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jueves, 29 de noviembre de 2018

PAQUITO Y PAQUITA



                                                   PAQUITO Y PAQUITA



           

Nunca me gustó vivir dentro de la ciudad, menos todavía en una como La Habana, diseñada con estrabismos al futuro, contaminada como ciudad México, pero con una sola diferencia, respiraba por encontrarse al lado del mar, al que no se cansaba de envenenar.


Mientras sus edificaciones majestuosas y agotadas por el abandono oficial tenían que acudir al auxilio de muletas para sostenerla en pie de guerra, antiguas fortalezas se reían descaradamente de ella. Algunos restos de murallas construidas por nuestros esclavos, se mantienen bufonamente erguidos ante las nuevas construcciones. 


La paseaba casi a diario cuando me encontraba en el puerto habanero, la evitaba de noche. La Habana Vieja era el nido de lo peor que arribaba a nuestra capital, incubadora de delincuentes, hospital materno de la bolsa negra, cuerpo de guardia de la prostitución barata por su proximidad a la bahía, fábrica de dobles rostros sin par.


Por una de esas cosas raras de nuestras vidas y con el propósito de descansar del agua salada, caí en una microbrigada ubicada en la misma esquina de San Ignacio y Jesús María. En esas condiciones que más adelante les narro, ganaba el doble que un ingeniero cubano, yo era feliz, los vecinos eran felices, siempre andaban riendo, me sentí muy contento de estar nadando en un mar de mierda.


Nuestro propósito era (hablo en tercera persona acorde a las normas vigentes) mi propósito era vacilar un poco antes de hacerme a la mar de nuevo. Pues bien, la intención colectiva era construir una edificación de cuatro pisos donde se incluyera el consultorio del médico de la  familia. No creo tampoco que haya sido el pensamiento de los que estábamos allí, no pensábamos, fuimos diseñados para obedecer y aquellos eran planes del Partido de la región.


Nuestro campamento o albergue se encontraba a una cuadra de nosotros, allí tocaban algo metálico que imitara el toque desafinado de la peor de las campanas existentes en el mundo, no recuerdo que pedazo de metal utilizaban, pero se encontraba en total armonía con el barrio. Ese día no tuve deseos de acudir al llamado de la merienda, era demasiado caro caminar una cuadra por la oferta y decidí subir al segundo nivel. Hacía solo unos días que habíamos terminado de fundir la placa y recién comenzaba a tirarse las maestras para levantar las paredes que continuarían aquel monumento  a la chabacanería y mal gusto.


-¿Compadre no fuiste a merendar? Le pregunté a Gilberto, Gilbert para los socios, los ambias culiñanes de estudios, sus aseres que no tenían nada que ver con raza o religión, pero a él le salía de los huevos fuera así, nunca concibió panales sin fronteras, los hay de avispas y de abejas, siempre me dijo y no lo entendí muy bien. Levantaba unas cuartas del piso, flaco, enjuto y arrugado como una pasita de las que se habían perdido del mercado desde los tiempos de Cristo. Eso si, Gilbert tenía un volumen de voz muy desproporcionada con su cuerpo, cuando la alzaba metía miedo, lo hacía con suma frecuencia sin calcular que nunca resistiría un soplido. La gente lo quería y se lo tiraba a broma, muchas  veces lo provocábamos solo para reírnos un poco, era muy buen improvisador.


-¡Cállate, coño! Paquito está templando. Me respondió, mientras con el índice me indicaba a una especie de tronera practicada en una de las paredes del edificio vecino. Era espectacular aquella cirugía ilegal practicada en una pared donde nunca se hicieran cálculos de resistencia y menos de longevidad. Era un simulacro de ventana o respiradero, tal vez una especie de cañonazo del tiempo para darle acceso a un poco de aire menos contaminado por la ansiedad oculta por diplomas y medallitas, tal vez para dejar escapar gemidos y sueños marchitados. Allí estaba ese hueco como herida sangrante de malas palabras, rústico, desnivelado, descubriendo viejas piedras centenarias o milenarias quizás. Nadie se preocupó de repellar sus costados, un arqueado arquitrabe que evitara la caída de otras piedras y el edificio. Para rematar aquella obra abstracta, habían colocado una especie de prótesis rudimentaria que simulaba ser una ventana. Una ventana de dos pisos como era normal verlas en toda la La Habana, detrás de ella era fácil descubrir la existencia de una barbacoa, solo los comemierdas turistas pasaban inadvertidos.


-¿Estás de mirahueco? Mira que siempre he pensado eres un tipo serio. Le dije para buscarle la boca como siempre.


-¡Qué coño mirahueco ni un carajo! Te estoy diciendo que te calles para que no le jodas el palo a Paquito. Me respondió sin quitar la mirada del marco de la tronera y volvió a señalar con el dedo índice, fue cuando me di cuenta que se refería a dos gorriones.


-¡Tas enfermo, compadre!, mira que dedicarte a esto ahora, tas grave. Le dije sin quitar la mirada de aquella pareja de pajaritos. En esos momentos Paquito le decía algo a su pareja, ella se erizaba y hacía unos rápidos movimientos casi telúricos, él la miró por unos instantes y se lanzó a un nuevo ataque. Se le encaramó aleteando y tratando de mantener su equilibrio la picaba en las plumitas de la nuca. La pajarita muy complaciente echó su colita a un lado, tal vez la ayudó el viento y pudimos ver por solo fracciones de segundos un puntico que tenía que ser su culito. Con más precisión que Guillermo Tell, Paquito inclinó su colita en busca de aquel dulce huequito, su colita estorbaba un poco, pero al parecer dio en la diana y se bajó de su parejita para hablar un poco con ella.


-Es del carajo ser pájaro, mira que pasan trabajo para templar, esa cola molesta mucho, deberían tenerla postiza.


-Pues mira, con la cola jodedora que dices ya le ha echado cinco palos a Paquita.


-No jodas, ¿tanto tiempla ese pájaro?


-Eso no es nada, ayer le echó quince palitos. Tomé un bloque y lo acomodé al lado de Gilbert para continuar el conteo.


-Cuando terminen deben tener el culo en candela, ¿qué comerá ese pájaro?


-¡Cállate y observa! Parece que la va a montar de nuevo. Sentimos a alguien subiendo por la escalera de madera.


-¡Asere!, aquí les traigo unos metros comiquísimos, cinco varos cada uno, mírenlos bien. Era Juanito, un mulato que pertenecía a una microbrigada distante a una cuadra de la nuestra.


-Oye Juan, vas a dejar a tu brigada sin herramientas, asere. Le dije bien bajito mientras observaba la calidad de aquellos metros, eran made in China, plegables y de aluminio.


