Visitas recibidas en la Peña

sábado, 5 de enero de 2019

LA MADRINA


LA MADRINA

                                                     



La primera vez que la vi con un santo montado yo era muy chamaco, me asusté mucho al verla tirada en el piso y revolcada en sus espasmódicas convulsiones. Había adquirido una voz varonil y cada palabra era expulsada con un poco de espuma por la boca. Algunos de los presentes trabajaban duro para controlarla, no fueron suficientes dos hombres y requirieron la ayuda de otra pareja. Nunca comprendí aquel raro lenguaje acompañado de bocanadas de humo y ese rocío general de una colonia barata que venía en un pomito estrecho y alto. Una vieja tenía un sistema de regadío en sus manos y alcanzaba a cada uno de los presentes, hasta uno de mis ojos llegó una gota de aquel horrible perfume que usaban para espantar algo. No pude entonces contener lágrimas involuntarias, tal vez por los efectos del alcohol, quizás por el miedo sentido al ver a mi madrina postrada en el suelo y luchando contra cuatro hombres, su rostro totalmente desfigurado y con voz de macho, yo no comprendía nada.

Aquellas sesiones eran muy frecuentes, tanto, que una de las asistentes le tumbó el marido a mi madrina, y eso que se llamaban hermanas, al menos oía esa palabra cuando conversaban entre ellas. Mi primo y yo nunca pudimos adaptarnos a esos espectáculos que debieron haber sido exclusivos para personas mayores. Lo comentaríamos con esa candidez propia de la infancia, mientras gastábamos parte del día cazando lagartijas en el patio de su casa.

Mi madrina vivía en esa cuchilla existente frente a la antigua Casa de Socorros de Mantilla, formada por la amplia calzada de Managua y otra callecita de tierra en aquellos tiempos, hoy consulto y veo que se llama Rossell. Al lado de una carpintería tenía su casa, era de madera machihembrada y de bonito, aunque sencillo diseño, estaba pintada de un verde oscuro y casi nueva. No tengo idea de cómo la adquirió, porque era de su propiedad, pero bueno, mi padrino tenía un puesto de trabajo algo envidiable en la compañía de teléfonos. En su patio pasaba muchas horas del día junto a mi primo y su perrita llamada “Mirringa”.

Mi primo Enrique era todo un personaje, tan chiquito como su perra e igual de pendejo, su miedo se acercaba al pánico cuando yo cazaba alguna lagartija, poco importaba su tamaño. Recuerdo que un día le prendí una en el hocico de Mirringa y él salió disparado por todo el patio junto a su perra. Gracias a Dios que antes de la separación de mis padrinos, se dieron cuenta que en su hijito se incubaba una Magdalena y lo llevaron al médico. Fue sometido a un tratamiento hormonal y bien pronto se sintió el cambio, comenzó a crecer, su voz dio un giro radical y aunque era infantil adquirió tonalidades masculinas. De aquel enano amanerado que lloraba por cualquier bobería en el patio, se engendró un monstruo. Llegó a superar los seis pies de estatura y se convirtió en un delincuente, poco duraba en cada trabajo por donde pasara y era especialista en la destrucción de cualquier cosa que cayera en sus manos, aún así era buena gente.


Creo que aquella fue la primera bronca que vi en mi vida, la de mi madrina y su “hermanita” de religión. Nunca la había visto tan violenta, y mi miedo alcanzó dimensiones extraordinarias cuando la observé con un cuchillo en la mano corriendo tras de aquella mujer. Las palabrotas que vomitaba eran terribles, creo que puta era la más barata de todas ellas, pero de nada sirvió, mi padrino se fue tras el culo de aquella hermana y todo se jodió. Desapareció para siempre aquel patio cargado de platanillos, mariposas, mar pacíficos, rosas, azucenas, y lo más precioso para nosotros, el pequeño zoológico de lagartijas, camaleones, salamandras y alguna que otra araña.

Mi padrino era un tipo bien bajo de estatura, muy flaco y de tez algo oscura, bien trigueño y de barba tupida. Aún hoy no me explico como podía luchar en la cama con mi madrina, una mujer que triplicaba su peso y casi la mitad de su estatura. Era vicioso a fumar tabacos, siempre lo podías encontrar en el portal con uno de ellos en la mano aunque estuviera apagado. Tenía una virtud muy grande que aún después de muerto admiro mucho, era un ejemplar padre, el tipo que gastaba muchas horas con su hijo y complació todos sus gustos hasta que fuera un tarajayudo, porque recuerdo que ya siendo un hombre, mi primo pasaba siempre por su casa en busca de alguna mascada. Luego, tuvo dos hijos más con aquella mujer que se lo robó a mi madrina, se parecían mucho a mi primo Enrique, eran bien cortos de estatura como su padre y desconozco si los sometieran a tratamientos de hormonas. Ahora pienso que aquello lo hicieron con mi primo por su despunte de pájaro y no por el talle, porque era absurdo aspirar a un hijo grande cuando el padre era casi un enano.

Aquellas no eran las únicas sesiones de espiritismo o santería, era algo como un deporte que ellos practicaban en ese tiempo de la bolita y la charada. Allí mismo y cruzando la calzada de Managua justo en la esquina de la Casa de Socorros, bajábamos por una callecita y asistíamos a las sesiones en casa de un tal Gonzalo. El mismo cuento de casa de mi madrina, la gente tirada por el piso diciendo barbaridades, casi siempre eran las mujeres las que entraban en trance y los hombres para controlarlas. Humo de tabaco ambientaba la sala, rocío con agua de Florida, voces de machos adquiridas, y luego, cuando se recuperaban, todo quedaba como si no hubiera pasado nada. Vi cosas extrañas en esas sesiones aptas para todas las edades de aquellos tiempos, como por ejemplo, cuando se invocaba la presencia de algún muerto y éste aparecía en el cuerpo de la persona en trance, entonces se establecía un breve diálogo entre el familiar y el muerto presente. Casi siempre era víctima de aquella puta gotica de ese horrible perfume, no me explicaba el capricho o puntería, porque siempre me adivinaban en un ojo y lloraba de la ardentía.

Allí estábamos rodeados de hermanos y hermanas, bueno, no yo que era un chamaco y de los pocos que asistían a esas reuniones casi diarias. Esa misma rumba le costó el marido a mi madre, una hermanita le tumbó el marido y desde entonces me quedé sin padre, pero con una diferencia muy grande en el caso de mi primo Enrique, mi viejo se enamoró tanto que se olvidó dejar detrás a cuatro hijos, allí mismo comenzó mi vida de gitano.

La casa de mi madrina fue vendida con mucho dolor para nosotros, después de allí vivieron en el pasaje Sacarías de Regla, casi frente a ellos vivía mi abuela. Nunca más oí hablar de santería o espiritismo, creo que pasaron muchos años, bien fundadas razones tuvieron mi madre y madrina para desconfiar de unos santos tan cabrones que les robaran sus maridos. Ambas casas eran de mampostería y algo amplias, luego y con el correr de los años, he tratado de explicarme esa facilidad que tenía mi madrina para vivir bien. Ella fue la que mejor vivió de todas sus hermanas y hermano, pero lo asombroso es que nunca le conocí vínculo laboral alguno y tampoco practicaba ese negocio viejo del cuerpo, porque ni eso poseía, era gordita y cilíndrica, solo podía presumir de sus ojos encantadores que nadie sabe de donde salieron verdes claros, porque en mi familia todos eran trigueños y con esto no quiero poner en tela de juicio la pureza de mi abuela, la mujer más santa que he conocido en mi vida, eso si, algo sumisa con mi abuelo, un verdadero tirano.


