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sábado, 13 de abril de 2019

LUCHAR, SOBREVIVIR



                               "LUCHAR, SOBREVIVIR"





Fueron tres toques continuos, luego, se repitieron con la misma exactitud de los destellos de un faro. Mentalmente calculaba los segundos transcurridos entre cada andanada de ellos; Un cocodrilo, dos cocodrilos, tres cocodrilos. Fueron sonados con un espacio aproximado de tres segundos, eso no fallaba. Así calculaba los espacios de oscuridad entre grupos de destellos por no cargar el cronómetro conmigo. Se repitieron con insistencia aquellos toques, el televisor se encontraba a toda voz, creo que veíamos Cine del Ayer o la programación de verano. La olla de presión elevaba su sonido por encima del televisor. La china lloraba en el corral con el culero repleto de mierda, sobre mis piernas mi hija, la había sacado de allí para que no convirtieran aquello en un manjar, era un concierto diario. Lloraba sin parar mientras su madre permanecía sorda en el patio lavando los pañales que hirviera con anterioridad, la atmósfera era una extraña mezcla de olores, judías sin sazonar y jabón con algo de excrementos. Los toques se repitieron.

-¡Están tocando la puerta! Alcancé a gritar sin desviar la mirada del televisor, tuvo que ser algún programa interesante para que me mantuviera amarrado a la incómoda butaca. El ventilador, quién pudiera afirmar que lo fuera, un motor de lavadora con aspas de aluminio capaz de mutilar a cualquiera, hacía tanto ruido como el televisor y la olla de presión.

-¿No te puedes levantar? Pasó junto a nosotros con la bata sudada, nunca ha dejado de protestar. Tampoco le prestaba mucha atención, uno llega a acostumbrarse a las protestas, al ruido, al mal olor. Para colmo teníamos un perro, ahora metía el hocico entre las barras del corral, tal vez atraído por el fuerte olor de aquella mierda infantil, no tan infantil y resultado de los sancochos preparados por mi suegra. Ella abrió e intercambió algunas palabras, no pude ver quien se encontraba afuera, luego cerró con violencia la puerta.

-¿Quién era? Pregunté por inercia, siempre hemos deseado saberlo todo.

-Era Mirna. Respondió con desgano mientras se pasaba un pañuelito por la frente, la niña le extendió los brazos para que la cargara, pero si se apartaba una pulgada del área de disparo del ventilador, el calor y las moscas convertirían su vida en un martirio.

-¿Qué quería? Insistía en saber, era un vicio.

-Vender el derecho a la compra de un pollo. Contestó con indiferencia y aquello me molestó.

-¿Por qué no se lo compraste?

-Porque ese pollo es de sus hijos. Respondió con ingenuidad, me levanté y le di la niña, Mirna iba a mitad de cuadra y le grité.

-¿Qué vas a hacer?

-¿Cómo que qué voy a hacer? Comprarle el pollo.

-¿Y sus hijos?

-¡Olvídate de sus hijos! Si no lo compras tú, ella se lo venderá a otra persona. Necesita el dinero para comprar los otros pollos, ¿no entiendes? Ella guardó silencio mientras yo me dirigía al cuarto por la plata, no recuerdo cuando había oído por primera vez aquel razonamiento, luego se me hizo muy familiar y útil en el transcurrir de la vida en ese infierno. Mirna esperaba junto a la puerta.

El auto se desplazaba a unos 120 km por hora, ya sabía que era muy buena en el timón, buena para muchas cosas. Aleida era una mujer extraída de un almanaque, nada común para su tierra, aquella que una vez visitara Gulliver. Su marido nunca le llegó al hombro, había sido concebido con el mismo molde de los de su tierra, ella era una excepción, una violación de la regla. Era hermosa también, no todas las mujeres de allá lo son, y valiente, más aún, era violenta. Una noche, me contó su madre como había lanzado al marido desde el balcón del primer piso, todo por una simple discusión, era temible entonces, una mujer a la que era preferible tener de amiga.
Había poco tráfico por la autopista 20, me dijo que el hombre tenía su oficina en Dorion, yo nunca había estado allí y tenía todos mis sentidos alertas, no confiaba en nadie, ni en una mujer. Una noche llegó hasta mi apartamento para invitarme a asistir a una discoteca, ¿y tu marido?, sonó infantil mi pregunta. En la casa, me respondió ella, yo iba pensando en aquella propuesta y aceptación mientras hablaba sin parar, no estaba muy convencido aún.

