Visitas recibidas en la Peña

miércoles, 30 de octubre de 2019

LA HABANA NO MERECE UNA LÁGRIMA.


LA HABANA NO MERECE UNA LÁGRIMA

    



De buena fe, una amiga trajo al Foro Naval Cubano “Faro de Recalada” el tema escrito por Yoani Sánchez, donde aparece un corto video filmado por ella sobre la calle San Lázaro. El título del tema en este foro es “Lloremos por La Habana”, debo confesar que no lloré cuando vi aquellas imágenes que no dejan de ser la repetición del estado en que se encuentran todas las calles de la capital cubana.


Tenía razones para hacerlo, una parte de mi infancia transcurrió cruzándola para ir a jugar al parque Maceo. La caminé de punta a cabo desde el Prado hasta las escalinatas de la Universidad millones de veces. Alguna novia, la visita al amigo que vivía en esa calle, la perga de cerveza en cualquier piloto para aliviar la sed, la vagancia o apatía por esperar la guagua. Siempre hubo una razón para andarla a pie, siempre existirá una diferente para el que ama y desea disfrutar un poco de su ciudad, el andar provocativo y sensual de sus mujeres o, ese refranero picaresco y popular de nuestra gente.


¿Una lágrima por verla destruida? ¡No, hombre! Ira, enojo, desprecio, amargura, encabronamiento, sufrimiento, martirio, tortura, rabia, cólera, todo menos una lágrima. Vergüenza pudiera sentir por encontrarme ante tamaña destrucción, pero no lloro, ni lloraré por ella, no me conmuevo, me resulta indiferente. ¿Una lágrima por ella?


¡Qué se vaya La Habana al carajo! He sentido deseos de gritar a toda voz cuando veo a los que viven en esas calles desfilando por la plaza. ¿Una lágrima por ella? Un frente frío, un ciclón, un huracán y hasta un disparo de nieve sacado de la canción de Silvio para que acaben de derrumbar sus paredes, pero una lágrima no arrancará de mis ojos. ¡Basta ya de lloriqueos y lamentaciones! Apestan los pueblos que solo aspiran a la misericordia, lástima, penas, compasión, piedad de los demás, aburren los pueblos llorones que marchan como carneros, ¿una lágrima por ella?


Veo las imágenes del pueblo de Irán y siento vergüenza. Vi la de los estudiantes venezolanos y siento pena. Veo a otros pueblos que se alzan, poco importa la tendencia política de las que son manipulados, se alzan, gritan, protestan, reclaman, exigen, luchan y hasta mueren en el anonimato. Esos pueblos no lloran ni esperan por la lástima de los demás, nos dan una lección que nunca acabamos de aprender, ¿una lágrima por ella? ¡Al carajo La Habana y todos sus llorones!


San Lázaro se derrumba, ¿y Belascoaín, Montes, 10 de Octubre, Infanta, Reina? ¿Cuál calle de la ciudad no está a punto de colapsar? Pero la gente desfila y grita consignas, y los que están del lado de acá se mantienen en silencio, no desean ser molestados y les prohíban entrar al país para asistir a los quince de su sobrina o, especular con dinero plástico o, jamarse una niñita de catorce años.


¡Y no los toques! Porque si lo haces eres extremista y tus posiciones no han dado resultado durante cincuenta años. ¡Hay que dialogar! Grita un pendejo desde lo último del público, se agacha, se esconde. ¿Dialogar con quién? Si hasta ahora solo han existido monólogos al que asistieron payasos para recibir órdenes.


Veo a los iraníes inmolarse por millones, ¿y nosotros?, los cuatro gatos que estamos no nos ponemos de acuerdo, es más fácil producir una bomba atómica que unir a dos cubanos por el tiempo que dure esa explosión. ¡Pero no los toques! Porque si lo haces solo logras dividirlos, ¿cómo rayos pudieran dividirse un número que nunca ha sido sumado o multiplicado? Nuestro problema es grave, embarazoso, complicado, quizás sea una enfermedad incurable, pero no merece una lágrima de nadie, eso creo.


Cuando piensas que se agotaron las roscas, ves con asombro que la tuerca tiene capacidad para girar y aprieta un poco más. ¡Ahora sí! Gritan los especuladores y todos aquellos que lucran con nuestros dolores, digo, los de ellos. Se equivocan y deben meterse el rabo entre las piernas, como los perros, porque el otro hace años fue cercenado. Entonces, viene alguien a pedirme una lágrima o a implorarme que me calle. Ni lo uno, ni lo otro.


Enciendo el televisor y veo al pueblo iraní, pasan vistas de la Plaza Tiananmen, los muchachos de Caracas andan ocupados en sus protestas, los palestinos se inmolan ante los israelíes, los israelíes se enfrentan a los extremistas musulmanes, los birmanos luchan contra una dictadura militar, ¿y los cubanos? Bien, llorando un poco y escribiendo cartas de protesta desde las sombras de sus casas. Hace falta que se derrumben esos techos para que esas cartas se escriban desde la calle y sean capaces de arrastrar al pueblo. Mientras tanto, yo no lloro por nadie que no sean nuestros presos y todos los muertos que descansan insepultos en el Estrecho. ¡Al carajo La Habana, yo vivo en Montreal!




Y si tenéis por rey a un déspota, deberéis destronarlo, pero comprobad que el trono que erigiera en vuestro interior ha sido antes destruido.

Jalil Gibrán.






Esteban Casañas Lostal.
Montreal, Canadá.
2009-06-21


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viernes, 25 de octubre de 2019

YOLA NECESITA UN HÉROE



                                          YOLA NECESITA UN HÉROE




                    

-¿Yola? Dígale a su hijo que pase por casa de Ramón esta noche sin falta, un amigo muy especial que llegó del extranjero estará allí y dispone de poco tiempo. No le dio tiempo a preguntar cuando lo intentó, solo se escuchó una leve sonrisa del otro lado del teléfono, segundos después se escuchaba el tono discar y ella colgó también. Un fuerte temblor recorrió todo su cuerpo, aquella voz le resultaba extremadamente familiar, y la maldad de abandonarla con la duda también. En fracciones de segundos dispuso que asistiría al lugar indicado con su hijo.

Le gustaba lavarse la cabeza en el patio, tenía un lavadero que era amplio y evitaba de esa manera mojar el piso del baño. Disfrutaba meter toda la cabeza debajo del débil chorro de agua y cuando no la había en la pila, lo hacía con la ayuda de una enorme lata de aceite vacía que tenía para esos fines, ella era fuerte y la cargaba con facilidad. Por fortuna ese día tenía agua y estuvo bajo ese relajante chorrito mientras se lavaba, pensaba una vez más en la voz del teléfono.

Yola era palestina, tiene que haber sido de las primeras que se lanzaron a la conquista de La Habana. Sabe Dios si pertenece al contingente que vino a desfilar a la Plaza a principios de la revolución. Puede que sea de ellos, de los que allí mismo le dieron un planazo de machete por las ancas a sus caballos y no regresaron al campo. Tiene que ser de los primeros, porque no se justifica entonces que tuviera una buena casa, y los que vivían debajo de ella también eran nagüitos, y tenían una casa similar. ¿Cómo se las arreglaban esta gente con lo difícil que estaba la vivienda en la capital? Nunca le encontré respuesta a esa pregunta.

Era una mulata color cartucho con el pelo bueno, bastante alta para ser mujer, con unas ciento setenta libras de peso aproximadamente, tal vez un poquito más. Yola estaba a punto de saltar la barrera de la obesidad, aunque todavía no lo había hecho. No puede decirse que tuviera el cuerpo bonito, de verdad que era algo planchada, pero su caso no era extremo tampoco. Planchada del todo no lo era, pero con ese color, pelo, peso y estatura, muy bien podían haberle cedido un poquito más de nalga para poder referirnos entonces a tremenda mulata.

Yola era de esas personas que simpatizaban de corazón con la causa revolucionaria, de las que conservaban inmaculadamente puras aquellas ideas, de las que soñaban con un futuro hermoso, debe ser ahora de las más traicionadas y con la Fe destruida. Era la presidenta del comité de la cuadra y me atrevo a meter la mano en la candela por ella, Yola no era chivata. Chivata era la secretaria de vigilancia, una vieja fea como la bruja de Blancanieves que se llamaba Gloria, esa si era un peligro. Varias veces hice la guardia con Yola, el tiempo se nos iba rápido hablando de jodederas, de las cosas que solo ocupan la mente de los cubanos, el trabajo, la jama, el ron y la templadera. Ella gozaba y hacía sus aportes, era muy distinta a su marido, ella era jovial y el hombre un ácido. Los otros días veía el filme cubano titulado “Entre ciclones” y creo que usaron su biotipo para construir a uno de los principales personajes. Casualidad también que el marido de Yola es telefónico, como el de la película, extremista, intransigente, despiadado, frío, ciego, fanático y hasta estúpido si se quiere, porque no hay ser humano más imbécil que aquel ciego a la realidad que lo rodea, aquellos que solo ven éxitos y conquistas, los de la mente hueca y el pecho lleno de medallitas.

Yola era más humana, nunca se apartaba del mundo habitado por los vivos, nosotros, y por eso me caía bien. Otra de sus cualidades que la elevaban muy por encima de muchos de nosotros, lo era su valentía, esa mulata no comía miedo con nadie. Recuerdo que, en una de aquellas guardias, dobló por la esquina de la calle Goss y Estrada Palma un tipo corriendo a la vez que gritaba ¡Ataja! ¡Ataja! A ella le llamó mucho la atención porque delante del tipo no venía nadie al que estuviera persiguiendo. Cuando ya había recorrido en aquella desesperada carrera una media cuadra, dobló por la misma esquina otro individuo gritando ¡Atajen, coño! ¡Atajen, coño! No sé de dónde carajo Yola sacó una forifai y sonó par de cohetazos al aire. Lo hizo tranquila y con esa serenidad que a todos los del grupo nos faltaba en esos momentos. Se le paró de frente al corredor con la fuca en la mano, el tipo frenó en seco y como si tuviera acoplado los brazos al sistema de frenaje, se quedó parado con ellos en alto.