-¡Shiiiiiiiiiiiiii! ¡Sió, cojones! Si van a estar dando muela bajen, le van a cortar el palo a Paquito. Juan se sorprendió por aquella inesperada reacción de Gilbert, se asustó más bien y casi al oído me habló.


-Asere, ¿Qué le pasa al consorte?


-Nada Juan, el lío es que Paquito está templando, fíjate que ya va a echar el palo número seis. Le indiqué con el índice al marco de la ventana.


-¿Seis palos? ¿Qué coño jama ese pájaro? Exclamó sorprendido.


-Y eso no es nada, ayer echó quince. Le respondí sin quitar la vista de aquellos dos animalitos, Juan tomó otro bloque y se sentó a mi lado. Todos guardamos silencio mientras Paquito repetía el ritual del talle, Paquita que se erizaba, Paquito que se le encaramaba y la picaba en la nuca, solo que esta vez Paquita movió la colita en dirección contraria a la del palo anterior y no le vimos el culito.


-¡Asere!, ¿tú no te has fachado unos binoculares del barco? Me preguntó Gilbert en la breve pausa que se tomaban los pajaritos.


-Coño Gilbert, ¿cómo me voy a poner en esa?, acuérdate que yo soy oficial.


-¿Y qué? Yo también lo soy y facho como un caballo, todo el mundo facha y no lo hagas para que veas, pereces.


-Si lo quieren yo se los puedo conseguir. Intervino Juan.


-¿Conseguir qué? Le pregunté intrigado.


-Los binoculares para que le vean el bollito a Paquita, y bueno, tal vez se le peguen algo más dentro de la ventana.


-¡No jodas, consorte! ¿Cómo vas a conseguir eso? Le respondió Gilbert.


-Aterriza mi herma, estás en La Habana Vieja, hasta un cohete MX si quieres, pide por esa boca. Paquita comenzaba de nuevo con sus movimientos espasmódicos, abría sus alitas y levantaba su colita dejando al descubierto su maravilloso huequito. Paquito decía sus cosas, tal vez protestaba ante aquella exigente hembra. Sentimos que alguien subía por la escalera.


Edificio construido por marinos en la esquina de San Ignacio y Jesús Maria. Habana Vieja


-Gilbert, hace falta que te llegues por el Círculo, se han descolado varias cunitas y cinco corrales, además, el baño está tupido de nuevo. Era Margot, la subdirectora de un Círculo Infantil que patillas había inaugurado hacía solo unos meses. Fue en esa etapa de su vida durante la cual, su descomposición mental le diera por inaugurar un Círculo diariamente. Entonces, todos sus tracatranes se imponían metas, o mejor dicho, se las imponían a los trabajadores y las cosas se construían en tiempos records, (en apariencias solamente) pero a los pocos meses, digamos que quizás semanas, comenzaban a flotar todas las porquerías realizadas. En el caso de ese círculo situado en Jesús María y media cuadra de San Ignacio yendo para la avenida del Puerto, todos los días iban a jodernos por algún problema. Lo más risible de todo ha sido que cuando el caballo fue a inaugurarlo, pintaron esas dos cuadras para engañar a la prensa e incautos extranjeros.


-¡Shhhhhhhhhhhhh! ¡Cojones! ¿Será posible que en este país no dejen templar tranquilo ni a los pájaros? Paquito y Paquita miraron hacia Gilbert y movieron sus alitas, se hizo un rotundo silencio.


-¿Y a éste qué coño le dio hoy? Replicó Margot algo molesta.


-Nada Margocita, no te pongas brava, el lío es que aquellos gorriones están templando, ahora van por el palo número siete, y dice Gilbert que ayer echaron quince. Le expliqué.


-¡Ñoooó! Pero ese no es un gorrión, es un caballo. Voy a tener que enviarle a mi marido para que le muestren esto. ¿Qué carajo comerá ese animalito?


-¡Shhhhhhh, coño! Ahí va de nuevo. Intervino Gilbert y todos guardamos silencio mientras Paquito repetía su maniobra. Le brindé mi bloque a Margot y me mantuve agachado hasta que terminara el palo, después me moví por otro. Sonó la campana y continuamos en esa interesante observación. La escalera de madera se movió de nuevo.


-¡Arriba! ¡Cafecito caliente!- Era Anita, una flaca muy próxima a los seis pies de estatura. Para ser blanca tenía el pelo tan ensortijado que se acercaba a negra en ese aspecto, sin embargo, siempre le observaba el color de las encías cuando reía o el color de las uñas y nada la delataba con antecedentes africanos. Anita estaba embarazada, mostraba con penas una barriga que sobrepasaba los cuatro meses, aún así, pertenecía a otra microbrigada que estaba ubicada a media cuadra de la nuestra. No recuerdo a cual organismo pertenecía, solo que ella misma tenía la seguridad de que sus posibilidades de obtener vivienda eran remotas. Cuando le pregunté por el marido me respondió con pocas palabras, Anita pertenecía a ese numeroso ejército de madres solteras y vivía hacinada en un solar. No sé cuales eran sus atractivos, pero Anita me gustaba mucho, aún con su barriga, debe haber sido por esto último, nunca había tenido una aventura con una barrigona, temí estar enfermo.


-¡Vaya, carajo! Éramos poco y parió catana, será posible que sigan jodiendo. Dijo Gilbert algo encabronado.


-Si quieren me voy pal carajo y se hacen el café en su casa. Dijo Anita acompañando esas palabras con la exagerada gracia que yo encontraba en ella.


-No te vayas flaca, reparte ya que se enfría. Le dijo Margot.


-De repartir nada mija, este café tiene nombre y apellidos. Respondió muy parca Anita.


-¿Cómo se digiere eso? Preguntó Juan.


-Muy fácil, ¿quién carajo les dijo que las micro dan café?, eso lo compran los muchachos haciendo una vaquita. Le dijo Anita mientras señalaba para Gilbert y para mí.


-Vamos a mojarnos los labios para encender un Popular, pero no se acostumbren, en la bodega venden los sobrecitos de café a tres pesos. Anita fue sirviendo en las únicas dos tacitas que cargaba y donde todos pegamos la bemba.


-Tomen esa agua de culo, pero no se muevan tanto ni hablen tan alto, no van a dejar templar tranquilo a esos infelices. Dijo Gilbert mientras sorbía con gusto aquellas goticas de café.


-¡Caballeros! Me pueden explicar que le pasa al flaco hoy. Expresó Anita preocupada.


