Es un pequeño baúl donde guardaré muchos de mis recuerdos. Cierto es que he escrito demasiado sobre mis aventuras en el mar, pero como todo marino, se impusieron pausas en tierra donde no escasearon aquellas inolvidables aventuras que comienzan desde la infancia. Yo soy Papum para mis primos paternos, Papucho para una parte de ellos, apodo que cargué con cariño y ellos me devolvieron en Miami cuando pensé haberlo olvidado. Lo llevé desde niño por ser hijo de Papo.
Visitas recibidas en la Peña
lunes, 7 de enero de 2019
ASERES
"ASERES"
No recuerdo cuando fue que nos regaló su primera visita, tuvo que haber sido sin reservación previa porque solo quedaban disponibles las butacas de la barra. No vino sola, tampoco me llega a la mente si en aquella oportunidad eran un grupito de tres o cuatro. Se vieron obligados a esperar durante varios minutos mientras atendíamos las demandas del salón, para distraerlos, la camarera les pasó el menú. Quince minutos más tarde les pregunté si deseaban beber algo y les expliqué que había un poco de demora. Ella me respondió en español, no tanto, lo hizo en nuestra lengua cargada de dicharachos y me sorprendió, nunca hubiera pensado que fuera cubana.
Su figurita se perdía entre ellos y casi era opacada cuando tenía el menú abierto, muy frágil para ser de las nuestras, pensé al instante. Tampoco tenía que agradecerle mucho a la naturaleza, quizás sus padres llegaron tarde a las colas donde repartían todo lo necesario para formar un ser humano. No solo tenía una costilla menos, las otras que pasaban por allí carecían de ella y en términos generales se acercaban a la media, unas más brillantes que otras y con esa gracia tan natural que las distingue de otras. Ni el nombre, porque cuando se lo pregunté tuve que suplicarle me lo repitiera, ella pertenecía a esa generación de eidis que invadió toda la isla con nombres sobrenaturales.
Aquel día hablamos poco, el fuego cruzado de palabras que se produce en una barra con forma de U no permite ese lujo, casi siempre quedaban frases a medias, alguna respuesta o pregunta inconclusa. El escándalo de los que llegan a celebrar algo se apodera de todo el local, la música se encarga del resto. Casi una hora y media después de haber llegado pudieron comer, el volumen bajó en los otros salones también y las palabras que sobrevivieron entrecortadas, eran para hablar de las virtudes de la comida cubana.
Antes de despedirse me presentó a su esposo, me sorprendió oírlo hablar perfectamente en nuestra lengua, pero con esa influencia del que vive en el campo. Soy de Imías, me dijo ella y rápidamente busqué en los archivos de mi memoria tratando de adivinar algún lugar turístico en ese pequeño pueblecito, me di por vencido. De pie, junto a mí y viajando entre promesas de un regreso al restaurante, pude percatarme de sus verdaderas dimensiones. Yarisleidis era una pulguita convertida en mujer, en mujercita. Una paja malograda tal vez, a lo dos deínis, a la capuchini, o a la gochi mangochi, una paja. Una paja donde óvulos y espermatozoides se encontraron por pura casualidad en medio de discusiones por el cumplimiento de planes quinquenales incumplidos, disgustos por inalcanzables promesas y reuniones donde se pidieron y sometieron a guillotinas muchas cabezas, una paja histórica. Una paja común y corriente, clítoris enojados por constantes fricciones con el dedo y en el lugar equivocado. Glande inflamado y ebrio que sube y baja y luego pierde en repetidos movimientos su equilibrio. Cabeza que se desquicia en medio de la oscuridad y se traiciona entre gemidos asmáticos, y vomita un torrente almidonado viajando en una marisma tibia, dulce, acogedora, agradable y desesperante, que no deja pasar más allá de un ridículo brochazo. No hay más vegetación que débiles vellos rendidos por la excitación o temperatura elevada de un roce perpetuo y acelerado involuntariamente.
-¡Mi hija es señorita! Reclama una voz ante un vientre inflamado.
-¿Se secó con la toalla de su hermano? Preguntó la abuela conociendo la afición de su nieto por las pajas.