-¿Así que ataja? De ahí no te me mueves cabrón, porque si lo haces te vacío el peine. El tipo apenas podía hablar, resoplaba como los toros y le temblaba todo el cuerpo. Yola seguía con la pistola muy horizontal mientras el otro personaje se acercaba al grupo. El barrio enseguida se despertó con aquellas detonaciones, era uno de los barrios más tranquilos de La Habana, y el ruido más alto que se escuchaba a esas horas era el producido por los despertadores rusos en cada casa. Nadie sabe cómo, tuvo que haber sido algún vecino el que llamara a la policía, ellos se aparecieron a los veinte minutos de los disparos, un tiempo récord. Tanta jodedera por un pobre mirahuecos que tal vez se estaba haciendo una paja. Se llevaron al tipo y nadie le preguntó a la mulata de dónde rayos había sacado aquel enorme pistolón, era lógico que lo hicieran porque en el país hacía rato que se habían recogido las armas, pero no, lo importante era llevarse al jamonero y el patrullero enseguida partió. La esquina continuó repleta de curiosos y Yola era la heroína de nuestra cuadra.

A ella le gustaba ese tema, me refiero al de los héroes. Llegaron aquellas grandes cruzadas africanas y cuando regresaba alguno de cumplir misiones, Yola le celebraba alguna “actividad”, que así comenzaron a llamarle a las fiestecitas donde uno se espanta un trago o se suena un laguer. Una descarguita, pero con sentido político, porque eso sí, no es de llegar y tomarte el laguer así de jamón, había que consumir su trova política.

Llegó Almeida de una misión y yo estuve en su “actividad”, el tipo no era mala gente, la verdad que apenas ni hablaba. No sé si era porque estaba traumatizado con las misiones, porque ya cargaba tres a la espalda. Y que no era para menos señores, era preferible estar jugándose la vida en África que permanecer en su casa, el problema es que Almeida era el marido de Gloria, la vieja de vigilancia. Era horrorosa y nada que ver con la bruja de Blancanieves, esta vieja era muchísimo más fea, flaca canillúa, desculada, usaba unos espejuelos con cristales fondo de botella que ni les cuento. Para agravar un poco más la situación, Gloria tenía un gusto pésimo para vestir, porque bueno, en Cuba no había abundancia de ropa, pero las mujeres eran artistas para darle forma a cualquier trapo. La pobre, ni me la imagino desnuda, solo servía como chivata.

Otra actividad en la que participé fue en la de Frank, era un flaco medio enano que vivía casi en la esquina de la casa, precisamente en su patio era que se realizaban las mencionadas “actividades”. El hombre era capitán del ejército, pero otro tipo que no estaba en nada, lo suyo era tomarse sus tragos de alcoholifán con los socios de la cuadra. Frank no tenía el trauma de Almeida porque su mujer era una guajira que paraba un tren, me imagino que fue obligado por las circunstancias.

Hasta que un día de Julio del 78 llegué yo de cumplir misión y Yola me hizo una “actividad” en el patio de Frank, allí estaba Almeida también y casi todos los de la cuadra. Yola estaba contenta ese día, ya tenía tres héroes en su colección, en mi descarguita hubo buen tirito de laguer, claro, siempre llegó después de la descarguita. Entre col y col Yola me hizo entrega de una novela rusa, no me llamó mucho la atención y la guardé porque tenía una patriótica dedicatoria. Si me hubieran dado más cerveza hasta yo mismo me creería que era un héroe. Meses más tarde leí la novela a bordo de un buque y le agradezco a Yola por haberme sacado del bache en el que me encontraba. Detestaba todo lo ruso excepto a sus mujeres y el vodka, era un sentimiento de rechazo involuntario, todo lo encontraba feo, apestoso, tosco, bruto, de mal gusto, etc. Luego comprendí que ellos tenían cosas hermosas o al menos la tuvieron, la novela “Crimen y Castigo” de Fiodor Dostoievsky era uno de sus mejores exponentes.

-¡Que hable! ¡Que hable! ¡Que hable! Comenzaron a corear todos y Yola me dijo al oído, te jodiste, tienes que decir algunas palabras como los anteriores.

Claro que lo haría por ella, la veía tan feliz. ¿Qué les diría? Ya sé, caballeros, no coman tanta mierda, yo no soy héroe ni la cabeza de un guanajo. Yo no fui voluntario para Angola, si me negaba me sacaban de la marina y yo no soy berraco. Yo robé varios sacos de café en el barco y los vendí en España, trafiqué con periquitos desde Sao Tomé para Islas Canarias. Vendí varios cabos del barco y me quedé con el dinero, pero de verdad, yo no soy un héroe. Tenía ganas de decirles aquello y me contuve, de haberlo hecho no estuviera escribiendo esta historia. Mientras pensaba en estas cosas ellos continuaban esperando por mis palabras, tenía que decirles algo, pero ese algo debía hacerlos felices, hablarles lo que ellos deseaban escuchar, lo que estaban acostumbrados a oír.

-Ustedes saben que yo fui en una misión por la marina mercante, pues qué les cuento, estando allá me proponen una misión importantísima y me trasladan para las tropas bicitransportadas. Encontrándome en el campamento de Viana en Luanda, me ordenan trasladar una documentación secreta a varias Unidades que se encontraban aisladas por los ataques enemigos. Fue así como partí en mi bicicleta con destino a Sadabandeira. A tres días de camino y en medio de la selva, caí en una emboscada tendida por un pelotón de gorilas que no me dio tiempo a sacar el AKM de la parrilla para defenderme. Cuando descendí de mi bicicleta recibí una fuerte patada en los huevos que me hicieron temblar hasta los dientes. Al tratar de incorporarme, otra fuerte patada en el culo me hizo pegar la frente en la tierra, y mi rostro dio justamente a unos centímetros de una serpiente conocida como “Tres pasos”. Por fortuna fue vista por uno de los gorilas y éste le disparó, me quedé asombrado por la puntería de aquel animal. Me despojaron de todo lo que llevaba y mientras revisaban mi mochila, traté de buscar la píldora de cianuro que me habían dado para el caso, no la encontré, al parecer salió disparada cuando recibí la patada en el culo. Mientras aquellos enormes animales trataban de descifrar toda la documentación secreta, pude extraer del bolsillo de la pierna izquierda de mi pantalón de campaña una granada con el propósito de tragármela, pero mis movimientos fueron descubiertos por uno de los gorilas, quien con suma rapidez me arrebató la granada y su intención por ajusticiarme al instante fue frenada por el grito de otro gorila.

-¡Alto coño! No vayan a dispararle, ese soldado es cubano, es un hombre valiente y hay que respetarle la vida. Me quedé petrificado al oír a un gorila hablar, no solo eso, aquel animal usaba perfectamente nuestra jerga criolla y supuse al instante que era algún animal adiestrado en la isla.

Hice una pausa con el propósito de ir al baño y buscar de paso una cerveza, al regreso, Almeida me miraba fijo a los ojos y con ellos me decía que no apretara. Cambié la mirada hacia Frank y sus ojos decían lo mismo, mi respuesta fue muda, aguanten como yo lo hice cuando ustedes llegaron, ellos me comprendieron. Prendí un Popular y realicé un breve paseo con la mirada por todos los rostros presentes, se mostraban concentrados en la historia que les contaba, continué entonces.

-Aquel gorila que había intervenido en mi defensa se acercó y me tendió la mano amigablemente, yo acepté el gesto y le ofrecí la mía, nos fundimos en un fuerte abrazo camaraderil. Ante mi asombro comenzó a desprenderse de una especie de traje de gorila, debo confesar que muy bien diseñado y con la peste característica de aquellos animales. De su interior iba apareciendo la inconfundible tela de camuflaje usada por nuestras tropas, pero mi asombro mayor ocurre cuando el personaje se quita la máscara, ¿saben quién era aquel valiente soldado? Lancé la pregunta en espera de una respuesta y solo obtuve un profundo silencio, las miradas no se apartaban de mí y no tuve otra opción que continuar.

-¡Compañeros! Aquel soldado era nada más y nada menos que Julito el Pescador. Al terminar de mencionar su nombre se oyó un fuerte aplauso, todos lo admiraban, la mayoría deseaba seguir su ejemplo, era el héroe impuesto en aquellos tiempos.

-Pues sí, Julito me explicó que había recibido la orden de penetrar en los territorios enemigos y de ser posible infiltrarse entre los animales. Gracias a su arrojo y paciencia, había captado a ese pelotón de gorilas que servía al enemigo, convirtiéndolos en guerreros de una causa noble y justa. (Aplausos) Almeida sabía que yo mentía, Frank sabía que yo mentía, Yola sabía que yo mentía, todos los vecinos sabían que yo mentía. Solo mi hijo me dijo algo al oído, todos los demás se mostraban muy complacidos con la historia narrada.

-Julito se encontraba comprometido con una gorila y ella mostraba con orgullo su embarazo, compartí el resto del día con la manada y continué la misión que me fuera encomendada. De Sadabandeira partí para Lobitos, Cunene, Cabinda y retorné a Luanda con la satisfacción del deber cumplido. El resto del tiempo en Angola lo emplee dándole mantenimiento a mi bicicleta rusa. Di por concluida mi historia y recibí como premio una fuerte ovación, luego, cada uno de los vecinos me dio un abrazo. Yola fue muy feliz esa noche.