-!Nada, vieja! El problema es que aquellos dos pajaritos están templando, ya han echado siete palos y dice Gilbert que ayer fueron quince. Explicó Margot en lo que yo busqué un bloque para mí y otro para Anita, ya sabía que se quedaría.


-¿Quince palos? Ese gorrión es un salvaje. Fue todo lo que soltó Anita.


-Na, va y es igualito al tipo que te llenó el tanque. Bromeó Juan.


-Ya quisiera parecerse a ese pajarito, siempre anda alegando estar cansado, que si las guardias, que si las reuniones, que si las marchas, que si la jama no está pa eso. No mijo, me lo llenaron con un solo palo, dichosa esa gorriona. ¿Qué comerá ese pajarito?


-¿Se acabarán de callar? Gilbert mostraba un bien marcado mal humor y todos nos reunimos nuevamente en nuestro silencio. La escalera de madera sonó nuevamente mientras Paquito y Paquita disfrutaban ahora su pausa un poco más larga.


-¡Arriba, caballeros! Papas rellenas de sorpresa, calenticas. Era Mongo con su acostumbrada lata de galletas debajo del sobaco. En el bolsillo trasero de su pantalón cargaba una libretita donde anotaba lo que fiaba, yo le pedí dos de pescado, al menos no me podía engañar porque el pescado debe saber a pescado. No sabían mal y costaban a veinte centavos cada una. Comenzaba el ritual que antecede un palo y Gilbert se observaba cada vez más molesto.


-Mongo, vende tus papas pero trata de guardar silencio. Le dije antes de oír explotar a Gilbert.


-¿Qué volá, están de luto? Preguntó sorprendido.


-No es luto Mongo, es que esos gorriones están templando y van por el palo número ocho, dice Gilbert que ayer echaron quince. Le explicó Anita.


-¡Quince palos! De tranca, ese gorrión se manda mal, me quedo, me quedo, y si llega a diez le regalo una papa rellena. Respondió Mongo.


-Pues búscate un bloque y cierra el pico. Le ordenó Gilbert.


-¡Caballeros! ¿Por qué no organizamos una apuesta? Nos jugamos una caja de laguer, es sencillo, los que apuestan a que llega a los quince palos y los que dicen que no llegará.


-Juan, mejor sigue con los fachos compadre. Le dijo Margot.


-De verdad que no hay ambiente en esta brigada de marineros. Terminó de decir cuando desde la calle se escuchaba un escándalo anormal y todos nos olvidamos de los pajaritos. La gente gritaba y solo veíamos a un negrito corriendo a toda la velocidad de sus piernas por San Ignacio, la información fue corriendo de boca en boca con más eficiencia que los órganos de prensa del país. El negrito venía en una bicicleta y se le tiró a la cartera que una turista llevaba colgada en el hombro. Parece ser que los tirantes de aquella cartera eran de muy buena calidad y el negrito no logró romperlas del tirón que le dio. En esa desesperada maniobra perdió el equilibrio y cayó al suelo, la gente le partió para arriba y el muchacho en su nerviosismo arrancó en una veloz carrera dejando tras sí su bicicleta. Mal día para el chama, todos nos sentimos conmovidos por el hecho, regresamos nuevamente a nuestros puestos y la escalera se movió de nuevo.


-¡Caballeros! Cigarros Populares de los buenos a varo la cajetilla. Era Janet, una mulata cincuentona y presidenta del cedeerre que estaba al lado del puesto de vianda. En seguida saqué cinco pesos.


-¿Podrán hacer silencio en un solo puto día de sus vidas? Protestó Gilbert.


-¿Y a éste que bicho lo picó? Expresó Janet mientras me despachaba las cinco cajas de Populares.


-Nada mija, estamos vacilando a esa pareja de gorriones templando, ahora van a echar el palo número nueve, y eso no es nada, ayer echaron quince. Le explicó Mongo, quien estaba sentado encima de la lata de galletas. -¿Quieres papas rellenas Janet?


-No mijo, en la casa estoy tirando algo mejor que eso. Todos giramos nuestra vista hacia ella y olvidamos a los pajaritos, solo Gilbert continuaba concentrado.


-¿Qué estás tirando? Le pregunté en nombre de la colectividad.


-Pan con lechón a dos varos y laguer a tres. Dijo Janet.


-Mulata, voy en esa, ya falta poco para que toquen la campana del almuerzo, así que me tienes en el número uan. 


-No hay líos, alcanza para todos. ¿Dicen que ese pajarito ha echado hasta quince palos? ¿Qué coño jama ese bicho? Mañana les mando a mi marido pa que le den una lección. Todos nos reímos mientras Paquita movía el culito con cierta elegancia, se hizo silencio y Paquito la volvió a montar, ahora la pajarita inclinaba su colita hacia la banda donde no podíamos verle el culito, la escalera se movió nuevamente.


-¡Caballeros! ¿No piensan pinchar hoy? Era Salvador el jefe de la brigada.


-¡Cállate la boca y no jodas! Tú haces menos que nosotros.- Le respondió Gilbert y aquella expresión lo paró en seco.


-No te mandes Gilbert, ¿en que onda andan ustedes aquí arriba? Preguntó y entonces Janet le explicó la importancia de aquella espontánea reunión, Salvador fue hasta la pila de bloques y se acomodó en el grupo. No era mala gente el jabao, lo suyo era vivir, pero dejaba que la gente se defendiera. Abajo, los fiñes chiflaban y rechiflaban, algunos nos asomamos al borde del techo, una linda mulatita andaba con un bajaychupa mostrando sus dos tetas paradas como cañones antiaéreos. La lycra que llevaba puesta solo alcanzaba la mitad de sus muslos, muy ajustada, tanto, que se le marcaban hasta los poros de la piel, delante, donde se unen las dos piernas, un provocador bulto. Dicen los chamas del barrio que era una hernia.


-No puede ser que ese pájarito de mierda haya echado tantos palos, ¿de qué coño se alimenta? Preguntó Salvador mientras se oía el toque de la campana para el almuerzo, el sol daba directamente sobre nuestras cabezas y Paquito se observaba fatigado. La hembra no, ella seguía con sus provocadores movimientos, se erizaba, abría sus alitas, levantaba la colita en una danza erótica mientras le enseñaba el culito al pobre pajarito. Gilberto nos culpó a todos de aquella repentina indiferencia, dice que era por la cabrona conversadera, ambos pájaros salieron volando y el grupo se fue disolviendo. Yo fui con Gilbert para casa de Janet por un pan con lechón y tres o cuatro cervezas. Juan no pudo vender sus metros de mierda, Margot muy preocupada con su círculo infantil y los servicios que se desbordaban. Anita con su linda pasita y aquella barrigona, bajaba en cámara lenta la escalera de madera.