-¡Bah! Los espermatozoides mueren con la luz. Intervino un cuñado de la mamá sin saber de medicina.
-Tal vez por el cambio de temperatura, no creo que sobrevivan fuera de una agradable vagina. Trató de ayudarla una tía con mucha experiencia en asuntos relacionados con el sexo.
-Como está la jama y los viajes en bicicleta, no creo que Cheo se encuentre apto para preñar. Opinó el hermano de Yarisleidis.
-¿Y quién es el padre de la criatura? Preguntó el progenitor de la muchacha mientras saciaba su sed.
-¡Tiene que ser el yuma con guaniquiqui que sale con ella! Respondió su prima y compañera de aventuras.
-¿Con guaniquiqui? Preguntaron todos al mismo tiempo, reflejos de esperanzas se notaron en los rostros de la madre y la abuela, el padre permaneció pensativo y dudoso.
Argel siempre fue muy agradable en el trato, algo extravagante en sus peinados, caros. Debe resultar difícil teñir sus pasitas de rubio y luego entretejerlas para lograr que su cabeza se convierta en un desfile de ordenados surcos o murallas que se observan desde otro planeta, es la moda y cuesta sus varos, me dijo la primera vez. Sus visitas constituían un desfile de dudas e interrogantes, siempre padeció aquella avidez insatisfecha por lo que había pasado, perseguía sus sombras con saña y resultaba ser un producto deficiente del modelo fabricado en su década. Nunca se mostró indiferente al ayer, hoy y mañana, aunque no le preocupaba mucho el destino que le deparara el alba, su mundo era vivir el presente y abrirse paso en esta ciudad a golpes de pene. Era un cabrón de Holguín y conocía las debilidades de esta ciudad, rabos que solo desfilaban en las colas de perritos y gaticos, hambre por el sexo de verdad.
Argel frecuentaba la barra en sus espacios libres, muy frecuentes y ocupados hoy. Se destacó entre la media de los demás por sus incansables preguntas, cuyas respuestas comparaba a las de su padre y nunca se sintió satisfecho en busca de su verdad, la suya, la que trataba de construir sobre pedestales falsos y verdaderos. Era un caso extraordinario dentro de la gente de su generación, gente que había logrado su pasaporte utilizando como cuño las huellas de su glande o en caso contrario las estrías del culo, eyaculaciones o lubricaciones se evaporaban. Ese día no coincidió con la visita de Yarisleidis.
-¿Por qué te pusieron ese nombre? Me resultó interesante escucharlo en su primera visita. Yo había visitado ese puerto y capital argelina en repetidas oportunidades.
-Mi viejo, él estuvo cumpliendo misión internacionalista como médico en aquel país. Cuando le hablé de mis estancias en aquella ciudad, se sintió atraído o influenciado por esa química que desprendemos los seres humanos en nuestro trato. Argel me condenaba por los escritos donde describía a las negras de canillúas. Sin embargo, se deslumbraba cuando leía sobre Chichi y mis hermanos mulatos. Trataba de encontrar contradicciones o raíces racistas en mis trabajos, luego de tantos viajes entre preguntas y respuestas, caía vencido ante la impotencia de acusarme injustamente. Recuerdo haberle dicho una vez, si supieras, uno de mis mejores amigos es un negro y vive en la isla, ese es mi hermano. Mi amistad con él no me hará cambiar de opinión y precisamente él lo sabe, las negras son canillúas y tienen el culo de puya. Al principio se molestaba, pero pudo más la fuerza de la costumbre y después me acusaba de loco.
-Estoy desesperado, mi mujer me puso la ropa en bolsas de polietileno en el balcón.
-Algo hiciste, cabrón. Las mujeres de aquí no están acostumbradas a esos espectáculos.
-¿Qué me recomiendas de acuerdo a tu experiencia?
-¿Experiencia? ¡Cojones! Nunca he pasado por eso.
-Te mantienes para tu edad, me imagino que una pila de viejas pasen por aquí y te dejen caer sus piropos.
-Es frecuente, pero no les presto mucha atención.
-Con la escasez de hombres que hay en esta ciudad, lo dudo.
-Pero no olvides que trabajo con público y no debo aprovecharme de sus desgracias.
