Visitas recibidas en la Peña

jueves, 6 de diciembre de 2018

LEGADO



                                                         LEGADO





Estaba sentado sobre el muro vacilándole el culito a dos fleteritas que acababan de pasar. Iban acompañadas de dos tipos blancos, trigueños y con un grajo distinto al nacional. Muy fuerte, penetrante, amargo y con mucho fijador que nos trajo la brisa terral. Las muy cabronas hablaban su lengua, una jerga extraña y ruda a nuestros oídos, el grajo se mantuvo varios minutos con nosotros.


Ando, recorro cada espacio de mi mente, de mí. Sudo cuando viajo por mis viejas calles, aceras que evito por razones que conoces, pedazos de balcones que se van desprendiendo a cada paso, ausencia de flores que nunca me atrajeron como hoy. Primavera oculta y sin bendecir, solo polvo y espanto. Humedad que une piel y tela en un solo cuerpo, pegajoso pánico al qué dirán y ojos que vigilan cada metro consumido, cada olor, cada voz. Miedo sin feudos, realengo de mis temores, manantial de un no eterno, inercia rota al levantar una mano, derecha o izquierda para decir mudamente que apruebo. Movimiento que no puedo evitar, instinto o reflejo condicionado que me garantiza algo, un premio, un aplauso, un equipo, un mérito. Levanto la mano automáticamente, no pienso.


Ando, recorro cada pulgada de mi malecón sedal en mano, olvido la contaminación y lo lanzo luego de varios revuelos, veo donde cae la plomada, la carnada, la esperanza, abro una botella de ron. Buscándola dentro de la jaba, choco con un pan con tortilla envuelta en un pedazo de cartucho, fría, insípida, pálida. Le doy una mordida y con sumo cuidado la coloco en el mismo lugar. Hablamos, siempre hay de qué hablar, siempre existirán razones que accionen la lengua, observaremos hacia todos lados antes de moverla, al frente, derecha, izquierda. Es una pena carecer de ojos que miren hacia atrás, es una lástima no poseer una mente capaz de retroceder en el tiempo, como el viento mismo, que viene y se va, y nunca pasó. ¡Qué triste es olvidar! Mastico y hago un pequeño esfuerzo por tragar, todo pasa por mi garganta seca, ayudo con un trago de ron que me quema, miro hacia el agua, sueño con un pargo.


No existes, no existen los que me rodean, es solo un sueño, pero debo dejarles algo, mi herencia, me anticipo al tiempo. ¿Por qué adelantarme tanto? Temo. No es sencillo vivir con ese temor que me sirve de desayuno y almuerzo, no existes dentro del forro de mis huevos, es solo un sueño, tampoco tengo garantizada una cena con decoro, ¿decoro? Muchas veces pierdo la cuenta, vago entre platos, escucho con atención los cuentos que me dejan.


¡Antes de que se me olvide! Antes del derrumbe del último edificio y deba venir otra generación a construir uno nuevo para vergüenza de los viejos, o quizás lleguen alzando aún más la mandarria para acabar de tumbarlo de una vez por todas, y poder así vivir en un terreno saturado de escombros, y donde cada piedra sepulte con fuerza cada uno de nuestros recuerdos. No te olvides de pagar la cuenta de la luz.


Antes de que el culito del pollo no produzca colesterol y se dejen de hacer chicharrones con su pellejo, y entremos en esa fase tan ridícula (al menos para nosotros), de detenernos en todos los mercados a leer las indicaciones de los fabricantes para conocer la cantidad de carbohidratos y proteínas de cada producto. ¡Oh despiadada puta memoria! No te olvides en este instante del picadillo de soya, ni de la pasta de oca. Ahí te dejo la cuenta del teléfono, cierra los días veinte, pero llamé a Cuba quince veces después de la fecha, debes pagar antes del treinta.


-¿Qué comes? Se ve delicioso.


-Es un bistec de riñonada.


-¿De qué?


-De riñonada.


-¿Y está hecho de los riñones?


-No, por supuesto que no.


-¿De qué parte de la vaca?


-No sé, le dicen bola, boliche.


-Se ve muy delicioso, tal vez me coma uno. ¿Es la misma carne que se usa para la ropa vieja?


-Esa es otra muy diferente a ésta y un poco más cara.


-¿Y de cual parte de la vaca es?


-Ni me imagino, es una bola. Si te pones a analizar un poco la arquitectura de una vaca, pienso que sea cerca de las nalgas, no hay otro espacio para un boliche.


-¡Hummm! Es interesante.


-¡Prueba un pedacito!


-¡Hummmm! Qué rico, delicioso, voy a pedir uno. ¿Por qué a los cubanos de la isla no les gusta?


-¿Qué no les gusta?


-Claro que no, nunca he visto a un cubano comiéndose una riñonada.


-Es que no lo conocen, apenas conocen la carne.


-¿No comen bistec?


-Nunca he visto sacarle un bistec al guardafango de un camión o de una guagua.


-¡Jajajajajajaja! Tienes cada ocurrencia del carajo.


-¿Ja,ja,já? No hay vacas, ¿de dónde carajo lo van a sacar?


-No hay vacas. Antes de Castro había muchas, ahora no hay. Intervino un parroquiano sin nadie solicitárselo.


-¿Y qué pasó? Preguntó con curiosidad aquella vieja dorada por nuestro sol.


-¡Ná! Cosas del imperialismo, metieron un virus, ya sabes, la guerra bacteriológica.


-¿Y mataron a todas las reses? ¡Qué hijoputas son los americanos!


-¡No mataron a nadie! Los toros se volvieron impotentes, algunos se convirtieron en maricones. ¡Ah! No solo los toros. Muchas vacas se convirtieron en lesbianas.


-¡Qué degenerados son los yanquis!


-Ni te cuento, acabaron hasta con las posadas. ¿Me permites continuar con el testamento?


-¡Claro, claro! ¿Dejas algo?


-¡Sí! Muchos recuerdos.






Pastor se coloca unos tres metros a mi derecha, coloca su jaba de yute sobre el muro con movimientos estudiados. Saca una latica oxidada repleta de anzuelos hechos a mano. La latica fue un día recipiente de pomada, la tomo en mis manos y trato de leer, es una pena, las letras se habían borrado y quedé con esos deseos de consumir algo diferente a lo que se leía en los periódicos, solo consignas y logros. Extrajo una botella sudada de agua para beber y me ofreció un trago, sentí como viajaba a su destino el pedazo de pan seco que había tragado unos minutos antes.


-¡Orita pasa el pargo!


-¿Cuándo?


-No sé, dicen que ya comenzó la corrida.


-¿Corrida? ¿Cómo la de los toros?


-No seas comemierda, dale al carajo. Luego se apresuró a revolotear su sedal antes de lanzarlo. Nos agachamos unos instantes hasta que decidió soltarlo, siempre era así, no tenía buena puntería. Unas veces caía a la izquierda, otras a la derecha, no pocas en la amplia avenida. Todos la seguíamos con la vista, la carnada, la plomada y la esperanza. Le dio varias vueltas del sedal a una latica de leche vacía y la colocó sobre el muro. Extrajo de la bolsa un cartucho y le dio una mordida a su pan.


-¿Qué trajiste hoy?


-Pan con tortilla.


-¿Tortilla de qué?


-De huevo.


-No seas berraco, ¿de huevo con qué?


-Huevo con huevo.


-Que aburrimiento, siempre lo mismo.


-¿Y Pancho?, ¿qué trajo? Preguntó o pregunté.


-¿Quién sabrá? Estaba sentado sobre el muro vacilándole el culito a dos fleteritas que acababan de pasar. Iban acompañadas de dos tipos blancos, trigueños, y con un grajo distinto al nacional. Muy fuerte, penetrante, amargo y con mucho fijador que nos trajo la brisa terral. Las muy cabronas hablaban su lengua, una jerga extraña y ruda a nuestros oídos, el grajo se mantuvo varios minutos con nosotros.