-Y fíjate Margot, dile a todas esas putas que trabajan contigo, que cuando tengan la regla no metan el kotex dentro del baño, porque la próxima vez lo va a destupir la madre que las parió. Fue la despedida de Gilbert.



Pocos días después, el pobre Paquito trabajaba como un animal para construir un nido, lo hacía en un hueco existente entre el alquitrabe de la ventana y la pared de aquella tronera. Ya no templaba ni Paquita le hacía gracia alguna, cargaban con todo lo que encontraban en las calles del barrio, pedacitos de papel, trapitos, hilachas de algodón, pedacitos de tela y una que otra yerbita encontrada casualmente.


Paquita era feliz porque al final de tanto sacrificio tendría su hogar y el de sus pichones. En La Habana Vieja las cosas empeorarían, Anita continuaría hacinándose en el solar junto a sus padres y hermanos. A solo unas cuadras de allí, el historiador le daría unas vueltas a una ceiba que existe en el Templete en extravagante ritual que accionaría las camaritas de los curiosos turistas, resultaba simpática aquella novedad ante sus ojos y ridículo el papel del que solo mencionaba la historia de aquel pedacito de la ciudad.








Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada.
2003-03-30


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miércoles, 28 de noviembre de 2018

SI UN DIA EL NORTE FUERA EL SUR



                            SI UN DIA EL NORTE FUERA EL SUR




Si un día el norte pudiera convertirse en el sur, tendría que cambiarse muchas cosas. El paisaje sería otro para los pintores, escritores, poetas y enamorados. La palma dejaría de serlo y para inspiración, tomaríamos un pino o un maple. Los pájaros cantarían diferente, lo serían también sus colores, el verde no dominaría eternamente, se convertiría rojo en el otoño, para luego dejar de existir por varios meses.

La brújula apuntará hacia el otro polo, deberá cambiar el curso de las corrientes. Entonces, el "Niño" se convertirá en adulto y enojado arrojará tormentas de nieves. Se obtendrá una sola cosecha, como ha sucedido siempre, la coca y la marihuana se sembrará en invernaderos, para el consumo propio y el de otra gente.

Llegarán chichiricuses con sus dioses y brujos, pero no se le podrán ofrecer gallinas prietas ni palomas, los brujos adaptarán las ceremonias a sus nuevas condiciones. Hoy sacrificarán una ardilla, mañana un mapache y para las grandes festividades se matará un caribú. Con la piel del oso, se fabricarán tambores pa que suenen en la fiesta, en el guateque de las iniciaciones. Se ordeñará cada maple y con su miel haremos ron o aguardiente, no importa que no se tenga caña, si no resulta, lo inventamos de remolacha, pero el alcohol no faltará en los ritos importados desde el Sur.

Todos celebraremos que estamos en el norte y que mandamos a los otros pal… pal polo contrario. ¡Hay que festejarlo! En verano estaremos de vacaciones y organizaremos grandes carnavales, como aquellos de Río.
Gritaremos a todo pulmón; ¡Somos felices aquí! Qué nos importa como vivan ahora los esquimales, ni donde desovará el salmón cuando los ríos se contaminen, ni si el castor podrá construir sus diques, nada nos importará porque estaremos muy contentos, y esa alegría durará muchos años, en definitiva, ahora vivimos en el norte y los otros en el sur.

Embriagados por el cambio, disfrutaremos sin parar las vacaciones cada solsticio de verano y el de invierno también. Sin darnos cuenta, escaseará el maíz y tendremos que importar el trigo. Cortaremos los pinos en invierno para calentarnos y los pájaros no regresarán nunca mas, no tendrán donde plantar un nido. Toda la nieve que caiga se acumulará, no olviden que estamos de descanso, hasta que nos cansemos de descansar.

Cuando nos falte algo le robaremos al vecino y si este no tiene, cruzaremos fronteras. Armaremos guerrillas, pero como hay nieve, solo se peleará a partir de la primavera, se hará por tres meses, a lo sumo cuatro. Luego, llegará el frío y la oscuridad. ¡Conspiraremos, señores!, como hicimos en el Sur. Aparecerán de nuevo los caudillos, preferimos a los tiranos, esos que duran muchos años, así nos gusta, que hablen y hablen sin reparo, que prometan sin parar, que sean bien machos, de manos duras y leyes inventadas a diario.

Con varios de ellos formaremos un grupo, para realizar conferencias, reuniones Cumbres, la primera será el grupo del 69, bonito número para comenzar. Entonces, se discutirá en el ámbito internacional los problemas que tenemos en el Norte, todos los años habrá reuniones donde hablen y hablen esos Presidentes, bueno, hablar solamente, no tanto. Calmarán la sed con champán y sus tripas reventarán de caviar, que para eso pagamos.

Allí, acusaremos de despiadados a los del Sur porque cobran muy caro el mango, bloquean el aguacate, fundamental para nuestro guacamole y están pagando muy poco por el fango que exportamos. Con todos los dedos los señalaremos como crueles, con los de los pies también, si no alcanzan los de las manos. Diremos que son ladrones y que el petróleo lo venden caro, que el café está por las nubes, igualito que el tabaco, que son privilegiados con sus cuatro cosechas y pueden sembrar todo el año. ¿Con qué compraremos? Pediremos prestado en Mongolandia, nos endeudamos con pirindingo y con ello compramos, compraremos de todo, hasta aires acondicionados, para cuando descansemos como hacemos los veranos. Gastaremos lo pedido, para que no nos griten tacaños, hasta que se nos acabe el dinero, que con mucho trabajo nos prestaron.

¿Cómo lo pagaremos? No es para preocuparnos, venderemos el hielo del polo y algún animal si queda, tal vez dé resultado. ¿Y si no lo da? Poco importa, no pagaremos, apelamos al 69 como hemos hecho muchos años. Celebraremos muchas más Cumbres, para que se reúnan Presidentes con Tiranos, Reyes con Caudillos y Príncipes con enanos. ¡Eso que importa! Si siempre se divierten con las cosas que hacemos, los que gozamos en verano.
Un día, las cosas no alcanzarán para todos, como nos sucedió en el Sur, entonces, de nada servirán esas Cumbres (que nunca sirvieron) y resolveremos las cosas como estamos acostumbrados. Dejaremos por un tiempo los carnavales y sonaremos bombazos, nada se arreglará con hablar, en realidad no se sabe si hablamos.

Tumbaremos al de arriba pa que no joda al de abajo, pero tarde o temprano veremos que tampoco funciona, porque quitamos a un ladrón y el que pusimos tiene cuatro manos, así sucedió y sucederá.

