EN EL RECUERDO DE LOS DEMÁS.
LA
GUARDIA A CABALLO
...Si durante el día las pinturas me ayudaron a evadir
el duro trabajo del campamento, en las noches nunca pude eludir las guardias,
estas siempre fueron las peores: de diez a doce de la noche y de cuatro a seis
de la mañana, por lo que solo podía dormir cuatro horas esas noches. Esta
guardia era en la posta uno, situada a la entrada principal de la unidad y
estaba compuesta por dos reclutas.
“Cabañita”, un soldadito que parecía casi un niño, me
acompañaba en la posta. Sus actitudes eran muy infantiles, algo que me
entretenía con sus ocurrencias. En las pocas ocasiones que tuvimos guardias de
día, se dedicaba a buscar nidos de pájaros, o lanzarles precisos proyectiles a
las palomas rabiches con un tirapiedras, como cuando vivía en la finca de sus
padres.
En una de aquellas madrugadas, y al comienzo de la
guardia me dice que le guarde el fusil porque él tiene que ir al monte por una
necesidad fisiológica urgente. Le dije que no había problemas, que yo lo
cubriría. Después de un tiempo sin señales suyas empecé a preocuparme por su
ausencia, ya que había pasado más de una hora y no aparecía. Hasta que siento
un ruido atronador que venía por el camino que conducía al mar. Era Cabañita
montando a caballo, a pelo y a todo galope. Lo detuve de inmediato y lo increpé
molesto:
-¡Tú estás loco, si te cogen en esa gracia te mandan
preso para la cabaña!
Ante lo sorprendente del hecho, le pregunté de donde
había sacado aquel caballo. Él me conto que los campesinos de la Granja del
Pueblo (Menelao Mora), ubicada frente a nuestra unidad, pidieron permiso para
guardar sus caballos en nuestro campamento, porque creían que estarían más
seguros, ya que se había reportado algunos robos de caballos en la zona.
Cabañita, en las noches de guardia se perdía montando
a caballo, con un solo saco de yute por montura y una soga por freno. Yo lo
cuidaba como un padre, y disfrutaba verlo galopar con aquel aire de libertad
que se reflejaba en su rostro.
Unos días más tarde, en uno de sus trotes nocturnos
lo detuve para decirle que estaba exagerando en su diversión, que ya no estaba
ni un segundo en la posta, y que yo también quería montar a caballo. Decidimos
repartir el tiempo entre los dos: cuando uno montaba a caballo, el otro cuidaba
el fusil y estaba alerta por si alguien aparecía.
La primera vez que corrí con aquel potro estaba la
luna llena y se veía casi como si fuera de día. Una euforia vital recorría mi
cuerpo; el movimiento ondulante al galope, ascendiendo y descendiendo por el
sendero, me hacía sentir como un niño en un carrusel.
Despues de cabalgar una hora cada uno en las noches
de guardia, decidimos, por un tiempo, tomarles dos caballos a los campesinos, y
hacer carreras para ver quien llegaba primero. Con la diversión se nos olvidaba
la verdadera función que se nos había encomendado, la cual era proteger la entrada
de aquel infierno, pero, realmente, ¿a quién le importaba cuidar un lugar donde
te hacían trabajar como bestias? Mejor era disfrutar con esos animales que nos
hacían sentir que estábamos vivos y que por esas dos horas, éramos libres como
esos corceles cundo corrían desbocados por el terraplén.
Casi al finalizar nuestro turno de guardia, la de
cuatro a seis de la mañana, venían los campesinos de la granja a recoger a sus
caballos para la labor diaria, todos los días nos hacían la misma pregunta:
-Compay, ¿Por qué los caballos están sudao?
A lo que siempre respondíamos:
-Compañero, ¿usted sabe la clase calor que está
haciendo en estos días?...
Libro titulado:
Primer Llamado
EL RECLUTA 51
CAPITULO II Pag. 52
Luis Vega de Castro
Monee-lllinois..USA
2021-04-27
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