Parece que los hombres siempre se sintieron atraídos por aquellos bellos ojos, porque de verdad, nunca le faltó marido y todos con buenos empleos, aunque para serles sincero, todos les duraban lo mismo que un merengue en la puerta de un colegio. Solo el último logró sobrevivir muchos años, hasta que estando aquí afuera me enteré que murió. No puedo recordar ni el nombre, ni el rostro de ninguno de ellos, ni tampoco la cuenta.






De Regla se mudaron para la calle Subirana casi esquina a Clavel, no sé cómo rayos se la arreglaba para vivir junto a mis abuelos, porque en este nuevo barrio los apartamentos daban pared con pared. Allí llegaron a vivir dos de sus nuevas conquistas, ya nosotros éramos grandecitos y yo entré al Servicio Militar Obligatorio. Mi primo Enrique despuntaba como gigante y era una esponja para recoger todo lo malo del barrio, ya era un pequeño delincuentico. Su padre lo iba a buscar todos los fines de semana y le pasaba sagradamente la pensión a su hijo. Sus visitas a casa de mi madrina eran muy civilizadas y varias veces lo encontré sentado en animada charla con el marido de turno. Yo seguí con mi vida errante, pero ahora recorriendo parte del mundo, pues a los 17 años entré en la marina.

En esta nueva vida adquirida por mí, el tiempo libre en cada regreso era empleado entre fiestas y mujeres, así eran los marinos de entonces y yo aprendí muy pronto las clases. La familia quedaba atrás y los veía en ocasiones casuales, fiestas o velorios eran las más comunes. Tampoco mi familia fue muy unida y el grado de descomposición se incrementó a partir del 59, cada uno agarró su rumbo, unos por “revolucionarios”, otros por desafectos, y el resto luchando por sobrevivir, así pasaron los años y no me enteré de que mi madrina y abuela habían permutado luego del fallecimiento de mi abuelo.


-Hace poco que estuvo tu madrina por aquí. Dijo mi esposa cuando regresé de aquel viaje cuando la guerra de Angola. Ya teníamos un niño de unos tres años y la última vez que la había visto fue en mi boda.


-¡Eh! ¿Y ese milagro? ¿Qué bicho la picó? Pregunté algo sorprendido.


-Dice que como tenía que realizar una visita al barrio le pidió la dirección a tu madre.


-¿Y vino sola?


-No, la acompañaba su marido.


-¿El mismo?


-Si, parece que se han acoplado muy bien.


-Debe ser bueno el hombre, porque ya llevan varios años juntos, creo que es el que más le ha durado.


-A mí me parece buena gente.


-Sí, yo creo que sí, y es también muy decente y trabajador. Después de todo no se puede ocultar que es dichosa.


-Dice que cuando se enteró que saliste para la guerra te hizo una misa, y me dio dos o tres cosas para que las tuviera en la casa.


-¿Una misa? Que raro, ella hace muchos años que no practicaba nada.


-Tal vez es el marido quien la metió en eso.


-No lo creas, cuando mi primo era pequeño ella le metía a la burumba. Tuve entonces que hacerle la historia del tabaco para que me comprendiera.


-Yo boté todo a la basura, ya sabes que no creo en eso.


-Pero aunque no creas, eso ella no lo hizo para mal.


-Lo sé, pero no me entra.


-¿Le preguntaste por Enrique?


-Si, dice que está de jefe de una brigada que amuebla las secundarias que se construyen en el campo.


-¿De jefe? Así debe estar acabando. No pude contener la risa.


-Dice que le va bien y que está tranquilo.


-No creo que te hayas tragado el cuento, tú sabes que ese es hijo del mismo diablo.


-Bueno, solo te repito lo que me dijo, ella quedó en avisarle cuando estuvieras de regreso.


Mi abuela vivía ahora con otra de mis tías a solo dos cuadras del parque Fábrica en Luyanó, muy cerca de nosotros. Se había desprendido de esos lazos que la ataban al férreo gobierno de mi madrina, o quizás aquella se quiso desprender de la vieja que comenzaba a presentar síntomas de esclerosis, me inclino por esta última versión, pues a partir de ese momento la vieja se convertiría en una sobrecarga hasta el momento de su muerte. Mi madre la trajo a casa por largas temporadas, tiempo en el cual la vieja regresaba a su etapa infantil. Nos produjo muchos dolores de cabeza, escondía el “pan” nuestro de cada día entre la ropa del escaparate y aquello trajo como consecuencias una invasión en masa de cucarachas. Ella decía que yo era su hermano y nunca la contradije, me divertía aquella idea de ser hermano de mi abuela. Se ofendía mucho cuando alguien le decía que había estado enamorada del pelotero Fomental, no sé el origen de esa historia, pero sus reacciones eran casi violentas y tenía momentos donde demostraba recobrar la lucidez mental. Era sumamente extraño, pero esas cada vez más escasas oportunidades en las que se encontraba mentalmente con nosotros, fueron provocadas por la defensa de su fidelidad hacia mi abuelo, luego regresaba a ese mundo fantástico e infantil. Después de casarme y vivir por un tiempo en casa de mi madre, mi abuela llegaba hasta nuestro cuarto muchas madrugadas y nos levantaba la sábana, realizada su inspección, algunas veces le daba por orinar detrás del escaparate. Uno de esos viajes largos que di por el mundo ella falleció, descansó en paz y nos dejó descansar a nosotros también. El recuerdo más grato que guardo de ella lo es, el exquisito café con leche que preparaba. Lo hacía con leche condensada y nunca en la vida he vuelto a probar uno similar, siempre fue una excelente cocinera.


Las relaciones con mi madrina tuvieron cierta cercanía a partir de aquel viaje hasta Angola, en realidad no era con ella, más bien llegaba hasta su casa en busca del delincuente de mi primo. Vivía ahora y hasta su muerte en un pequeño apartamento ubicado en la calle Aramburu y San José, el edificio se encontraba a solo unos metros de El Colmao. No me gustaba aquel sitio para vivir, el barrio era de esos calientes de La Habana, creo que es Cayo Hueso. Pero no era el barrio a lo que siempre le hacía rechazo, en definitiva, no dejaba de ser divertido y pintoresco como todos los de La Habana, sucio y bullanguero, chusma y promiscuo, indecente y divertido, con ese desfile constante de sayas cortas, lycras ajustadas al detalle de los vellos, y tetas prisioneras de unas pulgadas de tela. Hembras y machos de lascivas miradas y palabras provocadoras, uno nunca se aburre en esos barrios aunque la vida en la isla fuera monótona. Mi rechazo siempre fue a la entrada de aquel edificio. Era lúgubre, oscuro y húmedo como la muerte, o como la vida misma cuando se retrocede en el tiempo, porque allí nada cambia en apariencias, todo se deteriora y el impacto que se recibe es el de retroceder siempre. No sé quién demonios impuso aquella moda de pintar bien oscura las paredes desde una altura de metro y medio o dos hasta el piso, así podías encontrar los pasillos de miles de edificios en la capital. Los más refinados sustituían esa pintura por cerámica, pero igual de colores oscuros con el propósito de esconder la mugre, pienso. Por encima de esa amplia banda oscura se elevaba otra pintura más clara, pero no dejaba de ser oscura también para recintos sin ventanas al exterior. Luego y para rematar y darle un aspecto de sala de tortura, colgaban en el techo un simple bombillo de pocos watts que ofrecía una iluminación muy pobre e imponía esa ruda tristeza que hoy brincan dos siglos. El paso de los años le supo dar un toque más tenebroso con la ausencia de pinturas frescas, agua, detergente y la indiferencia de sus vecinos. Esas entradas tienen que ser similares a las del infierno mismo, muchas veces premiadas con olor a orine, telarañas centenarias y alambres metálicos cubriendo como guardianes los bombillos. Si el puntal del edificio era alto se convertía en mucho más tenebroso, ese no era el caso del que habitara mi madrina hasta su muerte, era de puntal bajo, pero con todos los condimentos mencionados.