No crean que a Yola se le podía pasar gato por liebre, de tonta no tenía un pelo y para ella un héroe debía serlo con todas las de la ley, como lo fuimos Almeida, Frank y yo. Su marido partió en misión para Granada y lo sorprendió la invasión americana. Pensé que aquello sería la culminación de su felicidad pues tendría un héroe en su propia casa, pero estuve muy equivocado. Ni Yola lo consideró un héroe, ni hubo “actividad” por su regreso, un día en la acera de su casa le pregunté los motivos.

-Los héroes llegan con cicatrices por las heridas sufridas, con la ropa rasgada, con la piel curtida y los labios cuarteados. En caso de no haber estado en combate llegan como ustedes, sencillos, modestos, tranquilos, sin alardes de méritos recibidos, etc. Pero mi marido me decepcionó mucho cuando arribó al aeropuerto, te imaginas que estén bajando heridos y que ellos sean entrevistados por la televisión, había hombres que conmovían al más frío de los sentimientos. ¿Y cómo crees tú que hizo su aparición ese animal? Ni te cuento, el muy estúpido salió del avión con un ventilador debajo de los brazos. ¿Te imaginas la humillación? Yo que pensaba recibir y abrazar a mi héroe y lo que llega es un pacotillero de mierda. No le dije más nada con la finalidad de que se olvidara del asunto, pero Yola tenía mucha razón.

Se lavó la cabeza con suma ternura y paciencia, tenía la costumbre de mirar al fondo del lavadero en busca de algún piojo, era muy normal tenerlos en esos tiempos. Se enrolló con cierta maestría una vieja toalla alrededor del cabello, al finalizar, su aspecto era bello a pesar de la edad, algunas hebras de hilo pendían de su frente y le daban el aspecto de una diosa vieja.

Del escaparate extrajo una caja de cartón que una vez sirviera para envasar zapatos, leyó con la misma curiosidad de siempre la palabra “Primor”, recordó entonces que allí le habían despachado los zapatos para los quince de su hija, la misma hija que se apuró en convertirla en abuela. Dentro de la cajita había una bolsita de nylon y sacó su contenido, extendió sobre la cama una hermosa saya plisada. Recorrió con la vista cada pulgada de tela en busca de mordidas de cucarachas, Yola había olvidado que esos asquerosos insectos no comían tela sintética, aun así se empeñaba en encontrarle huequitos. Luego, y a lo largo de varios pliegues hizo tensión en la tela, tiró con fuerza desde dos extremos para ver si no se había podrido con los años, comprobó que aún era resistente. Con amor fue pasando la plancha por cada pliegue, no hacía falta hacerlo, pero no deseaba renunciar a la costumbre de sus abuelas. La llevaría a esa casa puesta porque él siempre se la criticaba, le decía lo mismo cada vez que se la veía puesta; “No te va esa saya plisada, acaba de comprender que te hace más gorda.”

Se detuvo momentáneamente frente al espejo y se abrió la bata de casa, no le gustaba engañarse, sus senos no le mentían, eran par de libras de “falda” que le colgaban del pecho. ¿Falda? ¿Quién carajo se acuerda de ella? Tengo ganas de comer “ropa vieja”. De teta a teta había media cuadra de camino, ella era bastante ancha de pecho. Se miró la barriga y buscó con afán el ombligo, oculto debajo de una especie de salvavidas que le deformaba las caderas. Un poco más abajo no quedaba mucho de aquel tupido y negro monte, sintió vergüenza de su figura y cerró la bata. Se acomodó frente al espejo para colocarse los rolos, le pediría a su hija que la peinara para la ocasión.

Hacía varios años que no visitaba la casa de Ramón, muy bien pudo hacerlo con frecuencia por la cercanía, pero los tiempos que corrían no se prestaban para hacer visitas. Desistió hacerlo cuando comprobó que muchos parientes escondían lo que estaban cocinando, era una guerra a muerte por sobrevivir y la gente se volvía egoísta. Por fortuna ya estaban saliendo de eso, aun así no era fácil, su marido había quedado fuera del trabajo, la compañía de teléfonos fue vendida en parte a inversionistas extranjeros y esa gente no entendía de patriotismos, ni de misiones, ni de medallas, ni de un carajo, se impuso el modernismo y ya él estaba viejo, los jóvenes lo derrotaron.

Yola se había mudado a otra parte del barrio, no ganó mucho en aquella permuta, yo vi las cabillas del techo explotadas, a la corta o a la larga tendrían que tirar una placa nueva, eso se lo dije la única vez que la visité antes de partir. Yo creo que ella se mudó por vergüenza, no le cuadraba la caja con el billete, siempre soñó tener una cuadra de héroes y en el ochenta se le jodió la cosa, se sintió traicionada cuando sacó la cuenta. ¡Vamos a ver! Se dijo, tengo tres héroes, Almeida, Frank y Esteban, pero se me han ido otros, se fue Manolo, el sobrino de billetaje con la esposa y el niño, se fue el delincuente del pasaje, se larga también Alipio con la mujer, la niña y el hijo, se quieren ir todos, ella no se rendía tan fácilmente. ¡Ah, no! Tengo que salvar a ese niño de las garras del enemigo, se dijo Yola mientras emprendía una ardua batalla ideológica para evitar que el hijo de Alipio partiera, lo convenció y el muchacho renunció a su salida. Yola había vencido esa dura guerra, no entendía que solo lograba dividir a una familia. Fue lo más negativo que recuerdo de ella en ese empeño por defender su revolución. Cuando pasaron los días de celebraciones por aquella victoria ideológica, el muchacho cayó en el olvido, alguien se enamoró de su casa y comenzaron a cerrarse puertas. Se marchó también y aquella fue una gran derrota para Yola, tal vez por eso decidió mudarse.

-¿Dónde se encuentra tu padre? Le preguntó Yola a mi hijo en cuanto arribó a casa de Ramón, mi hijo la miró sorprendido.

-¿Dónde va a estar Yola? Él no puede venir todavía. Le respondió a secas.

-Yo sé que él vendrá tomarse unas vacaciones o cuando finalice su misión.

-¡Yola, despierta! El viejo no está cumpliendo ninguna misión. Hizo caso omiso a aquellas palabras y salió a buscarlo entre los presentes. ¡Esa voz! ¿Cómo no pude imaginar que su hijo tuviera la misma voz de él? Pensaba mientras fue hasta el baño para convencerse de que no le tomaban el pelo.

Tampoco entendía ese empeño de alguna gente en convertirme en agente, la experiencia de Yola la había vivido toda mi familia. Resulta que cuando mi mujer fue a realizar los trámites para el cambio de propiedad de la vivienda, tenía que presentar una carta de la marina donde hiciera constar que yo era desertor. En la Empresa de Navegación Mambisa se la negaron alegando que yo no aparecía registrado como desertor, de allí la enviaron al DNI y obtuvo resultados similares. Cuando le envié copia de mi carta de refugiado no pudieron continuar su negativa. Luego se aparece la ex de un hermano mío y le dice a mi familia que yo iría de vacaciones a Cuba, no era una mujer cualquiera porque Lary ostentaba los grados de capitana en el DNI. Uno de esos días que los llamé por teléfono mi hijo me sorprendió.

- Viejo, espero que no seas nada de lo que aquí se comenta. Yo estaba fuera de juego y no lo comprendí, él tuvo que explicarme con lujos de detalles.

-¡Olvídalo! Primero muerto que trabajar para esa gente.

La velada fue corta y el tiempo apenas le alcanzaba a mi hijo para compartir con todas sus amistades. Ella regresó junto a los muchachos.

-Yo sé que si no fuera por la familia tú nunca hubieras abandonado el país. Le dijo a mi hijo.

-Oye Yola, desmaya eso que bastante luché para salir de este infierno. Ella no respondió y tragó en seco.

-Mi hermano, yo creo que la vieja tuya delira o se está volviendo loca.

-Ni le hagas caso, sigue con los mismos mojones de siempre en la cabeza.

-Coño, porque la verdad que para pensar que mi viejo es agente a once años de su deserción, eso solo se le ocurre a un loco.

-Tú sabes que ella siempre ha estado soñando con héroes.

-¿Y no le alcanza con los cinco que le venden ahora?

-Yo creo que eso es lo que la tiene ida, ella no cree en esos cinco, y la verdad, me la tienen trocada con tantas marchitas y esas detestables mesas redondas.

-Pues mira, vas a tener que hacer lo posible para encontrarle un héroe, de lo contrario te la van a llevar para Mazorra.


Dobló con mucho cuidado la saya plisada, la guardó en la misma jabita plástica y con una mezcla de tristeza la volvió a guardar en la vieja cajita de cartón. Leyó con curiosidad el nombre “Primor” como si nunca lo hubiera hecho, y la colocó en el mismo lugar que le correspondía dentro de aquel escaparate repleto de piezas de museos. Miró al espejo y peinada se encontraba un poco más joven, abrió su bata de casa y regresó a la realidad, sus senos caídos, el salvavidas alrededor de su cadera y lo que una vez fuera un monte hoy era un pobre matorral, sintió vergüenza de sí y cerró la bata. Aquella voz, pensó, ¿cómo no pudo distinguirla?, él vendrá de vacaciones algún día.


Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2006-10-26


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domingo, 20 de octubre de 2019

YO NO EXTRAÑO A CUBA



                                         YO NO EXTRAÑO A CUBA





Hay que luchar, hacerlo desde una dimensión distinta, ya no tengo que robar, me robaría yo mismo. Siempre enciendo el auto unos minutos antes de salir. En invierno lo hago dos veces, cada operación tiene un tiempo aproximado de quince minutos. No es fácil calentarlo cuando la temperatura desciende por debajo de los treinta. Hace unas semanas se derritió toda la nieve y las temperaturas han subido. Hace una semana que llueve constantemente, no tanto, lo hace por intervalos, pero jode igual, la humedad es alta. A veces cambio el disco, a veces se pasa una semana y me olvido cambiarlo, solo lo escucho cuando viajo, bajito, atento al retrovisor, pitadas, sirenas, baches. Putos baches que te joden la existencia, no sé hasta dónde hundirán a Montreal con tantos huecos, poco se diferencia de La Habana, es una vergüenza.
La llamo antes de partir, de mi casa a la suya solo consumo cinco minutos de viaje. A veces se encuentra lista, otras veces me desespera la espera, con un botón bajo un poco los cristales de la ventanilla y enciendo un cigarro, oigo música y me relajo algo, miro el reloj y siento deseos de mandarla al carajo, me relajo y pienso, es admirable, tanto, que una vez pensé no encontrar a un cubano como ella.

Me dice un disparate como saludo, le respondo con otro parecido, nos conocemos desde hace miles de años en el espacio de dos meses, creo que no llegan, la gente buena se conoce desde siempre, es mi cocinera. Ella también lucha, su lucha es bien diferente a la que conocía, trabaja como una yegua, como decimos en buen cubano, llegó hace solo unos meses, es distinta, mulata, alegre, incansable, muy buena cocinera y con algo que nos falta a muchos hombres.

Buscamos en el mercado, ¿qué te parecen?, ¿cuál es el precio?, ¿cuántas raciones salen?, ¿cuál es el precio del plato? No valen la pena, compra, da resultado, son pequeños, no hay calidad. Nos movemos, otro mercado, otros precios, otras calidades. Cambia el disco de vez en cuando, protesta, sugiere, le interesa, tal parece que el negocio es suyo y me gusta, se siente contenta, la admiro por su valor, es una mulata de timbales anacrónicos en ese cuerpo tropical. Partimos y nunca comienza antes de tomarse un buchito de café, cambio los cinco discos en la reproductora y me dedico a seleccionar la menta para los Mojitos, ella anda por su rincón, son las diez de la mañana.

-¿Cómo estamos?

-Listos como siempre.

-No me jodas con eso para que luego se te trabe el paraguas.

-¡Abre cuando quieras! Siempre lo mismo y sabe que me da fuerzas. Me cambio de camisa y me cubro con una guayabera, me doy un toque de Davidoff, cambio el letrero de cerrados por abiertos y me dirijo hasta el bar para ultimar detalles. Hay días muertos y otros cargados de sorpresas, esto tiene la gastronomía.


-¿Llevas mucho tiempo fuera de Cuba?

-Catorce años. Parece que no le agradó mi respuesta, esperaba saber que solo llevaba unos pocos, que había llegado casado con una vieja cargada de celulitis.

-¿Y has ido de viaje a Cuba? Hay gente que se interesa por cada un detalle de tu vida, pienso. Trabajando con público hay que tener mucho tacto.

-Nunca he regresado.

-¿Y no la extrañas?

-¡No! Fue un no casi rotundo e hice un esfuerzo celestial para tratar de ocultar que era sincero. No quiso insistir, no le satisfizo mi respuesta. Tal vez esperaba escuchar que me moría por verla, quizás se sintió defraudado al restarle importancia al privilegio que le conceden por su condición de extranjero o ideas políticas. Cambio de frecuencia y lo dejo con su Mojito bien servido, mejor servido a la limonada que sirven en varios restaurantes famosos de La Habana, madrigueras recorridas frecuentemente en mi vida de marino. Nada que ver con el mar, pero sí con el salario que devengaba y me permitía esos lujos hoy vedados a los cubanos en su condición de ciudadanos de segunda.


-Hay una clienta que quiere hablar contigo relacionado con el tamaño de la langosta y el precio. Me dijo un camarero algo preocupado y traté de restarle importancia, no siempre se pueden complacer todos los gustos.

-En cuanto tenga un tiempo la veo.

-Acuérdate de esa clienta que desea hablar con el dueño.

-¿Cuál es?

-Aquella de espalda en el área de fumadores y con el cabello rubio. Partí en su dirección.

-Oui Madam, est-ce que il-y-a problem avec le plat de langoste? Creo que me salió en el más cortés e hipócrita francés del patio.

-Sí, me parece que la langosta es muy pequeña para el precio.

-La langosta es cubana, madam.

-Sí, pero en Cuba yo me la comí más grande. Todos en la mesa dedicaron su atención al inoportuno diálogo mientras ella extendía ambas palmas. Claro que le creí, como también sentí deseos de decirle que por diez dólares se acostaba con un jovencito, o con una jovencita desesperada por la situación que vive, o que ella tenía el privilegio de entrar a lugares prohibidos para nosotros. No puedo negar que contuve los deseos de cagarme en su madre.

-Madam, estamos en Montreal, Canadá. ¿Sabe el precio de una langosta?

-Solo le digo que es muy pequeña.

-¿Sabe el precio de una langosta? Yo la invito que me acompañe hasta la cocina para que observe la talla de esa langosta antes de ponerla en la plancha. Aceptó mi reto y se levantó, vino tras de mí hasta la cocina y le pedí a la ayudante que me mostrara una cola de langosta.

-Esta es la langosta madam, ¿sabe el precio?

-Pero es pequeña. Insistió.

-¡Mire, madam! Yo he comido en restaurantes del Viejo Puerto, he pedido un plato de camarones y me han servido cinco camaroncitos así. Le indiqué el tamaño con un breve espacio entre el índice y pulgar. Estaban acompañados de una bolita de espaguetis madam, ¿sabe cuál era el precio?

-No tengo idea. Respondió sin dar muestras de ceder espacio.

-El precio es de veintiséis dólares madam, y aquí se está comiendo un filete de Bonito, una cola de langosta, camarones tigres, petoncle, arroz y ensalada por solo treinta y cinco dólares. Hubo un breve espacio de silencio, pensé haberla convencido.

-Pero la langosta estaba algo dura.

-¿Dura? Es verdad, usted tiene razón madam.

-Lleva esta botella de vino a aquella mesa y dile que es cortesía de la maison por el problema de la langosta.

-¿Estás loco? Preguntó asombrado el bartender.

-No estoy loco, yo sé lo que estoy haciendo, el banquero pierde y se ríe. Una mala propaganda de esa hijaputa es más dañina al negocio. Aquella tipa no tuvo la educación de dar las gracias por ese gesto inusual en este negocio.


-¿Y llevas mucho tiempo fuera de Cuba?

-Catorce años. Luego siguió conversando con las dos quebecas que la acompañaban.

-Yo estoy trabajando en una obra de teatro, estoy en el teatro tal. No recuerdo su nombre.

-¡Que bueno! Me alegro mucho, así que eres artista.

-Sí, yo pertenecí al ballet de Alicia Alonso.

-Si supieras, algunos de los muchachos de la primera generación del Ballet Nacional estudiaron la primaria conmigo.

-¿Cuáles?

-Pablo Moré, Jorge Esquivel, Edmundo Ronquillo, Barroso, Nicolás, de éste último me enteré hace muy poco que falleció.

-No los recuerdo. Me invadió la duda por tener ante mí a una mujer que jugaba en mi equipo, y si era más joven, cuando menos, los mencionados se encontraban activos.

-¿Y no extrañas a Cuba?

-¡No! Si supieras, todos los años me voy de vacaciones a Miami y me siento como en casa. Aunque para serte sincero, no resisto el calor, ni el cubaneo. Es algo que comienzo a sufrir desde que me bajo en el aeropuerto, ya estoy aclimatado a esta tierra fría.

-Pues yo sigo viviendo en la isla, yo no soy como otra gente que abandona su patria, esa no la dejo por nada. Hice de tripas corazón y le cambié la bola, como decimos en cubano, pero deseos no me faltaron de mandarla al carajo. Luego, pude cobrar una de las cuentas más ridículas que han pasado por esa caja y me acordé mucho de “a la americana”. Eran tres y cada una de ellas pagaron su cuenta individual, ridículo digo porque me hicieron dividir entre dos facturas un simple cóctel cuyo precio es de seis noventa y cinco. La patriota tuvo que pagar su cuenta aunque había sido invitada. Me imagino el impacto en su mente porque esto atenta contra nuestras costumbres. Se dirigió cojeando hasta la puerta. No era esa cojera de un cayo o ampolla producida por los zapatos, era un defecto de caderas que no arreglan en un taller cualquiera.

-¿Viste lo que me ha dicho esta coja hija de la gran puta? Que si ella no abandonaba su patria, como si nosotros la hubiéramos abandonado alguna vez. Ya lo dijo Polo Montañez, por eso estamos como estamos.

-No le hagas caso a todo lo que te diga la gente que pasa por aquí, te vas a enfermar. Había olvidado que aquella mujer era coja también y había recorrido un tramo largo de la ciudad para conocerme.

-¡Coño! Es que tiene que joderme lo que dicen. ¡Mira ésta misma! ¿La viste? Dice que era del Ballet Nacional de Cuba. Me la corto que está coja porque Jorge Esquivel la lanzó de cabeza en el escenario por hijaputa.