-Y hablan de nosotros los negros. Dijo Pancho cuando decidió bajarse del muro para abrir su saco. Extrajo una botella de walfarina y se dio un trago, una macabra mueca mostró su blanca dentadura mientras la botella pasaba a manos de Pastor.


-¿Trajiste algo de merienda?


-No, se me olvidó, se me hizo tarde, la vieja no había llegado del trabajo, ya sabes.


-Ya sabíamos. Pensé, Pastor pensó.


-No hay cráneo, luego compartimos. Ríos permanecía tirado sobre el muro, su teoría sobre el paso del Pargo era bien distinta, no llegaría hasta después del crepúsculo y el sol aún tenía quince grados de altura. Eso solo ocurriría cuando la declinación norte fuera próxima a los veinte grados. No sé quién coño se lo diría, pero no se molestaba en levantarse hasta cumplido esos requisitos donde se descontaban los días de luna llena, cuarto creciente y menguante. Hablaba y hablaba siempre acostado con la cabeza sobre su jaba de yute. Hablaba y hablaba de templetas, solo de eso, tenía un bollo metido en la cabeza.


-¡Me picaron! Gritó Pastor.


-¿Grande o chiquito?


-¡No sé!


-¿Como que no sabes?


-No sé. Solo sé que picó.


-¡Coño! Pero tienes que saber si fue grande o chiquito. Insistió Pancho.


-No lo torturen, dejen al infeliz tranquilo, ¿cómo coño va a saber si es grande o chiquito? Dijo Ríos con sorna.


-Es verdad, nunca lo ha visto pasar.


-¿Van a hacer otra vez la noche conmigo?


-Te estamos ayudando, coño. No puedes meterte toda la vida a pajas limpias. ¡Tienes que chocar con la bola algún día!


-¿No han vuelto a picar? Pancho siempre trataba de desviar los temas de conversación que molestaran a alguien.


-Tal vez se jamaron la carnada.


-Saca entonces. 


-¡Claro, Pastor! Hay que meter y sacar, ese es el tema, meter y sacar. Intervino Ríos nuevamente.


-¡Ven acá, Pancho! ¿Conoces a algún Babalao?


-¿Pa'qué?


-Me recomendaron hacer unos trabajitos y tengo que darle jama a mi Eleguá.


-En el barrio hay muchos.


-Pica o no pica.


-No pica.


-Ya se los tengo dicho, hay que esperar al crepúsculo.


-Tal vez se jamaron la carnada.


-Saca entonces.


-¿Y tienes que darle de jama a tu Eleguá?


-Eso me dijo el socio.


-¡Coño! Eso es un asunto muy serio. Debe ser grave tu problema para que te manden a darle jama al ecobio. Ni jugando se menciona esa palabra en estos tiempos, ¿jama?


-Siempre aparece algo que darle. ¿Picó algo, se jamaron la carnada?


-Tiene una pequeña mordida, voy a lanzarla de nuevo.





-¡Agáchense nuevamente! Ríos se bajó del muro, todos nos alejamos unos diez metros de la posición de Pastor. Revoloteó unas quince veces antes de lanzar la plomada, la carnada y la esperanza. La seguimos con los ojos y vimos chocar contra la puerta de un camión que pasaba tras nosotros.


-¡Oye maricón, afina la puntería! Pastor recogía a toda velocidad el sedal.


-¡Asere! Antes de ir a un Babalao lleva a tu Elegua a un campo de tiro pa'que te corrija la puntería. Ríos se acostó nuevamente sobre el muro.


Antes de que las mujeres puedan colocarse algo decente en sus partes todos los meses y te olvides de eso, recuerda pasarle algo a la Visa.


-¿Llevas mucho tiempo por acá?


-El suficiente.


-¿Cuántos años? Hay que tener tabla, es interesante trabajar con público, muchos desean conocer, es una sed insaciable de curiosidad. Otros revientan y te sueltan todos sus problemas a boca de jarro, y tú cargado de ellos sin dirección donde poder disparar.


-Digamos que unos catorce.



-¿Y piensas regresar cuando cambie aquello?

-¡No, men! De aquí pal polo norte. Prefiero vivir entre pingüinos y osos, todo es venenoso al sur del río Bravo. A mí no me agarra más nunca una isla, son una trampa y este continente es una mierda. La mujer me escucha, calla, piensa. Piensa en el negrito que tiene en Holguín y le baja su manguera de Pascua a San Juan. Pastor comienza a revolotear su cordel nuevamente, Ríos se baja del muro, Pancho y yo nos alejamos unos quince metros. Seguimos atentamente todos sus movimientos, esta vez acertó, vimos como volaban plomada, carnada y esperanza, todas cayeron en dirección al centro del canal.


-¡Asere! No la saques otra vez, no es fácil estar en este sube y baja. Protestó Ríos. ¿Por qué no te empatas con Herminita?


-Porque tiene las tetas grandes.


-Pero es mejor que una paja. Te vas a volver loco con ese queso acumulado en el coco.


-Tal vez si chocaras con la bola afinarías la puntería a la hora de lanzar la plomada.


-Es decir, el tipo que ustedes conocen está falta de aquello.


-¡Asere! No comiencen con la misma trova, luego acabamos en peleas. No se olviden que Pancho es patriota.


-¿Patriota?


-Me suena rara esa palabra, la usan tanto en Miami.


-¿Y cómo te enteraste?


-Por pura casualidad.


-¿Casualidad?


-Sí, casualmente estaba sintonizando una emisora y me entró Radio Martí.


-¡Qué casualidad!


-Hoy estaba en una parada fumándome un cigarro y cuando llegó la guagua, tú sabes. ¡Muchacho, pa'qué fue aquello!


-¿Mucho lío pa'montar la guagua?


-¡Ná de eso! Viene un tipo y me grita, ¡No lo bote compañero!


-¿Te pidió el cabo?


-Que no era cabo tampoco, era sargento.


-Pero eso es normal, ¿no has visto a los que recogen cabos en la calle para fabricar Tupamaros?


-Sabes que siempre estoy afuera, ¿qué dirán de nosotros las nuevas generaciones?


-No te rompas el güiro, ellos tendrán sus períodos especiales como éste.






Antes de que las cosas cambien y se pueda entrar a un hotel, no pido tanto, solo una posada decente donde hacer el amor, y un lugar donde hacer el amor no sea solo templar, un espacio donde sea posible amar. Antes de que llegue ese inevitable tiempo, te dejo la deuda con la Master Card.


-¿Ese es Silvio?


-Sí.


-¿Te gusta?


-¿Por qué, no? Hijoputa aparte, es buen compositor.


-No es por ná malo, solo que como es miembro del Poder Popular.


-Si pudiéramos sentarnos un día a disfrutar a Silvio y Pablo junto a la Stefan y Willy Chirino. ¿No crees que fuera maravilloso?


-No es mala idea, pero ya sabes.


-¿O es que Celia no ha sido una gloria de Cuba?


-No digo lo contrario, solo pienso.


-Pero no se resuelve nada con pensar, hay que hablar.


-Eso creo, ¿te has vuelto moderado?


-¿Y a quién consideras extremista?


-No te considero, son solo rumores.


-Ya pasaron exactamente veinte minutos del ocaso, ¿ven el cielo?, éste es el crepúsculo. Comienzo a pescar. Se bajó del muro y buscó dentro de su jaba de yute. 