La gente cansada de tantas palabras y los estómagos vacíos, desviarán aviones hacia el Sur, se cerrarán las fronteras. En las noches, partirán las balsas y los que tienen plata lo harán en barcos, serán llevados por la corriente que ahora tira en rumbo contrario. Lo mismo ocurrirá a orillas del Río Grande y nadie querrá vivir en el Norte porque el invierno es muy largo.

Como creyentes invernales apelaremos a Dios y éste no dará señales, no vendrá el Papa en su Papa jet, no llegará nadie del Vaticano. Entonces, uno de esos días, llegará el Chichiricú con sus brujos muy enojados y gritará porque las ofrendas disminuyeron cuando los animales mermaron. ¡Eso, sí! Trajo un mensaje del Señor, no se sabe cuál de ellos, pero en medio de esa gran concentración dijo:

" Estaréis condenados a llorar otros 500 años, a pelear como lo han hecho, a ser sordos cuando les hablen y para colmo, culpa
ran a otros de sus errores. Así vivirán otros cinco siglos y si no bastan, los multiplicaremos." ¡Oremos!



Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá
2000-04-26


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martes, 27 de noviembre de 2018

INOCENCIA



                                                           INOCENCIA


Calle Padre Pico en Santiago de Cuba



Llegamos la noche anterior a los recintos de la escuela La Salle en Santiago de Cuba, nos pasamos tres días en la carretera desde Varadero a bordo de una guagua escolar. Viajábamos con destino a Baracoa y disponíamos de un día de descanso, la próxima escala sería en Guantánamo. Nuestros uniformes de brigadistas estaban recién estrenados y ninguno de los muchachos vestía de civil. Todos lo lucíamos con ignorado orgullo, motivados quizás por la aventura de lo desconocido, formaba parte también de la moda patriótica que se respiraba en esas fechas. En aquella guagua viajábamos siete u ocho benéficos, así nos llamaban a los que pertenecimos a la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana, éramos tan inseparables, que todos fuimos destinados al mismo cuartón en Baracoa, se llamaba Cerqueo.

Ese mediodía me dispuse a caminar por la ciudad en compañía de mi amigo Nemesio Echeverría, aún recuerdo su nombre y el de muchos de aquellos muchachos, hoy comienza a traicionarme la memoria. “Padre Pico”, nunca pude olvidar ese nombre y luego, unos diez años más tarde, fui en su rescate durante una de mis visitas como marino a esa ciudad. Lo recordaba perfectamente, era una ancha escalera que desembocaba en una calle. Todo había cambiado y aquellas mujeres se transformaron en carteles con consignas revolucionarias, banderas, nada era igual, ni nuestro propio lenguaje.

Cuando logramos descender el último escalón doblamos a la izquierda y nos salió al paso un individuo con cara de pícaro muy sociable, recuerdo que andaba bien vestido a la moda de aquellos tiempos. Pantalón de piernas anchas que llamaban bataholas, no recuerdo si de drill cien o hacendado muy tieso, expertamente almidonado y planchado, posiblemente por una negra, eran las mejores en ese oficio. Guayabera de hilo con mangas largas algo desabotonadas para dejar al descubierto una camiseta de cuello y manguitas marca “Perro” con tres botones de oro, como usaban los chulos o guapos. Por encima de la camiseta pude ver el destello dorado producido por una gruesa cadena y cuando estuvo cerca de nosotros, descubrí que llevaba un medallón con la virgen de la Caridad del Cobre. Sus zapatos eran de dos tonos, el tiempo ha borrado su color, no recuerdo si carmelitas o negros con hermosos filigranas dibujados en las punteras. Para cubrirse del ardiente sol, su cabeza llevaba como lastre un sombrero jipijapa, así le llamaban entonces. Seguro que andaba perfumado con alguna colonia de sus tiempos, Varón Dandy u Old Spice eran muy populares, no puedo asegurarlo. Tenía un pañuelo en la mano con la que se secaba constantemente el sudor de la frente, era una pieza indispensable para el disfraz de guapo, se mantuvo invariable varios años después, hasta que se acabó la guapería elegante de aquellos años.

-¡Y qué, muchachos! ¿Buscan algo por aquí? ¿Quieren una mujer? No tenía la más remota idea de lo que deseaba decirme y que la pregunta la hiciera en plural. ¿Para qué deseaba yo una mujer? Fue una pregunta inmediata que llegó a mi mente infantil.

-¿Cuánto vale? Contestó con rapidez Nemesio y yo continuaba sin entender de lo que hablaban.

-A un Peso la hora. Le respondió el individuo sin dar tiempo a titubeos.           -¿Quieres una?

-¡Si, preséntame una! Me sorprendió Nemesio, no me había explicado nada de sus propósitos, yo ignoraba verdaderamente que rayos haría con una mujer. El hombre le hizo señal a una mulatica delgada que se encontraba parada en uno de los portales y su andar fue rápido en nuestro encuentro. Tenía un vestido ancho a media pierna y seguro que debajo llevaba oculto un refajo y sayuela. Aquellos rellenos de entonces la mostraban más gruesa, pero sus canillas lucían igual a dos palitos de escoba. Hice un paseo visual por los portales colindantes y pude distinguir a otras mujeres que esperaban también por una señal similar. Una de ellas se aventuró y llegó hasta nosotros sin que el chulo la llamara.

-¡Y tú, niño! ¿No quieres hacer nada? Me asusté mucho y no lograba escapar de mi asombro o ignorancia.

-¡No, yo no quiero hacer nada! Respondí con timidez y la voz me temblaba ¿Qué iba a hacer con una mujer? Yo no la conocía, no teníamos confianza como para invitarla a un helado o refresco con los diez pesos que nos pagaron en Varadero. En ese instante la mulatica tomaba de la mano a Nemesio y se lo llevaba en dirección al portal de donde vino, como si se tratara de una presa que no deseaba perder.

-¡Nemesio, te espero en la escalera! Me asusté mucho y regresé nuevamente sobre mis pasos, realmente no nos habíamos alejado demasiado, solo unos metros de Padre Pico. Me senté en uno de los escalones muy preocupado por la suerte de mi amigo, temí lo peor, pero aquella incertidumbre apenas duraría unos quince minutos. Regresó muy sonriente y fuimos caminando hasta el parque Céspedes donde bebí por primera vez el Pru Oriental. Me gustó, era espumoso y refrescante, de un sabor desconocido para mí, exótico, incomparable.

-Nemesio, si pagaste por una hora con esa mujer, creo que te han robado el dinero, solo estuviste quince minutos. Le dije con toda la candidez del mundo.