-A mí me gusta Canadá, este es un país maravilloso. ¡Mírame a mí! Llevo trece años aquí y nunca he trabajado. Llegué de Cuba y estoy en la Ayuda Social. Fíjate si el país es bueno, que ya estoy haciendo los trámites para el retiro. ¡Muchacho! Yo no dejo Canadá por nada de la vida. El cliente era puertorriqueño y lo escuchaba con asombro, yo estaba en la oficina escuchando aquel interesante diálogo.

-Pues a mí si me gusta trabajar y nunca he estado en la ayuda social. Intervino un joven presente, no puedo negar que me sorprendió un poco escuchar aquello de un muchacho, pero como dijo el borracho de Pedro Navajas, la vida te da sorpresas.

-Pero tú tienes que extrañar a Cuba. No comprendo ese afán de algunos en inculcarle a otra persona un sentimiento ajeno. -Yo solo llevo tres años y me muero por verla.

-Deja que pasen unos años más y la sociedad te consuma. Deja que te acostumbres a estos largos inviernos y su oscuridad. Deja que te acostumbres a la privacidad, al respeto, que nadie te moleste, que nadie te pare en la calle, que puedas viajar y nadie vea en tu frente un sello de emigrante. Deja que te acostumbres a reclamar tus derechos y cuando algo no te guste solicites la presencia del gerente. Que al homosexual no le digas maricón y lo veas como un ser humano cualquiera. Deja que se borre de tu mente todas esas maneras de comer mierda, y que el vecino no vigile al vecino, ni el pariente al pariente, ni el amigo al amigo. Deja que aprendas a ganarte la vida decentemente sin necesidad de luchar o inventar, que estudies lo que tú quieras y si no estudias ese es tu problema, elijas si comes o haces dieta. Deja que luego de acostumbrarte a esas cosas tan sencillas, te costumbres a otra un poco más compleja, deja que te acostumbres a ser una persona libre. Libre digo y te sientas despojado de todos esos pensamientos que aún te reprimen. No solo pensamientos, deja que comprendas que en la vida todo tiene un precio y que la libertad no es barata, no se mendiga ni se obtiene a medias. Deja que un día llegues a la conclusión que deseas ser tú y no hecho a la voluntad de otro, que todo lo que te propongas lo puedes lograr al precio que sea. Cuando aprendas muchas de esas cosas regresarás nuevamente a preguntarme y en igualdad de condiciones podré responderte.

-Pero debes sentir deseos de ver a tu familia, el barrio, los socios.

-¡Claro! Soy un ser susceptible como otro cualquiera. ¿Sabes una cosa? Mucha de esa gente ha muerto sin ver el final de esta película. ¿Te imaginas el impacto que pueda sufrir al ver tanta destrucción, tanta gente de mi edad envejecida y sin esperanzas? ¿Crees de veraz me sentiría contento? ¿En qué año naciste? ¡Hombre! No has visto nada y esa desolación formó parte de tu paisaje y te acostumbraste a ella, para ti todo puede resultar normal.

-Yo vengo todos los viernes para escuchar al puro, el viejo es un libro de historia. Escucho a mi espalda y noto que esas visitas se van convirtiendo en una necesidad mutua.

-Pero este restaurante no es de comida cubana.

-¿Quién lo dijo? Pregunté sorprendido al escuchar aquella alocada expresión.

-Es que he viajado muchas veces a la isla y allí no se conocen estos platos.

-Difícil que puedan conocerlo las nuevas generaciones. ¿Cree que con las raciones existentes en la libreta de abastecimiento puedan confeccionarse?

-¿Tienes música de Nocturno?

-Si.

-¿Tienes música de Pablo?

-Si.

-¿Tienes música de Celia?

-Si.

-Tienes música de Polo.

-Si.

-Tienes música de Aragón, Willy Chirino, Van Van, Buena Vista, Maggy, Gloria Stefan.

-Tengo música de todo tipo y gustos.

-Deberías eliminar a unos cuantos.

-Deberíamos eliminar las barreras que nos impusieron, de ambas partes.

-¿Tienen café cubano?

-Desolé mi amigo, la máquina se rompió anoche. Le respondí a dos personas al parecer de origen árabe.

-No puede negarse que son cubanos, tienen las mismas dificultades de la isla. Me oriné de la risa.


-Yo tener un novio en Holguín, yo viajar tres veces al año a Cuba y soy muy feliz, yo enamorada, no hablar mucha español, pero comprender perfectamente. El que no comprendía era yo, no su español con faltas de ortografía. No entendía que hubiera cubano alguno capaz de jamarse a una vieja de unos setenta años. Hay que tener hambre, pensé. No puede ser, ni en los viajes más largos que di en mi vida de marino. Con una paja hubiera resuelto mi problema, no creo lograr una erección con una anciana como aquella.

-Así que tiene novio por Holguín, me alegro, se le ve muy feliz. Le dije contando hasta cien, hay que ser cortés, el negocio es el negocio.

-¡Claro! Yo ser muy feliz. Yo mostrarte foto de mi novio. Rebuscó en una cartera tejida de fibras vegetales y de origen indudablemente cubano hasta encontrar un pequeño álbum. Con descaro me fue mostrando las fotos de su novio, era un negrito de unos veinte y tantos años. Las vistas fueron tomadas dentro de un apartamento de microbrigadas, para serles más exacto, dentro de un apartamento de aquellos edificios modelo SP-79-T, era sencillo identificarlo por las doble T del techo. La gente que trabajó en las micros en Cuba saben de lo que hablo. No existía ninguna foto en exteriores, solo en la casa, al lado, los suegros de la vieja quienes cómodamente podían ser sus hijos. Botellas de ron sobre la mesa del comedor, bolsas de pacotilla. La anciana sobre la cama del negrito. No puedo negar que tenía buen gusto para la decoración a pesar de su edad. Era indudable que todo lo que aparecía al alcance de la cámara era de origen extranjero.

-Se ve muy feliz, me alegro por su felicidad. Hay que ser hipócrita en esta profesión, debo prepararme aún más para evitar estas sorpresas. Sentí unos profundos deseos de decirle vieja puta, cabrona, explotadora de la necesidad de mi gente. Sentí deseos de decirle que los padres del negrito son unos hijos de puta que le están vendiendo a su hijo para tratar de escapar, no sé si de la necesidad o del país, me contuve ante la hermana de la momia del museo Bacardí.

-Sí, ella es muy feliz, yo me alegro mucho por mi mamá. Intervino su hija en un español más refinado.

-¡Ahh! ¿Usted es su hija?

-Sí, yo soy su hija. Contestó sin poder ocultar algo de orgullo.

-¿Y cuántos hermanos son?

-Somos diez.

-Se ve que no había televisión en aquellos tiempos en Québec. Ambas rieron.
 
-Si supieran, les gané por uno.

-No lo entiendo. Intervino la hija.

-Les gané porque nosotros somos once hermanos, tampoco había televisión en casa y ya sabes, los viejos tenían que entretenerse en algo. Se repitió la risa. ¡Ñoooó! De verdad que hay que estar desesperado pa'jamarse a esta vieja con esa edad.

-Pero hoy no ser igual. Dijo la vieja mientras guardaba su mini álbum nuevamente en la cartera.

-¿Por qué no?

-Porque mi novio llegar a la casa cuando salimos y quedarse dormido siempre, y yo con apetito sexual, y por mucho que tratar despertarlo resultar dormido hasta el otro día. Que vieja más comemierda, pensé, de qué parte del campo vendrá. ¿Cuánto estará pasmando en cada viaje? Por eso aquella maricona encontraba la langosta cara, no digo yo, si con el precio de tres palos aquí se costean un viaje de una semana a la isla.

-¿Y no extraña a Cuba? Porque yo no puedo vivir sin verla. Me dijo la hija y me detuve más tiempo a observarle el rostro, encontré la misma cara de puta de su madre, tal vez cometí un error de apreciación. 

-Para serle sincero, yo no la extraño, ya me acostumbré al frío, a las ardillas, a palear nieve para sacar el auto. Cuando llego al Depanneur y me pongo a conversar con el chino, el indio o el haitiano, siento que los conozco de toda la vida y ellos conversan conmigo como si me conocieran de siempre. Yo no extraño nada. Ring, ring, ring.

-Pues yo pienso mudarme hacia el sur en cuanto me llegue la retraite. Ring, ring, ring. Excuse moi. Me aparto unos metros de la mesa.

–Cuba Saveur Tropicale, Bonjour.

-Oui, est-ce que parle espagnol?

-Sí, dígame.

-Mire, es para saber si tienen música en vivo.

-Bueno, los viernes tenemos noche de piano y los sábados música tradicional cubana con un dúo de guitarristas.

-¿Pero se puede bailar?

-Lo lamento, esto es un restaurante.

-¡Que pena! Porque uno muy bien pudiera tirar sus pasillitos.

-Así mismo es, pero para bailar existen las discotecas, esto es un restaurante.

-Muchas gracias.

-Por nada. No me explico esa fijación de algunos cubanos en querer mover el esqueleto o el culito en todos los lugares.

-El lío es que tengo bateo con la jeva.

-¿Bateo por qué?

-Ya sabes lo que te he contado del fenómeno, ya sabes, la jeva ha hecho gestiones para que me regresen a Cuba.

-Ya conozco parte de la historia, ¿y ahora?

-El lío es que la jeva quiere vender su casa y como está casada conmigo le exigen que debo firmar como que yo apruebo la venta.

-¿Y por qué no firmas?

-Porque yo consulté con Candelaria y me dijo que no lo hiciera.

-¿Pero la casa es tuya?

-Por supuesto que no, ella ya la tenía antes de yo llegar a este país.

-¿Y qué tiempo llevas por acá?

-Yo llevo cuatro meses solamente.

