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lunes, 15 de marzo de 2021

 

MEMORIAS DE “BOLLO MANSO” (7) EL TELEFONITO.

 




Las curdas tienen diferentes tipos de manifestaciones en el ser humano y esta teoría se plica a la mayor parte del planeta. Borrachos vi en casi todos los países que visité, no solo los vi, embriagado compartí con muchos de ellos como si se tratara de viejos amigos. Ese es tal vez uno de los encantos que tiene el alcohol, te convierte en una persona muy sociable si no lo eres y poco importa el idioma. Fueron escasos los países donde no choqué con un curda por razones obvias, la China de Mao, la Corea del viejo Kim y luego la de su hijo Kim y quizás sea así en la de su nieto Kim ahora. Tampoco los vi en Viet Nam cuando la guerra ni en los países musulmanes, deben suponer las razones.

Las reacciones son distintas en cada ser humano, ya he mencionado como les daba a algunos socios con los que navegué y bebí. Los hubo que eran borrachos sanguinarios, violentos, conflictivos. No fueron muy frecuente esta gente tan extraña que el alcohol les pedía sangre y formaban una bronca donde quiera. Hubo otros a los que una buena nota les despertaba ese amor oculto por la música, yo mismo podía clasificarme en este grupo tan selecto, pero ese amor tan sublime por las melodías podía provocar sus contratiempos también. Recuerdo a ese socio que se declaró dueño de una vitrola en una Piloto de Cienfuegos, los estibadores querían matarlo. La música, la música, qué alivio para el alma, pude haber pensado en una de aquellas notas, sin darme cuenta de que molestaba a otros tan borrachos como yo. Así me sucedió en un bar español de Amberes, disfrutando buena ráfaga de cervezas, descubro el número titulado “América” de Nino Bravo y cuando lo había puesto unas diez veces se pudo escuchar la amenazante voz de un gallego entre todos los parroquianos. ¡Joder, cubano! ¡Ni una puta América más! Pagué una ronda a los presentes a modo de disculpa y mi nota cambio de tema. ¡Uf! En Tampico fue mucho peor, la curda me dio por el numero “Sombras” de Javier Solís hasta que le pelé los huevos a todos los delincuentes allí reunidos. Luisito “El Curda”, vecino de mi edificio y compañero en aquella aventura, me sacó rápidamente del bar cuando olió que había peligro. Una vez escribí de otro socio al que su nota le daba diferente, era suigéneris, distinto a la media del borracho común. El tipo paraba un taxi y le pedía al chofer que acelerara cuando era posible, no he visto a un borracho tan enfermo a la velocidad como él. Yo me cagaba, no era para menos, conociendo todos los problemas mecánicos de aquellas cafeteras y que andaban con gomas recapadas, mis miedos eran justificados.

Mis curdas eran muy pacíficas, yo la disfrutaba mucho, no tenía sentido estar gastando plata para luego sufrir. Bueno, la peor de todas ya se la comenté, ese encarne con la música y encasquillarme en un solo disco, pero no fue mi principal manifestación. Realmente me gustaba beber teniendo cerca una cama y cuando llegaba al límite de alcohol soportable, me tiraba hasta el momento de matar el ratón. Se me olvidaba, hubo algunas borracheras donde el cerebro me pedía un telefonito, esta era algo complicada en aquellos tiempos. ¿Dónde encontrar un puto teléfono que sirviera en toda la ciudad? Era algo similar a la necesidad de orinar, baños y teléfonos compartían la misma suerte. Pues un día encontré uno a la salida del Hotel Riviera y creo haya sido la última vez que lo usé en medio de una borrachera. ¿Qué les cuento? En lo que esperaban por un taxi, me aparté del grupo y le di un timbrazo a Concha, hacia solo unas semanas que se le había muerto el padre.                -¡Concha, alegrándome de tus sentimientos! Fue el disparate que le dije antes de que mi esposa me colgara el teléfono. Al día siguiente me hicieron el cuento y moría de la vergüenza sentida. Pasados unos meses ella fue a visitarme para decirme que lo comprendía y me disculpaba. Ese día rompí mis relaciones sentimentales con los telefonitos.