-El asunto es que, por cada viajero te puedes buscar 200 dólares. Me dijo después de brindarme detalles del negocio.

-¿Y por qué yo? Insistía por llegar al fondo del asunto, todo lo veía turbio, sucio.

-Porque el hombre necesita ser asesorado por un cubano, nadie mejor que tú que acabas de llegar y conoces muy bien como funcionan las cosas por allá.

-Pero ese es un negocio sucio, vamos a explotar el dolor de otra gente.

-No seas tonto, de ese dolor viven millones y a río revuelto ganancia de pescadores, no sé si en tu tierra se usa ese refrán.

-Se usa, pero para andar metido en esas cosas no se puede tener escrúpulos.

-No se puede ser tan puro tampoco, si no lo agarras tú, vendrá otro cabrón y te quedas fuera. No creo que estés en condiciones de renunciar ahora. Aquellas palabras me trajeron miles de recuerdos a los que un día quise renunciar, no simpatizaba con esa manera de luchar. Tampoco averigüé como había llegado hasta allí, el asunto es que sin darme cuenta estábamos a punto de llegar.

Varias oficinas antecedían su despacho, no se ostentaba riquezas, aunque ella me advirtió que el hombre era millonario. Se encontraba ocupado en esos instantes y esperamos unos minutos fuera de su despacho, una de sus secretarias nos brindó café y acepté con gusto, era pleno invierno aún, el primero en estas tierras. El tipo era bastante alto y corpulento, me sobrepasaba en edad y fortaleza, rubio y pecoso, de mirada escrutadora y serena, un estudioso de cada palabra y gesto. El apretón de manos fue fuerte y lo interpreté sincero. Detrás de su enorme buró, una enorme ampliación de una foto suya tomada junto al Papa, supuse que era una persona importante, no era fortuita aquella foto donde ambos se encontraban sentados y al parecer en animada conversación.

-¡Al grano! ¿Qué piensas de este negocio? Preguntó sin rodeos después de brindar una simple panorámica.

-¿Qué pienso? Es una mina de oro, la gente está viajando por terceros países, no hay comunicación directa con La Habana por teléfonos y el correo es constantemente violado.

-Nosotros debemos robar ese mercado, ¿cuáles son más o menos las tarifas existentes por esos países? Ese dato es muy importante para nosotros.

-Hay casos que llegan hasta los tres mil dólares.

-Con una tarifa reducida a la mitad podremos traer una avalancha de cubanos por aquí, ¿no crees?, hasta Canadá ganaría con eso.

-Pero si desea hacer más tentadora esa industria, debe lograr por todos los medios que se autorice la entrada de los "Marielitos". Ellos llevan doce años sin entrar al país y suman más de doscientos mil, creo que es una suma respetable y serán los primeros en lanzarse a esa aventura.

-Creo que tienes razón en eso, pero no creo que sea una tarea fácil.

-El dinero George, la plata mueve al mundo, tendrá que sobornar a mucha gente, pero eso será insignificante si lo compara con las ganancias. Además, ahora el terreno se encuentra virgen y el cubano nunca ha amasado fortunas, este es el momento.

-Si, pero ahí radica el quid de la cosa y por eso estás aquí, por dónde comenzar.

-Muy sencillo, tienes que ir a la mata y evitar intermediarios.

-¿Cómo se explica eso?

-¿Quién es el que otorga las visas de entrada al país? Inmigración, como es de suponer, pero ellos tienen un representante en cada consulado o embajada. Es a ese individuo al que tienes que tratar de comprar, él no es quien directamente otorga las visas, pero será el encargado de llegar solito a los niveles superiores. El grado de corrupción en el país es general y todos caminan por dólares, no creo entonces que encuentres muchos obstáculos.

-¿Piensas que eso puede ocurrir?

-No solo lo pienso, estoy convencido de eso, ¿tienes contactos en el Consulado?

-Por supuesto que los tengo, he traído a muchos cubanos como atletas
.
-¿Cómo será el mecanismo que vas a usar ahora?

-El mismo, esa gente de USA viajará como si pertenecieran a una organización deportiva, tengo pensado mandar a hacer unos pullovers especiales con un logotipo de la supuesta organización.

-No es mala idea.