-Y si llevas solo cuatro meses, y si la casa no es tuya, porque no lo es, ¿por qué cojones no quieres firmar? ¿o es que pretendes tumbar algo de esa venta?

-¡No hombre! Esa no es mi intención.

-Pero demuestra que lo es al negarte a firmar sobre algo que no tienes derecho, ¿o no te basta que ella te haya sacado del país?

-Es que para serte sincero, yo estaba muy tranquilo en Varadero, ya tú sabes, mi casa la tenía bien montadita con lo que me buscaba, vaya, con el invento. Entonces esta jeva se encaprichó en traerme para acá y me ha complicado la vida.

-O sea, te puso una pistola en la cabeza y te secuestró.

-No tanto, puro, ya sabes, te llena la cabeza de humo y arrancas.

-Y cuando llegas te das cuenta que aquí no se puede inventar, que ya todo está inventado y hay que agarrarla.

-Pero yo vivía, puro.

-¿Y por qué no regresas?

-Asere, tú sabes cómo está aquello y estoy arreglándole la casita a la vieja.

-Y estás en la Ayuda Social.

-¡Claro consorte! Hay que inventar.

-Sí, pero ese invento le cuesta a ella, no olvides que para traerte te apadrinó y todo el dinero que cobres ella se lo debe devolver al gobierno, ¿por qué no trabajas declarado?, lo más seguro es que te la quites inmediatamente de encima.

-¡Ño, asere! ¿Una factoría?

-Yo trabajé muchos años en factorías y mírame vivo.

-No es fácil. Puro, ¿tú no extrañas a Cuba?

-¡No hombre, no! Cuando me entra el gorrión arranco para Miami y listo.


-Disculpa que llegue en un momento tan inoportuno.

-Usted dirá en qué puedo servirle.

-Hace muchos años que vengo leyéndolo y un día me prometí venir a conocerlo. Yo fui quien le escribió desde México una vez preguntándole por el precio de las casa.

-¡Coño, ya recuerdo! Es un placer tenerte por aquí. ¿Deseas comer algo?

-Para serte franco, hace solo unos minutos que acabo de almorzar.

-Bueno, me aceptarás un trago.

-Esteban, soy abstemio.

-¿Ni un café?

-Bueno, un café cubano.

-Cualquier cosa menos cubano, es una mezcla de colombiano, árabe y expreso.

-Vale.

-¿De qué parte de España eres?

-¡Joder! Que no soy español, soy cubano.

-¡Mira, mijo! Con ese acento no podrás convencer a nadie.

-El caso es que mis padres son españoles y me sacaron desde pequeño de Cuba. Pero a lo que iba, no dejes de escribir nunca, no sabes cuánto disfruto con tus trabajos y encuentro mis raíces, mi tierra. Porque aún con éste acento gallego, aquella es mi tierra.

-Esto me roba mucho tiempo ahora, me resulta casi imposible escribir y el único día libre, el agotamiento es tal, que no siento deseos de sentarme al ordenador.

-Debes continuar, no sé, hay gente que necesita conocer de verdad sobre la gente de a pie.

-Ni yo mismo los conozco ya, ha pasado tanto tiempo que los voy olvidando, se borran involuntariamente de mi mente. Olvido tantas calles recorridas, vaginas que se han secado con los años. Solo rostros sin nombres van quedando y me espanta convertirlos en fantasmas. Gente que una vez admiré y hoy se evaporan con el calor de cada verano, o se congelan con las bajas temperaturas de cada invierno hasta que van formando un enorme iceberg.

-Sabes, una vez leí algo tuyo que me arrancó lágrimas.

-¿Recuerdas el título?

-En estos momentos, no. Hablaba algo sobre la plata que mandaban los de acá y los tenis de marcas, los mismos que usan para participar en las marchas.

-Fue un artículo, yo soy malo cuando me meto en la política. Prefiero hablar de mi gente, me siento más complacido.

-¿Y no extrañas a Cuba?

-No, no la extraño. No veo razones para hacerlo. No he podido desprenderme de mis hábitos, de mi comida. Yo debo comer arroz con frijoles, yuca, quimbombó, congrí y todo lo que pertenece a nuestra mesa veintinueve días del mes. Yo escucho nuestra música todos los días. Pronuncio la erre desde hace varios años, pero no abandono esa simpatía y gracia que aportamos a nuestro idioma los cubanos. Me baño todos los días, amo a Mao y el que no ama a Mao no es cubano. Me gusta bailar, aunque hay cubanos patones. Me tocan cada fibras de mi cuerpo cualquier ritmo, porque así somos de musicales. Soy muelero con las jevas, hoy me tocan las viejas por la libreta, me muero puto. Ya no bebo ron, pero no le rechazo un trago a cualquier socio en un encuentro. Discuto apasionadamente y en voz alta, tan alta, que me han llamado a la policía en varias ocasiones. He declinado algo en mis gustos, es innegable. Ya no encuentro a las blancas tan blancas, enfermizas. Debe ser el contacto continuo con la nieve. Me gusta la privacidad y el silencio, ser yo el productor de toda bulla. No me interesa que el vecino oiga mi música y me jode que suene el teléfono. Me gustan las aves y las flores, no es pajarería tampoco, debe ser su ausencia por tantos meses. Consumo más música cubana que nunca, no la actual, debe ser por nostalgia aunque no lo reconozca.

Vivo constantemente con mi gente conservada en la memoria, con la imagen del último encuentro, muchos de ellos risueños, borrachos, empingados, sudados, con el brazo levantado pidiendo la palabra. Continúan así después de muertos, con el brazo levantado y pidiendo la palabra, soñando, traicionados. Conservo frescas las imágenes de mis calles, sus columnas, paredes, bombillos, baches. Recuerdo los colmillos de nuestros perros, perros amargados, los recuerdo. Mantengo a cada mulata que pasó por mi lado vistiendo una lycra y marcando cada pliegue de su cuerpo, incluso los labios inferiores y superiores. Cada baja y chupa con los pezones bien definidos, tetas levantadas y caídas, nalgas que subían y bajaban en chusma armonía.

Conservo cada mirada lasciva y provocadora, pícara, hablo como mi gente con los ojos y cuando hablo fascino o la cago, así somos, me las sé todas, soy perfecto. Sé donde está Ben Ladem y cuando iba a salir humo blanco o negro en el vaticano, quien tiene armas nucleares. No pierdo la costumbre de meter el dedo y oler antes de bajar y tiro curvas cuando huele mal. Soy el amante perfecto, la manzana que se jamó Eva en el paraíso, y eso que tengo crea adicción, o las mujeres caen fulminadas por el hechizo de nuestras brujerías. Soy hijo de Ochún y Obatalá, de Changó y Orula, socio de Babalú y parto a mis guerras con Changó. Soy hijo de Lenin y Castro, pero cuando me dan un filo agarro una balsa media hora después de una mesa redonda. Protesto por Elián en Miami o en Cuba, poco importa, el vacilón es marchar. Eso sí, tengo muy mala memoria.

-Joder, que yo la extraño, majo.

-Tú no la extrañas, necesitas saber quién es tu madre, no la conoces.

-Pero tienes que extrañarla coño.

-¡No la extraño, carajo! Yo soy Cuba.







Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
Lunes, 09 de Mayo del 2005


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lunes, 14 de octubre de 2019

LAS CHIVITAS


                                                      LAS CHIVITAS






         (Cuento infantil para una situación de guerra)

Allí permanecía sentado el abuelo desde hacía mucho tiempo, tiempo desconocido para él mismo, quizás meses, tal vez años, puede que hasta siglos. Su asiento o trono eran unos bloques de hormigón, no sentía incomodidad en mantener aquella postura durante ese tiempo perdido en su memoria. Disfrutaba siempre de la sombra ofrecida por el arco del portón que daba acceso al cementerio, increíblemente era la única construcción en pie a su alrededor. La propia verja se encontraba derrotada frente a la entrada, las cercas habían desparecido hacía mucho tiempo y de aquellas plantas sembradas junto a ella no quedaban ni los recuerdos.


El panorama ante el alcance de su ya escasa visión era el mismo, frente a él podían observarse los restos de lo que fueran dos calles convergentes y moribundas ante la misma entrada. Siempre se devanaba los sesos hurgando en la memoria, trataba infructuosamente de recordar el nombre de aquellas calles inexistentes. Un día le sonaba muy familiar el nombre de Martí, otras, aparecía volátilmente el de Maceo, pero los desechaba. Sabía que esos nombres fueron usados en muchos pueblos para nombrar a sus principales calles.


A la derecha de su posición existía una pequeña elevación. En sus momentos de lucidez la asociaba a un tanque de agua, pero finalmente rechazaba esa idea. Allí no quedaba vestigio alguno de aquel enorme tanque que inundaba con sus aguas su mente gastada o agotada en la búsqueda de tantos recuerdos.


Vagamente movía la cabeza a la derecha y observaba unas sobrevivientes vigas de acero que denunciaban allí había existido un puente, en esporádicos momentos le llegaba un nombre muy raro, “El Puente del Ahorcado”, lo apartaba también por ser un nombre muy extravagante.


Cuando la ventisca permanente amainaba y descansaban por horas los terribles remolinos de polvo y cenizas errantes por los siglos, el abuelo se levantaba y con dificultoso andar vagaba sobre los escombros de una de aquellas calles para observar. Otras veces ascendía por la ladera de aquel promontorio buscando huellas del tanque que caprichosamente aparecía ante su vista, al no encontrarlo, continuaba hasta la cima ayudado de un bastón de madera muy duro, siempre pensaba que fuera de guayabo, le costaba trabajo identificarlo.