-Es que quince minutos fueron suficientes. Me respondió algo evasivo, como queriendo regresar mentalmente hasta Padre Pico.

-Y si fueron suficiente esos quince minutos, ¿Por qué no te devolvió la plata de los cuarenta y cinco restantes?

-Porque para estar con ellas pagas por la hora completa, si no la usas, ese no es su problema. Debes pagar por adelantado y no te devuelven nada.

-Son unas abusadoras, eso no se hace, es una estafa. ¿Y qué se hace con ellas que debes pagar un Peso por la hora?

-¿No lo sabes?

-No, no tengo ideas.

-Se paga para singar.

-¿Singar? ¿Singar? ¿Singar? ¿Qué es eso, Nemesio? ¿Es un juego? Nemesio me miró muy serio y se tomó algo de tiempo en responderme.

-¿No lo sabes? Las mujeres tienen entre las piernas un hueco rodeado de pelos que se llama bollo. Ese hueco fue hecho para que los hombres metieran la pinga y cuando lo haces, eso es singar. ¡Mira, es más o menos así! Yo atendía muy concentrado su explicación y él, para ilustrarla un poco más, levantó su mano izquierda e hizo un pequeño círculo con su dedo índice y el pulgar, después fue introduciendo el dedo índice de su mano derecha en aquel círculo repetidamente. Metía y sacaba, metía y sacaba, metía y sacaba. Tienes que imaginar que el círculo es el bollo y el otro dedo es la pinga, eso es singar, no lo olvides. 

-De todas maneras no entiendo mucho, si pagaste un peso por singar una hora, ¿Por qué lo hiciste en quince minutos? Nemesio no era muy paciente tampoco y no quiso continuar su explicación. A solo quince metros de nuestro banco, la banda municipal comenzaba su retreta en medio del parque con un danzón, se escuchaba muy raro interpretado por instrumentos de viento. En solo unos minutos se rompió el himen de mi inocencia y apareció ante mí las interrogantes de un mundo peludo. Yo tenía solamente once añitos, como acabado de sacar de una incubadora. Muy creyente de que todo ocurría por obra y gracia del espíritu santo, bueno, eso me decían las monjitas en la escuela.

Después de soportar las fatigas de un interminable viaje entre montanas, me vi de pronto integrando el núcleo de una familia campesina compuesta por el matrimonio y dos varones de aproximadamente mi edad y una hembra hermosa algo mayor que todos nosotros. Tenía ella los cabellos rizados, largos  y muy negros. La piel blanca como la leche, le servía para ofrecer un bello contraste de colores que remataba con unos encantadores ojos verdes azulados. Tenía al alcance de un pestañazo a una verdadera diosa, ante la que pronto caí fulminado por su divino rostro. En aquellas tiernas etapas de mi vida ya conocía el amor, tuve a mi primera noviecita a los diez años. Mireya y yo nos amábamos por carticas y miradas. Solo una vez le besé las manos en la oscuridad del teatro de la escuela mientras ensayábamos una obra, ya poseía téticas, se le marcaban por encima del uniforme escolar. Siempre evadí fijar los ojos en esa parte de su cuerpecito de mujercita enana, lo consideraba indecente y vulgar. Nunca me fijé en sus piernas, caderas o nalgas, yo estaba enamorado de su rostro solamente, no necesitaba otra cosa para amar que no fuera una cara bonita. Esa misma conducta la mantuve durante un año posterior, creo, hasta que la influencia de los amiguitos o el medio donde me encontraba, extendieron mi mirada hacia otras partes del cuerpo femenino. Comenzó velozmente a despertarse esa curiosidad infantil con insaciable apetito, ante lo que se presentaba como un enigma por descubrir. Me enamoré del rostro de aquella guajirita mayor que yo y me conformaba con mirarla todos los días, cada mañana cuando ella se dirigía al fogón para encender la leña con la que luego preparara el desayuno de los demás. Yo me convertí en su novio secreto, tal vez lo comprendió y me aceptó en esa condición, hablábamos mucho. No podía incubar dentro de mi mente ingenua la idea de que, aquella mujercita estaba lista para su vuelo y podía estar ardiendo en la hoguera de sus pasiones o deseos reprimidos. Controlados férreamente por un viejo ambicioso que esperaba una buena oferta, hablemos quizás de posesiones en las laderas de cualquier montaña, algún mulo como medio de transporte, plantaciones de café o cacao, ¿Quién pudiera conocer las exigencias que encontraría ese príncipe azul de las montañas? Su futuro estaba próximo a cumplirse, desfilarán varios pretendientes por la casa ante el olor de la mujer en celo, como las vacas. Llegarán en hermosos corceles los de mejor linaje en aquellas empinadas lomas, montados sobre bellas monturas de las que pocos recuerdan fabricarlas. Los más vanidosos o especuladores, calzarán espuelas de plata, se bañarán en el arroyo más cercano a sus bohíos antes de ir al de Ramón e inundarlo de un fuerte olor a limón con sus presencias, quizás de aquella colonia barata 1800.
El viejo se desgastaba hablando de las cualidades de sus gallos de pelea, mientras ella cuela café dentro de un enorme colador del tamaño de la ubre de una vaca. La colada más fuerte para los mayores y el agua de culo para los más pequeños, yo me encontraba entre ellos. Desfilará uno tras otro sin darle oportunidad a ella para la selección, debía continuar con sus masturbaciones de madrugada, eso pienso.  Más tarde, llegará la comedia del compromiso, la presencia de la chaperona que no permite un beso entre los novios, los falsos planes de matrimonio y el fin de la obra. Viene el guajiro de madrugada y en un punto distante al bohío espera a su prometida, la monta en el caballo y se la roba. Continúa como segundo acto de aquella comedia la búsqueda de lo que no desea encontrarse, amenazas de muerte a machetazos y tampoco correrá la sangre. Fin de la comedia que no llegué a ver porque me fui de aquella casa.

No recuerdo por cual estúpida razón, me vi enredado a golpes con el guajirito contemporáneo con mi edad a la entrada de la casa. El hijoputa de Ramón, gallero hasta los tuétanos, en lugar de separarnos achuchaba a su hijo como si se encontrara en una pelea de gallos. Gracias a la intervención de aquella hermosa muchacha de ojos bellos, pude desprenderme de aquel león tusado, por poco me descojona el guajirito de mierda. Recogí mis pocas pertenencias y me largué al carajo. Nosotros estábamos subordinados a un maestro voluntario llamado Reunerio Cuellar, dichosa memoria la mía. Lo encontré años mas tarde en la calle San Lázaro y me llevó hasta su apartamento donde la esposa preparó café. 