-Tengo mis contactos hechos con la gente del turismo para hospedarlos en La Villa Panamericana, ¿sabes cual es?

-Por supuesto, queda muy cerca de donde yo vivía.

-Para el futuro tengo otro proyecto además de este.

-¿Relacionado con los viajes también?

-Si, pero en sentido inverso.

-No lo entiendo.

-Muy sencillo, sacar gente de Cuba.

-Esa es otra millonada.

-¿Cómo están los precios en el mercado ahora?

-Oscilan entre ocho y diez mil dólares, depende del país.

-Nosotros podemos ofrecerlo a siete o seis mil, eso lo estudiaremos después.

-Me parece una magnífica idea irse por debajo de la norma, es seguro que atraerá a mucha gente y que el mercado se mantendrá por los deseos que existen en la isla por salir.

-Bueno, no sé si Aleida te explicó muy bien cual sería tu rol en todo esto, pero yo te lo voy a decir. Por cada cliente que consigas te vas a ganar unos doscientos dólares en los inicios del negocio. Luego, cuando la cosa esté en pleno movimiento y el mercado sea seguro, yo te pondré una oficina en este local. Me estarás asesorando en cada movimiento y serás el encargado de recibir a las personas que arriben desde USA, ya tengo pactado buenos precios en un Motel. Para los casos de personas que deseen salir de Cuba yo te daré una tarifa especial de cinco mil dólares, eso es solo para familiares tuyos y amigos. Es claro que ganarás una comisión por esos viajeros y por los servicios de recepción, no te preocupes, habrá premios también.

Ese día salí animado con las proposiciones de George y durante todo el viaje fui intercambiando opiniones con Aleida. Ella era una avispa en lo relacionado con asuntos de plata y en este caso se encontraba en franca desventaja, no contaba con contacto alguno dentro de la comunidad cubana y ya se habían producido infinidad de casos de estafa. Por otro lado, Aleida me propuso enseguida incluir al marido en el negocio, algo que consideré ilógico por razones más fuertes que su sola presencia, aceptada porque era la dueña de ese contacto y amiga del millonario desde hacía varios años, pero el marido era un inútil. Creo que se enojó ante mi negativa, algo muy importante le advertí entonces, bajo ningún concepto se podía enterar Rafael Goicoechea González, un cubano que compartía apartamento conmigo.

-No te entiendo, yo pensé que eran amigos.

-Aleida, la palabra amigo es casi sagrada en Cuba y ya no abundan. Rafael no es mi amigo y dudo que lo sea en el futuro.

-¿Por qué me dices eso?

-Este individuo llegó hasta mí por recomendaciones de otro gallo que está en Cuba. Aquel fue alumno mío en la Academia Naval y fue de mi confianza durante navegaciones que realizamos en el mismo barco. No soy tan ingenuo como aparento, ya he mandado a realizar algunas averiguaciones por la isla y todo señala que es chivato o colaborador de la Seguridad del Estado. Este Rafael tiene actitudes que no me convencen desde que llegó y le he tendido varias trampas.

-¿Y ha caído en ellas?

-Por supuesto, de lo contrario no te estuviera pidiendo que lo mantengas alejado de todo esto, no me cabe la menor duda de que es agente de la seguridad, solo puedo decirte que no es un espía profesional, es un chivato cualquiera.

-Fíjate que me dejas pasmada con esto que me cuentas, no sé cómo te atreves a compartir el mismo techo con él.

-Muy sencillo, me tiene agarrado por los huevos con las deudas.

-Pero es que te estás jugando la vida por unos dólares.

-No creo que llegue a tanto, es escurridizo y cobarde.

-Bueno, tú sabrás lo que haces, pero me preocupa ahora la situación de mi madre. El problema era que la madre de Aleida le tenía alquilado un cuarto a la viejita chilena que aparecía como la arrendataria principal.

-No te preocupes por ella, no existen razones para que le pase nada.