Luego allí, como si se encontrara en la cúspide del mundo, miraba con aquellos ojos medio cegatos todo su horizonte con la esperanza de poder hallar algo. Solo ruinas formando una extensa llanura hasta una bahía sin barcos, sin humo, sin vida, el silencio, la nada.


Después descendía fatigosamente en una maniobra que para él representaba otro largo trecho de su vida, y de cuando en cuando se detenía, y su vista se fijaba en aquel arco, podía ver unos números borrosos que señalaban una fecha, nunca pudo identificarlos. Detrás todo era llano también, no había tumbas ni osarios, no existían muertos, solo lápidas y cruces reposando unas sobre otras.


Sentado nuevamente, esperaba como estaba acostumbrado, porque esa fue toda la vida de aquel viejo, esperar por algo. Siempre a la misma hora sonaba la alarma de ataque aéreo, el abuelo miraba en todas direcciones tratando de encontrar la fuente de aquel familiar sonido. Nunca pudo descubrir bocina alguna o poste erecto que la sostuviera, no por ello dejaba de levantarse y dirigirse a su refugio como hizo toda su vida.


Pensaba casi siempre en el trayecto realizado con extraña inercia que aquello podía ser un sueño suyo, tal vez un reflejo condicionado por tantos años de ensayo esperando una guerra, pensaba, no podía encontrar tampoco la respuesta. Como por arte de magia aparecían niños de todas partes en busca del mismo abrigo contra las bombas, criaturas a las que conocía desde tiempos imborrables. Seres que no crecían, no envejecían, siempre vestidos con los mismos harapos y las huellas del churre añejado adornando sus débiles cuerpos. Varones y hembras de la misma edad casi todos, de diferentes colores, no mayores de diez años cada uno, pero viejos, niños adultos.


Brotaban como el humo o el polvo que levantaban siempre los vientos, de la nada, unos del cementerio, otros del puente, algunos de la calle que conducía al antiguo matadero. Risueños, juguetones, alegres y armados con fusiles de palos rústicos como aquellos tiempos. Los niños acudían también al refugio antiaéreo en una mística e incomprensible marcha, empujados también por la costumbre de hacerlo.


La caverna no se encontraba muy lejos del cementerio, solo a unos pasos de aquella invencible arcada que se mantenía virilmente parada a su entrada, serían tal vez unos cincuenta metros de distancia. Allí, donde esas dos calles con nombres extraños se besaban, existían unas pequeñas lomas que siempre fueron de una piedra de colores muy particulares, entre grises y verdes con vetas cobrizas y unas veces doradas como el oro. Nada precioso escondían aquellas rocas que eran dueñas de todo el territorio. El abuelo nunca se pudo explicar cómo lograron sembrar entre ellas árboles frutales y flores, la mente lo traicionaba.


Todos tomaban su puesto dentro de aquel sagrado refugio, cada milímetro era respetuosamente repartido e inviolable, así fue siempre. Aquel ejército de infantes llegaba y se sentaba en silencio por varios minutos en espera tal vez del bombardeo que nunca ocurrió, es muy probable que solo en sus mentes acondicionadas. En ese silencio limitado quizás por segundos o siglos, todos se miraban y nadie observaba algo anormal a lo visto el día o siglo anterior, nada variaba.


Vencido ese sagrado momento surgían las infantiles carcajadas, unos liaban con papel rústico unos cigarrillos con yerbas extrañas, lo hacían con la maestría del más experto. El primero de ellos era ofrecido al abuelo que lo aceptaba con gusto, tomaban un tizón de una hoguera eterna y lo encendían. Después de una bocanada lo pasaban al otro y así fumaban todos, hembras y varones, mientras esperaban con la vista puesta en el abuelo, hasta que el más atrevido rompía el silencio.


- Abuelo, ¿cuál es el cuento de hoy? Preguntó el más osado, mientras el viejo disfrutaba cada bocanada del cigarrillo que diariamente le ofrecieran en aquella alarma antiaérea. En ocasiones la mente se le quedaba en blanco y no sabía que responder, otras, se tomaba un largo tiempo, el tiempo incalculable por todos para rebuscar en la memoria. No sabía a ciencia cierta que les había narrado el día o año anterior y por ello pensaba.


-Que nos hable nuevamente de las posadas. Gritó uno desde el fondo de la cueva.


- No sean pervertidos. Contestó una chica rubia a solo unos metros de él.


- Que cuente lo que le dé la gana pero que hable, porque dentro de poco se acaba el tiempo de la alarma. Aquellas palabras infantiles lograron que el abuelo volviera en sí y tuviera noción del tiempo. Sabía perfectamente que, si no se apuraba, sus nietos se retirarían después de haber gastado un tiempo maravilloso, tiempo restante que tampoco sabía dónde emplearían, pero su misión era esa y nada lo cambiaría, tenía que contar muchas cosas.


- Hoy les hablaré de las chivas. Dijo el viejo y se tomó su tiempo para iniciar la narración.


-Coño abuelo, ya nos hablaste de los chivas y chivatos una vez. Gritó uno de los muchachos.


- ¡Atención, muchachos! Les hablé de los “chivas y chivatos’, pero esto no tiene nada que ver con las chivas, ahora me refiero a unos animales.


- Abuelo, cada día es más difícil comprenderte. Protestó uno de los niños sentados detrás de la fogata eterna.


-Yo sé que a veces será casi imposible comprenderme, pero les pido que se abstraigan por momentos. El idioma que usaba la gente de la tierra que les narro resultaba en oportunidades incomprensible para sus coterráneos, era en aquel entonces la nación de los eufemismos y metáforas. Sus pobladores crearon un sub-lenguaje que luego quedó arraigado a la lengua de la población, lo hicieron inocentemente para protegerse de los delatores y sin darse cuenta del daño que les causaban al idioma. Al pasar los años hablaban una jerigonza apenas traducible para los propios nativos que habían abandonado el país. Dijo a modo de justificación con algo de pena.


-Bueno explícanos que es una chiva. Reclamó un negrito sentado a su derecha. Aquellas pocas palabras pusieron en un terrible aprieto al abuelo, se vio obligado a realizar un supremo esfuerzo para tratar de recordar cómo era aquel animal que le llegó en momentos de lucidez a la memoria. Ante todos tomó un pedazo de carbón de la hoguera eterna y sobre el piso trató de dibujar un animal con dos cuernos, todos observaban cada trazo producido por sus nerviosos dedos.


-¡Abuelo! Eso se parece a una vaca y de ella nos hablaste hace varias alarmas. Dijo uno de los niños y todos aprobaron con su silencio, solo hablaban intercambiando miradas, esas eran las reglas del juego.


-Bueno, supongamos que es parecida a la vaca, con dos cuernos, es mamífero y rumiante, pero de menor tamaño. La vaca mugía ¡Muuuuú! Como les expliqué, sin embargo, la chiva berreaba ¡Beeeeé! ¿Están de acuerdo con esas diferencias? Preguntó antes de continuar.


-¡Más o menos abuelo! Para el caso sirve igual, así que inicie su cuento. Manifestó un desconocido y todos aprobaron con el silencio, eran las reglas del juego. Entonces, el viejo tomó un poco del aire viciado antes de emprender ese largo recorrido casi diario de sus cuentos.


-Hubo un país gobernado por un caballo muy caprichoso... 


-Abuelo, ¿cómo coño un caballo puede gobernar un país? No lo dejaron terminar la expresión y aquello comenzó a irritarlo.


-Si no me interrumpen nuevamente seguiré el cuento, de lo contrario me sacan del hilo y pierdo la historia. Les repito nuevamente que deben ser muy refinados en la interpretación del sentido figurado de las palabras, de lo contrario no comprenderán esas historias que les narro.


-¡Caballeros, no jodan más, horita se acaba el tiempo de la alarma, coño! Protestó una chica y todos guardaron silencio. Ese tiempo fue aprovechado por el abuelo para registrar todo el archivo de su memoria y coordinar las ideas de lo que deseaba trasmitir.


-Les cuento que aquella tierra era gobernada por un caballo muy caprichoso que nunca oyó consejo alguno, solo había estudiado Derecho sin ejercerlo y quiso demostrarle a su gente conocer todos los campos de la ciencia, algo sumamente imposible por la amplitud que estos abarcaban. Aun así y embriagado en su ego, aquel caballo se metió en terrenos para él desconocidos hasta que un día le hablaron de las chivas... Se tomó un tiempo para darle una bocanada al apestoso cigarrillo que los muchachos le habían preparado, luego de una mueca continuó.


-Pues aquel caballo que detestaba todo lo que le rodeaba y fuera nacional, importó unas chivas y chivos de un país llamado Canadá. ¿Por qué lo hizo? Nadie lo sabe, aunque todos afirman que fue de buena fe. La gente dijo tiempo después que siempre hacía las cosas buscando el beneficio de su pueblo. Lo único incomprensible en aquella acción era que, en el país del mencionado caballo, siempre existieron chivas criollas que se procuraban el alimento y eran buenas productoras de leche. El asunto es que aquel caballo gastó un enorme dineral importando aquellas mencionadas chivas de un país muy frío sin oír a nadie, menos podía oír en su sordera a los guajiros de su tierra. ¿Por qué lo hacía? Bueno, él manifestaba que era para abastecer de la leche que esas chivas producirían a los hospitales donde se encontraban niños que hacían rechazo a la leche materna y a la de vaca. Creo que es plausible esa idea del caballo, lo único criticable era que en ese país siempre habían existido chivas, como les dije, mucho más económicas y capaces de alimentarse con trapos y papel, pero con las ubres repletas de leche a cualquier hora... Aprovechó el silencio que ahora mantenían todos los muchachos para darle otra chupada al cigarrillo, hizo otra mueca y continuó.


