiempos tendrán que haber cambiado después de la muerte de este despreciable tirano, y entonces, volveremos a ser ese pueblo que disfrutaron nuestros abuelos, seremos de nuevo esa gran familia que se reunía los fines de cada año.

- Ya sé, nuestra nave se llamará, "La Familia". Dijo Mayra riéndose con lágrimas en los ojos.

- ¡Otro brindis por la familia! Propuso Alberto, todos bebieron de la botella, todos se abrazaron, sus ojos estaban cargados de lágrimas, ellos eran los últimos condenados al destierro, de eso estaban seguros porque en todas las películas, no hay segundas partes buenas.


Con cariños a todos mis hermanos.



Esteban Casañas Lostal.  
Montreal.. Canadá 
1999-10-09 


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viernes, 15 de febrero de 2019

SOR TERESA



                                                     SOR TERESA


Monjita de la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana. El niño de la foto pudiera ser yo.

A la entrada del templo había una pareja de mujeres sentadas al lado de una mesita, vendían todo tipo de baratijas, bisutería y artesanía de inspiración religiosa. Vi de reojo parte de la mercancía, toda una colección de cuadritos, libritos, medallas, crucifijos, fotos de santos con oraciones y velas. Sus rasgos eran profundamente marcados con huellas de mayas, aztecas o incas, no puedo detectar mucho las diferencias, todos se parecen en algo. Pasaban unos quince minutos del mediodía y el sol brillaba sin calentar, muy propio de esta época otoñal, aunque la naturaleza se ha portado muy bien hasta ahora. El tráfico por la ciudad estaba muy flojo, lo comprobé durante ese recorrido que atraviesa la isla de norte a sur. La gente prefiere descansar los domingos, aunque los viejitos no dejan de ir a misa. No había un alma en la escalinata de aquel enorme templo, solo las dos mujeres con raíces indígenas y adaptadas perfectamente al clima de este país. Me detuve junto a la puerta y di un recorrido visual esperando encontrar algún conocido. Mi barrido se detuvo nuevamente junto a ellas y me llamó la atención el colorido de sus chumpas, son guatemaltecas, me dije mientras accionaba el picaporte y empujé con algo de fuerza. Está falta de mantenimiento y el chirrido producido fue casi un lamento.


En el saloncito intermedio entre la calle y el salón, un padre trataba de calmar el llanto de un bebé, debió haber salido para no interrumpir la misa. Aquella segunda puerta se encontraba semiabierta y observé por una ancha rendija que el salón estaba abarrotado hasta la última fila de bancos. La empujé un poco y me persigné al entrar como hacía en mi infancia o en las visitas frecuentes a este mismo templo en el pasado. Durante varios segundos permanecí en el mismo centro, su entrada daba directamente al altar. Buscaba reconocer a algún amigo por su nuca, esperaba hallar la cabeza de un mulato con sus pasas encanecidas, quién pudiera saber. Un poco más tarde desistí y elegí apartarme del corredor, opté por la banda izquierda y cuál no sería mi sorpresa. Pasé algo de trabajo en reconocerla, pero las dudas volaron unos segundos después, era ella.


Sor Teresa oraba como cada día, cada mañana, cada tarde, cada noche antes de acostarse. Lo hacía con la misma fe antes de tomar el desayuno, su almuerzo o comida, aquellos rezos eran de una profundidad tal, que la apartaba del mundo que vivimos, el suyo siempre ha sido celestial. Estaba encogidita, mucho más pequeña que en mi última visita. Arrugadita como una pasita, no tenía un solo cabello negro, muy delgadita y frágil. Ella continuaba concentrada en sus rezos y me acerqué, traté de pegarme lo más posible sin interrumpirle aquel contacto con Dios. La escuché claramente, ella no repetía aquella plegaria a la resurrección, la decía al mismo tiempo del sacerdote y daba las pausas para que los fieles la repitieran. Las sabía de memoria, conocía donde encontrar cada letra impresa en la Biblia. Tantos años de oraciones terminaron por abrir surcos en su mente y luego sembrar bendiciones, no lo dudo, siempre ha sido así.