Sonia era lo que podría decirse una amiga, tal vez socia, en muchos casos una compañera, palabra aplicable a muchas situaciones de la vida. Nunca sería la "querida" conocida por nuestras abuelas, esa palabra había sido borrada de nuestro diccionario, era ofensiva a la mujer que deseaba participar en una aventura, era un ataque a la integridad si ella era militante. Vivía en un cómodo apartamento de Centro Habana, no era grande, una amplia sala comedor, cocina, un dormitorio donde los muebles podían danzar y el baño con su bañadera. Junto al cuarto existía una puerta que daba salida a una especie de patiecito para ella y que consistía en un cajón de ventilación para los inquilinos de pisos superiores. Justo frente a la cocina, poseía una ventana alta que colindaba con el patio de un Círculo Infantil, por allí se asomaban empinándose en puntillas algunas de las empleadas, las más bajitas de estatura se veían obligadas a un esfuerzo extra para mostrar los ojos. Roberto las fue conociendo una a una, la presentación era muy sencilla y sin protocolos, luego, al vencer sus turnos de trabajo, ellas pasaban por la casa un rato, deseaban conocer al detalle sobre aquellas relaciones, en esa isla todos estaban contagiados por ese virus, era una obsesión penetrar en la intimidad de los demás.
Para Roberto nunca fue una prioridad cerrar la puerta del cuarto o la ventana de la cocina cuando hacía el amor con Sonia, no era una actitud morbosa o exhibicionista que lo sorprendieran encima de la hembra en pleno disfrute. Le molestaba más bien esa insistente presencia de un rostro por aquella ventanita hurgando en el interior de aquella morada, para su amiga resultaba indiferente también.

Pasaba por aquel apartamento con relativa frecuencia, las relaciones se ajustaban a la situación imperante y ella era comprensiva, nunca le exigió más allá de lo que él le podía ofrecer. Solo en cortas ocasiones salieron a la luz por parte de ella, los deseos de llegar a establecer unas relaciones de carácter permanente. Su edad comenzaba a explorar los límites peligrosos para caer embarazada y ella quería tener hijos, pero esas conversaciones solo fueron posibles mientras se preparaban tragos, después de la borrachera y el sexo la vida cobraba su normalidad.

El barrio era madriguera segura de soldados pertenecientes a ese enorme ejército clandestino dedicados a los negocios de la bolsa negra. En muchas oportunidades Roberto acudió hasta allí en la búsqueda de productos que justificaran la presencia de llamas en su cocina, podía adquirirse productos tan perseguidos como la cocaína hasta esos momentos algo desconocida. Los precios de las colas de langosta o camarón no eran elevadas, pero inaccesibles al simple obrero y hasta para profesionales.

Uno de esos días de bebida y sexo dosificados con algo de lujuria que los transportara fuera de la monotonía diaria, por la ventanita de Sonia cruzaron en dirección a su apartamento varias libras de malanga, plátanos verdes, litros de leche y dos libras de mantequilla.

-Parte de eso es para que te lo lleves a casa. Dijo con mucha tranquilidad y sin remordimiento alguno.

-Pero esto es un robo. Solo alcanzó a decirle con cierta candidez Roberto.

-Todo es producto de robos, ¿de qué crees que se nutre la bolsa negra, y no lo compras?

-Yo sé que todo es robado, la langosta, los cigarros, el ron, etc., pero eso no se lo roban a niños.

-¿Y eso qué rayos importa Roberto? Si no lo compras tú vendrá otro y lo hará, entonces, esa malanga, plátanos y leche va a parar a otros estómagos y no al de tus hijos. ¡Vamos hombre! No se puede ser tan puro en la vida, hay que luchar.

Aleida me llamó ese día de lo más contenta, dijo que pasaría por mí a las ocho de la noche para mostrarme algo. Rafael ponía cada vez más atención a nuestras conversaciones y se mostraba molesto con aquellos secretos intercambios. Ese día nos sentamos en un Mc Donalds, traía consigo un fajo de papeles que extrajo de su elegante cartera y los puso sobre la mesita. Luego, me los fue pasando uno a uno para que los leyera. En la medida que los iba devorando hasta los puntos y comas, no podía sobreponerme de mi sorpresa. Aquellos papeles eran faxes cruzados desde la oficina de George con el consulado cubano de Montreal. Los primeros eran de sondeos y tratados con mucha astucia, comprendía invitaciones a restaurantes para tratar personalmente el negocio y excluía la posibilidad de la vía telefónica. Los posteriores trataban directamente el asunto, explicaciones sobre contactos en La Habana y promesas de una respuesta en próximos días.

-¡Ñoooo! El viejo es un cabrón y se mueve rápido.

