ORGULLOSO DE SER CUBANO
Yo me siento orgulloso de ser cubano, pero mi orgullo
no es vanidoso, es muy sencillo. Creo que la razón de ese sentimiento es por
haber nacido allí, puede ser el mismo de cualquier espalda mojada que cruza el
río Bravo, digamos que similar al de un argentino que ahora hace colas frente a
las embajadas, supongamos que muy parecido al de los negros que cruzan el
estrecho de Gibraltar. Con una pequeña diferencia, la mayoría de ellos pueden
regresar y cuando no lo hacen, es por haberse desprendido de ese orgullo al que
muchos se aferran y son capaces de matar.
Hay muchas razones que me ayudan a no sentir ese
extremadamente dominante orgullo que sentía antes. Antes digo y me refiero a
ese tiempo donde nos hicieron creer que éramos muy grandes, tal vez por eso hacemos
un uso abusivo de los diminutivos, todo lo encontrábamos chiquitico. Pero los
tiempos han cambiado y tal parece que vivimos rodeados de gigantes. Mi
sentimiento nunca fue furibundo porque tampoco he sido ciego, si hoy me
preguntaran los motivos de ese orgullo del que muchos hacen gala de
inmensurable alarde, encontraría muchas dificultades en explicarlas, aun así
sentiría un modesto orgullo por ser cubano.
¿Será por la belleza de nuestras mujeres? No lo creo,
¿no las hay igualmente bellas en Venezuela?, ¿no son dignas de admirar las
brasileñas?, ¿es diferente una mulata cubana a una panameña?, claro que no y
ejemplos sobran. Lo que pasa es que Cuba es la novedad, el prostíbulo vedado
durante mucho tiempo y el sabor de aquellas mujeres había sido olvidado. Debe
ser fenomenal probar algún día una prostituta de un país que dice ser
comunista, ¿cómo harán el amor? ¡Son sensacionales! Responderán los que vivieron
esa experiencia, no digo yo, en un mundo saturado de burdeles capitalistas,
porno en tv, revistas, bares, etc., templarse a una jovencita jinetera tiene
que ser inolvidable. Luego, cuando los oigo hablar de nuestras mujeres, la ira
disminuye mi orgullo, por tal razón no creo que sean ellas.
Tal vez sea por nuestras playas y hoteles, todo el
que llega de la isla solo habla de las bondades de su paisaje, las sonrisas de
los empleados de las instalaciones turísticas, cabarets, restaurantes, etc.,
pero ninguno me menciona que estaban rodeados de extranjeros solamente. ¡Qué
bueno es tu país mi amigo y qué barato! Pienso en los que no pueden disfrutar
de lo que les pertenece y borro esta posibilidad.
Puede que sea porque nací en la isla donde todos son
“compañeros”, eso sí, es muy difícil tener allí un verdadero amigo, son muy
contados. Pero no, la vida me enseñó que ninguno es de confiar porque aquel en
el que un día creíste, muy bien puede levantar la mano en tu contra en una
reunión o delatarte a tus espaldas. No podemos olvidar aquel lema, no recuerdo
si lo expresó Raúl en un discurso, creo que decía así; “Donde comienza el deber
termina la amistad” y en esa tierra de la que les hablo, la gente se encuentra
sobrecargada de deberes, además, ¿no es una clara invitación a la chivatería?
Esto no sirve tampoco para justificar mi orgullo.
Debe ser por algo tan anormal, digo que lo es, porque
hace años que me he librado de esa carga, me refiero a tener en cada edificio o
cuadra un Comité. Pero lo lindo del caso no es eso, peor aún es temerle a una
vieja o a un pendejo que no resistiría una patada por el culo. Si embargo, le
tememos y no acuso a nadie de cobarde, porque hay que vivir allí para
comprenderlo. Entonces aceptamos todo, hasta que participe en la intimidad de
nuestras vidas y permanecemos callados como carneros por degollar. Es muy
probable que necesitemos un refrigerador, un apartamento, un teléfono, un
televisor, etc. Cosas vanas y sin mucho valor dirán ustedes, pero se equivocan
porque eso no está disponible en cualquier tienda, hay que conseguirlo por
méritos y esa gente que tal vez no soportan la patada en el culo pueden vetar
tus sueños. Siempre me he preguntado; ¿vale la pena vivir toda una vida en esas
circunstancias por obtener algo de eso? Creo que la vida es corta, pero mucho
más larga que la de un televisor. Desecho también este punto.