En uno de esos instantes durante los cuales aquellos fieles repetían las palabras expresadas por el sacerdote, ella regresó al mundo de los vivos y pudo percatarse de mi presencia y cercanía, despertó. Dio dos pasos hacia su lado izquierdo y se apartó de mí unos treinta centímetros, sus pasitos eran muy pequeños también y tal vez calculó una distancia de varios metros. La dejé tranquila por un período de tiempo que no excedió el minuto, tampoco deseaba molestarla, solo regalarle una sorpresa. Cuando consideré que era prudente, vencí aquel espacio con un medio paso de los míos, volví a estar muy cerca de ella y disfrutar la plegaria cantada por un ángel, porque eso ha sido ella para mí desde que la conocí. Estaba tan concentrada en su acto de fe, que no pudo percatarse de la cercanía de mi existencia. Es muy probable haya sido descubierto por el olor de mi perfume, vanidad que disfruto desde joven.


La escuchaba y disfrutaba de su voz casi apagada y muy envejecida, no dejaba de ser una ópera bendita. Dios no ha logrado mucho en contra del envejecimiento humano, pensé. Tal vez sí, tiene la fórmula guardada y no se la ha entregado a nadie. Como anda el mundo de las falsificaciones es mejor que la conserve, pienso, aunque con ello deba sacrificar a Sor Teresa. ¡Tantos sacrificios y anulación de placeres banales y mundanos para ir al paraíso! ¿Y si no existe? ¿No es mejor convertir en paraíso ésta vida? Bueno, nadie ha regresado para contarnos cómo es la otra y si nos equivocamos, cuando menos disfrutamos una mitad, la terrenal con todos sus sufrimientos incluidos.


Mientras vagaba en medio de ideas absurdas que la marea movía caprichosamente de una orilla a otra, sus pensamientos y mis dudas. Ella recobró la conciencia y despertó al lado de un extraño que podía manchar la virginidad de su alma. Casi fue un salto si no fuera por lo apocado y limitado de sus pasos, luego, sus ojos mostraron una mueca de espanto o terror. ¡No te vuelvas acercar a mí! ¡Pecador, promiscuo, aventurero, impío, hereje, infiel! Lo leí en su mirada y sentí vergüenza por el susto causado. ¡Madre, dígame todo lo que se le ocurra, pero nunca me llame “comunista”! ¡Es más, le acepto que me diga homosexual! Al menos ellos son humanos, pensé cuando vi el terror reflejado en su rostro.


-¡Tranquila, madre! ¿No me reconoce? Reacomodó sus lentes y me observó de arriba abajo. Sus ojos continuaban siendo muy claros, algo agotados y tristes, como siempre. Se tomó varios minutos en responder, una familia curiosa nos observaba, se encontraban a solo unos pasos de nosotros. Avancé y la tomé por los hombros, le di un solo beso, como acostumbramos en nuestra tierra. Quizás aquella acción la despertó un poco, aquí se da uno en cada mejilla, la ayudé a identificarme.


-¡Resusitaste, apareciste, ¿no escuchaste esta última oración? ¡Claro que la había escuchado de su boca! Manantial inagotable de plegarias y rezos, fuente de amor y sacrificios. –¡No sabes cuánto te he buscado cada 8 de Septiembre! Se detuvo entonces, necesitaba coordinar ideas, Dios no la ha bendecido con el elixir para conservar la buena memoria.


-¡Madre, ya no vivo en Montreal He llegado hasta aquí porque se le va a celebrar una misa a Orlando. No le mentía, vivía fuera de la ciudad, solo le ocultaba desde cuándo. Deseaba evitar aquel interrogatorio al que siempre me sometía, ella es así. ¿Orlando? Vi la duda en su rostro, ¿cuántos Orlando no acuden a esta iglesia? Indios, mestizos, hispanos, hasta uno que otro quebecois. No quise someterla a un innecesario esfuerzo y ella escogió desviar el camino de la conversación.