Sacó un cartuchito que fuera sometido a la presión de su pesada cabeza, Ríos era cabezón, lo es porque no ha muerto. Le dio una mordida a algo, Pastor se mantenía en silencio y saltaba ante las picadas de posibles enanos Ronquitos, era así de nervioso. Todos giramos la cabeza al mismo tiempo, la misma chamaca con el tipo de la peste conocida. Andaba mostrando la punta de su blumersito, ¡qué raro!, no era el horario de la brisa terral, se había roto el ciclo, es probable que haya desaparecido la marea barométrica sin darnos cuenta. No es probable, es seguro. Revoloteó varias veces mientras nos agachamos y su plomada, carnada y esperanza cayeron bien lejos, no se puede negar que tenía mejor puntería que Pastor, pero era desesperado.
Antes de que se me olvide y no hagan falta evaluaciones firmadas por el secretario del partido. ¿Evaluaciones para qué? Se preguntarán. Tal vez para una escuela, un refrigerador, un teléfono, un apartamento, pa'lo que sea. Cuando las cosas cambien inevitablemente y todos pierdan la memoria, no te olvides de la renta de la casa.


-¿Y cómo llegaste? Aquella pregunta era una constante como pi por erre al cuadrado.


-Hasta'qui no llegan balsas, esto no es Miami.


-¿Y cómo llegan los cubanos?


-¿No lo sabes o te haces el comemierda? Pienso.


-No lo sé. Mientes y lo sabes, trato de fingir.


-Llegué en un barco y deserté.


-¡Ahhh!........Silencio.


-Ya sé que no te gustó mi respuesta, no te caigo bien. Preferirías escuchar que llegué casado con una quebeca. ¡Claro que sí! Y luego inventarte miles de fantasías sobre los lazos que unen a ambos pueblos. ¡Ahhh! Pero ocultas que esos matrimonios duran menos que un merengue a la puerta de un colegio, ¿no es verdad? Ya sé que entre los mojones que tienes metidos dentro de tu cabeza yo soy un gusano, ¿y aquellos?, ¿cuántos se han casado por amor?, ¿cuántos?, ¿no sabes o te haces el bobo?


-¿Conoces Cayo Largo?


-No.


-¿Cayo Coco?


-No.

-¿Cayo Guillermo?


-No, ¿lo conocen los cubanos comunes?


-¡Ahhh!........ Silencio.


-No hablas porque no te conviene, ¿puede entrar mi gente a esos lugares dentro de su propio país? Para qué hablar.


-¿No te han picado?


-No han picado.


-No importa, saca y revolotea de nuevo, cambia de posición la carnada.


-¡Asere! no estés mandando a Pastor a revolotear, el tipo es un peligro.


-Qué importa si debemos movernos o nos rompe la cabeza, algo debe despertarnos.


-¿A qué hora es la corrida del pargo?


-Quién carajo lo supiera, solo pasan jineteras.


Antes de que se resuelva la situación de la carne con el invento de las vacas enanas, y no existan apagones que interrumpan el funcionamiento de las famosas ollitas arroceras. Antes de que resuelvan el problema del transporte y no sea necesario enviar bicicletas. Cuando dejen de prohibir el uso de las antenas parabólicas, y las putas dejen de ser consideradas personas de éxito, y los padres dejen de vivir del sudor de ellas. Te dejo la cuenta de la electricidad, no es mucho.


-¡Me picó!


-¡No jodas!


-Ni se te ocurra sacar y revolotear.


-¿Quieres una cerveza?


-Tráeme una si te llegas hasta la nevera.


-¿Correrá el Pargo hoy?


-No sé, tira el cordel hacia el sur.


-¿Qué será de la vida de Pastor?


-Creo que se casó.


-¡Ñoo! Encontró mujer, cómo será.


-¿Cómo te va, te vas adaptando?


-Es duro.


-Nada es fácil en la vida, te adaptas o continúas con la depresión del principio.


-¡Me picaron!


-¡Deja que se la trague! Tú también eres un peligro. ¿Qué será de la vida de Herminita?


-Debe ser una vieja con las tetas por el piso. 


-¿Estará viva? ¿Y sus hermanas Estrellita e Hilda? ¿Y Pancho, y Pastor?


-¿Qué será de ellos?


-¿Han picado de nuevo?


-No.


-¡Me picaron!


-¡Deja que se la trague! Tú eres un peligro.


-¿Qué será de la vida de Ríos?


-Hace unos meses que se piró.


-¿Se llevó a la mujer?


-No, salió por carta de invitación.


-¡Qué drama! A saber el tiempo que tarda en sacarla.


-¿Te han picado nuevamente?


-No.


-¡Saca y tira un poco hacia el norte! ¿Pasará el pargo hoy?


-Puede que veinte minutos después del ocaso. Un grave olor amargo, penetrante y fuerte les hizo virar la cabeza. Una chamaquita de unos quince años andaba junto a un extraño de lengua conocida. No era el horario de la brisa terral, es probable que esas alteraciones hayan sido producidas por la presencia del Niño o las perforaciones de la capa de ozono. Pensó Pastor mientras Pancho se dirigía a su Lada en busca de una botella de ron.


-¿Te acuerdas de cuando las mujeres usaban calzoncillos atléticos?


-Sí.


-Te acuerdas de cuando nos hacíamos camisas con telas de sábanas?


-Sí.


-¿Te acuerdas de la Walfarina?


-Sí.


-Hoy le llaman Chispa'e'tren. ¿Te acuerdas de todas las promesas incumplidas?


-¡No! Ni nunca te acordarás, siempre pasa lo mismo, unos pierden la memoria con la CocaCola, otros la pierden con un Lada, que lástima, así se perdió un Unicornio.


Antes de que se me olvide y se reconstruya La Habana, bueno, antes de que renazca como ave de Fénix sobre sus cenizas, porque habrá que construirla nuevamente. Antes de que todo eso ocurra y yo no esté presente, acuérdate de pagar la factura del carro.


-Papi, ¿puedes cambiar la música?


-¡Coño! Pero esta música es cubana.


-Por otra más moderna papichuli.


-¿Les gusta Isaac Delgado?


-¡Perfecta!


-¡Ñoo! Se manda y se zumba esa enana, tremenda cintura. ¿Es de aquí o de allá?


-Es cubana.


-No existe mejor respuesta.


-¿Pica algo?


-No.


-Voy hasta la nevera por otra cerveza, ¿quieres otra?


-¡Tráeme una Presidente!


-Aprovecha y saca, tira más hacia el sur.


-¿Pica algo?


-No.


-Recoge y vámonos pal carajo, este malecón está lleno de jineteras.


Antes de que se me olvide y sea normal viajar en ambos sentidos. Antes de que soplen a todos los palestinos que son policías en La Habana. Antes de que se marchen todos esos viejos de mi generación y se borren las cosas de la mente. Solo deseo una cosa, dejarles a las nuevas generaciones mi herencia. Decirles que aquel sueño bonito en el que envolvieron a tantos cubanos fue una mierda, una reverendísima mierda. No te olvides de pagarle al gobierno los impuestos.


Ando, recorro cada espacio de mi mente, de mí. Sudo cuando viajo por mis viejas calles, aceras que evito por razones que conoces, pedazos de balcones que se van desprendiendo a cada paso, ausencia de flores que nunca me atrajeron como hoy. Primavera oculta y sin bendecir, solo polvo y espanto. Humedad que une piel y tela en un solo cuerpo, pegajoso pánico al qué dirán y ojos que vigilan cada metro consumido, cada olor, cada voz. Ríos apuntó y lanzó hacia el sur, ambos seguimos con la vista el viaje de la plomada, la carnada y la esperanza.










Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá.
Lunes, 13 de Junio del 2005






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martes, 4 de diciembre de 2018

LA ESPERA



                                                              "LA ESPERA"



                                        

Con desgano sacó el brazo de abajo de la sábana y oprimió el botón para detener el molesto ruido del despertador. Lo molestaba para dormirse, más que un reloj parecía una locomotora aquel despertador ruso. Para poder conciliar el sueño siempre lo dejaba fuera del cuarto, entonces, cuando ya estaba dormido, su mujer lo colocaba encima de la mesita de noche que quedaba a su lado. 