-Puede que tengas razón, puede que no, cada uno conoce sus problemas y un día desea escapar de ellos.
-Es verdad, todos andamos cargando una cadena de problemas en nuestras vidas. Ni te imaginas la cantidad de invitaciones que me caen a diario.
-¿Y las aceptas?
-¿En qué tiempo?
Yusleidis se quedó pensativa durante el tiempo que permaneció en el local. Sus niños estaban familiarizados al ambiente cubano de nuestro refugio, los traía a comer con frecuencia, es probable que tratara de transmitirles algo, no sé, tal vez se sintiera herida por el virus del gorrión. Ese día llegó sola y me aliviaba un poco el trabajo, su marido era libanés y duplicaba su edad con mucha comodidad, hablaba sin parar. No solo lo hacía como una cotorra de las nuestras, se empeñaba en que le narrara todos los detalles que yo recordaba de su bello Beirut cuando la guerra. Luego, cuando terminaba de comer, migajas de pan quedaban alborotadas por toda la alfombra, él era único en ese arte de cagar mucho más allá de sus dominios. Tenía un defecto bastante desagradable, hablaba con la boca llena y mientras lo hacía, podías identificar con facilidad pedazos de tostones, congrí y cerdo asado revolcándose entre dientes y lengua como lo hace la ropa dentro de una lavadora. Era de los pocos musulmanes que no condenaba al puerco, era de los pocos árabes que se habían mezclado con el mundo bajo de la isla y alardeaba de cabrón.
Yusleidis era joven y hermosa, pero la belleza de su rostro llevaba una marca que solo el dinero y un buen cirujano pudieran borrar. Muy próximo al lado derecho de su maxilar, los restos de un navajazo mantenían vivas aquellas prácticas ancestrales de nuestros abuelos. Me dijo un día que vivía en La Cuevita y me imaginaba al árabe por aquel conocido barrio comprando oro viejo, como si el oro envejeciera y el hambre de los nuestros se lo creyeran. Ella era hija de Changó, me dijo un día frente a una vitrina donde se muestran las deidades de la religión afrocubana. Él era hijo de Alá, rara mezcla, pensé cuando los conocí. Ella, pagando el precio de su visa con la natural alegría de las nuestras ausente, como viajando por la acera del malecón en busca de un cliente. Él, orgulloso del trofeo conquistado en aquella lucha constante contra el hambre en un Ramadán de cuatro décadas. Ella, cocinando mentalmente su fuga. Él, implorándole a Alá su perdón por comer cerdo y convencido de poder convertirla algún día para cubrir aquella cicatriz con un velo. Ella, insegura de sus creencias y amor y contando los días naturales donde considere saldada su deuda, la del pago de ese caro pasaje. Yo, apostando por un merengue que se vende a la puerta de un colegio.
-Para agarrarme la crica tienen que llevarme a un restaurante y luego a un hotel, ¿cómo carajo va a pensar ese idiota que me va a templar sentada en una silla de su comedor?, yo soy una puta que se da su lugar. Me dijo Celia de muy mal humor ese día y no me atreví a contradecirla, sabía cuando llegaba de malas pulgas y era preferible donarle tiempo para que se desahogara. Luego, resultaba transformarse en el ser más dulce que haya pasado por aquella barra. Celia utilizaba palabras que poco a poco se van borrando de mi diccionario por los efectos de las nevadas y siempre lograba arrancarme una sonrisa. Esa misma, "crica", no la escuchaba desde mis tiempos evaporados en Luyanó. La usaron en la isla entera, pero fue reina en aquel feudo de gente simpática, agresiva y curiosa. La historia de ella es larguísima, tanto, que supera el tiempo transcurrido entre las dos guerras de independencia, la grande y la chiquita. Cada visita es un nuevo capítulo que debo consumir con la paciencia y disciplina de un buen alumno, porque aunque ella es más joven que yo, calculo que tenga bastante kilometraje y más cañonazos disparados que El Morro de La Habana.