-Pues bien, en la época que les narro, el caballo trajo en barco esas chivas de las que hablé y organizó tres granjas para su cría. Una de esas granjas se encontraba en una carretera que iba hasta un poblado llamado Aguacate y después de pasar San José de las Lajas. La otra granja la ubicó casi al frente del hospital infantil llamado en aquel entonces William Soler, no solo eso, construyó en su locura una especie de lago que luego fue invadido por las plantas, solo tuvo agua por unos días de aquel tiempo que les narro. La otra granja fue construida muy próxima a la zona del hospital también. Bueno, ya estaban localizadas las granjas y los chivos, la pregunta es; ¿Quiénes atenderían a esos animales? Muy sencillo de responder en esa fecha de la que hablo. El caballo disponía de la voluntad y vida de cada ciudadano del país por él gobernado. Así un día, un grupo de muchachos que se desmovilizó del Servicio Militar Obligatorio y después de haber permanecido seis mes en labores agrícolas para lograr la liberación del ejército, todos con aspiraciones de entrar en la marina mercante, fueron casi obligados por las circunstancias a marchar nuevamente al campo y serían ellos los encargado del cuidado de aquellos delicados chivos... Paró nuevamente para tomar un aire en su narración, mientras reconocía que había dominado toda la audiencia, ellos continuaban en silencio esperando por el final de aquella historia.


-Pues bien, después de importadas se dedicaron al cuidado de aquellas extremadamente delicadas y exóticas chivas por orden del caballo gobernante. Fue una larga inversión la que exigió aquel experimento. No puede negarse que los ejemplares importados eran sumamente bellos y superior en tamaño a los nacionales, sin embargo, el tamaño de las tetas de ellas no sobrepasaba al de las nacionales, como tampoco a la cantidad de leche que producían. Hay que destacar el complicado régimen alimenticio de aquellas chivitas canadienses. Podrán imaginarse que mientras las nacionales comían cualquier cosa, las chivas de Canadá eran algo burguesas. Hubo que dedicar campos para la siembra de una planta llamada “Conchita Azul”, otros para sembrar “Pangola”, otros para una enorme yerba llamada “Napier”, otros para maíz, otros para boniato y eso no era todo. Aquellas yerbas había que molerlas y mezclarlas con miel para que fueran comidas por esos aristocráticos chivos extranjeros. Allí no termina esa comedia mis niños... Aquellos chivitos no podían mojarse y por tal motivo había que tener una constante vigilancia sobre ellos. Si había calor se tenían que pelar y eso requería los servicios de una persona especializada, con frecuencia se invadían de parásitos que tenía que ser combatida con extracto de nicotina. Bueno, para qué contarle la historia de unos simples animales. En fin, tengo que contarles algo como hago todos los días para pasar este tiempo encerrado en el refugio... Se detuvo nuevamente para darle una chupada al cigarrillo, con los dedos lo giraba y observaba las letras del papel que servía de envoltura, solo alcanzaba a leer dos o tres letras y trataba de adivinar una palabra, aunque nunca lo había logrado. Todo eso lo realizaba ante la mirada paciente de todos aquellos niños que lo llamaban abuelo, cuando despertaba y se daba cuenta que decenas de vista se posaban en él, trataba de hilvanar la conversación. No fueron pocas las veces en las cuales los mismos muchachos lo corregían, él no se enojaba, el abuelo nunca se mostró de mal humor, solo fumaba.


-Pues al caballo se le ocurrió la idea de reproducir en grandes cantidades aquellas chivas, ¿cómo lograrlo?, eso se lo preguntarán todos ustedes que son unos infantes, pero él era la máxima expresión del conocimiento humano de entonces. En aquellos tiempos que les narro ningún poblador tenía el poder de pensar como él. El caballo fue un superdotado por Dios y como tal aceptado, entonces dijo: Voy a aplicar la inseminación artificial y con el semen de un ejemplar preño a unas quince chivas tal vez... En eso se tomó su acostumbrado tiempo para fumar.


-Abuelo, ¿qué quiere decir inseminación? Preguntó una hermosa muchachita, el viejo hizo un recorrido visual por toda la cueva y observó que los ojos estaban dirigidos a su persona en espera de una respuesta.


-¿Cómo podré explicarles? Se preguntó él mismo. Ya sé, imagínense que con el semen de un varón puedan inseminar a varias hembras. Concluyó.


-Muy bien abuelo, pero el caso es que no sabemos que es inseminar y menos aun lo que significa la palabra semen. Protestó la misma muchacha. Reinó nuevamente el silencio acostumbrado para darle tiempo al abuelo a pensar. Luego con la maestría de un inseminador conocedor de su oficio, les explicó con lujo de detalles cada paso a seguir para obtener el semen del semental elegido y la posterior inseminación de cada chivita.


-¡Coño! Pero ese caballo que usted menciona era un degenerado, mira que prohibir también que las chivas templaran con los chivos. Gritó asombrada la misma rubia mientras los otros chicos continuaban presa de la atención por aquella narración.


-Si algún día logran ser mayores comprenderán con más facilidad estas cosas. Les dijo el viejo para calmarlos.


-¿Y ahí termina todo? Preguntó un negrito al que no se le podía adivinar el churre del cuerpo.


-No, fíjense que a los chivitos recién nacidos los alimentaban con leche de vaca para utilizar aquella escasa cantidad para los niños, hay que agregar que todo chivo que naciera con defectos lo convertían en “chilindrón”... Hizo una parada intencional esperando por las normales preguntas.


- Abuelo, ¿qué carajo es chilindrón? Preguntó otro desde el fondo de la cueva.


- Era un plato confeccionado a base de chivo y muy frecuente en aquella granja. En ocasiones a esos chivitos que nacían con defectos o no reunían todas las características de pertenecer a una raza pura, se les perdonaba la vida y se usaban como celadores... Aquí también hizo otra parada, él conocía muy bien a su público.


- Abuelo disculpe que lo joda tanto, pudiera explicar también eso de los celadores. Dijo la misma rubia.


-¡Claro que les explico! Aquellos chivos flacos que no servían como sementales unas veces eran usados como celadores, para ello se les realizaba una operación con el fin de desviarle lo que ustedes conocen como “pene”. ¿Cuál era la función de ellos? Detectar a las chivas que se encontraban en celo y que eran las aptas para realizarles la inseminación. Esos chivitos con el órgano desviado eran soltados en los campos donde pastaban las hembras y cuando detectaban alguna en celo se les montaban, pero no podían realizar la penetración porque el pene salía para uno de sus lados. En esos momentos los trabajadores separaban a la chiva en cuestión para que fuera sometida a la inseminación...


-Perverso eso de no dejar templar a los chivitos. Exclamó uno de los niñitos bastante indignado.


-Bueno, si algún día logran llegar a ser mayores comprenderán todo esto. Le contestó el viejo.


-En fin, abuelo, ¿de qué sirvió toda aquella mierda de las chiverías, resolvió el problema de la leche de los niños? Preguntó nuevamente el negrito.


-Como bien dices todo fue una mierda, ni los chivitos tomaron leche de chiva, menos aún los niñitos a los cuales se las retiraban a los siete años y tampoco los terneritos.


-¿Entonces todo fue un fracaso? Preguntó uno achinadito.


-Si, aquello también fracasó. Contestó el viejo.


-Pero es que todo lo que nos ha contado fueron condenados al fracaso. Expresó la insistente rubia.


-No todo, tengo que rebuscar muy fuerte en la memoria para obtener los logros que obtuvieron en esos tiempos narrados.


-¿Y qué fue de la vida del caballo entonces?


-Nada, siguió con sus locuras, un día se le ocurría sembrar café en cualquier lugar, otro día sembraba caña, otro llenaba el país de represas que se secaban, gastaba mucho dinero construyendo refugios como estos esperando por una guerra y así se pasó la vida, de locura en locura hasta que arruinó a su país.


-¡Carajo! Pero ese tipo estaba loco. Dijo el negrito.


-Y no es para juego porque así le decía el pueblo. Bueno muchachos, antes de que suene la alarma para retirar el estado de alerta y como es costumbre, ¿cuál es la moraleja para el cuento de hoy?... Hubo un corto silencio después de las palabras del abuelo mientras todos pensaban, la insistente rubia se paró.


-Abuelo la moraleja para este cuento es la siguiente; “No se puede vivir en un país donde gobierne un caballo tan hijoputa”. Todos aplaudieron aquellas sinceras palabras expresadas por la linda muchachita, terminadas éstas sonaron la alarma de retirada sin que sucediera ningún bombardeo. Cada niño se colgó al hombro sus fusiles de palos y salían del refugio después de saludar al abuelo. 


Afuera soplaba la ventisca y flotaban remolinos de polvo y cenizas. Todos desaparecían a los pocos metros de la salida, unos en busca de las calles convergentes, otros doblaban a la izquierda en busca del puente con extravagante nombre, unos a la derecha en dirección al matadero. Todos se perdían antes de que el abuelo, ayudado por aquel bastón de duro madero que no recordaba fuera de guayabo, se dirigiera a lentísimos pasos hasta la única construcción en pie. Siempre miraba hacia arriba para tratar de descubrir los números que tenía gravados, la ventisca le nublaba los ojos casi ciegos, luego se sentaba.







Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá
2001-10-19



PD. Yo trabajé en aquella chivería de Aguacate.




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Síntesis biográfica del autor

CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA

                               CRONOLOGÍA DE UNA AVENTURA La vida para mí nunca ha dejado de ser una aventura, una extensa ...