Reunerio me destinó a la casa de Eusebio, un canario con una prole superior a la de Ramón. Estaba compuesta aquella familia por la esposa, cuatro hijas y un varón de mi edad con el que tuve buenas relaciones hasta el final de la campaña. Me trataron y comporté como lo que era, un niño. Todos dormían en el mismo cuarto del bohío, era inmenso, vivían en una imperdonable promiscuidad. Cuando fui dotado de la confianza que se otorga a cualquier miembro de la familia, yo pasaba al interior de aquel cuarto y las encontré muchas veces en blúmer y ajustadores. Eran blumers de tela cocidos por su madre y los ajustadores de igual material. Como muchos estaban desgastados de tanto uso, delataban en su interior pequeños bulticos negros que imaginé fueran los explicados por Nemesio. A la mayor se le escapaban algunos de aquellos pelos por las piernas del blúmer, eran lacios y bien negros. Cuando mi vista indiscreta se dirigía hacia ese punto de su cuerpo, la maldita se reía. Solo la más pequeña carecía de téticas y sin vergüenza se mostraba ante mí sin nada que le cubriera los pechos.

 El varón y yo nos pasábamos el día cazando pájaros o buscando cangrejos debajo de las palmas reales, no lo hacíamos por deportes, nos los comíamos. Uno que otro día, me llevaba hasta una de las pocetas de aquel río de aguas cristalinas donde escuchábamos voces femeninas. Permanecíamos escondidos en la maleza mientras las observamos lavando y como se iban desnudando al concluir aquella faena. Se pasaban largo rato nadando en aquellas aguas casi puras que bajaban de las montanas y nosotros permanecíamos embelesados, bobos, ante las bellezas de sus figuras. Era como decía Nemesio, pensaba, al menos tienen aquello cubierto de pelos, solo que no podía ver el huequito a la distancia de quince metros. El hijo de Eusebio se masturbó varias veces delante de mí y me invitaba a que lo imitara, nunca encontré razones para hacerlo, no lo comprendí.

Mi lugar fue ocupado por otro brigadista mayor que yo en casa de Ramón, lo conocí durante aquellas periódicas reuniones que teníamos con Reunerio en la escuelita del cuartón. Un día, al finalizar uno de esos encuentros y camino de regreso para nuestras casas, me mostró la fotografía de la muchacha de ojos bellos totalmente desnuda. La imagen captada por mis ojos fue grotesca, vulgar, aberrante. Aún así, no dejé de mirarla por un largo instante y mi vista se detenía entre los senos y su Monte de Venus. Le devolví muy ofendido la fotografía aunque no lo manifestara, sentí profanada mi inocencia nuevamente. Sin embargo, las explicaciones de Nemesio, las imágenes de las hijas de Eusebio, las guajiritas desnudas del río y la foto de la hija de Ramón, habían infestado mi mente con un enfermizo virus que viajará conmigo hasta el día de mi muerte. Los muchachos que hoy lean estas líneas dirán; ¡Que tronco de comemierda era ese viejo cuando fiñe! Yo les respondería con la misma moneda; ¡Que troncos de comemierdas son estos fiñes de ahora! Se pasan el puto día jugando con un Play Station o detrás de una computadora. Indudablemente que esa respuesta no se ajusta al caso de los niños cubanos, ellos no poseen Play Station ni ordenadores. Sus vidas son precoces y saben lo que es singar desde pequeños, están rodeados por millones de Nemesios

-¡Somos las brigadas Conrado Benítez! 

¡Somos la vanguardia de la revolución!

¡Con la pinga en alto cumplimos nuestra meta!

¡Salvar a toda Cuba de la inseminación!...







Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada.
2018-11-27

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lunes, 26 de noviembre de 2018

JUAN PIRINDINGO



                                         "JUAN PIRINDINGO"




            
 Después del almuerzo consumíamos los pocos minutos libres para hablar sobre temas de nuestras tierras, siempre era así. Me sorprendía mucho las coincidencias en algunas costumbres, no con todos ellos, la influencia española era menor en otros sitios que en nuestra isla. Éramos pocos los latinos en aquella fábrica, solo cinco, pero la pasábamos de maravilla en ese corto tiempo, ese día había entrado otro paisano nuevo. 

-¿Compa, tú eres cubano? Me disparó rapidísimo, la curiosidad del latino es sorprendente, tenemos muchos puntos de coincidencia.

-Sí, yo soy cubano. Le respondí con destacada cortesía.

-Mucho gusto, yo me llamo Manuel Pérez. Me extendió su mano y la acepté porque no me gusta rechazar a quien me brinda amistad, nosotros somos así.

-Mucho gusto compa, yo me llamo Juan Pirindingo. Le respondí y noté un gesto raro en su rostro.

-No se lo digas a nadie, pero acabaron contigo con ese nombrecito. Me dijo cuando pudo escapar de su sorpresa.

-Dímelo a mí que lo cargo desde hace cuarenta años.

-Me imagino que Juan sea por tu padre. 

-No compa, Juan es por mi país.

-¿Pero no dices que eres de Cuba? Preguntó intrigado mientras se llevaba una cucharada de sopa a la boca.

-¡Hombre! Pero no me iban a poner Cubo entonces, sucede que antes de llamarse así nuestra isla, los españoles le pusieron Juana.

-¡Ahhhhhhhh! ¿Y lo de Perendengo? Aquel ah sonó kilométrico y llamó la atención de las mesas vecinas aunque no comprendieran nuestro idioma.

-¡Pirindingo, compadre! No me estés cambiando el nombre.

-Bueno, vale, ¿de dónde rayos sale ese nombre?

-¡Ufffff! Eso sí que tiene su historia, pa’no cansarte, el viejo mío fue a estudiar a Rusia no se qué mierda y allá se casó con la que fuera mi madre.

-¡Ahhhhh! ¿Y qué mierda fue la que estudió tu padre?

-Algo sobre cosmonáutica. Observé que le colgaba un fideo del bigote.

-¿Tan adelantada estaba Cuba que iban a mandar cohetes al cosmos?

-¡No seas comemierda, chico! Allá mandaban a estudiar cualquier cosa que luego no tenía aplicación en la isla, lo mismo ocurrió cuando compraron barredoras de nieve.

-¡Púchica! No sabía que en Cuba nevaba.