Me gusta su sinceridad y valor para enfrentar la vida y no oculta que en Cuba fue puta o jinetera. Lo admirable de Celia, radica en ese amor que la mantiene aferrada a incontables sacrificios para satisfacer las insaciables demandas de unos hijos que la chupan como crueles vampiros desde La Habana. Tiene varios trabajos y siempre anda con la cartera vacía, lo imprescindible para tomarse unas cervezas, las necesarias. Carece de buenos modales y cuando se prende del vaso, me traslada hasta aquella piloto que había en La Chusmita de Alamar. Hablaba en voz alta, inusual, como tratando de llamar la atención de los demás y que todos se solidarizaran con sus desgracias. Siempre comenzaba con un inventario de todo lo que había comprado para su casa y los efectos eran contrarios, nadie le prestaba atención. Luego, comenzaba a derribar aquella casa como hacía en cada visita para comenzar a levantarla.
-Fui una estúpida, a nadie se le ocurriría amueblar totalmente una casa que se estaba cayendo. ¡Mira ahora! La semana que viene comienzan a fabricar la placa. Alzaba el vaso y el sorbo de cerveza era exagerado y poco femenino.
-¡Me están chupando, fíjate como estoy de seca, mira mis manos! Y ahora resulta que a mi hija se le ocurrió darle el culo a su noviecito y se encuentra preñada. No solo la placa, hace falta la plata para pagar a los albañiles, la madera para las ventanas, y encima de eso, encima de eso, tengo que comenzar a comprarle la canastilla para mi nieto. Ya no resisto, ¿qué piensas de todo eso? Nunca me gustó participar en la vida íntima de los demás, no podía soportar el peso de sus problemas encima de los míos y evadía esas conversaciones, trataba de hacerles la vida un poco más placentera durante el rato que permanecieran en el local. -¿Qué piensas de todo eso? Insistió.
-¿Qué pienso? Que te van a enterrar dentro de poco si continúas con ese ritmo de vida. ¡Manda a todos pal carajo! ¡Mírate! ¿Eras así antes de llegar a este país? Porque si no me equivoco, me parece que eras una mujer bastante bella y con buena figura, creo que te vas consumiendo como una vela.
-Si me hubieras visto cinco años atrás, cuando trabajaba en el Tropicoco. ¡Mira, muchacho! La baba se les caía a todos los turistas con guaniquiqui que pasaban por el hotel. Yo era jinetera, de verdad que tenía a dos clientes fijos, yo era su mamiriqui cuando llegaban a la isla.
-¿Nunca coincidieron los dos al mismo tiempo?
-No, yo era prácticamente quien les planificaba las vacaciones, ya sabes, siempre inventaba períodos de actividades fuera del hotel.
-¿Y la familia, qué decía de eso?
-Nada, si supieras, se llevaban de lo mejor con los dos, los querían muchísimo.
-¿Qué pienso? Espero que no te ofendas por esto que te voy a decir. Creo que deberías cortarle poco a poco el agua y la luz, estás manteniendo a una manga de chulos que se han acostumbrado a vivir de lo que haces. ¡Ya sé! Allá porque jineteabas, pero aquí, ¡fíjate cómo estás!, dentro de dos años no sirves para nada, y mija, la vida va a continuar después que te entierren, trata de vivir un poco. Se llevó nuevamente el vaso a los labios y pude observar todas las cortaduras de sus manos, me dijo que andaba trabajando en una imprenta.
Yunieski es un chamaco carente de la maldad existente en un mundo podrido como el nuestro, la pérdida de su virginidad espiritual era reciente y el infantilismo se aferraba a su cuerpo de hombre. Yo lo consideraba un Peter Pan algo huevón, uno de esos fiñes que arriban a estas playas casi indefensos, acabados de desprenderse del cordón umbilical que lo ataba a su madre. Hablaba poco, y cuando lo hacía, casi siempre resultaba un disparate que provocaba la risa de los demás. Su incultura era merecedora de una gran condecoración y sus temas poco se apartaban del medio donde se había desarrollado. Ignoraba que el Tocororo era el ave nacional, pero en cambio, conocía perfectamente el árbol genealógico de cuanta jinetera se paseaba por las playas del Este y las coordenadas geográficas de cada una de sus conquistas. Su tarjeta blanca la había luchado en la arena, siempre me decía, muchas horas de sol y largos recorridos desde Bacuranao a Guanabo. Sed y hambre durante aquellos interminables paseos casi diarios, donde el sol va consumiendo los escasos líquidos que almacena el cuerpo. Andar indiferente entre olas de prostitutas jóvenes y bellas, asidas por la cintura y manos gruesas que se extendían hasta el culo. Sonrisas falsas que el hambre aplaudía ante la mirada pícara de los demás en esa batalla infinita por escapar. Bajaba con mucha frecuencia y a toda velocidad por la loma de Santa María, mientras la brisa marina secaba el sudor de un largo pedalear desde el poblado de Regla. Su piel, curtida por el salitre, se había convertido en un chaleco protector contra los rayos ultravioletas. Cuando me detenía ante su mirada y él se esforzaba por decir algo coherente, daba la impresión de continuar con los labios resecos y cuarteados. Sus descensos nunca se han detenido y realiza aquellos familiares recorridos, pendiente abajo, sin poder escapar nunca de su profundo abismo.