-Muchacho, tú no sabes quien es ese tipo para la plata. Me mandó a decirte que ya te fueras moviendo con tus contactos de USA.

-Bueno, ya he estado tanteando el terreno por Miami, New Jersey y California.

-¿Y cómo va la cosa?

-La gente está esperando que se abra la tubería, yo les prometí cincuenta dólares por cada viajero, ya sabes, el tiburón se moja, pero salpica.

-No está mala la idea, la gente tiene que vivir también.

-Vuelvo a repetirte lo anterior, el día que se te ocurra contarle algo a Rafael se jode todo el negocio.

-No te preocupes, ya él ha tratado de sacarme algo.

-Te lo dije.

Nuevitas es el principal puerto de Camagüey, el de más movimiento casi a mitad de la isla tal vez. No recuerdo las veces que lo visité en mi vida de marino y aunque su pueblo era pequeño, nosotros siempre buscábamos la manera de pasarla bien. Contaba con algunas prostitutas, pero ya saben, pueblo pequeño infierno grande. Salir con ellas era condenarte de por vida por cualquiera de las mujeres ajenas al negocio, tampoco era necesario acudir a esa vía en nuestra tierra. Hubo una época en la historia de ese pueblo, donde se recibía la impresión de estar en un pueblo con toque de queda. Fueron aquellos años en que había sido invadida por las hordas de palestinos, esto ocurrió durante la construcción de la planta de fertilizantes y termoeléctrica, luego, aquellas tropas que impusieron el terror en esa tierra no la abandonaron nunca. Hoy, son más los orientales que allí viven, creo que verdaderos nueviteros quedan muy pocos.

-¡Primero! Me dijo un socio que hablara con usted.

-Bueno, dime.

-El asunto es que mi hija cumple quince años y ando buscando un par de zapatos para su fiesta.

-¿Qué te hace suponer que yo los tengo?

-No sé, un socio me dijo que Ud. trajo zapatos este viaje.

-Creo que el socio te engaño, yo no traigo nada para hacer negocios. Era lógica mi actitud, nunca se sabía si podía ser una trampa tendida. Tampoco era normal ir vendiendo por cada puerto a gente desconocida. La bolsa negra tenía sus reglas y ellas eran inviolables en aquella época, solo se vendía a conocidos o recomendados por ellos, gente que prestara confianza.

-Coño mi socio no me hagas esto, aquí está la plata, me he pasado meses para reunirla, si quieres no me digas nada aquí, yo te doy la dirección de mi casa para que veas que no hay misterio. Puso sobre la mesa un fajito de billetes sudados y viejos.

-¿Cuánto hay ahí? Al tipo se le iluminaron los ojos y vio un destello de esperanza en esa pregunta.

-Hay doscientos cincuenta pesos mi ambia.

-Te juro que de verdad no tengo zapatos de mujer, trata de averiguar con otros tripulantes. Fue como un cubo de hielo lanzado en pleno rostro de ese padre, yo no tenía valor de arrebatarle el ahorro de tantos meses con un artículo cuyo valor fuera unos tres dólares. El hombre se retiró derrotado.

La aduanera que me tocó para revisar la pacotilla era una cara nueva y eso me preocupó, pero el que hizo la ley también hizo la trampa. Años anteriores, la pacotilla era revisada en un salón y ante la vista de los demás aduaneros y marinos. Como la necesidad tocó fondo en todas las familias cubanas y con ella hizo su aparición esa corrupción generalizada, se creó el sistema de revisarla en los camarotes de los tripulantes. Esa simple acción brindaba la oportunidad de negociar con los aduaneros, nosotros comprendíamos que ellos tenían derecho a luchar por sus familias también y siempre, fíjense bien, siempre cargábamos con nosotros artículos extras dedicados a esos menesteres que dejó de llamarse soborno.

-¿Tienes hijos? Ella se sorprendió con aquella repentina pregunta.

-Si, tengo a tres ya casados.

-¿Y nietos?

-Tengo dos hembras.

-¿Cuál es el pie de ellos y el tuyo? Le pregunté sin rodeos.

-¿Qué me insinúas?

-Nada, solo te pregunto por esos datos. Yo sé que eres nueva aquí, pero todos estamos luchando por vivir, creo que me entiendes porque no hablo ruso.
-Yo nunca me he metido en nada y para serte sincera, tengo miedo.