-¿A qué hora es su misa?

-A la una de la tarde.

- A esa hora celebramos la misa a San Judas Tadeo. Quise responderle que no conocía a ese santo, pero lo evité convencido de que la ofendería. Hay tantos nombres de santos en las calles de esta ciudad, que me parece se excedieron de los existentes en la Biblia. Hoy me obligó a buscar parte de su historia en Internet, gracias a Dios, el hombre ha creado esta herramienta de información. No por gusto, reconocí a varios traficantes y explotadores de inmigrantes sin documentos o status en este país, arrodillados y rezando junto a sus víctimas. Ellos, rezarían porque su nuevo contrabando tuviera éxito. Los otros, oraban a Dios para que les enviaran más indocumentados para explotar y no reclamaran nada. Todo era posible gracias a las bondades del Señor, pienso. Era posible observarlos cada fin de semana en el mismo salón que hoy ocupan cientos de desesperados, no me sentía cómodo con la presencia de ellos dentro de aquel templo. Tampoco podía decir nada, Dios es grande y perdona, no solo eso, enseña a colocar la otra mejilla para que esos cabrones te propinen una nueva trompada.


-Te he buscado mucho cada 8 de Septiembre, no te puedes marchar sin dejarme tu número de teléfono. Comprendí las razones de aquella insistencia suya, solo existen dos, aquel discurso pronunciado el día de la Virgen de la Caridad del Cobre o, ser la persona que trajo a esa iglesias la virgen que hoy poseen. Puede ser un secreto guardado por ella y no conste en el diario de aquella casa sagrada. Lo recuerdo perfectamente, otro individuo que nadie conocía reclamaba el privilegio a pronunciar aquel discurso y el sacerdote estuvo de acuerdo, no sabía quién era y le daba lo mismo. Ella se opuso rotundamente y se mantuvo firme, debía ser yo, el cura aceptó. Ignoraba a qué atenerme, nunca había hablado para tantas personas, supuse que sobrepasarían las mil y no me equivoqué. Toda la planta baja estaba ocupada hasta el límite de aquella puerta que me vio entrar ese día. No fue suficiente y hubo que darle acceso a la segunda planta, todos los espacios permitidos fueron ocupados ese día.


El preámbulo al discurso no pudo ser más difícil, varias de mis propuestas fueron rechazadas por razones que considero idiotas. Nadie puede imaginar hasta qué punto puede llegar la censura de la iglesia en sus actos, solo les traigo un ejemplo. Después de discutir en diferentes oportunidades el contenido de mi discurso, me sentí sorprendido por una frase sometida a esa censura implacable, decía algo así: “Pertenecemos a una isla que era habitada por indios inocentes que solo vestían taparrabos, no sé si hubiera sido mejor que no nos descubrieran”. Si no eran exactamente esas palabras, solo puedo decirles que se mantiene el sentido del mensaje y uso de “taparrabos”.


-¡Debes borrar la palabra “taparrabos”! Dijo ella esa tarde, alegó que era ofensiva. No tuve otra opción que complacerla, yo solo deseaba el micrófono en una oportunidad como aquella. Después de varios manuscritos e infinitas discusiones, fue aceptado el último que complacía las exigencias de censura de aquella iglesia y llegó el día final, la misa por La Virgen de la Caridad del Cobre. Yo ocupaba uno de los asientos situados a derecha del altar, no puedo negar que me encontraba algo nerviosos. Sería la primera vez en mi vida que me dirigiría a más de mil personas, esa era una de las razones. La otra, guardaba en el bolsillo interior de mi saco un manuscrito muy diferente al discurso aprobado por aquella iglesia. Me duelen los testículos de que siempre me estén prohibiendo o aceptando lo que debo decir. Escapé de una isla por las limitaciones a la libertad de expresión que allí existe, ¿por qué debo continuar viviendo así?, yo soy un hombre libre, supongo. Extraje el papel escrito a mano del bolsillo y comencé a leer. Logré superar el miedo escénico, me desahogué y no pude ocultar la existencia de nuestros presos y balseros muertos. La miraba de reojo y la noté muy seria, sin embargo, el sacerdote, español de origen y hace varios años muerto, la miraba a ella y no dejaba de sonreír. Al finalizar, ambos salones se pusieron de pie y el aplauso duró varios minutos, yo había logrado mi objetivo, llevar ese mensaje a la casa de Dios. 