¿Un teléfono? Hoy los veo con celulares y hasta con conexión a Internet, me alegro mucho por ellos. En nuestros tiempos era prácticamente una odisea poseerlos, los tenían los mas viejos, “clientes históricos” que los heredaron de sus padres y abuelos. Después, todo se complicó y era una tarea de héroes tener uno de aquellos aparaticos. Las solicitudes de instalación atendían a una escala de valores que no todas las personas podían vencer y se priorizaban las de carácter político. Unos cuantos profesionales eran beneficiados en esa demanda, no todos. Privilegios se les concedían a todos los dirigentes partidistas, funcionarios importantes, militares de alto rango, segurosos y un paquete importante de sus queriditas. Sin embargo, existíamos personas que por el carácter de nuestras funciones debíamos estar localizados y nunca atendieron nuestras solicitudes. Como solución a situaciones de emergencias, yo optaba por llevarme a casa un waly-talky en tiempos de huracanes para escuchar las orientaciones de la Empresa. Había una manera muy escasa de lograr la instalación de una línea, la bolsa negra, pero no siempre contaban con “pares” disponibles, así decían ellos. Frente a mi apartamento vivía un viejo tuerto ya retirado, muy chivato él, quien sin mucha dificultad disfrutó el privilegio de tener uno de esos aparaticos.

El cubano siempre está inventando la manera de aliviar un poco su vida en aquella granja con forma de isla, se pasaban cables entre apartamentos dividiendo el pago de la mensualidad, etc. Quienes tenían un teléfono en su casa, eran prácticamente esclavos del barrio. No es fácil recibir llamadas a deshoras y tener que avisarle al vecino por tratarse de una llamada de urgencia. Llegó el momento en que esos números privados eran conocidos por el barrio entero y los ofrecíamos a parientes y amigos como si fueran nuestros. -¡Solo llama si es urgente! Les decíamos, pero dentro de nuestras urgencias estaban comprendidas las fiestas, descargas o comelatas cuando aún se podía.

Debajo del edificio B1 de Alamar en la Zona 5, existió un teléfono que nunca paraba, era raro el día que no tenia una colita esperando para hablar. Bueno, la situación mejoró en esas colas cuando regularon las llamadas a solo tres minutos de duración. Me alegré muchísimo porque ya saben cómo somos, algo desconsiderados, mucho mas cuando se trata de un nuevo ligue. ¡Y no reclames! Porque con mucha tranquilidad te mandaban al carajo. Bueno, los familiares en La Habana de los vecinos que vivían en los edificios cercanos lo usaban para llamarlos. Deben imaginar a cualquier parroquiano sorprendido por una de esas llamadas de carácter siempre urgente, vociferando el nombre de una persona entre los tantos edificios cercanos.

Nada, recorrías toda La Habana y era un milagro encontrar uno que estuviera funcionando. Los vandalizaban, no los atendían, muchas veces estaban tupidos con aquellos medios de aluminio o simplemente no funcionaban y ya. ¿Qué le podía importar a un dirigente? ¡Nada! Era tan difícil hacer una llamada como orinar, comer, aliviarse del calor, bañarse, ver una televisión con vergüenza, ir a un restaurante, montar en una guagua. Era tan difícil vivir en aquel puto país, que vale la pena recordar todas estas situaciones de porquería para refrescarles la mala memoria a muchos estúpidos que no se acuerdan de ellas. Hoy los muchachos tienen celulares, pero no todos tienen dinero para cargarlos, al menos saben que los tienen, nosotros, no. Bueno, un día del 1992 tuve al fin un teléfono muy inteligente, no me exigieron militancia alguna para instalarlo, solo era un poco caro el servicio. Estuve varios meses sin tener a quien llamar.

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2021-03-15

 

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