Su apartamento era pequeño, el necesario para vivir una o dos personas, razón por la cual mi primo dormía en la sala y no pudieran repetirse las aventuras de la infancia, no había cama pa’tanta gente. La sala comedor era bastante reducida para su doble función, en la cocina no cabían dos personas paradas al mismo tiempo, lo cual justificaba la presencia del refrigerador fuera de ella, que sumado al espacio consumido por la mesa, el aparador, la mesita del televisor Admiral, un sobreviviente de bombillos que supo resistir con valentía diecisiete años de bloqueo y régimen comunista, más el espacio consumido por el sofá y un sillón, dejaban muy poco margen para caminar libremente. El cuarto era bastante amplio, pero como carecía de closet, el escaparate, la cómoda y la cama, dejaban muy poco camino libre. Ese territorio desocupado por sus tarecos, había sido ocupado oportunamente por una invasión de santos que vivían con mucha comodidad en un enorme altar. Una especie de edificio donde cada uno de ellos tenían su apartamento, pero con la sola diferencia de que preferían comer al exterior, como hace la gente en el verano aquí en Montreal. Su baño era bastante amplio, casi la mitad del espacio dedicado a la sala y por lo que pude apreciar, hasta allí no llegaron sus santos, solo una red de tendederas lo atravesaba perpendicularmente a la entrada donde muchas veces vi los blumers de mi madrina, tan grandes que parecían velámenes de yates, acompañados de los ridículos calzoncillos matapasiones de mi último padrino.

El único contacto con el mundo exterior de aquel reducido apartamento, lo eran sus ventanas que daban a una especie de cajón de ventilación interior. La ventana de la sala quedaba paralela a la del baño. De allí, la grata facilidad que nos ofrecía para hurgar en el interior del baño de la vecina del piso inferior. Ella dejaba con mucha frecuencia la ventana abierta a la hora de bañarse, oportunidades que daban origen a esas pajas inagotables juveniles. No tenían desquite sin embargo los del piso superior, si trataban de agarrarle un filo a mi madrina solo captarían la imagen de una ballena. La ventana del cuarto daba directamente al cuarto de otro vecino, pero por mucho que tratáramos de pescar algo, teníamos que conformarnos con algún gemido escapado y con buen eco dentro de aquel cajón, o del conocido ruido producido por viejos bastidores héroes de miles campañas. La cocina tenía una pequeña ventanita que daba al edificio vecino, pero por allí no se pescaba nada.


Muchas fueron las veces que pasaba por mi primo para escaparnos hasta El Polinesio, otras veces hacíamos nuestras tertulias en El Conejito, esos eran nuestros sitios preferidos, aunque siempre estábamos presentes donde existiera un tiro de cerveza. ¿Cómo se enteraba? Eso yo no lo sé, facultades que tienen los bandidos en el sociolismo. Como era jefe de una brigada, mi primo andaba motorizado, no fueron pocas las oportunidades que se llagara por mí hasta el Mariel con el camión del trabajo, ese era nuestro carro particular, no había nada mejor que andar así y mucho más placentero cuando no tienes que pagar la gasolina. ¡Ah! Les hablo de horarios de trabajo. Tenía muchas amigas que manejaban taxis, la mayoría de ellas tortilleras y cuando montábamos con algún pollo había que estar con las orejas paradas, eran descaradas y comenzaban a dispararle a la jeva delante de ti. Varias veces me invitó a uno de sus bacanales en casas alquiladas de la playa.


-Mi tía, ¿por qué esa mujer salió del cuarto cubriéndose la jeta?


-No vayas a comentar nada, el lío es que esa mujer es militante del partido.


-No sé cómo carajo se puede vivir con tanto misterio.


-Ya sabes como son las cosas, ella es buena gente, es mi ahijada.


Me gustaba ir a casa de mi madrina los días de San Lázaro y Santa Bárbara, allí fui viendo que la familia iba creciendo con el paso del tiempo. Buenas jevas, muchas viejas, bastante bebida y comida, siempre nos empatábamos con algo, bueno, todo quedaba en familia, para eso éramos sus ahijados.


-Mi tía, ¿quién es ese pollo, para qué viene a consultarte?


-No vayas a comentar nada, el marido le pegó los tarros y quiere algo para que lo amarre.


-Como come mierda, porque con lo buena que está se puede buscar otro macho.


-Ya sabes como son las cosas, ella es buena gente, es mi ahijada.


Solo un día se encabronó conmigo, no sé si era San Lázaro o Santa Bárbara, pero aquel día mi primo me subió con tremenda borrachera, y se los juro, no fue culpa mía. La casa estaba repleta de ahijados como yo, de todos colores y edades, muchas más jevas que machos, pero solo a mí se me ocurrió llegar borracho. Nos abrimos paso con dificultad por el escaso espacio disponible para llegar al cuarto, mi primo me sentó al lado del altar y me dijo que fuera comiendo y así lo hice, siempre he creído en esa disposición de ellos en compartir con nosotros, y no puedo negarles que había tremenda oferta de comida. Parece que una de las ahijadas le avisó a mi madrina, ella llegó enseguida y lo más decente que me dijo fue cagarse en mi madre. No me pasé tantos días sin ir por allá, los borrachos pierden la vergüenza.


-Mi tía, ¿quién es ese tipo que salió con tanto misterio?


-No vayas a comentar nada, quiere que le prepare una wemba contra el secretario del partido en su trabajo.


-Como comen mierda, ¿por qué no le da un trancazo?, ¿tú crees que funcione esto?


-Ya sabes como son las cosas, tal vez sí, tal vez no, pero el tipo es mi ahijado.


Las cosas le fueron viento en popa, no es simple deducción, cada vez que tenía un filo yo pasaba por allí a pegarle la gorra, y no es cuento, porque eso no se podía hacer ni en las mejores familias. ¿Comer? Lo que se dice comer tres veces al día, eso hace tiempo que se olvidó, pero allí estaba mi madrina con el refrigerador repleto y a veces nos prestaba dinero con tal de no vernos. Tuvo que marchar muy bien la cosa o mi madrina poseer poderes sobrenaturales, porque para consultarse con ella había que sacar un rendez-vous con bastante días de antelación, y cuando se complicaban las cosas desarmaban la cama para trabajar con espacio. Tan bien marcharon que mi último padrino se buscó un certificado médico que le imposibilitó trabajar por el resto de sus días, y les repito, el refrigerador siempre andaba repleto.


Llego ese día vestido con uniforme de oficial de la marina, entré a la casa sin tocar y me encontré a tres personas sentadas en el sofá, dos eran mujeres y el otro un tipo vestido con uniforme de la marina también, yo lo conocía de vista solamente. En sus manos tenía un ramo de claveles blancos y se asustó mucho al verme, mi primo no había llegado y mi madrina andaba ocupada en una consulta. Me senté en el sillón sin pedirle permiso a nadie y comencé a balancearme. A cada rato cruzábamos la mirada y lo notaba más nervioso.


-Compañero, ¿usted es de la pesca? Preguntó el tipo al verme con uniforme de poliéster, aún en la mercante se usaba el de caqui gris, porque erróneamente le llamábamos así a esa tela de algodón.


-No, yo soy de la mercante como tú.


-¿Y vienes a ver a la madrina?


-Sí, vengo con mucha frecuencia por aquí.


-Yo también me consulto a cada rato para ver si salgo de la mala racha. ¡Vaya! Para que me haga una limpieza.


-Yo no, yo no vengo a consultarme con ella. El tipo me observó algo alarmado.


-De todas maneras hay que tener cuidado, tú sabes que por cualquier chivatazo nos pueden echar a la calle.


-Para serte franco, nada de eso me preocupa, yo creo que el que se tiene que cuidar eres tú.