Tenía el pene erecto, siempre se despertaba así y le gustaba, antes de tirarse de la cama se lo acariciaba un ratico y le entraban deseos de metérselo a su mujer. Aquel falo era motivo de mucho orgullo para él, no fueron pocas las veces en que se despertaba en la mañana y se encontraba a Victoria mamándoselo. Lo hacía bien rico, todo lo hacía maravillosamente bien en la cama, ella era bien puta haciendo el amor y esa era una razón que lo mantenía tranquilo al lado de su esposa. Nunca sabía cuándo ella tendría hambre y no podía estar gastando las balas con cualquier cosa. Siempre que eso fuera a suceder y que resultaba muy a menudo, debía ser con algo especial, allí en ese país, nada era tan importante como templar.

La mayor parte de las veces le gustaba dormir desnudo, a Victoria siempre le encantó eso, como también andar descalza por la casa. Cuando los muchachos se marchaban a la escuela, se ponía a hacer los menesteres totalmente desnuda, nunca aguantaron más de una hora así, sin hacer nada. Mario se calentaba viéndola caminar con esas ricas tetas que se movían para todos lados provocativamente, entonces, salía disparado y la agarraba en el fregadero. Cerraba la pila del agua y la acostaba en la mesa del comedor, allí se lo mamaba como si estuviera desayunando o comiendo algo. Le encantaba ir separando aquella tupida y oscura pelambre hasta llegar al final del camino, ella gemía, más que eso gritaba y lo obligaba a poner música para que los vecinos no se enteraran. Siempre lo hicieron en distintos lugares de la casa, en variadas posiciones para no aburrirse. A veces Mario pensaba y se preguntaba, ¿de cual manera era posible hacerlo en el techo?

Hoy tenía que regular esas locuras, no se podía vivir templando sin comer. Era una lucha entre el placer y la sobrevivencia, él lo sabía, pero quien se atrevería a decirle que no a aquella sabrosa mujer. Después que se la acarició como de costumbre, se olió la mano y sintió olor a pescado, había olvidado que esa noche tuvo relaciones con ella. Victoria conocía cada pulgada de su cuerpo, cuando deseaba templar, se bañaba antes de acostarse y se echaba dos goticas de perfume en el cuello. No podía darse el lujo de gastar más, no se sabía desde cuando no lo vendían en el país y usándolo de esa manera, aquel pomo que le trajo un primo de Miami, le estaba durando años. Después en la cama, se le arrimaba por la espalda y le ponía su gran pendejera entre las nalgas mientras su aliento le daba directo a la nuca. Nunca soportó diez minutos sin despertarse y diera la vuelta para encontrarse directamente a los labios que lo esperaban. La besaba y bajaba, chupaba aquellos juveniles senos duros como un par de manzanas, pero su camino nunca se detenía allí, era enfermo a cubrirse el rostro con aquella montaña de vellos. 

En el cuarto había claridad, penetraba por las rendijas de las persianas, las producidas por el defecto de su fabricación y las ocurridas por la ardua labor de los incansables e insaciables comejenes. Por esos agujeros entraban también la frialdad del invierno y las aguas de las tormentas, no se sabía si llovía más adentro que afuera. Con las manos oliendo a ese pescado agradable, se restregó los ojos y antes de abandonar la cama, levantó levemente la sábana para contemplar el cuerpo de su mujer. Tenía deseo de seguir allí tirado, aquella pendejera lo volvía casi loco, suspiró mientras sus piernas se apartaban de aquella imagen y buscaban las viejas chancletas. El piso de losa estaba bien frío, le era desagradable cuando no afinaba la puntería y sus pies aún calientes de la cama lo pisaban. 

Siempre que se levantaba quedaba frente al espejo de la cómoda, allí miraba su pene aún tieso en lo que se ponía el pijama. Luego, hacía un breve recorrido por el apartamento, revisaba el cuarto de cada niño y de esta manera daba tiempo a que se le bajara, de lo contrario, casi siempre se orinaba fuera de la tasa del baño y Victoria peleaba mucho por esto. Involuntariamente se paraba frente a un afiche del Ché que tenía colgado en la sala, siempre le decía algo con la mente, casi siempre era lo mismo o parecido, pero tenían igual significado: "Compadre estamos embarcados, tú porque caíste en una emboscada, nosotros porque estamos emboscados. Hacía falta que estuvieras aquí ahora y me dijeras si esto es lo que habías soñado”. 

Todos los días era lo mismo, nada cambiaba en aquella casa desde hacía muchos años, cuando terminaba de hablar con el Ché se iba a orinar. La tasa del inodoro tenía una fisura en forma de cuña en la parte interior de ella, era pequeña pero no dejaba de ser peligrosa. Mario la utilizaba para realizarse un test cada vez que bebía, que era muy frecuente también, cuando se sentía algo mareado y le entraban deseos de orinar, dirigía el chorro para pasarlo por aquella pequeña fisura, si no mojaba el borde de la tasa, quería decir que no estaba borracho y podía continuar bebiendo. Siempre lo hacía y nadie lo sabía, si por el contrario le fallaba la puntería, eso quería decir que estaba listo para irse a la cama, no había nada mejor para medir el grado de alcohol en el cuerpo, si algún día llegara a ser policía lo iba a proponer, pero siempre dudó que esto sucediera. 

Después de orinar y expulsar pequeños residuos de semen que le quedaban en el caño del pene, fue hasta los estantes de la cocina. Allí abrió la lata que utilizaban para guardar el café, estaba oxidada, era de aquellas que se emplearon muchos años atrás cuando se vendió café instantáneo que venía de Nicaragua. Como cayó el Sandinismo, ellos también bloquearon la isla, no se cansaba de pensar lo mismo cada mañana. Tampoco le importaba un comino que la lata estuviera oxidada, lo que le encabronaba era que estuviera vacía, cada mañana repetía la operación para encabronarse desde horas tempranas. 

Salió al patio para arrancar unas hojas a la mata de naranjas que sembrara un viejo vecino para prepararse una infusión, era sabio aquel viejo casi ignorante, sembró de todo antes de que cayeran los rusos. Era como si lo hubiera previsto, si se llegaran a enterar  de eso, seguro que lo acusan de ser agente de la CIA. Sembró jazmín, mejorana, naranjas, limones, anís y una pila de otras yerbas que servían para hacer cocimientos. De verdad que al negro tenían que darle una medalla, pensaba Mario cada vez que arrancaba una hoja del naranjo. No se atrevía a tomar de las otras plantas por temor a ingerir algo que fuera para provocar abortos, disminuir el estreñimiento y quién sabe cuántas cosas más, esas yerbas solo las conocía aquel pobre viejo. 

Entró a la casa con unas cinco hojas y puso Radio Reloj. Cuando abrió la pila del fregadero no había agua, aquello lo encojonó porque ahora tenía que esperar a que se levantara Luis, el vecino del quinto piso, quien era el que tenía la llave del motor. En ese país todo era muy organizado, cada cual tenía sus responsabilidades, como ese vecino que nadie conoce y es el encargado de anotar el número de las placas de los autos, que se parquean en esa cuadra para llenar una boleta y enviarla al Ministerio del Interior. ¡Control, mucho control! Se repetía constantemente Mario. Abrió el refrigerador y vio que afortunadamente habían varios pomos plásticos de los utilizados para envasar CocaCola llenos de agua, no recuerda quien los trajo a la casa, pero de verdad que han sido muy útiles, de verdad que los malos hacen cosas buenas, pensó. 