Su esposa pudo cómodamente ser su madre, puede que el primer contacto con sus senos haya resultado confuso y los mamara como en sus tiempos de lactancia. Hasta los instantes de ser capturado en aquella extensa playa infestada de voraces tiburones, Yunieski era uno más de la tonga, otro comemierda que se dejaba arrastrar por la corriente, un pajizo que nunca había chocado con un bollo de frente. Él pensó haber llegado hasta aquí por el fruto de sus constantes luchas en esa arena salvaje de nuestras playas. Ella no, lo mostraba como una presa atrapada en sus pesquerías por aquellas playas, un trofeo más que se exhibe con el orgullo de una vieja embajadora de la celulitis.
Nunca cambiaremos y la enfermedad que padecemos a la hora de marcar el tiempo es crónica, endémica, media hora de las nuestras pueden representar tres de las canadienses. Nadie nos toma en serio cuando acordamos una cita y somos malísimos en matemáticas, cuando decimos diez, resultamos quince y viceversa. No creemos en nada y somos furibundos creyentes, damos luz y fabricamos las sombras que unas veces espantamos con nuestros gritos o hablar alto. Somos posesivos, todo nos corresponde y el próximo Papa debe ser nuestro y el vaticano trasladado a La Habana. Y no hablemos de templar, se nos debe construir un templo con altares a la lengua, el pito y el bollo. El hueco de la retaguardia está en proceso de análisis, porque cuando lo aceptemos sin prejuicios, habrá que amarrarse los pantalones. ¿Podrá existir un maricón más maricón que nuestros maricones? Espero no se ofendan por estos cubanismos y sepan sustituir algunas molestas palabras. Pero, mientras no se demuestre lo contrario, aquí se llamarán gay por su sonido tan dulce y poco ordinario, allá no. Comenzaron a llegar sin reservaciones.
-Me das un cubanito. Solicitó Yunieski y me sorprendió ese cambio de preferencias.
-¿Y eso?
-Na, no estoy hoy pal dulce.
-Tas cabrón por algo.
-Más o menos, la felicidad no podrá ser completa.
-¿Y cuándo lo ha sido, no te lo explicaron tus padres?
-¿Los puros? Siempre han estado ocupados en algo, movilizados.
-¡Ah! Están integrados.
-¿Qué remedio les queda? Tienen que sobrevivir.
-Sí, en esa están todos, pero pudieron darte un poco de atención.
-¿Atención? Ellos me atendieron, bueno, hasta que se divorciaron. Ya sabes, cada uno tira por su lado.
-No se justifica, siempre debe existir un poquito de tiempo, el mínimo aunque sea.
-Pero ellos me atendieron.
-Malamente, eres un fraude vestido de pelotero. ¿En qué trabajaban los puros?
-¿Los puros? La vieja en el turismo y el puro de dirigente.
-Se ve.
-¿Por qué?
-Porque eres un burro, ¿no te das cuenta?
-Pero yo tengo mi diploma de la escuela de mecánica.
-Un diploma no cuenta, me imagino haya sido obtenido por sobornos. Tú pasaste por la escuela, pero la escuela nunca pasó por ti.
-No sufras eso, ya estamos aquí.
-No lo sufro, ese no es mi problema.
-¡Asere, dame una copa de cerveza!