–¡Me mentiste! Dijo ella al finalizar la ceremonia, no estaba enojada, el sacerdote tampoco. 


-¡Lo siento, madre! Hay cosas que no se pueden censurar.


-Antes de marcharte debes dejarme tu número de teléfono, ¡espérame! Se apartó solo unos pasos de donde me encontraba y se dirigió a un matrimonio con un bebito en los brazos. Allí les dio algunas instrucciones que no pude escuchar por las oraciones del sacerdote, interrumpidas por cantos del coro. Ella no logró recordar el tiempo que me mantuve alejado de esta iglesia, gracias a Dios, comenzaba a perder la memoria. Creo haber sido el día del bautizo de mi nieto, dentro de apenas unos días cumplirá los once años, exactamente el día que se celebra la mejor de todas las misas, el 12 de Diciembre. La pareja comenzó a marchar lentamente por el corredor central y se detuvo justamente frente al sacerdote. Allí, le entregaron su bebé y él lo elevó hasta su cielo. Ella permaneció muy atenta a cada movimiento de la pareja, luego, tomó uno de los papeles que se encontraban en una mesita junto a varios ramos de flores dedicados a San Judas y regresó hasta mí. Tuve deseos de decirle que no soportaba aquellos actos que simulaban una obra de teatro.


-¿Cuáles? Preguntaría. 


–Ese de estar elevando a la criatura como un ofrecimiento a Dios.


–Es algo de un significado divino. Me contestaría.


-¡Vamos, madre! ¿A cuántos cabrones de los que asisten a esta misa no habrán elevado también? Ella no responderá, yo no le diré absolutamente nada, no deseo herirla ni sacarla de su burbuja.


-¡Anota aquí tu nombre y teléfono! Ordenó cuando me entregó el papelito y le pregunté si tenía bolígrafo. Tonta mi pregunta, su correspondencia con Dios era en directo, a viva voz. Le pregunté a la familia que se encontraba cerca de nosotros y atenta al intercambio, una mujer de mediana edad abrió su cartera y me ofreció uno.


-Voy hasta la mesita para escribir. Le dije y la dejé observándome, era algo desconfiada, como todos los cubanos. Regresé y le entregué el papel, también devolví el bolígrafo. Lo dobló y mantuvo entre sus manos, las monjas no usan carteras, aunque muy bien podía guardarlo en el bolsillo de su pantalón, no la recuerdo vistiendo hábitos.


-Debo retirarme, la misa está por terminar y tengo que estar junto al altar para la siguiente. Nos despedimos y la vi partir con pasos muy lentos, cansados, casi arrastrando los pies. Mientras se alejaba, miles de pensamientos acudieron a mi memoria. El temor porque fuera a acusarme de comunista era bien fundado, le negaron la entrada a Cuba cuando la visita del Papa. La acusaban de agente de la CIA y no se sabe cuántas mierdas más. De haberlo sido de verdad, el mundo hubiera ahorrado muchas guerras. Llevaba sin poder entrar a la isla más de cuarenta años, era un ángel que no podía volar hasta su tierra.


Lentamente fue desapareciendo de mi vista, yo sabía que debía entrar por la puerta que se encuentra junto al coro, la seguí hasta allí con la mirada. Le tomó largos minutos el recorrido, casi siglos para ella. Los fieles se pararon por una orden del sacerdote, ella desapareció totalmente dentro de un mar de cabezas, casi todas trigueñas. El cura ordenó que todos se dieran la mano, los de al lado con los de al lado, también los de atrás y el frente. Todos éramos hermanos, los ladrones allí presentes, los traficantes de drogas, los explotadores de indocumentados, hermanos todos en la casa del Señor. La misa estaba a punto de concluir y alguien me tocó por el hombro, era una trigueña de unos cuarenta años, le apreté la mano mientras ella decía una bendición.