-Fue solo un consejo, tú sabes que esta gente no tragan a los que practican…


-Mijo, ya te dije que nada de eso me preocupa, yo no practico nada, ella es mi madrina, pero no de religión, me bautizó cuando yo era un chama en la parroquia de Guanabacoa, ella es hermana de mi madre. No le di tiempo a terminar de hablar y preferí sacarlo de sus dudas, las dos muchachas oían con mucha atención aquel diálogo.


-Te voy a pedir de favor que…


-¡Olvídalo! Ya sabes como son las cosas, para eso eres su ahijado. 




Esteban Casañas Lostal.

Montreal.. Canadá.
2004-05-03


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jueves, 3 de enero de 2019

EL ESCAPARATE



                                                   "EL ESCAPARATE"




   
Abuela era noble, un alma piadosa y caritativa que nunca asistió a una iglesia y merecía ser beatificada. Nunca la escuché hablar en voz alta, protestar, molestarse, manifestarse agotada. Era como un cementerio viviente, todo lo que veía u oía moría en su cuerpo, jamás lo regresaba al mundo exterior. Infatigable la vieja, recuerdo que se levantaba temprano a preparar el desayuno de mi abuelo, un dictador, mejor decir su tirano. Era sumamente obediente, disciplinada, ordenada y muy pausada al hablar, de esa mansedumbre que agota, como la de tantas mujeres de su tiempo. Sus temas de conversación eran vagos, vivía ajena al mundo, ignoraba quién era el presidente de turno y no creo se haya enterado de la llegada de los barbudos hasta que le faltaron algunos condimentos. Nunca manifestó preferencia por cantantes o artistas, creo que para ella no existieron y dudo haya bailado alguna vez.


Apenas le sobraba tiempo para ver alguna programación en la televisión, cuando se sentaba en la sala, casi siempre en el rígido sofá colocado debajo de un enorme cuadro pintado por algún artista desconocido, cuya firma insistí muchas veces identificar. Estoy convencido, correspondía a la figura de dos hijos gemelos perdidos durante una epidemia de tifus que nadie menciona. Dos muchachitos de unos quince años que permanecían en vela dentro de aquella sala a cualquier hora del día y día de la semana, sin agotarse también, como su madre, mi abuela. El televisor dejaba de funcionar frecuentemente y las imágenes se repetían horizontalmente a una velocidad que mi abuelo nunca pudo controlar, casi siempre el movimiento era detenido a golpe de trompadas. Para ella nunca existieron las novelas, esas vanidades nunca fueron complacidas por el viejo y había que dispararse sus programas, malos o buenos, solo los suyos. Luego, pocos minutos después de permanecer muda en la sala, como otro objeto más para decorarla, aquella mata de pelos plateados comenzaba ese movimiento que experimentan las varas de pesca.

No recuerdo su tiempo preferido para tomarse un baño, creo no coincidieran con las del viejo, él se gastaba horas y horas debajo de la ducha cada mañana, muy tempranito. Abuela le tenía contado las decenas de minutos o medía cada gota derramada en el piso de aquel estrecho cuadrito destinado a esas labores tan humanas. Cuando salía, el viejo se sentaba en el mismo asiento de siempre a disfrutar del mejor café con leche producido en el mundo. Mojaba con lentitud pasmosa cada rebanada de pan cubano con mantequilla y luego, con esa misma lentitud abría su boca y masticaba lentamente, muy despacio, como tratando de que nunca se acabara o con intenciones de detener el paso de la vida. No lo escuché disculparse por el reguero de migajas que dejaba sobre la mesa y el piso, creo que disfrutaba al hacerlo y me enojaba, abuela nunca protestaba.


Después del desayuno, el viejo encendía un tabaco y se marchaba a la sala, dejaba entreabierta la puerta para vigilar a las putas que trabajaban en el bar de la esquina, su mirada se perdía por aquel estrecho espacio dejado con toda intención. Abuela se marchaba a su cuarto y la observaba trasteando en el escaparate, ordenaba una y otra vez lo que nunca estuvo desordenado. Sacaba cada prenda y las colocaba sobre la cama para desdoblarlas y doblarlas nuevamente con movimientos lentos, pausados, silentes. Nunca comprendí los propósitos perseguidos con aquella rutina repetida diariamente, quizás trataba de escapar de su soledad o la buscaba, evitaba todo contacto con el viejo, le temía.


El escaparate era de caoba y pertenecía a su juego de cuarto. Contaba con tres divisiones y puertas que compartían entre sí religiosamente, pero inviolables. La sección de la izquierda le pertenecía al viejo, allí pendían apretados hasta la asfixia varios trajes de casimir, muselina y gabardinas. Debajo de ellos descansaba una zapatera repleta de zapatos de marca, negros, carmelitas y de dos tonos que sabía combinar con los trajes que utilizaba en sus salidas. La sección central era dividida matemáticamente para colocar la ropa interior, ambos tenían sus gavetas pulcramente ordenadas y en la parte superior de los gaveteros, abuela mantenía dobladas con uniformidad casi militar todas las sábanas, fundas y toallas. La sección derecha le pertenecía, pero casi nunca la abría, solo una vez pude observar todos sus vestidos colgados. Prendas que le llegaban cada día de las madres y esperaba una oportunidad para estrenarlos. Ese momento nunca llegó y allí envejecieron nuevos, como las solteronas.

Ella viajaba tranquila después de los efectos de un disparo de nieve, yo no, lo hacía con todas las precauciones que demandan la situación, mucha atención a la aceleración y frenos ante la proximidad de un semáforo. Yo la observaba con el rabillo del ojo mientras conducía, solo podía observarla totalmente cuando me encontraba detenido. La veía saltar en el asiento ante cada número de Silvio y me reía, le prometí quemarle algunos discos, yo disfrutaba con su felicidad y regreso al pasado, un pasado común por la cercanía de nuestra edad, aunque yo la aventajaba por cinco años que en el presente no representan nada.


-¿Sabes qué es lo que más extraño de Cuba? Me preguntó en una parte del trayecto sin presión de tráfico.

-No tengo idea, cada uno de nosotros extraña algo diferente.

-¡La playa! Casi gritó y me sentí algo sorprendido por aquella reacción extraña en este país.

-¿La playa? No significa nada para mí, no es una verdadera razón para sentir nostalgia por aquello. La playa no formaba parte de mi entorno, el mar fue parte de mi cuerpo. Abandonarlo fue muy duro para mí, me sentí mutilado, era como si me hubieran arrancado un órgano del cuerpo. Luego, como todo minusválido, llegas a acostumbrarte, andas con la falta de esa parte una vez cercenada.

-¿Tan duro fue para ti? Hubo algo de inocencia en su pregunta.

-¿Duro? No te imaginas hasta dónde, yo nunca le pertenecí a esa isla, menos aún a otro continente, fui parido por una gaviota.

-¿Y qué es lo que más extrañas de Cuba?

-Extraño tantas cosas, todo me lleva a sus recuerdos y me remontan a vivir una rara pesadilla que lucho constantemente por borrar.

-¿Deseas olvidarla?

-¿Tengo otra opción que la de morir como miles de cubanos aplastados por el peso de esas memorias?

-No sé, pero creo que siempre exista algo que te remonte.

-¡Claro! Pero yo no me atraco con el gorrión de los demás. Digamos que soy un poco más extravagante y me aparto de la media común. Una vez escribí algo sobre los portales, recorrerás miles de kilómetros en este país y notarás que no existen portales.

-Ya tuve la oportunidad de hacer ese recorrido contigo y sentí lo mismo, ¿qué otra cosa pudiera despertar en ti esa vaga sensación de nostalgia?

-En mis escasas estancias en la isla disfrutaba varias cosas que hoy no están a mi alcance.