-¡Coño Argel! Dichoso los ojos que te ven, ¿resolviste el problema con la jeva?
-Sí, llegué a la conclusión de que mi vida está íntimamente atada a la colombiana, esa es la mujer de mi vida.
-Eso mismo me dijiste la primera vez que te botó.
-Pero ahora es en serio.
-Y con la iraní lo fue, y también con la rumana, ¿y te recogió?
-El amor es el amor.
-Y la falta de machos que hay en este país también.
-No es fácil estar solo.
-Así mismo es, tener que pagar una renta, electricidad, teléfono, comida, etc. La soledad es de pinga cuando la vida es tan desorganizada.
-¡Coño, viejuco! Hoy estás por la goma.
-¡Me das un mojito!
-¡Bravo! Al fin decidiste probar los de la casa. ¿Cómo estás?
-Mejor que nunca. Contestó Celia mientras acomodaba su abrigo al espaldar de la butaca y colocaba su cartera en la aledaña.
-¿Qué, ya tiraron la placa?
-Están en esa, pero vengo a celebrar que le gané el juicio a ese enfermo sexual.
-¿No sé de qué me hablas?
-¿No te dije que el tipo quería templarme en la mesa del comedor, en la tasa del inodoro, en el refrigerador, en la caseta del patio y hasta en el balcón?
-¿Qué tiene de malo eso? Rompe la monotonía y hace más divertido el acto sexual. Deberías alegrarte, si para empatarse con un macho en estos días resulta una tarea de James Bond.
-No, no, no. Siempre te he dicho que soy puta, pero me merezco algo, cuando menos, templar como lo hacen los seres humanos. Una cosa es luchar la carta blanca en la isla y otra es que nos sigan considerando putas aquí. Hace rato que estoy en retiro y deseo ser una señora. Respondió algo molesta y sus palabras provocaron la risa de Yunieski y Argel.
-Dame un jugo de mango, un mojito y un daiquiri.
-¡Muchacha! Ni me he enterado cuando llegaron, ¿para quién es el jugo de mango?
-Para mí. Respondió Yarisleidis mientras se estiraba por encima de la barra y me daba dos besos a la usanza de los quebecos. Le extendí la mano al marido y al señor que se encontraba a su lado. El jugo de mango es para mí.
-¿Estás enferma?
-Si supieras, estoy embarazada y creo que vas a ser el padrino de la criatura.
-Pues mira, estaré encantado. Enseguida les preparo el pedido.
Carole llegó acompañada de su amiga y bordeó la barra hasta su entrada. Allí me premió con sus dos acostumbrados besos, el contacto de sus labios con mi cara resultaban similares al de una bomba de succión, eran las ventosas de un pulpo o calamar, nunca se me ocurrió mirarme al espejo después de aquellos sonados besotes. Era una doctora francesa que frecuentaba el restaurante y me descargaba todas sus preocupaciones, me convertía poco a poco en un banco donde todo el mundo depositaba sus frustraciones diarias. Su amiga era un medio tiempo que me gustaba, su cuerpo era exquisito y respondía perfectamente nuestras exigencias de machos tropicales. Su rostro no, pero ese bache podía superarse apagando la luz o cubriéndole la cara con un cartucho. Siempre le dejaba caer una bala, pero ella era insensible a los piropos. Por el contrario, Carole me brindaba besos exagerados que burlan cualquier frontera geográfica, ella era bajita y algo gorda. Luego, llegó al restaurante directamente del trabajo y su olor rancio lograba vencer al aroma de cualquier perfume francés. Se había enamorado en La Habana también, pescó o la lucharon en la arena, cualquier hipótesis es bien aceptada y el resultado será similar al de muchas que han pretendido mostrar sus trofeos más allá del medio año. Carole se dedica a las investigaciones y solo posee su residencia en Canadá, condición que le dificulta como a cualquiera de nosotros traer el fruto de su pesca. Hace solo un mes que viajó a la isla para agilizar un poco los trámites y parece que se quedó algo caliente en ese viaje. Cada visita que nos hace llega acompañada de frases con doble sentido muy utilizadas en el patio. En la medida que se repiten, sus disparos son más certeros y las invitaciones o retos más directos, parece que desea enfriarse conmigo como muchas que visitan el local. Solo existe una gran diferencia que tal vez algunas no comprendan, yo no ando por las playas, no lucho y estoy aquí. Las langostas que se comen en la isla por solo diez dólares, en cualquiera de los restaurantes de Montreal cuestan noventa.