Sor Teresa se encontraba al lado derecho del altar, en el mismo sitio donde estuve yo aquel 8 de Septiembre. En un instante se puso de perfil y noté una pronunciada curvatura en su espalda, tal vez haya sido producida por el peso de todo su amor, Dios no le brindó la fórmula para evitarla. No le quité los ojos de encima mientras la gente salía apresurada, como demostrando haber cumplido una promesa o castigo, quién sabe. Allí permaneció ella durante muchos minutos y la imaginaba asistiendo al confesionario. ¡Tuvo que ser para hacer cumplir al sacerdote sus jornadas de trabajo! ¿Qué pecado podía cometer ella viviendo dentro de una burbuja aséptica? Tenía que inventarlos, mentir para ser castigada de alguna manera y demostrar así su fidelidad a Dios. No tenía teléfono en su celda, menos aún televisor. Si ella hubiera visto el serial The Tudors o The Borgias, creo que moriría recondenándose por la hora en que eligió casarse con Dios. Suerte para ella que morirá sin ver o escuchar algunas de las novelas que pasan por Univisión, hace rato le hubiera fallado el corazón.


Me quedé con deseos de decirle que no asistía a la iglesia por culpa de ellos mismos, no es de ahora mi rechazo, viene de la infancia, cuando me mantuvieron largos años alejado de las hembras. Quinto grado de varones, quinto grado de hembras. Sexto grado de varones, sexto grado de hembras. ¿Y el amor, quién podía separarlo? Solo la iglesia, decenas de metros de distancia para adivinar una mirada e intercambiar una sonrisa. Así fue aquel amor, el primero, el que no se olvida durante toda la vida y ellos se
 encargaron de condenarlo, castigarlo como si fuera el peor de los pecados. ¡Coño! Por eso no serví para monaguillo y de poco sirvió el tiempo perdido para enseñarme latín. Si fuera solamente eso, le diría que creo en Dios, pero no así en los curas. La culpa no la he tenido yo, la tienen todos aquellos que han violado niños en sus templos y la iglesia ha tratado de ocultar. La culpa la tiene el Cardenal cubano Jaime Ortega en ese culipandeo matrimonial con una dictadura, no digo yo si estaré perdido de sus templos. 


La veo y no la imagino confesándose y declarándose pecadora, ¿qué pecado pudiera cometer una persona que vive alejada del mundo? Reflexiono, eso puede suceder. Miren el caso de “Sor Tortilla”, ella la conoce y he olvidado su nombre. Fue la primera en asestarme un golpe casi mortal acabado de llegar a este país. Ella sabía de mi llegada, lo supo con mucha anterioridad, se lo había dicho su hermana. Tal vez todo fue mentira de Raimundo y no le dijo nada a aquella flaca puta, ni ésta le comentó de mi llegada a Sor Tortilla. Tengo sobradas razones para dudar, Raimundo anda por España, estableció contacto conmigo y se esfumó de la misma manera que hacen todos los que no quieren ensuciarse. Desde un hotel de St. John llamé a la flaca puta, no es que le diga así por venganza. Es que después le conocí a varios maridos o templantes en Montreal y todos tenían ruido en el sistema, eran chivas o cooperantes de la seguridad cubana. Prometió recibirnos, pero aquel compromiso lo escuché muy lejano.