-¿Cómo cuales?

-Digamos que pescar fue una de ellas, no me gusta hacerlo en el río. Es más, solo consumo salmón rosado por sus características, pero no me obligarás a comer otras especies de agua dulce.

-¿Solo pescar?

-No, cualquier detalle me remonta hasta esa isla, puede ser un lejano embrujo, una maldición que llevamos dentro. Tiene que ser así, ya llevo quince años tratando de olvidarlo todo y no puedo lograrlo.

-Algo debe aferrarse a ti para conservar esa cubanía inviolable.

-Si supieras, cada día que pasa me siento menos cubano, razones fuertes van llegando y justifican mi posición. Creo sin embargo, me destiño menos que otros.

-¿Qué extrañas de Cuba actualmente? En ese momento nos detuvimos y la miré fijamente a los ojos, pensé que ella trataba de desahogar todo su dolor en mis razones y temía herirse con mis justificaciones.

-¡Nada!

-¿Nada? No puedo creerte, algo debe transportarte al pasado. Digamos que una simple canción de Silvio.

-¿Quieres que te sea franco?

-Eso espero.

-No me atrae nada de lo que tortura a una gente común, hablemos de bares, restaurantes, calles, posadas, etc. Digamos que me asustan cosas un poco más simples.

-¿Cómo cuáles?

-Como un simple escaparate, hace quince años que no veo un escaparate.

-¡No jodas! ¿Un escaparate, eso es lo que pudiera despertar en ti viejos recuerdos?

-¡Un escaparate! Hace quince años que no veo un dichoso escaparate, aunque no lo creas.

-¡No, sí te creo! Para serte franca, solo hace dos años que no veo un tareco de aquellos, pero nunca se me hubiera ocurrido.

-Ya ves que soy algo auténtico.

-No lo dudo. Con la luz verde continuamos la marcha y a unos cincuenta metros de nosotros el tráfico se detuvo por la presencia de un ciclista.

-¡Mira a ese! Estoy seguro de que nunca ha visto un escaparate, si tuviera que pedalear por necesidad, como en Cuba, no estaría comiendo mierda a esta hora de la noche por una calle repleta de nieve. Deberían prohibir ésta práctica en invierno, es un peligro y le puede complicar la vida a cualquiera.

-En eso tienes razón, creo que es demasiado peligroso.

-¡Este barrio, este barrio! ¿Lo conoces?

-No tengo ideas, aún me faltan huecos por conocer en Montreal.

-Es el Plateau Mont-Royal, aquí viven la mayoría de los bohemios de esta ciudad, pintores, músicos, artistas, intelectuales de café au lait, políticos trasnochados, aventureros, soñadores, travestís, ecologistas, existencialistas, y muchos, muchísimos ciudadanos que viven de la ayuda social y no quieren agarrarla. Cada vez que pases por este barrio fíjate en la gente que marcha por las aceras, siempre encontrarás a alguien portando el estuche de una guitarra, violín, trompeta, etc. ¡Arte! Puro arte mamacita, pero de agarrarla, nada, es muy rico esperar el chequecito del gobierno todos los días primero, ese no falla.

-No tenía idea de esos detalles que me cuentas.

-Conducir por esta parte de la ciudad es un peligro, pululan las bicicletas, en verano andan por el medio de la calle en patinetas, y cuando se suenan un taladro pueden tirarse delante del auto, ya sabes, andan arrebatados. ¡Qué viva la Pepa! Esto es Canadá, corazón, un inmenso nido de parásitos. Esta puta gente nunca ha visto un escaparate.

-Como que hoy estás obsesionado con ellos.

-Pero razones me sobran, ésta, es una de las partes viejas de la ciudad. Yo quisiera que visitaras los apartamenticos, no caben los escaparates, y no te hablo de los bañitos, no deben ser todos, eso imagino. ¿Las rentas? Por el cielo, pero la gente las paga solo por decir que viven en el Plateau. ¡Qué manera de atracarse!

-¿Y por qué te atraen tanto los escaparates?

-No es que me atraigan, ni me van, ni me vienen, pero cada escaparate debe tener una historia en nuestra isla, son testigos del paso de varias generaciones. Aquí es diferente, cuando la gente se aburre de los mismos muebles los cambian y al carajo, allá no, nada se puede botar.

-No sé, me rompo la cabeza tratando de comprenderte. ¿Marcaron pautas en tu vida?

-Puede que sí y puede que no, recuerdo el primer escaparate vinculado a mi vida y el último de ellos.

-¿Cuál fue el primero?

-¿El primero? ¡Han caído tantos mangos! Recuerdo que vivía en un pasaje del Moro, debes saber que es un barrio de Mantilla. Yo era muy pequeñito y no recuerdo la compañía de otro hermano, precisamente, una de las pocas fotos que pertenecen a esa etapa de mi infancia, fue tomada encima de una mesita de noche que correspondía a ese juego de cuarto.

-¿Y qué pasó con él?

-Recuerdo a mi vieja llorando cuando lo sacaban de la casa por no haber pagado las mensualidades, lo habían comprado a plazo. Luego, aquel cuarto se vio decorado con un bastidor sobre cuatro patas y las ropas colgadas de una soga que colocaron en una de sus esquinas.

-¿Y después de ese?

-Después, pasaron muchos por mi vida. Recuerdo el de mi abuela, era de caoba y tenía tres puertas, como se usaban en aquellos tiempos.

-¿Y después?

-¿Después? Hay millones de historias que pueden ser contadas por los escaparates. ¡Mira! El de Mariela pudiera contarte las veces que hizo el amor frente al espejo. Era de caoba también, pero de un modelo diferente, el espejo se encontraba fijo a la puerta del centro, pero en el exterior de él. Mariela era enferma a colocar una de sus butacas frente a ese espejo y hacer el amor sentada sobre su pareja. Me contaba con descaro que se excitaba mucho y pensaba encontrarse dentro de una película de relajo. Para gusto se hicieron los colores, ¿no?, ella era enferma a eso. Si dejaran declarar a ese escaparate cuántos secretos no revelaría. Era mi socia, yo le compraba comida para mis hijos, ya sabes, la bolsa negra. Mariela no era organizada como mi abuela, cuando abría cualquiera de las puertas de su escaparate las cosas se caían al suelo, era una mezcla extraña de ropas y comidas. Tampoco era una comida cualquiera, ella la conseguía del Círculo Infantil que estaba al lado de su casa. Por la ventanita de su cocina le pasaban el material.

-¿Y tú comprabas comida robada de un Círculo Infantil?

-Al principio me negué y critiqué esa acción detestable. La primera vez tuve remordimientos de conciencia, pero te pones a sacar cuentas y luego te adaptas con facilidad. Si no la compras tú, vendrá otro y lo hará, y si no lo haces, no llevas nada para la casa.

-Es como si todo se corrompiera poco a poco.

-Así mismo es, se van perdiendo escrúpulos y todo se llega a aceptar con mucha naturalidad.

-¿Estuviste con ella?

-No, yo no era su tipo, ella era enferma a los prietos.

-¿Qué dices de tu primer escaparate?

-No tuve muchos y el primero fue prestado. Era un escaparatico con dos puertas de corredera, de playwood, la madera buena había desaparecido de nuestra historia. Creo que ha ocurrido lo mismo en muchos países del mundo, te venden gato por liebre, te lo digo yo que trabajé en una fábrica de muebles, la mayoría son enchapados. Cabían pocas cosas en aquel escaparatico y pienso que resultaba pequeño por mi condición de marino. Para un cubano cualquiera que viviera pendiente de las entrega de la libreta era suficiente, para mí, no. Lo tenía al costado de la cama, separado de ella por una loza de piso, te hablo entonces de unos veinticinco centímetros de distancia. Al lado del escaparatico se encontraba la cómoda, encima de ella dos gaveteros y sobre éstos, columnas de cajas cargadas de mierdas para cuando tuviera un apartamento, allí permanecieron ocho años. En el lado derecho de la cama se encontraba la cunita de mi hija y a los pies de ella la camita de mi hijo varón. ¿Qué pudiera contarte aquel escaparatico? Muchas cosas, las vicisitudes que debe vivir un joven matrimonio cubano cuando comparte una vivienda con más de veinte personas y un perro. ¿Te imaginas cuántas cosas pudiera contar?