Radio Reloj no paraba de hablar sobre los éxitos logrados en la ganadería, planes agrícolas, sobreproducción de huevos, los millones obtenidos en la presente zafra, etc. Como hablan mierdas se decía siempre, no hay comida de ningún tipo, solo existen en los noticieros. ¿Qué carajo tendrán que ver los americanos con la malanga, las gallinas, el aguacate, el boniato? De verdad que soy hasta medio masoquista, pero si no oigo esas mierdas tengo que estar entrando al cuarto para ver la hora. 

Llenó un jarrito con agua y lo puso a calentar con las hojas de naranjas, no las lavó porque pensó que cuando hirvieran se morirían todos los microbios. Se dirigió al baño nuevamente y levantó la tapa del tanque de agua del inodoro, estaba vacío. Solo quedaban dos dedos que Victoria podía utilizar para lavarse el bollo, él podía continuar con el olor a pescado en la pinga hasta que regresara del trabajo. No había sido la única vez que lo hacía, lo jodido era que si se le presentaba algún palo por la calle, tenía que plancharlo. 

Agarró otro jarrito y lo lleno de agua fría para calentarlo un poco y poder lavarse la car, mientras fue hasta el cuarto para agarrar su ropa. Victoria estaba media destapada y dejaba ver uno de sus senos, eran hermosos, sintió deseos de tirarse junto a ella y dejar que todo se fuera a la mierda ese día. El radio dejó de escucharse, lo único que falta es que ese tareco se rompa ahora que no hay piezas de repuesto, se dijo, pero al salir comprobó que se había ido la luz. -¡Cojones!, cuando el mal es de cagar no valen guayabas verdes. Expresó en voz alta. 

Del estante que había debajo del fregadero sacó un reverbero de alcohol y lo puso encima de la meseta de la cocina. Lo encendió y colocó sobre él aquel jarrito con las hojas de naranjas, allí mismo en el fregadero, se echó el agua casi congelada en la cara mientras su enojo aumentaba. 
Media hora después se bebía el mejunje preparado, ya estaba vestido y listo para partir. Del cenicero que tenía en la sala prendió un cabo de cigarro, por el tamaño era sargento, debía dejarle algo a Victoria para que se diera una cachada cuando se levantara. 
Lo apagó nuevamente y con un beso fue a despertarla, cuando lo hizo y para joderla le quitó la sábana. Vio que tenía un chupón encima de la teta izquierda y a cada lado de los muslos muy cerca del bollo. A ella se le notaban mucho por la blancura de su piel, algo raro en ese país, pero ese detalle le encantaba. Hacía un gran contraste con la negrura de su pendejera y eso era lo más importante para él. 

La parada de la guagua estaba repleta, habían más de doscientas personas desesperadas, unos amarillos que habían puesto, para obligar a los vehículos del Estado a transportar personas, no podían resolver nada. Le decían así por el color de sus uniformes, pero de nada servía ese color, el que jodía en este país era el rojo. Mario se sentó tranquilamente a esperar, eso era, se había convertido en un especialista de la espera. Todos allí lo eran, esperaban, había que esperar cualquier cosa, que pasara un camello que los llevara, que avanzara una larga cola, que llegara el aceite en Julio para luego esperar hasta Diciembre, que los partiera un rayo, que se muriera el viejo papagayo, que llegara la luz, que viniera el agua, esperar, todos se resignaron a esa palabra como si esperaran un milagro. Nadie daba el primer paso, estaban atados, esperando que las cosas cayeran por su propio peso, como caen los mangos. 

Pasaban las horas y seguía sentado en ese pedazo de césped que aún quedaba vivo, no se aburría, la gente hablaba y hablaba, menos mal que ahora podían decir algo, no todo, pero casi siempre, al finalizar, les echaban la culpa a los americanos. Era como para limpiarse de lo que habían dicho, por si acaso los había escuchado un vecino. Mirar era otra de las cosas que se podían hacer, buenas hembras sin sostenedores, no porque fuera la moda solamente, sino porque no los había en el mercado, ricas tetas pensaba Mario, para estarlas mamando toda la vida, aunque pasen mil camellos. 

Tres horas después, pudo montarse en uno de esos artefactos diabólicos, iba parado detrás de una negra culona que se sintió incómoda con su presencia. Buscó la manera de apartarse de aquel culo duro para evitar que con el movimiento se le parara y le fueran a dar un escándalo por jamonero. La peste a grajo y culo se sentían en toda aquella jaula rodante. Era de suponer, si no había comida, menos aún existirían los desodorantes. Alguno de los que allí viajaban se tiró un peo, pero de esos bien apestosos que recorrió las narices de más de cien personas, ¿qué habrá comido ese hijo de puta?, pensó Mario en medio de aquella tortura, debe haber comido algún animal muerto, yo lo que tengo en el estómago no me alcanza para la mitad de eso. Por la carretera hacia La Habana, cientos de seres famélicos andaban en unas pesadas bicicletas chinas, había que tener huevos, pensaba sin descanso, le ronca el mango ir en esos tanques de guerra con el estómago vacío, pero el problema no era ir, el gran lío se lo buscaban al regreso. La mayoría de esos infelices, no tenían fuerzas para subir la loma de entrada a Alamar pedaleando, por esa razón se veía una gran caravana de seres a pie empujando sus bicicletas. ¿Qué carajo me importa si llego tarde o no llego? Ese no es mi problema, se justificaba diariamente.

En el trabajo nadie hacía nada desde quien sabe cuándo, hoy no había electricidad, pero aunque la hubiera de nada serviría, no llegaba madera de Rusia para hacer muebles, pero aun así, cuando la tenían faltaban los clavos, otro día los tornillos, no tenían cola, cola de la que se calienta y huele a mierda, allí no conocían la cola fría eso era un lujo. Si hubieran mandado a hacer la cruz para crucificar a Cristo en esta fábrica, aún el hombre estuviera vivo. Todavía se acordaba del día que le propusieron ir a trabajar en la Siberia cortando madera, hay que estar loco para aceptar eso teniendo a una mujer tan rica como Victoria. Además, ¿qué carajo se me perdió en esos cabrones bosques? Siempre hubo locos que por montarse en un avión fueron a parar allá, esta isla ha dado de todo, mira que somos carneros. En esto gastaba la mayor parte del día, pensaba y hablaba consigo mismo, no le gustaba expresarle lo que sentía a sus compañeros de trabajo, porque la experiencia le enseñó a no confiar en nadie, había muchos chivas. 

Todos los días se hacía una guardia vieja, así le dicen a esos recorridos por todo el taller limpiando. De tanta limpieza realizada el piso brillaba y en lugar de ser una fábrica, parecía una exposición de herramientas y maquinarias. El resto del tiempo lo empleaban en hablar mierdas y en esperar a que ocurriera algo, esperar por la madera. Eso sí, no dejaba de participar en los trabajos voluntarios y actividades políticas para cuando mejorara la situación, si es que alguna vez mejorara y volvieran a repartir efectos eléctricos para las casas por el sindicato. Aquella idea no le agradaba mucho, porque en esas reuniones los compañeros se volvían fieras luchando uno de esos aparatos, entonces, se echaban palante, se sacaban trapos sucios que nada tenían que ver con el trabajo, como aquella vez que a Ñico le dijeron que era un tarrúo. No sé cómo se enteraron, debió haber sido con las viejas chismosas de los comités. Temía que un día le dijeran que Victoria le pegaba los tarros, le gustaba tanto que a lo mejor se lo perdonaría, era mejor comer bueno entre dos que mierda uno solo, pensaba con frecuencia.  