Llegamos de madrugada y el autobús nos dejó en la rivera sur, no había autobús o Metro para cruzar a la ciudad. Por suerte traíamos algo de dinero y tomamos un taxi, le entregué al chofer un papelito con la dirección, todo estaba bañado de nieve y la temperatura era muy baja, al menos para nosotros. El hombre nos dejó en la acera contraria a la puerta y nos indicó cuál era. Tocamos el timbre varias veces, tocamos bien fuerte la madera y nunca obtuvimos respuesta, no se molestaron en encender la luz. Irma se puso muy nerviosa y temblaba de frío, vi a medianía de cuadra una cabina telefónica y andamos en pos de ella. Llamé primero a la flaca puta y no tomaron el teléfono. Marqué después el número de Sor Tortilla, levantó el auricular y me sentí afortunado, encontré algo de esperanza en aquella acción.


-¡Oui, aloooó! Su voz resultó dulce y muy femenina, como el que corresponde a una verdadera monja.


-Mire, disculpe la molestia en llamarla tan tarde, yo soy el amigo de Raimundo que llegó de Cuba. Creo que usted lo sabe y se lo mencionó su hermana la flaca puta. El problema es que es muy tarde y no conozco esta ciudad, ando también con una señora que venía en el barco.


-Señor, yo a usted no lo conozco, por favor, no vuelva a llamar es muy tarde.


-Sor Tortilla, no me reciba en su casa, yo soy hombre y me las puedo arreglar, pero por favor, tenga piedad de esta mujer. ¡Click! Fue toda la respuesta que recibí y pensé se había interrumpido la comunicación. Marqué nuevamente gracias a que cargaba algún menudo conmigo.


-¡Sí, parece que se interrumpió la comunicación!


-¡No, no se interrumpió, yo la di por terminada. No había terminado de pronunciar aquellas palabras cuando una voz de tono masculino, pero con raíces de mujer, se dejó escuchar. -¡Fíjese bien, no moleste más! Si vuelve a llamar me comunicaré inmediatamente con la policía. Su acento no era cubano.


-Irma, vamos a tratar de resolver la situación, no te pongas nerviosa. Por lo pronto, tomaremos un taxi y le pediremos que nos lleve hasta la estación central de ómnibus, debe estar abierta.


-¿No te respondieron nada?


-Creo que hemos tocado en la puerta equivocada, me parece que esta monja es tortillera y la segunda vez contestó su marido. ¡Vamos a caminar hasta aquella avenida con tránsito! Entre el miedo que sentía y el frío que nos calaba los huesos, Irma no comentó nada. El taxi nos dejó a la entrada del Metro Berri UQAM, allí radica la estación de autobuses interprovinciales y los que parten hacia los EU. Hicimos un breve recorrido y nos calentamos algo, las cafeterías se encontraban cerradas a esa hora. Luego de una hora en aquel local y con el fantasma de la persecución latente en nuestras mentes, le propuse caminar unas cuadras, no alejarnos mucho de allí, solo tratar de hallar un hotelito barato donde pasar la noche. Marchando por la calle St. Catherine y en la esquina con St. Denis, veo el cartel lumínico del Hotel St. Denís y le propuse averiguar el precio de las habitaciones. Solo costaba $35.00 dólares la noche y tomé una. Mientras me bañaba, Irma protestaba por la presencia de cucarachas.


Yo tenía un número telefónico de reserva y no se lo había comentado a Irma. Esa mañana y muy temprano, sería antes de las ocho, comencé a marcar el número y siempre me salió una máquina respondedora en inglés y francés. Unos minutos antes de las nueve, logré hablar con alguien y le pregunté por Máximo. No se encontraba en esos instantes, pero al menos me solicitaron que repitiera la llamada. Logré hablar con él a las nueve y media, le expliqué mi situación y quién me había dado su número en Cuba. Me dijo que enviaría a un empleado suyo por nosotros y bajamos al lobby a pagar la cuenta, unos cuarenta dólares con los taxes y propina incluido. Pregunté dónde hallar una cafetería y me respondió que a dos puertas del hotel, salimos. Nos demoramos una hora esperando que apareciera un desconocido y preguntara por nosotros. No fue difícil identificarnos, el hombre era panameño y nos condujo directamente al almacén donde trabajaba. Era viernes y se puso mucho interés en dejarnos ubicados, estábamos rodeados por varios cubanos y fuimos recobrando la tranquilidad. Esa tarde dormiríamos tranquilos en un hotelito de la YMCA, meses más tarde conocería perfectamente a la persona que me recogió aquel día. Tenía fama de bandido, traficante, delincuente y todo lo peor que se le puede conceder a un hombre. Sin embargo, han sido decenas de cubanos los que se vieron beneficiados por su ayuda y nunca dejó a nadie desamparado. Cuando lo comparo a él con Sor Tortilla, indudablemente que inclinaría mi balanza a su favor.