-Ni me pasan por la mente, pero en la isla hay mucha gente que nunca han tenido un escaparate.

-Por supuesto, digamos que dejaron de fabricarse desde el 59 hasta la segunda mitad de los ochenta. Por fortuna para ellos, se construyeron edificios con closets, pero no es lo mismo, el escaparate viaja y en cada nueva casa guarda otros recuerdos. Ese mismo escaparate de Mariela, ni te lo imaginas, llegó a La Habana con ella desde Santiago de Cuba. ¿Y ahora? Sabrá Dios cuantas historias conservará en su interior. El mío viajó varias veces, ya sabes, el agregado es como el muerto, apesta al tercer día. Una vez salía de Santos Suárez para Luyanó, otro día regresaba por el mismo camino, la misma maniobra para bajarlo desde un segundo piso antiguo y meterlo en aquella especie de albergue fundado por mi suegra. Su penúltimo viaje lo realizó hasta Alamar, no recuerdo a quién se le regaló después.

-¿Hubo algún escaparate que te marcara en la vida?

-Existieron varios, ¡mira!, recuerdo uno que vio desfilar a varias generaciones dentro de una misma familia. No tengo que buscarlo muy lejos, era el escaparate de mi suegra. Ni te imaginas todas las discusiones y problemas que se originaron frente a su puerta. Hoy reina la armonía en el seno de aquella familia y la vieja está ausente, pero qué pudiera contarte de aquellos tiempos. Era de caoba y tres puertas también, pero la puerta derecha se encontraba cerrada por un gran candado. Dentro de las dos puertas restantes reinaba el caos, la vieja nunca le prestaba importancia. Podías abrirla y al instante se te venía encima un mundo de trapos viejos, inservibles, pero ya sabes que en la isla no se bota nada, todo es útil. Sin embargo, aquella puerta clausurada al uso general era todo lo contrario. Las pocas veces que la vi abierta lo encontré pulcramente organizado, me recordaba a mi abuela, no fueron muchas esas oportunidades. Correspondía a un cuñado muy exquisito en su vestir y manera de vivir, puede hayan sido las razones utilizadas para considerarlo un objeto anacrónico dentro de aquella casa. Las disputas fueron muy sonadas, poco importaron las horas del día, se extendieron al campo político también. Es triste, pero la semilla del odio llegó a invadir las paredes de un hogar y de pronto, hermanos eran enemigos de sus propios hermanos, la suegra sufría a mitad del camino entre ambos campos. Un día cualquiera de 1980, vinieron de madrugada a buscar al dueño de aquella puerta del escaparate. Esa había sido la única propiedad que tuvo dentro de la casa donde había nacido, se levantó en silencio y no se despidió de nadie, escapaba de su familia como cualquier delincuente lo hace de la justicia. Los vecinos dormían, pero aquel silencio fue roto por un grito que todos conocíamos y temíamos; ¡Que se vaya la escoria! El grito salió por la única ventana que esa casa posee en la fachada de la calle, no tengo ideas del dolor que pudo haberle producido. Al día siguiente de su partida, otro de sus hermanos abrió el candado con su llave y repartió todas sus pertenencias de acuerdo a una lista que había dejado, el que gritó había sido beneficiado también por aquel testamento en vida. Poco a poco se fueron mudando de aquella casa y el escaparate continuó allí, continúa aún. Guardó ropas de muchachos que hoy andan por Italia y España, guardó también de otros seres que han quedado atrapados en aquella trampa y viven con la esperanza de salir un día.

-¿Y que pasó con el escaparate de tu abuela?

Mi abuelo murió estando yo en una de esas escalas en Cuba y mi abuela se convirtió en una especie de pelotica de ping pong. Creo que sus muebles fueron heredados por una tía que, dispuso de su apartamento para permutarlo junto al suyo por otro en Luyanó. En esos rebotes producidos durante cada partido, mi abuela aterrizaba en casa de mi madre, era una especie de rifa que nadie deseaba ganarse. Pero ya sabes como éramos nosotros los cubanos, muy pocos viejitos iban a parar en un asilo. Abuela no perdió la costumbre de andar metida en los escaparates, pero para no mentirte, el de mi madre era un desastre, te pasabas media hora buscando la pareja de una media y cuando abrías cualquiera de las puertas se repetían las avalanchas de trapos inservibles. El escaparate de mi abuela siguió su rumbo y viajó por distintos barrios de La Habana, lo imagino ahora por San Miguel del Padrón, bueno, si no lo convirtieron en balsa cuando mi prima escapó para La Florida, debo preguntarle, pero no lo creo, esa madera era muy pesada.

-¿Y el escaparate de tu mamá?

-Ni lo imagino, lo recuerdo atravesado en la esquina de su cuarto en Luyanó, y las peleas de mi vieja con la suya. A veces siento pánico llegar a esa etapa de la vida, no me concibo orinando o defecando detrás de un escaparate.

-¿Y quién lo hacía?

-Aquella dulce vieja que fuera ejemplo de pulcritud y preparaba el mejor café con leche del mundo.

-No te creo, ¿eso hacía tu abuela?

-Eso y mucho más, se perdía el único pan que nos daban por la libreta y nos volvíamos locos buscándolo por toda la casa. A nadie se le ocurriría buscarlo dentro de un escaparate colmado de cosas inservibles, solo un día, en medio de esa lucha por buscar la pareja de una media, alguien podía encontrar la barra de pan enmohecida entre todos aquellos trapos viejos como mi abuela.

-¡Wow! Debe ser terrible vivir en esas circunstancias.

-Son extremadamente dolorosas, llegaba de viaje y mi abuela decía que yo era su hermano, me hablaba de sus amistades y aquella admiración que sintió por un pelotero muy famoso de nombre Pedro Fomental. Yo le seguía la corriente al ver reflejada la felicidad en su rostro, resultaba una acción criminal negarle aquella alegría casi infantil. Ella hablaba y hablaba de un pasado incierto, lo hacía con mucho cariño, pienso que soñaba y no deseaba despertarla. En una de esas grandes ausencias me enteré de su muerte al regreso, habían pasado varios meses, los suficientes para borrar cualquier rasgo de dolor pasajero. Porque en esas circunstancias duele más la vida y la muerte se recibe como sedante o alivio a esa sobrecarga de tensiones y pasiones encontradas. Creo que la muerte es la salida más digna a una existencia, cuando ésta comienza a estorbar la felicidad de los demás. Dejas de ser la pelotica de ping pong que nadie desea recibir en uno de esos rebotes y le ahorras aquel sentimiento amoroso pasado de moda a tus seres queridos, donde en oportunidades, es preferible morir olvidado en un asilo.

-¿Y nunca has visto un escaparate en Canadá? Ella hizo la pregunta con la fundada intención de desviar el tema de la conversación.

-Sí, vi uno y tuve que cargarlo, muy pesado, por cierto. Era propiedad de un griego a quien le vendí mis servicios en ocasión de su mudada hace varios años. Era de una madera preciosa, carísimo, pero nada que ver, era un escaparate sin historia.
                           