Las horas pasaban lentamente, ya no había donde merendar y la comida del comedor desapareció como por encanto. Se perdió no solo en el trabajo, se esfumó en todo el país y cuando llegaba la hora del regreso estaba tan débil, que poco le importaba a la hora que llegara a la casa. Casi siempre le tomaba altas horas de la noche, encontraba el barrio oscuro y la casa sin agua, Victoria encabronada y los niños dormidos. Ese día era de fiesta, su linda mujer lo esperaba con arroz y huevos fritos, le contó que los había luchado, no le gustaba que le hablara en esa lengua, luchar era empleada por las jineteras, luchar lo decían los ladrones, los de la bolsa negra, luchar era empleada por el Estado, no se le olvidaba aquel lema que decía hace treinta años, “El presente es de lucha, el futuro es nuestro”, vaya mierda que me reservaron con tanta lucha, se decía. 

El día que había luz, entonces metían una asamblea del Poder Popular, ahora se hablaban más mierdas que nunca, como aquella ocasión en la cual alguien habló sobre el estado de las ventanas y las puertas del edificio. Le contestaron que la culpa de eso la tenían los rusos, entonces el vecino manifestó:  - Coño, de verdad que no entiendo, antes la culpa de todo la tenían los americanos, ¿ahora la tienen los cabrones rusos?

La gente se reía de esas ocurrencias, todo en ese país era un chiste, un relajo, había que buscar siempre a un culpable y ahora le tocaba a los rusos. Mañana se buscará a otro, había que reírse mientras tanto, había que esperar, pero en esa espera pasaban los años. Nadie decía nada, ya nadie era comemierda, en el molote de gente siempre aparecían desconocidos, de los que no vivían en la barriada, pero la gente sabía identificarlos, eran de la policía y del Partido, por eso nadie decía nada, reír era lo más oportuno y saludable. 

Siempre inventaban algo para mantener ocupada a la gente, al menos, para no darle tiempo a pensar en lo que les rodeaba. Cualquier cosa venía bien, una reunión en la escuela de los muchachos, un círculo de estudio para las Federadas, una preparación combativa contra una guerra fantasma, un trabajo voluntario, de verdad que inventan, pero no se les ha ocurrido inventar algo contra el hambre, la vida es una mierda, pensaba Mario quien ya se acercaba a los cincuenta. Cuando se miraba en el espejo a la hora de afeitarse, tenía el trabajo de inventariar las arrugas, contar los pelos que se le caían en cada peinada, luego se decía muy tranquilo: -Me voy en picada, ya comenzó a caerse el pelo, dentro de poco se caerá el palo, ¿qué pasará con Victoria? La vida se le convertía en un círculo vicioso, nada nuevo pasaba, era repetitiva, todos los días lo mismo, la misma muela, como si fuéramos una nación de comemierdas, no existía otra salida. 

El pescado desapareció de los mercados, nadie se explica la razón, teníamos una flota muy grande y aunque no le gustaban mucho los que vendían, por lo menos resolvían algo. Se fueron los pescados, todos emigraron, de la misma manera que lo hicieron los pájaros, todos se van, nadie entra, nadie pide quedarse en este paraíso, nosotros somos los únicos comemierdas. ¿Qué dirán de nosotros allá afuera? ¿Qué somos unos pendejos? ¿Qué aguantamos demasiado? Me refiero a la gente común, a las del pueblo, no a esos cabrones que llegan a vacilar con nuestras jevas. De verdad que nos han reducido a mierda, si dicen que somos pendejos tienen razón, si dicen que somos aguantones, están diciendo una verdad tremenda, ¿hasta dónde llegaremos? Hay que esperar. 

Los fines de semana Mario se levantaba muy tempranito y con una jabita hecha de saco, donde guardaba todos sus avíos de pesca, que no eran tantos, se marchaba a la costa, lo hacía sin carnada. Buscaba entre los dientes de perro alguna sigua, uno que otro macao y con eso se sentaba en un viejo y destartalado espigoncito donde en varias oportunidades se le pegara algo. Caminaba por el accidentado terreno y no encontraba un dichoso caracol de esos para extraerle el animalito y colocarlo en el anzuelo. La gente había barrido con ellos, dos o tres años atrás abundaban por este litoral, desaparecieron hasta los cucarachones, es increíble el poder del hambre, lo destruye todo, es como una plaga, pensaba constantemente, el día que se enteren que en algunos países se comen los erizos, pobres de ellos. 

La costa estaba desolada, antes, mucha gente amanecía con termos de café, alguna botellita de ron  dos o tres pescados. Había silencio y eso le gustaba, el mar era todo suyo, nadie le interrumpiría mientras pensaba, estuvo de suerte y descubrió cuatro siguas que estaban bien escondidas entre las rocas, se puso contento y preparó tres sedales, siempre cargado de esperanzas: -Si pica alguno, lo fileteo y lo tomo de carnada. Se dijo, mientras los lanzaba lo más  lejos que pudo en distintas direcciones y les ponía unas laticas que encontró para que hicieran ruido en caso de que picaran.  

Se sentó de frente al mar y sacó un cigarrillo. En la jabita llevaba un pomito de medicina con un buchito de café, era rico ese día. Lo volvió a guardar para que ningún inoportuno pescador le pidiera un poquito en caso de que alguien llegara, prendió el Popular y aspiró profundamente la primera bocanada. Fue soltando el humo poco a poco mientras miraba al horizonte y esperaba. Solo era necesario eso, esperar y dar tiempo para que algo se le pegara, el sol comenzó a elevarse por encima del horizonte, a sus espaldas la ciudad, silenciosa, casi muerta, no sabe desde cuándo se habían ausentado los ruidos de los motores de las guaguas Ikarus. Los edificios que una vez fueron blancos, exhibían unas grandes manchas negras, las tablillas de las persianas ya no corrían paralelas. En las tendederas solo se colgaban trapos viejos que muchas veces eran robados. La gente dormía con las bicicletas en los cuartos, el que tenía una moto la parqueaba en la sala, carros que se amarraban con cadenas a los postes, ventanas cubiertas por rejas rústicas, hechas de cabillas robadas, apartamentos que parecían celdas, todos temían, todos dormían, hoy era Sábado, buen día para una borrachera, pensó. 

El tiempo pasaba sin que se diera cuenta, mientras el sol calentaba con más fuerza, ninguna de las laticas sonaba y él continuaba con la mirada perdida en la profundidad del horizonte. Tratando de adivinar qué sucedía del otro lado, muchos de sus amigos lo habían conquistado, otros quedaron a mitad del camino, fueron los más impacientes, los que no pudieron esperar. Se estaba cansando de aquella espera sin frutos, las nalgas le dolían y el mar comenzaba a agitarse, algunas olas lo habían salpicado y por el ruido que producían no se percató de la presencia de un anciano. 

-Buenos días compañero. Dijo aquel extremadamente arrugado viejo. 

-Buenos días. Contestó solo por cortesía, le encabronaba que lo llamaran compañero sin conocerlo. 

- ¿Pica algo? 

- Nada. Respondió a secas. 

- Hace tiempo que aquí no pesca nadie, toda esta zona se ha quedado sin peces, el hambre aprieta. Le dijo el viejo tratando de sacarle conversación a Mario. 

- Eso veo, parece que he perdido mi tiempo.

- ¿Entonces, qué esperas? Ya son las diez de la mañana y a esta hora no picará nada.

- ¿Qué espero? A que terminen el invierno y la primavera.

El viejo no comprendió aquella extraña respuesta, Mario se levantó y se frotó un poco las nalgas. Después, con mucha calma recogió los tres cordeles y los metió en la jabita. Sacó el pomito de café y se mojó los labios, extendió la mano para brindarle al viejito, éste se tomó todo el contenido pegando la boca en el mismo pico. Mario le regaló un cigarrillo y en silencio se marchó haciéndole una señal con la mano al viejo. 