Un día a Irma le entró el culillo de ir a conocer a Sor Tortilla y por mucho que insistí, no logré hacerla renunciar a sus propósitos. La habíamos localizado, era la presidenta de una organización “no lucrativa” dedicada a ayudar a los inmigrantes. Solo que al parecer, los cubanos no gozaban mucho de su simpatía. No lucraba, pero tenía un chalet en la campaña donde seguro y muy frecuentemente, realizaría sus orgías en el nombre del Señor. Allí pudimos observar quién era su marido, efectivamente, era una machona de rasgos indígenas. La flaca puta nos dijo más tarde que aquella mujer hombre era de origen guatemalteco. ¡Claro que se puede pecar viviendo dentro de una burbuja! No por gusto debía Sor Teresa confesarse periódicamente, aunque no cometiera pecado alguno.


Sor “Ladrona” fue una ex monja que conocí aquel 8 de Septiembre después de mi discurso, sí me acuerdo de su nombre, se llama Susana. Se las mencioné a Sor Teresa y me dijo un día conocerlas, solo eso, esquivó continuar el tema. Además de ladrona también era tortillera, solo que su marido era de origen canadiense. Sor Ladrona me robó $500.00 dólares, el dinero que más me ha dolido perder en la vida. Era el fruto del ahorro de tanto sudor y sufrimientos gastados en una factoría. Fue una platica que le entregamos con el propósito de cursar una carta de invitación a mi suegra. Le entregamos el Money Orders con copia incluida y se desapareció del mapa, ella tampoco respondía al teléfono y yo no tenía la prueba para acusarla. Pasado un tiempo, me enteré por una persona que había viajado hasta Jagüey Grande, su pueblo de origen, que Sor Ladrona había robado en la Casa del Balsero de Cayo Hueso. Parece que nunca se tranquilizaron, acá, se dedicaron al oficio de Agentes Inmobiliarios y fueron llevadas a la Corte con acusaciones por estafa a varios ancianos. ¡Vaya representantes de Dios en esta tierra! ¿Cómo explicarle a Sor Teresa que esas son mis razones para alejarme de la casa del Señor? Ella nunca entendería y trataría de hallar miles de justificaciones. Yo nunca la comprenderé y me mantendré alejado de aquel enorme salón. 


No dejo de observarla hasta el instante que decido abandonar la iglesia, ya había llegado parte del grupo que despediría a nuestro amigo Orlando. Eran tan creyentes como yo, a mi manera y sin el compromiso de asistir frecuentemente a esas óperas cristianas. Se sentó al lado derecho del altar, quizás aquel asiento fuera reservado para ella en una eternidad limitada. Le quedaba muy poco de vida, pienso, la abandono sin despedirme, yo quiero regresar al mundo de los vivos para despedir a un muerto. Habíamos acordado que unos minutos después de mencionar su nombre nos marcharíamos. La dejo sin la promesa de regresar, me ausento con la fe de que recibiría su llamada algún día, puede ser unas semanas antes del 8 de Septiembre. Me voy, rogándole a Dios me conceda el privilegio de un micrófono el día que decida llevársela a su reino. Si pudiera, mis palabras serían celestiales, sin rencores u odios, solo hablaría de ella. Calcuta tuvo a su Teresa, Cuba ha tenido a la nuestra, nadie la conoce, solo nosotros, los bendecidos por su amor y sacrificios. Ella no tiene teléfono en su celda, ya no le funciona muy bien la memoria.







Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2011-11-06




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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...