Quizás me sentiría orgulloso por las cosas tan raras
que suceden en esa tierra, por ejemplo, cuando alguien se encuentra diciendo
una verdad (algo que solo sucede en casos excepcionales), los que te rodean y
que son en definitiva los que sufren esas verdades, son los primeros en
manifestar que estás loco o hablando mierdas. Es increíble, pero muy cierto, y no
solo eso, puedes convertirte en acreedor de una buena paliza. Muchas veces
siento pena cuando veo algún noticiero donde entrevistan a alguien de la isla,
responden en un idioma incomprensible, con monosílabos, con frases sin
terminar, como si tuvieran pánico de que los están vigilando. Casi siempre
responden lo mismo; “Bueno, por lo menos no me muero de hambre, con los dólares
que nos llegan del extranjero se puede sobrevivir”. Después agregan como
rectificando por si acaso han metido la pata; “Bueno, aquí tenemos educación y
salud gratis”. Muy pocos se extienden más allá de los parámetros establecidos
por el miedo que cargan en sus conciencias, la justificación a las penurias
vividas durante 43 años siempre la buscan en el extranjero, sin ir tan lejos,
la culpa de todo está a 90 millas. ¿Debo sentir orgullo por un pueblo que no
expresa lo que siente en el medio del pecho?
Estoy orgulloso de ser cubano pero no tanto, nacemos
con un cartel en la frente que dice; “Posible inmigrante” y por tal razón nadie
nos quiere, cargar su pasaporte acarrea problemas en muchos lugares, es como si
estuviéramos condenados a vivir en el paraíso que tanto pregonaron y de verdad
lo merecemos. Lo merecemos porque sabiendo que todo era falso, apoyamos y
mentimos a los pueblos que tratan de imitarnos.
No estoy tan orgulloso porque cuando veo al pueblo de
hoy, lo comparo con nuestros primeros aborígenes y encuentro mucha similitud
con ellos. No puede ser que hayamos retrocedido tanto pero es así, la misma
pasividad y mansedumbre. Cuando veo a pueblos como el venezolano, argentino, salvadoreño,
peruano, etc., reclamando a palos y pedradas sus derechos, tengo que callar y
no hablar nada de ese orgullo que muchos tratamos de exhibir. Yo sé que estas
líneas serán despreciadas por mucha de mi gente, no me importa en lo absoluto
si queremos llamar al pan por su nombre y al vino también.
Debo estar orgulloso por cada pared que se desmorona,
por cada ladrillo que se cae, por cada derrumbe de un edificio de la que fuera
nuestra bella capital. Lo peor de todo es soportar cuando un mequetrefe llega
de allá y te dice; “Me encanta La Habana, su arquitectura, su gente.” Me jode
porque esa persona no conoce otros lugares que no sean los dedicados al
turista. Muy superior al orgullo debe ser la pena que siento por la gente de mi
país.
Estoy orgulloso de pertenecer a una tierra que sufre
y que todos apoyen esos sufrimientos. La complicidad con el caso cubano no
tiene límites en nuestra historia, políticos, presidentes, cleros, artistas,
negociantes, todos, absolutamente todos. Corren desesperados a apretar las
manos ensangrentadas de sus dirigentes, ayudando de paso a darle una vueltecita
más a la tuerca que cada ciudadano lleva en su cuello. Luego que pase esta
tragedia, creo que ese será el punto más importante por el cual debamos
sentirnos orgullosos y podamos gritar a todo pulmón; “Hemos pasado todos estos
sufrimientos solos ante el silencio de vuestros ojos, lo vivimos mientras unos
hijoputas se preocupan por criminales talibanes o consuelan a unas asesinas
narcoguerrillas en Colombia.