Tocó la puerta de su apartamento y vio cuando Victoria observaba por la mirilla, cuando entró ella estaba totalmente desnuda, los niños estaban para la casa de su abuela. Se lavó las manos para quitarse el olor a sigua, luego se desnudó también y pescó a Victoria cuando estaba inclinada en la lavadora. La cargó y colocó sobre la mesa del comedor, se sentó y desayunó entre sus piernas, así esperaré por el verano, pensó Mario. 



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá 
2000-07-05


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domingo, 2 de diciembre de 2018

PUBERTAD



                                                       "PUBERTAD"





La Beneficencia fue desintegrada en el año 1962 y sus alumnos distribuidos en el Plan de Becas de la Revolución. Me vi de pronto en un albergue de la zona del Laguito, estaba en la misma calle donde existían dos magnificas mansiones, recuerdo que una de ellas se llamaba Villa “Marigardo” y la otra Villa “Viejo”. Me parece que en esa última se filmó la película “Las 12 sillas”, ya recuerdo, hablo de la calle 150. Ya nos encargaríamos los becados de descojonar el interior de aquellos majestuosos palacios, después hice un amplio recorrido por lo que fuera el reparto “Siboney” sin lograr adaptarme al dichoso Plan de Becas. El ambiente era radicalmente distinto al de nuestra escuela y el discurso cotidiano comenzaba a afectar directamente a la infancia, extremadamente politizado con una abierta invitación a la delación de tus compañeros. Me sentí un objeto anacrónico dentro de aquel escenario  y mi rechazo fue inmediato. 


Luego de aplicarnos dos o tres vacunas que provocaron una fiebre alta y aún convaleciente, nos montaron de nuevo en guaguas escolares que nos condujeron hasta Mayarí Arriba. La revolución nos había encomendado la noble tarea de la primera zafra del café y marchamos, mochilas al hombro, durante todo un día en busca del cuartón “Soledad”. Ocho o diez muchachos de la misma escuela y con edades aproximadas, fuimos asignados a la casa del negro Papi Mojena, el mayor de todos no sobrepasaba los 14 años.


-¡Caballeros, no le echen la leche adentro, cojones! Gritaba uno de los muchachos en la colita organizada detrás de la yegua de Papi. Todos permanecían disciplinados con la pinga parada mientras esperaban pacientemente por su turno. Una que otra vez, se manoseaban el rabo para que se les mantuviera erecto. El que se encontraba parado detrás de la yegua, hacia movimientos lascivos en los que unas veces dejaba ver parte de su miembro y cuando se aproximaba a ella, su pene se perdía en las interioridades de aquella hermosa yegua. Otro de los chicos tenía la tarea de sostener la cola del animal a un lado y debían estar atento por si la yegua cagaba. El que sostenía la cola era relevado por alguno de los que ya habían terminado y se unía a la colita.  Aquellos movimientos iban adquiriendo mayor velocidad cuando el final se acercaba y el muchacho sacaba su pinga de la yegua y apuntaba al lado contrario del que aguantaba la cola. Un chorrito salía disparado a la distancia de medio metro, no era mucho, dos o tres goticas. Me acordé de las explicaciones dadas por Nemesio, solo que en este caso el círculo formado por sus dos dedos era más ancho y carente de pelos. 


-¡Pingaaaaaaa! ¡Qué rico es singar! Dijeron casi todos una vez concluido su turno y se dirigían a mí para invitarme. No me sentía atraído por aquel acto tan promiscuo, surrealista y algo asqueroso, no tenía sentido, aún no me había pajeado. Debo destacar que la yegua de Papi era un animal maravilloso, manso, noble, dócil. Se mantuvo muy quieta, sin tirar patadas y sin corcovear durante todo el tiempo que los muchachos estuvieron trajinando en su bollo. Era blanca como la nieve y el negro dedicaba mucho tiempo en cepillarla o bañarla, quizás fuera su mujer también. No se le conocía pareja alguna y el guajiro era además de joven, muy fuerte. Resultaba extraño aquel sentimiento amoroso del negro por el animal y las dudas nos mantuvieron cazándole la pelea para sorprenderlo. Una que otra vez y quizás fue casualidad, manifestó en un encubierto arranque de celos que, si agarraba  a alguien singándose al animal le caería a planazos de machete, nosotros lo respetábamos mucho, le temíamos. Las colitas detrás de su yegua se organizaron cada vez que el negro se ausentaba, resultaba también un medio de entretenimiento.


Regresamos a La Habana después de tres meses que duró la zafra y el ambiente empeoraba constantemente. Solo se hablaba de pajas y bollos, poco importaban las clases de física o matemáticas. Mis tetillas comenzaron a inflamarse como le ocurre a cualquier muchachita, dolían un poco y molestaba el roce con la tela gruesa de las camisas de aquellos uniformes un poco picúos. El pantalón era de color verde olivo y la camisa gris con una franja anaranjada bordeando toda la manga, para rematar el pésimo gusto, teníamos también un kepi. Los muchachos se masturbaban en los dormitorios a la vista de todos, nadie tenía un ápice de vergüenza, se actuaba como si se estuviera participando en una competencia.


 Aquel bombardeo constante de las palabras bollo, tetas, pendejos y leche, comenzaron a destruir el muro que protegía  mi inocencia y despertaron la natural curiosidad por placeres desconocidos hasta esos momentos. Una de esas noches y luego de que todos se durmieran, me hice mi primera paja. Los movimientos de la mano se fueron acelerando involuntariamente, fue como si esas manos se encontraran independientes a mi cuerpo y en la medida que lo hacían, un placer desconocido se apoderaba de mí. Un sublime espasmo las detuvo cuando menos lo esperaba y las contracciones invadieron cada pulgada de mi cuerpo y mente. Mi pene experimentó unas violentas convulsiones y me asusté muchísimo, pero no me arrepentí, lo disfruté como nada en la vida hasta esos momentos. Se mantuvo en movimiento durante varios largos segundos, sufriendo una especie de hipo, como si deseara expulsar algo de su interior y se encontrara atorado. Aquella nueva sensación fue tan deliciosa que quise experimentarla nuevamente, pero me quedé plácidamente dormido con la pinguita en la mano. Teóricamente me había venido, al menos, sabía lo que se sentía, pero continuaba sin orinar dulce, no tenia leche. Convertirme en hombre, o sea, orinar dulce, fue a partir de ese día una obsesión. No existió noche de tranquilidad para mis manos y ahora buscaba una razón solida para masturbarme. Colindante con nuestro albergue se encontraba uno de muchachitas, solo necesitábamos saltar la cerca de nuestro patio para penetrar en el de ellas. No hay casas sin ventanas y sus existencias fueron toda una tentación para nosotros, también sus tendederas de las que tomamos algunos blúmeres prestados. Luego pasarían de mano en mano, olfato a olfato, como perros buscando huellas de sus dueñas para excitarnos.


-¿Ya te viniste? Podían preguntarme con mucha naturalidad a la hora del desayuno o comidas. Todos vivían pendientes a ese acontecimiento que me obligaba a masturbarme diariamente. 


-¡Me vine, coño! ¡Me vine! ¡Me vine! Gritaba mientras corría por todos los pasillos de aquella casa con una gotica de leche en la palma de la mano para mostrarla. Solo una escasa gota fue el resultado de una asfixiante masturbación, una gota incolora. ¡Me vine, carajo! Gritaba de alegría, ya me había graduado de hombre al precio justo de casi una asfixia. Estaba muy sudado, acababa de salir del closet situado en el pasillo de la casa que daba a los cuartos. Fue precisamente en la tabla superior y muy pegado al bombillo donde me masturbe con la ayuda de una revista donde solo aparecía una mujer en bikini, era la novia de todos nosotros.