-Puedes ponernos una copa de vino tinto y otra de blanco. Me solicitó mientras se sentaba en una mesita aledaña a la barra.
-Claro, mon amour. Ella me dedicó su extraña sonrisa y un guiño de ojo familiar.
-¡Compadre! Los otros días estuve debatiendo en el seno de un grupo que me acusaba de estar hablando como tú. Me disparó Argel mientras me dedicaba a preparar los tragos solicitados. –Dicen que me encuentro influenciado por tus lecturas.
-No te entiendo muy bien.
-La gente me llama Juan Pirindingo y las discusiones se extendieron hasta altas horas de la noche.
-Y tú,¿cuáles son tus conclusiones?
-A mí la pinga, yo soy dueño de mis palabras y pensamientos, por algo salí de Cuba, ¿no?
-Por supuesto, pero si un día consideras perjudiciales esas relaciones, debes hacer uso de esas libertades.
-¡Oye, sin susto! Yo pienso lo que me salga de los cojones.
-Ten cuidado y pichea bajito, la gente habla español.
-¿Quiénes?
-Todos los que están en la barra, aquella chamaca es cubana, el fiñe es del patio, la señora es de La Habana y aquellas damas que están en la mesita, la más gordita es doctora y está casada con un cubano. Él recorrió con la vista todos los lugares señalados y no ocultó su asombro.
-¡Ñoo! Fue todo lo que expresó.
-Dos copas de cerveza, por favor. La voz me resultó conocida, pero atento a la preparación de aquellos tragos no le presté atención a su presencia. Pocos segundos después y picado por la curiosidad, levanté la vista y allí estaba acomodándose la chamaca del navajazo en la cara. Tuve que realizar un gran esfuerzo para ocultar mi sorpresa, no venía acompañada de su marido y había dejado los fiñes atrás. El sonso era su nueva pareja, un tipo joven y de cuerpo atlético, pero un perfecto comemierda al cual conocía desde hacía unos diez años. El sonso había estado en el restaurante en varias oportunidades con jevas diferentes, siempre se la dejaban en los cayos y eso era muestra de ser mala hoja, cuando menos. Hablaba poco y trataba por todos los medios de no ser identificado, yo lo complacía en esas extrañas visitas y simulaba no conocerlo. Ese día me sorprendió, no podía imaginar ese vínculo suyo con aquella scarf face del patio y hasta donde resistirían sus vínculos con ella. Tuve deseos de alumbrarlo y decirle muchas cosas, pero se imponía la necesidad de que otros seres experimentaran sus propias experiencias.
-Dicen que el caballo anda enfermo. Expresó Argel en esos segundos donde se impone un silencio colectivo sin nadie solicitarlo.
-¿Quién está jodío? Preguntó Celia, hoy, un poco más relajada a la hora de beber.
-El caballo, el tipo está al guindar el piojo.
-No te creo, ¿y desde cuándo? Insistió con inocencia no fingida.
-¡Coño! Estás detrás del palo, ese viejo de mierda anda jodido desde el pasado 31 de Julio, ¿no te has enterado?
-Me desayuno con eso. Respondió sin darle mucha importancia a la noticia que recibía atrasada.
-¡Pobrecito! Intervino Yarisleidis desde el otro extremo de la barra.
-¿Pobrecito, ese hijoputa? Dijo Argel algo enojado.
-Pobrecito, caballeros. Ya está viejito. Insistió Yarisleidis.
-¿Pobrecito? ¿Tú eres comunista? Le preguntó Celia desde otro ángulo.
-No soy comunista, soy fidelista y no dejo de reconocer las cosas buenas que ha hecho por nuestro país.
-¿Las cosas buenas? ¿Qué haces aquí, por qué te fuiste de la isla?
-Bueno, para ayudar a los míos. No se puede negar que la situación económica es mala y se hace necesario ayudar a los que están allá.