-Ni yo tampoco, pero es para que tengas solo una idea. Pues, como no encontraron dónde rayos poner a trabajar al viejo, apareció una plaza de traductor para los pocos turistas rusos que viajaban a la isla. Ya sabes, rusas con las patas peludas como los cangrejos y con par de arañas debajo de cada sobaco. Los hombres vistiendo las mismas sandalias, pantalón oscuro y camisa blanca, parecía un ejército uniformado.

-Muy bien todo lo que me cuentas, pero no veo el origen de tu nombre por ningún lado.

-Y si continúas jodiendo y cortándome la conversación te quedarás en esa.

-No se enoje, compa, fíjese que me callo.

-Continúo, pero a la primera interrupción o que te pongas a tirar moco, recojo el violín y no toco. El paisa me miraba sorprendido, sin comprender y miraba pa’toos laos buscando el instrumento musical.

-De acuerdo amigo, ándele.

-El viejo se casó mientras estudiaba en Rusia, dice mi tío Piri que ella era muy bonita y  vivía en Moscú a tres cuadras de la Plaza Roja. Imagínate por un instante vivir en esas condiciones e ir a parar en un solar de mala muerte en Santiago de Cuba.

-No te creo, pobrecita la rusa. No se pudo contener el hombre y el fideo cayó dentro del mismo plato.

-Eso mismo digo yo ahora que soy grande, el lío es que la pobre vio muchas fotos de Varadero y pensó que eso era Cuba. Y tuvo suerte que mi tío les dio un cuarto en el solar donde vivía, otras infelices se la vieron peor.

-No te creo, pobrecita rusa. Repitió el paisa y se llevó la cuchara a la boca sin apartar su mirada de mi rostro.

-Los primeros días todo marchó bien, en realidad las cosas marchan así cuando se es joven y muy pronto la vieja salió embarazada de mí.

-No te creo, pobrecita la rusa. Repitió con la boca llena y tuve deseos de suspender la explicación sobre el origen de mi nombre.

-¡Pobrecita, nada! Se dio su gustazo con mi padre, eso fue todo. Lo jodido vino después de pasar unos meses cuando comprobó que la situación no mejoraba. Imagínate tener que hacer sus necesidades en baños públicos, cargar cubos de agua cuando entraba y dice mi tío que a veces eran solo dos veces por semana. Súmale el calor horrible de Santiago, los mosquitos, la libreta de abastecimiento, las reuniones de los cedeerres para hablar mierdas, el lío del transporte, todo era un puto infierno para mi vieja. Hice una pausa para encender un cigarro.

-No te creo, pobrecita la rusa. Insistió el paisa y ya me tenía un poco jodido, pero me prometí hacer gala de paciencia. Aspiré la primera bocanada y lo miré algo encabronado.

-¿Tú crees que todo esto es mentira? Le pregunté muy serio y el tipo palideció.

-No, compa, por supuesto que no. Respondió asustado.

-Entonces no me cortes más, ¿capich?

-Es que me rompo los sesos y no encuentro relación con el origen de tu nombre.

-Pero no me das chance a nada, déjame seguirte la historia.

-Tranquilo, Juan, no te interrumpo para nada.

-Bueno, la vieja estaba barrigona en medio de toda esa tragedia que te contaba y viviendo agregada en casa de mi tío en el solar, debo aclararte que mi tío es un alma de Dios. ¡Fíjate! Solo tenía dos cuartos con barbacoas y le cedió uno al cabrón de su hermano teniendo él cuatro hijos.

-No te creo, qué bueno era tu tío. Menos mal que cambió, porque ya me tenía desesperado.

-Mi vieja adoraba a mi tío Piri y se divertía mucho cuando llamaba a sus hijos, ¿sabe como les decía?

-Ni puta idea tengo.

-Pues mi tío les decía “Chivos”.

-No te creo, qué bueno era tu tío.

-¡Cojones! No me interrumpas más. Le grité al borde de la desesperación.

-Disculpa compa, es que como paraste.

-Es que tengo que parar para tomar aliento, fumar y revisar la memoria, no para que hables.

-No te interrumpo más mi compa.

-Como la barriga iba creciendo había que buscar un nombre para bautizarme, claro, por detrás de la iglesia, porque mi padre era comecandela de verdad. No sé a quien carajo se le ocurrió decir que me pusieran “Pirivochi”, era algo así. Entonces mi madre, que era noble como loco le preguntó a mi viejo y como éste andaba en sus jodederas con las turistas rusas y cuantas negritas se le atravesaban en el camino, ¿sabes qué le dijo? Pues le contestó que sí el muy joputa, pero la vieja no tragó así de fácil.

-¿Y qué quiere decir ese Pirivochi?

-Eso quiere decir traductor en ruso, pero el lío es que a mi vieja no le desagradó la idea porque como comienza por “Piri” deseaba hacerle el honor a mi tío.

-No te creo, qué bueno era tu tío. Este viaje no me di cuenta en medio de la emoción que siento al contar esta historia sobre la intervención del compa y se la dejé pasar.

-Así mismo es, era buenísimo y mi vieja lo quería mucho. En fin, que un día mi tío se encontraba peleando con uno de sus hijos y le gritó para que bajara de la barbacoa, ¡Abaja ahora mismo, Pirindingo de mierda!, porque si tengo que subir va a ser peor. Y la vieja al oír aquel nombre quedó maravillada, conservaba el Piri de la raíz y pensó que con ese nombre más tropical podía rendirle ese homenaje de cariño al viejo.

-No te creo, que bueno era tu tío.

-Así mismo es, varios días después en una de esas esporádicas visitas de mi padre al solar, la vieja se lo planteó y el aceptó inmediatamente porque no le importaba un carajo como me llamaran.

-No te creo, que joputa era tu padre.

-Pero todo tiene un final en la vida, después que me parió y ya tuve unos meses, la vieja dijo que iba a visitar a sus padres en Moscú y no regresó más.

-No te creo, que japuta era la rusa.

-Así mismo es, me dejó al cuidado de mi tío y regresó para vivir a tres cuadras de la momia.

-No te creo, ¿se fue para Egipto?

-No compadre, de verdad que tienes cero en matemáticas.

-Entonces, ¿dejó embarcado a tu padre?

-¡Claro! Ella no regresó más.

-No te creo, pobrecito de tu padre.

-¡Mira! Ni un pobrecito más porque el viejo se piró por la base de Guantánamo y me dejó embarcado en la isla.

-¿Pero no me dijiste que era comecandela?

-¡Bahhhh! Como todos los de allí, de dientes pa’fuera.

-No te creo, mira que eran joputas tu madre y tu padre, te cagaron con el nombre que te pusieron. Sonó el timbre y regresamos al puesto de trabajo.







Esteban Casañas Lostal.
Montreal.. Canadá.
2003-05-01




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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...