-¡Asqueroso! ¡Cochino! ¡Indecente! ¡Ve a lavarte las manos inmediatamente! La cara se me cayó de vergüenza al escuchar la voz de la tía a mi espalda. Era una vieja negra algo pelona y con algunas canas, una de las mujeres más tiernas que he conocido en mi vida. Victoria había pertenecido a la servidumbre de aquella casa durante muchos años, creo que más de veinte, así nos contó. Era bajita y algo gambada, ya sus nalgas habían comenzado a cambiar de figura geométrica, cambiando las curvas que pudo tener en su juventud por un cuadrado casi perfecto. Su andar era sumamente lento y arrastraba los pies al hacerlo en chancletas por aquellos pasillos tan familiarizados con su presencia. Siempre nos contaba algo de los viejos habitantes de aquella enorme casona situada en la calle 202 entre 13 y 15, se refería a ellos con mucho cariño y lealtad. Sus ojos brillaban cuando tocaba algún capítulo de la niña, se refería a ella como si fuera su madre. No la amamantó porque según ella, nunca se había casado y al parecer continuaba virgen, no lo dudo en su clase de mujer. Mientras escuchábamos sus cuentos, aquella niña hermosa de bucles en el pelo corría a lo largo de toda la casa o jugaba bajo su mirada en el patio. El momento de la separación resultaba muy triste y tratábamos de que el tema narrado tomara otro curso, Victoria no podía contener el escape de una u otra lágrima. Se soplaba la moquera con un pañuelito que llevaba en su bata de casa y ese era el momento de su fin. Todos regresábamos a nuestros quehaceres mientras la veíamos desaparecer en dirección a su cuarto, el más pequeño de la casa con una puerta de acceso a la cocina y otra al exterior. No cupo en ninguna de las maletas de sus antiguos amos y allí quedo sembrada para siempre como el viejo flamboyán que nos regalaba su sombra en el patio. Dice que se quedó para cuidar la casa, yo creo que no tenía para donde tirar. Solo la visitaba una sobrina de Pascuas a San Juan y sus únicas salidas eran los domingos cuando nos daban pase, Victoria iba caminando hasta una iglesia que estaba en la 5ta. Avenida, la misma que visitaba con sus amos. Un día de aquellos confusos en esos tiempos que les narro, nos contó ella que llegaron un grupo de hombres en un camión del gobierno y se llevaron todos los muebles. ¡Que eran de valor! Puntualizaba siempre que nos repetía esa parte de la historia. Después vino uno vestido de miliciano con un maletín en la mano y le propuso continuar trabajando en la misma casa. Unas semanas más tarde descargaron las rusticas literas donde dormiríamos y algo de comida, solo unos días después llegaríamos nosotros. Ya estábamos en los primeros meses de 1962, “Año de la Planificación”. 


Entre pajas y pajas me cansé de aquella beca, había probado el sabor de la libertad en las montañas y no estaba dispuesto a continuar mi cautiverio. La cantidad de semen fue aumentando a dos goticas y cambiaba de color. Su transparencia se iba matizando con líneas o tonalidades blancas, su espesor aumentaba también, aunque no tanto. Tampoco podía consultar con alguien si era normal o me encontraba enfermo y las frecuencias de aquellas masturbaciones fueron casi diarias para poder hacer un diagnóstico exacto de mi estado. Mi madre se había unido en matrimonio con mi padrastro, claro, sin firmar papeles. Vivía en una guarida detrás de la casa de sus suegros y su vida no resultaba agradable ante el rechazo de la vieja. Las mujeres solteras con hijos no eran bien recibidas en aquellos tiempos y generalmente las suegras eran implacables. Todas querían una señorita para sus hijos, el himen, ese pellejito de mierda, era el barómetro que media moralmente a muchas mujeres. Muy pronto ingresé en una escuela taller donde estudiaba y trabajaba, ganaba $30.00 pesos al mes que dividía con mi madre a partes iguales. Con mi madre vivía mi hermano Ernesto, medio alocado desde la infancia, eso sí, muy laborioso. 


En los tiempos libres y antes de yo ingresar en la escuela taller, hacíamos maravillas para ganarnos unos centavos. Ernesto recogía botellas para venderlas en la esquina de la casa, se fabricó una chivichana para transportar mandados en el mercado, etc., vivíamos en la calle Carlos nr. 28 en el reparto Párraga. Limpiábamos los zapatos de los vecinos, vendíamos las guanábanas de nuestro árbol a una vecina que su vez vendía durofríos. Yo tenía la paciencia de recoger diariamente las flores caídas de una mata de jazmín y cuando llenaba un cartucho, las vendía en la farmacia que estaba cerca de la iglesia de Santa Bárbara. Los fines de semana eran días de fiestas para nosotros, lográbamos reunir unos tres o cuatro pesos, bastante dinero para esos tiempos. Nos íbamos desde temprano a los cines de La Habana cuyos precios andaban por los veinticinco centavos la entrada y no teníamos necesidad de salir cuando el hambre apretaba. Un vendedor recorría el cine constantemente y sus ofertas eran variadas, casi siempre elegimos pan con papa rellena y refrescos. Otras veces nos dábamos un salto al zoológico, playas, circos, etc., no dependíamos de nadie, nos ganábamos la vida desde pequeños. La gente pobre como nosotros, se propuso brindar a sus hijos todo aquello de lo que carecimos durante nuestras infancias y tal vez cometimos un error, los privamos de una buena oportunidad para enfrentar la vida. 



Por esas fechas había olvidado la frecuencia de las pajas y tampoco tenía noviecitas. Sí puedo afirmar que me enamoré de una vecinita que vivía casi frente a nosotros, Gladys era una muñequita, la carita más linda de ese barrio, pero inalcanzable para mí que era un muerto de hambre. Vivía con sus abuelos en una buena casa y ellos la mimaban mucho, era una princesita. La amé en silencio durante varios años, luego fuimos muy buenos amigos y nunca le expresé mis sentimientos. Aquella timidez me mantuvo en esa soltería infantil por largo tiempo, escuchaba a los muchachos decir que me debía “declarar” a una muchacha si pretendía conquistarla, pero no sabía qué rayos decirle y creo que ellos tampoco. Un día, nos picó la curiosidad por saber que guardaba el suegro de mi madre en un cuartico de herramientas al lado del nuestro. No sé donde lo aprendí, pero con la cabeza de un pequeño clavo confeccioné una ganzúa y pude abrir el candado de la puerta.


¡Voila! Entre herramientas y tarecos encontramos una caja repleta con “libritos de relajo”. Así le decían entonces a las revistas pornográficas criollas, todas en blanco y negro y de un papel áspero. Entre ellas existían algunas novelitas, ¡claro!, de muy pésima literatura y saturadas de vulgaridades. Tomé prestado dos o tres de aquellos libritos y creo haya sido la primera razón para pajearme escondido de mi madre en aquella casa. Siempre los devolvía a su lugar y tomaba prestado otros, eran horribles y hoy me provocan risa, pero fueron los que sirvieron para estimular a nuestros padres y abuelos. El viejo se dio cuenta que le estaban trasteando su podrida bibliografía y las retiró del sitio donde las tenia escondidas, no nos rendimos y fuimos en busca de ellas. Por el costado de la casa existía una pequeña ventanita por donde logré penetrar uno de esos días que ellos estaban ausentes, mientras Ernesto se encargaba de vigilar. La casa era inmensa y los viejos dormían separados. La madre de mi padrastro como toda una reina y el viejo en un oscuro cuarto que solo disponía de una columbina. Debajo de la vieja colchoneta se encontraba el tesoro que buscamos y siempre tomaba uno o dos libritos que posteriormente colocaba en su lugar. Varias veces llegaron mientras me encontraba dentro de la casa y estuvieron a punto de agarrarme, tampoco me asusté por eso.


Y luego, solo un poquito mas tarde, me hice adolescente, pero eso pertenece a una historia que viene más adelante.





Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá
2018-12-02


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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...