     




Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá,
2007-07-09


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martes, 1 de enero de 2019

SOR TIRANA



                                                                SOR TIRANA





Su educación había sido exquisitamente diseñada por sus tías maternas, cada tarde, las notas del piano viajaban entre las hojas del frondoso flamboyán sembrado intencionalmente a diez metros del portal. Se sumergían entre las olas de aire fresco que corrían luego que el sol venciera el cenit y continuara su cansado viaje en busca de reposo. Franqueado aquel obstáculo que se vestía cada año de un plumaje rojo anaranjado, cada nota volaba rasante al suelo y acariciaba con dulzura una alfombra de gardenias, claveles y rosas que se extendía hasta la verja de entrada que nunca se cerraba. Las pausas de aquellas melodías eran interrumpidas por las risas de la niña, el vuelo de sus bucles que respondían al pedido de aquellos Alisios, y los tintines de los cubitos de hielo que se servían en cada vaso de una ritual limonada. ¡No te ensucies la bata! Casi gritaba una de ellas, lo hacían a diario y coincidían con el canto de un arriero caprichoso que se posaba a la misma hora en el árbol.

¡Ese, no!, era la palabra más escuchada en sus oídos infantiles, una limitación incomprensible de movimientos, gestos, pasos, sueños, pensamientos. Un no constante que siempre la condenaba a la inmovilidad física y atrofiaba su mente. Después del caprichoso piano continuaron las letras, las oraciones y confesiones sordas realizadas en la capilla privada de la hacienda, pecados inventados en su imaginación intentando escapar la rutina del condenado a cumplir.

¡Chon, prepara el carruaje! Se escuchaba a menudo y aquella voz estridente era capaz de espantar todas las aves que se encontraba en el jardín. El quitrín esperaba por las amas junto a la fuente adornada por un angelito que nunca fue negro, ni mulato como él. Las visitas tenían un itinerario establecido por las costumbres, casi siempre de un período semanal. Limosnas que se entregaban al sacerdote de la iglesia, un té protocolar en el ayuntamiento, compartido con la alcaldesa y otras damas de sociedad. Mientras intercambiaban chismes de comadres o, compartían las novedades de la moda llegada desde París o Madrid, el precio del ganado en el mercado nacional o, algún que otro verso de la Avellaneda recitado con el fervor y devoción de toda dama de abolengo. El niño nunca contestaba, partía obediente hacia el establo en busca del mejor caballo. ¡Chon, ensilla la bestia de la niña! Era pequeño y sufría el peso de la montura. Ese día, ella salía sin su acostumbrada batica blanca y el pelo había sido delicadamente tejido en una larga trenza que disimulaba con elegancia por una gorra negra. Su profesor de equitación la acompañaba entre órdenes expresadas con palabras ausentes para el niño. Otro día, la veía sufrir en el portal las instrucciones de otra dama mientras le enseñaba a manejar un ejército de cubiertos.

Marita creció satisfaciendo todos los caprichos de sus tías, nunca se supo si las miradas que dirigiera al humilde mulatico fueran de envidia o compasión. Detrás de una nota perdida en el piano, un cubierto caído al piso, un regaño por la limonada derramada sobre sus batas y hasta los enojos de su profesor de equitación, se encontraba la vista perdida de la niña hacia el punto donde estaba el mulatico. Según se comentó entre la servidumbre y pudo ser escuchado por Chon en sus visitas a la cocina, la niña había sido amamantada por la madre de él, una negra que había dedicado toda su vida al servicio de aquella familia donde trabajaron todos sus antepasados. La niña había quedado huérfana durante su nacimiento y el padre perdió la vida en uno de sus viajes comerciales a la antigua metrópoli.

Satisfaciendo los deseos o vanidades de sus tías, tres en total y que compartían aquellas propiedades de la familia, la niña fue sometida a sacrificios despiadados en todo su período de formación. La música fue sustituida por las letras al comprobarse la poca vocación o falta de talento mientras ella crecía al ritmo de sus senos. Luego, todos los intentos por incursionarla en el mundo de las ciencias fueron fracasados y atentaban contra las costumbres de los tiempos. Hubo una exploración fallida de retorno a la música, pero los ritmos y letras comenzaban a cambiar, todo lo bohemio y romántico se convirtió en una prosa agresiva. Viajó en la pintura, escultura, canto, poesía, bordados y cuanto campo estuviera disponible a la educación y formación femenina, pero en ninguno se destacó.

Vientos huracanados invadieron su tierra, ráfagas que desmembraban árboles y familias, destruían nidos, secaban ríos, sembraban odios, secaban tripas, alimentaban envidias. Marita abandonaba su conciencia de niña con la inocencia impuesta, la soledad como reinado y viejos privilegios condenados. Sus tías partieron en viajes diferentes que convergen en un solo punto con pocos metros de profundidad, ella regresó nuevamente a la orfandad. El establo se encontró vacío y el quitrín se oxidó por falta de uso, las fronteras de las cercas derrotaron viejos poderes y estuvo a punto de podar las flores del flamboyán. El recuerdo de una vida quedó limitado al espacio de un simple tinajón utilizado para guardar el agua de lluvia caída, mientras las alas del ángel blanco que adornaba la fuente que presidía el jardín, fueron cortadas para que no escapara y sirviera de testigo el día del juicio final. Chon se escapó en un ataúd diferente al de su madre y espera sepultura a solo noventa millas de su tierra. Marita quedó atrás, esperando por alguien que preparara el quitrín o ensillara su caballo de raza, las flores de su jardín se habían marchitado. El boceto de Picasso que adornó la sala voló con las aspas de un ventilador chino y un equipo de música con ecualizador marca Sansung. Los jarrones de porcelana francesa viajaron a Centro América con las joyas de sus tías y otras antigüedades que fueron patrimonio de su familia. El escudo de su imperio reposa muerto junto a otros que pertenecieron a una especie caduca y traicionada por su ego, dicen que se encuentra en Barcelona, otros aseguran que está en Castilla.

Palabras de odio viajan silenciosas por un teclado que invade el universo, envidias disfrazadas en frases amables, impotencia oculta entre diálogos de extrema sobriedad, quijotescas, barrocas, líricas, góticas. Ambición infinita por el desprecio, frustración, ausencia de amor. Quiso regresar al terreno perdido, pero el tiempo la había sepultado con paladas que luego se convirtieron en toneladas de minutos, el tiempo resultó implacable con ella y eso encendió aún más su furia. Una palabra, una frase, una simple oración la traicionó en un cuento, un relato, un ensayo, un poema escrito por desesperación, era un grito de su soledad, alguien la identificó.

-Niña, ¡mírate al espejo!, ¿qué ves?... No me digas que a Bety la fea, no seas ingenua, al final de la novela ella se convierte en linda y rica. ¿Qué ves? ¿No encuentras frente a ti a una mujer maltratada por los años?... Si fuera eso solamente, hay rasgos que no se pueden mostrar frente a un espejo…La vida es una y no como te aseguraron en la parroquia…Tal vez sí, pero yo soy materialista en este caso, prefiero vivir ésta, nadie sabe si podemos reencarnarnos en un caballo y en lugar de ensillarlo, él lo haga conmigo. ¿Qué ves? Yo sé que no te atreverás a responderme, te diré que vi yo. Una mujer saturada de odios y bigotuda, aferrada a viejas costumbres que pasaron de moda, manifestante de una desmedida tragedia con su ser y conciencia, compañera de una soledad infecunda y de un verso mudo. ¿Qué ves? Lo que yo veo y tú me ocultas, notas de una música que dejó de ser sublime y culta, un cuerpo petrificado que se niega a danzar los ritmos violentos de ahora, fuera de moda, ¿el cuerpo o la música? Pausa.