¿Debería sentirme orgulloso por la bandera? Créanme
que no, ningún símbolo creado por el hombre será el motivo de mis desvelos. Esa
misma bandera fue usada por Machado, Batista y ahora desgastada por los
desmanes de Fidel. ¿Cuál es entonces su importancia? Izarla en un edificio, en
un estadio, a la entrada de una escuela, adornar balcones en los días de
fiesta, ¿cubrir el féretro de algún muerto significante? Para mí todos los
muertos son importantes y no he visto arrojar ninguna en medio de las aguas que
rodean nuestras costas. La he visto bajarse muchas veces de nuestras naves para
izar una extraña y de feos colores solo por dinero. No me importa si consideran
que no soy patriota, realmente no lo soy. Soy un hombre de carne y huesos, soy
un obrero, soy un padre y con eso me basta, no creo en títulos honoríficos ni
en medallas. ¿Cuántos de los premiados con la orden José Martí no han resultado
ser unos asesinos? ¿Entonces? Los afganos acaban de izar la número doce o trece
en estos últimos treinta años, ¿entonces?
Tal vez pueda sentir orgullo por ser de una nación
que un día pasó del capitalismo al socialismo y hoy regresa a la esclavitud, no
creo que ese caso exista en muchas partes de este mundo. Soy de un país que
perdió 43 años de su historia inútilmente, para lograr lo que no existe, para
arribar a la nada. Con gente que solo aspira burlar la custodia de una frontera
custodiada por hambrientos escualos, resolver sus problemas con una botella de
ron, presumir de machos y esperar la ayuda de sus paisanos. Pertenezco a una
tribu conforme con su papel de mendigo a la que fue reducido, con una capacidad
increíble para causar lástima en el prójimo y sin otros sueños que los de un
día escapar, no importa cómo, puede ser de mil maneras, hasta timando a
infelices y oportunistas extranjeros. Después y una vez renunciado a esa
libertad extravagante que nos venden por la asistencia a un hospital o escuela,
renunciar también al polvo que nos recuerda nuestro pasado, porque detrás de
nosotros nada existió y la vida comienza en cualquier lado, poco importa su
latitud.
Tengo que estar orgulloso de ser parte de un tiempo y
un espacio, que nos llenó de un fantasma del cual es casi imposible
desprenderse, seres que aún ausentes de su terreno viven el miedo con el cual
fueran clonados, cerebros que a veces resulta difícil volver a llenar de nuevo
y deambulan consigo mismo sin criterios, siento pena por ellos.
Estoy orgulloso de pertenecer a un pueblo que tiene
muy mala memoria, que ha perdido un poco la vergüenza, que habla mucho y luego
sale a marchar sin que nadie le ponga un fusil en el pecho. Marchan calzando
tenis que les envían sus familiares, visten marcas que no son de producción
nacional y pagan en los mercados con una moneda que no se imprimió en nuestro
idioma. Marchan, gritan consignas, agitan banderitas, aplauden y cuando llegan
a la casa le mientan la madre al autor de sus desgracias. Tocan de nuevo a sus
puertas y vuelven a marchar, gritar, agitar banderitas y aplaudir, luego,
esperan impacientes la mesada que les envían sus parientes, los que tal vez
tengan doble trabajo y no comen tanta mierda con esto que les he narrado.
Yo sé que entre nosotros hay personas ácidas,
recalcitrantes, extremistas, sublimes patriotas que condenarán estas líneas,
poco me importa porque siempre expreso lo que siento y tengo criterios propios,
pero bueno, el tema de hoy era mi orgullo por ser cubano. El mío es sencillo,
modesto, humilde, sincero, sin los rasgos de esa vana arrogancia que nos
inculcaron, soy sencillamente un cubano orgulloso de haber nacido en esa
tierra, como lo hubiera estado por haber nacido en otra. Eso si, si Dios existe
y es tan grande, si existiera de verdad la reencarnación le suplicaría que me
destine a otros lugares para vivir una nueva experiencia. De acuerdo con lo
perverso que se ha convertido este mundo no le pediría tanto, solo que me
destine un poco más al norte de donde vivo, el frío no será un gran obstáculo
porque malo que bueno lo he soportado y allí no me joderán tanto. En caso de
que se encuentren ocupadas todas las demandas para ser esquimal, bueno, en ese
caso que me mande a un planeta bien lejano.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2002-02-09
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