-Tú no te vas a meter en nada, solamente me sellas las cajas como revisadas, me das la dirección de tu casa y yo paso de noche a dejarte tu mercancía, es lo acostumbrado y no corres riesgo. Si alguien preguntara en un futuro, puedes decir que te los regalé, somos amigos y yo visito este puerto desde hace décadas. Lo pensó solo unos segundos, vi como anotaba su dirección en un papelito que luego guardara en mi billetera. Ese día pasé por las oficinas de turismo y les llevé mi acostumbrado regalito, eran cosas insignificantes, pero de mucho valor para las muchachas. Luego, cuando necesitara de alguna habitación en el hotelito o pasaje de avión para La Habana no tendría problemas. Mi mercancía salió rumbo a Santiago de Cuba en el carro de un amigo, yo nunca vendía al detalle, no me gustaba luchar en contacto directo con la gente.

Las cosas habían adelantado mucho en las negociaciones de George con el personaje del consulado cubano y ya todo estaba a punto de reventar. Yo tenía seleccionado a mi primer cliente para sacar de Cuba, era un socio de mi edificio que actualmente vive en EU, luego, ya tenía una cadena lista para sacarlos. Aleida me dijo que el viejo viajaría a La Habana para ultimar detalles con los cabezas de ese tráfico humano, y que deseaba tener un encuentro conmigo antes de partir. Solo unos minutos antes de abordar su auto, Aleida me manifiesta que había incluido a Rafael en el negocio.

-¿Sabes una cosa? Te lo advertí bien claro y te lo repetí en varias oportunidades. Solo tengo deseos de ir a ver al viejo para decirle que le jodiste el negocio.

-Es que me dio pena dejarlo fuera, no creo que sea un agente de Castro.

-Ese es tu problema Aleida, no tienes visión para detectar quién lo es o no, has cagado todo y te lo advertí.

-No seas tan negativo, vamos de todas maneras hasta la oficina del viejo.Todo el trayecto lo realizamos en silencio, solo iba pensando en la deuda telefónica que poseía sin haber comenzado el negocio. Una vez allí, el viejo me pidió varias opiniones que respondía sin interés alguno.

-¿Cómo crees que debo conducirme en esa reunión?

-Como lo que eres, el dueño de los caballitos, tú eres el que tiene la plata y ellos son los necesitados. Nunca des muestras de desespero ni aceptes promesas de intermediarios, trata de que todas las negociaciones sean con los cabezas, allí nadie está autorizado para tomar decisiones, eso lo debes tener siempre presente. No hables nada fuera de lo común en las habitaciones, no aceptes ofrecimientos de muchachas, desconfía hasta del último camarero de los hoteles o restaurantes donde te lleven, todos son colaboradores y cualquier anormalidad que te sea grabada o filmada, será material para un futuro chantaje. Rafael permanecía callado, no participó en nada, Aleida trataba de incursionar en un terreno desconocido para ella y solo lograba aportar nerviosas y fingidas sonrisas, pensó que su encanto sería determinante en el éxito de aquel negocio. Nos despedimos de George, yo lo hacía convencido de su fracaso. Aleida salió al día siguiente con el presidente de su compañía en viajes de negocio para España, yo me quedé esperando lo peor.
Al viejo no se molestaron en recibirlo en La Habana y llamó totalmente frustrado, Aleida continuaba en su viaje de negocio por España y cuando hablé con ella prestó poca atención a la noticia. Rafael me comunicaba que la entrada de los "Marielitos" a Cuba había sido autorizada por el gobierno cubano, y que éste, había abierto varias oficinas para tramitar los viajes directos desde Miami. Me dijo también que varios de sus parientes se encontraban vinculados a esa operación.



Un día llamé a Sonia para preguntarle por Rafael y me contestó que no lo conocía. Poco antes de partir de regreso para Cuba me atacó por la espalda, cuando recobré el conocimiento logré desarmarlo, nunca había tenido ante mí una representación tan miserable de lo que es un héroe cubano. Tuve que dejarlo escapar por tener la familia en la isla, allá fue condecorado. Sonia resultó ser íntima amiga de la mujer de Rafael, ¿y Aleida? Sigue siendo quien era, aunque la belleza se fue borrando con los años y las libras. Ya es Presidenta de la compañía donde comenzara como obrera, dejó al marido y tiene casa nueva.


Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada
Miércoles, 07 de Julio del 2004


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