-¿Me pides un consejo? Yo, el peón de tus caballerizas, ¿a mí? ¡Afeitate! No solo el bigote, ¡rasúrate la barba! Y de paso, pasa la máquina por las piernas y sobaco. Me pediste un consejo, ¿no? Te habla la voz de la experiencia, el vulgar, el inmundo, el aventurero, el promiscuo, el ignorante, el sordo que solo identifica las notas de una tumbadora. ¿Un consejo? ¡Relájate! Sale un poco de ese teclado que funciona como manantial de odio, disfruta un poco la vida. ¡Báñate! No hay nada que se ajuste más al gusto de un cubano que una mujer limpia. ¿Cuántas horas pasas sentada vomitando odio? Descansa un poco y piensa en ti, en tu vida, la que dejaste de vivir y la que te resta por delante. Cuando te bañes trata de restregarte fuerte para que arranques de tu piel el olor que deja impregnada la envidia, busca un lugar donde distraerte. No te preocupes por la edad, siempre aparecerá alguien como tú, un náufrago de la soledad, eso es lo que te pasa. ¡Échate un poquito de perfume! El mal olor del abandono no puede eliminarse de un tirón, el perfume y la peste pueden confundir al olfato más experimentado. ¿Qué eres virgen? ¡Dios mío! A estas alturas es un grave pecado, no te preocupes, la culpa es de tus tías, ¿no eran ellas solteronas? Vamos a ver, vamos a ver… Creo que tu problema es grave, considero prudente visitar a un cirujano, ya sabes, con los adelantos de la ciencia eso se resuelve en varios minutos con anestesia local, o sea, no deben existir temores por un paro cardiaco. ¿Ya eres mujer? Perfecto, reposa dos o tres días para evitar molestias que desconoces y son muy naturales.
¿Me dijiste que ya eres señora?, bueno, ahora es necesario buscarte marido. ¡Mira! Sin complejo ninguno, despréndete de cualquier tipo de prejuicios, los tiempos han cambiado y como demuestras diariamente, tú no estás preparada. Pintorretéate, si no sabes hacerlo métete en cualquier salón de belleza y diles que vas a un baile. Mejor no digas nada, aquí no hay que brindarle explicaciones a nadie, paga y todo queda en casa. Además, nadie va a distinguir si vas a un velorio o fiesta y no es por ofenderte, ¿qué más da?

Ya te afeitaste, te bañaste, te perfumaste y para completar la obra, imagino que estés debidamente maquillada. Te repito, debes despojarte de cualquier tipo de prejuicios, olvida el siglo pasado y sitúate en el presente. Ahora viene la parte más difícil de vencer, por supuesto, pasa por el banco y saca alguna plata, todo tiene un precio en la vida y hay que pagarlo. No olvides que ya se te había ido la carreta y solo te doy un consejo. Muy bien, si quieres, guárdate la plata en los senos a la usanza de tus tías, te lo recomiendo porque imagino seas algo lenta para tu peso y Miami es muy rápida. Algo que no falla, trata de ponerte alguna que otra gangarria de fantasía, solo de fantasía. No olvides que eres gil y desconoces el ambiente del mundo que te rodea. Si te asaltan suelta rápido toda esa porquería, te lo digo para que no vayas a meter la pata y aferrarte a defender algo que no vale nada.

Si no fumas no importa, cómprate una o dos cajetillas de Marlboro, no se te ocurra estar comprando esas marcas de porquería que venden en Miami y saben a rayos. Debes tenerla porque la mayoría de los tembas fumamos, pero tampoco así de someternos a un sacrificio muy barato. Perfecto, vete para “Hoy como ayer”, está en la calle 8, te adelanto que debes pagar para entrar y luego consumir, pero si quieres pasar una noche agradable, trata de ir el día que esté el show de Malena. Si no hay entradas disponibles agarra un taxi y vete para el Café Nostalgia, se encuentra en Miami Beach, no te preocupes, los taxistas lo conocen. ¡Oh! Siempre que esté dentro de tus posibilidades trata de conseguirte un timbre, no debe ser muy grande, que sea discreto y quepa en tu cartera, pero si lo puedes llevar entre los senos o en las ligas de las medias es mucho mejor.

En cualquiera de los dos lugares pide una Margarita, tómala confiada de que no te vas a emborrachar, debes imaginarte como son los clubes cubanos y que siempre se premian los tragos. Si te mareas no importa, creo que es mejor y te ayuda a perder la vergüenza, yo sé como se comportan las primerizas. Bien, ya estás en cualquiera de esos lugares y te encuentras medio mareada, dedícate a campanear todo el salón. ¡Por Dios! Reza para que la borrachera no te de por vacilarle el marido a una cubana. Es más, desde ahora comienza a repetirte sin parar: “No debo vacilarle el marido a una cubana, no debo vacilarle el marido a una cubana.” ¿Te acuerdas de las penitencias que ponían antes las maestras? Por favor, repítelo mil veces para que se te quede grabado en el subconsciente, insisto porque yo sé perfectamente lo que es una borrachera y no deseo que te compliques.

Muy bien, adivinaste que hay un temba solano, no pierdas mucho tiempo. Guíñale un ojo, invítalo a bailar, págale un trago, tírale un besito, ¡haz cualquier cosa que llame su atención!, pero no te demores, piensa que en el salón hay otras viejas desesperadas como tú y te lo pueden levantar. Despójate de complejos y penas, antes, cuando tú eras jovencita, la costumbre era que los hombres enamoraran a las mujeres. Pero esos tiempos han cambiado y cada día que pasa la cosa se pone más difícil, no se puede adivinar del bando que juega la gente, debes ser rápida.

Supongamos que hagas un ligue, la primera pregunta, ¿para dónde voy? Yo sé que estarás nerviosa en medio de tu curda, pero todo es válido. Dile al camarero que te llame un taxi y paga la cuenta del socio también. Dile al taxista que te lleve para cualquier posada de la calle 8, puedo asegurarte que son las más baratas de Miami, aunque bueno, los viernes y sábados suben los precios, pero nada de eso debe importarte, ya te advertí que sacaras plata del banco.

¿Llegamos a la posada? Corazón, insiste en apagar las luces aunque el socio esté medio curda. Borracho y en medio de un apagón la situación puede resultar sencilla. ¡Ah! En la carpeta compra algo de bebida, ya sabes que los cubanos somos curdas, pero no se te ocurra comprar cerveza, tumba el caballo. Si te es posible, trata de comprar en el mercado negro algunas pastillas de viagra, ten mucho cuidado en no pasarte con las dosis, suénasela dentro de la bebida cuando vaya a orinar, generalmente los hombres orinan antes de ir a la cama, no olvides apagar la luz y poner un poco de música.

¡Por fin Marita! ¿Viste qué fácil? Acaba con el tipo antes de que se quede dormido, no te preocupes, el viagra está de tu parte. Grita lo que te de la gana y al volumen que desees, en Miami no están puesto para esas cosas, grita. Vas a ver cómo se te olvida toda esa vida gastada entre teclas haciendo el ridículo papel de santurrona, no te avergüences, más santas que tú forman tremenda gritería. ¡Goza Marita! y deja la bobería, el mundo se acaba, la capa de ozono crece, el planeta se recalienta, el Niño afecta la captura de peces, se acaba el petróleo, la ONU es un bayú y se aproxima una guerra santa. ¡Goza Marita, afeitate, báñate, sacúdete, grita, haz lo que te de la gana! ¿No te das cuenta que Chávez quiere enriquecer el uranio? ¡Ah! Se me olvidaba, si puedes comprarte un taladro, hazlo, puede que no te guste el alcohol. Pero por Dios, deja que la gente sea feliz como les de la gana y no jodas más en los foros, goza, el mundo se acaba.

Recibe un abrazo.. Chon.

PD.- Envíale esta nota a tus hermanitas del convento. Si no ligas nada en esos clubes, puedes pasar por el Versailles, el club de viejitos que juegan dominó en la calle 8, o, averiguar la dirección de todos los homes de Miami.



Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá.
2000-01-10


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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...