-¿Pobrecito? Ese viejo singao es un hijo’eputa. Insistió Argel. –Puro, ¿Por qué no le cuentas cómo era Cuba antes?
-¡Consorte! No me metas en esos líos, yo voy a ser el padrino de su criatura. No me gustaba el camino que estaba tomando la conversación, siempre había tratado de que aquel espacio sirviera para la unión de todos los cubanos. ¿Sería posible lograrlo algún día? ¿Podrían convivir balseros y guardafronteras que trataban de hundir sus balsas?
-¿Qué diferencia hay entre comunistas y fidelistas? Soltó el sonso cuando todos habían enterrado el tema.
-No sé, que los comunistas embarcaron a millones de gentes con su ideología fracasada. Respondió ella con un poco de temor y su marido solo observaba, no se atrevía a participar.
-¿Y los fidelistas? Preguntó Yanieski
-Los fidelistas, los fidelistas. Bueno, en Cuba la educación es gratis, los hospitales también.
-¿Y en Canadá no lo son sin ser fidelistas? Intervino el sonso.
-Y no hay que estar dando el culo para salir de este país, porque mucho que tuve que darlo hasta que enganché a un cabrón que me sacara. Respondió Celia algo encabronada.
-Caballeros, ¿por qué no cambian el tema? Traté de calmar las pasiones.
-Porque llevamos cuarenta y siete años cambiándolo, no me empinguen, aquí habemos gentes de varias generaciones y el que más y el que menos ha tenido que dar el culo.
-No te mandes, yo no le he dado el culo a nadie, yo llegué en barco.
-Diste el culo bien, si no lo hubieras dado estarías en la isla todavía, defendiendo lo que te pertenece, lo que nos pertenece, no tapemos el sol con un dedo.
-Caballeros, ya estamos aquí y el kilo no tiene vuelto, vamos a tratar de pasarla lo mejor posible. Dijo la muchacha de la cara cortada.
-Lo mío es hacer unos varos para cuando vaya de vacaciones y ya saben, vacilones van y vienen en esas dos semanas. Trató de aportar algo Yunieski.
-¡Claro! Vacilones con chamaquitas de quince años que pudieran ser tus hermanitas. Le respondió algo agresiva Celia. -¿Por qué no haces esos vacilones aquí? Porque te cuestan caros, cabroncito.
-¡Caballeros! ¿Por qué no cambiamos el tema? El ambiente está viciado. Reinó el silencio durante más de media hora, tiempo en el cual le fuera servida la comida a los que se encontraban en la barra.
Si supieras, mi padre se encuentra viviendo tiempos difíciles. No te digo mi padre, mi madre los está pasando peor. Yo estaba estudiando matemáticas en la universidad de La Habana y me vi obligada a abandonar mis estudios para ayudarlos.
-¿Y en qué trabajaste después?
-Tuve que irme para el turismo, allí fue donde conocí a mi esposo.
-¿Y sientes compasión por ese hijoputa que cambió el curso de tu vida?
-¿Pero no es tan malo?
-No, en realidad la mala fue la comadrona que no lo ahorcó con la tripa del ombligo.
-Eres del carajo.
-¡Del carajo! Qué poco sabes de nuestra historia.
-Hoy no es mi día, en estos días regreso nuevamente para tallar con tranquilidad, regresaré cuando no vengan tantos aseres. Me dijo Argel mientras pagaba su cuenta en la caja.
-Ven los días entre semana.
-¿Y sigues casado? Preguntó Carole en perfecto español mientras su amiga permanecía como el pescado en tarima.
-El que quiera agarrarme la coneja tiene que pagar. Insistió Celia aún sentada en el bar
-Pero te estás prostituyendo igual.
-Que paguen, que me lleven a un restaurante y luego a un hotel.
-Tienes cada palabritas.
-Na, cualquier momento te invitamos a la boda. Me dijo el sonso y me hice el comemierda, la jeva con el tarrayazo en la cara me guiñó el ojo.
-La semana que viene voy pa’La Habana, ¿quieres mandar algo?
-No tengo ideas. Yunieski pagó y salió en silencio.
-La crica, la coneja, la papaya, el bollo, la chocha… Debo cuadrar la caja, hay que luchar.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2006-11-01
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